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BENJAMÍN VELILLA (+)

  INFORMACIONES HISTÓRICAS SOBRE LA CONQUISTA DEL GUAIRÁ - Por BENJAMÍN VELILLA


INFORMACIONES HISTÓRICAS SOBRE LA CONQUISTA DEL GUAIRÁ - Por BENJAMÍN VELILLA

INFORMACIONES HISTÓRICAS SOBRE LA CONQUISTA DEL GUAIRÁ (I)

Por BENJAMÍN VELILLA

 

            Al dinámico animador de la vida del Guairá,

Prof. D. Cirilo Cáceres Zorrilla.

 

           

            EL DESCUBRIMIENTO DEL GUAIRA

 

            La porción del Paraguay de más alucinante acerbo histórico es, sin duda, el Guairá. En ella se inició el contacto con la civilización europea y ella también contiene los más transcendentales misterios de la cultura guaraní.

            Se va haciendo cada vez más evidente que el territorio habitado por los guaraníes, constituyó uno de los primeros lugares, si no el primero, a que llegaron los descubridores de América después de Colón. Y, en algún punto de las costas oceánicas de los Mbyhá, los indígenas que después se conocieron ser avanzados de la legendaria estirpe del Guairá, extendida desde los Andes hasta el Atlántico inmediatamente al Norte y al Sur del Trópico de Capricornio, constituyendo las más adelantadas y poderosas comunidades de tal estirpe (chiriguanos, guarayos, itatines, carios, guairáes, ava-mbyhá, principalmente) se hicieron las primeras visitas cordiales.

            Hoy se sabe que varias expediciones de reconocimiento venidas entre 1494 y 1500, expediciones mantenidas mucho tiempo en secreto por las razones contemporáneas de la competencia hispano portuguesa, tocaron puntos del Brasil actual, explorando las tierras consideradas de la India, según el general juicio de la época.

            La opinión de cosmógrafos y pilotos se aferraba a la idea de hallar islas más o menos grandes, a la vez de verificar la distancia de la costa firme del Asia que creían próxima a aquéllas.

            Correspondió al célebre Américo Vespucio sacar a todos del error, revelando la magnitud del Nuevo Mundo, y su carácter de mundo desconocido hasta entonces en la geografía terrestre. La magna revelación fue el resultado de varios viajes del ilustre geógrafo florentino realizadas desde del año 1496 hasta el 1504.

            Sus perfectos conocimientos recibieron el más considerable aporte de los guaraníes, los primeros amigos americanos que le informaron sobre el interior del Continente.

            ¿Dónde se entabló aquella transcendental amistad? No lo precisan las crónicas editadas de Américo Vespucio, y el asunto continúa siendo objeto de activas investigaciones todavía ahora, después de cuatro siglos, pero, atando cabos sueltos, creemos hacer razonable la cooperación de los Mbyhá guaireños, los del VIAZÁ, como escribieron los cronistas castellanos dicho nombre indígena; cuando menos más razonable hipótesis que la de algunos prestigiosos historiadores, o escritores, señalando a los indios del Caribe, o bien del Amazonas.

            Una de la varias repercusiones intensas de la carta sobre el "Mundus Novus" de Vespucio, publicada en 1504, ha sido la de inspirar el famoso libro del filósofo inglés Sir Tomás Moro, "La Isla de Utopía" aparecido en 1515. El autor indica en ese libro cómo un compañero de Américo Vespucio, llamado Rafael Hytlodée, le refirió la admirable vida de un pueblo que, en las tierras recién descubiertas, estaba realizando la ideal república de Platón. Ponderó la armónica organización de grandes familias en tribus, la carencia de la propiedad privada de la tierra, ocupación principalmente agrícola, gobierno de ancianos electos solamente para vigilar que no haya ociosos en los trabajos colectivos; donde nadie solicita más de los que necesita para vivir, igual a todos los demás; donde no se lleva cosa alguna en los viajes porque en todas partes se hallará todos los medios de subsistencia sin excusa ninguna de los poseedores locales. En tal país el oro y la plata no tienen valor comercial sino de adorno; el régimen general es de frugalidad, trabajo honesto y libre comercio de productos. Tiénese la concepción de una Divinidad única, desconocida pero eterna e inmensa, padre universal a quien atribuyen el origen, desarrollo y vicisitudes y término del mundo. Consideran que los muertos andan entre los vivos sin causar espantos ni amenazas, y participan de cuanto realizan los vivientes; ciudades encantadas, y numerosos otros aspectos portentosos recoge el libro del marinero Vespucio.

            La eminente situación intelectual del autor de la Utopía infundió una literatura de difusión mundial inmediata, pero, a la vez, de carácter subversivo. El mismo Tomás Moro subrayó: "De aquella parte del mundo recién descubierta, está la nuestra, separada menos por el Círculo Ecuatorial que por la gran diferencia de vida y costumbres".

            Obra de ilusión política más que de relación histórica se la juzgó siempre; pero si tuvo su fuerte deriva hacia la crítica del Viejo Mundo de la época, corroído éste "por la miseria y el sufrimiento, los odios dinásticos, la voracidad de prestamistas y mercaderes", como dice un autor, no se puede negar la historicidad de los descubrimientos deslumbrantes que el autor toma para base y alguna realidad efectiva le brindó por el momento.

