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STELLA BLANCO SÁNCHEZ DE SAGUIER

  SECUELA Y ALIENTO (Cuento de STELLA BLANCO SÁNCHEZ DE SAGUIER)


SECUELA Y ALIENTO (Cuento de STELLA BLANCO SÁNCHEZ DE SAGUIER)
SECUELA Y ALIENTO
Cuento de
STELLA BLANCO SÁNCHEZ DE SAGUIER
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
 
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SECUELA Y ALIENTO
El lánguido y deslucido sol palidecía el paisaje en el amanecer de aquel domingo de setiembre.
 
Un perfil esbelto de muchacha, recostado al tronco añoso de un cedro, se dibujaba en la frondosa y húmeda arboleda.
 
La cabellera negra enmarcaba suave el rostro perfecto, en donde aparecía dibujado un rictus de dolor. En verdad este rostro reflejaba todo el sentimiento de pesar que su alma poseía.
 
Era tiempo de guerra y esa guerra maldita se había llevado a sus dos hermanos. Respiró hondo y absorbió toda la pureza del aire amanecido, esto le dió ánimo y pudo apreciar las cosas bellas de esa naturaleza que la rodeaba y se sintió contagiada de bienestar y optimismo; llevada por ese impulso, sin darse cuenta había traspasado los límites de esa estancia.
 
Era la de Pascual Granda, hombre de buena estampa y firme como el yunque; huérfano de muy joven, había tenido una existencia penosa. Ahora regresado de la guerra con Bolivia, donde había sido herido gravemente en Cañada del Carmen, se estaba de nuevo readaptando a la apacible rutina de antes.
 
Este era el momento en que su espíritu se hallaba templado en cuarenta años que le habían enseñado a rescatar lo bueno y lo bello de la vida.
 
Anna, muchacha del lugar, en verdad a Pascual lo conocía desde niña, cuántas veces lo había escuchado hablar con sus hermanos y cuántas lo había admirado; sus palabras poseían tanta elocuencia, que uno quedaba gratamente atrapado en ellas. Además era alegre y espontáneo y eso hacía que a su lado todos se sintieran cómodos y contentos.
 
Con estos gratos recuerdos a Anna, se le olvidaron un poco sus penas. Estaba ya muy cerca de la casona blanca de Pascual, marcada por columnas y corredores que a la vez se hallaban protegidos por majestuosos árboles. El conjunto así, daba una armoniosa combinación de formas y colores.
 
En ese momento, Anna sintió algo punzante en el pecho, era su tenaz y dolorosa pena que volvía, y dijo casi gritando: - ¡La guerra, esa interminable y sangrienta guerra!-, como rebelándose por su infortunio. -Mis hermanos ya nunca más volverán-.
 
Pascual, que todas las mañanas, muy temprano acostumbraba recorrer su establecimiento, la escuchó y fingiendo ignorancia de lo acontecido, se acercó y la invitó a conversar. Se ubicaron en uno de los corredores de la casa. Anna se sentó y luego Pascual lo hizo lentamente en su favorito sillón de esterillas, la contempló y esperó que hablara.
 
-Son dos años de recuerdos tan amargos-. -¡Dígame Pascual, qué clase de mundo es éste, cómo se justifica esta guerra atroz e inútil, por qué en plena juventud han muerto mis hermanos?-.
 
Pascual, aspirando profundamente el cigarrillo, meditó una respuesta y dijo: -Mira, querida Anna, muchas tristezas pasastes, muchas todavía las vas a pasar, pero no pienses que la vida es siempre triste, olvida y vé adelante, que mucho hay por hacer.
 
El corredor era amplio y sus columnas macizas proyectaban una sombra grata y además, pintadas de blanco, otorgaban completa tranquilidad. Ahora Anna, recorría el corredor mientras le hablaba a Pascual, cuando terminó de hacerlo se sintió mucho mejor y más aliviada, se lo manifestó y luego se despidieron con la promesa de que Pascual la visitaría en los próximos días.
 
Esos diálogos se fueron repitiendo en el transcurso de muchos meses, Pascual la alentaba con sus buenos consejos, pero era difícil sacarle esa pertinaz amargura y no podía ella continuar con ese estado de ánimo; había que hallar una pronta solución.
 
Esa solución vino no mucho tiempo después.
 
En el mes de junio se firmaba la paz entre Paraguay Bolivia. Radiante rompió ese día y en la casa de Pascual todos lo festejaron; abrazos y gritos que reflejaban una felicidad inmensa.  Los moradores del lugar comenzaron a llegar a la casona para enterarse de le acontecido, Anna también lo hizo, y al trasponer el portal corrió hasta acercarse al grupo, como queriendo sacudir su alma y absorber toda la felicidad que pudiera y llenarse de bienestar. Pascual la observaba, pues temía sus reacciones, pensaba que en cualquier momento podían aflorar en ella sus recuerdos, al ver en esa gente tanta alegría y en su interior tanta ausencia sin igual.
 
Entonces, Pascual haciéndose el muy osado, salió al patio y les dijo que él compartía con todos ellos este momento de felicidad, pero, que ahora también ya era tiempo de ponerse a planificar el futuro y empezarlo cuanto antes. Esas y muchas cosas más de profundo y sentido contenido les fue diciendo Pascual; pero temía que la gente y entre ellas especialmente Anna, no lo hubieran comprendido; sin embargo, vió en todos satisfacción y en Anna vio una transformación, y un nuevo rostro. Realmente no podía saber si era su imaginación, o su inmenso deseo de que fuera así, lo que le llevaba a creer en esa renovación.
 
Sin embargo Anna había cambiado y ahora, con absoluta precisión, ella sabía que toda esa melancolía que le había estado haciendo tanto daño se iba en suavidad borrando para transformarse en entera claridad. Ahora podía razonar sobre la inutilidad del lamento y podía darse cuenta que mucha de esa pena que le costó eliminar se debió principalmente al haber estado compadeciéndose de sí misma y sintió también que todo ello terminaba.
 
Estaba tan alegre como nunca, que debía contárselo a alguien, apuró sus pasos y se encontró junto a Pascual que ya la estaba esperando.
 
Dirección: HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ
Asunción – Paraguay 1984 (139 páginas).
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