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JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO

  MANCUELLO Y LA PERDIZ EN LA NARRATIVA PARAGUAYA CONTEMPORÁNEA - Ensayo de JOSÉ VICENTE PEIRÓ - MARZO 2015


MANCUELLO Y LA PERDIZ EN LA NARRATIVA PARAGUAYA CONTEMPORÁNEA - Ensayo de JOSÉ VICENTE PEIRÓ - MARZO 2015

MANCUELLO Y LA PERDIZ

EN LA NARRATIVA PARAGUAYA CONTEMPORÁNEA

 

Ensayo de JOSÉ VICENTE PEIRÓ



Aunque esta novela de Carlos Villagra Marsal puede dar cuenta del anacronismo temático en que se encuentra la narrativa paraguaya en 1965 en relación con las corrientes vigentes en el resto de la literatura hispanoamericana, posee un carácter innovador en el contexto literario del Paraguay. Si examinamos las obras que se habían publicado hasta esa fecha dentro de las fronteras del país, es patente el predominio de la perspectiva del realismo objetivo y del naturalismo decimonónicos, salvo algunas excepciones como Los cuervos de Icaria, donde la narración queda sometida a la fotografía de lo ocurrido y a la presencia de aspectos de la sociedad. La leyenda oral se reproducía con una intención folklórica,

de afirmación nacional, sin recreación posible en una variante plenamente literaria culta. Mancuello y la perdiz se debate en la lucha entre regionalismo y universalidad ante esta tesitura. Afirma la corriente nativista narcisista que evade toda alusión al entorno humano y social por la vía del exotismo o del irrealismo, rompiendo por medio del lirismo con la vertiente tradicional costumbrista que soslaya el planteamiento crítico de los hechos focalizados con perspectiva realista, acontecimiento inusual en la narrativa paraguaya hasta la época.

El caso de Gabriel Casaccia es significativo en este sentido. Compone sus obras entre 1928 y 1980, el año de su fallecimiento, y junto a Roa Bastos se le considera como el gran innovador de la novela en Paraguay, y quien la hizo evolucionar hasta presupuestos estéticos más actualizados a la modernidad. Sin embargo, Casaccia reconoce que fue muy influido por Dostoievski, Pío Baroja y en los monólogos interiores por Proust1. En 1965 las influencias que reciben los autores paraguayos no están acordes con las innovaciones de la literatura hispanoamericana de esos años. Así, las nuevas vertientes y procedimientos narrativos de este siglo van llegando a la narrativa paraguaya con bastante retraso, lo que no tiene que ver con la calidad intrínseca de las obras. La escasa sedimentación literaria del país y su autarquía cultural, la mediterraneidad tan aludida, es un hecho constatable. Sin embargo, retraso no debe de tener connotaciones peyorativas, porque es necesario situar cada hecho literario en el contexto en que se produce.

Mancuello y la perdiz nace aproximadamente tres años después que La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa y que Rayuela de Julio Cortázar. En 1965 Borges era una figura cultural universal; Juan Rulfo había escrito Pedro Páramo diez años antes; y sólo dos años después Gabriel García Márquez publica su obra maestra Cien años de soledad. Estamos en el contexto del boom hispanoamericano, mientras en Paraguay se están escribiendo las primeras novelas modernas. El virtual anacronismo, acorde con la situación real de la narrativa del país en esta época, es evidente cuando observamos que algunos de los procedimientos de la obra, innovadores en la narrativa paraguaya, se corresponden y aparecen en novelas del primer tercio y mitad del siglo XX, empleados por Ricardo Güiraldes en Don Segundo Sombra, Rómulo Gallegos y Ciro Alegría, entre otros autores.

