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  UN PARAGUAYO EN DACHAU - Comentarios de VICKY TORRES


UN PARAGUAYO EN DACHAU - Comentarios de VICKY TORRES

HERMANN GUGGIARI

Comentarios de VICKY TORRES

 

 

UN PARAGUAYO EN DACHAU

 

El nombre de Dachau evoca, en sus dos sílabas, la pasión y la muerte de miles y miles de gitanos, judíos, eslavos, anarquistas, socialistas, liberales, católicos y comunistas, hombres de todas las razas, de todos los credos y de todas las ideologías, que, en nombre de una sola raza, un solo credo y una sola ideología, dejaron sus vidas en sus fosas. Han pasado cincuenta y tres años desde que el campo de concentración de Dachau fuera cerrado para siempre. En sus muros, sin embargo, aún deben de quedar las huellas de quienes los arañaron con la esperanza de derribarlos y ganar la libertad que el crimen nazi les negara. En sus muros aún deben de resonar, como un susurro traído por el viento frío y lejano, las plegarias de los presos, los lamentos de los desesperados y las amenazas e imprecaciones de asesinos y de verdugos. No hay tiempo que pueda borrar una iniquidad semejante, y hoy, cuando vuelven a escucharse las voces turbias del odio racial y la amenaza fascista se cierne de nuevo sobre la civilización, es importante que la memoria de lo sufrido sea recobrada por la humanidad ultrajada por el odio y la sinrazón.

Como los demás campos de concentración nazis, Dachau cumplió cincuenta años de cierre en 1995. Conmemorar no es celebrar, sino recordar, aunque la ocasión bien merecía ser celebrada. Se celebraron los cincuenta años del fin de la iniquidad, y, para hacerlo, las autoridades de Dachau tuvieron la idea de invitar a algunos escultores destacados a que realizaran una obra en la que quedara reflejado el deseo de que lo que había sucedido no volviera a repetirse, e invitaron a HERMANN GUGGIARI, de Paraguay. «Yo propuse», nos dice Guggiari, «que en aquellos huecos en los que habían vivido, sufrido y muerto los inocentes anidaran las palomas. Propuse que ese lugar siniestro, que todavía conserva sus oscuros pabellones en pie, se convirtiera en un palomar». El palomar viene a ser una metáfora de la paz y de la ternura, del reconocimiento y del entendimiento entre los seres humanos, una metáfora del amor, pero también una metáfora del vuelo y de la libertad. Dachau, convertido en palomar, podría desafiar las amenazas de un futuro que, en muchos aspectos, no  se presenta tan tranquilizador como creen los ingenuos. La espada de Damocles del fascismo pende todavía sobre los sueños de libertad de los hombres y mujeres del planeta.

Pero Guggiari no convirtió Dachau en un palomar. No pudo. No lo dejaron. Tampoco le permitieron que levantara su protesta y su testimonio, convertidos en una plancha de bruñido acero que se eleva hacia el cielo abierto de Sajonia, desde aquel suelo que fuera pisado tantas veces por tantos pies desnudos y magullados, por la levedad de aquellos hombres que, sumados, podían pesar tanto como el mundo, como todos los hombres del mundo juntos. Así que Hermann Guggiari hubo de conformarse con levantar esa misma plancha de bruñido acero, mordida en algunas partes, cortada y re-cortada, en el espacio que, a manera de calvero, se abre en un bosquecillo cercano cuyos árboles debieron de ser testigos de las mayores atrocidades. Y entre esos árboles se yergue ahora el grito metálico del escultor: grito y testimonio, la voz de un hombre libre que cree en la libertad de los hombres y en que todavía es posible construir un futuro digno y humano sobre este planeta tan amenazado por tantas cosas. El arte y la naturaleza, sus dos pasiones, se hermanan en ese espacio de Dachau donde descansa su obra y donde el acero se levanta hacia el cielo recordándonos a todos que la humanidad no puede permitir que una experiencia como la de Dachau se vuelva a repetir jamás.

