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BLAS MANUEL GARAY (+)

  ESTABLECIMIENTO DE LOS JESUITAS EN EL PARAGUAY (Autor: BLAS GARAY)


ESTABLECIMIENTO DE LOS JESUITAS EN EL PARAGUAY (Autor: BLAS GARAY)

ESTABLECIMIENTO DE LOS JESUITAS EN EL PARAGUAY

Autor: BLAS GARAY

 
 
 
Sumario: Estado de la conquista al ser llamada la Compañía de Jesús.– Las encomiendas.– Escasez de religiosos.– Primeras cosechas espirituales de los jesuitas.– Circunstancias que favorecieron sus progresos.– Dificultad resultante de la lengua.– Medios que les valieron para la fundación de sus pueblos.– Decadencia de su fervor apostólico.– Dos periodos que pueden señalarse en la. historia de la Compañía en el Paraguay.
 
 
 
I
ESTABLECIMIENTO DE LOS JESUITAS EN EL PARAGUAY

Iba ya transcurrido medio siglo desde que, remontando Ayolas el río Paraguay, comenzó la conquista de este país al Rey de España y a la religión católica. Enconadas y sangrientas luchas habíanse sin interrupción sucedido desde entonces, ora contra los naturales, guaraníes y no guaraníes, mal avenidos con la extranjera dominación, ora entre los partidos en que muy pronto los españoles se dividieron. Por efecto de estas discordias intestinas, que no podían por menos de relajar la subordinación de los indígenas y alentarlos a que movieran sus armas contra el intruso; por causa del valor con que defendían su nativa libertad, y por el olvido y abandono completísimos en que dejó la corte a la nueva colonia, así que comprendió que no debía esperar de ella las montañas de oro que el pomposo nombre de Río de la Plata prometiese, y acaso también porque ya no quedaran capitanes del temple de los Irala y de los Garay, aquella conquista, bajo tan felices auspicios comenzada, poco menos se hallaba que en ruina irreparable. El gran talento administrativo de Irala habíale sugerido recursos con que proseguirla y medios para recompensar a sus esforzados compañeros en la institución de las encomiendas aprobadas después por el Rey; pero los censos que sobre los españoles pesaban eran muchos; la fatiga militar continua é inevitable; mezquino el provecho de las encomiendas, y grandes y estrechas las obligaciones a su usufructo anexas, por donde pronto llegó a faltar aun este aliciente para las empresas guerreras, pues si había quienes apeteciesen el servicio de los indios, era en muchos mayor el horror a los trabajos que costaba ganarle y conservarle, y no pocos le renunciaban en favor de la corona (2).
 
Dos clases existían de encomiendas: de yanaconas u originarios, y de mitayos. Componíanse las primeras de los pueblos sojuzgados por el esfuerzo individual, y los que las perteneciesen estaban obligados a cultivar las tierras de sus encomenderos, a cazar y a pescar para ellos. Parecíase su condición a la de los siervos, y el deber de trabajar para sus dueños no reconocía limitaciones de edad ni de sexo, ni ninguna otra que la voluntad de los amos, bien que la servidumbre fuese endulzada generalmente por la bondad de éstos, que tenían la obligación de protegerlos y de instruirlos en la religión cristiana, poniéndoles doctrinero a sus expensas, y carecían de facultad para venderlos, maltratarlos ni abandonarlos por mala conducta, enfermedad ó vejez.
 
Más apacible la situación de los mitayos, formados de tribus voluntariamente sometidas ó de las que lo eran por las armas reales. Cuando alguna entraba así en el dominio español, se la obligaba a designar el sitio en donde prefería establecerse, y sus miembros eran distribuidos en secciones sujetas a jefes de su propia elección y provistas de doctrineros, a quienes mantenían y por quienes se les inculcaban los rudimentos de la fe católica. Cada una de estas secciones constituía una encomienda mitaya, cuyo propietario tenía el derecho de hacer trabajar en su beneficio durante dos meses del año a los varones de diez y ocho a cincuenta, libres después de emplear a su placer todo el resto del tiempo. Unas y otras encomiendas eran anualmente visitadas por el jefe superior de la provincia para escuchar las quejas de los indios y poner remedio a los abusos que contra ellos se cometiesen (3).
 
