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JAVIER VIVEROS

  UNA DE NOLLYWOOD - Relato de JAVIER VIVEROS


UNA DE NOLLYWOOD - Relato de JAVIER VIVEROS

UNA DE NOLLYWOOD

Relato de JAVIER VIVEROS


Diez éramos los que aguardábamos en aquella sala de espera. Diez escritores con nuestros respectivos guiones en las manos. Éramos todos nigerianos y nos encontrábamos en un general y expectante nerviosismo. No era para menos, pues del otro lado de la mampara estaba Wole Emenike, el director recientemente galardonado en el Festival de Cine de San Sebastián, rara avis dentro de la poderosa industria cinematográfica de Nollywood, motivo de orgullo para toda Nigeria. Los que caminan la noche estaba también nominada al Oscar a la mejor película extranjera, y aunque era muy difícil que triunfara, la sola nominación era ya un premio mayúsculo.

En la película de Wole, los silencios eran más importantes que los diálogos, las miradas y el lenguaje corporal decían mucho más que las palabras. El paisaje era también un personaje capital, omnipresente y verborrágico. Si bien el mensaje de la cinta apuntaba a otra parte, era posible leer entre líneas un intento de combatir aquello de que el odio a los nigerianos es el sentimiento común que une a toda África; un intento tan conmovedor como infructuoso de hacer tabla rasa. A mí la obra me pareció muy lenta, pero le doy crédito por ciertos logros parciales de poesía cinética.

Podía imaginar a Wole sentado en un sillón giratorio, ante un escritorio enorme, llevando anteojos oscuros y fumando una pipa exagerada, meneando la cabeza o haciendo un gesto afirmativo mientras oía una rápida sinopsis de la película que le proponía el guionista de turno. Lo de que cada texto estuviera colocado en una carpeta amarilla era una de sus extravagantes exigencias, requisito que todos cumplimos pues nadie quería perder la oportunidad de que el gran director convirtiera en mariposa a la crisálida de su guion. Yo estaba ubicado cerca de la puerta, por lo que podía oír bien lo que se decía adentro. El que ahora presentaba su guion le hablaba de una película “entre policial y de terror”. Básicamente se trataba de una fotografía puesta en la red social Facebook, una foto cualquiera pero que tenía la particularidad de que todos los que fueron etiquetados en ella terminaron asesinados. La protagonizaba una pareja de policías varones, la esposa de uno de ellos resultó una de las etiquetadas que terminó muerta, por lo que había una motivación personal en la investigación. A Wole parecía gustarle la idea, pedía más datos al guionista, quien por momentos vacilaba pero siempre lograba salir del brete. Era como si estuviera inventando el guion en tiempo real, acorde a la lectura que hacía de los gestos y muecas de su prestigioso interlocutor.

Al concluir la entrevista, Wole pidió al guionista de turno que le dejara su carpeta, pero que antes anotara su teléfono en la primera página. Hubo apretón de manos y despedida. Se abrió después la puerta. El guionista fue el primero en salir, sonriente; lo seguía el propio Wole, sudoroso, sin anteojos, con un abanico en la mano y vestido con un traje típico yoruba. El clima de Lagos era normalmente infernal pero en estos días nos freía a todos con bríos redoblados.

—Quince —dijo el director.

Mi turno. La sala no era tan diferente a como la imaginé. Un lánguido y ruidoso ventilador que colgaba del techo era tal vez el detalle que más diferenciaba mi cuadro mental del que la realidad me ofrecía. “Te escucho”, dijo, luego del seco apretón de manos. En sus ojos se podía leer la soberbia típica de un nigeriano que ha conseguido algo a nivel internacional, aunque ese algo no fuera más que un vigésimo lugar.

—Mi película está ubicada en Tanzania, en la isla de Zanzíbar, allí donde nació el gran Freddie Mercury —dije, como quien tantea el agua con la punta del pie antes de hundirlo en su totalidad.

Con la actitud de un perdonavidas me hizo una seña con la mano, para que continuara hablando, echando por tierra mi teoría de que iba a encontrar en él a otro fanático de Queen. Le dije entonces que leí en el diario que un alemán a quien se le hizo un trasplante de médula ósea se curó por completo del sida que padecía. Los doctores investigaron y se dieron cuenta de que el donante de la médula tenía una mutación que creaba células inmunes carentes del receptor CCR5; ese receptor juega un papel vital para la invasión de las células por parte del virus del SIDA. Agregué que basándome en esa idea escribí el guion de la película que hoy le presentaba. Trazando repetidos círculos en el aire, la mano me indicó que adelantara, como si se tratara de un casette. En mi película hay una organización mafiosa que se encarga de detectar gente que tiene esa mutación, secuestrarla y vender su médula ósea a quienes puedan pagarla, dije. Hay demasiados millonarios sidosos en el planeta, añadí después y me dio la impresión de que desperté su interés, lo que me otorgó fuerzas para continuar.

