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Enrique Espínola

  ENRIQUE ESPÍNOLA. Arte, raíces, historia, migración - Por DIEGO BRAUDE


ENRIQUE ESPÍNOLA. Arte, raíces, historia, migración - Por DIEGO BRAUDE

ENRIQUE ESPÍNOLA.

Arte, raíces, historia, migración

 

 

Por DIEGO BRAUDE

 

La vida de un artista lo hace quien es. ¿Qué ocurre para el artista que nace en un país y se muda a otro? ¿Se transforma? ¿Se asimila?

¿Se lleva su cultura con él/ ella? ¿Qué significa ese artista en el contexto de su nuevo medio? ¿Qué significa ser un artista migrante?

 

 

Enrique Espínola está por cumplir 40 años y hace seis años que vive en Buenos Aires. Vive en San Telmo, barrio cruce de culturas. En Paraguay era un artista premiado y legitimado, pero en Argentina tuvo que ganarse de nuevo un lugar. Hoy en día, va y viene, es de aquí y de allá. Su obra está hecha de historia, de raíces, de viaje.

Espínola cuenta que de purrete en su Asunción natal ya era inquieto y, de tan inquieto, los padres decidieron meterlo a cuanta actividad pudieran. Así se sumaron clases de danzas folklóricas, de declamación, de oratoria y de expresión plástica. No alcanzaba, “no había manera de que yo me duerma, jajajaja”.

A finales de los ‘90s, ya en la posdictadura paraguaya, la Universidad Nacional de Asunción abrió una carrera de Artes. Previo a eso, sólo existía un instituto terciario que se concentraba en pintura y escultura. La nueva carrera “se acopla a la carrera de Arquitectura. La crea un grupo de artistas bastante renombrados dentro de la plástica paraguaya y como que se abre a absorber todo lo que está pasando en el mundo con respecto al arte contemporáneo”. Sin embargo, Espínola no ingresó en ese momento. “Mi familia siempre fue de clase media baja y, para nosotros, el arte es para gente que tiene dinero”; su familia desaprobaba que se dedicara a una orientación artística o, más bien, lo impulsaban a que primero se hiciera de una profesión que le diera de comer y “más adelante si querés pagate vos la carrera de Artes”. Así fue como Enrique obtuvo su título de Contador Público.

Cursando el quinto año de Contabilidad, decidió finalmente ingresar a Artes (sin dejar Contabilidad). “El arte estuvo siempre como muy apagado en Paraguay”, la dictadura interminable de Alfredo Stroessner no era precisamente una amiga de las artes y “la mayoría de los artistas estaban exiliados, porque eran perseguidos”. El desarrollo artístico paraguayo, en consecuencia, había ocurrido fuera de Paraguay.

Para el ahora joven Espínola, heredero del pequeño inquieto Enrique, la pintura y la escultura no eran suficientes. En el segundo año de la carrera de Artes descubrió las instalaciones, que le permitía trabajar con objetos y espacios. Durante ese segundo año se presentó a un Premio Nacional, que ganó y eso le valió una residencia artística en Francia.

El viaje le permitió abrir su panorama y su visión y, a su regreso, se presentó a otro premio que le significó otra residencia, esta vez en Israel. De alguna manera, esa trashumancia sería el anticipo de la partida.

El arte político como diálogo entre padre e hijo

Desde el inicio, la temática de sus obras giraron en torno a lo político: la dictadura y la posdictadura. El primer trabajo premiado había sido con fotografía (Espínola tomó fotos de todo lo que pudiera reprsentar a Asunción, desde los espacios a la gente) fragmentada en tamaño foto carnet interviniendo cuatrocientos metros de fachada alrededor de un espacio cultural frente a la casa de gobierno (un espacio que era una casa colonial tomada y recuperada para funcionar como centro cultural). “Era como un hito el hecho de que exista una casa cultural, una cuestión que albergue cultura justo frente a la casa de gobierno cuando en tiempos de la dictadura eso no podía ser”. El segundo premio también implicó fotografía, intervención de un espacio y textos del escritor exiliado Augusto Roa Bastos.

