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JUAN ANTONIO CARMONA CALERO

  ESCRITO SOBRE RUINAS DE GRANDEZA, 2012 - Por ANTONIO CARMONA


ESCRITO SOBRE RUINAS DE GRANDEZA, 2012 - Por ANTONIO CARMONA

ESCRITO SOBRE RUINAS DE GRANDEZA (I)

Por ANTONIO CARMONA.

 

“La entrada del guaraní en la escritura, iniciada con las gramáticas, los vocabularios y diccionarios recopilados por los padres fundadores, permitió que surgieran los primeros escritores y traductores indígenas del castellano al guaraní, sobre todo en el aspecto de la predicación y catequesis, con la edición de los primeros sermonarios y catecismos en la lengua. Lo extraño, en cierto modo, fue que estos escritores indígenas no transcribieran ninguno de sus cantos, mitos, leyendas y plegarias, llenos de magia y poesía. No hubieran podido hacerlo de haberlo querido”.

 

 

 

 

ENTRE LO TEMPORAL Y LO ETERNO. AUGUSTO ROA BASTOS

Voy perdiendo mi ser mientras me voy humanando... Guyravera, Chamán guaraní

Al terminar el relato del apocalíptico fin de la utopía de Jesuitas y Guaraníes, que se dio en llamar Ciudad de Dios y Ciudad del Sol, y terminó siendo un infierno; que llegó a ser un imperio al margen del imperio en el que no se ponía el sol, y al margen de la naciente Asunción, madre de ciudades, y de lo que pudo ser la República de las Provincias del Río de la Plata, embrionario germen de lo que sería el Paraguay, de lo que pudo ser la República Guaraní y nunca fue; un sueño que se convirtió en pesadilla, pero que, sigue siendo, pese a todo, un sueño de muchos; al terminar, decía, el texto Tentación de una Utopía, “Entre lo temporal y lo eterno”, Augusto Roa Bastos concluye: “El tiempo fue avaro con indios y jesuitas; la historia, ‘esa alucinación en marcha’, fue con ellos excesivamente pródiga en vicisitudes e infortunios”.

Y, sin embargo, a pesar de la pesadilla final de la destrucción, de la expulsión y el abandono de los jesuitas, de la diáspora de los indígenas perseguidos y cazados por bandeirantes y paraguayos, que en eso lamentablemente se emparentaron, cierra el texto con épica de leyenda: “Allí están las ruinas en su grandeza adivinada”.

La hecatombe de la destrucción no apaga la alucinación de lo que fue y queda en esos retazos de gloria, de “grandeza adivinada” entre los escombros del sueño que sobrevivieron a la pesadilla del “paraíso perdido” cantado y alabado hasta siglos después, aunque para los indígenas hubiera sido más bien un purgatorio en el que debían pagar por pecados que no sabían que eran pecados y, por lo tanto, ni podían haber cometido.

 

EL GRITO AHOGADO

Guaraníes, colonizadores, criollos y misioneros, franciscanos y jesuitas, protagonizaron más de una “alucinación”, en el extraño proyecto que fue el nacimiento de Asunción, ciudad de fundaciones y fundiciones, entre guerras y conquistas internas y regionales. Allí nació el “primer grito de Libertad”, como diría Viriato Díaz Pérez, a quien Roa reconocía entre sus maestros, y allí fue ahogado “en los primeros momentos de la vida asuncena”: la gesta de los comuneros, proclamando la voluntad del común, como primer grito de rebelión americana contra el imperio, que es lanzado en esa Asunción en la que jesuitas, franciscanos, guaraníes y asuncenos mantienen otra guerra, y que envió a la Orden al exilio en sucesivas oportunidades, por rebelión popular, antes de la expulsión imperial.

Echando leña al fuego de esa guerra, los jesuitas se sumaron al brazo de la represión contra los rebeldes y pidieron sus cabezas, siguiendo el ejemplo de Lima que había condenado a José de Antequera y Castro, el líder de los comuneros asuncenos, y lo había ejecutado en un alucinante pasaje en que el rebelde es asesinado de un balazo, por temor a que los limeños evitaran su decapitación pública, sin que la muerte fuera óbice, en otra alucinante escena, para que su cadáver fuera decapitado en el cadalso; fue asesinado dos veces en un mismo aquelarre.

