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ATENEO CULTURAL LIDIA GUANES

  ECONOMÍA FEMINISTA - Compiladora: VERÓNICA SERAFINI GEOGHEGAN


ECONOMÍA FEMINISTA - Compiladora: VERÓNICA SERAFINI GEOGHEGAN

ECONOMÍA FEMINISTA

VERÓNICA SERAFINI GEOGHEGAN 

COLECCIÓN LA MUJER PARAGUAYA EN EL BICENTENARIO

 

 

© Verónica Serafini Geoghegan (Compiladora)

Economía Feminista

Ateneo Cultural Lidia Guanes

Secretaría de la Mujer de la Presidencia de la República

Presidente Franco y Ayolas - piso 13 y planta baja

Tél: (595) 21- 450 036/8

 info@mujer.gov.py

www.mujer.gov.py

Editorial SERVILIBRO

25 de Mayo y México

Plaza Uruguaya

Asunción-Paraguay

Telefax: (595-21) 444 770

servilibro@gmail.com

 www.servilibro.com.py

Dirección Editorial : Vidalia Sánchez

Diseño de tapa: Carolina Falcone Roa

Diagramación : Mirta Roa Mascheroni

Asunción - Paraguay

2011 (249 páginas)

 

Hecho el depósito que marca la Ley N° 1328/98

Reservados todos los derechos

Impreso en Paraguay

 

 

 

PRESENTACIÓN

 

LA INCORPORACIÓN DE LA MIRADA

DE GÉNERO A LA CIENCIA ECONÓMICA

 

         Tengo el agrado de presentar este trabajo de Verónica Serafini, que es el fruto de gestiones solidarias y tiene su historia: "Estaba una tarde de trabajo comentándole a Gustavo Codas, que para el Bicentenario una de las tareas que desde la Secretaría de la Mujer teníamos previstas era editar libros que hagan visible a la mujer como productora de ideas, literatura, poesía, ensayos, historia, desarrollo y así las cosas me dijo Gustavo Codas, ¿porqué no publican un trabajo que está preparando Verónica Serafini? sobre La incorporación de la mirada de género a la Ciencia Económica ya que ella pertenece a una Red de Economistas Feministas y está haciendo un trabajo de recopilación e investigación. Obviamente me encantó la idea. Luego de leer todos los ensayos me gustó aún más el proyecto, que tendrá tres partes: este, que es el primer libro; una compilación y análisis de la Teoría Económica; y una exposición del estado de la Ciencia Económica en esta temática que brinda a la lectora y al lector la posibilidad de tener en un solo material el trabajo de mujeres feministas que han hecho la historia de las luchas y las conquistas de las mujeres en esta área tan poco estudiada.

         Tener a mano estos trabajos juntos, es un privilegio.

         De la colección "La mujer paraguaya en el Bicentenario", éste es el 8° libro. Desde la Secretaría de la Mujer esperamos en el 2012 seguir presentando libros escritos por mujeres.

         Con el artículo de Miriam Nobre, La Economía Feminista, este libro presenta los principales aportes de la Economía Feminista a la Ciencia Económica, sobre todo partiendo de una crítica a los principales postulados de la escuela neoclásica o lo que ella llama paradigma dominante. Ella señala que el aporte de la economía feminista es hacer visible la contribución de las mujeres en la economía. Produce investigaciones que consideran el trabajo de una forma más amplia, incluyendo el mercado informal, el trabajo doméstico, la división sexual del trabajo en la familia, e integran la reproducción como fundamental para nuestra existencia, incorporando la salud, la educación y otros aspectos relacionados como temas legítimos de la economía. Otra línea de aporte son las estadísticas que cuantifican el trabajo no remunerado de las mujeres en la familia y en la comunidad y las incluyen en las cuentas nacionales, en los cálculos del producto interno bruto y en los presupuestos.

         Según Cristina Carrasco: Diversas autoras estudian las raíces de la invisibilidad económica de las mujeres en los economistas clásicos- el "olvido" de las actividades no mercantiles, su articulación con la producción capitalista y la participación de las mujeres en la creación de "capital humano". En el área de la economía les aseguro que este trabajo es muy valioso, ya que la economía es la disciplina que goza de mayor poder y en consecuencia, es la que mantiene el dudoso privilegio de continuar bajo dominio masculino, afirma Cristina Carrasco en su trabajo La economía feminista: una apuesta por otra economía, díganme ¿si este título ya no es una tentación? Ella cuestiona el sesgo androcéntrico de la economía, que se evidencia en las representaciones abstractas del mundo, centradas en el mercado donde se omite y excluye la actividad no remunerada o sin valor mercantil, orientada fundamentalmente al cuidado de la vida humana y realizada mayoritariamente por las mujeres.

         Carrasco presenta también un subtitulo donde analiza el debate sobre: "a igual trabajo igual salario". Tema muy interesante porque analiza un problema cuyo debate comenzó a finales del siglo XIX y aún hoy no ha sido resuelto. Esta discusión no sólo analiza la desigualdad salarial, sino también la situación de las mujeres en una sociedad capitalista.

         Como afirma Cristina Carrasco: Sostener que los salarios de las mujeres deben ser menores por razones de diferencias en las obligaciones familiares, como estaban manteniendo algunos economistas neoclásicos, pone directamente en cuestión la validez y universalidad de la teoría de la productividad marginal como determinante de los salarios tal como sostiene la teoría neoclásica.

         El trabajo de Sonia Parella Rubio: "Repensando la participación de las mujeres en el desarrollo desde una perspectiva de género", analiza los principales enfoques teóricos en el estudio del desarrollo desde una perspectiva de género y según lo expresa al comienzo del análisis las palabras claves son: género, desarrollo y globalización. Parella demuestra a lo largo de todo el recorrido por las teorías del desarrollo que el trabajo de la mujer es considerado como si fuera una contribución obligatoria a la sociedad, "natural" del rol reproductivo de su género, mientras que sus actividades productivas no están cuantificadas.

         Es muy valioso el camino teórico que realiza Parella, analizando los principales enfoques del desarrollo mirando con "lentes lilas", es decir con enfoque de género. La autora pone de manifiesto que a la hora de explicar la ausencia de las mujeres en los estudios sobre desarrollo deben tenerse en cuenta una serie de factores, ubicando en primer lugar, el predominio del discurso de la mujer como económicamente inactiva, tanto desde la academia como desde las representaciones sociales. Destaca también la de la antropología social, que ha introducido la importancia de las diferencias sexuales en el desarrollo y el carácter contestatario del feminismo que ha provocado que en los círculos conservadores, tanto académicos como políticos, se haya considerado el activismo de las mujeres como una amenaza a las estructuras de poder económico y social. A lo largo de todo su trabajo Parella Rubio pone de manifiesto la relevancia del papel de la mujer en el tercer mundo arrojando luz, tanto sobre la producción femenina en la economía agrícola, como en el ámbito doméstico, en los oficios tradicionalmente femeninos -por ejemplo la costura- y su participación masiva en el mercado de trabajo, hecho que no las exime de tener que seguir realizando la mayor parte del trabajo reproductivo porque, lamentablemente, los nuevos roles laborales no significan una ruptura con los viejos roles domésticos. Es impresionante el análisis sobre este nuevo proletariado femenino que constituye una fuerza de trabajo especialmente flexible, disciplinada y barata, sin dejar de lado las relaciones de género en el trabajo. Parella habla también de que hay un logro de autonomía e independencia para las mujeres, sin embargo, esto tiene efectos negativos porque no se ha producido ninguna modificación en el reparto del trabajo reproductivo y, la mayoría de las veces, el trabajo asalariado supone para ellas alargar la jornada de trabajo.

         En el trabajo de Parella, la mirada de género tiene su punto culminante cuando dice: El patriarcado es inherente a las necesidades del capitalismo, de modo que éste último se sirve de la subordinación de las mujeres en beneficio del capital tanto en la producción doméstica como en la producción capitalista. En otras palabras el patriarcado es utilizado por sistemas clasistas para ejercer control sobre poblaciones diferenciadas en base al género.

         El trabajo de Antonella Picchio titulado: "Visibilidad analítica y política del trabajo de reproducción social", pone de manifiesto la actual invisibilidad del trabajo doméstico y su efecto sobre la vida de las mujeres y sus familias. Dice Picchio El problema de la visibilidad no es únicamente estadístico sino también teórico y político. El trabajo doméstico constituye un estorbo teórico, en el sentido que se considera como "natural" que la mujer se ocupe del trabajo reproductivo sin exigir salarios ni beneficios sociales, ni jubilación. Su enfoque presenta a la actividad doméstica como una incomodidad teórica y un dilema político: El trabajo doméstico es el núcleo de la reproducción social de las personas. No sólo requiere energía física y emocional sino que, además y, como aspecto más importante, sobre él también recae parte de la responsabilidad por la supervivencia, bienestar y felicidad de otras personas.

         Lo más terrible de esta situación es que esta actividad ella lo debe complementar con trabajo asalariado público o privado, y/o con el trabajo social voluntario, con toda la responsabilidad que esto significa. La autora afirma rotundamente que el trabajo doméstico permanece oculto porque sostiene los demás tipos de trabajo formal e informal, asalariado y no asalariado. A lo largo del análisis de Picchio notamos claramente que los paradigmas clásico y neoclásico tienden a pasar por alto el papel del proceso de reproducción, concluye que las raíces de la pobreza de las mujeres se encuentran en su trabajo de reproducción no remunerado.

         Rosalba Todaro en su artículo: Ampliar la mirada: trabajo y reproducción social analiza la flexibilidad laboral y la manera en que los cambios en la organización del trabajo y la producción interactúan con las formas de reproducción de la sociedad actual. Esta autora también pone el énfasis en la reproducción social, debate que comienza en la década de 1970. Dice Todaro: La reproducción social es el proceso dinámico de cambio vinculado a la perpetuación de los sistemas sociales, e involucra tanto factores económicos como ideológicos, políticos y sociales en un proceso de mutua influencia.

         Todaro, también analiza las grandes crisis del siglo XX, un momento muy importante de su trabajo es cuando dice: La reproducción cotidiana y generacional requiere cada vez más es fuerzo y más capacidades para evitar la exclusión. El reparto del trabajo reproductivo, al interior del hogar y en la sociedad, es, cada día más, condición indispensable tanto para la equidad social y de género como para el desarrollo. Ella no analiza profundamente el tema del cuidado, ni las responsabilidades del hogar compartidas, pero abre el camino para una gran discusión que aún hoy está inconclusa. Reitera además la importancia que debemos dar a la flexibilidad laboral, que es la punta de Iceberg de un proceso mucho más complejo que se ha ido construyendo a través del tiempo.

         Alicia Girón presenta un análisis sobre Género, globalización y desarrollo. Comienza diciendo que las políticas macroeconómicas responden a la estrecha relación entre las reformas promovidas por el Consenso de Washington y la diversa gama de intereses económico-políticos; en ese sentido analiza las políticas de los organismos internacionales, especialmente las del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Consenso de Washington con los programas de ajuste y su efecto sobre los países en desarrollo que aplicaron esas famosas recetas. Girón recomienda la lectura de diversos autores para entender mejor estos programas que concluyen explicando las razones profundas de las consecuencias de la crisis y la feminización de la pobreza, afirmando que uno de los efectos de las reformas económicas neoliberales ha sido la agudización de la desigualdad y la pobreza femenina.

         Muy novedoso resulta el análisis que Girón hace sobre el presupuesto general de gastos con perspectiva de género ya que afirma: Las reformas estructurales promovidas por el Consenso de Washington y las políticas económicas del FMI y del BM tienen efectos directos sobre los hogares y las familias. Por ejemplo, las mujeres deben ampliar su jornada laboral para mantener el ingreso familiar y los emigrantes deben enviar dinero a su familia. Esto aumenta la inequidad de género y hace necesarios los presupuestos con enfoque de género para revertir esos efectos, tomando en cuenta los Acuerdos de Beijing y los ODM de la ONU... En los Retos del Milenio se pone de manifiesto el interés por adecuar políticas públicas diferenciadas con enfoque de género como alternativas para disminuir la pobreza a través de presupuestos con enfoque de género, de creer que el "microcrédito" y el financiamiento para empresas en manos de mujeres podrían ser el brinco para encontrar niveles de vida superior.

         En el capítulo sobre Desarrollo y género, Girón habla del paradigma de desarrollo que está en debate ante la inseguridad derivada del cambio estructural. Afirma que siempre para el análisis se ha partido de un mundo androcéntrico y que las necesidades laborales y de decisión giran en torno del jefe de familia. La crisis del modelo de desarrollo económico transformó las estructuras de producción e incluyó a las mujeres en la fuerza laboral, sin que se produjeran cambios para lograr la equidad de género.

         Esta concepción de un mundo pensado sólo en el hombre cuyas necesidades laborales y de decisión han girado alrededor del jefe de hogar ha omitido la necesidad de la presencia de la mujer como motor de cambio. Girón, al analizar los efectos directos del Consenso de Washington y las políticas económicas del FMI sobre los hogares y las familias, recomienda tener en cuenta los acuerdos de Beijing y los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), así como a los países a los países considerar el concepto de capacidades de Amartya Sen para que el desarrollo haga posible la libertad, la justicia, la agencia, las habilidades y capacidades que permiten erradicar la pobreza y la desigualdad.

         Siguiendo con el análisis de la globalización, Helena Hirata y Héléne LeDoaré en su artículo Las paradojas de la globalización, destacan la gran heterogeneidad en sus efectos sobre hombres y mujeres y en las regiones y países, pero señalando que casi la totalidad de los numerosos trabajos publicados... no toma en consideración el hecho de que la población alcanzada por esos cambios macroeconómicos y sociales sean masculinos o femeninos. Se trata de trabajos "gender-blinded". Los estudios realizados desde la mirada de género muestran las desigualdades entre los sexos en el trabajo remunerado, con las ya conocidas desventajas para las mujeres. Sin embargo, estas desventajas están cruzadas, además, por consideraciones de clase, raza y etnia.

