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JOSÉ CARDIEL (+)

  LA BREVE RELACIÓN DE LAS MISIONES DEL PARAGUAY - Por JOSÉ CARDIEL


LA BREVE RELACIÓN DE LAS MISIONES DEL PARAGUAY - Por JOSÉ CARDIEL

LA BREVE RELACIÓN DE LAS MISIONES DEL PARAGUAY

Por JOSÉ CARDIEL


La Breve relación ocupa un lugar central dentro de la obra literaria de Cardiel, en la que se conjuga la madurez y la experiencia de su trabajo como misionero, con la melancolía provocada por la medida de extrañamiento.

Cardiel escribió esta pequeña obra ya en el exilio, separado de la que había sido su vida hasta aquel momento, dolido por los ataques que había leído y escuchado contra la obra a la que él, con todas sus fuerzas, se había dedicado.

En poco tiempo, dejando correr la pluma, se dispuso a defender a las misiones de tantas acusaciones y calumnias. Se basó para ello casi exclusivamente en su experiencia y su memoria y, una vez terminado su escrito, añadió, a modo de apéndice, la respuesta a diez preguntas que le parecían insuficientemente contestadas en el texto.

La Breve relación constituye así uno de los mejores compendios que sobre la vida en las famosas reducciones jesuíticas del Paraguay se han realizado jamás.

Su estilo es claro y sencillo, con algunos rasgos de humor y una cierta nostalgia de aquellas tierras y gentes, a las que ya nunca vería. Aunque, originalmente, se trataba de aportar material para un escrito de más pretensiones que estaba preparando Calatayud, lo cierto es que la Breve relación gozó de una merecida fama entre los medios jesuíticos de Italia. El propio Calatayud escribió al principio de su tratado que si en algo lo escrito por mí no se conformase con lo que va en esta Relación del P. Cardiel se ha de estar a ésta para hacerse más creíble.

La única edición hasta el momento que se había realizado de la obra de Cardiel fue debida, como ya se dijo, al jesuita Pablo Hernández, quien la incluyó en su libro antes citado. Desde entonces se ha convertido en un texto de obligada consulta para los estudiosos del tema, pero no había vuelto a ser publicada. Afortunadamente, la relativa notoriedad que en los últimos tiempos ha adquirido el tema de las misiones jesuíticas durante la colonia, permite volver a contar con esta obra capital gracias a esta nueva edición.

El manuscrito que utilizó el P. Hernández y que nosotros reproducimos, se encuentra en la Biblioteca Vaticana (Roma), pero existen bastantes más copias, cuyos contenidos difieren sensiblemente entre sí.

Sin ánimo de extendernos en el tema, podemos decir que se encuentran copias manuscritas de la Breve relación, además de en la Biblioteca Vaticana, en el Archivo General de la Compañía de Jesús en Roma, en el Archivo de Loyola, donde hay varias, y en la Real Academia de la Historia de Madrid.

No podemos olvidar, por último, el carácter apologético del escrito, que pretende ensalzar la labor de los jesuitas en el Río de la Plata, apartándose en ocasiones de la objetividad histórica. Ya lo hemos dicho anteriormente, pero conviene repetirlo: la Breve relación es un texto partidista, verídico, sólo hasta cierto punto. Ahora bien, junto a esa característica innegable, es necesario reconocer que en pocas crónicas de la época podrá el lector encontrar tantos datos e informaciones directas sobre aquel proyecto misionero que, después de más de 200 años de la expulsión de los jesuitas, ha mantenido intacto su poder de fascinación.


Héctor Sáinz Ollero


ÍNDICE

Introducción

Bibliografía

BREVE RELACIÓN DE LAS MISIONES DEL PARAGUAY

Mi muy venerado P. Pedro de Calatayud

Capítulo I Población de los primeros españoles del Paraguay

Capítulo II Extensión de la provincia jesuítica del Paraguay con otras particularidades

Capítulo III Principio de las Misiones del Paraguay

Capítulo IV Estado presente de los pueblos, su fábrica, etc.