La guerra interna arde en las calles de Asunción: “La indignación que estos trágicos hechos produjeron en el Paraguay –escribe Díaz Pérez– ocasionó sangrientas agitaciones. El pueblo se dirige al Colegio Jesuítico que fue asaltado, siendo masacrados algunos padres que inmolaran las turbas en represalia de las víctimas limeñas. Y se produjo una nueva expulsión de los jesuitas, era la tercera”. En esta vorágine que desencadena una sucesión de tremendos y alucinados enfrentamientos, también podría decirse que la “alucinación en marcha” fue pródiga en vicisitudes e infortunios con asuncenos y jesuitas. Y fue la que desembocó en el fin del “paraíso en la tierra”, y quedó testificada por las monumentales ruinas de su grandeza, labrada por habitantes de dos mundos que chocan y se mezclan en un sueño que duró casi dos siglos, de vicisitudes e infortunios, pero también de gloria.

 

ISLA RODEADA DE ENEMIGOS

Y así nace el Paraguay rebelde, el que anticipa su rebelión, el que declara su independencia del imperio, pero también de los centros hegemónicos regionales y se constituye en una “isla rodeada” de enemigos despechados, acechantes; el Paraguay en conflicto con su entorno geopolítico, aislado, asediado, con una conformación social y un modo de producción diferentes, un país en que hasta los pobres están bien alimentados, los famosos mboriahu ryvatã, los pobres hartos (de comida), literalmente, o los pobres satisfechos, un fenómeno que podríamos calificar sociológicamente de insólito.

Fulgencio R. Moreno, el primer analista que plantea el conflicto en esos términos, distanciándose del criterio imperante, de que el aislamiento fue obra y gracia del Dr. Rodríguez de Francia, señala en su Historia de la Independencia del Paraguay, escrita en el Centenario de la gesta, con los dramas de la historia palpitando aún en carne viva, que el declive que tomó el Paraguay hacia su aislamiento absoluto fue una consecuencia forzosa e inevitable de su posición geográfica y de las condiciones morales de su población por su histórica condición mediterránea.

La oligarquía municipal de la Asunción se pronunció contra la Revolución de mayo, concluye, no por su adhesión colonial, sino porque le arrebataba su naturaleza local y refractaria, inclinada a resistir el predominio de la lejana capital virreinal.

Los ricos y los “pobres hartos” estaban también hartos de las presiones de Buenos Aires y eran poco amigos de los porteños. No era un problema social ni cultural, sino profundamente económico.

La lucha de ese país insólito nacido de ciudad fundadora y comunera, con otra lengua propia compartida, con luchas internas y externas, con vocación y pretensión igualitaria, sin las grandes fortunas de los ricos metales de “los dorados” o del comercio ultramarino, solo con la cosechada con sudor y lágrimas, la ciudad rebelde que destituye gobernadores y hace revertir órdenes reales, no se resigna a ser colonia o provincia de la lejana capital virreinal. Pero, fundamentalmente, a que su economía sea controlada y saqueada por los que se pretenden dueños de los ríos porque tienen la llave del mar.

A Moreno se lo acusó de tener una visión marxista de la historia, por su análisis materialista; ingenuo intento de descalificación, ya que la economía siempre está en los trasfondos de la historia.

Oscar Creydt, que era realmente marxista, en su célebre ensayo Formación histórica de la Nación Paraguaya, ahondó el concepto de un modo de producción diferente al que se imponía en la región, a partir de una alianza de la burguesía nacional con la base de numerosos campesinos libres, que constituían el motor central de la economía, que pudo “actuar en forma revolucionaria y radical contra la monarquía reaccionaria y los restos de feudalismo”.

“La dictadura de Francia… forma una parte integrante de los movimientos revolucionarios burgueses que sucedieron a la Revolución Francesa en el curso del siglo XIX. No por casualidad o capricho –concluye–, el Congreso Supremo de mil diputados de 1813 consagró la bandera tricolor de la Revolución Francesa como bandera del nuevo Estado nacional paraguayo”.