Pero si no era floreciente el estado de la conquista material del territorio, eralo mucho menos el de la espiritual por la gran penuria de religiosos. Siete u ocho ciudades españolas había ya fundadas y cosa de cuarenta pueblos de indios, sin que hubiese para la cura de almas de grey tan dilatada más que veinte clérigos, incluso el Obispo, y de ellos solos dos que entendieran el idioma, los cuales, no obstante su diligencia y buen deseo, conseguían mezquina cosecha de neófitos (4). No es de extrañar, pues, que cuando en 1588 (5) llegaron por primera vez los jesuitas al Paraguay, fuese su advenimiento celebrado como dichosísimo suceso, y que la ciudad les costease la Iglesia y el Colegio.
 
Muy copiosos debieron de ser, a creer en los historiógrafos y cronistas de la Orden, los frutos recogidos por los primeros Padres que entraron en la provincia: millares de indígenas diariamente cedían a la persuasiva y cristiana palabra de los nuevos apóstoles, obrándose por virtud de sobrenatural milagro aquella transmisión y percepción de los más sublimes é intrincados dogmas de nuestro credo, sin que bastara a impedirla ni aun a dificultarla, no ya lo abstruso de éstos, ni siquiera la recíproca ignorancia de la lengua que unos y otros hablaban: tal prodigio fue, en aquellas épocas privilegiadas, frecuente, y abundan en relatos de él los historiadores de la familia de los Techo, Lozano, Guevara, Charlevoix y los misioneros autores de las que se publicaron entre las Cartas edificantes.
 
Pero para rebajar lo debido en estas entusiastas alabanzas y exageraciones de la obra propia, tenemos el sereno testimonio de la Historia. Y el hecho históricamente comprobado es que, a despecho de los triunfos que por los Padres y sus adeptos se han cantado, cuando en 1604 (6) el Padre Aquaviva, General de la Orden, creó la provincia del Paraguay, no existía dentro de la gobernación del mismo nombre pueblo ninguno que fuese resultado de los esfuerzos de los jesuitas; que los primeros que a su cargo tuvieron los fundaron los españoles antes de la entrada de la Compañía (7); que hasta 1614 no pudieron implantar ninguno más, y que, descontados los tres del Norte del Paraguay, hechos con el objeto de que sirviesen de tránsito para las misiones de Chiquitos, y, como todos, en gran parte con el auxilio secular (8), y los seis de San Borja (1690), San Lorenzo (1691), Santa Rosa (1698), San Juan (1698), Trinidad (1706) y San Angel (1707), que, como colonias respectivamente de Santo Tomé, Santa María la Mayor, Santa María de Fe, San Miguel, San Carlos y Concepción, no dieron más trabajo que el de transmigrar a otro sitio a los indios ya reducidos (9); quedan diez y nueve, los cuales, con una sola excepción, la de Jesús (1685), fueron todos establecidos en un período de veinte años, coincidiendo con circunstancias históricas que verosímilmente debieron ejercer en el ánimo de los recién convertidos, influencia más decisiva para que se redujesen a pueblos y acatasen el vasallaje español, que no la predicación de misioneros que en lengua extraña les hablaban ó que, si empleaban la propia de los naturales, era fuerza que se explicasen en ella con imperfección grandísima, no pocas veces fatal para el fin perseguido, sin que el uso de intérprete pudiera salvar el obstáculo, pues contra él existían iguales, si no mayores motivos, para que fuera ineficaz (10).
 
Más razonable y más conforme con la realidad es creer, si no se ha de admitir que por don providencial adquirieran los Padres tan perfecto conocimiento del idioma guaraní como no le tienen hoy los que le hablan desde la infancia, aun dedicándose a estudiarle en gramáticas y vocabularios; más razonable es, si tampoco ha de aceptarse que por virtud de la misma divina gracia concibieran súbitamente los indios ideas para sus inteligencias novísimas y para su civilización casi incomprensibles, buscar en la historia el por qué los jesuitas pudieron fundar en los comienzos de su empresa, cuando su número y sus recursos eran escasísimos, quince pueblos, y no pudieron añadir a la lista uno más (excepto el de Jesús) en ciento doce años (11), en los cuales llegaron al apogeo de su poder y adquirieron prosperidad sin ejemplar en ninguna de las misiones de ésta ni de parte alguna del mundo. Y es que en aquellos veinte años se señalan precisamente las más crueles y tenaces persecuciones de los portugueses de San Pablo (mamelucos ó paulistas), que no dieron punto de tranquilidad a los guaraníes y constantemente los acosaban para cautivarlos y llevarlos a vender por esclavos en el Brasil. Calcúlase en trescientos mil los que fueron arrebatados de este modo del Paraguay por los brasileños, protegidos en alguna ocasión por el mismo gobernador de la provincia (12).
 