         Frente a esta situación, las autoras plantean la importancia de considerar la necesidad de pensar conjuntamente la existencia del "grupo de las mujeres", forzosamente inducido por posiciones feministas, y la consideración de las diferencias de clases, pero también de raza/etnia reivindicadas de forma positiva por las "culturas" de las minorías sociales. Ellas aclaran igualmente, el que reconocimiento de las múltiples diferencias no debería impedir acciones políticas colectivas.

         Quiero terminar esta presentación agradeciendo a Gustavo Codas por la idea de que la Secretaría de la Mujer incorpore este trabajo entre sus publicaciones. Creo firmemente que será muy útil para las mujeres y los hombres que quieran profundizar en el estudio de la economía con "lentes lilas".

         Agradezco a Verónica Serafini por la búsqueda y la selección de los artículos, por habernos otorgado su tiempo y conocimiento sobre el tema. Con esta publicación se inicia una serie de tres libros de la misma compiladora. Aguardamos con impaciencia los otros dos.

         Gloria Rubín

         Ministra Secretaría de la Mujer

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

LA INCORPORACIÓN DE LA MIRADA DE GÉNERO

EN LA CIENCIA ECONÓMICA

 

         VERÓNICA SERAFINI GEOGHEGAN

 

         La Economía Feminista constituye una de las nuevas visiones que irrumpieron en la Ciencia Económica hacia fines del siglo XX. Al igual que otros aportes que buscaron superar las restricciones del análisis económico, esta propuesta enfrenta al andamiaje teórico, metodológico y empírico de la economía desde la filosofía griega hasta el neoclásico, principalmente, por haber sido el predominante en las últimas décadas. Este abordaje se da a partir de una perspectiva multidisciplinaria en la que participan también la historia, la sociología y la antropología.

         Desde los primeros escritos de Jenofonte y Aristóteles (siglo IV a. C.), el rol económico de las mujeres fue asignado a la actividad doméstica y a la producción al interior del hogar, mientras que el de los hombres a aquellas acciones que conllevaran el relacionamiento en la vida pública y el mercado. Recién en el s. XIX, en Inglaterra, empiezan a aparecer otros roles femeninos en el análisis económico, coincidentemente con el incipiente proceso de industrialización y de expansión de la educación en dicho país, que incorpora mujeres al mundo laboral y a la universidad. El Grouchy, marquesa de Condorcet (1762-1822), Jane Marcet (1769-1858), Harriet Martineau (1802-1876), Harriet Taylor Mill (1807-1858) y Millicent Garrett Fawcett (1847-1929) constituyen las primeras semillas de lo que un siglo después iniciaría el movimiento feminista en la Economía.

         Con la llegada del siglo XX, el fenómeno anterior traspasa las fronteras inglesas; la actividad económica de las mujeres se amplía en los mercados visibilizándolas, y la producción intelectual de y sobre mujeres y economía se profundiza. La posibilidad de contar con mayor volumen de información estadística permite mostrar las desigualdades existentes entre hombres y mujeres, por lo que desde este tema es donde más se aporta al conocimiento de las condiciones económicas femeninas.

         A la mayor visibilidad de las mujeres, tanto en lo económico como en la producción intelectual, la categoría "género" empieza a tomar relevancia sobre todo en la antropología y sociología. Margaret Mead, en 1935, señaló las características conductuales y temperamentales diferenciadas entre hombres y mujeres sustentadas en la cultura, más allá de las diferencias biológicas. Mientras que Simone de Beauvoir, en 1949, con la frase "una no nace mujer, sino que se hace mujer" impulsa el movimiento feminista del siglo XX y la indagación intelectual sobre la interpretación de la igualdad y la diferencia de los sexos1.

         Así, el concepto de "género" aparece como una categoría analítica en las Ciencias Sociales y en la Antropología en general, y en la Ciencia Económica en particular, para explicar los fundamentos del dominio masculino sobre las mujeres a partir de un nuevo enfoque cultural. El determinismo biológico fue superado buscando encontrar la respuesta a las desigualdades en las construcciones sociales. Las nuevas premisas planteaban la necesidad de estudiar la subordinación de las mujeres a partir de las relaciones hombre/mujer y mujer/mujer creadas en el marco del intercambio social.

         Surge, así, el "género" como categoría social en contrapartida al sexo biológico y fisiológico de las ciencias biológicas. Uno de los trabajos más importantes en estos términos es el de Gayle Rubin, quien define al género como socialmente construido en un sistema de sexo/género. El género es para esta autora "el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana y en el que se satisfacen esas necesidades humanas transformadas "(1986:9).

         De esta manera se incorpora el factor cultural al estudio de las desigualdades y paralelamente un énfasis en la "diferencia". La lucha y la actividad intelectual profundizaron el análisis de las mujeres, dándole importancia a la diversidad social y cultural existente entre ellas mismas. Con respecto al hombre, se matizó el problema de la búsqueda de la igualdad con la revalorización de las diferencias (Barret, 1990; Scott, 1992; Cervantes Carso, 1993; Haraway, 1993; Harvey, 1994).

         La incorporación de las relaciones de género como relaciones de poder en la economía introduce nuevas variables y recupera otras que perdieron peso con el abordaje neoclásico, amplia la discusión sobre los supuestos y la construcción de los modelos económicos y, sobre todo, enriquece el debate referente a la construcción de una agenda pública económica feminista.

 

         LAS PRINCIPALES CRÍTICAS A LA CIENCIA ECONÓMICA

 

         Paralelamente al avance logrado con la mirada de género al análisis social y etnográfico, la predominancia del paradigma neoclásico durante todo el s. XX, con su supuesto andamiaje teórico y metodológico, puso obstáculos a una trayectoria similar en la Ciencia Económica, limitando su capacidad para incorporar la categoría "género".

         El supuesto de un agente representativo o la caracterización del "homos economicus" como racional, maximizador de utilidad, egoísta/individualista muestra el sesgo androcéntrico de la Economía, ya que en general, en la mayoría de las sociedades, en el imaginario colectivo son los hombres los que cuentan con estas características, mientras que las mujeres son vistas como afectivas/sentimentales y altruistas.

         La existencia de un orden o "mano invisible" que mantiene el equilibrio de las fuerzas económicas deja de lado el conflicto. La negociación está ausente, así como las innegables relaciones de poder entre hombres y mujeres en la toma de decisiones económicas en la familia: quién o quiénes salen a trabajar, quiénes y cómo se deciden los patrones de consumo e inversión familiares, quienes estudian, en qué se ahorra, son algunos de los temas importantes que involucran decisiones.

         La centralidad de los gustos y preferencias, y no la satisfacción de las necesidades, asume a la riqueza social como el conjunto de bienes materiales o inmateriales que son escasos (disponibles en cantidades limitadas) y útiles (capaces de satisfacer un deseo), bienes que, en consecuencia, deben ser apropiables, valorables e intercambiables a ciertas tasas de intercambio o precios, y producibles en la medida en que interesa hacer su cantidad menos limitada de lo que es. Se dejan de lado en el análisis, por lo tanto, los bienes o servicios que no se intercambian en el mercado, pero que igualmente satisfacen las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo como el trabajo doméstico, el cuidado y la socialización de la niñez o la producción para el autoconsumo, actividades que la familia y el Estado le transfieren "naturalmente" a las mujeres.

         La actividad económica sólo vista desde las relaciones de mercado y precios ignora actividades fundamentales para el mantenimiento de la fuerza de trabajo o subsidiadoras de costos y salarios, como el trabajo doméstico y el cuidado de dependientes. La actividad doméstica es una de las primordiales de las mujeres. Ésta ha sido vista, históricamente, como perteneciente a la esfera cotidiana y privada de la mujer en contraste con la esfera pública del hombre: el mercado (Folbre, 1982). Desde esta perspectiva, una gran proporción de horas de trabajo femenino -necesario para el funcionamiento de la economía capitalista- queda invisible: el trabajo doméstico que no sólo incluye servicios, sino también producción de bienes para el consumo familiar, producción agrícola casera de consumo tanto interno como externo a la familia, entre otros. Por lo tanto se deja fuera del análisis el problema de las transferencias de costos desde el mercado hacia los hogares.

         La concepción de políticas económicas neutras al género asume que los resultados de las mismas en las conductas de los agentes, en los sistemas de incentivos o en las normas afectan por igual a hombres y mujeres. Este supuesto no es privativo de la escuela neoclásica, también lo sostiene el keynesianismo. Al respecto, Elson (1990) identifica tres tipos de "sesgos masculinos" en la política económica.

         El primer tipo es el sesgo masculino en cuanto a la división sexual del trabajo, que ignora los obstáculos a la reasignación laboral en las políticas destinadas a producir un tránsito desde actividades no transables a las transables, para lo cual ofrecen incentivos a manufacturas intensivas y a cultivos de exportación. Las barreras de género a la reasignación del trabajo han significado mayor desempleo para hombres desplazados de las actividades no transables, mientras que para cualquier mujer que se inserta en una industria manufacturera orientada a la exportación ha implicado trabajo extra desde el momento en que la actividad fabril se agrega a las labores domésticas no pagadas, que los hombres desempleados aún rehúsan asumir. Es decir, el traslado de las mujeres desde ciertas actividades, como las de cuenta propia, hacia el trabajo asalariado, por ejemplo en la maquila, conlleva problemas relacionados con el equilibrio entre sus "obligaciones" familiares que antes podía adecuarlas por la flexibilidad de horario del trabajo no asalariado y que con su inserción al trabajo asalariado se hace más difícil.

         El segundo sesgo masculino se refiere al trabajo doméstico no pagado, necesario para reproducir y mantener los recursos humanos. En la medida en que las políticas asuman implícitamente que estas actividades deben realizarse sin remuneración, éstas se mantendrán sin importar cómo se redistribuyan los recursos. Esto plantea una crítica al supuesto neoclásico de una elasticidad casi infinita del trabajo doméstico de la mujer y de la capacidad de ella para continuar asumiendo sus múltiples funciones remuneradas y no remuneradas.

         El tercer sesgo masculino tiene relación con el hogar, -institución social fuente del suministro de la fuerza de trabajo-, en la medida en que se supone que los cambios en la asignación del ingreso, en los precios de los alimentos y en el gasto público que acompañan a las medidas macroeconómicas y, fundamentalmente, a las de estabilización, afectan a todos los miembros por igual. La idea de una función de utilidad conjunta lleva a considerar al hogar como un ente indiferenciado y unificado, obviando las posibles diferencias entre sus miembros. Para analizar este aspecto es necesario identificar la asignación interna de recursos, tiempo y trabajo y, principalmente, del poder en la toma de decisiones con que el hogar protege y amortigua el deterioro de las condiciones de vida.

         Si bien una parte importante de la crítica de la Economía Feminista está dirigida al paradigma neoclásico, conceptos marxistas como explotación, producción y reproducción también son puestos en discusión ante la ausencia del rol del trabajo doméstico en la explicación de estos fenómenos, así como el supuesto de que los intereses de hombres y mujeres convergen y están subsumidos en los de clase. Al igual que en otros paradigmas económicos, la división sexual del trabajo es vista como biológicamente determinada.

 

         EL APORTE DE LA ECONOMÍA FEMINISTA

 

         La Economía Feminista toma impulso en un contexto social, cultural y económico complejo con fuerte impacto en la economía familiar y de las mujeres: la crisis de los años 30, la segunda guerra mundial, el dinamismo económico posterior y la siguiente crisis enfrentada con las políticas de ajuste. Todo ello en medio de un proceso de globalización económica en el que las mujeres fueron protagonistas al igual que los hombres. En el ámbito cultural irrumpen colectividades con necesidades específicas y demandas de diferenciación, entre ellas las mujeres y el movimiento feminista.

         Las primeras preguntas que se plantean desde la Economía Feminista son cómo y por qué el mismo esfuerzo en el trabajo ha recibido remuneración distinta según el sexo del trabajador, sin que históricamente hayan influido la forma de propiedad o los medios de producción. Es decir, las mujeres han recibido menor remuneración en cualquiera de los modos de producción. Los estudios pioneros realizados en los primeros decenios del s. XX sobre la especialización por sexo del trabajo ya muestran que la misma no está explicada por diferencias físicas.

         Durante los años treinta, este tema -la brecha entre salarios masculinos y femeninos- fue objeto de discusión entre las feministas inglesas. La controversia que tenía que ver con el lema "igual pago para igual tarea", se focalizó en la determinación del salario bajo competencia imperfecta, supuesto que después de la segunda guerra mundial fue reemplazado por la premisa neoclásica de la competencia perfecta. En ambos periodos, el tratamiento de los diferenciales entre los salarios de hombres y mujeres se basó en la dinámica del mercado más que en el rol de las construcciones de género. Se supone que es el mercado el que determina el salario, de acuerdo a la oferta y demanda de trabajo, sin la intervención de los estereotipos que definen, por ejemplo, que las mujeres deben cobrar menos porque no mantienen la casa, a diferencia del hombre que sí lo hace y por eso "merecen" niveles salariales mayores.

         En los años cincuenta, los mismos neoclásicos iniciaron el análisis específico de la mujer en la economía. Jacob Mincer y Gary Becker, quienes lideran la denominada Nueva Economía del Hogar, buscan explicar las decisiones intrafamiliares sobre la salida de los miembros al mercado laboral y la inversión en capital humano en cada uno de ellos. Estos autores representan una transición hacia el interés del uso del análisis económico para el conocimiento de la esfera familiar; sin embargo al asumir los mismos postulados neoclásicos invisibilizaron los aspectos de género, proponiendo explicaciones casi biologicistas para unas conductas (decisiones sobre el uso del tiempo) y para otras, fuera de la racionalidad del agente representativo racional/egoísta/individualista (decisiones altruistas en los patrones de consumo o inversión) al interior de la familia. Una parte importante de la crítica de la Economía Feminista va dirigida hacia estos postulados.