Capítulo V Su gobierno político y económico

Capítulo VI Gobierno temporal, económico y religioso de los Misioneros

Capítulo VII Gobierno eclesiástico y espiritual de los indios. -- Procesión del Corpus -- Semana Santa -- Distribución del domingo -- Sus convites -- Matrimonios y bodas -- Fiesta del patrón del pueblo -- Castigos, jueces y pleitos -- Visita del Sr. Obispo

Capítulo último Gobierno militar de los indios



BREVE RELACIÓN

DE LAS MISIONES DEL PARAGUAY



MI MUY VENERADO

P. PEDRO DE CALATAYUD:

Uno de los principales puntos que V. R. me encarga, es una relación universal de las decantadas Misiones del Paraguay, por haber yo habitado en ellas dos veces: la primera, doce años: y la segunda, después de algún tiempo, diez y seis: en que estuve en todos sus pueblos y territorios muchas veces, ya con oficio de párroco, que lo fui en seis pueblos sucesivamente: ya de Compañero de los Curas, y con otros muchos empleos, con ocasión de las revueltas que allí ha habido en estos años.

Haré lo que pudiere para satisfacer a V. R., a quien tanto debo.

Y para que mejor se entienda lo que de ellas dijere, trataré primero algo de las conquistas y población de los primeros españoles, y de la extensión de la provincia jesuítica del Paraguay. Por no tener en este destierro libros e Historia a mano, no podré señalar el año fijo de algunos pasajes con toda certeza, pero sí a corta diferencia. Va también un mapa para mayor claridad.

 

 

CAPÍTULO I

POBLACIÓN DE LOS PRIMEROS ESPAÑOLES DEL PARAGUAY

Hacia el año 1530 fueron los primeros españoles al río de la Plata. Hicieron el fuerte de Buenos Aires, y otros río arriba. Fundaron la ciudad de la Asunción en la región de Paraguay. Los españoles que llegaron eran mil y tantos que, después de muchas guerras con los indios, quedaron en cuatrocientos. Estos, gozando de algún sosiego e intimidados los indios de sus armas, se dividieron a formar varias poblaciones, a distancia de cien leguas, y otras mucho más, de la ciudad, quedando en ésta la mayor y más noble parte. A cada población de éstas iban sesenta o setenta españoles. Formaban sus casas de paredes de palos y cañas, y barro metido entre ellas, y cubiertas de paja. De esta manera fundaron en el Río de la Plata y Paraná a Buenos Aires, Santa Fe de Paraná y Corrientes: y hacia el Brasil, las poblaciones de Ciudad Real, Jerez y Villarica. Y a estas poblaciones tan cortas y pobres llamaban ciudades. De ellas dos, que son Ciudad Real y Jerez se asolaron: las demás perseveran, pero con poco aumento. Sólo Buenos Aires ha crecido tanto, que tiene una legua de largo, y como media de ancho, con casas de ladrillo, cubiertas de teja todas, aunque casi todas son de un suelo, y con mucho comercio y abundancia de víveres, al modo de las buenas ciudades de Europa.

Redujeron todas estas poblaciones a una gobernación y Obispado, cuyas cabezas residían en el Paraguay. Después las redujeron a dos, añadiendo la de Buenos Aires, que comprende a Santa Fe y Corrientes, y a una nueva ciudad que se formó en este siglo, llamada Montevideo. Todas a una y otra orilla del gran río de la Plata y Paraná. Este río de tan espléndido nombre, es el mismo que Paraná, que significa en aquella lengua pariente del mar. Desde su nacimiento hasta el río Uruguay, que entra en él seis leguas antes de Buenos Aires, se llama Paraná. Desde ahí hasta el mar en los cabos de Santa María y San Antonio, llámase Río de la Plata. Véase bien ese mapa de toda la América meridional. Llamáronle de la Plata por juzgar había mucha en él, engañados por ciertas señas; pero no tiene más plata que el Ebro o el Tajo.

