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BERNARDO NERI FARINA

  PETIT (MUERTE DE ROBERTO L. PETIT, 1954) - Versión novelada de BERNARDO NERI FARINA


PETIT (MUERTE DE ROBERTO L. PETIT, 1954) - Versión novelada de BERNARDO NERI FARINA

PETIT

(Versión novelada de BERNARDO NERI FARINA

sobre la muerte de ROBERTO L. PETIT

el 4 de mayo de 1954)

 

 

Nadie cae del poder por sentirse débil,

sino porque se cree demasiado fuerte.

Roberto L. Petit

 

1

Qué absurdo, Roberto. Por qué te trajeron así. Anoche estabas espléndido con tu impecable traje borravino a cuadritos. Si disfrutamos como siempre de tu inteligencia aguda, de tu humor despejado y tu con-versación plácida en esa cena con tu novia y la mía.

Vos sabes que Mamacha y yo te tenemos un cariño que asciende hasta el grado de veneración. Sos para nosotros como un hermano mayor sabio y protector.

Qué le voy a decir a Loli, que anoche en LA PREFERIDA casi no comió porque prefería comerte a vos con la mirada, con ese amor a torrentes que se le escapaba por los ojos. Te contemplaba animosa, como si fue ras una deidad corporizada y encima exclusivamente suya. Qué pasará con sus planes de matrimonio repetidamente pospuestos porque vos siempre estás demasiado ocupado en la gente que busca tu ayuda. Vamos, Roberto, recordó que te decía con expresión pícara y graciosa que yo no quiero ser tu novia eterna, señor político. Mira, Enrique y Mamacha son más jóvenes que nosotros, hace menos tiempo que son novios y se van a casar antes.

Cómo le voy a explicar esto al doctor Böettner, el papá de Loli, que comenta orgulloso a quien quisiera escucharle que el joven más brillante de su generación va a ser pronto su yerno, y que sus nietos tendrán tu porte y tu talento. Él es todo un ministro, pero cuando habla de vos lo hace con tono paternal, el mismo que utilizaría, con su acento francés, don Gastón, tu padre, si todavía viviera.

Cómo te voy a presentar así a tu mamá, Roberto. Vos sabés que a ella nunca le gustó que fueras político; que sufrió lo indecible en el 47, cuando caíste prisionero de los revolucionarios allá por Fernando de la Mora, pero aceptó tu carrera con resignación. No sabes cómo lloró de angustia cuando te nombraron jefe de Policía, un cargo que no te cuadra porque vos estás para otras cosas.

Ya imagino la reacción de Adolfina, de Rubí, de Enriqueta, tus hermanas que te miman tanto. De tu hermano Carlos, que admira tu ascendencia sobre los mayores pese a tu juventud.

Y nuestro Cerro Porteño. Nuestro club querido. Vos sos su vicepresidente y este año vamos a ser campeones cueste lo que cueste. No podes faltar a la fiesta.

 

2

Enero de 1954. La tensión entre la junta de gobierno del Partido Colorado y el presidente de la República del Paraguay, Federico Chaves, se había agudizado. El viejo caudillo estaba perdido en el caos. Las riendas del poder se le estaban yendo de las manos sin que él tratara de revertir las cosas, pues todavía se sentía poderoso en su Gobierno. Su amante, Isabelita Vallejos, era el pívot sobre el cual giraban los negocios, mientras el mercado negro florecía en medio del desabastecimiento y la miseria que asolaban al país.

Pocos trabajaban. Nadie producía. Unos querían aprovechar la anarquía para atrapar algún filón. Otros, que no tenían acceso directo al círculo palaciego, conspiraban con un ahínco digno de mejor causa.

El 4 de enero se reunió la junta de gobierno del Partido Colorado con la participación del propio don Federico. El presidente del organismo, Guillermo Enciso Velloso, pidió explicaciones respecto a la actitud de Rosa Agustín González, quien alegando preparativos en defensa del gobierno de Chaves, estaba introduciendo camiones con civiles armados pertenecientes a la seccional de Luque en la División de Caballería, con anuencia del comandante de la unidad, teniente coronel Néstor Ferreira.

Don Federico negó ante los presentes que hubiera preparativos para su supuesta defensa y que existiera posibilidad alguna de golpe contra su Gobierno.