         Desde la década de los setenta la cuestión macroeconómica adquiere relevancia en los estudios, focalizando el análisis de género en el desarrollo, -sobre todo en las políticas de ajuste estructural y en los modelos alternativos a los ortodoxos-, así como el efecto de la globalización y de las tendencias a largo plazo de los ciclos económicos.

         Un trabajo pionero es el de Ester Boserup (1970) quien, si bien no trabajó desde una perspectiva de género, sí proporcionó las bases para su profundización. Dos son los aportes importantes de su libro "Women's role in economic development"; en primer lugar, se refiere al hecho de que la división sexual del trabajo entre hombres y mujeres no es natural, por el contrario, parte de una construcción socialmente establecida. En segundo lugar, señala que el desarrollo en los países del Tercer Mundo afectó de manera diferenciada a hombres y mujeres.

         A partir de la "Década de la Mujer", en 1985, las feministas empezaron a prestar atención al análisis de los planes de ajuste, de la reestructuración económica, del desmantelamiento del Estado de Bienestar, de la feminización e informatización de la fuerza de trabajo, de los efectos de la globalización en la producción y del libre comercio. Las consecuencias de los planes de ajuste se relacionan en gran parte con el desmantelamiento de los estados de bienestar e intervencionistas. Las investigaciones demuestran la forma en que la contracción del mercado laboral y la disminución del gasto público social afectan a las mujeres, especialmente a las pobres, señalando cómo ellas tratan de resolver sus problemas de sobrevivencia intentando equilibrar todos sus roles. El impacto del gasto gubernamental fue estudiado también desde la mirada del sector público como mayor empleador de las mujeres en los países desarrollados y socialistas, pero en puestos de trabajo que son extensiones de las actividades culturalmente asociadas a las mujeres como la docencia y la salud. No obstante, los estudios realizados en esta temática encontraron que el sector público es, en muchos casos, menos discriminatorio que el sector privado.

         Las tendencias de largo plazo, la globalización y los cambios estructurales "cíclicos y seculares" son abordados por otro grupo de economistas, sobre todo con respecto al trabajo asalariado de la mujer. Se analizan las implicaciones macroeconómicas de los ciclos económicos en la composición de género (o feminización) de la fuerza de trabajo y en la intensidad del trabajo femenino en el hogar, así como el impacto de la pobreza o la desigualdad en la participación económica de las mujeres.

         Finalmente, pareciera que la década del 90 ha sido particularmente significativa para la Economía Feminista, tal como lo señala Joan Robinson, ya que en el año 1990 la Conferencia Anual de la American Economic Asociation incluyó por primera vez un panel relacionado específicamente con perspectivas económicas feministas y en 1992 se creó la Asociación Internacional de Economía Feminista (IAFFE).

         Los artículos que se presentan en este libro fueron seleccionados por su aporte a los principales temas que han venido siendo abordados por la economía feminista. Si bien algunos de ellos han sido escritos con la atención puesta en la experiencia particular de un país determinado, por su relevancia temática y conceptual, así como la calidad del aporte a un público no necesariamente economista, contribuirán a la instalación de un debate en el Paraguay.

         Mirian Nobre presenta en una didáctica síntesis los principales aportes de la Economía Feminista frente a la que ella denomina economía dominante, es decir, a la escuela neoclásica, concluyendo con un breve comentario sobre la relación entre el marxismo y la Economía Feminista.

         Cristina Carrasco y Sonia Parella Rubio hacen un recorrido histórico de las críticas y de los aportes desde la mirada de las mujeres, el género y recientemente desde la Economía Feminista. La primera de ellas, por las principales teorías económicas que abordan sobre todo el trabajo de las mujeres. Desde los clásicos hasta la escuela neoclásica, el neo institucionalismo y el marxismo han realizado aportes, pero siempre desde una visión androcéntrica y centrada en la producción de mercado y el intercambio, con lo cual, una parte importante de las actividades económicas de las mujeres queda fuera del análisis. La autora se centra fundamentalmente en el estudio y crítica de la escuela neoclásica, por su importancia en el debate económico de las últimas décadas tanto a nivel teórico como metodológico y epistemológico.

         Sonia Parella Rubio, por su parte, focaliza su atención en la forma en que los estudios del desarrollo incorporan los aspectos relativos a las mujeres y al género, distinguiendo los dos gran des enfoques: mujeres en el desarrollo (MED) y género en el desarrollo (GED). El primero de ellos concibe a la subordinación y desigualdad de las mujeres como un problema de exclusión de la actividad económica, por lo tanto, el objetivo debe ser incorporarlas eficientemente a través de iniciativas que aumenten su productividad, su acceso a los mercados y a organizaciones comunitarias. Las mujeres constituyen una categoría aislada, sin poner en cuestionamiento las relaciones intergenéricas. El segundo enfoque, por su parte, avanza asumiendo que la situación de la mujer tiene origen en el ordenamiento social y en las relaciones de poder que se establecen entre las personas. Desde esta mirada, el objetivo debe ser facilitar los procesos de autonomía y autodeterminación y revertir las relaciones de subordinación determinadas por la división sexual del trabajo.

         El trabajo de Antonella Piccio profundiza uno de los temas más relevantes para el análisis económico de las relaciones entre hombres y mujeres, que es la separación que la Ciencia Económica ha realizado entre el trabajo de producción de bienes y servicios y el de la reproducción de personas. Esta es una preocupación persistente en la Economía Feminista, ya que las relaciones de producción y reproducción son espacios de construcción de género y estructuran la separación entre los espacios públicos y privados, desvalorizando, e inclusive invisibilizando, el rol de las mujeres en este proceso de estructuración.

         En este mismo sendero, Rosalba Todaro profundiza el abordaje analizando las implicancias de esta separación en el mercado laboral. Este artículo muestra la importancia de entender la vinculación que existe entre el orden económico y social y las relaciones de género, afectándose mutuamente. Dichas relaciones son concretizadas en el mercado laboral, en el cual hombres y mujeres se ubican de manera diferente, de acuerdo a los patrones de género definidos socialmente, los que son funcionales a las necesidades del mercado. A su vez, esta ubicación define la organización familiar en torno a las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo.

         Finalmente, Alicia Girón, Helena Hirata y Helene Le Doaré abordan el análisis de la globalización a la luz de las desigualdades de género y los desafíos para la construcción de un nuevo marco conceptual. Alicia Girón se cuestiona en el artículo las posibilidades que tienen los procesos de desarrollo de los países de lograr disminuir las desigualdades de género en un contexto de creciente globalización. Lograr este objetivo requiere evaluar las políticas implementadas y su impacto en las mujeres y repensarlas partiendo desde la discusión conceptual de qué es desarrollo y cómo queremos globalizarnos.

         Helena Hirata y Héléne Le Doaré revisan los cambios en el trabajo y en el empleo a la luz de los procesos de globalización, haciendo un énfasis en las oportunidades vistas por las mismas mujeres pero contraponiéndolas a los riesgos y complejidades relevados en la evidencia empírica. Asimismo, analizan el rol de los movimientos sociales en el pensamiento teórico feminista, tanto desde la diferencia con los hombres, como desde la mirada puesta en las contradicciones entre las propias mujeres.

         Un agradecimiento especial a la Ministra de la Mujer, Gloria Rubín, que en el marco de su gestión se realizó esta publicación y a Itaipú Binacional, en la persona de Gustavo Codas, quien con gran tenacidad y sensibilidad de género me impulsó a emprender este trabajo, cuyo primer volumen presentamos en esta oportunidad. Colaboraron desinteresadamente en la lectura, traducción, corrección y edición de algunos artículos Karen Leguizamón y María Liz Viveros, así como Marcos Brítez y Edith Martínez.

 

 

1- Margaret Mead, Sex and temperament in Three Primitive Societies (1935)

y Simone de Beauvoir, El Segundo sexo (1949).

 

 

 

 

 VISIBILIDAD ANALÍTICA Y POLÍTICA DEL TRABAJO DE REPRODUCCIÓN SOCIAL*

 

ANTONELLA PICCHIO 

 

 

         INTRODUCCIÓN1

 

         La actual invisibilidad del trabajo de reproducción social en las cuentas nacionales tiene su origen en un agujero negro en el análisis actual del sistema económico. Dicho agujero negro oscurece la mayor parte del proceso de reproducción social de la población, y de la población trabajadora en particular. La visibilidad del trabajo doméstico requiere la visibilidad de todo el proceso de reproducción social en el marco de la estructura básica del sistema económico. Las teorías económicas adoptaron desde el principio un enfoque reduccionista del tema de la "subsistencia" y éste ha ido quedando progresivamente apartado y marginado, con importantes repercusiones para el análisis sobre los géneros, las clases sociales y el desarrollo. Las políticas económicas en relación con el género y el desarrollo requieren muy especialmente un marco "macro" que haga visible el papel de la reproducción social de las personas y revele los conflictos de género y de clase inherentes a la relación capitalista entre la producción de mercancías con vistas a la obtención de un beneficio y la producción social de las personas.

         El presente texto está dividido en siete apartados: el primero se ocupa del dilema que plantea la integración del trabajo doméstico en el cuadro general del sistema económico y la consideración de las diferencias entre el trabajo de producción de mercancías y el trabajo de reproducción de las personas; el segundo introduce una visión sobre las economías de subsistencia en la que se otorga un lugar analítico al sector y el proceso de la reproducción; el tercero introduce un enfoque clásico sobre el excedente con objeto de visualizar los conflictos inherentes a la relación capitalista entre producción y reproducción; dicho enfoque basado en el excedente se aplica a continuación, en el cuanto apartado, para situar el trabajo doméstico en el contexto de un análisis "marco" del sistema económico; en el quinto apartado, se describe la estructuración actual de los mercados mundiales de trabajo como contexto en el que es preciso analizar la reproducción y el trabajo, remunerado y no remunerado; en el sexto apartado, se evalúan las políticas de género del Banco Mundial en función de su capacidad para poner en entredicho las teorías y las relaciones producción-reproducción dominantes; finalmente, se argumenta a favor de la política estratégica basada en una inversión de la relación producción-reproducción, inspirada por la idea de un desarrollo humano que convierta a la producción y a los mercados en instituciones responsables del bienestar humano y obligadas a rendir cuentas.

 

         UNA INCOMODIDAD TEÓRICA Y UN DILEMA POLÍTICO

 

         El trabajo doméstico es el núcleo de la reproducción social de las personas. No sólo requiere energía física y emocional sino que, además y como aspecto más importante, sobre él también recae parte de la responsabilidad por la supervivencia, bienestar y felicidad de otras personas. Está repartido de manera desigual según el género, ya que históricamente se ha hecho responsables a las mujeres de los sectores dependientes de la población (criaturas y personas mayores y enfermas) y también de los varones adultos. Puede complementarse con trabajo asalariado en el hogar, trabajo asalariado en los servicios públicos y privados y trabajo social voluntario, pero la responsabilidad final de armonizar las demás formas de trabajo y/o absorber sus insuficiencias sigue recayendo sobre el trabajo familiar no remunerado.

         El trabajo doméstico no está delimitado estrictamente por el lugar (el hogar) o sus funciones, ni por el hecho de no estar remunerado. Se caracteriza por la forma de control que se deriva de las relaciones familiares personales. Igual que en el caso del trabajo asalariado, la carencia de medios autónomos de subsistencia es la base material de su control, aun cuando las formas de implicación cultural y psicológica son demasiado complejas para poder reducirlas meramente a la dependencia económica.

         El problema de la visibilidad no es únicamente estadístico sino también teórico y político. El trabajo doméstico constituye un estorbo teórico. O bien se considera natural, o bien se confía al control de la familia. La familia funciona, por consiguiente, como un enclave institucional en el que se quedan en cierto modo en suspenso los principios generales que regulan las relaciones sociales. Esto se ha observado en el pensamiento político en relación con el tema del consentimiento (Pateman, 1988).

         El pensamiento económico no ha tomado suficiente conocimiento de las contradicciones asociadas al trabajo doméstico. Becker (1981) intentó utilizar las herramientas de la teoría económica para analizar la familia. Este ejercicio se basa por completo en una simple extensión del campo focal sin ningún cambio en la perspectiva analítica. El resultado es el reduccionismo económico habitual elevado al cuadrado. El enfoque con el que se ha abordado la "economía de la familia", tratando a ésta como una empresa, al trabajo de reproducción como un trabajo asalariado y al correspondiente proceso de decisiones cotidianas como una maximización idealizada de la utilidad, conduce a formalizaciones engañosas.2

         Si, por un lado, no es posible integrar de ningún modo el trabajo de reproducción de las mujeres en la teoría económica ocultando las diferencias de las personas, por el otro lado es preciso reconocer dichas diferencias en el contexto de una perspectiva "macro" que haga visibles las vinculaciones entre los diferentes procesos, mercados, agentes, actividades, sujetos sociales y relaciones personales y sociales.

         No se trata de considerar la reproducción de las personas como si fuera un proceso de producción de mercancía, tratar el cuidado como un trabajo asalariado y racionalizar los tiempos y lugares con objeto de reducir el coste de la producción de mercancías y aumentar la eficiencia de la reproducción. Al contrario, de lo que se trata es de hacer uso de la experiencia de las mujeres en las redes sociales de reproducción e introducir cambios radicales en el sistema real y sus análisis.

         La reproducción humana no es un proceso definible ni meramente natural. Incluso el dar a luz y el amamantamiento están inscritos en contextos sociales e históricos (Maher, 1984; Duden, 1994). Existen normas religiosas y jurídicas diseñadas para controlar la fecundidad de las mujeres y -justamente por este motivo- también su sexualidad. Los objetivos, instrumentos y grados del control difieren en el tiempo y el espacio. Por ejemplo, las políticas pueden tener alternativamente como objetivo la expansión o la reducción de la población. Las diferentes instituciones (por ejemplo, los Estados y las iglesias) pueden discrepar sobre los medios y los objetivos, aunque por lo general no discrepan en cuanto a la necesidad de controlar la fecundidad de las mujeres. La gestión del proceso cotidiano de reproducción de las personas, en la que se centra este escrito, es todavía más explícitamente social e histórica.