Como sujetaron por armas muchas naciones, se les impuso tributo en señal de vasallaje. Y para premiar a los conquistadores, repartió el Rey entre ellos el tributo, señalando para cada conquistador un cierto número de tributarios, según sus mayores o menores méritos, con obligación de cuidar de ellos en lo cristiano y político. Y como a poco tiempo viesen que los indios con gran dificultad pagaban el tributo, no porque fuese mucho, sino por su gran desidia, paró el punto en que los tributarios sirviesen personalmente al conquistador dos meses al año en lugar del tributo. A estos conquistadores llamaban encomenderos, y a los tributarios, mitayos, y al servir los dos meses, pagar la mita. Pero no se contentaron con los dos meses. Los más se hacían servir del mitayo todo el año, sin pagarle los diez meses; y el más escrupuloso, seis o siete meses. Los Nuestros en particular y en público en los púlpitos procedían con celo contra este impío abuso; y por ello fueron tan perseguidos que llegaron en algunas partes a echarlos de los colegios. La ciudad que más se señaló en esta persecución fue la del Paraguay. Pero al fin, después de muchos años y trabajos, como iban adargados con las leyes y Cédulas Reales, prevaleció la verdad y el verdadero celo. A que se añadió el haber venido de Europa más gente y más jueces, que pusieron en razón y equidad este asunto. Y ya ha muchos años que sólo sirven los dos meses, pero con gran diminución de los indios, que perecieron muchos en las vejaciones antiguas: de tal manera, que habiendo en aquellos tiempos en la jurisdicción de la ciudad del Paraguay cincuenta mil indios matriculados, según consta de los libros de Cabildo, estos años no pasaban de ocho mil de todas edades y sexos, según consta de la matrícula que traía el Sr. Obispo Torres de resulta de su Visita. Y aunque en lo antiguo eran muchos pueblos, ahora sólo son diez, y de casas de paja: los seis a cargo de clérigos Curas, y los cuatro de religiosos de San Francisco. En este estado están las cosas del Paraguay, sin haber más indios, ni más adelantamiento en aquel Obispado, sino sólo unas nuevas misiones de infieles que los Nuestros iban entablando estos años. En el Obispado y gobernación de Buenos Aires, hay en la jurisdicción de las Corrientes, dos pueblos a cargo de los PP. de S. Francisco: uno de doscientas familias, otro de quince o diez y seis. En la jurisdicción de Santa Fe hay uno de veinte familias. Y en la de Buenos Aires, tres de diez y siete a veinte familias. No hay más que esta poquedad: y los treinta de Jesuitas, asunto principal de este escrito.


CAPÍTULO II

EXTENSIÓN DE LA PROVINCIA JESUÍTICA DEL PARAGUAY, CON OTRAS PARTICULARIDADES

En aquel vastísimo continente de la América, hay reinos y gobernaciones. Los reinos son Perú, Chile, Quito y Nuevo Reino. Las gobernaciones, Buenos Aires, Paraguay, Tucumán y Santa Cruz de la Sierra. Todo se declara en el mapa. En estos cuatro reinos y cuatro gobernaciones tenían los Jesuitas cinco provincias: la del Perú, de Chile, de Quito, de Nuevo Reino y la del Paraguay: además de la otra grande provincia de Méjico, que tenían en la América Septentrional. En todas estas provincias tenían muchas misiones. Las principales eran las del Orinoco, las de Marañón en Mainas, las de Mojos y las de Araucanos. La del Paraguay comprendía en su extensión las cuatro gobernaciones: que vienen a ser tanto espacio como España, Francia, Italia e Inglaterra: y además de las famosas misiones de los Chiquitos y otras en las tres gobernaciones, contiene las de nuestro asunto, que vulgarmente se llaman DEL PARAGUAY, aunque las Cédulas Reales las llaman DOCTRINAS, no MISIONES; porque MISIONES sólo llaman a las que no tienen Cura colado: y éstas ha muchos años que lo tienen con presentación y canónica institución. Y todas pertenecen a la gobernación del Paraguay.

En tan largo espacio de estas cuatro gobernaciones no hay más que 15 poblaciones de españoles (ESPAÑOLES llaman allí a todos los que descienden de esta sangre, aunque sean nacidos allí). En Buenos Aires son cuatro: la de este nombre, Montevideo, Santa Fe y Corrientes: y más los tres pueblecitos de indios, que arriba apunté. En el Paraguay, tres: la Asunción (que ya dije llaman vulgarmente Paraguay), la Villa Rica, y la villa del Curuguatí. En Tucumán, siete: Salta, Córdoba, Santiago, San Miguel, Jujuí, Rioja y San Fernando. Y en Santa Cruz de la Sierra, sola la de este nombre. Todas estas jurisdicciones tienen tal cual pueblo de indios cristianos, pobres y pequeños. En todas estas ciudades tenían los Jesuitas colegio: y en las de Montevideo, San Fernando y Jujuí, residencia. Las distancias de estas poblaciones son entre sí tan largas, como se puede considerar en tan dilatada extensión, de cien y más leguas: y los intermedios están en parte poblados de pastores de ganados, y parte de indios infieles, ya de paz, ya de guerra. En el mapa no se ponen todas, sino la capital de cada gobierno, por estar en punto reducido: y tal cual de las más nombradas.