Buscando en la concentración en grandes núcleos y en las armas españolas refugio y seguro contra quienes tan impíamente los atacaban (13), y ganados por los halagos de los Padres, que más que de prometerles la salud espiritual, curábanse de seducirlos con el ofrecimiento de comodidades y regalos materiales, fundáronse en tan breve plazo diez y ocho reducciones. Pero al mismo tiempo de venir a menos las energías de los paulistas, y coincidiendo con el nacimiento del imperio jesuítico, tuvieron término las fundaciones, y ciertamente no porque la Compañía fuera enemiga de extender sus conquistas; aunque tampoco cabe negar que su fervor apostólico se había por completo extinguido (14).
 
De 1746 a 1760 regístranse tres nuevos establecimientos en la parte septentrional del Paraguay, camino para las misiones de Chiquitos: los pueblos de San Joaquín, San Estanislao y Belén. Convencidos los Padres de que sus predicaciones no eran bastantes a mover el ánimo de los indígenas a abrazar la fe cristiana, discurrieron llegar al mismo resultado por el engaño; recurso sin duda indigno de la alteza del fin buscado, pero de eficacia práctica por la experiencia abonada. Empezaron entonces por mandar a los ka'agua y mbaja [1], a quienes deseaban catequizar, frecuentes regalos de animales y comestibles, siendo de ellos portadores indios ya instruidos y merecedores de toda confianza por su lealtad acreditada, los cuales encomiaban la bondad del régimen a que vivían sujetos y la solicitud y generosidad con que acudían a sus necesidades los Padres, en tal modo que no les era preciso trabajar para vivir. Cuando con estas embajadas tenían ya suficientemente preparado el terreno, el jesuita se presentaba al nuevo rebaño con buena escolta y abundante impedimenta de ganados y víveres de toda especie. Consumidas éstas, llegaban nuevas provisiones, y los que las traían íbanse quedando con diversos pretextos entre los salvajes, quienes ganados por la abundancia de la comida, por la dulzura con que los Padres los trataban y por el encanto de las músicas y fiestas, perdían toda desconfianza y miraban tranquilos la irrupción no interrumpida de guaraníes misionistas, cuyo número aumentaba diariamente. Así que era muy superior al de los indios silvestres, aquéllos circundaban a éstos, los aterrorizaban con las armas, y entonces les hacían comprender los Padres la necesidad de que en lo sucesivo trabajaran al igual de los demás para sustentarse. Pero como algunos mbaja [2] no se aviniesen a soportar aquella extorsión é incitaran a sus compañeros a rebelarse, los Padres desembarazáronse de ellos por un medio digno de que los bárbaros lo emplearan, mas no de misioneros cristianos. Hicieronles creer que los indios de Chiquitos, cediendo a los consejos de los jesuitas, ofrecían devolverles algunos prisioneros que en cierta sorpresa les habían cogido, para lo cual llevaron a los que los estorbaban a Chiquitos. Llegados al pueblo de Santo Corazón, fue su arribo muy celebrado; pero así que consiguieron separarlos y estaban tranquilos entregados al sueño, al toque de campana a media noche fueron todos atados y puestos en calabozos, de donde sólo salieron cuando los administradores que reemplazaron a los jesuitas les devolvieron la libertad (15).
 
Claro está que los indígenas, por naturaleza agradecidos, acababan siempre por preferir aquella vida sosegada, en que sus necesidades eran puntualmente satisfechas, y el trabajo, con ser grande, alternado con las fiestas y endulzado con los encantos de la música, a la que tenían pronunciada afición, a su estado anterior, y no pocas veces el encono de la violencia hecha a sus voluntades para atraerlos a él, cedía su sitio al afecto que los jesuitas, no obstante la crueldad salvaje con que castigaban las faltas de sus súbditos, sabían inspirarles; afecto de que la historia de estas misiones ofrece edificantes ejemplos. Además, los Padres no cesaban de exagerar los sufrimientos de los que por no avenirse a entrar bajo su dominio eran encomendados, y los indígenas llegaban de esta manera a creerse muy favorecidos por el cambio, sin advertir que con otro nombre pesaba sobre ellos una encomienda yanacona severísima, cuando aquéllos cuya suerte les parecía tan triste sólo eran mitayos y conocían las dulzuras de la libertad y eran dueños de la mayor parte del fruto de sus esfuerzos.
 