         El trabajo doméstico no se puede añadir simplemente a los demás tipos de trabajos mediante una mera ampliación de la definición de trabajo. El problema no es su ampliación sino su profundización. El trabajo doméstico permanece oculto porque sostiene los demás tipos de trabajo, formal e informal, asalariado y no asalariado. Las dificultades para medirlo están relacionadas en parte con el problema de la inclusión de este trabajo y de todo el proceso de reproducción de las personas dentro del marco analítico de los procesos económicos básicos y dentro del esquema de las relaciones sociales que vinculan los diferentes tipos de trabajo, sujetos sociales y procesos económicos.

         Las medidas estadísticas son convenciones y dependen del enfoque analítico. Resulta difícil medir el trabajo doméstico en unidades de tiempo porque habitualmente incluye la superposición de diferentes tareas así como las emociones y ansiedades del cuidado. Debe tenerse presente que las emociones forman parte del proceso, dado que las personas necesitan cariño además de mercancías (como bien saben las empresas cuando hacen publicidad de sus productos). La solución es experimentar con procedimientos pragmáticos de definición y medición de tareas complejas, como se hace en los estudios de uso de tiempo. No obstante, también resulta difícil medir el trabajo de reproducción en forma de valor monetario. Se emplean los precios relativos para establecer comparaciones: mercancías, servicios para el mercado, ingresos, y riqueza. A través de los precios, se hacen comparables agregados heterogéneos. Los precios dependen de conjuntos de valores. Pero en las teorías económicas, la determinación, distribución y medida del valor constituye el núcleo central del análisis. El valor permite abordar, de manera abstracta, los temas cruciales de qué es la riqueza y cómo se produce y se distribuye. En un sistema en el cual el trabajo social y los productos se asignan a través del mercado, interrogarse sobre el valor equivale a plantearse cómo reflejan los precios relativos los procesos básicos de producción, distribución e intercambio y finalmente, pero no por ello menos importante, cómo reflejan los procesos de reproducción social.

         La contabilización estadística del trabajo doméstico se debe considerar en realidad como una fase dentro de un proceso de negociación sobre la división del trabajo y de los recursos entre los géneros, las generaciones y las clases sociales. Los intereses en juego generan conflictos potencialmente profundos: están en juego una enorme cantidad de energía física y emocional y también la seguridad material y psicológica de las personas, o sea, su calidad de vida. Además, también está en juego el coste del trabajo asalariado en los mercados locales y mundiales. Las estadísticas no implican, por tanto, únicamente la medición de la cantidad de trabajo doméstico, sino también la visibilidad de un proceso de negociación sobre el reparto de responsabilidades en relación con las condiciones de vida. Éste trasciende el ámbito privado tradicional de la política familiar. En las últimas décadas, el movimiento de mujeres (feminista) ha venido planteando la cuestión política de la explicitación de los conflictos de género inherentes al proceso de reproducción (sexualidad, fecundidad, identidad personal, trabajo no remunerado) a escala internacional (Dalla Costa y James, 1973; Federici, 1976). En el aspecto relativo al trabajo no remunerado, desde la Conferencia de las Naciones Unidas sobre las Mujeres de Nairobi, numerosas ONG, encabezadas por la organización a favor de la contabilización del trabajo de las mujeres "Counting Women’s Work", han librado una enérgica batalla en tomo a la elaboración de estadísticas oficiales sobre el tiempo dedicado al trabajo doméstico no remunerado y el valor del mismo, en el marco de la preparación y las negociaciones de las Conferencias de las Naciones Unidas sobre la Mujer, y en otras grandes Conferencias sobre el medio ambiente, los derechos jurídicos y las condiciones sociales (Río, Viena y Copenhague).

         A partir de la visualización del trabajo no remunerado de las mujeres, todo el proceso de reproducción social de la población se podría enfocar de manera más directa y más penetrante. Los economistas en general sólo suelen considerar relevante el tema de la reproducción dentro del análisis de las economías de subsistencia y de la pobreza. Habitualmente se reduce al problema de la agricultura de subsistencia o de las necesidades básicas de los sectores pobres de la población mundial. Se ignora el papel central del proceso de reproducción social dentro del núcleo central de cualquier sistema económico, tanto en el Norte como en el Sur, como también se ignoran sus conflictos inherentes de género y de clase.

         El análisis económico se centra básicamente en la producción, la distribución y el intercambio. La reproducción social de las personas se considera alternativamente, bien como un proceso natural sin ningún coste, bien como un subproducto final de otros procesos que no requiere un análisis específico, o bien como un proceso localizado en un ámbito separado. Ninguna de las tres cosas es cierta. Lo cual sólo significa que el problema básico para cualquier sistema social, o sea, la relación entre el proceso de producción de bienes y servicios y la subsistencia de las personas, está condenado a aparecer únicamente de manera episódica y fragmentaria en el cuadro analítico.

         Esta ocultación de un proceso fundamental no es posible en el caso de las mujeres, puesto que aquel repercute de manera sistemática sobre sus condiciones sociales. El hecho de que las mujeres mantengan siempre una vinculación visible con su papel dentro del proceso de reproducción social se suele interpretar habitualmente como un problema específico femenino en lugar de verlo como un problema general; aparece en forma de una desventaja en relación con la igualdad, una rigidez en el contexto de la competencia y un retraso con respecto a la modernización. De hecho, las mujeres interiorizan un conflicto entre producción y reproducción que no se elabora adecuadamente en el ámbito social. Las mujeres soportan, tanto en la familia como en el trabajo remunerado, los costes de una contradicción básica del sistema. Estos costes son altos tanto si ellas ofrecen resistencia como si se adaptan con resignación.

         Para comprender la posición social de las mujeres es necesario considerar la familia. Esta ampliación del enfoque no es, sin embargo, suficiente ni mucho menos. Los derechos y los intereses de las mujeres no coinciden necesariamente con los intereses familiares, ya que ellas no son reducibles a sus funciones reproductivas. Además, no es posible separar a la familia de otras instituciones, como los mercados y los Estados, puesto que todas interactúan en la economía.

         Esto entraña un dilema al que tienen que hacer frente las mujeres. Por un lado, el reconocimiento del papel económico de la reproducción de las personas constituye un avance hacia una mayor claridad y ofrece una explicación para muchas de las dificultades con las que topan las mujeres para conciliar su vida y su trabajo; por el otro lado, lo que se hace visible también es una reducción, ya que se tiende a identificar a las mujeres como individuas con su papel como reproductoras y a encerrarlas en él. El dilema es político: las mujeres temen que si ellas -y los hombres- carecen del poder que les permita usar la visibilidad de las condiciones de vida como una palanca para transformar los sistemas económicos y sociales, un reconocimiento de la productividad económica del trabajo doméstico pueda dar lugar a un mayor control social y una cristalización más rígida de sus roles históricos.

         Al mismo tiempo, no pueden permitirse ocultar su carga. Individualmente, las mujeres encuentran tácticas para hacer frente a este dilema. Sin embargo, los costes de la contradicción interna emergen en la población femenina agregada en forma de pobreza generalizada y de la violencia con la que se enfrentan dentro de la familia y en la sociedad, dos síntomas que revelan la necesidad de una estrategia colectiva. La contabilización del trabajo no remunerado ha supuesto un paso adelante en este sentido.

 

         ECONOMÍAS DE SUBSISTENCIA MODERNAS

 

         Para comprender la estructura de los sistemas económicos es importante concentrar la atención en los modos de subsistencia, tanto en los países desarrollados y como en los países en desarrollo.

         Los modos de subsistencias se pueden definir en función de los modos de producción de bienes y servicios de subsistencia, de las relaciones sociales que filtran el acceso a los medios de subsistencia, y de la red formada por el mercado, el Estado y la familia que configura el proceso de reproducción social (Picchio, 1992). En las economías capitalistas, la propiedad y los salarios filtran el acceso y los medios de subsistencia: quienes carecen de propiedad y/o de un salario no tienen ningún medio para subsistir excepto la dependencia personal, la asistencia pública o la delincuencia.

         En estos momentos, tanto la producción como la reproducción se están reestructurando a escala mundial lo cual genera unas tensiones crecientes. Estamos atravesando una nueva fase de pobreza en medio de la abundancia en el Norte y en nuevos enclaves del Sur. El problema es que el enfoque analítico se centra exclusivamente en los procesos productivos y de intercambio. La reproducción queda reducida a la invisibilidad en el análisis social y político, pero aflora, con todos sus conflictos, en la experiencia vivida en las mujeres y los hombres que sufren la alteración de la economía de subsistencia en el Sur, los efectos del dumping social en el Norte y los efectos de la reestructuración radical tanto de la producción como de la reproducción en los antiguos países socialistas.

         Para trazar un cuadro analítico que tenga debidamente en cuenta el proceso de reproducción social de la población -en sus aspectos cuantitativos y cualitativos- se puede proceder en dos direcciones. La primera parte de la experiencia histórica de las mujeres en relación con las condiciones de vida y de sostenibilidad del medio ambiente individual y social; la otra parte de las teorías económicas dominantes. Por un lado, el arte de vivir de las mujeres es pragmático, diversificado, local y dinámico, entreteje las relaciones personales y sociales, es receptivo a las necesidades y deseos, y toma decisiones racionales a partir del cálculo y también de las emociones. Por lo tanto, los resultados son necesariamente indeterminados en el primer caso. Por el otro lado, la teoría económica en su versión dominante es una idealización de una realidad estática y ahistórica. Con su uso monótono de la misma técnica de cálculo racional y su desdén por el impacto de las relaciones sociales, busca la determinabilidad. En consecuencia, ambas orientaciones no podrán confluir sin un cambio crítico en las teorías.

         La tensión que comporta la relación entre producción y reproducción está profundamente enraizada y ya no se puede descartar calificándola corno un problema propio de las mujeres. A pesar de que las mujeres se ven continuamente obligadas a hacer malabarismos para conciliar sus roles en los procesos de producción por el mercado y de cuidado de las personas, sopesando en cada ocasión sus prioridades y responsabilidades relativas, ellas no son, sin embargo, las únicas que se tienen que enfrentar con las divisiones de las responsabilidades individuales y colectivas en relación con las condiciones de vida, en su sentido más amplio.

         Con la visibilidad del trabajo doméstico no remunerado, todo el proceso de reproducción social se vuelve más claro, no sólo en las economías de subsistencia tradicionales sino también en las economías industriales/de servicios más avanzadas del Norte. Los sectores de subsistencia, las normas sociales y las instituciones difieren en el tiempo y en el espacio; lo que no cambia en su importancia para la comprensión de la dinámica estructural de los sistemas económicos. La economía, la política y la ética se encuentran necesariamente vinculadas en el proceso de reproducción social de la población y de sus diferentes sectores. Esta combinación tendría que configurar el fundamento de las teorías económicas para hacer adecuadamente visibles los conflictos inherentes a los modos de producción de riqueza, la distribución de la renta y la organización de los intercambios en lo que se refiere a sus efectos sobre el bienestar de las personas. La observación y la experiencia práctica del conflicto en torno a la reproducción social pueden sacar a la luz la inadecuación de unas políticas en apariencia centradas exclusivamente en las condiciones de producción y de intercambio, pero que en realidad constituye un ataque directo contra las expectativas crecientes de la población trabajadora y cuentan con una masa de trabajo de reproducción no remunerado para que estos ataques se puedan sostener.

         La experiencia de la vida, individual y colectiva, es tan dramática y compleja que se han empleado muchos lenguajes culturales para expresar sus dificultades prácticas (Nussbaum, 1990). La indagación filosófica sobre las necesidades, carencias y deseos era intensa y fructífera en los tiempos de la ilustración, cuando se establecieron los fundamentos de la economía política. Los temas básicos del nuevo discurso no fueron sólo el dinero, el comercio internacional y más adelante, la producción y la distribución, sino también la justicia, los conflictos, las relaciones de poder, la población, las necesidades insaciables, los gustos, etc. El problema era, de hecho, la localización del hombre dentro de la sociedad en un mundo que había perdido a Dios como la figura paterna que garantizaba el orden y el cuidado de una raza humana visualizada como el centro del universo (Bryson, 1945).

         La reproducción social de las personas es un proceso material y moral. Requiere bienes, mercancías, servicios, trabajo y amor. Está engastada en un conjunto de convenciones sociales y marcos institucionales que se configuran para regular la división social de las responsabilidades con respecto a los niveles de vida de la sociedad en su conjunto y en sus diferentes sectores.

         Un análisis más profundo de los procesos de reproducción social permite comprender también el funcionamiento de los mercados. Los procesos de producción y los mercados se hallan inscritos socialmente no sólo porque operan en contextos sociales históricos, sino también porque conectan actividades y relaciones humanas sobre la base de unas normas sociales. La fluidez de los mercados requiere confianza, unas convenciones, etc. Los intercambios no tienen lugar entre mercancías sino entre individuos y/o grupos de personas con diferentes objetivos, expectativas, poder, confianza, simpatía. El mercado lo definen tanto los agentes de los intercambios y sus relaciones como la naturaleza de las mercancías intercambiadas. Los valores relativos de las mercancías reflejan el contexto social de los agentes que las evalúa y las condiciones de vida tienen un papel crucial en dicho contexto. En el caso del trabajo, la evaluación social es todavía más clara, dado que la mercancía que se vende es humana: participa en la determinación de su propio precio en la definición de los que se intercambia y, sobre todo, se resiste a ser reducida a la condición de manera mercancía.