            Así lo entienden todos los comentaristas que han buscado el venturoso ambiente americano inspirador, de aquel nuevo alumbramiento del Ideal siempre fugitivo, de la perfección política y social. Desde México al Perú y Brasil, además de estudiosos europeos, son numerosos los escritores que han examinado minuciosamente los datos y rasgos proveídos a Tomás Moro, o estuvieron a su alcance, por consecuencia de los viajes de Américo Vespucio.

            Uno de los más recientes parece ser el Director del Museo Nacional del Perú, Dr. Luis E. Valcárcel, quien en un artículo dado a "La Prensa" de Buenos Aires, de fecha 9 de agosto de 1943, estima haber sido eco del Imperio Incaico la relación del famoso marinero Hytlodée. Otros glosadores afirman que los jesuitas, conociendo la gente aludida, fundaron en ella sus celebérrimas Misiones del Paraguay. Atando los cabos sueltos más arriba propuestos, alguna razón puede hallarse para los últimos nombrados.

            De los viajes de Américo Vespucio creen los historiadores modernos saber bien cuatro: dos de ellos por cuenta y disposición de los Reyes Católicos de España, entre 1495 y 1499, y los otros dos, por cuenta del Rey Don Manuel de Portugal, en 1501 y 1504.

            En los dos primeros recorrió las costas de Centro América y la parte septentrional de América del Sud, hasta el paralelo correspondiente al cabo de San Agustín en el Brasil. El tercer viaje habría sido preparado por él, o por la corte de Lisboa, con el prevaleciente objetivo de reconocer desde San Agustín hacia el Sud.

            Todas las expediciones fueron sigilosas y por mucho tiempo encubiertos sus resultados con medidas especiales de reservas y mistificaciones, por parte de los respectivos gobiernos, que constituyen intrincados problemas, rompecabezas para los historiadores.

            Del viaje de 1501 el mismo Vespucio dio algunas cartas, a amigos, a instituciones náuticas, versiones diferentes. Seguramente, sólo al monarca portugués informó bien de sus andanzas y juicios.

            Al Presidente, o Director (Gonfaloniero) de la República de Florencia, su patria, a quien comunicaba sus empresas, escribió en 1502 haber viajado últimamente hasta muy al Sud, señalando el paralelo 50°como término de sus recorridas en los navíos portugueses, lo cual significaba las vecindades del estrecho de Magallanes en la América. Pero en cartas posteriores al mismo, se rectificó, asegurando no haber pasado del paralelo 32°. Con otros confidentes científicos, agentes comerciales y a familiares, incurrió en análogos titubeos, dicen sus mejores biógrafos.

            El más profundo estudio de interpretación correcta de aquellos hechos, es tal vez, el libro del gran historiógrafo argentino Roberto Leviller, de 1948 y ampliado en 1951, "América, la bien llamada". Establece que Vespucio recorrió realmente toda la costa oriental de la América del Sud, hasta muy cerca del estrecho, retrocediendo por el frío y violentos temporales; reconoció los principales accidentes geográficos; descubrió el río de la Plata y se informó de sus tributarios; indagó certeramente el ambiente del interior del continente; supo de las montañas de los Andes y sus riquezas auríferas, así como observó bien la índole de los habitantes de muchos parajes.

            Del viaje de 1504 parece que se conservan pocos documentos, perdidos o quién sabe, ocultados por el gobierno de Portugal; pero el mismo Vespucio dató su famosa carta a Florencia, llamada del NOVUS MUNDUS, en agosto de dicho año de 1504; se la conoció publicada recién en 1507. En ella el autor resume sus cuatro viajes en forma muy sintética, circunstancia que el ilustre escritor Stefan Sweing ha comentado en los siguientes términos tan exactos como justos: "Para entrar a la inmortalidad, no ha podido presentarse Vespucio con un bagaje más diminuto. Jamás escritor alguno se ha hecho famoso con una producción tan flaca".

            Es que todos los conocimientos posteriores le dieron la más plena razón. Para aumentar las complejidades, el feliz descubridor de los secretos de América por cuenta y en barcos del rey de Portugal, abandona el servicio de este Monarca y regresa a España en 1505, donde Fernando, el reciente viudo de la inmortal Isabel la Católica, le nombra Piloto Mayor del Reino, cargo especialmente creado para él.

            ¿Fue ese acontecimiento un índice de la leal inteligencia de ambas coronas sobre la cláusula del Tratado de Tordesillas (de 1494), ya que, en realidad, América caía toda entera, en la jurisdicción de España? Nunca nadie lo expresó así, ni los hechos posteriores de la Colonización justifican el aserto; pero es lo cierto que Américo Vespucio, después de su magno y transcendental discernimiento geográfico, volvió al servicio de España y en él permaneció hasta su muerte. Tales enredos ilógicos son los escollos para una comprensión clara del pasado, cuando los interese coetáneos enturbian un panorama histórico.

            En uno de sus parcos relatos, menciona el famoso navegante que alcanzó cierta tierra donde vivió veintisiete días seguidos entre los indígenas "que andan desnudos como salieron del vientre de sus madres, que no tienen fe ni ley alguna, viven de acuerdo a la naturaleza".

            "Los marineros -dice- pasados los sustos iníciales que provocaron, entraron en los pueblos de tales indios, comían y dormían entre ellos y se tendían de siesta en sus hamacas; eran bárbaros sólo por cuanto no comían en la mesa sino sentados en el suelo, pero lo que comían era excelente: raíces, frutas muy buenas, pescado, mariscos, crustáceos del mar y ... carne humana de sus enemigos".