 

ALUCINANDO EL TERCER MUNDO

Esta sociedad en conflictiva convivencia, pero convivencia al fin, entre españoles y guaraníes, entre criollos y jesuitas, entre paraguayos e indígenas, pese a las diferencias económicas que se van acentuando, forma un conglomerado en el que se produce un mestizaje que conforma una sociedad bilingüe, mestizada en lo social, en que los dos mundos se funden y mantienen una singular convivencia, en donde el conflicto con los vecinos es más fuerte que los conflictos internos, incluso económicos, y donde el carácter se forja más en contra de la anexión que a favor de la identidad, proceso en que se afirma esa identidad interna, esa vocación de nacionalidad.

Desde los inicios de la colonia hasta la independencia, desde su proclamación de “mundo aparte” hasta su orgullo de par ante los dos grandes imperios que dominan la región y monopolizan la relación política y, muy especialmente, económica, con el resto del mundo a través de sus puertos, esa sociedad particular se gesta esquivando los golpes del péndulo hegemónico que se mece de Buenos Aires a Río de Janeiro, con el fiel al otro lado del Atlántico.

En fin, el Paraguay se convertía cada vez más en un país singular y diferente que tenía mala cabida en la región, en ese Tercer Mundo que la historia estaba alucinando en el continente.

Y que a causa de los conflictos externos entrará en conflictos internos, repitiendo la amenazante disyuntiva de integración o desaparición, de provincia o nada; el Paraguay que no se deja acorralar en ese brete, que contrapone autonomía o nada, que se rebela y lucha por la independencia y que, paradójicamente, en nombre de la independencia, doblega, domina y conforma a su medida El Supremo Dictador. El Paraguay de Francia. El Paraguay de los López. El Paraguay de Roa.

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

01 de Julio de 2012

Fuente digital: www.abc.com.py

 

 

 

 

ESCRITO SOBRE RUINAS DE GRANDEZA (II)

 

Carlos Fuentes describe, parafraseando a Roa, la nueva alucinación en que deviene la historia: “El Dictador, siendo niño, es remado río abajo en una canoa por un hombre que dice ser su padre y que lo lleva a la Universidad en Córdoba.

 

LA ALUCINACIÓN FRANCISTA

Esta imagen de la humanidad de El Supremo contrasta con la descripción de su poder escenificado en el mismo río. Un prisionero político es condenado a remar para siempre. Puede detenerse en sitios predeterminados para recoger sus alimentos. Pero enseguida debe volver a remar, río abajo o río arriba, incesantemente. ‘Es una sola entera mata de pelos cuya cola de más de tres metros se arrastra en la corriente mientras boga’. Mientras tanto, tres acólitos portan cirios encendidos que ni la lluvia ni el viento pueden apagar. Un viejo cacique evita la blanca lepra de la luna y camina con bujías encendidas en su sombrero. Los jinetes paraguayos cargan, desmontan, ensillan y desensillan, vuelven a la carga y le arrancan lanzas a la tierra. Una cabeza es exhibida dentro de una jaula de fierro y la ropa de El Supremo se vuelve roja a la luz de un sol repentino que aparece en el cielo, mágicamente deteniendo el viento y la lluvia…

‘Crucé la Plaza de Armas, seguido por un creciente gentío que vitoreaba mi nombre’ —narra Roa encarnado en Yo El Supremo.

“El Supremo entra, esta vez para siempre, a Asunción, ‘esta roja Jerusalén sudamericana’”.

Es El Dictador, que desde los vítores populares impone el silencio del terror: “… este dictador monstruoso, encerrado en la prisión que ha mandado construir al tamaño de un país, pero en la cual él mismo es prisionero”, concluye Fuentes.