         La cuestión social aparece en este contexto como un mosaico complejo de derechos, condiciones materiales, deseos, responsabilidades colectivas e individuales. Su configuración se modifica con el tiempo a través de un largo proceso de sedimentación de las normas, costumbres, hábitos y equilibrios de poder.3

 

         TEORÍAS Y PARADIGMAS ECONÓMICOS

 

         Para captar el carácter social del trabajo de reproducción de las personas es importante aprehender la vinculación histórica entre los procesos de reproducción y de producción. En el sistema capitalista se ha ido creando una separación entre ambos, en forma de lugares, instituciones, organizaciones sociales, normas y culturas separadas, que distinguen el trabajo asalariado del trabajo de reproducción no remunerado. Esta progresiva separación favoreció la ocultación de la vinculación entre los diferentes tipos de trabajo y los distintos procesos. Con objeto de restablecer esta vinculación dentro del análisis económico es preciso considerar la evolución de la historia mirando hacia atrás, avanzando en sentido inverso desde la actual objetivación neoclásica de los mercados hasta la economía moral originaria, donde la subsistencia era el objetivo explícito de los sistemas productivos y la relación entre ricos y pobres estaba regulada a través de un orden más visible. El propósito de volver la mirada hacia atrás no es, evidentemente, propugnar un retorno a sistemas sociales pasados intolerables por su explotación, represión y paternalismo. Adoptar esta perspectiva puede ayudarnos, sin embargo, a identificar fases a través de las cuales se ha ido obscureciendo y ocultando a la mirada el proceso de negociación sobre las condiciones materiales, culturales y morales de vida que lleva a cabo toda la población trabajadora.

         Lo primero que debemos considerar al examinar las teorías económicas es la confusión actual entre abstracción e idealización de la conducta humana. Debido a esta confusión entre ambos procesos, la teoría económica considera ahistóricas y absolutas algunas características del sistema social. Como resultado, como sucede en el caso de la teoría neoclásica, algunos aspectos importantes, persistentes y generales de la experiencia histórica se consideran inevitablemente como marginales y accidentales tan sólo porque no encajan en el cuadro idealizado. Es lo que ocurre con el proceso de reproducción social de la fuerza de trabajo: al considerarlo se tratan como rigideces y fricciones algunas características humanas fundamentales (como la necesidad de una alimentación y vivienda adecuadas y de relación con otras personas) que deberían tener un reflejo directo en el marco teórico general, y se las relega a los aspectos marginales y accidentales del análisis o bien sólo se las aborda en el plano político.4

         De vez en cuando afloran algunas reflexiones sobre la complejidad del proceso de reproducción social como, por ejemplo, en los análisis del consumo, la pobreza, los salarios de eficiencia, y el tratamiento de los niveles de vida.

         La economía neoclásica concibe el consumo como un proceso final activado por decisiones individuales, adoptadas generalmente sobre la base de criterios idealizados de maximización de la utilidad, a la vez que cualquier interdependencia entre dichas funciones de utilidad se considera una "curiosidad". En este contexto, la familia se convierte en una unidad económica crucial para los estudios empíricos, pero no se apela a ella para poner en entredicho el individualismo metodológico de la teoría general de la asignación de los recursos. Se suele dejar que sean los antropólogos quienes se encarguen de especular sobre el consumo como medio de expresión del estatus y el rango social, las costumbres y los gustos (Douglas e Isherwood, 1979), igual que se deja para los historiadores el tema de la distinción real entre necesidades y lujos (Braudel, 1970, cap. 3).

         Los estudios sobre la pobreza constituyen el grueso de los estudios sobre los niveles de vida. La "exogeneidad" y complejidad de la subsistencia se hace evidente, de hecho, de manera particularmente dramática en el nivel más bajo de la jerarquía social (Sen, 1983, 1987, Atkinson, 1989). Sólo en este nivel se ha tomado explícitamente en consideración el proceso de reproducción, bajo las formas de necesidades básicas (pobreza absoluta) y de la distribución desigual de la renta (pobreza relativa).

         La pobreza se suele separar de la inseguridad general de los niveles de vida históricos, inherente al funcionamiento normal del mercado de trabajo, y de la teoría de los salarios. Sólo en el nivel de pobreza pasan a un primer plano las necesidades y la distribución de la renta. Llegados a ese punto, la pobreza se aborda, en el mejor de los casos, desde planteamientos de solidaridad con los sectores débiles de la población, más que desde el concepto de la inseguridad general. En lugar de cuestionar el funcionamiento normal del mercado de trabajo asalariado, como principal filtro de acceso a los medios de subsistencia, la teoría neoclásica aborda los temas de las relaciones de poder de clase y de género y de la equidad como aspectos marginales que no ponen en cuestión la teoría general de la distribución de la renta.

         Un debate crítico sobre la pobreza (Desai, 1986; Sen, 1983; Townsend, 1979) se centra en la posibilidad de establecer un concepto empírico y teórico de la privación relativa de aquellas personas "cuyos recursos no les permiten cumplir las complejas exigencias y costumbres sociales que se imponen a los ciudadanos de la sociedad en cuestión" (Townsend, 1993, p. 36).

         Amartya Sen (1985, 1985b, 1987) ha propuesto un nuevo enfoque de relación con los niveles de vida. Sen evita la interpretación reduccionista que los presenta meramente como un conjunto de mercancías y resalta el factor humano. Presenta los niveles de vida en términos de capacidades y funciones históricamente definidas e inscritas socialmente en un contexto dentro del cual el individuo interactúa con otros individuos para obtener su bienestar práctico y cumplir sus responsabilidades personales y colectivas. En este contexto, el bienestar individual y colectivo requiere necesariamente unos criterios de elección más complejos.

         En el análisis económico también aparece una reflexión sobre el proceso de reproducción social cuando unos salarios por encima de la productividad marginal se consideran como un elemento de una mayor eficiencia. La argumentación en favor a los "salarios de eficiencia" se plantea en términos del consentimiento de algunos sectores poderosos de la fuerza de trabajo que es preciso obtener y mantener para garantizar una mayor productividad dentro de la empresa (Akerlof y Yellen, 1986). En este caso encontramos, por lo tanto, un reconocimiento parcial de que las normas sociales y las condiciones materiales y morales de la reproducción social de la fuerza de trabajo son factores importantes para la determinación de los salarios. No obstante, una vez más, este reconocimiento no se esgrime para cuestionar la teoría tradicional de los salarios y el empleo. De hecho, los salarios de eficiencia, al ser superiores a la productividad "técnica" marginal se siguen considerando como causa de desempleo en unos mercados de trabajo que idealmente se compensan de manera automática.

         A escala "macro", los niveles de vida están directamente relacionados con la distribución de la renta y, por consiguiente, con la dinámica del mercado de trabajo. Por lo tanto, el enfoque adoptado para considerar los niveles de vida depende mucho de cómo se analicen el mercado de trabajo y la distribución de la renta. En este sentido, el análisis de los niveles de vida se ve directamente afectado por la escisión paradigmática en lo que respecta a la teoría del valor y la distribución que recorre toda la historia del pensamiento económico (Dobb, 1973; Garegnani, 1984; Sraffa, 1960).

         Si bien ambos paradigmas (el clásico y el neoclásico) tienden a pasar por alto el papel del proceso de reproducción, reduciéndolo a un mero problema de un conjunto de mercancías, uno y otro difieren muchísimo en lo que respecta a la teoría de los salarios y a la determinación histórica de los agregados metodológicos. Este aspecto metodológico tiene implicaciones de gran calado para el análisis de la reproducción de la fuerza de trabajo como proceso social histórico.

         Este no es el lugar adecuado para hacer conjeturas sobre el enfoque clásico del excedente pero, sin embargo, puede ser útil recordar algunas de sus características analíticas, toda vez que estas tienen implicaciones significativas para el análisis de vinculaciones entre producción y reproducción (Picchio, 1992). 1) El beneficio se define como un residuo, determinado entre la diferencia entre la producción y los ingresos (salario y transferencias) de las clases trabajadoras. 2) Los salarios reflejan como norma, los niveles convencionales de vida históricamente determinados en el tiempo y en el espacio; no están asociados al individuo sino a su familia, en tanto que unidad de reproducción de la "raza". 3) Los salarios se determinan separadamente de los demás precios; en conciencia, el marco analítico se basa en parte en la especialidad de la fuerza de trabajo de su calidad de mercancía humana. 4) Los precios son cortes de producción, que reflejan directamente el proceso físico de la producción; en general (aparte de todas las complicaciones de la transformación de los valores en precio), las variaciones en la distribución entre las clases sociales no influyen sobre los precios relativos. 5) El sector de producción de bienes y servicios de subsistencia desempeña un papel central en la estructura del sistema. El aspecto más importante del excedente es el papel central que tiene el excedente dentro del núcleo analítico, como residuo en el valor de producción y el valor de subsistencia de la población trabajadora. La tasa de beneficio que es el objetivo fundamental en un sistema basado en la producción de mercancías, se define como la relación de excedente (producción menos subsistencia), y el capital anticipado. Dicha relación se puede expresar con la formula ricardiana, donde todo el capital se transforma en capital variable:

 

         (1) r = P-wL/wL

 

         Donde r, es la tasa de beneficios, P la producción, w el salario y L las unidades de trabajo.

         Si se incluyen las transferencias públicas (T) en la subsistencia de población trabajadora la relación será:

 

         (2) r = P-(wL T)/wL

 

         En (1) y (2) queda claramente visible la relación entre el beneficio y los costes de producción social.

         Los analistas clásicos expresan las principales relaciones estructurales en términos de agregados y comportamientos representativos. Los principales procesos estructurales (producción, distribución e intercambio), se explican de diferente manera. Concretamente: la producción es un proceso físico que relaciona el producto (output) con el input; la distribución es un proceso institucional que refleja las normas sociales y las relaciones de poder que configuran históricamente las reglas para la distribución del producto; y las tasas de intercambio de las mercancías producibles (que por definición no son generalmente ni persistentemente escasas), reflejan las condiciones sociales de producción una vez que se ha concretado la distribución entre salario y beneficios sobre las bases de las relaciones sociales; la demanda efectiva depende de la dimensión histórica de los mercados, de la tasa de crecimiento y la distribución de la renta.

         Los diferentes mercados (de trabajo, de mercancía y dinero), se analizan de diferente manera. Los mecanismos competitivos del ajuste entre la oferta y la demanda se analizan separadamente de los cambios en las relaciones estructurales, del mismo modo que la fluidez del mercado, garantizada por la producibilidad y movilidad de las mercancías se considera un proceso distinto de la dinámica estructural del sistema. El primero está regulado por la competencia, el segundo, por la innovación técnica, la apertura de nuevos mercados y finalmente, pero no menos importante, por las "necesidades insaciables" de la población. La distribución entre las clases sociales se localiza en un plano analítico distinto al de la distribución dentro de cada clase. La primera se refleja en la estructura de los precios naturales; la segunda, en los ajuste de los precios del mercado, de los precios naturales. Los precios naturales no los definen los mecanismos de ajuste activados por la asignación, sino por las fuerzas estructurales del sistema, o sea, no están determinados por la escasez sino por los procesos de producción y las relaciones sociales de poder. No se considera plausible establecer un modelo general de interrelaciones sistemáticas entre los diferentes procesos y los diferentes mercados (Garegnani, 1984).5

         Dentro de este marco, la inseguridad y la pobreza pueden disciplinar el mercado de trabajo, pero no es posible esterilizarlo eliminando su factor humano complejo. La perspectiva analítica basada en el enfoque del excedente deja un espacio libre, justamente en el núcleo central del análisis, para la visibilidad de un profundo conflicto potencial entre la producción de mercancía para obtener un beneficio y la reproducción social de la población trabajadora. El conflicto no afecta sólo a las cantidades que definen el excedente y la tasa de beneficio, sino también a los objetivos mismos de ambos procesos.

         La producción de mercancía y el proceso de acumulación de beneficios pueden ser parcialmente coherentes con un aumento de los niveles de vida de la población trabajadora. Sin embargo, esta "armonía" no se mantiene eternamente para todos los sectores de la población, y este hecho puede generar serias contradicciones y crisis recurrentes en la reproducción social.

         Para crear un fundamento más avanzado y más estable para el desarrollo humano es necesario observar la profundas tentaciones que existen entre la producción de mercancía y la reproducción social de la personas. El desarrollo humano sostenible exige a la vez la revolución de los costes ocultos y la definición de nuevas prioridades, y también la legitimación de nuevos temas políticos. Para conseguir el cambio de prioridades es necesario centrar la atención en la estructura de los sistemas económicos existentes y localizar la subsistencia dentro del marco analítico como un proceso en el que no sólo intervienen unas cantidades de mercancías sino también relaciones y conflictos sociales.

 

         UN ENFOQUE "MACRO" CLÁSICO DEL TRABAJO DE REPRODUCCIÓN

 

         Una vez localizado el proceso de reproducción de la fuerza de trabajo entre los procesos básicos, podemos localizar el trabajo doméstico entre los principales agregados nacionales.

         La producción de mercancías no sólo incorpora trabajo de producción remunerado, sino también trabajo de reproducción no remunerado, aunque uno de ellos permanezca oculto para la teoría. Añadir el trabajo doméstico a los agregados nacionales no significa aumentar la producción. Supone revelar la cantidad de trabajo oculto incorporado en la producción que permanece encubierto. De manera que lo que se revela es un coste oculto, no un producto oculto. La dimensión de un trabajo oculto, que según los cálculos de Goldsmith Clermont se aproxima a la del trabajo remunerado, revela la envergadura del problema analítico.

         Resulta interesante conjeturar algunas de las implicaciones analíticas de este modo de proceder.

         En primer lugar podemos definir una relación simple donde el producto P, aparece como una función de trabajo asalariado (Lw) y del trabajo doméstico (Ld).