 
***
 
 
Dos períodos notablemente distintos deben señalarse en la historia de la Compañía de Jesús en el Paraguay: el primitivo, en que echaron los Padres los cimientos de su futura república, corriendo grandes riesgos, bien que la fuerza de las armas fuera siempre detrás para protegerlos; soportando toda clase de penalidades sin más recompensa que la satisfacción de aumentar el rebaño cristiano; mirando sólo al bien espiritual y no buscando mejorías de que copiosamente no participaran los catecúmenos; dedicados al servicio de Dios y de la religión, sin propósito ninguno de medro personal; rodeados del cariño popular, porque respetaban los ajenos derechos y el poderío aún no los había ensoberbecido. Pero a la vuelta de algunos años, y a la par que crecieron sus progresos, cambiaron los jesuitas de conducta: los que fueron en un principio humildes y abnegados misioneros, tornáronse ambiciosos dominadores de pueblos, que poco a poco sacudieron todas las naturales dependencias en que debían estar sujetos; afanáronse por acaparar riquezas materiales en menoscabo de su misión cristiana y civilizadora; persiguieron a los que intentaron poner coto a sus abusos ó quisieron combatir su influencia; se hicieron dueños de las voluntades de los gobernadores y de los obispos, ya porque éstos les debían su nombramiento, ya porque el cohecho y la promesa de pingües ganancias se los hacían devotos, y convirtieron su república en una inmensa sociedad colectiva de producción, arruinando, amparados en los grandes privilegios que supieron obtener, a la provincia del Paraguay, a cuyos beneméritos pobladores debían reconocimiento por muchos conceptos. El último período será el que yo esboce ahora brevemente, y principalmente considerado desde el punto de vista de la organización económica, que en él tuvo pleno desarrollo.
 
 

NOTAS

2- Trelles, Revista del Archivo general de Buenos Aires, I, 123.
 
3- Sobre el servicio personal de los indios, su reglamentación y las opiniones diversas de que fue objeto, véase a Solórzano, Política indiana (encomenderos, encomiendas, indios, mitas, servicios, yanaconas); Montoya, Conquista espiritual (1892), págs. 36 y 20; Azara, Descripción é historia del Paraguay (1847), I, 252; Memorias, 113, y Viajes (1846), 195; Alvear, Relación geográfica é histórica de la provincia de Misiones, 51; Gay, Republica jesuitica do Paraguay (en la Revista do Instituto historico do Brasil, tomo XXVI), 45; Moussy, Mémoire historique sur la décadence et Ia ruine des Missions des jesuites (1864), 4...
 
4- Azara, Descrip., I, 161; Viajes, 196; Moussy, Mém., 5. La escasez de sacerdotes fue cosa de siempre, aunque en la carta del Padre Bárcena, datada a 8 de Septiembre de 1594, se le haga decir, indudablemente por error, «agora estamos en la Asuncion 514 sacerdotes y un hermano.» (Relaciones geográficas de Indias, II, LXIX.)
 
5- No están de acuerdo los autores sobre la fecha en que por primera vez entraron los jesuitas en el Paraguay; pero parece más aceptable la que doy, siguiendo a Lozano, Historia de la Compañía de Jesús en la provincia del Paraguay, tomo I; Charlevoix, Histoire du Paraguay, I 292; Guevara, Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán (1891); 348 Gay, ob. cit., 241; Alvear, id., 34 y el mismo Techo. El permiso para que la Compañía estableciera misiones en el Tucumán y Paraguay, lo otorgó Felipe II en 1579. (Bravo, Colección de documentos relativos á la expulsión de los jesuitas, LXXIX.)
 
6- Lozano, ob. cit., I.
 
7- Loreto, San Ignacio Mirí, Santa María de Fe y Santiago, eran de fundación genuinamente española; San Ignacio Guazú, Itapúa y Corpus, de establecimiento posterior, fueron formados con indios ya sometidos por los conquistadores seculares, por lo cual estaban, como aquéllos, sujetos a encomiendas. (Azara, Descrip., I, 269 y 277; Viajes, 203 y 207; Gay, ob. cit. 362.)
 