Francia logró mantener la independencia, y la mantuvo a fuerza de aislamiento y represión, de cohesionar esa sociedad en la que todos se creían iguales, aunque todos sabían que la excepción era El Dictador Supremo, sentando las bases para una sociedad de pobres bien alimentados, bajo el mando de un único líder, que edificaría una economía rica con Carlos Antonio López, creando un modelo sui géneris cada vez más dispar del modelo hegemónico poscolonial. El enigma radicaba solamente en calcular cuánto tiempo podía perdurar esa isla rodeada de vecinos cada vez más enemigos, cada vez más instigados por la “alucinación de la historia”.

 

“PENURIAS Y FATIGAS”

Alucinación que culminaría con el holocausto de un pueblo perseguido y exiliado en su propia patria, convertido en apátrida en su propia tierra, la apocalíptica alucinación de la Guerra Grande, la Guerra de la Triple Alianza, la de la Triple Infamia, como prefería llamarla Roa.

Así como la historia fue generosa “en vicisitudes e infortunios” en sus orígenes, así como la sociedad mestiza, amoldada con represiones y fusilamientos por Francia, se asienta, fortalece su modo de producción, supera en parte su aislamiento y alcanza cierto nivel de prosperidad con Carlos Antonio López, el conflicto regional fue creciendo, agigantándose las diferencias con una región convulsionada pero con un Norte claro, mirando al mundo occidental más que hacia América, colisionando una y otra vez hasta hacer estallar la guerra en que, en extraña alucinación, los vecinos, tradicionales enemigos acérrimos, logran aliarse, firmando un pacto, sin que existiera aún hipótesis de conflicto, fríamente calculado y proyectado, que no deja lugar ni tregua hasta destruir el islote rebelde del Río de la Plata, con el previsible desenlace: el error de López al pisar el palito, sirviendo en bandeja la casus belli, cuando el plan ya estaba delineado mucho antes, hasta el final, desata la guerra que ya estaba declarada en secreto, y luego el heroísmo, la resistencia… el fin; después de victorias increíbles, de una tenaz y heroica obstinación que paralizó a la fuerza militar de la Triple Alianza, gigantesca ante un minúsculo ejército paraguayo, que hizo que el nombre de ese pequeño país desconocido cobrara notoriedad y gloria internacional, a un costo terrible, cumpliendo el destino imposible del sueño que se convirtió en la pesadilla de la “diagonal de sangre”, atravesando el país de punta a punta, en una huida interminable del progresivamente mermado y castigado ejército de López, que termina convertido en una fantasmal caballería cuyos destellos de gloria se fueron volviendo harapos y su destino heroico se registró en la medalla de lata que por decreto se convierte en Condecoración de Honor, entregada como despedida final “la noche antes” a los héroes que habían sobrevivido a todas las batallas, con la frase impresa “Venció penurias y fatigas”, epitafio que escribió López para el fin de su alucinación, semejante, casi el mismo, que luego escribiría Roa como epitafio sobre las ruinas jesuíticas.

 

EL INFIERNO TEMPORAL CONTRA EL ETERNO

Y ahí Roa conjura a los fantasmas de Mitre y Cándido López, polemizando frente a frente la injusticia de una guerra desproporcionada, desmesurada, desquiciada, enfrentados el todopoderoso jefe del ejército aliado y el pintor, su secretario, en un diálogo alucinante, mientras uno trata de traducir el infierno de Dante, lo eterno, y el otro pinta sin parar, tratando de registrar el temporal infierno de Curupayty; y hace visitar a Sir Richard Burton, en otra alucinada historia fingida, el campamento de la retirada final de López y polemizar con el airado mariscal sin entender el propósito del “sublime suicidio”; como se preguntaría después Juansilvano Godoi, como tantos otros se preguntaron y se preguntarán a lo largo de la historia: “¿A qué mundo, a qué región ignota encaminaba su fortuna? ¿Qué ideal impenetrado, solo comprendido por él, porfiaba aún en perseguir?”.