Pero situando Mancuello y la perdiz en el contexto del país en que nace, en 1965 no habían sido fijados demasiados relatos del folklore paraguayo con cuidado literario. No se puede considerar un trabajo lírico como el de Villagra las fijaciones textuales de Narciso R. Colman, entre otros: eran transcripciones testimoniales más etnológicas que literarias. Carlos Villagra Marsal busca la estructura narrativa ordenada, y atestigua su voluntad de autoría, de recreación personal y no simplemente de reproducción literal de lo folklórico. Proyecta la palabra guaraní en el discurso e indaga en la experimentación en búsqueda de su inserción en el texto, superando la forma en que anteriormente lo habían hecho en sus relatos otros escritores paraguayos como Julio Correa, Augusto Roa Bastos y Natalicio González, por citar algunos ejemplos. Horacio Quiroga y Roa Bastos incluían una explicación del significado del término guaraní. Villagra profundiza en estos procedimientos, pero también juega con la reversión del habla paraguaya mezclando los significados guaraníes con significantes castellanos, hasta producir la ruptura del significado literal original que recupera la esencia de las palabras que crean un nuevo concepto en una lengua polisintética y aglutinante a la vez como es el guaraní, como respuesta a la subyugación de la palabra guaraní al discurso en castellano de las obras de dichos autores. Así, Mancuello y la perdiz transmite la palabra oral y viva, como José María Arguedas en Perú, en el campo de la narración que se inspira en lo popular. Transforma la épica popular del patrimonio colectivo del pueblo paraguayo en hecho literario personal, reclamando así el status del subjetivismo para la leyenda donde no existe el ego del escritor, sino el imaginario colectivo. Así, si la novela hispanoamericana de la tierra entró en definitiva decadencia después de Rómulo Gallegos, el escenario rural sigue presente en la narrativa posterior a la novela criolla, sobre todo en la novela indigenista, con Icaza y Ciro Alegría, y luego con Asturias y Arguedas, y en Paraguay, Mancuello y la perdiz es un ejemplo de la preponderancia de lo rural sobre lo urbano en la narrativa nacional de los años sesenta; una carta de identificación del estado de una nación donde pugnaban por un espacio el campo y la ciudad.

El autor sublima el relato tradicional y le da una adaptación culta desconocida entonces en la narrativa paraguaya, con la excepción de algunas incursiones de Teresa Lamas, Goycoechea Menéndez y otros. Pero no por ello abandona y deja de profundizar en el discurso y en la palabra del pueblo, aunque transgreda las normas de verosimilitud en la adecuación del lenguaje poético a los personajes. En este sentido, Carlos Villagra aporta elementos nuevos a la narrativa paraguaya, y no sólo lingüísticos. Consolida la estructura simétrica ordenada en la narración, inexistente hasta Gabriel Casaccia, y advierte a sus contemporáneos de la posibilidad de encontrar argumentos válidos para la obra culta en la rica tradición oral del Paraguay. Si por un lado Mancuello y la perdiz atestigua la carencia de actualización técnica y la limitación temática al mundo local de la narrativa paraguaya, por otro supone intrafronteras un paso hacia la consolidación de la idea de la necesidad de encontrar nuevas vertientes formales de expresión que rompan con el realismo objetivo, que comenzarán a expandirse durante los años ochenta. Así, la obra supone algo más que la recuperación de un relato folklórico: es la reivindicación de la búsqueda de nuevos procedimientos que ayuden a superar el aislamiento de la narrativa paraguaya partiendo desde el nativismo y la reivindicación de la cultura popular.

Por tanto, la labor de Carlos Villagra Marsal, tanto la editorial como la de autor, confirma el gran trabajo de un hombre que ha dedicado su vida a la literatura en un círculo cerrado para ella como es el Paraguay. Aunque sus novedades se restringen al ámbito de la narrativa de su país, la experimentación con la palabra viva anuncia la presunción de la necesidad de buscar nuevas formas de expresión autóctonas. Es una aportación que se sitúa como centro de tránsito hacia la necesaria renovación de la narrativa paraguaya que se gestará unos años después.


1 El monólogo interior de los personajes se perpetúa en Paraguay en las obras de Casaccia. Antes sólo hubo aproximaciones aisladas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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SEP DIGITAL - NÚMERO 7 - AÑO 2 - MARZO 2015

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

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