En un principio, su familia no prestaba mucha atención a su labor como artista, pero a partir de los premios eso cambió. Hablaron, trataron de acercarse a su trabajo y de entenderlo. La temática política fue otro elemento que también costó, porque el padre de Enrique había trabajado mucho tiempo en el Estado “no desde una situación de poder, pero era empleado público” -. El trabajo de Espínola, su denuncia de la dictadura de Stroessner, era “un choque muy fuerte para él, sentir que él formó parte de eso”.

La dictadura stronista transcurrió a lo largo de 35 años y fue la más extensa de Sudamérica. Eso implica no menos de tres generaciones creciendo bajo los parámetros culturales instalados y sostenidos por la dictadura. Para Enrique Espínola y su padre, la obra política del primero implicó sentarse a charlar. Más que acercar posiciones, se podría hablar de dos generaciones tratando de entenderse: la de quien se crió en el stronismo – “trataba de explicarme, desde su lógica, lo que era la dictadura para él: ‘nosotros estábamos convencidos de que lo que sucedía estaba bien’” – y la del hijo que se convirtió en adulto durante la posdictadura. Como también lo mostraba otra artista paraguaya, la cineasta Renate Costa, en su documental Cuchillo de palo, la caída del stronismo significó para muchas personas como el padre de Enrique un enfrentarse con un nuevo mundo diciéndoles que la dictadura no había sido lo que ellos pensaban y la experiencia no era nada fácil de digerir.

No sólo los encuentros entre padre e hijo sirvieron para que ambos se comprendieran, sino que además el padre de Enrique una vez jubilado comenzó a participar de los procesos creativos haciendo las preguntas “que yo sabía que me servían, porque eran las preguntas que me haría cualquier persona. Papá era el primer público que tenía, mamá también. Un público que viene y te pregunte desde lo que siente, desde lo que le transmite, sin tener toda esa carga teórica encima. Una mirada realmente limpia, que me ayudaba a ajustar cosas”.

Con el correr del tiempo, se hizo conocido en Paraguay como un artista de instalaciones. Eso no le traía rédito económico, porque en las galerías le pedían un tipo de obra pictórica (cosa que, eventualmente, también incorporó a su producción) que les fuera más fácil vender.

Le siguieron trabajos donde vinculó elementos de la cultura paraguaya como la Fiesta de San Juan, cuestiones ligadas a la migración y a la globalización. Este año, el Citibank de Asunción le cedió tres salas para hacer una retrospectiva de su obra.

A todo esto, seis años atrás, Enrique decidió meter su vida en una maleta – literalmente, una – y se vino a Buenos Aires.

Un pie en Buenos Aires, otro en Asunción. El artista migrante

Recientemente, Espínola expuso dos obras en el Galpón Piedrabuenarte durante La Noche de los Museos. Él dice que su obra habla de tópicos puntuales que lo afectan o lo tocan de cerca, pero que, al mismo tiempo, tienen una cualidad universal que les permite trascender la frontera geográfica.

Una de las obras expuestas era un pasacalles que en Guaraní decía KOVA NDAHA’EI PETEI JEKOPYTYJOJA”, que significa “Esto no es una democracia”.

Para Espínola, “en los 25 años de posdictadura, los más relegados en Paraguay fueron los indígenas. Sus derechos están cuasi ausentes. Y siempre que hacen marchas en capital, utilizan textos en español, siendo que es un idioma que ellos no usan normalmente”. Esos textos, dice Espínola, tampoco están escritos por ellos mismos, sino por punteros u otro tipo de mediador. Esto hace que los textos resultantes no siempre claman por los derechos indígenas, sino por cuestiones políticas y por eso “me pareció importante escribir en una pancarta, en el idioma de ellos, que haga alusión a una situación que los afecta”. La paradoja, a su vez, es que si bien Paraguay es un país bilingüe, no todos en Asunción hablan guaraní y por eso “no todos entenderían el cartel”.