Un final delirado por López, con su propio Judas para pasar la última página de la tragedia, la traición de El sonámbulo, Silvestre Carmona, que mostró el supuestamente infranqueable camino encriptado por el cacique guaraní, quien le ofrece una mágica huida, que todos saben ya que es imposible, a López, para que él la rechace, para que no sea el fin acorralado, sino la voluntad de hacer frente al enemigo y expirar el último aliento para la ignominia de los asesinos, quedándose en el campamento final de la contienda, trazando, según la mitología de los combatientes testigos del final y de los historiadores y noveladores de esa misma historia, la coartada de un final de gran tragedia, en un inmenso anfiteatro moldeado por montañas y selvas: El escenario heroico para dar paso a la gloria dejando atrás todas las derrotas.

 

LAS OTRAS RUINAS DE GRANDEZA

Las ruinas de Humaitá, la fortaleza invencible que fue vencida a costa de un asedio salvaje, interminable, quedan como testigo “en su grandeza adivinada” de que “aquel convoy fúnebre de sombras famélicas”, “el resto de un invencible ejército de ciento cincuenta mil aguerridos soldados” que asombraron al mundo, que mantuvieron en jaque a los ejércitos aliados de los países más poderosos de la región, durante un lustro, incluso cuando ya no tenían municiones y apenas les alcanzaban las fuerzas para manejar la lanza, la espada y el machete que eran ya su última arma en brazos que el furor de la interminable lucha desigual había agotado.

 

TODAS LAS HISTORIAS, LA HISTORIA

Roa asume el Yo de la historia, de todas las historias alucinadas que componen la historia, se convierte en el narrador, en base a compilar y descifrar todas las voces, las escritas, las orales y las reprimidas, en el traicionero acto de la traducción iniciado por los misioneros, en una escritura secreta escondida en los recovecos del castellano que trata de reprimir el guaraní o del guaraní que trata de convertirse en occidental y cristiano; todas las voces del libro que escribe su pueblo, convencido que todas esas voces están en el registro de su conciencia, de su alma, y que está condenado a bucear en ese maremágnum para desentrañarlo, para narrarlo y conjurar así a los demonios de la alucinación de la historia. “Los espectros del desastre de la guerra y del desastre de la paz”, diría Barrett.

 

REMANDO EN CONTRA, HACIA LAS PROFUNDIDADES

No es extraño que la narrativa de Roa haya ido históricamente a contramano de la historia, del presente al pasado, remando en contra, buceando desde la superficie contemporánea hacia las profundidades, como quien desentraña un palimpsesto.

Comienza con los conflictos sociales producidos por el capitalismo salvaje, en El trueno entre las hojas y en Hijo de Hombre, hasta la Guerra del Chaco, la primera guerra moderna del siglo XX, aunque la historia va siendo encadenada con el pasado por Macario, el protagonista que abre la alucinación, esclavo de El Supremo, marcado a fuego por El Dictador desde niño, remontada a través de figuras históricas, como el padre Fidel Maíz, que precede, sufre, protagoniza y sobrevive a la Guerra Grande; empieza con los conflictos sociales en los centros de explotación salvaje en los yerbales y en los ingenios azucareros, la historia de las resurrección del país después de la hecatombe del 70, y de las revoluciones que caracterizan la posguerra por las memorias enfrentadas que componen toda una obra, que es una historia, pero muchas historias, que es la historia profunda del Paraguay profundo, guaraní, mestizo, bilingüe, indígena y occidental; con dos países que conviven, se mezclan y se enfrentan en una alucinada historia de penurias y grandezas. El Paraguay de los dos Cristos, el oficial y el rebelde, el Kiritó, palabra que guaranitiza el nombre de Cristóbal, el héroe anónimo temporal, y el de Cristo, el mito eterno mestizado rebelde en la talla de un escultor leproso, el permanente conflicto interno entre los dos mundos unidos y contrariados, mestizados y en pugna.

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

08 de Julio de 2012

Fuente digital: www.abc.com.py

 

 

ESCRITO SOBRE RUINAS DE GRANDEZA (FINAL)

 

Las historias que cuenta se desplazan por los ríos, siguen la ruta del ferrocarril, por las entrañas de la selva abierta a machete, por las picadas del Chaco… Los ríos, esas rutas internas que unen un territorio pobre en caminos, intricado de selvas, ríos que separan y conectan con los vecinos, que son motivo de conflicto y de duda eterna. ¿Abrirlos o cerrarlos? Los ríos que conformaron la lucha con Buenos Aires, los conflictos regionales… los ríos de los carpincheros, de los condenados a remar río arriba y río abajo buscando el Yguasú, el agua grande, el mar, o la Tierra sin Mal que está “más allá de los inmensos parapetos que contienen el mar”. Los ríos que mueven las gigantescas represas de Itaipú y Yacyretá, manteniendo la asociación y el conflicto con los vecinos hasta nuestros días.

