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JUAN BAUTISTA RIVAROLA PAOLI (+)

  ORÍGENES DE LAS MISIONES JESUÍTICAS - Por JUAN BAUTISTA RIVAROLA PAOLI - Año 2010


ORÍGENES DE LAS MISIONES JESUÍTICAS - Por  JUAN BAUTISTA RIVAROLA PAOLI - Año 2010
LOS JESUITAS - ORÍGENES DE LAS MISIONES JESUÍTICAS EN EL PARAGUAY
 


 
 
 
 

LOS JESUITAS - ORÍGENES DE LAS MISIONES JESUÍTICAS EN EL PARAGUAY

En el año 1541, los territorios que comprendía la antigua provincia del Paraguay tomaron su nombre del primer gobierno fundado por los españoles en la Asunción del Paraguay. Esta gobernación pronto abarcó los extensos territorios que hoy forman las repúblicas del Paraguay, Argentina y Uruguay y las provincias meridionales del Brasil y Bolivia. Precisamente en los lindes de Bolivia y la Argentina, comenzó la actividad de la provincia jesuítica del Paraguay, entrando los religiosos de la Compañía por el Alto Perú, a semejanza de los primeros colonos españoles de la región llamada del Tucumán. En los años 1585 y 1586, a ruegos del Obispo de Tucumán, penetran en aquel país los PP. Francisco Ángulo y Alonso Barzana, venidos desde la provincia del Perú, con un hermano coadjutor. Estos jesuitas, llegaban no sólo para los pocos colonos, sino también para los cien mil indios de aquella región.

El obispo Francisco de Victoria, de Santiago del Estero, tenía en aquel entonces sólo cinco sacerdotes a su disposición. Había además, unos conventos de dominicos, a cuya Orden pertenecía el Obispo, de franciscanos y de mercedarios. Este prelado no se contentó con los dos Padres, sino que envió al activo canónigo Francisco Salcedo, más tarde insigne bienhechor de la Compañía, al Brasil para traer más religiosos que poseyeran la lengua de los indios guaraníes. Después de muchas penurias llegaron a Córdoba del Tucumán, en 1587, los Padres Juan Saloni, catalán, Manuel Ortega, portugués y Tomás Field, irlandés, constituyendo todos ellos por su vida, trabajos y hasta diferente nacionalidad, el prototipo de los beneméritos misioneros del Paraguay que vendrían más tarde.

En 1588 entran estos primeros apóstoles al Paraguay propiamente dicho y lo recorren en varias direcciones, misionando entre blancos e indios. Poseían modestas residencias y vivían de limosnas. La residencia de la Asunción del Paraguay fundóse jurídicamente en 1594. La erección definitiva de la nueva provincia del Paraguay, fue decretada en 1604 por el A.R.P. general Claudio Aquaviva, designándose un poco más tarde al P. Diego de Torres como primer provincial.

En 1609, el provincial Padre Diego de Torres, inició la serie de reducciones de indios en las selvas del Paraguay, colaborando el Gobernador Hernando Arias de Saavedra, con unos 400 pesos al año, para el sustento de 2 misioneros en cada una de las reducciones. En el mes de julio de 1610 fundaron los referidos jesuitas (Masseta y Cataldino), la primera reducción con el nombre de Nuestra Señora de Loreto. Acompañábales como intérprete el Padre Rodrigo Ortiz de Melgarejo, guaireño, hijo de Ruiz Díaz de Melgarejo y de doña Elvira de Contreras. Es conveniente consignar que la reducción de Loreto no fue la primera fundada en el Paraguay. La primera fue la de San Ignacio Guazú fundada el 29 de diciembre de 1609, por el Padre Marcial de Lorenzana, guiado por el asunceno Fray Hernando de la Cueva, cura párroco de la Iglesia de Yaguarón.

Tiempo andando, los padres Simón Masseta y José Cataldino fundaron la reducción de San Ignacio miní. A los dos años de esta fundación incorporáronse a la misión los padres Antonio Luis de Montoya y Martín de Ortazún. Siguiendo los datos aportados por Aguirre, los jesuitas fundaron en la margen derecha del Río Paraná ocho pueblos: San Ignacio-Guazú, en 1610, por el P. Marcial de Lorenzana; Santa Rosa; Santiago; Itapúa, se fundó el 11 de junio de 1615, Santa María de Fe, Jesús, Trinidad y San Cosme y Damián. En la margen izquierda del río Paraná hasta la margen derecha del río Uruguay, se fundaron alrededor de 15 pueblos, siendo los más conocidos: San Ignacio Mini, Loreto, Corpus Cristi, Candelaria, Santa Ana, Santa María, Apóstoles, Mártires, Santo Tomé, Yapeyú, y otros. En la margen izquierda del río Uruguay fundaron siete pueblos: San Borja, San Luis, San Nicolás, San Miguel, San Carlos, Concepción y otros.

