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CARMEN BÁEZ GONZÁLEZ

  EL ALONSO Y LAS ORUGAS y ÁNGEL BUENO (Cuentos de CARMEN BÁEZ GONZÁLEZ)


EL ALONSO Y LAS ORUGAS  y ÁNGEL BUENO (Cuentos de  CARMEN BÁEZ GONZÁLEZ)

EL ALONSO Y LAS ORUGAS  y ÁNGEL BUENO

Cuentos de  CARMEN BÁEZ GONZÁLEZ

 

 

 

CARMEN BÁEZ GONZÁLEZ : Licenciada en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional; Maestra Normal Superior egresada de la Escuela Normal de Resistencia, Chaco argentino. Profesora Normal Superior, título obtenido en la Escuela Normal de Profesores N° 2 "Juan R. Dahlquist" de Asunción.

Se inició como Profesora Normal Catedrática en el Colegio de San Carlos. Jubilada, es miembro del Taller Cuento Breve. Es socia de Escritoras Paraguayas Asociadas, EPA.

Sus cuentos Lo inexplicable y Un perrito en la trinchera figuran en el libro Sin Rencor, editado por el Taller Cuento Breve.

 

 

 

EL ALONSO Y LAS ORUGAS

 

El patio de la casa de Doña Manuela estaba alfombrado de verde césped; a su alrededor se erguían los árboles y las plantas con flores distribuidas en grupos de espléndido colorido.

Fueron llegando diferentes pájaros que se quedaron a vivir en la fronda de los árboles y entre el anochecer y el amanecer, llenaban el aire con sus trinos melodiosos.

Entre las diversas avecillas, se destacaba el Alonso de hermoso color terracota (hornero le llaman en otros países por la forma que da a su nido, semejante a un horno de barro).

El Alonso construyó su casa de arcilla en la rama más alta de un ybyrapytá ubicado en el patio.

Al despuntar la mañana, oía el pájaro constructor la consabida cantinela de Doña Manuela:

-Debemos regar bien todo el patio: el pasto, las plantas y hasta los árboles. Pero el agua hay que saber cuidar, se puede acabar. Con este calor que no se aguanta!

-Por Dios, ¿hasta cuándo oiré este plagueo de cada amanecida? –decía el pajarillo al oír la voz aflautada de la dueña de casa.

El alonso es todo un arquitecto por la calidad de su nido. Su primera tarea al comienzo de un día es la de higienizar su hogar que tiene dos piezas: la sala y la alcoba, según la expresión de un poeta. En la alcoba la hembra instalaba su nido de amor.

Luego, en raudos vuelos sobre el patio y la piscina, en que se bañaba y tomaba el agua, iba a buscar alimento. La pajarita lo acompañaba contenta. Durante el día, su mejor tarea era la de observador vigilante. Podía llegar hasta el nido cualquier otro pájaro vagabundo y eso no lo permitiría. Era bien celoso de su hogar. En la puerta de la sala de su bonita casa de barro, el alonsito se instalaba para mirar cuanto sucedía en su verde mundo: el patio, los árboles, las flores y sus alrededores. Todo un mundo en el patio latía.

Una vez, oyó el diálogo de advertencia entre unos cascarudos que vivían en el pasto con la oruga de color marrón, toda peluda, que iba muy de prisa:

-¿Qué te parece? ¡Hay que avisarle a la oruga del peligro que le acecha! -dijo preocupado el mayor de esos cascarudos, viendo muy cerca a un tordo apoyado en una rama.

-Oruguita, no sigas deslizándote por ese piso encerado, mira que te pueden ver mejor y entonces no podrás defenderte -le dijo su amigo el cascarudo, alzando un poco la voz.

-Gracias por el consejo, amigo, pero voy apurada, mi vida es tan corta que debo llegar a ese árbol de naranjo, en que me transformaré en crisálida. El tiempo para mí es oro.

La oruguita peluda se deslizaba con todas sus ansias y cuando iba subiendo al árbol donde se resguardaría, no vio el pico abierto del negro tordo que la tragó en silencioso vuelo y así terminó con su brevísima existencia.