Fabio Da Silva expuso claramente lo que se decía en la calle: Epifanio Méndez Fleitas está conspirando contra el presidente de la República. Epifanio se levantó irritado e hizo un largo discurso. Desmintió que estuviera maniobrando y, en cambio, declaró que tenía la información cierta de que el comandante Néstor Ferreira había exigido su destitución como presidente del Banco Central, además de las cabezas de Enciso Velloso y Tomás Romero Pereira, como ministros, y la del comandante Lopez Martínez, jefe de Policía. Detalló una conversación que tuvo tres días atrás con Ferreira en su unidad, por iniciativa del teniente coronel Ortega, ocasión en que ambos se dijeron todo lo que hacía tiempo querían decirse. Aquella conversación terminó muy encrespada. Epifanio fue contundente ante los miembros de la junta.

-Además de los antecedentes políticos que como jefe de Policía me tocó enfrentar en su oportunidad, también hay un montón de cosas que desde la administración del Banco Central me ha llevado a ingratas comprobaciones; y es ese montón de cosas lo que ha suscitado la confabulación de los enemigos. Yo dejaré tranquilo el cargo, que es lo de menos, pero me consideraré en el deber de decir, en su hora, cómo se ha gestado desde intereses miserables esto que jamás existió ni existirá: la conspiración de Epifanio Méndez contra el gobierno del presidente Chaves.

Pese a que todos en esa reunión dieron fe de que no había enfrentamientos ni conspiración, y por encima de la declaración de apoyo explícito y por escrito al presidente Chaves por parte de la junta de gobierno, las nubes de tormenta ya habían pasado de ser una simple amenaza.

El 6 de enero, don Federico, desdiciendo lo que se había manifestado en la reunión de dos días antes y certificando la denuncia de Méndez Fleitas, sacudió su gabinete y de un solo manotazo expulsó del mismo a Guillermo Enciso Velloso, ministro de Hacienda y presidente del partido; a Tomás Romero Pereira, ministro del Interior y vicepresidente del partido, y a Epifanio Méndez Fleitas, presidente del Banco Central y uno de los dirigentes más poderosos del partido. Gobierno y partido estaban definitivamente plantados uno contra otro. Y para cuidarse las espaldas, el Presidente terminó destituyendo también al jefe de Policía, teniente coronel Esteban López Martínez, un militar demasiado cercano a Epifanio Méndez.

Dentro del tembladeral político, don Federico sentía la seguridad de tener de su lado al comandante Ferreira.

-No se preocupe, señor Presidente. Nadie le va a tocar a usted. Los jinetes le vamos a defender. Además, contamos con el apoyo incondicional de los milicianos colorados de Luque, esos que están dirigidos por Rosa Agustín González. Usted sabe que don Rosa es enemigo acérrimo de Epifanio y le va a pelear cuando sea, donde sea y como sea. -¿Y Stroessner? Qué hacemos con Stroessner, Ferreira.

-Ese gringo no se va a atrever nunca contra la Caballería, don Federico. Ore ko luna la estatuto ápe, karai Presidente. Nosotros marcamos las pautas. Yo no le temo a Stroessner.

-Stroessner es comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, Ferrei-ra. No lo olvide.

-Pero que se joda, don Federico. Yo voy a hacer lo que quiera en mi unidad. Y si eso le molesta al Rubio, que venga, si se anima. A patadas le voy a sacar.

-No se jacte demasiado. Él es un General callado pero muy astuto, Ferreira. Tiene su gente.

-Yo también tengo mi gente, señor Presidente. A pesar de que casi todos mis oficiales son muy jóvenes, gozan de mi confianza y sé que se van a jugar por mí, por su comandante. Al único a quien tengo siempre bajo mi vista es al mayor Virgilio Candia, el comandante del Regimiento 3. Ese es amigo de Epifanio y para mí que también se entiende con el ge-neral Díaz de Vivar y con el coronel García de Zúñiga.

 

3

-Pero, don Federico, yo no me veo en el papel de jefe de Policía. Soy abogado, me gusta más trabajar con los jóvenes del partido. No me voy a sentir cómodo ahí.