            "Que diremos -escribió- de la cantidad de pájaros y de sus plumajes, colores y cantos, de cuantas especies y hermosura. No quiero alargarme porque no van a creerme: vimos tal variedad de animales que creo difícil pudiesen entrar tantas especies en el Arca de Noé", afirmó, no sabemos si irónico o devoto.

            ¿Cuál fue el sitio de la observación? No se registra; pero aquí entraba la probabilidad de que fuera el VIAZÁ, puerto guaireño.

            No pocos vestigios lo señalaban. Uno de los más claros es la consignación del P. Manuel Ayres de Cazal en su "Corografía Brasílica" del año 1817: "en la ribera del río Cananea se encontró un trozo de mármol de cuatro palmos de alto; dos de ancho y uno de grueso, con las armas de Portugal, trozo soterrado y con árboles encima", datos que luego el historiador italiano Magnani consideró y examinó para decir que: "sólo pudo ser puesta esa piedra marco por Américo Vespucio en 1502". Menciona este dictamen el biógrafo de Vespucio, Germán Arciniegas.

            La CANANEA es ya nombre geográfico plenamente histórico y corresponde al territorio del primitivo Viazá.

            Después de los viajes expuestos del nebuloso primer visitante, la expedición inmediatamente posterior fue la de Juan Díaz de Solís en 1512, el descubridor oficial del Río de la Plata. De sus compañeros, quedaron supuestos náufragos, varios, precisamente en la Cananea, siendo uno de ellos el famoso Alejo García, que, al frente de los Mbyhá locales y un corto número de europeos cruzó, por primera vez, casi todo el continente, de Este a Oeste, y a quien en el Paraguay consideramos el descubridor de nuestro país.

            Malograda la expedición de Solís por la muerte de éste en el mismo río que intentaba explorar, se armó la de Hernando de Magallanes, puesta en viaje en 1519. Su derrotero bien conocido por el minucioso diario del secretario Antonio Pigaffeta dado a publicidad, aporta los siguientes datos pertinentes a nuestro objeto:

            "3 de octubre (1519) - Después de dejar la línea equinoccial, perdimos de vista la estrella polar. Dejamos el cabo (Verde) entre el sur y el suroeste y enfilamos la proa hacia la tierra de Varzino en los 33 grados 30 minutos de latitud meridional". Vale decir que la expedición cruzó rectamente el océano rumbo al Viazá.

            "13 de diciembre - Entramos en puerto el día de Santa Lucía. La tierra del Brasil es abundante en toda clase de productos y es tan extensa como España, Francia e Italia juntas; pertenece al rey de Portugal".

            "27 de diciembre - Pasamos trece días en el puerto y luego emprendimos de nuevo nuestra ruta y costeamos el país hasta los 34 grados, 40 minutos de latitud meridional, donde encontramos un gran río de agua dulce".

            ¿Por dónde supo Pigaffeta la gran extensión del territorio a cuyo puerto recalara el 13 de diciembre? ¿De los viajeros anteriores, o ya en el mismo puerto?

            Hasta entonces, en ningún mapa figuraba el hinterland americano.

            Pero hay más noticias sugestivas. El secretario de Magallanes aprendió y anotó once nombres guaraníes, con su significado, como CARAI, "príncipe de la tierra"; CARIA-IG, "hombre"; MANDIOC, "raíz comestible", etc., que usaban los indígenas. Tal vez de las dos primeras voces surgió la denominación de "Carijós", que después dieron los portugueses a los indios del Viazá, y la de "Carios", los españoles, reconociendo la amistad y utilidad de ellos para los primeros visitantes europeos.

            Únense todos estos indicios poco esclarecidos, respecto de las iníciales informaciones sobre el interior continental, de cuanto aun los cosmógrafos y pilotos podían apenas observar las costas, al hecho conocidamente efectivo de que Juan Sebastián Elcano, sucesor de Magallanes en la mitad del gran viaje de circunvalación de toda la Tierra, fijó muy bien los ríos Paraguay, Paraná y Uruguay con sus exactas relaciones fluviales en su trabajo cartográfico de 1523, según el Atlas de Alejo y Joaquín Gil (1942).

            Se deduce, pues, razonablemente, la colaboración anónima de los MBYHA guaireños, desde el principio amistoso, en la mayor parte de la acelerada y perfecta discriminación geodésica de Américo Vespucio, de tan magníficas consecuencias, en todo orden, para el desarrollo de la humanidad; así como cabe presumir la misma feliz influencia de uno de los más renombrados libros de la filosofía en la Edad Moderna, el de Sir Tomás Moro mencionado al comienzo de esta breve compulsa.

            Con el cometido de Sebastián Gaboto en 1526, en quien ya todos reconocen sin discrepancias el primer visitante y explorador claramente histórico del río Paraguay, los guaraníes del Guairá, entraron también en los dominios de la historia escolar común.

 

            (GUAIRÁ- Vocero del Centro Guaireño, N° 27 de 1957. Reproducido en

LA TRIBUNA bajo el título de "El Descubrimiento del Guairá"

del 15y 22 de diciembre de 1974).

