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GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

  LA DECADENCIA DE LOS HÉROES - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 11 de Marzo de 2018


LA DECADENCIA DE LOS HÉROES - Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA - Domingo, 11 de Marzo de 2018

LA DECADENCIA DE LOS HÉROES

 

Por GUSTAVO LATERZA RIVAROLA

¿En qué consiste esencialmente la heroicidad? Esta cuestión tuvo miles de respuestas. Antiguamente, bastaban las hazañas militares; en particular cuando la diferenciación entre guerras justas e injustas no existía. Desde fines del siglo XIV entraron a la lista de próceres de la humanidad los audaces navegantes, descubridores geográficos y conquistadores, acrecentadores de imperios y del saber general. A partir del XIX, los paladines fueron los ilustres pioneros de las ciencias y la tecnología. En el XX se sumaron los capitanes de industria. El XXI comienza pobremente con actores de cine y deportistas. Pero, durante todo este tiempo, en ningún momento, los militares y los políticos abandonaron el cuidado y el cultivo de sus bronces y mármoles particulares. 

En la historia paraguaya no se reconoce casi héroe que no haya vestido uniforme. Se diría que en estos pagos, sólo la espada es capaz de producirlos; y, ocasionalmente, la Cruz. En los países culturalmente desarrollados, por el contrario, casi siempre se encumbró preferentemente a filósofos, a santos, a científicos, escritores, músicos, pintores y escultores, actores, intérpretes y filántropos. Además, no creían que tales virtudes y talentos excepcionales merecían, por sí solos, recibir una cuota del poder político. 

Aristóteles fue muy apreciado y respetado por el gran Alejandro, pero éste no le nombró general. Ni Catalina la Grande dio a Voltaire mayor papel que el de contertulio de lujo. Más alejados aun de la gloria y la fortuna política, económica y los halagos y distinciones sociales estuvieron muchas otras personas valientes, sabias o talentosas. 

Los revolucionarios franceses guillotinaron al fundador de la Química experimental moderna (descubridor del oxígeno), Antoine Lavoisier, porque alguna vez ofició de recaudador de impuestos bajo el antiguo régimen. Al contrario, Napoleón dispuso que Francia diese al eminente astrónomo Laplace el mismo respeto que éste recibía del mundo, para lo cual no se le ocurrió nada mejor que designarle ministro de Finanzas (o algo equivalente), cargo en el que, como era de esperarse, fracasó. Aquí, igual que Napoleón, también se cree que un empresario exitoso es lo que se necesita para echar a andar al Ministerio de Economía; o que cualquier persona físicamente atractiva necesariamente debe ocupar algún lugar en las pantallas de TV. Hoy mismo, confiamos en que un buen showman tiene garantía de triunfo electoral. Que, por habernos divertido en animaciones de fiestas o programas de TV, los electores debemos confiarle la llave del cofre que contiene los más importantes bienes, intereses y anhelos de la sociedad. 

Entre tantas contradicciones y paradojas en las que nos enredamos con esto del heroicismo mal entendido, figura el llamativo hecho que mientras expresamos espontáneo amor a nuestros artistas y deportistas, mientras no perdemos ocasión de manifestar que despreciamos a nuestros políticos, les concedemos suertes dispares, dejando que esos artistas y deportistas vivan sus años postreros entre estrecheces y frugalidades, entretanto miramos despreocupadamente la opulencia de nuestros políticos, así como sus tempranas y magníficas jubilaciones. 

El culto a la heroicidad es más fuerte donde hay menos libertad de consciencia, aseguraba Herbert Spencer, quien ya en el siglo XIX habrá notado cómo la educación moderna ampliaba las mentes y desalojaba a los viejos ídolos erigidos por la ignorancia, la superstición y el temor, antiguos instrumentos del despotismo. En nuestro país, los regímenes militaristas del siglo XX se atribuyeron la facultad de investir a los héroes oficiales y prescribir el trato que había que dispensarles. Stroessner se identificaba con el Dr. Francia y el Mariscal López, y para ellos dos hizo erigir altares, logrando conformar una vasta grey de seguidores que, confundiendo honra con culto, incurriendo (lo hacen todavía) hasta en fanatismo. Esta mentalidad heroicista verifica plena e irrebatiblemente la proposición de Spencer. 

Lo cierto es que, desde que para los paraguayos pasó (y no retornó más) la época de las guerras, es como si se hubiese dañado la incubadora patriótica dejándonos sin heroicidades. Tendremos que pensar en algunos nuevos y más actualizados; algo así como héroes “punto dos”.

 

Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 11 de Marzo de 2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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