-Roberto, vos sos como un hijo para mí. Es muy importante para el Gobierno que alguien de mi más absoluta confianza asuma el cargo. Por algo ya le quité de ahí a López Martínez. Con Ferreira en la Caballería y contigo en la Policía, puedo estar tranquilo. Vamos a armar con lo más moderno a tus agentes para que vigilen bien la capital. Hay demasiados rumores de alzamiento y desconfío de todos. Especialmente de Epifanio, quien a pesar de haberse ido a su estancia en San Solano luego de que le quité del Banco Central, yo sé que en algún momento va a reaparecer. Él no se va a quedar quieto. Para más es muy amigo de Stroessner.

-Voy a aceptar el cargo, don Federico, con la condición de que sea sólo por un tiempo breve hasta que se tranquilice la cosa. Le solicito también su autorización con el fin de ubicar conmigo a gente que yo conozco para que me ayude.

-Desde luego. Esto va a ser breve y podés traer la gente que quieras. Acordate que fui electo el año pasado. Mi gobierno va hasta el 58, y tengo otros planes muy importantes para vos, Roberto.

-Me gustaría contar con el comisario Ramón Caballero Zavala como subjefe. Es un hombre de gran experiencia, que es justamente lo que yo no tengo, y además una persona a la que conozco bien.

-Ya te dije que lleves a quien desees llevar. Y te pido otra cosa más. Cuidate del comandante Ortega. El Batallón 40, bajo su mando, me da mala espina.

-Don Federico... Mario B. Ortega pues es de los nuestros. Mi amigo. Poeta, profesor de literatura, bohemio. ¿Cómo va a desconfiar de él? -Acordate de una cosa, Roberto. Y te lo digo como viejo conspirador que fui: cuando la cuestión política está muy caliente, jamás dejes que tu seguridad respecto al sentimiento de alguien aligere tu vigilancia sobre ese alguien.

-¿Eso quiere decir también que usted me hará vigilar a mí?

-Te repito que vos sos como mi hijo. Contigo la cosa es diferente.

 

4

Lunes 3 de mayo. El general Alfredo Stroessner volvió de Paraguarí, donde había permanecido el sábado y el domingo en el cuartel de la Artillería. Quedó estupefacto ante la noticia de que el teniente coronel Ferreira había destituido al mayor Virgilio Candia de su cargo de comandante del Regimiento 3 de Caballería.

-Este Ferreira ya me tiene harto. Es un insubordinado, destituye a gente sin comunicarme, me llena su cuartel de civiles colorados, habla con el Presidente por sobre mi autoridad. Tengo que detener su soberbia antes que sea tarde.

Pensó, a la vez, que demasiado tiempo había aguantado ya la anarquía que reinaba en todo el país y que ahora amenazaba a su propia jurisdicción castrense. Lleno de furia y decidido a hacerse escuchar e imponerse finalmente, llegó a la residencia presidencial donde encaró al presidente Chaves.

-El comandante Ferreira sobrepasó mi autoridad al destituir a Candía. ¿Estaba usted enterado de eso, señor Presidente?

-Mire, General, tenemos informantes civiles que nos aseguran que el mayor Candia estaba conspirando.

-Pero el mayor Candia fue nombrado por orden general del Comando en jefe. No puede ser destituido sin mi consentimiento. -Acuérdese, General, que constitucionalmente yo soy el Comandante en Jefe.

-Pero también constitucionalmente yo soy su Comando delegado y se me debe respetar. Acepto que eventualmente hable usted en forma directa con los subalternos, pero no que lo haga en forma sistemática. -No se sulfure, General.

-Ferreira, ante mí, se encuentra en estado de insubordinación y además quiero saber por qué ha convertido a la Caballería en un centro político con toda esa gente de Rosa Agustín González metida ahí.

En eso sonó el teléfono en el despacho presidencial. Don Federico atendió y tras un breve cuchicheo, le pasó el tubo a Stroessner.

-Es el comandante Ferreira.

-Ferreira, le ordeno que se presente inmediatamente en el Comando en jefe.

Al otro lado de la línea, el comandante de la Caballería respondió con sequedad.

-Lo siento, mi General, estoy muy atareado y no tengo tiempo.