 

 

 

 

            INFORMACIONES HISTÓRICAS SOBRE LA CONQUISTA DEL GUAIRÁ (II)

 

            La expedición de Sebastián Gaboto en 1526 marca el comienzo de la histórica comunidad de europeos e indígenas pertenecientes a la estirpe del Guairá, primer paso del mestizaje que luego había de constituir el pueblo paraguayo.

            Las cuatro carabelas de Gaboto arribaron a fines de noviembre del citado año a la isla que el almirante denominó "Santa Catalina", en honor de su esposa doña Catalina Medrano de Gaboto. Los aborígenes del lugar, lejos de huir y hostilizar a los forasteros los reciben afable y cordialmente.

            Hemos indicado en el primer capítulo dado en el número anterior de esta Revista, cómo los indígenas trataron ya, probablemente, con otros navegantes ibéricos que precedieron a Gaboto, estableciendo fecundas amistades para el descubrimiento de América.

            Españoles o portugueses y guaraníes del extenso litoral del MBIAZA - considerado este histórico nombre en carácter genérico de la patria de una misma estirpe distribuida en numerosas parcialidades tribales entre el Río San Francisco, al norte, y la Laguna de Los Patos, por el Sud, de los mapas actuales - no eran desconocidos entre sí cuando llegó Gaboto. Por el contrario, vivían entonces en la comarca de Santa Catalina varios ex - marinos náufragos que, bien recibidos, se confundieron prontamente con los habitantes autóctonos, constituyendo las primeras familias mixtas del mestizaje íbero-guaraní.

            Algunos de aquellos refugiados, como Melchor Ramírez y Enrique Montes, ostentaban títulos y mando de caciques en la región. Otro, Pedro Riaño, se contó entre los componentes de la famosa excursión de Alejo García, hacia la Cordillera de los Andes, por 1522 al 24, en cuyo transcurso se descubrió el territorio del Paraguay moderno. Varios más vivían en diversos lugares del Mbiazá.

            Pronto Gaboto se informó de todas estas circunstancia, por boca de los mismos ex - marineros, con quienes mantuvo largas conversaciones.

            Uno de los varios documentos al respecto es la carta - relación que el secretario de Gaboto, Luis Ramírez, escribió con fecha 10 de julio de 1528, refiriendo aquellas conversaciones. Consigna así las declaraciones de Enrique Montes y Melchor Ramírez: "dijeron que ellos quedaron allí siete hombres de su armada sin otros que por otra parte se habían apartado y que de ellos sólo dos han quedado en esta tierra y los demás, vista la gran riqueza de una tierra que está como junta a la dicha tierra alta (referencia a los Andes) donde había un rey blanco que traía vestidos como nosotros, se determinaron a ir allá por ver lo que era, los cuales fueron y enviaron cartas de que aún no habían llegado a las minas, mas ya habían platicado con algunos indios comarcanos a la sierra y que traían en las cabezas coronas de plata y unas planchas de oro colgadas de los pescuezos y orejas e iban ceñidos por cintos, y mandaron doce esclavos con la muestra del metal cogido que tengo dicho y hacían saber cómo en aquella tierra había mucha riqueza y que tenían mucho metal para que ellos (los declarantes) fuesen allá, los cuales no se quisieron ir a causa de que los otros habían pasado por mucho peligros a causa de las muchas generaciones que por los caminos por habían de pasar había"...

            "Preguntados si tenían muestras de los metales recogidos, contestaron que tenían algunas cuentas de oro y plata que, por ser las primeras habidas en aquella tierra, tenían guardadas para Nuestra Señora de Guadalupe, si volvían a España, pero que dijeron al Capitán general, quien halló que el oro era muy fino de más de veinte quilates parecido" (Versión de la "Historia del Puerto de Buenos Aires", por Eduardo Madero, ed. 1893).

            Estas informaciones, con otras corroborantes, determinaron en Gaboto la actitud de variar por su cuenta el destino a las islas de Molucas, por la ruta de Magallanes, que el rey de España le había señalado, para penetrar al interior de la América, siguiendo el curso de los ríos afluentes al estuario del río de la plata, o de Solís, afluentes marcados ya con bastante exactitud en los diseños cartográficos de Juan Sebastián Elcano, confeccionados en 1523, seguramente con referencias tomadas de los mismos Mbiahás guaireños; pues el célebre circunvalador del planeta nunca exploró tierra adentro del Continente, pero sí estuvo en contacto con los dichos indígenas en las costas oceánicas del Mbiazá, cuando en 1519 las recorrió la armada de Magallanes, el almirante a quien después sucedió Elcano en los archipiélagos de Indonesia.

            El transcendental cambio de ruta resuelto en Santa Catalina determinó también la preparación de los medios náuticos para las navegaciones fluviales encaradas. Y se montó, entonces, un astillero de construcción de dos bergantines y algunos botes aptos para el uso contemplado. En aquellas construcciones trabajaron, por primera vez, confundidos en un mismo programa de acción, los artesanos europeos y los obreros guaraníes. Los primeros aportaron sus herramientas y su técnica en armaduras, y los segundos su espíritu servicial, hospitalidad generosa y el conocimiento práctico de maderas, fibras y resinas selváticas requeridas.

            Pero en las propicias playas se forjó, a la vez de las naves, una nueva sociedad popular, con los atributos psíquicos fundamentales del pueblo paraguayo que el destino iba a engendrar: ideas y conceptos europeos injertados en los sentimientos genuinos del misterioso linaje guaraní.