En cuanto a su organización interna, las Reducciones o Misiones como más adelante se las llamarían, tenían:

a) Un Cura rector o PAI TUYÁ. Era el que tenía, mayor responsabilidad en la planificación de la economía, de las construcciones, los aspectos administrativos de la reducción.

b) Un Cura doctrinero o PAI MINÍ, quien tenía más responsabilidad en cuestiones de orden espiritual, catequesis, atención de enfermos, servicio religioso. En las reducciones había también dos o tres hermanos. En una población de tres a siete mil habitantes, los religiosos no pasaban de tres a cinco.

c) Un Corregidor, que ejercía las funciones de justicia.

d) El Cabildo indígena que era la autoridad civil de la población. Su función era servir como canal de comunicación entre los religiosos y los indígenas del pueblo, con el acento de autoridad en los padres jesuitas. Más tarde se creó el cargo de Superior de las reducciones, cuando aumentó el número de ellas. En un primer tiempo tuvieron su asiento en San Ignacio Guazú y más tarde en Candelaria.

El Provincial residía en la Ciudad de Córdoba; el General de la Compañía en Roma.

En cuanto a la forma de organización del trabajo, el principio fundamental es de que cada indio tenía alguna función que cumplir. Todos trabajaban, solamente los niños menores y los ancianos estaban liberados. El trabajo estaba planificado para todo el año, teniendo en cuenta las diversas épocas: siembra o cultivo, limpieza o recolección o cosecha. También de acuerdo a quienes lo hacían. La planificación estaba a cargo del Pa’í Tuya.
 


SISTEMA DE PROPIEDAD EN LAS MISIONES

En cuando al Sistema de Propiedad, existían tres grandes oreas de propiedad a saber:

1.- AVAMBA’E: Cosa o propiedad del indio; era una forma de propiedad familiar. A cada pareja al casarse, se le daba una parcela de tierra para cultivar, la cual no podía ser regalada ni vendida. Lo producido era de la familia y, para que ésta no la utilizara en forma imprevisora, se guardaba en silos y se les daba en forma racionada dos o tres veces a la semana.

2.- TUPAMBA’E: Cosa o propiedad de Dios. Ciertos días de la semana se trabajaba en predios que eran de toda la población y lo producido servía para los gastos del COTY GUAZU (asilos de ancianos, viudas, huérfanos) y las necesidades religiosas (construcción de templos, liturgia esplendorosa de mucho brillo y colorido). La liturgia, en las reducciones, se hacía con el despliegue, como en las grandes épocas (los europeos que llegaban se asombraban de ésta).

3.- TAVAMBA’E: Propiedad del pueblo. Formaban parte de ella extensas tierras, estancias, yerbales, gran parte de las áreas cultivadas y servía para pagar los tributos al Rey, solventar las necesidades del pueblo y ayudar a otras poblaciones misione-ras. Practicaban entre ellos una efectiva solidaridad. Cuando un pueblo tenía necesidades, otros lo ayudaban. En suma, en la propiedad imperaba un concepto comunitario, con fuertes tendencias sociales y respeto de los derechos fundamentales personales y familiares, y una forma altamente humanizadora y productiva, cosa que llama la atención hoy en día a economistas, sociólogos y politólogos.

El sistema era predominantemente social, con un fuerte carácter familiar. Este sistema funcionó y no sólo funcionó sino que tuvo una altísima productividad.

BLAS GARAY uno de los críticos de los jesuitas, en su renombrado libro "EL COMUNISMO DE LAS MISIONES", dice: "...a la vuelta de algunos años, y a la par que crecieron sus progresos, cambiaron los jesuitas de conducta: los que fueron en un principio humildes y abnegados misioneros, tornáronse ambiciosos dominadores de pueblo, que poco a poco sacudieron todas las naturales dependencias a que debían estar sujetos: afanáronse por procurar riquezas materiales en menoscabo de su misión cristiana y civilizadora; persiguieron a los que intentaron poner coto a sus abusos o quisieron combatir su influencia; se hicieron dueños de la voluntad de los gobernadores y de los obispos, ya porque éstos les debían sus nombramientos, ya porque el cohecho y la promesa de pingües ganancias se los hacían devotos, y convirtieron su república en una inmensa sociedad colectiva de producción, arruinando, amparados en los grandes privilegios que supieron obtener, a la Provincia del Paraguay, a cuyos beneméritos debían reconocimiento por muchos conceptos". Y en otra parte del mismo libro Garay expresa: "El cohecho y la intimidación eran las columnas principales en que en América descansaba el poder de los jesuitas. Gobernadores y obispos habrían de escoger entre tenerlos por amigos generosos o por encarnizados y crueles enemigos... Gracias a la amistad con los misioneros, los gobernadores de Buenos Aires y del Paraguay disfrutaban de crecido sobresueldo; no tenían reato alguno para dedicarse al comercio y como lo hacían por las hábiles manos de los discípulos de Loyola, y bajo todos los privilegios a éstos concedidos, las ganancias eran fáciles y considerables " En cuanto a las riquezas de las Misiones.

