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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  EXCLUSIVIDAD INCLUYENTE - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 31 de Marzo de 2013


EXCLUSIVIDAD INCLUYENTE - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 31 de Marzo de 2013

EXCLUSIVIDAD INCLUYENTE


 Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

Las Constituciones actuales determinan que todo el mundo tenga derecho a votar en comicios políticos. Ignorantes y sabios, justos y criminales, contribuyentes y evasores, vagos y esforzados; en resumen, ante las urnas, lo mismo un burro que un gran profesor.

En ninguna civilización antigua se concedía a cualquiera la facultad de decidir sobre asuntos públicos; se requerían habilidades, patrimonio y ciudadanía. La aptitud intelectual era, obviamente, capacidad de discernir entre lo conveniente e inconveniente, justo e injusto, etc.; la propiedad probaba el arraigo real de la persona en el país y su vinculación personal con la suerte del mismo; en fin, la ciudadanía tenía que ver con la “civis”, ser habitante de la ciudad y entenderla. Con el tiempo se fueron suprimiendo estos requisitos, uno tras otro.

En el Paraguay colonial primigenio, los cargos municipales o “regimientos” eran electivos, luego se los pudo adquirir en almoneda por tiempo limitado, finalmente llegaron a ser oficios perpetuos, o sea vitalicios, que fue la época -fíjese usted- en que los cabildos hicieron mejor su trabajo. Al principio votaban solamente los conquistadores; en ocasiones, sólo los oficiales reales; después hubo de incluirse a criollos y a algunos mestizos educados, comerciantes, oficiales de tropa, funcionarios. En la época del Dr. Francia, las reuniones estuvieron prohibidas, incluso las festivas; no se expresaban ideas, no se deliberaba, nadie proponía ni votaba nada. En esto, como en otros aspectos, bajo la dictadura francista anduvimos peor que bajo el coloniaje.

Pero llegó don Carlos y adoptó el régimen político de la Europa liberal: la ley concedía a todos el derecho a voto; pero candidatos podían ser exclusivamente los propietarios de bienes raíces. La propiedad inmueble continuaba constituyendo la única prueba incontrovertible del arraigo y de la condición de ser contribuyente del Estado, mérito supremo para usar del derecho a decidir acerca de la suerte del país.

Pero después, hacia 1856, don Carlos hizo implantar la condición de propietario inmobiliario también como requisito para elegir o votar. Finalmente, en 1870, la primera Constitución paraguaya puso las cosas en el lugar actual: el sufragio pasó a ser universal; todos susceptibles de elegir y ser elegidos, con excepción de las mujeres, los militares, los traidores, los quebrados fraudulentos, los presos, los analfabetos que no supieran darse a entender por escrito.

La evolución histórica hizo desaparecer la exclusión de la mujer y morigeró las restricciones. Actualmente votan, incluso, los analfabetos, que son todavía muchos y para ayudarlos es que se agregan fotos de caritas en los boletines. Lo más significativo de esta época fue, posiblemente, otorgar el derecho a votar y ser votado a los que no saben darse a entender por escrito, con lo cual varios ensayistas, abogados y periodistas obtuvieron finalmente acceso a la vida política.

No se sabe de un argumento ético o político irrefutable que determine por qué las Constituciones actuales deben conceder universalmente, sin exigir calidades, virtudes o capacidades, el supremo poder de decidir en materia de interés público. Conocemos, sí, la causa que impuso esta modalidad, cuando ganar comicios devino la meta non plus ultra de la política; y cuando conseguirlo pasó a ser una cuestión de mercadeo y clientela. Desde entonces es que el voto de los Ayoreo -que ni siquiera desean pertenecer a esta sociedad- pasó a valer lo mismo que el de los estudiantes de Ciencias Sociales.

Hay que preguntarse si estos términos como “democracia incluyente”, puestos tan de moda por la jerga populista, no implican algo así como meternos todos desnudos en la misma habitación democrática, apagando la luz para ocultar diferencias. Lo prosaico de la comparación refleja exactamente lo ridículo del dogma de fe de la inclusividad.

Habrá pues que incurrir en herejía y proponer una revisión de la norma de hierro de la inclusividad política; reimplantar la cualificación del voto, por ejemplo, mediante el retorno al sufragio indirecto. Propender a la política como atribución exclusiva de los mejores, aunque con puerta franca a quienquiera aspire a serlo. Exclusiva e incluyente pues, en el mejor sentido. De lo contrario, no nos quejemos más de la calidad de los que resultan triunfadores con el voto universal, irrestricto, libre y directo, alquilable, comprable y vendible.

Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 31 de Marzo de 2013

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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