8- Los jesuitas, aunque haya quien pretenda lo contrario, no se aventuraban sin defensa entre los indios no convertidos. Llevaban siempre consigo buena escolta, como lo confiesa el P. Montoya (Memorial á S. M. en 1642, en Trelles, Revista de la Biblioteca pública de Buenos Aires, III, 239). Así lo dicen también expresa ó tácitamente la mayoría de los autores. (Véase Alvear, ob. cit., 38.)
 
9- Azara, Viajes, 215; Descrip., I, 290; Gay, ob. cit., 363.
 
10- Escribe Anglés en su informe sobre los jesuitas: «Una de las razones muy ciertas de que se origina la mala enseñanza y poco aprovechamiento en el Cristianismo, que tienen los Indios de las dichas Misiones, es la de que se les ponen por Curas, por lo más comun, sujetos de España, que los traen ya Sacerdotes, los quales nunca pueden hablar aun con mediana perfeccion la lengua Guarani, porque tiene tantas y tan difíciles guturaciones, que solo el que nace donde se habla, la puede dar buen expediente; y aunque esta lengua es general en todo el Paraguay, confiesan aquellos naturales, que muchas palabras no las pueden pronunciar perfectamente como los Indios, y en el más ó menos, que discrepe la articulacion, tiene gran diversidad de significados...» (Anglés, Los jesuitas en el Paraguay, 46.) Y también cuenta Azara: «Dicen los que han reemplazado á los padres que habia poco fondo de religion, y no es extraño, cuando dicen los mismos indios que tuvieron pocos curas jesuitas capaces de predicar el Evangelio en guaraní. Aun en el Paraguay, donde cuasi no se habla sino el guaraní, sólo he hallado dos eclesiásticos que se atreviesen á predicar en dicha lengua, confesando el mucho trabajo que les costaba. Ni bastaba uno ó dos padres para pueblos en que habia de seis y ocho mil almas...» (Descrip., l, 285.)
 
No pasó desapercibida a la Corte la dificultad gravísima por el idioma engendrada, y para remediarla ordenó S. M. al gobernador del Paraguay en Real cédula de 7 de Julio de 1596: «Porque se ha entendido que en la mejor y mas perfecta lengua de los indios no se pueden explicar bien ni con su propiedad los misterios de la fée, sino con grandes absonos y imperfecciones... os mando que con la mejor orden que se pudiere y que á los indios sea de menos molestia, y sin costa suya, hagais poner maestros para los que voluntariamente quisieren aprender la lengua castellana, que esto parece podrian hacer bien los sacristanes, así como en estos reinos en las aldeas enseñan á leer y escribir y la doctrina; y ansi mismo terneis muy particular cuidado de procurar se guarde lo que está mandado cerca de que no se provean los curatos si no fuere en personas que sepan muy bien la lengua de los indios que hubieren de enseñar, que esta como cosa de tanta obligacion y escrúpulo es lo que principalmente os encargo por lo que toca á la buena instruccion y cristiandad de los indios...» (Trelles, Rev. Arch., I, 82. Es la ley XVIII, tít. I, lib. VI de la Recopilación de Indias.)
 
Por eso el consejero D. Antonio Alvarez de Abreu, en un informe dado a D. José Patiño a 7 de Octubre de 1735, decía, quejándose de que, como hiciera notar el pesquisidor D. Juan Vázquez de Agüero, los jesuitas mantuvieran a los guaraníes en la ignorancia de toda otra lengua que la suya natural, que no era posible que hubiesen «dexado de advertir el inconveniente de no poder explicarles los Misterios en aquel idioma sin cometer grandes disonancias é imperfecciones.» (Archivo general de Indias, est. 124, caj. 1, leg. 9.)
 
11- En el ya citado informe de Alvarez Abreu se lee, refiriéndose a los que en carta de 16 de Mayo de 1735 dio Agüero: «No es menos digno de reparo que teniendo estas Misiones 22 Pueblos en el año de 1677 en que se consideró un peso por vía de tributo, á cada Indio, en señal del señorio y vasallaxe; no hayan los Padres en 52 años que han corrido, adelantado mas que ocho Pueblos: y lo que es mas, que desde el año de 1718, en que han sido mas frequentes y numerosas las Misiones que han pasado, no se haya aumentado Pueblo alguno, sobre los 30 que entonces tenian, siendo asi que ni aquellos 8 se formaron de nuevas reclusiones, sino de los primeros fundados: de que se infiere que los Padres han olbidado el oficio de Misioneros, resfriandose en la vocacion, y que estan bien hallados con el de Curas doctrineros, en que sin fatiga, disfrutan los esquilmos del rebaño, que mantienen con los pastos y postpastos, sin pensar en adelantarlos con nuevas conquistas espirituales, como son obligados, no estimulandoles, para volver sobre su obligacion, los travajos que padecen la Provincia del Tucuman y la ciudad de Santa Fee con las correrías que hacen sobre estos Pueblos españoles los Indios infieles, que estan a punto de despoblarse.»
 