Todas estas ciudades y villas son de muy humilde fábrica, y de poca vecindad y comercio, excepto la de Buenos Aires, de quien ya apunté algo. En tan largas distancias de caminos, que se hacen en carros, o en mulas cuando la tierra fragosa no los permite: como no hay ventas, ni posadas, se lleva todo lo necesario, como en el mar, desde la sal, hasta la agua, que ésta falta también en parte, o es mala. Los ríos no tienen puentes: y algunos son muy caudalosos. Para pasarlos se llevan prevenidos cueros de toro. Se hace una pelota, o un cuadro de un cuero de éstos. Se levantan alrededor las orillas como una tercia, y se afianzan con un cordel, para que estén tiesas. Métese el hombre y las cargas dentro, a la orilla del río: y otro nadando va tirando de un cordel la débil barca hasta la otra orilla, o va desnudo encima de un caballo nadador. Sufre cada cuero de éstos doce o catorce arrobas: y pasa y vuelve a pasar hasta más de una hora, sin que se ablande. Así caminan los Jesuitas y toda gente de alguna distinción. Los indios y gente baja pasan los ríos nadando al lado o encima de sus caballos, y sus alforjitas en la cabeza. Todos, en aquellos países, caminan a caballo, porque las cabalgaduras son muy baratas, a peso o dos pesos cada caballo, y a dos o tres pesos las mulas. Están aquellos desiertos llenos de yeguas y caballos sin dueño, y no cuesta más que cogerlos. Así mismo las vacas son a peso; y si es gorda, a dos; y las ovejas, a uno o dos reales de plata. Allí no hay vellón. La menor moneda es medio real de plata: y por la mayor abundancia de este metal que hay allí, se estima un peso como en España un real. Las cosas que van de España son las que allí valen mucho. Los Jesuitas de esta tan dilatada provincia eran cuatrocientos y tantos: ahora, después de tantos muertos en tantos trabajos de mar y tierra, hemos quedado en 330. Dada ya alguna noticia de los principios políticos del Paraguay, y de la extensión de la provincia Jesuítica, vamos a las antiguas Misiones.


CAPÍTULO IV

ESTADO PRESENTE DE LOS PUEBLOS, SU FÁBRICA, ETC.

Hablaremos aquí del Estado y porte que tenían antes del año 1768, en que fueron desterrados los Jesuitas por orden del Rey, y puestos en su lugar, para lo espiritual, religiosos de otras órdenes: y para lo temporal, administradores seglares. Y trataremos sus cosas como si estuviesen presentes. Hay al presente treinta pueblos (como se ve en el mapa) en las orillas y cercanías de los dos grandes ríos Paraná y Uruguay. Son compuestos de los indios que vivían en los países circunvecinos de esos ríos, y de los transmigrados del Guayrá, Itatines y Tape. Tienen como cien mil almas. Los pueblos de Itapúa, Corpus y Santa Ana, San Miguel y San Ángel, pasan de mil familias: el de Yapeyú pasa de mil setecientas: los otros tienen de 600 a 700.

La planta de ellos es uniforme en todos. Todas las calles están derechas a cordel, y tienen de ancho diez y seis o diez y ocho varas. Todas las casas tienen soportales de tres varas de ancho o más, de manera que cuando llueve, se puede andar por todas partes sin mojarse, excepto al atravesar de una calle a otra. Todas las casas de los indios son también uniformes: ni hay una más alta que otra, ni más ancha o larga; y cada casa consiste en un aposento de siete varas en cuadro como los de nuestros colegios, sin más alcoba, cocina ni retrete. En él está el marido con la mujer y sus hijos: y alguna vez el hijo mozo con su mujer, acompañando a su padre. Todos duermen en hamaca, no en cuja, cama o suelo. Hamaca es una red de algodón, de cuatro o cinco varas de largo, que cuelgan por las puntas de dos largas estacas, o pilares, o de los ángulos de la pared, levantada como tres cuartas o media vara de la tierra: y les sirve también en lugar de silla para sentarse o conversar. Y es cosa tan cómoda, que muchos españoles, aun de conveniencias, las usan. Si es verano, es cosa fresca. Si hace frío, ponen encima de ella alguna ropa. En este aposento hacen sus alcobas con esteras para dormir con decencia. No quieren aposento mayor para toda su familia, ni aun para dos. Gustan mucho de lo pequeño y humilde. Nunca se pasean por el aposento. Siempre están sentados o en su hamaca o en una sillita (que siempre las hacen muy chicas), o en el suelo, que es lo más ordinario, o en cuclillas. Si a ellos los dejan, no hacen más que un aposento de paredes de palos, cañas y barro como un jeme de anchas, con cuatro horcones más recios a los cuatro lados para mantener el techo, y cubiertas de paja; y de capacidad no más que cinco varas en cuadro. De ésto gustan mucho: y en sus sementeras todas las tienen así: que además de la casa del pueblo, tienen otras en sus tierras. La del pueblo es de paredes de tres cuartas o vara de ancho, de piedra o de adobes: y los pilares de los soportales también de piedra; y de una solo cada uno en muchas partes; y todas cubiertas de teja. Estas se las han hecho hacer así los Padres, por meterles en mayor cultura, de que hay Cédulas Reales; que, por su genio, no hicieran más que la de paja. Y en el pueblo de la Santísima Trinidad, son las casas de piedra de sillería, de piedras grandes, labradas en cuadro: y los soportales, de arcos de la misma piedra y labor. Y encima de cada puerta hay alguna piedra laboreada con alguna flor por ser piedra blanda, fácil de labrar. Los demás pueblos que hay en el Paraguay y otras partes a cargo de clérigos o otros religiosos, son de casas de paja y paredes de barro y palos, como las de las sementeras de nuestros indios.