            Tres meses demandó aquel concierto primigenio. Es ilustrativo de la cordial cooperación histórica la lista de los artículos de subsistencia proveídos por los indios a sus huéspedes, lista extraída de los registros del contador Hernando de Calderón, tesorero Real de la Armada de Gaboto: anota como, consumidos en la estada de Santa Catalina, 273 reses de ciervos y venados, 398 gallinas, 80 patos, 45 puercos monteses, 2 antas, 20 "pacús" de pescado, 205 "manallas" de maíz, 30 cargas de mandioca, 40 cargas de batata y cazabi, 200 perdices "y otras frioleras". (Obra citada de Eduardo Madero).

            A comienzos de marzo de 1527, emprende Gaboto su entrada al río de la Plata. Le acompañan Enrique Montes, Melchor Ramírez y un grupo de varios aborígenes por éstos elegidos, en carácter de lenguaraces, los primeros bilingües de la comunidad en formación.

            No es nuestro propósito, ni es necesario, seguir en todos sus detalles la marcha de la expedición aventurera, la cual consagró históricamente los nombres de Uruguay, Paraná y Paraguay, aplicados por los nativos a los grandes ríos tributarios del sistema del Plata, los cuales Gaboto reconoce y dibuja en sus cartas geográficas.

            Remontó el río Paraguay hasta las proximidades del actual sitio de Asunción, o hasta más arriba, según algunos historiadores, pero su principal objetivo, de alcanzar las áureas comarcas donde llegó Alejo García, se malogró. Diezmadas sus tripulaciones por guerras y enfermedades y, sobre todo, por graves conflictos suscitados por otra expedición ultramarina, la de Diego García, que, siendo despachado de España con la expresa misión de realizar las mismas exploraciones que Gaboto realizaba clandestinamente, penetró en el Paraná, la empresa concebida en Santa Catalina se frustró.

            Sebastián Gaboto regresó a España en 1529. Con él fueron cuatro de los indios guaireños del Mbiazá, quienes volverían después, en 1535, con la expedición del Primer Adelantado, don Pedro de Mendoza, hechos guaraní-castellanos, de gran beneficio para el próximo pueblo paraguayo. Poco conocidos en nuestra historia corriente, la personería de estos guaireños precursores, surgen del examen de los largos pleitos mantenidos en la madre patria por Diego García contra Gaboto, y por los armadores de ambos, en cuyo proceso tuvieron que deponer "los cuatro esclavos traídos contra su voluntad por Gaboto que los tiene en su casa", según una acusación ventilada por varios historiadores portugueses y brasileños consignados por el padre Serafín Leite, en su "Historia de la Compañía de Jesús en el Brasil".

            Por consecuencia de los hechos así esbozados, comenzó la grande e histórica competencia entre españoles y lusitanos, sobre la posesión efectiva de los territorios que asentaban la patria del Mbiazá, cuyos nobles pobladores se revelaron tan prometedores para la nueva civilización americana. Aquella competencia se resolvió en dos siglos de peripecias que aseguraron la grandeza del Brasil y gravitaron pesadamente en la suerte menos venturosa del Paraguay, que quedó arrinconado en los últimos refugios de la gran raza guaraní guaireña del mundo aborigen.

            Con legítima ufanía pudo decir el gran Ruy Barboza en cierta ocasión, a los paulistas de la opulenta metrópoli brasileña del presente: "Si no fueran el valor y el arrojo de vuestros primeros conquistadores, que arrebataron de Castilla para la casa de Braganza la región más hermosa de toda la tierra habitable, las costas de Brasil, al sur de Paranaguá habrían sido españolas. Otro pueblo ocuparía hoy nuestras mejores zonas, respiraría nuestros aires más benignos, cultivaría nuestras más codiciables tierras" (contenido en la portada de la "Historia Geraldas Bandeiras Paulistas", de Alfonso de E. Taunay).

            Ese otro pueblo aludido por el eminente jurista, hubiera sido el paraguayo, heredero doliente y genuino de la bella raza del Guairá primigenio. ¡Delantero en el pasado; rezagado en el presente!

            El nombre de Santa Catalina ancló un hito histórico en la conquista de Sud América. A partir de las revelaciones de Gaboto sobre las posibilidades étnicas y topográficas de la región, españoles y portugueses hacen de ella blanco de su interés. Los aborígenes obtienen la fama de ser los mejores auxiliares de las empresas del descubrimiento y conquista.

            Los portugueses que, hasta entonces sólo tenían fundaciones muy distantes al Norte de Río de Janeiro, siempre constreñidos a la costa por la fiereza de los indios, resuelven explorar y dominar el interesante litoral del Sur descubierto por los españoles, y una expedición al mando de Pedro López de Souza recorre y ejerce actos de posesión hasta el río de la Plata, en 1531, sorteando los lugares en que ya se hallaban los españoles.

            La famosa "línea de Tordesillas", instrumento jurídico de las jurisdicciones de ambas Coronas, quedó pronto transgredida con diversos convenios particulares de los mismos Reyes signatarios, especialmente sobre los derechos al meridiano correspondiente de las antípodas, que debía fijar los extremos del hipotético Oriente y Occidente de la Bula de Alejandro VI.