12- Me refiero a D. Luis de Céspedes Xeria, a quien los jesuitas acusaban de haber vendido su inacción a los mamelucos. Véanse la representación que contra él dirigió a S. M. el P. Francisco Crespo, Procurador de la Compañía en Madrid, y la información hecha sobre lo mismo por mandado del P. Francisco Vázquez Truxillo, Provincial del Tucumán y Paraguay (Bravo, Atlas de cartas geográficas, 33 y 34).
 
13- Que a esta circunstancia debe la Compañía el éxito de sus primeros pasos, lo reconocen todos los escritores más imparciales y autorizados. Véase a Azara, Viajes, 204, y Descrip., I, 270; Moussy, ob. cit., 7; Gay, ob. cit., 370. Este último dice: «Dejan entender los mismos jesuitas en sus escritos que el mal trato que los españoles daban á los indios de sus encomiendas y las guerras incesantes entre las tribus salvajes les suministraron innumerables neófitos». (371)
 
14- Con efecto, hicieron después los jesuitas algunas tentativas de reducción en el Chaco y fuera de él; mas para desistir y abandonarlas a las primeras dificultades. (Azara, Descrip., I, 289; Cadell, Historia de las Misiones en el Japón y Paraguay, 376; Alvear, ob. cit., 72. Véase en Trelles, Anexos a la, Memoria sobre límites, 15, un documento sobre estos estériles conatos de nuevas fundaciones.) Y como se hiciera ya su indiferencia muy reparable, exhortábanlos sus Provinciales, aunque sin fruto, a que algo intentaran. «Es que en essa provincia, decía el Padre Gregorio de Horozco a 6 de Febrero de 1689 (MS. de la Biblioteca Nacional de Madrid. S - 342.), ha desmayado mucho el zelo dellas (de las nuevas conversiones), en que tanto señalaron los primeros Padres, y antiguos Misioneros, y que lo que se haze es poquissimo, y casi se reduze á aparentes acometimientos, y complimiento para escusa la nota de los que veen tantos sujetos conducidos de Europa a expensas del Rey para la conversion de los infieles, cuyas varias naciones viven conterminas a essa Provincia. Aunque parece mayor la ponderacion y encarecimiento, que la falta, fundamento tenemos para temer, que no es poca la que en esto ay. Ruego a V. R. por la sangre de Jesuchristo derramada por estas almas, que no permita se pierdan tantas, afervorizando a los Nuestros, para que no hagan menos que los Antiguos, quando son sin comparacion mas.»
 
15- Azara, Viajes, 204; Descrip., I, 270; Gay, ob. cit., 375. Este sistema teníanlo ensayado desde 1724, que lo aplicaron para acrecentar la población de Santa María de Fe. «Habrá unos ocho, ó nueve años, escribía Anglés en 1731, que el Padre Joseph Pons, y el Padre Felix Villa Garcia sacaron de unos parages de los montes unas quatrocientas familias de indios Tarumas, ó Monteses con unos engaños y estratagemas bien estrañas; y habiendolas llevado contra su voluntad al Pueblo de Santa Maria, ó nuestra Señora de Fé, y conocido los tales Indios el mal estilo, modo, y rigor de los tales Padres, escaparon los mas de ellos, y se han buelto á su gentilidad, y no quieren oir, ni aun el nombre de los Padres, ni el de los Cristianos.» (Ob. cit., 68. Véase también Azara, Descripción, I, 272.)
 

NOTAS DE LA EDICION DIGITAL

1] ka'agua y mbaja, en grafía moderna. En el original se lee caaiguaes y mbayaes. Además los sustantivos guaraníes no se pluralizan del modo español, sino agregándole el vocablo "kuera", que significa "esos" o "los".
 
2] mbaja, en grafía moderna. En el original: mbayaes.
 
 


Autor: BLAS GARAY

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