Este hombre carga consigo, junto a sus años (que ya son muchos), la pasión de crear y de impulsar a los creadores (pasión de juventud). Cada año ha venido haciendo su feria del BOSQUE DE LOS ARTISTAS, convocando con su sola palabra y su voluntad a quienes cincelan y tiñen de colores las superficies de las cosas, a los grabadores y a los pintores, a los escultores y a los artesanos. El año pasado no hubo feria en su bosque, pero hace poco decidió volver a reunir a los creadores y convocó un concurso de escultura que tuvo como escenario el Hotel del Paraguay. Es impenitente. HERMANN GUGGIARI es un luchador incansable, y en su alma de artista anidan las palomas.

 

NACIONES UNIDAS

 

Escultura en hierro, 1995

 

LOS "GUGGIARIS"

UNA EXPOSICIÓN DE GUGGIARI

 

Siempre es reconfortante pensar que este viejo luchador no abandona su puesto. Toda su vida ha estado dominada por su imaginación creadora. Lo sigue estando todavía. En esta ocasión, sin embargo, no se trata de una muestra más de las obras de HERMANN GUGGIARI. Lo acompañan sus hijos, y no es menos gratificante, por ello, descubrir que la savia que corre por las venas del padre y que nos ha dado en los últimos cincuenta años tan magníficas muestras de imaginación, expresividad y fuerza siga fluyendo, no sólo en él, sino en quienes habrán de continuar su obra en el futuro desde este presente en el que trabajan.

Existe un estilo «guggiari» sin duda alguna, y los más escépticos dirán que todos los Guggiaris se parecen; esto es, que todos son, a su manera, remedo del Guggiari original, del único escultor al que el estilo «guggiari» podemos remitir. No negaré, puesto que negar-lo sería absurdo, que el estilo impuesto por Hermann Guggiari es lo suficientemente poderoso y sugerente como para que en él se centre durante mucho tiempo todo el interés que pueda despertar la obra de los Guggiari. Es, en efecto, un estilo en el que subyace siempre una idea innovadora, una propuesta, un intento de entender el mundo que le ha tocado vivir desde un punto de vista que, en apariencia ingenuo, nos remite continuamente a lo esencial. El estilo de Hermann Guggiari, pese a los brillos del acero inoxidable con los que pretende a veces apagar el fuego que incendia sus formas, es de una expresividad frecuentemente aterradora, una expresividad difícil de alcanzar. Las notas que Hermann Guggiari toca en su diapasón de poeta -esto es, de creador- son demasiado altas para que puedan ser alcanzadas por sus imitadores sin que se vean éstos obligados a sortear los difíciles riesgos que semejante hazaña les exige. El hecho de que PETE, JUSTO, JAVIER y SEBASTIÁN, sus hijos escultores, se hayan atrevido a hacerlo, constituye en sí un mérito que debe ser reconocido. Ambos, sin embargo, son, aunque en apariencia parecidos, sumamente diferentes, lo que nos indica que el que hemos denominado estilo «guggiari», siendo rigurosamente uno y claramente reconocible, puede producir cosas muy distintas entre sí. En ello radica su valor.

Pete, buscador del esótero, y Justo, seguidor de las enseñanzas paternas, son, sin duda, más fieles que Sebastián y Javier a las propuestas de su padre. Se puede decir que se han inclinado con más fervor a la creación pura de formas, pero quizá también se pueda decir que a la búsqueda formal de Pete y Justo no la ha sostenido siempre la idea precisa, aquella que, encerrada en la forma, nos presenta un mundo para descubrir. Pete y Justo se hallan abocados a la búsqueda por conjugar idea y forma y en algunas de sus obras aprécianse ya pasos decisivos dados en esta dirección, que es la dirección a la que el estilo «guggiari» les obliga. Sebastián y Javier, por su parte, han dado utilidad al estilo y han creado muebles y lámparas de gran belleza, objetos que, en sí mismos, tienen el valor de todo lo que nos encanta y que deseamos poseer.