Blas Garay, más cauto, asegura que los misioneros llegaron a acumular considerables riquezas y cálculos autorizados estiman en un millón de pesos españoles de plata el rendimiento anual de las doctrinas, y en menos de cien mil lo que para mantenerlas se gastaba en efectivo.

Con relación a ese millón expresa el Padre Furlong-, anual, agrega Blas Garay que "sobrante tan cuantioso permitió a los Padres asistir generosa y pródigamente, con el fruto del trabajo de los indios, a los crecidos gastos que la Orden tenía en Europa, a fin de conservar el edificio de su poderío... Los Procuradores generales, cada seis años despachados para el viejo continente, eran siempre portadores de importantes sumas de dinero" "Esto último es parcialmente cierto, -afirma Furlong-, pero todo lo anterior es totalmente falso, y supone en el autor o autores un desconocimiento absoluto del engranaje económico que siempre ha regido en la Compañía de Jesús, y un desconocimiento lamentabilísimo de lo que fue la situación económica así en las Reducciones como en las ciudades rioplatenses durante los siglos XVII y XVIII.

Mientras los pueblos de las Misiones prosperaban, -dice otro autor-, la Colonia empobrecía, víctima de trabas en su comercio, de gabelas y de restricciones.

No podía hacer competencia a la industria jesuítica que disponía del trabajo gratuito de 160.000 indios. Algunos de los gobernadores se convirtieron en elementos de la poderosa Compañía, exacerbando el espíritu de los encomenderos y comerciantes libres. Tal ocurrió con Gregorio de Hinestrosa y Diego de los Reyes Balmaceda, principales provocadores de las dos revoluciones comuneras. Los efectos comerciales, -expresa el P. Gregorio Funes-, así en natura, como manufacturados, entraban en el giro de la negociación. Los más considerables de estos artículos eran la yerba del Paraguay, la cera, la miel y los lienzos de algodón. Entre los indios era desconocido el uso de la moneda. Estos artículos salían fuera de esta provincia, y se despachaban la mayor parte en Buenos Aires.

Con su producto se pagaban los tributos y los diezmos, el sobrante se retornaba para el consumo de los pueblos, adorno de los templos y galas dispendiosas de que usaban los indios de oficios públicos en sus festividades. Eran estas repúblicas -prosigue Funes-, las únicas del mundo donde reinaba esa perfecta igualdad de condiciones que templa las pasiones destructoras de los estados y suministra fuerzas a la razón. La habitación, el traje, el alimento, los trabajos, el derecho a los empleos, todo era igual entre estos ciudadanos.

Algunos han creído que este sistema de gobierno tenía por objeto aprovecharse los jesuitas de los trabajos y sudores de estos neófitos. Imputación injuriosa y mal fundada. Para los que se hallan instruidos en la cuenta y razón de los caudales de estas reducciones, siempre será un objeto de admiración la pureza de este manejo, llevado constantemente hasta el escrúpulo

Por su parte, don Mathias de Anglés y Gortari, Corregidor de Potosí, recibió de sus superiores jerárquicos el encargo de elevar un informe sobre los jesuitas del Paraguay, afirmando el grande predominio, que tienen dichos Reverendos Padres; y de esto resulta el que los Gobernadores, los Cabildos y los jueces callan todo cuanto debieran decir, y antes dan a dichos Padres todos los informes que imaginan, y hacen las diligencias jurídicas del modo que le apetecen...." En otra parte afirma, "...tiene más de quatrocientas mil bacas con su torada correspondiente para la procreación'. "En la Estancia de los dichos Padres de YARIGUA o PARAGUARI tienen tres rodeos de bacas separados unos de otros; y cada uno tendrá á lo menos de nueve a diez mil bacas, con los toros correspondientes para cría y multiplicación, y continuamente está vendiendo el Padre Rector las porciones que le compran, y con su libramiento las entregas al Padre Estanciero, y las dichas bacas son el mejor y más apetecido efecto para el Paraguay, por la grande escasez

Pocos asuntos han sido objeto de tantos debates, como los actos de los jesuitas, sin poder conocerse con exactitud la veracidad ya que fueron destruidos por el fuego. Muchos reproches carecen de fundamento, y quienes le buscan una explicación razonable, no se desplazan de la época en que aquellos hechos se desarrollaron. Dejaron allí lo que no es corriente entre los mercaderes: huellas de su ciencia, de su arte y de su destreza que, aunque no fueron aprovechados por los indios, lo fueron por la posteridad.

