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RAÚL SILVA ALONSO

  EN TACUMBÚ. CINCUENTA Y DOS RELATOS ESCRITOS EN LA CÁRCEL - Autor: RAÚL SILVA ALONSO - Año 2006


EN TACUMBÚ. CINCUENTA Y DOS RELATOS ESCRITOS EN LA CÁRCEL - Autor: RAÚL SILVA ALONSO - Año 2006
EN TACUMBÚ
CINCUENTA Y DOS RELATOS
ESCRITOS EN LA CÁRCEL

 
 
 
Biblioteca Popular de Autores Paraguayos, 20
Director editorial: Pablo León Burián
Coordinador editorial: Bernardo Neri Farina
Ilustración de portada: Juan Moreno
Editorial El Lector,
Asunción-Paraguay 2006 (pp. 112)

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ÍNDICE
Introducción
Noticia
1.- Tacumbú: Hans/ Presos/ Pinceladas (I)/ Pinceladas(II)/ Espectáculos/ Cosas de hombres/ El Gordo González/ Evasión/ Lagos/ Globos/ Chiriani/ Trinos/ Caminando/ Javier/ Privacidad/ Ilusión óptica/ ¡Para que aprenda!/ William/  Tranca-pá/ ¡Médico!/ Suicidio/ Lapacho/ Cuestión de garantías/ Carbones encendidos/ Errare humanum est/ El doctor Jiménez/ Uno de los escritos de Rodrigo: Amarte a ti/ Rodrigo/ Poemas/ Diferencias/ ¿Educación de las conciencias?/ En honor a la verdad
2.- Las historias de Rodrigo/ Especie de biografía bastante breve/ ¡Calabozo!/  Via Crucis/ Sordera/ Teresa/ Boabdil/ Humor malo, no mal humor/ Realidad virtual/ Vanidad de vanidades/ La palabra/ Si no fuera por/ Malo/ Plumas/ Pulseras/ Permiso/ Confidencias/ Madrugadas/ Libertad/ Visita/ Final/ Guía de trabajo.
 
 
INTRODUCCIÓN

LAS VOCES DE LA EXPERIENCIA EN RAÚL SILVA ALONSO
 
1

Nacido en Asunción en 1946, se educó en el Colegio San José y luego en el de Nuestra Señora del Pilar, en Madrid. Realizó estudios de Derecho y asistió, entre otros, al curso de profesores de literatura, en el Instituto de Cultura Hispánica de la capital española.

Durante largo tiempo, por una u otra razón, postergó su vocación a las letras. Aunque no la abandonó, inclinado como fue desde muy temprano en su vida a escribir poemas y relatos. Casi no tuvo ocasión para compartir sus aficiones de lectura y creación con miembros de su generación, de modo que lo suyo es obra de un outsider-es un decir- particularmente bien dotado para el ejercicio libre de la escritura creativa.

Desde que comenzó a escribir más sistematizadamente, sus escritos le hicieron sujeto de varios premios en los concursos de los que participó a partir de 1992, tanto en Asunción como en Buenos Aires. Y éstas y otras numerosas narraciones formaron parte de sus libros de relatos Volver a vivir y Algunos cuentos asombrosos y un microcuento, publicados en Asunción en los años 2004 y 2006 respectivamente.

Pero mucho más que lo publicado permanece inédito en los archivos del autor. Poemas, relatos, cuentos, novelas, esperan salir de la ineditez a medida que las condiciones se los permitan. Lo que de esos textos puede esperarse, es buen indicador de lo que ya se conoce de este.

Muchos de esos cuentos, de tensa brevedad, presentan ceñidas anécdotas que desnudan experiencias humanas profundas, como el amor adolescente en Inocencia, la angustia de la soltería en El sátiro de las flores, la curiosidad infantil en La búsqueda, la candidez en Barcos que pasan, el mito del laberinto en Galerías Pacífico, el círculo mortal de la traición, como en Caipirinha, etcétera. La construcción de estos cuentos se ciñe a la disciplina técnica del cuento bien armado conforme a las pautas de gradación argumental que se cierra en un final inesperado. Escritos con fluidez y lenguaje apropiado a la intención del relato, no desdeñan ni la ironía, ni el realismo, ni el humor, ni la ingenuidad, ni la fantasía, ni la ternura. Sin duda, esto hace que el contenido de los dos libros exhiba registros variados que los enriquecen y les confieren valor estético indudable.