            La efectiva esferidad de la Tierra y su tamaño recientemente comprobados en el viaje de Sebastián Elcano, había venido a complicar grandemente los juicios geodésicos que presidieron las adjudicaciones papales de 1493.

            Hasta la época de Gaboto, las especerías de la India auténtica seguía siendo más interesante que el Nuevo Mundo, para todos los monarcas, y la codicia de las legendarias Molucas rasgó el tratado de Tordesillas, con el afán de aplicarlo sobre el Asia más bien que sobre América.

            Los portugueses interpretaban que las posesiones españolas en el océano Pacífico (mar del Sur, entonces), recorrido por Magallanes y sus sucesores, importaban un correspondiente traslado de la raya considerada en 1494, para ajustarse así el hemisferio lateral a que cada una de las partes tenía derecho.

            De aquella interpretación sacó el más amplio provecho Portugal, para dejar prácticamente nula la línea estipulada por el célebre tratado.

            A su amparo creció el Brasil todo lo que disminuyó el Paraguay colonial, sujetos sólo al ritmo práctico de los conquistadores.

            Los hechos de la historia son irreversibles; pero su estudio cabal hace la experiencia de los pueblos, para evitar en el futuro las peripecias amargas causadas por imprevisión o incuria de los agentes personales.

            El prestigio del puerto guaireño de Santa Catalina se difundió rápidamente en el siglo XVI. En la gran flota del Primer Adelantado del Río de la Plata, don Pedro de Mendoza, de 1535, una de las catorce naves ostentaba ya el nombre de "Santa Catalina", como un homenaje al propicio puerto.

            En dicha armada vinieron los fundadores del Paraguay como entidad política, Ayolas, Irala, Salazar, guiando sus pasos y sus tratos los leales guaraníes del Mbiazá, lenguaraces y baqueanos identificados con los navegantes.

            En el paraje "La Frontera"- quién sabe si no fue designado así por aquellos mismos intérpretes guaireños, al verificar la llegada al ambiente de sus propios dominios raciales-, se fundó la Asunción, el 15 de agosto de 1537.

            Varios de los expedicionarios eran antiguos compañeros de Gaboto diez años antes, los que regresaban con pleno dominio del guaraní aprendido en los astilleros de Santa Catalina y en los contactos posteriores con los indios del Mbiazá. Uno de ellos, Gonzalo de Mendoza, fue el primer gobernador de la "casa fuerte" de Asunción.

            De los cuatro indios objeto de los pleitos de España, indicados más arriba, cabe señalar a los llamados Domingo, Miguel y Francisco en las crónicas directas de la fundación, activísimos agentes bilingües que facilitaron todos los trabajos. Domingo y Miguel iban a visitar a sus familias y amigos del Mbiazá en diciembre de 1541, cuando se encontraron con la expedición de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en pleno centro del Guairá, aviniéndose Miguel a guiar al nuevo Adelantado, mientras Domingo siguió a su destino propuesto.

            En las reyertas posteriores surgidas en Asunción entre iralistas y alvaristas, uno de los cargos contra Alvar Núñez consistía en supuestas violencias ejercidas con "el indio principal Domingo", en ocasión del mencionado encuentro. Alta estima merecía en la primera sociedad paraguaya.

            En los registros administrativos, Miguel y Domingo figuraron como esclavos del gobernador Irala, así como el indio Francisco figuraba del capitán Gonzalo de Mendoza.

            El precario conocimiento de estos modestos personajes de nuestra historia, ha hecho incurrir a los historiadores nacionales en la confusión inicial, que se repite siempre, de tomar al indio Miguel en carácter de mensajero de Irala para recibir a Alvar Núñez y conducirlo a la capital de la Provincia. En realidad; Irala nada sabía del viaje del segundo Adelantado, cuando Domingo y Miguel salieron de Asunción.

            El minucioso examen de la vasta documentación marginal aportada por Enrique de Gandía, en su "Historia de la Conquista del Río de la Plata y Paraguay", esclarece bien el asunto. También se ha ocupado de esos próceres guaireños don Ricardo Lafuente Machaín, en libros y periódicos.

            Paralelamente a todos los sucesos indicados, el crisol del Mbiazá iba también acrecentando su acervo histórico.

            Con una población de desarrollado mestizaje ya, por el aporte creciente de europeos que en sus costas encontraron benévola acogida, en circunstancias que en otras partes constituían peligro cierto de perecer, muertos por manos de naturales salvajes, las playas guaireñas fueron consideradas esperanzas positivas de socorro y de progreso.

            Cuando la primera Buenos Aires del Adelantado Mendoza se vio en el trance de no poder subsistir, por la carencia de vituallas indispensables a sus moradores, el Mbiazá fue su munificente proveedor, como fue supremo anhelo de los que huían de Buenos Aires, refugiarse en él.

            En 1536, unas de la naos de Mendoza, a cargo del capitán Gonzalo de Acosta, otro de los ex compañeros de Gaboto, fue enviada del Plata para adquirir alimentos de los graneros guaireños en plena producción agrícola.

            Poco después, en 1538, nuevos náufragos de una de las naos del Veedor Alonso Cabrera, aumentaron la colonia europea del Mbiazá, con general satisfacción de los salvados y de los nobles salvadores indígenas.