Mucho se ha discutido acerca de si los jesuitas pagaban o no los impuestos. Algunos afirman que sí pagaban, pero parte de ellos ocultando su real tráfico comercial, otros directamente que nunca lo hicieron. Por nuestra parte, encontramos una prueba documental, que no hace sino dar cumplimiento a la Cédula Real dada en Madrid el 14 de agosto de 1684, que ordenó pagar tributos a los jesuitas.
 


CONCEPTO DE REDUCCIÓN

Conviene aclarar que el término "REDUCCIONES", se daba al pueblo de indios recién formado (tít. 3, lib. 6, R.O.) por "reducirse" así a población los moradores divididos primero en sierras y montes. A veces conservaban nombre de REDUCCIÓN aun los pueblos antiguos. Posteriormente en dos Cédulas Reales de Felipe IV, fechadas en 1650 y 1652, son declaradas DOCTRINAS las Reducciones de que vamos hablando. Doctrina es el nombre que en la América Española tienen los curatos o parroquias propiamente tales... "En las dos primeras, dirigidas a la Audiencia Real de los Charcas, dejaba el Rey al Provincial la libertad de cambiar los Curas que le pareciera a propósito, sin obligarle ni aun a expresar las razones...".

Hasta se encuentra tan frecuentemente empleado el término de REDUCCIÓN, como el de DOCTRINA en las últimas Cédulas y otros rescriptos de los Reyes de España. Llamamos reducciones a los pueblos de indios, que viviendo a su antigua usanza en montes, sierras y valles, en escondidos arroyos, en tres cuatro o seis casas solas, separados a legua, dos, tres y más, unos de otros, los redujo la diligencia de los Padres a poblaciones grandes y a vida política y humana, a beneficiar algodón con que se vistan. La idea de reducción no es una originalidad jesuítica, -afirma Bartomeu Melià-, juntar a los indios en pueblos es una idea que se remonta por lo menos al año 1503, cuando ya se señala expresamente que "por lo que cumple a la salvación de las ánimas de los dichos indios... es necesario que los indios se repartan en pueblos en que vivan juntamente, y que los unos no estén ni anden apartados de los otros por los montes". Sólo la reducción podrá remediar a la "irracionalidad" de andar los indios desparramados por los montes, "viviendo bestialmente y adorando a sus ídolos. El indio disperso, se piensa, no puede ser ni "político" ni "humano". Es por estas razones -dice más adelante el citado autor entre otras, que la reducción, se consideraba un instrumento esencial para el cambio que se pretendía en los indios, que era hacerlos pasar de la "infidelidad" cristianismo y de la barbarie a la vida política". Históricamente, sin embargo las reducciones del Paraguay fueron incluso relativamente un éxito.
 

LAS LEYES APLICADAS EN LAS REDUCCIONES

Para organizar metódica y económicamente esta explotación, se estableció el sistema de las encomiendas y reducciones. La segunda es la forma ideada para traer los pueblos errantes a la vida sedentaria, agrupándolos por tribus, para defenderlos contra la voraz población europea, que, como aves de rapiña, merodean alrededor del salvaje. Las leyes de Indias, adoptando las reglas establecidas por los jesuitas en sus misiones, disponían:

1° Que se nombrasen alcaldes y regidores indios, cuya jurisdicción alcanzaría solamente para inquirir, aprehender y traer los delincuentes a la cárcel del pueblo de españoles de aquel distrito; pero que se les cometía castigar con un día de prisión o seis u ocho azotes al indio que faltase a la misa en día de fiesta, o se embriagase, o hiciese otra falta semejante, y si fuera embriaguez de muchos, pudiera castigarse con más rigor.

2° El gobierno de los pueblos reducidos se dejaba a cargo de los dichos alcaldes y regidores indios, quienes podían también prender a negros y mestizos en ausencia de la justicia.

3°- Que no se pusiese en las reducciones mayordomos sin aprobación del gobernador o audiencia del distrito y fianzas, y que no llevasen la vara de la justicia.

4° Que en los pueblos de indios no se vendieran los oficios ni los hubiera propietarios.

5° Que los sitios destinados para constituir pueblos y reducciones habían de tener comodidad de aguas, tierras y montes, entradas y salidas, y un ejido de una legua de largo, donde los indios tuvieran sus ganados, sin mezclarlos con otros de españoles.

6°Que no pudieran quitarse a los indios reducidos, las tierras y granjerías que anteriormente hubieran poseído.

7°- Que se procurara fundar pueblos de indios cerca de donde hubiese minas.

8°- Que las reducciones se hicieran a costa de los tributos que los indios dejaran de pagar por título de recién poblados.

9°- Que si los indios deseasen permanecer en las chacras y estancias donde residían, al tiempo de reducirles, pudieran elegir entre lo primero o marcharse al sitio donde ubícasela primera reducción o pueblo; pero si en el término de dos años no hicieren lo segundo, había de asignárseles por reducción la hacienda donde hubieran asistido, sin que por esto se entendiera dejarles en condición de yanaconas o criados de los chacareros o estancieros.

