Portal Guaraní - SÍMBOLOS Y JURAMENTOS - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

El gobierno de Federico Franco se despide con dos obsequios valiosos para la cultura nacional: la restauración arquitectónica y ornamental del Palacio de López y la restauración visual de los símbolos nacionales, reajustados a la decisión del Soberano Congreso Extraordinario de 1842, ratificada por las constituciones de 1967 y 1992.

El Palacio de Gobierno volverá a lucir como en su inauguración, en 1894. Nuestro pabellón nacional volverá a lucir como antes de que, por una disposición verbal de Stroessner, se le agregaran esas orlas, círculos, ribetes y chirimbolos variopintos que lo atiborran y poluyen, paramentos que hubieran hecho sonrojar a los diputados del 42.

Resta otro asunto de la misma órbita: la gestualidad del juramento político. Nadie sabe explicar desde cuándo, los que juran por algún asunto público lo hacen extendiendo el brazo derecho. Esta seña de inspiración prusiana o, más destacadamente, del III Reich, al observador le transmite la impresión de que están exclamando “¡Heil Hitler!”. Porque en esto, como en otras formalidades, la gesticulación dice mucho más que las voces.

Anteriormente, se formulaban juramentos oficiales apoyando la mano izquierda sobre algún libro sagrado y la derecha sobre el corazón. No se hable ya hoy de Evangelios, que el Estado es aconfesional, por la gracia de la república liberal; de modo que estará mucho mejor allí el texto de la Constitución, que para los demócratas tiene más significado y peso que Bhágavad-guitá, la Biblia y el Corán encimados.

De modo que, si al momento de la solemnidad necesariamente los políticos tienen que poner la mano sobre algo, que sea apoyando la izquierda sobre la ley suprema del sistema democrático. Y si no hay un ejemplar a disposición, pues que la pongan en cualquier otra parte; sobre la billetera, por ejemplo; que no estaría de más, tanto por su representación simbólica cuanto atendiendo a que en esos actos públicos siempre hay aglomeración.

O –por qué no–, simplemente, apoyar la mano derecha sobre el corazón, que en todas partes simboliza la franqueza, el compromiso y la autenticidad de sentimientos.

Otros optan por utilizar una variante del saludo hitleriano, consistente en cerrar los dedos, mostrando un puño cerrado. ¿Lo importaron de la liturgia sandinista? O quizás del logo del socialismo hispano –el puño oprimiendo una rosa roja–, al que se da varios significados, desde un esotérico origen rosacruciano, francmasónico y de la B’naï B’rith, hasta el de la idea de la unión del proletariado en un haz de voluntades. Pero el puño crispado simboliza asimismo la avaricia, la amenaza, la rigidez intransigente, en fin, la artritis reumatoidea. En el Paraguay, el Partido Febrerista se anticipó apropiándose del logo del PSOE, dejando al resto de la izquierda sin puños y sin rosas.

Pero tanto liberales como socialistas resultaron aquí, por igual, privados del rojo o colorado, monopolizado por la ANR, distintivo original de los revolucionarios franceses de 1789, razón por la que es el color de todos los partidos liberales del mundo. El comunismo lo adoptó también, por el mismo motivo que los franceses, porque simbolizaba la sangre de las clases enfrentadas a la nobleza, a la sangre azul, al muy hermoso azul de la divisa borbónica, el azul francia, que compone la bandera gala y tantas otras; el mismo que la Junta Superior Gubernativa incorporó a la nuestra, izándosela por primera vez el 15 de agosto en 1812, en la plaza que entonces se llamaba De la Unión, hoy Independencia.

En la historia futura de este país se le ha de reconocer a este gobierno en retirada por estos dos silenciosos pero notables tributos a su historia pasada. Es habitual que una medida política cuyo real valor una generación no percibe, no justiprecia o no disfruta, otra posterior la redescubre, la admira y la agradece. Así será; déselo por descontado.

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