2

Estas cualidades son bien apreciables en EN TACUMBÚ Y OTRAS, como las de observación lúcida de la realidad, la hábil descripción de ambiente y la capacidad para el retrato físico y moral. La obra no es una novela, en el sentido convencional del término, sino una sucesión de cuadros de ambiente y vida, cuyo correlato lejano es la novela picaresca española. Confiere unidad a esta sucesión el contexto restringido de la prisión. Lo que allí ocurre entre celadores, guardias, internos, configura un universo sórdido, malsano y despersonalizador, que crea redes de solidaridad autónomas al interior de los grupos, de las cofradías inestables, autoexcluyentes, basadas en códigos de conducta rígidos, cuya violación supone la muerte del trasgresor. La reducción al mínimo posible de las expectativas cotidianas de la vida en prisión, se traduce en la conducta de los convictos y en la de los que no lo son, en procesos múltiples de degradación moral y de erosión síquica, que implican caída progresiva en todo tipo de vicios, regresión mental en variadas formas de psicosis, depravación y crimen, incluido el suicidio.

En medio de esta atmósfera, agresiva y nulificadora, se desenvuelve una rutina monótona que obliga a sus víctimas a inventarse ocupaciones, a repetir gestos y maneras impropias y vacías, a buscar sucedáneos de la acción productiva, a llenar el hueco afectivo con imágenes arbitrarias y con proyecciones animistas (que llevan a atribuir sentimientos humanos al lapacho y su población de pajaritos, a una piedra levantada en un recodo de la calle, a un globo perdido venido del exterior, escapado de algún cumpleaños infantil, etcétera.).
 
Los vínculos que se establecen en el contexto de la prisión obedecen a motivaciones asociadas a la adhesión a un líder. Cualquiera sea la condición en que éste se encuentre en la prisión, su carisma, es decir, su diferencia, crea un área de influencia a cuyo centro son atraídos quienes sienten su imantación. La capacidad organizativa y de conducción del líder es tan esencial como su aura, su calidad diferente. En EN TACUMBÚ, todo esto es personalizado por un personaje cultivado, que lee y escribe, y que se convierte en la conciencia crítica de sus copartícipes en la prisión. Es el protagonista (si así puede llamársele) que purga una pena que no le corresponde, puesto que es inocente, pero que la asume como expiación de sus yerros y opciones equivocadas.
 
Su contraparte o contrafigura, que cumple el papel en el texto del narrador y conciencia vigilante del otro, y que es el verdadero operador del relato, consume su vida en la prisión, impedido de llevar a cabo las promesas revolucionarias de las que es portador.
 
El texto del relato, conformado por fragmentos breves, escuetos, independientes y significativos de algún aspecto particular del mundo que allí se describe, es intenso, opaco, gris, como conviene al asunto del que se trata. En él las situaciones incorporan diálogos breves, descripciones lúcidas, testimonios y denuncias institucionales y políticas firmes y claras. A lo largo del texto la visión crítica y la demanda ética se unen para sostener una construcción literaria, discursiva, profundamente auténtica y personal.

FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH
 
Octubre del 2006
 
 
 

