El poeta EMILIANO R. FERNÁNDEZ fue un gran conocedor de la cultura mestiza de nuestro pueblo. De su rica vivencia, con la mente alerta, fue recogiendo la sabiduría que volcó en sus versos. Andariego impenitente, bebió de sus múltiples caminos aquellos conocimientos que forman parte de su creación poética.
Emiliano fue el cronista de su tiempo. Sus versos no fueron el reflejo de lo que le contaron sino el espejo de lo que iba viviendo en cuerpo y alma. Su voz nacía de sus heridas y sus esperanzas, de su sentimiento convertido en palabras.
El autor de GUAVIRA POTY, ROJAS SILVA REKÁVO y tantos otros poemas que, musicalizados, perduran con singular fuerza en nuestros días, era un profundo conocedor de la naturaleza. Las plantas y los animales están presentes en su extensa e intensa obra. PYHARE AMANGÝPE, con música de FÉLIX PÉREZ CARDOZO, escrito en Laguna Vera, Puerto Pinasco, en 1925 1pinta con pluma de maestro una noche lluviosa en el monte. Pone de relieve, además, la habilidad descriptiva de quien domina ese territorio áspero, hostil, peligroso y lleno de misterios que dibuja en su poesía.
En su rancho de obrajero, Emiliano está solo. Hay que imaginar que, después de una larga jornada en el monte cortando quebracho, su filosa hacha descansa en algún rincón de su precario rancho. Habla en primera persona y no alude a compañía alguna. Ante sus ojos se está gestando la «mala noche», el «amenáso pyhare» en que los elementos de la naturaleza desatan su furia y sus fantasmas. El relámpago intermitente, el trueno, el poniente -el oeste, donde se pone el sol-, que desliza un rumor de viento a lo lejos y las gotas de lluvia que comienzan a golpear la tierra y las hojas de los árboles son el capítulo inicial de lo que ya no es una amenaza sino un universo en tropel.
El temor se apodera del poeta. Enciende el fuego a modo de defensa de un posible ataque del jaguarete que ronca y parece desatar un terremoto. Mientras tanto, todo el ecosistema está convulsionado. Hay que suponer que la lluvia ya es un diluvio metido en las entrañas de la noche profunda.
Nadie duerme: la kuriju -víbora constrictora-, se enrosca a un ternero y lo devora, las diversas variedades de chancho silvestre -taytetu, tañykatĩ- disparan de un lado a otro, el león parece malavisión, los perros se impacientan y los demás habitantes del bosque dan rienda suelta a su miedo.
Los pobladores del riacho también se encabritan: el jakare y el kapi'yva (voz en creciente desuso, carpincho), junto a otros animales del entorno tampoco están tranquilos.
En la penúltima estrofa un cartero lidia con sus bueyes empacados. Y en la última, el amanecer trae otras gargantas, dejando atrás la lluviosa jornada nocturna.