            Con este aporte surgieron dos clérigos franciscanos: fray Bernardo de Armenta y fray Gabriel de Lezcano, quienes iniciaron con el mismo éxito fructífero de los demás aspectos civilizadores, la evangelización guaraní. Más tarde, los dos franciscanos náufragos iban a fundar, también en Asunción, el primer centro religioso que engendró la pléyade de evangelizadores paraguayos del río de la Plata, el célebre "Custodio" del P. Armenta, origen del convento de San Francisco entre nosotros, el más antiguo de la historia nacional.

            Estos aspectos serán el tema de un nuevo capítulo.

 

            (GUAIRÁ, Vocero del Centro Guaireño. N°s 28 y 29 de 1957.

Reproducido en LA TRIBUNA, con el título de

"Orígenes de la Comunidad Guaireña", el 5 de enero de 1975).

 

 

            3. LA CONQUISTA DEL GUAIRÁ POR LOS MAMELUCOS

 

            LUCHA ENTRE LAS CORONAS ESPAÑOLA Y PORTUGUESA POR EL GUAIRÁ

 

            Damos un extracto de la interesante conferencia dada por el Sr. Benjamín Velilla en el salón de actos del Ateneo Paraguayo, con motivo de celebrar la ciudad de Villarrica el 383 aniversario de su fundación, siendo parte principal del programa conmemorativo confeccionado por el Centro Guaireño en la capital.

            Villarrica representa en nuestra historia, comenzó diciendo el disertante, la raíz más típica de nuestro pueblo, así como el empeño más esclarecido de sus anhelos históricos para constituir una gran patria guaraní.

            Raíz más típica, porque ella se erigió en el centro del señorío de nuestra estirpe indígena, del cual no era ya sino una colonia, con mezcla de otros aborígenes, los carios ribereños del río Paraguay. Y jalón histórico esclarecido porque en torno de su asiento y de su nombre se desarrollaron los más patéticos esfuerzos de nuestro pueblo tratando de contener los factores adversos que fueron achicando la primera patria de la Provincia Gigante del Paraguay.

            Refirióse luego el orador a la formación de España y Portugal como una misma comunidad étnica, cultural, religiosa y política, hasta las postrimerías de la larga lucha entre el cristianismo y el islamismo desarrollada en la península Ibérica. Portugal se separó del Reino de León que integraba con Galicia y una parte de Castilla actual, en el siglo XIV al amparo de circunstancias dinásticas del momento. Pero siempre en uno y otro país se mantuvo el pensamiento de volverlos a unir bajo un mismo cetro, política que caracteriza particularmente a los reyes de España, hasta el descubrimiento de América. Citó al respecto la situación histórica en que los marinos portugueses, Bartolomé Díaz y Vasco de Gama, descubrían el camino a la Indias por Oriente, mientras Cristóbal Colón creyó llegar también a ellos por el Occidente, en la última década del siglo XV.

            Consecuencia de las amistosas disposiciones fue el Tratado de Tordesillas, el 7 de junio de 1494, cuyas estipulaciones nunca tuvieron caracterización geodésica, quedando un mero principio de demarcación, afirmó el disertante.

            Señaló seguidamente la posesión práctica de ambas coronas en las costas del Brasil y en el litoral Atlántico de la América del Sur, confundidas y superpuestas con frecuencia en los primeros viajes de españoles y portugueses.

            Recién hacia 1540 se diseñaron posesiones estables, con propósito de administración propia de cada país o gobierno. Portugal se hizo dueño de la costa desde la confluencia del Amazonas hasta el sitio de su colonia de San Vicente, en las proximidades del actual puerto de Santos. Y España con la expedición de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, se posesionó con todas las formalidades jurídicas de la época, en 1541, del territorio adyacente al Sur, al cual llamó Provincia de Vera. En esta Provincia habitaban los guaraníes, y comprende la comarca que después se denominó Guairá.

            Alvar Núñez, primer Adelantado nombrado expresamente para el gobierno español ya asentado en Asunción del Paraguay, incorporó así el puerto de Santa Catalina y la Provincia de Vera o Guairá a la jurisdicción de su gobierno.

            Puntualizó después el Sr. Velilla las diversas emergencias históricas, tanto en América como en Europa, que generaron las acciones de competencia entre uno y otro ocupante, fáciles para los portugueses, muy difíciles para los españoles. El descalabro de la Armada Invencible de Felipe II, las guerras en Flandes y en Italia, determinaron preocupaciones absorbentes que hicieron el práctico abandono de las colonias, pasando el poderío marítimo a Inglaterra y Holanda, con beneficio de Portugal, a cuya rivalidad política alentaban con ingentes recursos económicos.

            El gobierno del Paraguay pasó períodos hasta de diez años sin comunicación alguna con la metrópoli. Y en tales circunstancias penosas fue acordonando, muy lentamente, los pueblos de enlace con la costa marítima de su jurisdicción.

            Ontiveros, Ciudad Real, Villarrica del Espíritu Santo, Jerez y una docena de reducciones religiosas, señalaron su aspiración política de integración guaraní en el Guaira, con recursos puramente locales, de reducida eficiencia.

            Pero si la desfavorable decadencia del poderío hispano en Europa y en los mares, amenguó el apoyo de la metrópoli, fue ella también causa tal vez, dijo el conferenciante, de la notable calidad de los mestizos de la tierra, de las primeras generaciones de paraguayos, nacidos en su gran mayoría de padres españoles y madres indígenas, prole legitimada, dignificada, desde el primer día, gracias al acierto del primer Gobernador Martínez de Irala, que así lo dispuso.