NOTICIA

He tenido estos escritos conmigo por más de diez años, esperando que su autor me diera instrucciones sobre qué debía hacer con ellos: publicarlos, archivarlos o quemarlos.
Su intención era editarlos alguna vez. Habiéndolo conocido bastante, sé que le hubiera gustado pulirlos, eliminar algunas cosas y añadir otras.
Ahora, tengo noticias de que ha muerto hace años. Sólo me queda cumplir con lo que estoy seguro hubiera sido su voluntad, de habérmela podido trasmitir expresamente: publicar esto, y publicarlo sin correcciones ni retoques, ya que él no los pudo hacer.
Respecto al protagonista principal de estos relatos, ha sido sobreseído libremente (por utilizar un lenguaje jurídico) y se ha ido a tierras lejanas, como me dijera él mismo, sin especificar a dónde. Tampoco importa mucho, pero tengo motivos para pensar que fue a Tahití.
Al empaparme del tema, tuve la tentación de utilizar la información para una novela, y de hecho, la empecé: El día del eclipse. Pero por un mínimo de honestidad y lealtad para quien escribió-¿transpiró, sangró, debía decir?- las páginas que siguen, me pareció un deber de justicia darlas a conocer antes que la novela.
Además, allí hay una gran dosis de ficción.
Aquí no. Estas historias fueron realmente escritas en la cárcel de Tacumbú. Algunas, muy poco después de ocurridos los hechos que narran.
No me toca a mí juzgar su estilo ni calificar o no su valor literario. Esto es un testimonio fidedigno de lo que se relata, aunque con una poesía que parece impropia del sorprendente personaje que lo ha hecho y, a veces, con un extraño humor, teniendo en cuenta los temas que alude. Así también, su amigo Rodrigo crea dudas de que pueda ser real.
Pero, créanme, yo los he conocido y, en esto y en tantas cosas, he podido comprobarlo: la realidad -para bien y para mal- supera a la ficción.

RAÚL SILVA ALONSO
Asunción, octubre de 2006
 
 

1-TACUMBÚ
 

EVASIÓN
 

En el capítulo VI del Eclesiástico, versículo 14, se lee:

"... quien encuentra un amigo encuentra un tesoro".
Esa verdad se hace más patente en ciertas circunstancias. Aquí en la cárcel, por ejemplo. Tanto aquí como afuera se pueden tener muchos conocidos. Pero amigos...

En Rodrigo, yo encontré uno aquí. Y creo que ambos nos enriquecimos.

Nos sentábamos en las gradas de la escalera de acceso a nuestra celda. En la oscuridad de la noche, jugábamos a encontrarles forma de algo a las figuras que dibujaban las nubes, de cambiantes contornos.
Compartíamos nuestros mayores o menores conocimientos de astronomía, localizando estrellas y constelaciones, e intercambiábamos recuerdos de penas y alegrías.
El sistema de seguridad de la penitenciaría descubrió nuestra presencia nocturna en el lugar, e instaló un potente farol que ilumina la escalera, inmovilizando en ella un permanente mediodía.

Así suprimió nuestra peligrosa actividad y cortó de raíz nuestra evasión.


GLOBOS

Arrastrado por no sé qué malos vientos, llegó al patio de la cárcel un globo blanco.

Si hablara con él me contaría una historia de cumpleaños, fiestas y disputas, de la que salió sin destino, perdiendo casas, amores y cariños.

Pero hoy estoy muy cansado para escuchar esa historia. Anda por ahí. Sin rumbo ni sentido. De un lado para otro. Sin poder transponer los muros.

Y así seguirá.

Hasta que se desinfle o estalle.

Igual que casi todos, aquí adentro.
 

CHIRIANI
 

Chiriani, moreno, despeinado, sucio y esmirriado, llegó hace seis meses al penal.

Lo trajeron a la cárcel descalzo, vestido nada más que con un shortcito, bajo los efectos de una borrachera descomunal.

Bajó la pendiente que, transponiendo las rejas de la entrada, desciende al interior de la prisión bajo el toldo de Coca Cola, tambaleando, trastrabillando y dando manotazos al aire en vanos intentos de asirse al vacío.

Anduvo rodando de aquí para allá, aparentemente asustado de todo, particularmente de las visiones de su delirium tremens.

Recaló en el pabellón siquiátrico, donde le trataron al voleo con unas pastillas antiepilépticas, somníferos y un reconstituyente cerebral.

Los celadores le proveían más de palos, que los reclusos que fungían de enfermeros, de pastillas.

Un alma caritativa lo llevó a la reunión de alcohólicos anónimos, que se celebra los miércoles en la iglesia católica. Y no sé si la misma u otra alma, la trajo a nuestro pabellón.

Era una piltrafa.