La realidad acababa de ser determinada. Stroessner se despidió de don Federico como quien lo hace de alguien a quien le leyó una sentencia definitiva. Se fue al Comando en Jefe y comenzó a preparar sus fuerzas. Si no actuaba rápido, su cabeza no tardaría en rodar. Los enemigos se sentían fuertes y esa mala lectura de los acontecimientos de parte de ellos había que aprovecharla. Aquellos enemigos no sabían que él, el general Alfredo Stroessner, era también fuerte. Muy fuerte.

 

5

Martes 4 de mayo. A la mañana, el presidente Chaves le comunicó telefónicamente al general Stroessner que Ferreira había apresado también al teniente Echauri y le pidió que se presentara a la Caballería en su condición de comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas para resolver las cuestiones pendientes con el comandante de aquella unidad. La respuesta de Stroessner fue violenta.

-Conviene, señor Presidente, que nos demos nuestro lugar. Es él, el teniente coronel Ferreira, como comandante de la DC l, quien debe concurrir al Comando en Jefe para aclarar lo que deba aclarar. Exijo el debido respeto a mi investidura. Las cosas han llegado a un punto intolerable, don Federico.

Y cortó abruptamente dejando flotar en el aire el nombre del Presidente, que él generalmente no utilizaba en su comunicación personal con el primer mandatario. A Stroessner le gustaba emplear el ritualismo circunspecto en sus relaciones oficiales, y aquel llamativo "don Federico" que sustituyó al habitual "señor Presidente" de los diálogos formales, semejaba demasiado a un mensaje inconsciente.

Repuesto de su ira, el General siguió disponiendo cuidadosamente sus piezas militares, que se desplegarían en cualquier momento. La hora de la verdad estaba cada vez más cerca y no podía dejar nada confiado al albur. Había que frenar ese desorden. Definitivamente. Lo sentía por don Federico. No era mala persona, pero ya no estaba en condiciones de manejar la situación. El bisturí estaba listo para la cirugía.

Su decisión de usar la fuerza para poner fin al caos que se generaba en el Gobierno respondía exclusivamente a una cuestión militar. No le importaba lo que sobreviniera luego políticamente con tal que no fuera afectado su mando en las fuerzas armadas. Los dirigentes del Partido Colorado debían asumir las consecuencias de lo que sucedería, pero para encauzar al país. Los políticos, con lo suyo. Él, con los militares.

Ahora, si los políticos no fueren capaces de mantener el orden en el país, ya sería otra cosa. No se podía vivir en un clima de indisciplina constante. Para Stroessner, el Paraguay debía ser como un cuartel. Ni más ni menos. Con alguien que mandara y con los demás que obedecieran. Así, las cosas serían más simples y todo resultaría más fácil.

Al caer la tarde, el comandante Ferreira, cediendo ante los consejos de otros jefes castrenses, se presentó en el Comando en jefe. Pero no lo hizo tan pacíficamente.

-Deben saber, señores, que si no vuelvo a mi unidad para las 21:45, las tropas de la Primera División de Caballería atacarán Asunción. He dejado expresas instrucciones al respecto al teniente coronel Godoy.

Stroessner, entonces, se jugó totalmente y con sus cartas ganadoras. Apresó a Ferreira, pese a sus amenazas, y antes de que la Caballería saliera de Campo Grande, sacó al Batallón 40 para batir al principal bastión que tenía el gobierno de Federico Chaves en la capital: la Policía. Des-pués disuadiría al comandante Godoy, por diversos medios, para que los jinetes permanecieran quietos en su cuartel.

 

6

Tenés apenas 31 años, Roberto. Sos del 22, ¿no? justamente estamos preparando con los muchachos un festejo grande para el día que cumplas 32. Claro, todavía falta para que llegue ese 25 de junio, pero va a llegar.

Mira que sos joven todavía, che, y ni siquiera tenés tiempo para disfrutar de las cosas simples de la vida. Que sos presidente de la juventud colorada, que sos presidente del Instituto de Reforma Agraria, que sos jefe de Policía, que tenés un acto político, que debés preparar un discur-so, que te invitaron a una reunión aquí, que tenés una disertación allá.

Me pregunto cómo hace Loli para aguantarte tanto.

Pero sos un tipo tan macanudo que todo se te perdona. Sabés, me hubiera gustado que no te preocuparas tanto de los demás y te dedicaras un poco más a vos mismo. Que no fueras tan obsesivo con el trabajo, que no tuvieras ese dinamismo vertiginoso que te hace estar en cien cosas a la vez. Que no fueras tan líder en todo.