 

         (3) P = f(Lw Ld)

 

         El producto se distribuye entre el trabajo (asalariado y doméstico) y el beneficio (R) luego:

 

         (4) P=Lw R Ld0

 

         A partir de la relación (4) podríamos decir que la parte de P que va a parar al trabajo doméstico es nula, puesto que su salario es nulo. O bien podríamos decir que parte del producto va a parar a las trabajadoras domésticas para sus subsistencias, pero bajo la forma de una transferencia de W, considerado como un salario familiar, la norma de distribución dentro de la familia no está especificada. Esto es obviamente un problema crucial para las mujeres, pero podríamos descartarlo analíticamente si considerara Ld, como una cantidad dada dependiente exclusivamente de los hábitos y costumbres, por ejemplo, y que no afecta a, ni se ve afectada por, otras variables. Ambos argumentos -el del salario familiar y el del ámbito separado- se han utilizado eficazmente para descartar todo el tema del valor del trabajo doméstico.

         Como hemos visto no se trata de hacer visible el trabajo doméstico para separarlos de las demás variables, sino para aclarar su relación con aquéllas. En este contexto, habría que especificar la relación entre el trabajo doméstico y las demás variables: producto, cantidad de trabajo asalariado, salarios y beneficios (Lw,P,W,R).

         El trabajo doméstico influye sobre la cantidad y calidad del trabajo asalariado (Lw). Su influencia sobre la calidad no depende de la formación profesional sino de los procesos reproductivos primarios más complejos relacionados con la salud, la identificación personal y socialización, que son cruciales para obtener el consentimiento y la cooperación en el lugar de trabajo. Es una clase de capital humano que no se produce a través de la formación en centros educativos sino de la educación de la familia, sobre la base de las habilidades de cuidado. (Ruddick, 1990). El trabajo doméstico también influye sobre las horas de trabajos asalariados en el sentido de que lo libera de responsabilidades de cuidado de las personas dependientes. Es un trabajo muy flexible que se adopta continuamente a unas circunstancias cambiantes; está regulado con unas convenciones pero, dado que las mujeres son sujetos activos, también está abierto el proceso de negociación, dentro de la familia y en la sociedad. El papel del trabajo familiar en relación con los salarios (W), es muy importante, puesto que existe un cierto grado de sustitución entre trabajo doméstico y mercancías salariales, y los niveles de vida no dependen exclusivamente de las mercancías sino también de bienes y servicios no mercantiles. Además, la familia absorbe parte de los conflictos que se originan en el lugar de trabajo a través del trabajo doméstico, transformándolos en conflictos privados.

         Si la calidad y cantidad de trabajo dependen del trabajo familiar, P, que es una función de trabajo también dependerá de él. Los salarios y los beneficios están inversamente relacionados con un producto dado, pero toda vez que, históricamente, es más probable que el beneficio imponga los salarios como un residuo, sobre el trabajo doméstico recae la responsabilidad y el peso final de la calidad de vida, con un montante salariar dado. Este carácter residual explica la dureza del trabajo doméstico, puesto que la reproducción se encuentra atrapada entre un salario dado y las necesidades y carencias. Este es a la vez un problema de relaciones de poder de clase y de género, toda vez que la relación inversa entre salario y beneficio se convierte en una relación directa entre trabajo doméstico no remunerado y beneficio.

         La discrepancia entre la carga de trabajo de las mujeres, la elevada productividad social de su trabajo y la pobreza de los recursos que en la distribución se asignan a las mujeres y a la reproducción social de la población trabajadora en general revela hasta qué punto es social y no-objetiva la relación entre el trabajo y la distribución de la renta. Las raíces de la pobreza muy extendidas de las mujeres se encuentran precisamente en su trabajo de reproducción no remunerado.

         La visibilidad del trabajo doméstico como reivindicación política no sólo se propone hacer explícita la relación entre el trabajo de reproducción y producto social, sino también abrir un debate sobre las normas de distribución, y los modos de producción y la calidad de la relación entre producción y reproducción.

         Desde el punto de vista de las políticas, la visibilidad de la gran masa de trabajo de reproducción no remunerada y la insistencia en su carácter social abre diferentes posibilidades. En primer lugar, la magnitud y la calidad del problema hacen trizas el mito de la igualdad, tanto en términos en un incremente de trabajo remunerado de las mujeres, como términos de un incremento de los trabajos no remunerados de los hombres, aunque ambas posibilidades pueden resultar positivas para la calidad de vida de unas y otros. Hacer visible la doble carga y mejorar su reparto y no la mitiga, sino que simplemente la adapta y tampoco aumenta los salarios ni reduce la cantidad total de trabajo. También es preciso examinar cuidadosamente el uso del sector de la reproducción social para una expansión importante de la economía de mercado, tomando debidamente en consideración los problemas de la distribución desigual de los ingresos y de la creciente inseguridad de los salarios que son importantes en el sector terciario actual. La privación social incluso podría aumentar como resultado de una reestructuración de la reproducción como un mercado para la obtención de beneficios. Asimismo como la organización del proceso de reproducción social mediante organizaciones sin afán de lucro puede abrir nuevas fuentes de recursos, esto no compensa la creciente irresponsabilidad con respecto a los niveles de vida de la población trabajadora que demuestran los principales multinacionales y de los grandes espectáculos financieros, que en estos momentos están socavando, en general, las condiciones de vida en todo el mundo.6

 

         UN MERCADO MUNDIAL DE TRABAJO

 

         Una profunda restructuración de las formas tradicionales de acceso a la subsistencia está actualmente en curso. Se están introduciendo los derechos de propiedad en nuevos ámbitos, con el resultado de una progresiva reducción del acceso a los medios tradicionales de subsistencia -tierra, agua, bosques etc.- especialmente en el Sur. Además los modos tradicionales de producción de bienes y servicios de subsistencia están siendo desbancados por la producción de mercancías para la obtención de un beneficio enfocada hacia la exportación, con el resultado final, en el momento actual de un flujo neto de recursos hacia el exterior, una pobreza creciente y una cada vez mayor corrupción.

         En los países occidentales se están reproduciendo los programas asistenciales justamente en un momento en el que está aumentando la inseguridad en el mercado de trabajo. El gasto público se reduce como respuesta a la presión financiera de una deuda pública creciente alimentada también por la especulación de un mercado financiero mundial cada vez más volátil. Se espera que los Estados nacionales avalen los riesgos de los agentes financieros internacionales a expensas de riesgos sociales internos explosivos. El resultado es el desmantelamiento de las redes de seguridad de la posguerra que hicieron posible un aumento de los niveles de vida y una reducción de la desigualdad en el periodo que abarca de los años cincuenta hasta mediados de los setenta.

         Las formas que adopta la recesión social difieren según la historia local y los marcos institucionales. Los efectos se distribuyen de manera desigual entre los diversos sectores de la población, a escala local y nacional, dependiendo de las relaciones de poder relativo existentes. La pobreza de las mujeres, en particular ha adquirido proporciones asombrosas.

         En Europa, por ejemplo, ha perdido fuerza e incluso se ha invertido la tendencia positiva que había caracterizado todos los indicadores básicos del mercado de trabajo en la posguerra. El desempleo, la desigualdad y la pobreza, que habían disminuido en las primeras décadas de posguerra, están aumentando de nuevo (Room, 1990; Atkinson, 1990; Townsend, 1991). Tras los estragos de la guerra, en un clima general de desconfianza de la capacidad del mercado libre para maximizar el bienestar social y hacer frente a la competencia de los Estados socialistas, los Estados occidentales asumieron nuevas responsabilidades en relación con el empleo y los niveles de vida de la población. Las nuevas políticas ya no se justifican como una ayuda para los pobres sino con vistas al mantenimiento de un nivel básico de ingresos y una oferta básica de servicios públicos, desde el reconocimiento de que el mercado libre no garantizaría el pleno desempleo y unos niveles de vida adecuados. Con este enfoque universal se pretendía evitar la pobreza y la indigencia y más ambiciosamente también las guerras (Beveridge, 1944). El pleno empleo se contemplaba como un objetivo y a la vez como la clave para lo que ahora llamaríamos un "desarrollo humano sostenible".

         Las políticas difirieron en los distintos países europeos, desde el punto de vista actual es posible identificar, en conjunto, el periodo comprendido entre finales de los años cuarenta y principio de los sesenta como una "época dorada" en lo que respecta al aumento de los niveles de vida y la seguridad social de las clases trabajadoras. Aun así, estos niveles seguían siendo inadecuados para grandes sectores de la población y una enorme cantidad de trabajo doméstico continuaba recayendo sobre los hombros de las mujeres bajo el paraguas del salario familiar. Las políticas progresistas reconocían explícitamente el trabajo doméstico como un fundamento de las riquezas de las naciones y su objetivo era racionalizar y mantener la relación capitalista entre producción y reproducción (Beveridge, 1943).

         Dichas tendencias positivas de los principales indicadores sociales empezaron a frenarse y deteriorarse a partir del primer sobresalto de la crisis del petróleo (1973) -presentada como un suceso "natural"- y la posterior subida de los tipos de interés. Los efectos de la crisis petrolera fueron de alcance mundial y pronto quedó claro que estaban más relacionados con el comercio internacional y la inestabilidad de los mercados financieros que con la escasez de los recursos naturales.

         Los altos tipos de interés aumentaron una crisis fiscal del Estado que convirtió el exceso de gasto en una trampa financiera. Se requería reforma de gran calado. Era necesario un replanteamiento de toda la estructura del gasto público y del rendimiento de cuentas por parte de las administraciones públicas, junto con una nueva regulación de mercado financiero mundial. La crisis se capeo por la vía de una simple regresión, en las teorías y en las políticas, a los dogmas económicos anteriores a la guerra, una reducción aun mayor del control sobre las administraciones del Estado en lo que respecta a los resultados de gasto público, y una creciente desregulación de los mercados financieros.

         Cambiaron las prioridades y los problemas del mercado de trabajo y las responsabilidades del Estado en materia de seguridad social perdieron atractivo teórico y político. Las principales preocupaciones de las políticas han pasado a ser el comercio internacional y los déficit presupuestarios; se contraponen sistemáticamente las políticas antiinflacionistas al pleno empleo y se reprime duramente la revolución que supone las expectativas crecientes inducidas por las tendencias positivas de las décadas anteriores.

         La "cuestión social" se plantea en el mejor de los casos como un tema de solidaridad con los pobres más que de derechos ciudadanos. La competencia internacional se vuelve a considerar meramente en términos del bajo nivel de los costes relativos del trabajo. Todo el tema de la compleja red de responsabilidad del mercado, el Estado y la familia y del contrato de trabajo socialmente enmarcado aquedado reducido a una dicotomía mercado-Estado esquemática no realista.

         Las restricciones presupuestarias definen las perspectivas sociales y políticas. La escasez de los recursos (producibles) y los sermones sobre la pereza de la gente y sus expectativas exageradas son los principales argumentos que se emplean para diseñar las reformas regresivas de los ochenta. El bienestar de la población trabajadora se vuelve a considerar de nuevo meramente como un coste para el sistema productivo y se trasladan cada vez más a la familia la responsabilidad de asegurarlos. Los conflictos sociales se relegan a la categoría de asuntos privados o se confían a la legislación penal cuando salen a la calle.

         El cambio de signo de las políticas económicas en el Norte ha tenido repercusiones dramáticas para los países en desarrollo. Se imponen las políticas de libre mercado desarrolladas en el Norte a los sistemas del Sur, donde el mercado de trabajo asalariado no sólo no está aún disciplinado, sino ni siquiera plenamente establecido. En el Sur, todavía se está realizando la "acumulación primitiva"; lo cual significa que, con las actuales políticas de desarrollo, se están erosionando las formas tradicionales de acceso a los medios de subsistencia antes de que se hayan abierto otras nuevas. Las imposiciones del mercado mundial de trabajo, están forzando en el Sur el proceso de transformación, la población trabajadora en población pobre trabajadora y finalmente en fuerza de trabajo asalariada que en Europa requirió varios siglos. El problema está en que mientras la producción se mundializa, la reproducción trabajadora sigue siendo local. Por esto resulta sencillo ocultar las tensiones crecientes entre producción y reproducción, aún cuando sus efectos son dramáticamente visibles en las hambrunas masivas en algunas zonas del Sur, particularmente en África.

         En este contexto de privaciones resulta asombroso el grado de oposición que existe entre el mercado de trabajo y el mercado financiero. El mercado financiero mundial, que está experimentando un proceso de fluidez acelerada con los riesgos inherentes de una gran inestabilidad, domina las políticas económicas nacionales. Ningún banco central puede controlar ya los riesgos y los temores a una crisis financiera determinan unas políticas nacionales con elevados costes sociales y humanos.

         Las instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial subordinan la cuestión social a la eficiencia de los mercados. Sus expertos parecen estar convencidos de que las políticas de ajuste estructural generan crecimiento. Reconocen que antes habrá que cruzar un desierto y que no todos los sectores de la población tienen las mismas posibilidades de sobrevivir durante el trayecto, pero al final, una vez llegado al otro lado, el jardín de los mercados libres y la acumulación de capital dará frutos y flores para la mayoría. No parecen darse cuenta de que se está produciendo un proceso de desertización, que está causando un empobrecimiento dramático.

         Los economistas son en estos momentos consejeros muy inadecuados para abordar la complejidad de la cuestión social, a los que además nadie exige responsabilidades. Los ajustes introducen reformas encaminadas a establecer unos mercados eficientes de los "factores de producción" y de productos. En este contexto, los temas sociales se interpretan como fricciones que retrasan el proceso de ajuste. Los fracasos se atribuyen a desajustes temporales y rigideces, no a la inadecuación y el reduccionismo del planteamiento analítico.

         Los economistas del Banco Mundial se muestran aparentemente dispuestos a reconocer los fracasos, pero también parecen decididos a no poner en cuestión las teorías económicas. Al final, se esperan que sean los individuos y sobre todo las mujeres, quienes adapten su comportamiento, resuelvan las necesidades, refrenen sus deseos y adecuen sus decisiones a unos modelos idealizados de eficiencia de los mercados. La idealización de dichos modelos llega hasta el extremo de que se aplican monótonamente en contextos muy diferentes. Varían algunos parámetros, pero los supuestos sobre las relaciones funcionales y las interrelaciones entre los diferentes mercados y los sujetos sociales se mantienen invariables. Se trata de modelos idealizados pero de ningún modo neutrales, que han tenido como resultado una importante redistribución de la renta de los sectores pobres a los más ricos de la población y de los recursos del Sur hacía el Norte (Townsend, 1993).