Sucio, maloliente, sin ropas.
Lo pusimos a dormir sobre un banco y le dimos ropa, desprendiéndonos de algunas de las nuestras. Lo obligamos a bañarse al menos una vez al día, cosa que se dice rápido, pero fue toda una odisea. Le impusimos el lavado de la ropa que ahora tenía, y le dimos una responsabilidad: barrer diariamente el pabellón.
Descubrimos que era abogado, y lo pusimos a escribir notas de tenor legal y pedidos de habeas corpus.

Su redacción, típicamente leguleya, era perfecta en sus argumentaciones y referencias a artículos de las leyes. Pero la falta de coordinación de sus movimientos le hacía meter los dedos en cualquier parte, menos en la tecla que debía de la máquina de escribir que se hizo traer Rodrigo.

Luego, descifrando, había que rehacer sus escritos mientras él dormía. Sin que se enterara, para no ofenderlo. Nos fue sorprendiendo con las agudezas de sus comentarios, casi inaudibles. Porque hablaba con la boca cerrada para que no se notara la ausencia de unos cuantos dientes, perdidos gracias a los golpes que recibió en una comisaría, según nos contó sin mayores detalles.
Se lo consideraba el cerebro de una estafa legal de considerable monto. Tiempo después, sonriendo con picardía, sin abrir la boca, claro, nos confirmó que eso era verdad.
De noche, en sueños, gemía, babeaba, tosía, estornudaba y ventoseaba estrepitosamente. Era la única ocasión en la que su falta de coordinación desaparecía, y en un alarde metódico, lo hacía todo junto.
También a él le llegó el turno de tener su propia cama, cuando falleció el que la ocupaba.
Como le tocó ocupar la cama de arriba de una de las literas, verlo trepar o bajar torpemente, en las noches, con la urgencia de alcanzar el baño a tiempo, era todo un espectáculo circense.
Empezó a hablar más, y quedamos sorprendidos de sus conocimientos literarios, cuando intervenía en mis conversaciones con Rodrigo.
Un día, como quien no quiere la cosa, sin dejar de barrer, corrigió un dato histórico a uno de los directores médicos de la institución, que había ido a visitarnos. Pero lo hizo con precisión de lugar, día y hora. Sin dejar de barrer.

Se descubrió solo, ponderando título y autor de cada trozo de música clásica que, de vez en cuando, se podía escuchar en la radio. Luego confesó que la música clásica y la ópera eran su debilidad. Juntamente con el alcohol.

A veces, dibuja en la pizarra que cubre toda una pared del pabellón, una división de tanques en combate, o una batalla de infantería.
Lo hace rápidamente, con gran economía de movimientos. En pocas líneas trazadas con aparente arbitrariedad, aparecen, surgidas de la tiza que empuña, escenas bélicas de la segunda guerra mundial, con una exactitud en el diseño de armas, uniformes, tanques y aviones, que nos deja estupefactos.

En otras ocasiones, se detiene en medio de su barrida, apoya la barbilla arriba de las dos manos cruzadas sobre el palo de la escoba y, viniendo o no a cuento, suelta un párrafo de algún discurso histórico, un trozo de Jorge Manrique, Espronceda, Neruda; García Lorca u Ortiz Guerrero. Engordó.

Ahora le cuesta meterse en los jeans que eran de Rodrigo. Cuando llegó, le quedaban tan flojos que se los tenía que atar con un pedazo de cable para que no se le cayeran.
Hoy se pasó.

Luego de estar varias horas inmóvil, leyendo, que es su compulsión, se puso brusca y ágilmente de pie. Dobló por la mitad la revista que tenía en las manos y quedó un rato quieto como una estatua, mirando al infinito.

De pronto, golpeó violentamente la mesa con la revista y sentenció lapidariamente:
- Llegué a la rotunda conclusión de que estoy absolutamente podrido de esta cárcel.

 
 
2

LAS HISTORIAS DE RODRIGO
 

ESPECIE DE BIOGRAFÍA BASTANTE BREVE

Rodrigo Gómez Ilusovich nació hace casi medio siglo, en compañía de su madre y de una partera que fue a su casa para el evento.

La idea de buena crianza que tenía su madre era la de que los niños debían ser gordos y rosaditos, o rosados y gorditos. Luego, a su tiempo, ir al San José o a Las Teresas, asegún, jugar tenis en el Centenario y pasar las vacaciones en San Bernardino, bucólica villa veraniega, entonces.