Entendé bien lo que te digo. Me da un poco de rabia que seas demasiado maduro para tu edad. Que te inquietes por cosas que a otros no les va ni les viene. Me acuerdo aquella vez que me dijiste en la calle que habría que combatir el lujo desmedido. Recuerdo tus palabras: en nuestra ciudad, en proporción, circulan más automóviles aerodinámicos lujosos que en ninguna otra parte del mundo. Mira, eso te preocupaba. En eso te fijabas.

Esa tarde fue una de las pocas veces que te oí decir algo duro: "de nada sirve alentar la producción ni ajustar la maquinaria económica si los beneficios no van a la nación entera sino a una docena de parásitos privilegiados".

Me gustaría también que dosificaras un poco tu nobleza con los sin-vergüenzas porque hay muchos que se valen de ella para su provecho egoísta.

Me parece que sos demasiado tolerante algunas veces; demasiado buen tipo. Ya sé que todos te respetan y que prácticamente no tenés enemigos, hecho casi insólito en este ambiente político en el que predominan los caníbales. Pero debes cuidarte.

Se anda diciendo un montón de cosas en estos últimos días. Se comenta que don Federico cree estar fuerte pero jugó mal su partido contra las autoridades del coloradismo, que al final es el partido en el Gobierno. Que confía demasiado en la Caballería y que con los jinetes uno nunca sabe. Que te nombró jefe de Policía porque está seguro de que sos uno de los pocos políticos con los que Epifanio Méndez Fleitas, acusado de conspirador, no quisiera enfrentarse.

Deberías tener cuidado para que la aventura que está corriendo don Federico no termine en un episodio negativo para vos. Sos demasiado joven, apenas tenés 31 años y la gente te quiere como nunca le quiso a un jefe de Policía.

 

7

Hacía fresco esa noche del martes 4 de mayo de 1954. Nada parecía presagiar lo que vendría. Nadie se imaginaba cómo cambiaría la historia del Paraguay. La vida en Asunción discurría con su rutina curtida. En el Teatro Municipal, la orquesta sinfónica de la Asociación de Músicos se aprestaba a dar un concierto bajo la dirección del maestro Carlos Lara Bareiro.

Contiguo al Teatro, el bar Odeón bullía de gente que apuraba un café o un trago antes de volver a casa. Esa tardecita, el doctor Roberto L. Petit había pasado por ahí a saludar a amigos, como lo hacía asiduamente. Después iría a su despacho de la jefatura de la Policía donde tenía que firmar los cheques para el pago de salarios.

En el cuartel central de la Policía, el subjefe, comisario Caballero Zavala, probaba entre los conscriptos a algunos cantores que podrían integrar el conjunto folclórico de la unidad. En plena tarea musical, se le acercó un agente.

-Mi comisario, le hace decir el doctor Petit que por favor vaya urgentemente a su despacho.

En la oficina del jefe, ya estaban el comisario de Orden, Alejandro Gil; el jefe de la Guardia de Seguridad, capitán Alonso, el doctor Wildo Rienzi y algunos funcionarios de Investigaciones.

Apenas entró el comisario, Petit se dirigió a él.

-Caballero, tengo información de que tropas del Batallón 40 se están desplazando desde Tacumbú hacia el centro. ¿Usted sabe algo?

-No, doctor. Por lo menos todo pareciera estar en orden en la ciudad.

-Es raro que el comandante Ortega, con quien hablo con frecuencia, no me informara sobre un movimiento así. Él es mi amigo.

Varios de los presentes revelaron lo que habían oído respecto a rumores de alguna inquietud, que comenzaron a rodar en ciertos círculos esa tarde.

De pronto se escuchó un disparo. Caballero Zavala salió de la oficina para verificar lo que acontecía. En la calle, el comisario vio la fila de soldados que bajaban por Alberdi y comenzaban a tirotear contra el edificio del Cabildo. El reloj de la Catedral marcaba las 21.