10° Que las reducciones no pudieran mudarse de un sitio a otro sin orden del virrey o audiencia.

11° Que las querellas suscitadas con motivo de la ejecución de reducciones, tendrían apelación únicamente ante el Consejo de Indias, compensándose a los españoles las tierras que se les quitaran para repartirlas entre los indios reducidos.

12° Que ningún indio de un pueblo se trasladará a otro; que no se diera licencia a los indios para vivir fuera de sus reducciones.

13° Que cerca de las reducciones no hubiera estancias de ganados y se prohibiera a los españoles y a los negros mestizos y mulatos, vivir en las reducciones" aun cuando poseyeran tierras de su propiedad en ellas.

14°- Que ningún español transeúnte estuviera más de dos días en una reducción y que los mercaderes no estuvieran más de tres.

15°- Que donde hubiese mesón o venta, nadie parase en casa de indio, y que los caminantes no tomasen a los indios ninguna cosa por fuerza.
 


EL SISTEMA PRODUCTIVO DE LAS MISIONES JESUÍTICAS

La Comunidad Jesuítica se hallaba estructurada de manera jerárquica, siendo el Procurador Provincial la principal figura en las Misiones, encargado de los asuntos temporales. Los Jesuitas hacen voto de pobreza; pero este voto atinge solamente a los sujetos y no a los establecimientos o a la comunidad. Cada Provincia es autárquica en lo temporal- y aquí se hace necesario destacar un hecho que resulta fundamental para la cabal comprensión del éxito y la eficiencia con que los jesuitas supieron acrecentar sus bienes -, no sólo la Provincia como módulo administrativo, sino que cada residencia, colegio o misión es independiente en lo temporal; si un establecimiento jesuítico posee los recursos económicos con los cuales sustentarse o no logra su autofinanciamiento, esa casa debe ser cerrada, aunque la Provincia disponga de excedentes de caja para financiarla.

A cargo de cada uno de los establecimientos jesuitas está un Padre Procurador, del cual dependen los administradores de los diversos bienes de cada una de las casas. Para los gastos generales de la Provincia, existen bienes adscritos a ella bajo el titulo de Oficio de la Provincia, regidos por Administradores que rinden cuenta al Procurador Provincial.

En cuanto a la estructura económica, la autarquía de cada casa, redunda en el incremento de recursos económicos de la Compañía que, muestra una sorprendente curva de ascenso, tanto en las fundaciones de nuevos establecimientos, como en el crecimiento de las casas más antiguas. Los Oficios fueron los lugares de intercambio interno de todos los pueblos y de éstos con el exterior, o de las ciudades de la sociedad colonial Aquí incluimos el principal ingreso de las Reducciones, y que era comercializada en los Oficios instalados en Santa Fe y Buenos Aires, y que bajaban por el Río Paraná o el Uruguay. Con respecto a la relación del sistema misional con el exterior, la sociedad colonial, hubo una cuarta contabilidad propia de la relación del Oficio de Misiones con los comerciantes.

Mucho se ha escrito y discutido el sistema de producción de las Misiones jesuíticas -una vez afirmadas en sus asentamientos-. Pero, lo que no podemos dejar de aceptar como cierto es su sistema de organización económica que no sólo permitió la subsistencia, sino la continuidad del sustento, para lograr el fin misional que perseguían las Reducciones.

El trabajo obligatorio para la totalidad de los indígenas en edad y condiciones" porque si alguno no podía trabajar era alimentado públicamente y, si podía, era obligado al trabajo". La tarea primordial de la población era la agrícola y a ella se trasladaban los indígenas, pernoctando junto a sus cultivos. Si las tierras quedaban cerca pasaban 2 a 3 días sembrando y luego regresaban a trabajar sus propias tierras. Las mujeres entretanto, se dedicaban al hilado del algodón y a la artesanía y trabajos propios en sus casas y recolección en época de cosecha. Lo importante era el resultado de este esfuerzo generado por el trabajo indígena.

Una parte era destinada al consumo interno de las mismas, y la otra a la exportación, como el algodón, la yerba y el tabaco. "El beneficio de la yerba", como figura en todos los documentos oficiales de la época compulsados en el Archivo Nacional de Asunción, fue su primera generación de riqueza. Comenzó en los yerbales de Mbaracayú, siendo éste bastante insalubre, por lo que las Ordenanzas de Alfaro limitaron su explotación de diciembre a marzo.

Existía la posibilidad de que los comerciantes se acercaran a los pueblos o que los procuradores se trasladaran a las ciudades. Con respecto a la primera alternativa, estas normas reglaban las relaciones de los llamados "pueblos de abajo", los que estaban autorizados a tener tratos con los comerciantes de Asunción interesados en los buenos precios de la producción misionera.