Allí tenía cierta libertad, caballos, bicicleta y lago. Rodrigo confiesa que fue una infancia feliz.

Así le criaron.

Desde su limitadísimo punto de vista, absolutamente maternal de primera mitad de siglo y en una aldea como era la Asunción del Paraguay en la segunda mitad de los años cuarenta, cuando Rodrigo tuvo la ocurrencia de nacer, era bastante aceptable.

El vestía muy bien. De Gath & Chaves u otras tiendas de Buenos Aires, o Sears de Rio de Janeiro. Viajaban frecuentemente a la Argentina, Brasil, Uruguay... Recorrieron Europa y estuvieron brevemente en Tánger y en Miami. Para hacer unas compras, dice.

Se empezó a complicar a los doce años, cuando, en lugar de aceptar las cosas como venían, comenzó a plantearse el sentido de la vida y pavadas de esa índole. A no conformarse con la educación que le daban. O que no le daban. A buscar a Dios, tratando de ser coherente con la información que iba obteniendo.

Leía libros sobre formación de la personalidad, la familia, el matrimonio, desde una óptica absolutamente católica y tradicionalista.

En materia sexual sus conocimientos se limitaban a lo que escuchaba contar a los compañeros, sin atreverse a preguntar, para que su ignorancia del tema no quedara en evidencia.

Así comenzó a gestarse su marginalidad.
Su conducta comenzó a no amoldarse a las reglas del juego social. Y a lo que tácitamente su familia esperaba de él: que se fuera preparando para ser un eficiente funcionario gubernamental y accediera a altos cargos en la conducción del estado, como era ya tradicional en los varones de la casa. Así pues, solitario y casto, en medio de una sociedad aborregada y lujuriosa, no es raro que se casara al cruzarse con la primera mujer interesante que conociera en su vida. Que dicho sea de paso, acabó con su vida de continencia y quedó embarazada al poco tiempo de conocerse.

Como la familia se opusiera a que cometiera semejante estupidez, aduciendo que abortaba un futuro brillante y se metía en camisa de once varas casándose con una chica desconocida y de diferente educación a la suya, perpetró una romántica fuga que lo condujo al otro extremo del mundo y lo sumió en la pobreza. Digna, decorosa y señorial. Pero... pobreza al fin.

Eso confirmó al volver al país, su no tan sutil marginamiento y extendió su certificado de defunción en el seno de la familia paterna, ajustando en su perjuicio, la óptica de una sociedad que salvo raras excepciones, lo toleraba con recelo.

No obstante, durante quince años trabajó convencionalmente como eficiente empleado, ganándose ascenso tras ascenso en el mundo de la empresa privada.

Otros quince años trabajó en forma independiente en una actividad bastante creativa que proveía del dinero para lo necesario. Con él trabajaba su esposa, que se llevaba los laureles del caso y lo suficiente para cambiar de coche cada año y algún que otro gasto extra.

El organizó como empresa la actividad común y la de otra que manejaba solo y que era la verdadera vaca lechera. Dice su esposa que lo amaba con locura.

Pudo comprobarlo: en dos ocasiones intentó suicidarse. En la primera, tenían niños de diez a un año. Lo echó de su casa en cuatro oportunidades. Y cree que fue más allá del simple coqueteo en otras ocasiones.
Tal vez un poco por despecho.
Atribuía a Rodrigo un donjuanismo que éste, muy ocupado persiguiendo la santidad, estaba lejos de poseer.
Su única "infidelidad" fue un perdido enamoramiento, correspondido, a sus veintiocho años. De puro decente y responsable, renunció a él.

"Celotipia paranoide", diagnosticó el médico psiquiatra que trató a su mujer en la última tentativa de suicidio.

En oportunidad de la ausencia que lo tiene aquí, en la cárcel, en menos de dos meses, en realidad muy poco después de que Rodrigo hubiera llegado aquí, decidió divorciarse.
Rodrigo se enteró de que lleva una relación que tiene visos de convertirse en pareja permanente.