El subjefe de Policía volvió a entrar al cuartel por la puerta principal de El Paraguayo Independiente. Apenas entró, vio a efectivos militares extraños ya tendidos en posición de combate en el patio policial. Eran los del Batallón 40 que habían ingresado por la entrada que da a Presidente Franco. Petit corría hacia él por el zaguán preguntando qué pasaba

En eso, Caballero cayó impactado por un balazo en el pecho. Petit se abalanzó para socorrerlo e introducirlo a su oficina. Sin embargo, otro proyectil, esta vez sobre su humanidad, se lo impidió.

Las tropas policiales se habían desbandado hacia la plaza de enfrente y luego se refugiaron en la Guardia de Seguridad, dotación que presentaría una resistencia obstinada a los atacantes y protagonizaría una batalla sangrienta.

Dentro del cuartel, uno de los oficiales al mando de las tropas de asalto, teniente Luis Gilberto Medina, reconoció al doctor Petit entre los caídos y le comunicó del hecho al comandante del Batallón 40, Mario B. Ortega. Éste, consternado, ordenó presuroso que se trasladara a su amigo y jefe de Policía hasta un hospital.

Su chofer policial alzó en vilo a Petit y lo llevó hasta el Ford Mercury estacionado frente a la jefatura. A velocidad desesperada, el conductor subió por la calle Yegros hasta que en la esquina de 25 de Mayo el vehículo se detuvo en seco. Había recibido también impactos de bala que inutilizaron su motor.

Impotente, mientras su jefe continuaba desangrándose incesantemente, el chofer se paró en plena calle tratando de detener a algún automovilista, mas todos iban saliendo vertiginosamente del centro de la ciudad donde el estruendo del combate se había vuelto aterrador. La balacera se propagaba desde el costado de la Catedral, asiento del cuartel de la Guardia de Seguridad.

El único que hizo caso a las impacientes señales de aquel hombre en medio de la calzada, fue un diplomático: el agregado obrero a la embajada de la Argentina. El conductor y el argentino trasladaron a Petit a un imponente Oldsmobile celeste de techo corredizo, que reanudó la carrera del herido hasta Primeros Auxilios, en la calle Brasil.

 

8

Y aquí estás, Roberto. En un estado que me resulta inadmisible. Anoche, nada más, compartimos juntos Mamacha, Loli, vos y yo. Me decías que siendo yo apenas un estudiante de sexto curso de Medicina, me tenías la suficiente confianza como para que te atendiera si alguna circunstancia lo obligara.

Enrique, vas a ser un buen médico, me alentabas. Mirá si hasta nos atrevemos a confiarte la preparación física de nuestros jugadores en el Cerro Porteño, acotabas socarronamente.

Hoy es la primera vez que te atiendo en mi guardia y mi atención no va a servirte para nada, chamigo.

Aquí estás, Roberto, muerto frente a mí. Esto es ilógico, ¡carajo! Es apenas una herida de mierda en la axila, tan pequeñita que no te pudo haber matado si te hubieran atendido antes. Si a alguien se le hubiera ocurrido taponar el agujero aunque fuera con el dedo.

Mira lo que dice este papel miserable sobre la causa de tu muerte, Roberto: "Herida en muesca de 2 centímetros de longitud, en región axilar derecha, que interesa piel, celular y arteria axilar".

En este país donde hay tantos parásitos privilegiados, justo te tenés que venir a morir vos. Qué absurdo, Roberto.

"Caballero sin tacha y sin miedo, Petit pasó por nuestros entreveros sin salpicarse con el lodo del camino; atravesó nuestro escenario político como una figura romántica y gallarda, y actuó en el ambiente de nuestras pasiones turbulentas, de nuestros odios y de nuestras ambiciones, sin dejarse dominar por ellos, siempre con una sonrisa a flor de labios, con el gesto sereno y el corazón tranquilo". Oración fúnebre de Osvaldo Chaves en el sepelio de Roberto L. Petit, el único jefe de Policía llorado por la ciudadanía asuncena entera.

 

 

ENLACE INTERNO A DOCUMENTO FUENTE

(Hacer click sobre la imagen)

EL GOLPE DE 4 DE MAYO DE 1954. Por BERNARDO NERI FARINA

COLECCIÓN GUERRAS Y VIOLENCIA POLÍTICA EN EL PARAGUAY - NÚMERO 15

© El Lector (de esta edición)

Asunción – Paraguay, Marzo 2013 (92 páginas)





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