Estos asentamientos tuvieron una construcción llamada "Tambo" para alojar a los compradores de paso. El hecho indudable es que la yerba, desde los inicios de la conquista en la región del Paraguay, era un producto clave en la relación de los blancos con el indígena. Los documentos de inicios del siglo XVI hablan ya del tráfico en la región del Guaira. Así la difusión de la Yerba atestigua en 1594, mediante una carta del P. Juan Romero de la Compañía de Jesús, aunque no es vista con buenos ojos.

Pero su uso se impone y se extiende desde el Mbaracayú hasta los mercados alto-peruanos. Se puede afirmar que aquí comienza la verdadera historia de la yerba en el mercado interno- Se menciona en forma reiterada el aumento prodigioso del la Yerba de Mbaracayú que había pasado de unas 2.000 libras a unas 6,600 libras anuales entre 1630 y 1636, y de unas 3.300 arrobas anuales enviadas al Puerto de Santa Fe desde Asunción, sin contar la comercialización de las órdenes religiosas que se sitúa en el orden de los 4.500 arrobas como promedio anual.

Entre los años 1675-1682, si existen cantidades totales tanto desde Asunción, como desde los puertos de la Compañía, asignando a los primeros 25.000 arrobas, y a los jesuitas un promedio de 3.000 arrobas anuales. Las cifras cantan por sí solas, pues se pasa de 2.000 arrobas iniciales, en veinte años a 25.000 promedio, que van perfilando un volumen respetable. La producción en las reducciones comienza, a hacerse sentir con fuerza, pues no solo comercian éstos, sino que se agrega a ello el papel que juegan en esos primeros inicios los comisionistas de obispos y gobernadores en el tráfico de yerba. Los encomenderos y comerciantes de Asunción, no aceptan de buena gana la incursión de los Jesuitas, pues desata la lucha entre encomenderos y Jesuitas por el control de la fuerza de trabajo de los indios, y será en 1664, cuando la audiencia porteña hace lugar al pedido de la Compañía y permite libremente traficar a la Compañía hasta 12.000 arrobas anuales. No se incluyen las cantidades de Yerba que salen por el Río Uruguay a Buenos Aires.

Estaba prohibido que en las Reducciones y pueblos de indios viviesen españoles, negros y mulatos o mestizos, "porque se ha experimentado que algunos españoles que tratan, trajinan, viven y andan entre los indios son hombres inquietos y de mal vivir". Sin embargo, ya con anterioridad los jesuitas habían cerrado profilácticamente las relaciones de los indios misioneros con los comerciantes españoles.

Esta línea tuvo en sus comienzos el prácticamente total control del comercio exterior de las Misiones, originado en las necesidades de los mismos de contar con moneda para pagar el tributo Real anual. Originariamente los mercaderes que venían del Perú proveían las divisas, pero luego la yerba no la quisieron pagar más "en plata sino que vienen cargados de cabos de tiendas y cosas inútiles para los indios...." Con esto quieren comprar la yerba y no de otra suerte. De esta manera, aumentando los precios de sus productos deterioraban los términos de intercambio y explotaban a las Misiones facilitándoles elementos no útiles y que a su vez éstos deben vender para poder pagar el tributo de plata. En efecto, si bien una Real Cédula del 16 de setiembre de 1679 autorizaba a pagar el tributo en "géneros de la tierra" ello en la práctica nunca pudo lograrse de tal manera que los jesuitas debieron seguir vendiendo la yerba, "no por negociación sino por necesidad de dicho tributo". Esta coyuntura llevó a alterar el sistema de comercio externo y a instalar las Procuradurías en Santa Fe y Buenos Aires que se encargarían de la venta del grueso de la producción misionera. El comercio en los pueblos se restringió así muchísimo. Los españoles o criollos podían permanecer no más de tres días en cada pueblo exhibiendo en los tambos donde se hospedaban, sus mercaderías.

De todos modos toda operación comercial de los indígenas debía ser aprobada por los Padres que de esa manera controlaban que no se les explotara. Los productos de venta de las misiones eran, como se ha señalado, la yerba, tabaco negro y tejidos de algodón; la importación de bienes para la comunidad comprendía la sal, el hierro, las herramientas para trabajo, sierras, picos, azuelas, martillos, hachas, cinceles, agujas, cuchillos, pastas de colores, plata y oro para dorar, etc. aceite, géneros de lino y seda para ornamentos, paños, bayetas y otros “géneros de Castilla”, cera y vino. Como puede apreciarse -dice un autor-, el grueso de la inversión económica de la exportación misionera constituida por las 12.000 arrobas de yerba iba destinada al pago del tributo Real. Ello revaloriza el sentido de la verdadera finalidad productiva de las Misiones dada en el autoabastecimiento y no en la obtención de un lucro emergente y determina el objetivo concreto del sistema misional.