Curiosamente, la cárcel, como las enfermedades graves y prolongadas, es una de las situaciones que mejor prueban el temple de los que la padecen y de quienes les toca más de cerca.
Sobrellevaron un matrimonio, por lo visto destinado al fracaso desde el vamos. Lo cual no fue obstáculo para que tuvieran más de media docena de hijos que ahora ya son hombres y mujeres estupendos.

Rodrigo disfrutó de la vida familiar más de lo que se hubiera atrevido a imaginar en sus sueños adolescentes, cuando se imaginaba una familia... como la que tuvo.

Fue la "relación de pareja", como dicen ahora, la que falló.

Hoy, animada por la distancia de tiempo y espacio, y rumiando viejos rencores, Teresa, que fue su mujer toda una vida, tuvo el coraje que a él le faltó.
Y dice que haciendo primar la razón sobre el sentimiento que siempre la unió a él, no desperdició el tiempo e hizo propicio el momento para actuar de manera inteligente, intentando eso de "rehacer su vida" y darle a él la oportunidad de hacer lo mismo.

Rodrigo no cree ni nunca creyó en eso.
Y opina que aquí, en la cárcel, es bastante difícil eso de rehacer la vida.
Es verdad que durante el último año de vida en común, exasperado, planteaba irse de la casa... sin que lo echaran. Pero, ya se sabe, perro que ladra no muerde.

Lo trajeron aquí, por lo que me cuenta, creo que como chivo expiatorio de una "recuperación" -como decimos los subversivos- que hizo alguien, de una partícula del dinero malamente acumulado en manos de poderosas "buenas personas".

Fue un buen golpe, aunque la cantidad no justificaba el riesgo. Pero lo bastante inteligente como para alzarse con un modesto botín y salir impune, dejando que otro cargue con el muerto.

Desgraciadamente es Rodrigo Gómez Ilusovich y no algún canalla el que lo está cargando.

A menos que sea una conspiración tan bien planeada en su contra, como a veces, en sus noches de insomnio, se le ocurre divagar a su mente que se torna un poco paranoica por la falta de sueño.

Además, piensa que a más de uno y una le viene bien su encierro.

Luego duerme, se recupera, y no piensa más en el asunto.

Cuando no duerme... bueno... a mí me ha tocado escucharlo toda una noche.

Lo malo es que la descripción del tipo que dio el golpe coincide con la suya.

La funcionaria bancaria involucrada en el affáire, dice en la denuncia policial, que se parecía tanto que creyó que era Rodrigo, a quien conocía. Pero cuando vio que el simulador de identidad -que ese es uno de los cargos en su contra- firmaba como titular de la cuenta cuya chequera solicitaba y le fue entregada, pensó para sí misma (?) que se trataba de una persona idéntica a Rodrigo.

Digo yo, nomás: ante la duda, ¿por qué la chica no solicitó la exhibición del documento de identidad de quien pensó que y creyó que era Rodrigo? ¿No lo hacen así en los bancos?

Misterio.

Y como parece que en este país, si uno es acusado por cualquiera de cualquier cosa, es culpable hasta que demuestre su inocencia, aquí está. Como yo y otros muchos.

Aquí está hace ocho meses, Ni le tomaron declaración indagatoria, ni se hizo reconocimiento de persona, ni se presentó prueba alguna en su contra. Está nomás. Esperando a ver qué pasa.

Además, le dijeron, nunca podrás contra el dinero de tus poderosos querellantes.

La plata siempre ¡bah!

Y ¡este país es tan pequeño!

Si el mundo es un pañuelo, esto debe ser un confeti: el titular de la cuenta en cuestión es gran amigo gran de Teresa, la mujer (¿o ex-mujer?) de Rodrigo. El abogado enviado por ella a plantearle el divorcio a Rodrigo, es padre de la chica que entregó la chequera y primo de Teresa.

¡Qué notable! ¿No?
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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LECTURA RECOMENDADA:

 

 

PANCHA

Autora:
MAYBELL LEBRÓN DE NETTO
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Arandurã Editorial, 2000.




Bibliotecas Virtuales donde se incluyó el Documento:
EDITORIAL
EDITORIAL EL LECTOR



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