—Se ubica en Zanzíbar porque al ser una isla hay poca variación genética en la población y en ese lugar se detectaron muchos individuos con la mutación. Owolabi, el personaje principal, es como un cowboy del siglo XXI, experto en armas y en logística, lidera las operaciones de captura de los portadores del gen mutado, que se constituyó en un diamante biológico para los seropositivos multimillonarios —dije casi sin tomar aire.

—¿Revisó el texto alguien que conozca de Biotecnología? —preguntó.

—Sí, señor. Tengo un amigo que casi terminó la carrera de Ingeniería Genética en Ciudad del Cabo —respondí presuroso.

La carpeta amarilla con mi guion estaba sobre la mesa. Yo le hablaba directamente sin recurrir al papel, consciente de que eso podría transmitirle el grado de compromiso con mi trabajo. Pareció satisfecho con mi respuesta, por lo que proseguí mi relato. En el hospital de Zanzíbar un doctor sierraleonés realiza una vacunación masiva contra la malaria porque según el gobierno se había desatado una epidemia gravísima. Pero lo que en realidad hacía era inyectar a los que acudían con un líquido que si bien contenía antígenos contra la malaria tenía también un reactivo especial que solo manifestaba sus efectos en los portadores de la mutación genética. Si este era el caso, el paciente se sentiría mal, con la piel enrojecida, y al día siguiente volvería al hospital a consultar. El doctor debía entonces apuntar los datos de los que se reportaran enfermos y suministrarles una medicina. Algo sospechó el doctor sierraleonés, el bueno de la película, y empezó a hacer preguntas a las autoridades del Hospital Central de Dar es Salaam.

—Donde la mafia tenía ya puestos sus tentáculos, ¿verdad? —inquirió el director.

—Sí, así mismo.

Un amago de sonrisa que podía ser de satisfacción por haber acertado o por haber descubierto la llaga de un lugar común se bosquejó en su cara. No me amilané y seguí hablando. Ese doctor se había dado cuenta de que estaban seleccionando gente, no sabía para qué y sus esfuerzos se dirigieron a dilucidar el misterio. No llegó a saber la empezó a operar con eficiencia. La gente desaparecía de la isla, terminaban siendo donantes involuntarios de médula ósea, servían de pieza de repuesto que daba una segunda oportunidad a quienes tenían el dinero para comprarla. Todo estaba bien ensamblado, se contaba con una red de sanatorios privados de primer nivel donde se hacían los trasplantes y los cadáveres eran eliminados por medios químicos. El dinero mueve el mundo. ¿De qué sirven cien millones de dólares en una cuenta bancaria si uno está condenado a morir de sida en los próximos tres años?, pregunté con inocultable talento histriónico.

—¿Sucede todo en Zanzíbar?

La pregunta partió de un rostro que denotaba algo intermedio entre la despreocupación y el aburrimiento.

—Al principio sí —respondí—. Pero luego la escena se muda a la isla Gorée, en Senegal. La corrupción de nuestros gobiernos facilita las tareas de la organización mafiosa. Considerando las grandes ganancias que se obtenían, la inversión en sobornos era mínima, porque se sabe...

—¡Stop! —dijo entonces con la mano derecha en alto sin dejar que terminara mi intervención—. Tu historia es demasiado hollywoodense, peca de mainstrean. Vendés una Mamá África muy estereotipada, de corrupción y enfermedades a granel. Yo sintonizo otras frecuencias: lo mío es el cine–arte.

Quise replicarle que él preseleccionó el trabajo del anterior entrevistado, un guion para una película–basura típica del Hollywood más comercial. ¿A quién podía ocurrírsele que una foto en Facebook podía matar gente? Iba a contraatacarlo con ese y otros argumentos, pero tuve la certeza repentina de que no iba a servir de nada. Así que solo me levanté de la silla, le di las gracias por escucharme y me dirigí a la puerta.

—No te olvides de esto —agregó.

Mi carpeta amarilla estaba en su mano. La tomé y salí dando un portazo. En la sala de espera vi a nueve rostros mirarme con curiosidad. Cuando notaron que llevaba mi guion bajo el brazo pude detectar en todos los ojos una llamita como de maligna alegría, al fin y al cabo esa era una competencia. Escuché que la puerta se abrió, pero seguí transitando el pasillo de la sala de espera sin volver la cabeza. Por un brevísimo instante tuve la idea de que Wole me llamaría nuevamente, que me diría que en realidad estaba interesado en mi película, que lo de hace unos segundos había sido solo un ligero malentendido.

—Dieciséis —dijo el director.

Mientras caminaba en dirección al portón de salida escuché los pasos apresurados del guionista a quien le tocaba el turno y casi en simultáneo el quejido de la puerta al cerrarse.

 

 

 

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Documento Fuente: SEP DIGITAL - NÚMERO 9 - AÑO 2 - SETIEMBRE 2015

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SEP DIGITAL - NÚMERO 9 - AÑO 2 - SETIEMBRE 2015

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

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