O las luces minúsculas de las velas que iluminan al navegante errante eterno o el sombrero del cacique o los muá, las luciérnagas que iluminan desde el frasco de vidrio las lecturas del insomne en Lucha hasta el Alba, el mismo Roa que lee a su luz en las noches sin luz del Guairá.

Roa, que citaba a Roland Barthes, al decir que un escritor narra una sola historia… “y sus variaciones”; escribe la tragedia interminable, desde sus primeros textos, desde El Génesis de los Apapokuva-Guaraní, huyendo de la destrucción de la tierra, en busca de la tierra sin mal, traduciendo al revés que el modelo misionero, del guaraní al castellano, para registrar y revivir los “cantos, mitos, leyendas y plegarias, llenos de magia y poesía”, para hacernos saber, como decía un cacique viendo venir la hecatombe de la destrucción, “que eran lindos”:

 

“El fuego y el agua caerán sobre nosotros;

el agua y el fuego: la saliva y la furia llameante

del tigre azul eterno que se apresta

a saltar sobre el mundo…

 

“Guyrá Poty y su pueblo

por la noche danzaban

y por el día iban rumbo al mar

buscando hacia el Naciente su salvación,

perseguidos de cerca por el estruendo sordo

del desmoronamiento de la tierra”.

 

…Y transmitirnos la tragedia misma de la hecatombe, pero dejando la esperanza de ese

salto final para alcanzar la tierra sin mal.

 

Guyrá Poty subió a sus hijos

sobre la isla flotante de troncos,

y tendiendo los brazos

a las aves del cielo, sus hermanas,

comenzó a entonar el canto sagrado del final.

 

La balsa con ingrávido balanceo

movióse sobre las aguas tumultuosas

y comenzó a ascender liviana por los aires

hasta tocar la puerta del cielo

que se abrió luminosa a los recién llegados.

 

EL “YO ACUSO” DE BARRETT

El Trueno entre las Hojas parte de “una leyenda aborigen”, creada por el aborigen que hay en Roa, que marca la tragedia repetida e inevitable: “El trueno cae y se queda entre las hojas. Los animales comen las hojas y se ponen violentos. Los hombres comen los animales y se ponen violentos. La tierra se come a los hombres y empieza a rugir como el trueno”. Historia que se repite en los cuentos que forman un relato bastante unitario, guiado por la mágica Jasy Morotï (la Luna Blanca), que comienza y termina el recorrido del libro en compañía de los carpincheros, de niña a maga, para mantener la música fantasmal del acordeonista rebelde, que se mantiene en el cruce del río, cerca del ingenio azucarero, haciendo sonar su acordeón “como un guardián ciego e invisible a quien no es posible engañar porque lo ve todo”. El cronista compilador es el ciego que lo ve todo; la historia es repetida en la trágica huída de la pareja de mensú con su hijo recién nacido, perseguidos por capangas y perros, acechados por tigres, con tal de que nazca en libertad, haciendo repicar como campanas atronadoras en los confines de la selva el “Yo acuso” de Rafael Barrett contra los esclavizados mensú de los yerbales, verdaderas historias de vicisitudes e infortunios, de penurias y fatigas, sin la parafernalia de la épica, pero con la grandeza de los pequeños grandes héroes, de los pequeños grandes mártires.

Historias que componen una sola historia, engrandecida por grandes derrotas más que por las gloriosas victorias, contiendas de pequeños héroes que terminan en injusticia, en golpes y en sangrientas luchas internas que conducirán a una de las dictaduras más largas e ignominiosas de la historia, amparada por la Guerra Fría.

