HABLAR DE POLÍTICA
Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA
Es preciso echar de ver cuánto mejoraron los debates políticos en nuestro país. Hasta no hace mucho, si recordamos bien, la mayoría de los programas periodísticos que se anunciaban como de temática política no eran más que de chismes; se divagaba en ellos sobre pronósticos, impresiones personales o comentarios triviales. La teoría política estaba olvidada. La historia del pensamiento, desconocida. Los comentarios sobre asuntos internacionales se reducían a los cacareos más o menos escandalosos que se escuchaban en los gallineros del vecindario regional.
Quien evolucionó mejor, a mi criterio, es el político de ciudad, al que ciertos periodistas suelen buscar, casi siempre para ver de arrancarle declaraciones vendibles como mercadería de prensa. Algunos conductores de programas políticos de radio y TV disponen de invitados preferidos, a los que se pregunta complacientemente, se los hace lucir, sin ponerles en aprietos. Mas, también tienen sus víctimas marcadas.
Unos y otros conforman relaciones muy parecidas a las que se dan en el mundo animal, porque, apartados esos casos de “chonguismo”, el político corriente encuentra su depredador natural en el periodista. Uno de estos, si es avezado y malintencionado, podría hacer trizas de aquel. Richard Nixon fue buen estudiante, buen aficionado a la interpretación teatral, buen orador, buen jugador de póker, le importaba poco lo que dijera la prensa de él, pero acabó siendo víctima de dos de estas fieras.
Sea como fuere, los políticos, puestos a hablar de política, encaran la grave dificultad de tener que intentar describir y valuar objetivamente la apariencia del jarrón dentro del cual están metidos. La subjetividad les traiciona. Según Renán decía, “son gente de pasión y de partido. Completamente desprovistos, por consiguiente, de las condiciones esenciales para juzgar su época”.
Se dirá que, entonces, no deberían hablar tanto ni tan frecuentemente de hechos y temas que no les son familiares. Ningún político, siendo tan vulnerable, debería arriesgarse, aunque su depredador insista. Pero, ¿cómo resistir la tentación ante un micrófono? Parecería que en estos casos mantenerse callados es una abstinencia más pesada que el voto de castidad perpetua.
Algunos de estos casos hacen acordar de la anécdota de aquel celebrado tenor italiano al que invitaron a un espectáculo musical de Broadway y al que, al salir, le preguntaron qué le pareció. “¡Muy interesante! –respondió–. Nadie sabía cantar pero todos cantaban”. De presenciar algunos de nuestros foros y entrevistas, hubiera dicho lo mismo.
La pregunta es, pues, cómo abstenerse de hablar cuando se nos presenta la oportunidad pero carecemos de solvencia en la materia. Ya que vamos en tren de anécdotas, intentemos responder con una: se cuenta del infortunado emperador de México que, estando ante el pelotón de fusilamiento, otro condenado, parado al lado suyo, le preguntó tembloroso: “¿Esa es la señal de la ejecución?”. “No sé –respondió Maximiliano–, es la primera vez que me ejecutan”. Es, pues, simple: en la ignorancia nada mejor que el silencio; para aprovechar también aquello del viejo aforismo: “el tonto, si es callado, por sesudo es reputado”.
Pero este “no sé” es un sacrificio que no lo realiza casi nadie aquí. Al parecer, lastima mucho nuestro amor propio. Alguna vez hicimos notar que, en caso de insuperable ignorancia, los paraguayos no respondemos “no sé”, sino “no le quiero mentir”. En realidad, reconozcamos, no somos un pueblo de gente sincera y veraz; no podemos pues exigir que lo sean aquellos a los que votamos para representarnos.
Lo que rescato al final, no obstante estos comentarios y digresiones, es la observación elogiosa de que muchos de nuestros políticos progresaron notoriamente en el manejo de la técnica de la comunicación masiva. Como resultado, se elevó el nivel intelectual del diálogo y la calidad dialéctica de los debates; hay menos obstinación y vehemencia; más competencia por la información y menos por la opinión. No estamos ante un gran chisporroteo de la divina inspiración, pero tampoco lo necesitamos ahora, imperiosamente. Basta con que canten solamente los que sepan hacerlo y que los demás callen; como pediría aquel tenor italiano.
Fuente: ABC Color (Online)
www.abc.com.py
Sección: OPINIÓN
Domingo, 11 de Setiembre de 2016
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