"Existían igualmente en las Misiones otras industrias creadas por los jesuitas, como la de la elaboración de harina de trigo, la curtiduría de cueros y el aprovechamiento industrial de las maderas, aparte de las explotaciones mineras que ellos iniciaron cerca de los pueblos de Candelaria y Santa Ana, aprovechando el cobre para la fabricación de las campanas de las Reducciones, y de las canteras de varias clases, de donde los Padres misioneros sacaron algunas columnas de cuatro... Por todas partes se percibían los campos cultivados de trigo, maíz, mandioca, porotos, habas, batata, arroz, cacao; los frutales introducidos de Castilla: naranjos, limoneros, granados, limas cidras, higos, melones y toda clase de verduras de que se recogían cosechas abundantes aparte de los cultivos de plantas industriales mencionadas anteriormente.

Todos los productos de las Misiones alcanzaron un tráfico intenso. La enorme distancia hasta Buenos Aires era salvada en ITAPÁS, unos armatostes de tirantes y trozos de cedro, o sea las actuales jangadas cuyo servicio no ha podido resolverse por hoy nuevamente; y en GARANDUMBAS y PIRAGUAS, especie de embarcaciones muy propias para navegar con mucha carga en poca agua, conduciendo aquellas hasta 10.000 arrobas de yerba o sea más de la mitad del volumen de la embarcación. Estos transportes recorrían el Paraná llevando los frutos a Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires, y de este punto se destinaban a Mendoza, Chile, Tucumán, Santiago, Perú y otros puntos, de donde retornaban en pago otros productos, pues no corría la plata.

Es innegable que en las Misiones hubo un comercio activo, escribe el profesor Popescu, pero agrega que es necesario precisar con atención su esencia y su alcance. Su esencia se cristaliza en tres principales corrientes comerciales: una circunscripta al interior de cada pueblo, otra extendida a las relaciones de los pueblos entre sí, y la última de carácter exterior.
 


EL COLEGIO DE ASUNCIÓN

"Existe, sin embargo, un informe de especial interés que describe como el Colegio de Asunción compraba algodón en Paraguay para enviarlo luego a las reducciones, cuyos indios lo hilaban y, a cambio de la retribución usual, tejían las telas que el mismo colegio vendía luego en la provincia, por cuenta propia y con considerables ganancias"

La cría de mulas era otro de los rubros importantes en las reducciones jesuíticas, eran utilizadas preferentemente como bestias de carga en las expediciones yerbateras.

La economía de los colegios jesuitas que según las reglas de la Orden debían poseer ingresos regulares dependía, en la provincia Jesuítica del Paraguay -y por cierto, no sólo allí sino también en las otras provincias- esencialmente de sus propiedades. Al principio, obtuvieron las tierras como concesión de las autoridades o como donación procedente de fuentes privadas... Por otra parte, en muchos casos, las donaciones obedecieron a razones de índole personal, por ejemplo, con el propósito de obtener el ingreso en la Orden. Más tarde, la compra de tierra aumentó el volumen de sus propiedades, y los jesuitas se "encontraban en una situación comparativamente favorable en cuanto a la propiedad de tierras, ya que gran parte de la herencia de los descendientes de los conquistadores y los fundadores de las ciudades llegó a sus manos.

En cuanto al alquiler de las propiedades de los jesuitas en las ciudades, se sabe que practicaban este tipo de transacciones para afianzar sus ingresos financieros.

Si el préstamo de dinero, que los jesuitas practicaban en contradicción a las reglas de la Orden, si era de significativa importancia como hemos venido viendo. Ya sea como elemento de enlace entre las autoridades seculares y los colegios jesuíticos, o como medio de operaciones comerciales como la compra de bienes a los navíos de permiso.

La actuación de sus procuradores en Europa, donde siempre consiguieron sus propósitos, da pie a pensar en toda gama de artilugios para la consecución de los objetivos perseguidos. Hasta se hacían traer de vuelta en los "navíos de permiso", donde no pagaban nada, sino venían por cuenta de la Corona. Generalmente cuando un procurador jesuita regresaba a América en un navío de permiso con nuevos misioneros, había llegado ya el momento en que un nuevo procurador debía partir hacia Europa en el mismo barco, y era absolutamente natural que quienes estaban relacionados con él, tanto en el campo de la administración como en el del comercio, le encomendaran numerosos asuntos, de índole secular, en especial, la transferencia de capitales, a lo que el procurador, por diversas razones no se podía negar.