 

LA FERIA DE «EL BOSQUE DE LOS ARTISTAS»

 

En el cruce de las avenidas España y General Santos, junto a un solar ocupado por una firma comercializadora de automóviles, el arte tiene, desde hace más de un cuarto de siglo, un santuario en el que se refugia. Un lugar en el que la belleza preside el paso de las horas, el tránsito fugaz del hombre por la vida. Es un lugar -un templo podría ser, tal vez una definición más precisa- en el que la naturaleza y la cultura se confunden en un todo confuso y, a la vez, maravilloso, un caos cargado de sentido y poblado de misterio. El sancta sanctorum de este templo, pacientemente edificado por Hermann Guggiari a lo largo de tantos años, lo constituye un extraño y gigantesco árbol que levanta su estatura sobre los tejados de las casas y que rodea su tronco de escaleras o deja descolgar de sus ramas extrañas figuras trabajadas en acero y hierro. La materia mineral, modelada por las manos del artista, se encarna así, en forma de cruces, de estrellas o planetoides en vida vegetal, trastocando, por milagro del arte, las leyes de la naturaleza.

Hay un viejo cuento de Peter Weiss que habla del cartero de un pueblo de Provenza que construye un extraño conjunto arquitectónico en el amplio jardín de su casa. Más que un edificio es un sueño, es la materialización de unas imágenes cargadas de encanto y de misterio, y tanto como arquitectura es escultura y pintura y poesía: arte total. Como el cartero imaginado por el escritor alemán, el escultor paraguayo Hermann Guggiari ha ido edificando un sueño con los materiales a su alcance. Más, a diferencia del cartero de Peter Weiss, Hermann Guggiari no ha contado para ello con un entorno natural con el que su creación pudiera confundirse y armonizar más allá de los límites de su predio. El entorno urbano de El bosque de los artistas, que es como, en su generosidad, ha llamado Guggiari a su sueño, está formado por lotes comerciales, viviendas y restaurantes levantados sobre edificaciones de dudoso gusto. Pese a todo ello, el sueño de Hermann Guggiari está ahí, con su apariencia de obra inacabada que, no obstante, nos cautiva.

En este marco, cada año, unos días antes de Navidad, Hermann Guggiari organiza una feria de arte y artesanía. Los artistas y artesanos acuden a esta feria para exponer sus obras y venderlas. En los últimos dos años, la lluvia ha amenazado su cumplimiento, pero el escultor no se arredra fácilmente y no se rinde ante los inconvenientes. Cada año, también, Guggiari premia y estimula a los creadores que acuden a este extraño y misterioso bosque en el que los árboles levantan su estatura vegetal sobre las efímeras obras de los hombres y se confunden con estas en ese todo magnánimo en el que el arte se encuentra con la naturaleza. Cada año, a su manera, Hermann Guggiari cumple su sueño y hace que los demás sueñen con él en un mundo mejor y más hermoso. Tiene esta feria una cierta atmósfera medieval, un aire antiguo y evocador, y nos trae ecos de unos tiempos en los que las obras de los hombres tenían -y contenían- sentimientos de los que los objetos industriales carecen actualmente por completo. La feria anual organizada por Hermann Guggiari nos devuelve, en cierto modo, a esa edad de la inocencia a la que llamamos infancia, y lo hace en un marco cargado de belleza y poesía.

Son muchas las ferias de esta clase que hay en el mundo, mas no todas se dan en un marco semejante. Son, sin duda, rescatables el gesto y el esfuerzo que nuestro escultor realiza cada año e importantes son los beneficios que reportan al arte paraguayo y su promoción, pero aún más rescatable e importante es que Hermann Guggiari realice esta feria en El bosque de los artistas, porque este espacio no es otra cosa que la materialización de otro espacio imaginado por todos y cada uno de nosotros en el que los hombres nos encontramos y nos reconocemos como iguales, donde todas las diferencias se borran y donde la libertad, la paz y la justicia son mucho más que lugares comunes en un discurso de fin de año. Cada año Guggiari nos invita a compartir su sueño.

 

 

FUENTE DEL COMENTARIO E IMAGÉN DE OBRA:

 

ARS LONGA

Por VICKY TORRES

Arandurã Editorial

Asunción-Paraguay 2004

(429 páginas)

 

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