Luciano Garramuño, junto a Pepi Garachico los referentes de Piedrabuenarte, vio el trabajo de Espínola y lo invitó a participar de la muestra para La Noche de los Museos, ya que en Piedrabuena había mucha población inmigrante. La noche del 31 de octubre, “escuché a mucha gente decir ‘¡ah! ¡Está en guaraní! ¡Yo entiendo lo que dice ahí!”. Era así, salvo con la palabra democracia, que no existe tal cual en guaraní, y entonces el término resultante es una construcción que significa “trabajo mancomunado”. Frente a esa situación, Espínola aprovechaba para acercarse y explicar que su concepción de la democracia es la de una sociedad “que se construye entre todos”, que a su vez es la concepción guaraní sobre la comunidad, que “se construye desde el trabajo colectivo. (…) Que el trabajo del otro es lo que te sostiene y vos, a su vez, estás sosteniendo a otro”. En la mirada de Espínola, esa lógica de entramado solidario es la de una verdadera democracia y “si una parte de eso no funciona, va a haber gente que quede afuera. Eso es lo que está pasando actualmente con los derechos indígenas en Paraguay. Por eso, no puede considerarse una democracia”

El otro trabajo expuesto en Piedrabuenarte fue Soy Migrante. Utilizando la técnica de serigrafía popular (sténcil con cartón y aerosol), que identifica como característica del serigrafiado de remeras durante marchas de protesta, Espínola realizó una denuncia acerca del trabajo esclavo en talleres clandestinos. La idea surgió cuando Espínola se enteró de las denuncias por talleres clandestinos en Buenos Aires, donde quedó en evidencia que la mayoría de los trabajadores de esos talleres eran inmigrantes.

Espínola investigó el tema y se encontró con los nombres de grandes marcas, pero también con los lugares de venta. La Salada, por caso, es uno de esos puntos de venta, con la ironía de que muchos paraguayos cruzan la frontera para ir hasta la feria y adquirir cantidad de productos a bajo precio y venderlos nuevamente a Paraguay. Frente a ese escenario, “pensé que era muy complejo el hecho de que esos talleres clandestinos estén manejados por migrantes y, después,esa ropa vuelva a los países de donde son originarios esos migrantes y se vendan por nada”. Así fue como Espínola rumbeó para La Salada y compró las remeras más baratas que encontró, a sabiendas de su origen y con el objetivo de entonces imprimir los textos de denuncia sobre aquel material producto de mano de obra en estado de servidumbre.

Enrique Espínola ama Buenos Aires, pero se asume migrante. Es, nada más ni nada menos, un paraguayo viviendo en la Argentina. Como suele ocurrir con alguien que migra, se da la situación de una pata aquí, una pata allá. A seis años de haber llegado a la ciudad porteña, Espínola tiene amigos y colegas en Buenos Aires, pero su mente siempre vuelve a Paraguay; cuando viaja a Paraguay para estar con su familia, se lleva consigo la presencia de Buenos Aires.

Como paraguayo, Espínola se encontró con que la función definida por la sociedad argentian para un paraguayo en Buenos Aires era “constructor o mucama”. Así fue como se retiró de galerías que, al ver su carpeta de trabajo, exclamaban sorprendidos que era “paraguayo Y artista”. Espínola es un tipo cálido y amable en el trato, pero dice que no tiene pelos en la lengua. Ergo, ante la observación de dichos galeristas, él respondía que “no solamente sabemos construir casas y lavar platos, hacemos otras cosas también”, luego de lo cual recuperaba su carpeta y partía.

La entrevista ha transcurrido en el departamento de Espínola. Un departamento cuyos muebles cambian, según cuenta el propio Espínola, constantemente de ubicación. El café fue bebido hace rato. Hay cuadros por todos lados. El cronista le pregunta dónde quiere posar para la foto y Enrique elige una de las paredes.

Soy Migrante no es solamente una denuncia, sino que es también una reflexión del propio Espínola sobre su experiencia como migrante en una ciudad como Buenos Aires, “que históricamente está construída desde la diversidad, desde la migración, y eso sigue en el presente”. Esa historia es la del recién llegado que arriba con sueños y va a recorrer un camino para nada fácil, donde esos sueños pueden tanto concretarse o hacerse trizas, “a veces terminan en un taller clandestino, explotados hasta que vuelvan a su país – si tienen suerte -, o terminan en tragedia – como los incendios que se dieron -.”. Para Espínola, era “tratar de evidenciar ese movimiento migratorio y también que muchas veces el ser el Otro no es fácil en un país que no es el de uno. En cuestiones cotidianas muy pequeñas, uno se va dando cuenta que, realmente, es el Otro”.

El cronista parte y una frase le queda repicando por la calle como síntesis de la odisea del purrete nacido en Asunción que ahora habita en San Telmo: “soy cultura”.

 

 

 

Fuente: recursosculturales.com - 25 de Noviembre de 2015

 

 

 

 

 

 

 

 

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