El jesuita tenía cierta oportunidad de ahorrar a su principal el pago del ALMOJARIFAZGO, dado que el equipaje personal de los eclesiásticos no pagaba impuestos. Los viajes regulares de los procuradores eran una consecuencia directa de la centralización de la Orden, que en ninguna otra tenía parangón. En cuanto a los sobornos, sus adversarios empleaban idénticos métodos en la medida en que podían afrontarlos. Más importantes que los favores materiales, particularmente en el caso de los funcionarios superiores, fue el hecho de que los jesuitas pudieron, a menudo plantear personalmente sus problemas como confesores de personas influyentes, por ejemplo, apelando, con no poca frecuencia, al fervor religioso de esas personas, aun cuando los asuntos que así promovían era de naturaleza puramente material

Existió un régimen contable individual para la familia para comprar miel, lana y algodón), otra para los Caciques y la Comunidad. Hubo también una contabilidad entre los pueblos, es decir un mercado interno de fluido intercambio. Para poder determinar el sistema de contabilidad aplicado, es necesario dar a conocer que, en el Oficio de Misiones de Buenos Aires, se hallaba la registración central. Decimos registración central, ya que es allí donde determinan tanto los precios de los productos de la tierra, que envía cada reducción para la venta, como también principalmente los precios de las mercancías que cada pueblo necesitaba para su abastecimiento, las cuales le eran remitidas desde dicho oficio. Por cada transacción efectuada se realizaban registraciones.

En el primer decenio del siglo XVII se constituye formalmente en Buenos Aires y en 1666 en Santa Fe, lo que se llamó Proveeduría de Misiones, a cuyo frente se hallaba un Padre con habilidad comercial y de él dependían unos galpones o almacenes, en los que se depositaba cuanto venía de las Reducciones, y el dicho Procurador, según fueran favorables las circunstancias, lo iban vendiendo a los interesados.

Las embarcaciones de balsas eran conducidas por indios. Los Padres Procuradores practicaban una detallada contabilidad, la cual era llevada por separado para cada pueblo, anotando en sus libros por un lado todo lo que habían recibido de cada pueblo y, por otro, todo lo gastado y comprado en su nombre. Al regresar los comisionados con las canoas llenas de mercancías importadas, el Procurador - escribía a cada Párroco misionero cuanto había costado cada una„ para que ellos llevasen cuentas, de acuerdo a las anotaciones de lo recibido y de lo gastado, pues unas veces el pueblo era acreedor, y otras deudor, cuando no se había podido vender la totalidad de los artículos recibidos. El libro se llamaba "Cuentas de Misiones. Las "Cartas Cuentas", consignaban el estado de cuenta en que se hallaba el pueblo, en el momento en que regresaban los comisionados del pueblo, eran redactados en las procuradurías de las misiones y remitidas al Cura de cada pueblo. El sistema de registración contable seguía el método por partida simple.
 


LOS TRIBUTOS EN LAS MISIONES JESUÍTICAS

El Provincial de la Compañía de Jesús, Diego de Torres, solicitó al Visitador Alfaro -en virtud de cédula y sobrecarta real- que los indios que se conviertan por el Evangelio, sean libres de tasa y servicios y cualquier tributo, que gozasen de esta exención los indios guaycurúes. Alfaro proveyó desde la Asunción, el 11 de octubre de 1611, que estos indios no se encomendase en persona alguna; que si algún vecino pretendiera derecho a encomendarlo o estar antes de ahora encomendados, ocurriera al virrey o a la real audiencia.

Sin embargo, los primeros conflictos entre los Jesuitas y los colonos españoles, tiene su origen precisamente porque los españoles utilizaban a los indios para la guerra o su servicio. No todas las reducciones jesuíticas lograron estar libres de dar trabajadores indios a las ciudades de españoles. En la Carta Annua del P Nicolás Durán, firmada en Córdoba el 12 de noviembre de 1618, explica su visita a las reducciones del Paraguay en 1626 y 1627, manifestando que visitó Loreto y San Ignacio y que el mayor trabajo que tienen los indios de estas dos reducciones es que están dedicados a servir a los españoles de la ciudad del Guairá, que tienen repartidos estos pueblos. Tiene obligación cada indio de servir al español que llaman vecino encomendero dos meses, y como los españoles son pobres quisieran servirse de estos indios todo el año entero, como mucho; lo hacen de hecho. Otro trabajo mayor que tienen los indios en que los españoles los envían a Mbaracayú para que cojan la hierba. Debe cada indio dos meses de trabajos y le hacen servir dos o tres años por fuerza fuera de su casa, sin premio alguno. 
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Por  JUAN BAUTISTA RIVAROLA PAOLI.

COLECCIÓN LA GRAN HISTORIA DEL PARAGUAY, 2


© Editorial El Lector

Esta edición consta de 15 mil ejemplares

Asunción-Paraguay, 2010

 
 
 
 

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LA ECONOMIA COLONIAL

Por  JUAN BAUTISTA RIVAROLA PAOLI

COLECCIÓN: Tratado de Historia Económica del Paraguay.

Se acabó de imprimir el 12 de abril de 1986

en los Talleres gráficos de Editora Litocolor

 

 

 

 

 

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