         Las políticas que se aplican son: a) estabilización, entendida como reducción de los déficit en la balanza de pagos; b) promoción del sector privado, o sea, desregulación, contratación externa de servicios públicos, venta de empresas estatales y creación de un entorno económico institucional y político favorable al ahorro, la inversión y la actividad empresarial; c) liberalización de los mercados y reformas de los precios, basadas en una mayor competencia exterior e interior y una liberación de los tipos de cambio; d) racionalización de las instituciones del sector público (Banco Mundial, 1994a, pp. 12-13).

         Sobre la base de estas políticas, las políticas de ajuste estructural se definen como sigue:

         El ajuste se ocupa necesariamente de cómo tiene lugar el cambio económico y la reasignación de los recursos, y sobre quien recae, y por qué los costes y los beneficios. Está relacionado con la movilidad de los recursos y la productividad que resulta de los desplazamientos e incentivos destinados a impulsar el abandono de actividades que se consideran económicamente menos productivas a favor de otras que se consideran económicamente más productivas, y de los bienes no comercializables a favor de los comercializables. Se ocupa del significado y la medición de la eficiencia en la asignación y el uso de los recursos y especialmente del funcionamiento de los mercados de los factores. Está relacionado con los precios y su papel en la definición de las oportunidades económicas, también está relacionado con el papel del Estado dentro de la economía, con la relación (o el equilibrio) entre los sectores público y privado y con las prioridades y políticas de gasto público (Banco Mundial, 1994a, p.13).

         Esto describe bien el alcance de las intervenciones estructurales del Banco Mundial, pero el problema reside en que la teoría neoclásica de los precios, en la que se apoyan los expertos del Banco, incorpora un teoría de la distribución que en esencia no reconoce la especificidad del trabajo como factor de producción y los conflictos sociales inherentes a la relación beneficio-subsistencia.

 

         LAS MUJERES, EL TRABAJO Y LAS TRAMPAS SOCIALES

 

         Los expertos del Banco Mundial han empezado a reconocer la especificidad de las familias, la subsistencia y el trabajo doméstico en el contexto de la aplicación de las políticas de ajuste estructural.

         Una paradoja bien conocida -que ya señalaron Pigou y otros- vuelve a salir a la luz:

         Según los economistas, cocinar es un trabajo activo cuando la comida preparada se vende y un trabajo económicamente inactivo cuando no se vende. El trabajo doméstico es productivo cuando lo realiza una empleada doméstica remunerada y no productivo cuando no interviene ninguna remuneración. Las personas que se encargan de las guarderías y orfanatos están ocupadas; las madres que cuidan de sus hijos en casa están desocupadas (Horn, 1992, p.2, citado en Banco Mundial, 1994a, p.3).

         En un documento presentado en Oslo, en una reunión de preparación de la Conferencia de Pekín, los expertos del Banco Mundial parecen ser conscientes de las implicancias analíticas inherentes a la inclusión del trabajo doméstico en el análisis económico:

         La consiguiente invisibilidad (económica y no económica) del trabajo que realizan predominantemente las mujeres tiene repercusiones importantes para la teoría y la práctica de la economía. Sugiere que el trabajo de las mujeres es irrelevante (en un sentido económico) y se puede descontar (y en efecto se descuenta), o que el tiempo de trabajo de los hombres (si bien no el de las mujeres) se modificará sin que esto tenga ninguna repercusión ni ningún coste para la asignación del trabajo y de los recursos dentro del hogar. También puede indicar, no obstante, que las mujeres son capaces de modificar su actividad (y lo harán) respondiendo de igual manera que los hombres a los mismos incentivos. Como quiera que se interprete, el tema subyacente es que no se da un valor monetario (económico) al trabajo de las mujeres y es fácil suponer sencillamente que es posible modificar la asignación del tiempo de trabajo tanto en el caso de los hombres y como en el caso de las mujeres, y que el coste de estos cambios será insignificante para todas las partes implicadas (Banco Mundial, 1994a, p.3).

         El documento del Banco Mundial presentado en Oslo, "El paradigma aplazado: género y ajuste económico en el África subsahariana", basado en el trabajo de las economistas feministas Diane Elson y Nancy Folbre, señala los problemas cruciales y reconoce las diferentes fases del debate sobre el papel de las mujeres en el desarrollo.

         El problema que se plantea ya no es simplemente el de la generación de actividades económicas y los efectos del ajuste, si no el de centrar directamente el análisis en el sector de subsistencia y en el trabajo de reproducción. Sin embargo, con esto no basta: es preciso contemplar los fundamentos mismos de la teoría económica desde el punto de vista de las mujeres, a fin de otorgar un lugar adecuado a la reproducción dentro del marco analítico general y sacar a la luz sus conflictos inherentes.

         Como resultado del debate al menos se han reconocido las deficiencias de la economía de la familia de Becker. Se ha visto que su idealización de la asignación del tiempo y la energía (incluido el afecto) dentro de la familia, además de no ser realista, también es engañosa.

         A la vista de la importancia de la división de género del trabajo para la configuración de restricciones y oportunidades económicas, se hace necesario examinar el contexto social e institucional, que a nivel "macro" viene dado por la familia, en cuyo contexto opera la asignación del trabajo (...) Cómo se ha de definir la familia, si en términos económicos o estadísticos es una cuestión problemática sobre todo en el sistema de cuentas sociales. En el análisis económico neoclásico convencional, se adoptan supuestos simplificadores sobre la naturaleza y funcionamiento de las familias como actores económicos y como medio de transmisión del bienestar (...) sus supuestos -en su mayor parte implícitos- todavía presentan muchas deficiencias. Estos son: que una familia funciona como una unidad socioeconómica; que en la división familiar del trabajo existe una perfecta sustituibilidad entre los factores; que la familia se considera como una unidad unificada de consumo y de producción; que la familia tiene una función de utilidad conjunta; que el cabeza de familia actúa como representante de la maximización de la utilidad colectiva de la familia (el dictador benevolente); y que las relaciones dentro de las familias se caracterizan por la puesta en común y el reparto compartido de sus ingresos y sus recursos (Evans, 1989, recogido en Banco Mundial, 1994, p.7).

         Lo importante es que la teoría neoclásica sobre la asignación óptima de los recursos no sólo falla cuando se extiende a la familia, sino que además resulta inadecuada cuando analiza la estructura básica de los mercados. Como hemos visto, su inadecuación nace precisamente de su incapacidad para localizar el proceso de reproducción social de la fuerza de trabajo en el lugar adecuado, o sea, en el núcleo central de la teoría de los precios y la distribución. Además, los problemas analíticos relacionados con la complejidad de la relación entre producción y reproducción no afectan sólo al análisis del trabajo de las mujeres en los países en desarrollo -como está dispuesto a admitir el Banco Mundial-, sino también al análisis de los sistemas económicos, del Norte y del Sur.

         Si el sistema de producción está basado en la producción de mercancías para obtener un beneficio y las instituciones sociales dominantes están orientadas a favor de los intereses y la gestión de las grandes multinacionales y de los aventureros financieros es inevitable que el bienestar de las personas se considere meramente como un coste de producción. El lenguaje de la escasez y de las restricciones presupuestarias anula al lenguaje de los derechos individuales y colectivos. La salud, por ejemplo se convierte en una mera cifra de gasto público -la que se puede recortar más fácilmente- y deja de ser un derecho fundamental para el bienestar, reconocido por los Estados.

         El proceso de desregulación social que está teniendo lugar en estos momentos también está siendo impulsado por cambios institucionales. Las multinacionales pueden eludir con facilidad las formas de seguridad social introducidas históricamente a través de la mediación del Estado entre el trabajo y el capital. A escala nacional, aunque los representantes políticos del Estado estén dispuestos a mantener los niveles sociales, se ven cada vez más impotentes y coartados por las imposiciones del mercado financiero mundial y por la tendencia creciente de las sociedades multinacionales a eludir las responsabilidades sociales. Todo el contexto institucional internacional está cambiando (Collingworth, Goold y Harvey, 1994).

         Esto significa que se está dejando a las mujeres todavía menos recursos para asumir la responsabilidad cotidiana de la supervivencia y el bienestar de la población. El aislamiento de las mujeres va aparejado a un incremento de su carga de trabajo. Cada vez resulta más difícil disciplinar las expectativas crecientes de las generaciones más jóvenes. Las generaciones mayores se sienten frustradas e inseguras a causa de su marginación, que las expone a un alto riesgo de pobreza y falta de cuidados. El deterioro del medio ambiente complica la protección de la salud y obliga a dedicarle más dinero y más tiempo, a la vez que se deterioran los servicios públicos de salud. La creciente flexibilidad e inseguridad del mercado de trabajo incrementa las exigencias de los varones adultos sobre la familia.

 

         POLÍTICAS DE GÉNERO, PRÁCTICAS Y ESTRATÉGICAS

 

         Después de Nairobi, algunas organizaciones internacionales, incluido el Banco Mundial, han creado secciones dedicadas al papel de las mujeres en el desarrollo. El foco de atención se ha desplazado progresivamente. Este movimiento empezó con la introducción de la variable de género en los agregados neutros para revelar las desigualdades en relación con las actividades económicas. En este contexto, las políticas tenían como objetivos la formación de las mujeres para la igualdad y la supresión de la barreras que impedían su acceso a actividades tradicionalmente masculinas (Moser, 1993). Los esfuerzos se concentraron luego en hacer visibles las actividades ocultas, como el trabajo en la economía agrícola de subsistencia y en las comunidades sociales. Esto facilitó la tarea de dejar al descubierto la doble y triple carga de trabajo de las mujeres (Benería, 1992). Finalmente, se han abordado los problemas de la pobreza, el medio ambiente y las cuestiones sociales (Braidotti, Charkiewicz y Wierenga, 1994, Fischer, 1993, Harcourt, 1994, Mies y Shiva, 1993). Ahora ha llegado el momento de vincular estas diferentes políticas a un marco analítico macro que parta del trabajo y las necesidades de la producción para revelar las vinculaciones entre la pobreza y la inseguridad estructural de los mercados de trabajo; es decir de cuestionar la normalidad del sistema económico y no sólo sus accidentes.

         La existencia de un amplio movimiento internacional de mujeres que se ocupa directamente de la reproducción y los medios de subsistencia y la práctica de las redes de mujeres dan dado lugar a una fructífera organización de foros que reúnen a movimientos de base, ONG, académicas y académicos y funcionarios y funcionarias de organizaciones internacionales. La preparación de la Conferencia de Pequín aceleró este intercambio de diferentes experiencias. En estos momentos, las redes de mujeres podrían ofrecer un espacio político para formular políticas económicas capaces no sólo de criticar las actuales políticas de sesgo masculino, sino también de formular otras nuevas, que enlacen un cuadro general del sistema social con las experiencias locales de subsistencia.

         En este contexto, la visibilidad del trabajo de reproducción social en las cuentas nacionales constituirá un paso importante para abrir nuevos enfoques sobre la producción y la distribución de los recursos. Una vez que se haya hecho visible la cantidad de trabajo que realiza las mujeres, será necesario redefinir también la productividad y el crecimiento, por ejemplo presentando la debida atención en las numerosas empresas productivas y comerciales que llevan adelante las mujeres para asegurar su supervivencia y bienestar y a los de su familia.

         En este contexto de búsqueda colectiva de nuevas perspectivas, el enfoque analítico "macro" que sugiero en los apartados anteriores de este texto se podría aplicar para visualizar de manera más directa algunos aspectos básicos de los sistemas sociales, con posibles implicaciones importantes para las políticas económicas. Los principales resultados de dichos enfoque son: un abordaje directo, normal, de los modos de producción, la visibilidad de una profunda tensión potencial entre producción de mercancía y reproducción de las personas; el afloramiento de un sujeto social que opera, organiza y se enfrenta directamente con el objetivo de la defensa y mejora los medio de subsistencia.

         Si se hace visible el proceso de reproducción social y se evalúan las intervenciones sobre los procesos productivos y de intercambio desde las perspectivas de los efectos sobre el bienestar, será más sencillo establecer las responsabilidades y aplicar la rendición de cuentas en materia social, lo cual permitiría evitar varios daños para el entorno social y liberar las tensiones. En este contexto sería más difícil externalizar los costes sociales originados en las actividades del mercado y utilizar a la mujer como amortiguador final del dumping social.

         Ocultar los cortes sociales es un truco, no una solución. Sin duda puede influir sobre la distribución de los recursos y mejorar de este modo la situación de algunos sectores de la población, pero en última instancia el dumping social saldrá a la luz bajo la forma de una destrucción de la capacidad potencial del sistema. Unos costes de control social crecientes, conflictos armados, comportamientos colectivos autodestructivos, frustraciones personales, todo ello sumado a la destrucción masiva de los recursos naturales tiene que socavar por fuerza a largo plazo la sostenibilidad de la presente relación entre producción y reproducción.

         Voy a presentar el ejemplo de dos casos en los que la vinculación entre producción y reproducción se considera esencial para las políticas de desarrollo: a) el caso de la agricultura de subsistencia en los países de África subsahariana; b) la interacción entre productividad social y pequeñas empresas competitivas en los distritos industriales de Emilia-Romagna (una región del norte de Italia).