El alonso se quedó muy triste con la suerte que corrió su amiguita.

La luz del sol ya se filtraba entre las hojas con fuerza, presagiando un día de intenso calor, porque el verano reclamaba urgente su pleno reinado. Y cuando el sol quemaba, al mediodía, el hornero, que todavía vigilaba, vio andar sueltamente a su preferida, la hermosa oruga verde y sin pelos, al pie de su árbol; en eso, apareció una araña de tierra que vive en los pastos cuyos "mil" ojos se pusieron tiesos para hipnotizar a la indefensa enemiga. Solo el alonso previó la lucha a muerte...

La pobre oruga quiso oponer resistencia, y aun escapar, evitando su ponzoña, pero el arácnido de una mordida la dejó inmóvil para siempre y comenzó a sorber golosa, el blando cuerpecito de la que fue oruga, que así, y por una infinita vez más, daba paso a la cadena de la vida.

En tanto la araña devoraba a la oruguita, el alonso, entristecido, no fue capaz de engullirse a la araña satisfecha. No señor, porque cada uno tiene sus gustos ¿o no?...

 

 

 

ÁNGEL BUENO

 

Había una vez un jardín creado por un Rey muy bueno, tanto era así que se le conocía como el Ángel Bueno. Ángel era su nombre.

Este rey quería que en su jardín las flores vistieran de luz y color todos los días del año sin importar si hiciese frío o calor, hubiese nieve o simplemente lluvia.

¿Y cómo hizo para que cada flor se mantuviera hermosa en su corola, perfumada en su néctar que golosamente sorbían los insectos, y en su infinita coloración?

Pues este fue su secreto: te cuento que en cada flor hizo habitar una pequeñísima hada que debía proteger con su magia y con su cariño la frágil vida en flor.

Cada hadita con su mágica varita, apenas apuntara la aurora de un nuevo día tenía que ponerse a trabajar para que la flor no desmayara, no se marchitara. De noche, sí se ponían a dormir, las diminutas habitantes de cada flor...

Así pasó cierto tiempo, hasta que un día, las haditas no obstante ser divinas integrantes del cielo, se contagiaron de la flojera de los hombres. Se sintieron sin ánimo, sin fuerzas ni voluntad para proseguir su diario trabajo de mantener las lindas flores en su gracia y belleza. Y las coloridas corolas fueron marchitándose. ¡Horror!

-¡El rey bueno no puede permitir esto! dijeron las gentes que veían desde afuera el jardín real ahora deslucido, sin ese brillo, color y belleza de cada día, de cada semana, de cada mes, de cada año. ¡De siempre!

Entonces el rey tomó una decisión que debía ser rápida, eficaz y que permitiera revivir el jardín de vivas flores y colores en un santiamén. En su canastilla veloz, impulsada por cohetes, viajó a consultar a su anciano padre y le dijo:

-Papá, ¿qué haré si mí mágico jardín "siempre vivo", se me muere?

El anciano y jubilado rey, con voz temblorosa por la cruel enfermedad de la garganta que padecía, le respondió:

-Ángel, hijo querido: Descuidaste a las halitas, ellas están sufriendo de estrés, trabajan y no tienen con quién compartir sus vidas. Ayúdales a volver a sonreír, que oigan las voces de los seres que le rodean; en tu jardín no hay niñas que ríen y juegan, las diminutas hadas necesitan oír sus vocecitas, su inquieta algarabía, porque el amor de ellas se alimenta de la risa, de la ilusión, del optimismo. Abre tu jardín y verás que los capullos se convierten en flores esplendorosas, los insectos que abrevan su néctar agitarán sus alitas con alegría y las mini hadas gozarán con las voces de los niños que jueguen en el renovado jardín real.

 
 
Fuente:
 
 
 
(CUENTOS Y POEMAS PARA NIÑOS Y ADOLESCENTES)
 
 
 
Editado con el auspicio del FONDEC
 
QR Producciones Gráficas S.R.L.,
 
Diciembre, 2002 (210 páginas).
 
 
 
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