            La generación de los Hernando Arias de Saavedra, del Obispo Trejo y Sanabria, de Rodrigo de Melgarejo, de Ruy Díaz de Guzmán, del Beato Roque González, de los padres Gabriel de la Anunciación, Juan de San Bernardo, compañeros y guías intérpretes del apostolado evangélico en todo el Río de la Plata, o el doctrinero Pedro Romero, colaborador de Montoya en su Vocabulario famoso; del centenar holgado de primeros paraguayos civilizados que extendió el ámbito de la civilización hispana para los cuatro puntos cardinales, de Asunción hasta Santa Cruz de la Sierra y Buenos Aires o Tarija, muchos de ellos guaireños; ha sido aliento espiritual guaranítico a cuyo cargo estuvo casi exclusivamente la obra de España durante el siglo XVI en la cuenca rioplatense, presidiendo el empeño administrativo, cultural y militar recibido de sus padres, prácticamente abandonados.

            Mencionando prolijamente los motivos de política europea que esterilizaron la nueva reunión de las monarquías ibéricas bajo el cetro de los Felipes de España desde 1580, el disertante señaló el comienzo de las incursiones paulistas en el Guairá, como extensión de los conflictos fomentados en Europa.

            Fueron -dijo- empresas aparentemente particulares para un lucro por la rapiña, particularmente de esclavos y metales preciosos, pero armadas y empujadas por las autoridades portuguesas, detrás de las cuales actuaban los intereses británicos, mercantiles y políticos, procurando la mayor ruina de España.

            Desde 1620 esas incursiones adquirieron caracteres de guerras intensivas, cada vez más crueles y devastadoras, con la extraña paradoja de que en proporción al empuje lusitano, las órdenes del Rey de España, prohibían la provisión de armas al Paraguay, prescribiendo la fórmula de defenderse pero no atacar a los portugueses, en el pueril intento de conservar la unidad dinástica en la península.

            En 1640 el Portugal volvió a proclamar su entera independencia de la monarquía española, afirmada por la victoria de Montesclaros; y declaró como suyas todas las posesiones adquiridas hasta entonces. Tras sucesivas convenciones provisorias en la declinante situación de hecho en que España se debatía, se llegó al Tratado de Utrech, en que Portugal consolidó sus conquistas con la garantía de todas las grandes potencias de Europa.

            El Paraguay perdió más de la mitad de su primitivo territorio, el Guairá conquistado por los "Bandeirantes" paulistas. Sus habitantes sobrevivientes se refugiaron en el territorio patrio de Asunción, a este lado del Paraná: Las doce misiones jesuíticas, en la mesopotamia, entre el Paraná y el Uruguay y la población libre de Villarrica, Ciudad Real y Jerez, con sus autoridades comunales en la zona del río Curuguaty, al norte.

            Pero en las duras peripecias de la secular jornada, adquirió potencia el espíritu nativo, el patriotismo paraguayo, señalando su gloriosa presencia en episodios memorables. Unidos los cabildos de Villarrica y Asunción apelaron a la Audiencia de Charcas y al Virrey de Lima, en inútil procura de auxilios para después deponer violentamente a los Gobernadores Felipe Rege Corvalán, en 1676, y Sebastián Félix de Mendiola en 1683 y asumiendo el gobierno, enfrentar a los paulistas.

            En esas reacciones nativistas se lograron las únicas victorias españolas, el espléndido escarmiento de MBORORE, donde perdieron la vida más de dos mil bandeirantes y detuvo sus avances sobre el Paraguay, en 1637, como también la reconquista de Ciudad de Jerez en 1688.

            Ese espíritu autónomo del Paraguay colonial marcaba así su parábola histórica que luego debía fulgurar magníficamente en la Revolución de los Comuneros y en las jornadas definitivas de 1811.

            Villarrica fundada el día del Espíritu Santo de 1570 que por una de esas misteriosas concordancias del destino fue el 14 de Mayo en aquel año, simboliza así con su fecha magna, los anhelos ancestrales de democracia y libertad patria que fluyen ingentes de nuestro pueblo y mantienen todavía la difícil existencia del Paraguay.

            Bella es la tradición guaireña, terminó diciendo el Profesor Velilla, y bellos sus ejemplos de lealtad infatigable a los postulados vitales de la noble raza guaraní.

            Mientras vivan en nuestro recuerdo las históricas jornadas de Villarrica y Asunción, seguirá viviendo el Paraguay.

 

            (LA TRIBUNA, 7 de junio de 1953.

Extracto de la Conferencia dada en el Ateneo Paraguayo

en el 383 aniversario de la Fundación de Villarrica).

 

 

ENLACE INTERNO A DOCUMENTO FUENTE DEL DOCUMENTO

 

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APORTES DE BENJAMÍN VELILLA A LA HISTORIA DEL PARAGUAY

Compilación de MARÍA MARGARITA VELILLA TALAVERA

Digitalización: ROSA CAMPUZANO GONZÁLEZ

Diagramación y armado: GILBERTO RIVEROS ARCE

Scaneados: ANÍBAL VELILLA ISNARDI

Impreso en Ediciones y Arte S.R.L.

Mayo 2005 (292 páginas)






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