Historia de exilios, de defensores de la tierra que no tienen un pedazo de tierra, de sobrevivientes y excombatientes que no tienen lugar, ni en la guerra ni en la paz, exiliados en la diáspora de las persecuciones políticas, de las malarias económicas, fuera y dentro de la patria.

 

VIVIR Y REVIVIR LA HISTORIA

“Augusto Roa Bastos ha sobrevivido —dice Carlos Fuentes— a todos los tiranos del Paraguay, del Doctor Francia al general Stroessner…”. Es decir, Roa vivió y revivió todas las tiranías del Paraguay, por eso, más que historias fingidas, como le gustaba escribir parafraseando a su maestro Cervantes, son historias alucinadas, por “la alucinación en marcha” de la historia paraguaya, que se remonta a aquel nada idílico desembarco de los españoles en la Bahía de Asunción, cuando Juan de Salazar toma solemne posesión de la tierra nueva en nombre de la católica y cesárea majestad de Carlos V. “Nacía Asunción bajo un vuelo jubiloso de pájaros… A pocos pasos, los carios estupefactos contemplaban el espectáculo con sus ojos oscuros”.

Así lo relata Carlos Zubizarreta y sigue: “Traían la tradición romana y las prácticas castrenses de la dura Castilla, que ya habían aprendido a adaptar a la conquista indiana. Con la punta de sus tizonas —y la ayuda de los absortos y desprevenidos aborígenes— trazaron un vasto cuadrilátero; voltearon palmeras, levantaron una tosca empalizada circundada por fosos… Nada más que eso era la casa fuerte. Una pobre choza pajiza, mal defendida por débil cercado, pero contaba también con otra defensa más poderosa que todos los vallados materiales, más de fiar que torres pétreas y murallas almenadas. La amparaban una fe y una ilusión impetuosa. Cruz y desvelo. Un credo y un afán”.

La cruz y la espada, habría que corregirle a Zubizarreta, los caballos, los arcabuces, las ballestas y las poco quijotescas armaduras que marcaron a fuego y sangre la historia de esos dos pueblos que se encuentran y que aún no saben la historia que empieza y que los une y mestiza, en sus luchas internas, superadas por el enemigo común de los aborígenes del otro lado del río, y que conjuga en extraña amalgama “lo temporal y lo eterno”, los dos mundos, las dos lenguas.

Pero traían también la llama rebelde de los comuneros castellanos que quedó plantada en esta tierra que, como escribió Rafael Barrett, “con su fertilidad incoercible y salvaje” sofoca “al hombre que arroja una semilla y obtiene cien plantas diferentes, y no sabe cuál es la suya”. Cien rebeliones diferentes, tal vez, pero sin saber cuál es la cierta, cuál la equivocada, cual la libertaria y cuál la esclavizante.

Así empezó la paradoja de esta historia, de glorias y penurias, de hazañas y fatigas, de vicisitudes e infortunios, de marchas triunfales y de huidas sangrientas, de rebeliones y dictaduras, como las Reducciones, las marcadas por la traducción al guaraní del libro Diferencia entre lo temporal y lo eterno, que imprime en el papel el comienzo del mestizaje entre el castellano y el guaraní y que da título a esta historia de las Misiones, su apogeo y su calvario, donde sobrevivieron las dos culturas, aunque quedó claro que había una dominante y otra dominada, una explícita y otra escondida, como con vergüenza, porque el mismo guaraní que sirvió para comunicarse no sirvió a los guaraníes, sino que como entendió el cacique Guyravera —el pájaro brillante— mientras lo iban “humanando”, entre lo temporal y lo eterno, le iban robando su ser.

Y esa es la esencia de la historia: humanándose y deshumanizándose entre alucinaciones y delirios triunfales.

Así empezó la historia. Roa siguió escribiéndola, humanizándola, tratando de ser fiel a sus dos mundos, a sus dos lenguas. Tratando de recuperar desde las ruinas ese ser que tantas veces fue robado por las alucinaciones de la historia, para tratar de reflejarlo en su grandeza adivinada.

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

15 de Julio de 2012

Fuente digital: www.abc.com.py





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