         En el primer caso, las políticas de ajuste estructural dieron lugar a un empobrecimiento excesivo del sector de subsistencia, con efectos desastrosos para la salud, la educación y el acceso de las mujeres a los recursos, y un incremento de los riesgos de hambrunas masivas (Elson, 1993). Esto demostró que la cantidad de recursos y trabajo que la producción para obtener un beneficio puede extraer del sector de subsistencia tiene un límite. Elson ha llamado la atención sobre la rigidez de la economía de subsistencia, que interpreta como un problema estructural y no como una mera fricción en relación con la fluidez de la asignación de los recursos. El trabajo de las mujeres no es un recurso infinitamente elástico y no se puede sacrificar la subsistencia a favor de la producción orientada hacia la expansión (ibídem). La producción y la reproducción están vinculadas en el flujo circular que estructura el sistema. Los cultivos comerciales son rentables para los exportadores pero pueden ser funestos para el desarrollo local y nacional. Si los nuevos cultivos y los nuevos agentes del mercado socavan el proceso de reproducción lo que aparece como una ganancia en la balanza comercial internacional es de hecho una pérdida de capital reproductiva. Las mujeres oponen resistencia a los cambios y defienden los cultivos de subsistencia, no porque sean reacias a la modernización, sino porque son sabias y racionales. Al final, hasta los expertos del Banco Mundial tuvieron que reconocerlo y reconocer también que si se dan algunas tierras y créditos a las mujeres, éstas consiguen activar un cielo virtuoso de subsistencia y acumulación de excedentes que les permite pagar las deudas y contribuir a las economías locales (Banco Mundial, 1994b).

         Una política que tenga como objetivo explícito equilibrar la producción y la reproducción podría acabar generando mayores efectos netos que las políticas de ajuste estructural. Las actividades del mercado pueden beneficiarse de la empresa de subsistencia. La respuesta del problema de la activación de actividades innovadoras reside en apoyar el afán de la población de mejorar sus condiciones de vida -ofreciéndoles algunos recursos iníciales-, que no en sacrificar la subsistencia a favor de cultivos comerciales para la exportación, a menudo para pagar burocracias estatales, ejércitos agresivos y el servicio de la deuda.

         El segundo ejemplo corresponde a los "distritos industriales" de Emilia, una región italiana regida por un gobierno progresista desde el final de la guerra. Se trata del caso de pequeñas empresas altamente competitivas en el mercado internacional que se benefician de un entorno social con una red de relaciones entre el mercado, el Estado y la sociedad civil que presenta un alto grado de sinergia. Los altos niveles de vida, generados por unos salarios altos y una política social de servicios públicos eficaces, revierten en la empresa en forma de una alta productividad y crean así la base para un mayor grado de consentimiento y compromiso de los trabajadores con los objetivos de las empresas (Brusco, 1995, pp. 1-17).

         Las empresas no compiten en el mercado internacional siguiendo el antiguo modelo fordista de la producción masiva a un bajo precio si no dentro del mercado de productos de calidad, altamente diversificados para satisfacer las preferencias de los consumidores y que se venden a un alto precio (productos textiles, baldosas, calzados, etc.). La calidad del producto y la flexibilidad de la producción están garantizadas por la participación de los trabajadores que podría definirse como:

         La responsabilidad de los trabajadores en la solución de todos los problemas del proceso productivo, haciendo frente a las dificultades imprevistas, detectando la señales iníciales de fallos en el funcionamiento de las maquinarias y buscando soluciones para los problemas, ofreciendo sugerencias para la modificación de los diseños con objeto de evitar defectos en el producto (Brusco, 1995, p.1).

         Los gestores progresistas, los economistas y hasta los empleadores reconocen que la calidad del entorno social fuera de la empresa en un componente importante de la productividad dentro de la misma. La combinación de altos niveles de vida, compromiso social, ocio y servicios sociales es lo que permite una mayor integración de la inteligencia y responsabilidad de los trabajadores en el proceso productivo (ibídem).

         Resulta interesante observar que en la misma zona geográfica, los servicios sociales cubren toda la demanda de educación preescolar de los niños de 3-6 años y sus elevados niveles de calidad son internacionalmente conocidos. Además, las mujeres también destacan por su autonomía y actividad en los partidos políticos y los sindicatos. Las tasas de actividad femenina figuran entre las más altas de Italia y la actividad empresarial femenina también está muy extendida.

         He citado este ejemplo para demostrar que una política de inversión en la estructura social y de apoyo a los niveles de vida puede crear un entorno favorable para el mercado aunque no necesariamente para las prácticas de mercado destructivas. El control social se basa en la aplicación de procedimientos democráticos para resolver los conflictos. Los buenos resultados conseguidos respaldan la idea de que un crecimiento desequilibrado de la producción basado en el dumping social es ineficiente, además de inmoral y políticamente arriesgado.

         El caso de Emilia es obviamente un ejemplo progresista de una sinergia positiva entre diferentes instituciones: administración local, sindicatos, asociaciones de empresarios, partidos políticos, grupos de mujeres, etc. Estos se traduce en una calidad relativamente alta de la vida cívica que demuestra en la práctica que es posible establecer mediaciones más progresistas entre la producción social de las personas.

         Es posible responder de manera menos destructiva a las tensiones potenciales en el seno de la sociedad, pero a la vez también se observa que subsiste la doble carga que soportan las mujeres. El reparto de responsabilidades entre los géneros sigue siendo desigual; esto queda directamente patente en las encuestas sobre el uso de tiempo e indirectamente en el diferente comportamiento de los hombres y las mujeres en el mercado de trabajo asalariado. Las tasas de actividad, horas de trabajo y flexibilidad masculinas continúan siendo casi totalmente indiferentes a las condiciones familiares (número de hijos y situación laboral de la esposa); en el caso de las mujeres, en cambio, su ciclo familiar se refleja directamente en su tiempo de trabajo. Las mujeres como agregado se muestran dispuestas a ofrecer horarios de trabajo muy diversificados (incluidos turnos de noche y en días festivos), si bien individualmente ofrecen horarios muy rígidos. Las dificultades con que se enfrentan las mujeres para organizar sus vidas, combinando la producción y la reproducción, se reflejan de manera persistente en diferenciales de género en las tasas de actividad, sectores productivos, cualificaciones, salarios y carreras.

         He argumentado varios ejemplos exclusivamente desde el punto de vista de la eficiencia del mercado para demostrar que una política centrada en la vinculación entre producción y reproducción puede dar buenos resultados en el mercado. Todo el esfuerzo necesario para dejar clara esta cuestión de sentido común se debe a la inadecuación de las teorías y políticas para visualizar la necesaria vinculación entre uno y otro ámbito. La integración de la reproducción en el sistema capitalista es una realidad. Lo que resulta difícil es la integración de la reproducción social en las teorías. Como consecuencia de la ceguera analítica, las políticas sólo se ocupan de la reproducción con un enfoque de "poner parches". Se podría decir que las teorías no ven la reproducción porque son incapaces de visualizar los conflictos sociales entre producción y reproducción que se observan regularmente en el plano de las políticas. En este sentido, podríamos decir que tanto las teorías como las políticas permanecen ciegas porque unas y otras presentan un sesgo de género y de clase.

         En los ejemplos citados, en el caso de la economía de subsistencia africana y en el contexto opulento y emancipatorio de Emilia, las mujeres conservan la plena responsabilidad en relación con "la supervivencia, el bienestar y la felicidad" de los bienes dependientes de la familia y de los varones adultos. Algunas se pueden beneficiar de unos niveles de vida más altos, pero en conjunto siguen soportando una doble carga de trabajo y absorbiendo las tensiones de la relación dialéctica entre producción de mercancías y reproducción de las personas. Esta tensión no se podrá aliviar hasta que no se afronte directamente en la práctica, en las teorías y en las políticas.

         En ambos casos, el sistema de mercado sólo integra a las mujeres en sus objetivos y asume responsabilidades en relación con la calidad de vida dentro de los límites de la maximización de los beneficios. Unos planteamientos progresistas en este aspecto permiten unos márgenes más amplios de mediación en los conflictos de clase y de género, pero no los resuelven.

         En un caso la reproducción se preocupa de la supervivencia y en el otro del bienestar; la felicidad queda fuera del cuadro en ambos casos. Para incorporar al menos un atisbo de la misma en el planteamiento no basta con la mera integración de la reproducción y de las mujeres en el mercado, sino que hay que integrar el mercado en la economía moral de una buena vida. No se trata sólo de un problema de integración, sino de una inversión de las prioridades para poner en primer lugar los medios de vida. En la integración en el mercado, el beneficio sigue siendo la principal motivación; si se pudiesen cambiar las prioridades, el deseo podría pasar a ser la fuerza motriz.

         El deseo es una de las fuerzas básicas de la economía de la vida y ha configurado la experiencia humana y los procesos de civilización. El crítico de arte N. Frye lo expresa muy bien:

         La civilización no es una mera imitación de la naturaleza, sino el proceso de transformación de la naturaleza en una forma totalmente humana, y está impulsada por la fuerza que acabamos de designar como deseo. El deseo de alimento y cobijo no se contenta con raíces y cuevas: produce las formas humanas de naturaleza que denominamos agricultura y arquitectura. El deseo no es una simple respuesta a las necesidades, pues un animal puede necesitar alimento sin plantar un huerto para obtenerlo, ni tampoco es una respuesta simple a la apetencia o el deseo de algo en concreto. Tampoco se limita a los objetos ni estos lo satisfacen, sino que es la energía que induce a la sociedad humana a desarrollar su propia forma (Frye, 1957, pp. 105-6).

         Las políticas de género estratégicas tienen como objetivo la satisfacción del deseo y no únicamente la integración en el mercado. Invertir las prioridades significa integrar el mercado y el Estado con las responsabilidades de las mujeres en relación con la reproducción. La inversión no puede tener lugar por etapas: primero la subsistencia, luego el bienestar y finalmente la felicidad. La lucha de la gente por la subsistencia se tiene que considerar con toda su riqueza y complejidad, incluso en situaciones de emergencia. Las vidas humanas no son fricciones para el sistema económico sino una fuerza dinámica preciosa. La experiencia de las mujeres en materia de resistencia, innovación e iniciativa es crucial en este sentido, al igual que su habilidad para vincular la supervivencia, el bienestar y la esperanza de felicidad. Las personas en realidad necesitan tanto la belleza, el placer, la esperanza y las relaciones como la comida, incluso en las guerras y en los campos de refugiados.

         La lucha de las mujeres por una buena vida, el movimiento feminista y las redes internacionales que trabajan en los temas del género y el desarrollo tienen el mérito de que cuestionan la calidad de la relación entre producción y reproducción.7 Éste es el fundamento de sus prácticas, políticas y planteamientos analíticos. Las mujeres tienen un papel protagonista en un planteamiento basado en el desarrollo humano: no sólo por su función en la reproducción, sino también por su experiencia política en hacer frente al conflicto inherente a la actual relación perversa entre la producción orientada hacia la obtención de un beneficio y la reproducción social. Las mujeres están modificando el equilibrio de poder a través de la visibilidad de su trabajo no remunerado, la autoridad de su responsabilidad y las políticas de las necesidades y el deseo.

 

 

NOTAS

 

* Este artículo fue extraído del libro Cristina Carrasco (ed). Mujeres y economía. Madrid, Icaria, 1999. Publicado originariamente en Background Papers for the Human Development Report (Nueva York, 1996).

1- Quiero expresar mi agradecimiento a Joan Hall por la revisión de mi inglés y por haberme enseñado el placer de jugar con las palabras.

2. Lo importante no es sólo incluir el altruismo entre las preferencias en materia de utilidad, sino también reconocer el hecho de que los hombres y las mujeres, sean altruistas o egoístas, no pueden evitar relacionarse con otras personas en un proceso de continua adaptación y reacción que configura de manera dinámica las preferencias, elecciones y criterios de racionalidad individuales.

3. Por ejemplo, la reivindicación del control sobre el propio cuerpo es una cuestión de integridad personal o, dicho en otras palabras, de derechos civiles y de la seguridad del acceso a los medios de subsistencia, en el sentido amplio del pleno desarrollo de las capacidades personales.

4. La escisión entre teoría y política es una característica del enfoque neoclásico. Los teóricos de la oferta y la demanda, como Senior, pueden considerarse precursores en este sentido.

5. Es importante señalar que en la teoría neoclásica una determinación objetiva de los precios se considera exógena a las relaciones de poder, o sea, que los sindicatos no tienen ningún poder para determinar los salarios (Keynes, 1930, p.110); en cambio, en el enfoque clásico basado en el excedente las relaciones de poder son exógenos a la determinación de los precios relativos, o sea, que los salarios normales reales se determinan separadamente de los precios relativos (Sraffa, 1960).

6. Las consideraciones en materia de política que se pueden extraer de la inclusión del trabajo doméstico en los agregados económicos son demasiado complejas y novedosas para profundizar en ellas en este contexto. Además, todavía no se puede prever el impacto de la IV Conferencia sobre las mujeres de Pekín sobre las políticas de género y desarrollo.

7. Me refiero a las redes internacionales DAWN (Development Alternatives with Women for a New Era), WEDO (Women Environment Development Organization) y WIDE (Women in Development Europe).

 

 

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INDICE

 

PRESENTACIÓN

Gloria Rubín

 

INTRODUCCIÓN

LA INCORPORACIÓN DE LA MIRADA DE GÉNERO EN LA CIENCIA ECONÓMICA

Verónica Serafini Geoghegan

 

LA ECONOMÍA FEMINISTA

Miríam Nobre

 

LA ECONOMÍA FEMINISTA: UNA APUESTA POR OTRA ECONOMÍA

Cristina Carrasco

 

REPENSANDO LA PARTICIPACIÓN DE LAS MUJERES EN EL DESARROLLO DESDE UNA PERSPECTIVA DE GÉNERO

Sonia Parella Rubio

 

VISIBILIDAD ANALÍTICA Y POLÍTICA DEL TRABAJO DE REPRODUCCIÓN SOCIAL

Antonella Piccio

 

AMPLIAR LA MIRADA: TRABAJO Y REPRODUCCIÓN SOCIAL

Rosalba Todaro

 

GÉNERO, GLOBALIZACIÓN Y DESARROLLO

Alicia Girón

 

LAS PARADOJAS DE LA GLOBALIZACIÓN

Helena Hirata y Helene Le Doaré

 

 

 

 

 

 

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