Todos los pueblos tienen una plaza de 150 varas en cuadro, o más: toda rodeada por los tres lados de las casas más aseadas, y con soportales más anchos que las otras: y en el cuarto lado está la Iglesia con el cementerio a un lado y la casa de los Padres al otro. Además de esto, hay en cada pueblo casa de recogidas, cuyos maridos están por mucho tiempo ausentes, o que se huyeron y no se sabe de ellos: y con ellas están las viudas, especialmente si son mozas y no tienen padre o madre, o pariente de confianza que pueda cuidar de ellas, y se sustentan de los bienes comunes del pueblo. Hay almacenes y graneros para los géneros del común, y algunas capillas. Estas son las fábricas del pueblo.

La Iglesia no es más que una: pero tan capaz como las Catedrales de España. Son de tres naves: y la del pueblo de la Concepción, de cinco. Tienen de largo setenta, ochenta y aun más varas: de ancho, entre 26 y 30. Hay dos de piedra de sillería: las demás, son los cimientos y parte de lo que a ellos sobresale, de piedra: lo restante, de adobes; y todo el techo que es de madera, estriba en pilares de madera. Primero se hace el techo y tejado, y después las paredes: de este modo: En la parte de las paredes y en la de las naves del medio, se hacen unos hoyos profundos de tres varas y de dos de diámetro. Estos se enlosan bien con piedras fuertes. Córtanse para pilares unos árboles que allí hay más fuertes que la encina y roble de Europa: y no se cortan del todo, sino que se sacan con mucha parte de sus raíces. Tráense al pueblo con 20 o 30 juntas de bueyes por su mucha longitud y peso. Acomódase la parte de sus raíces para que pueda entrar al hoyo: y se chamuscan bien con fuego para que resistan bien a la humedad. Lo que ha de sobresalir al hoyo, se labra redondo en columna con su pedestal, cornisas, etc., o en cuadro, o cilíndrico. Hácense los cimientos de grandes piedras, dejando en ellos los hoyos para pilares: y regularmente están de ocho en ocho varas. Métense éstos en los hoyos y alrededor, hasta llenar el hoyo, se le echa cascajo de tela y ladrillos quebrados, después piedras, y al fin tierra, apelmazándolo todo, y nivelando el pilar. Así se ponen los pilares de las paredes y de las naves del medio. Después se ponen los tirantes, soleras y tijeras, y el tejado. Hecho esto, se prosiguen las paredes desde el cimiento: y como dije, son de adobes, y de cuatro o cinco cuartas de ancho: y en medio de ellas quedan los pilares; aunque en algunas partes, en la caja de la pared, de manera que se ve la mitad de ellos. De este modo carga toda la fábrica del tejado en los pilares y nada en la pared. Del mismo modo se fabrican las casas de los Padres y las del pueblo. No se halló cal en aquellos países: y por eso se halló este modo de fabricar. Las dos magníficas iglesias que dije son de piedra de sillería hasta el tejado, y son las de San Miguel y la Trinidad, las hizo sin cal un hermano Coadjutor, grande arquitecto y ésas no tienen pilares, sino que están al modo de Europa: y todo se blanquea muy bien.


CAPÍTULO V

SU GOBIERNO POLÍTICO Y ECONÓMICO

En cada pueblo hay un Corregidor, dos Alcaldes mayores, de primero y segundo voto, Teniente de Corregidor, Alférez Real, cuatro Regidores, Alguacil mayor, Alcalde de la Hermandad, Procurador y Escribano, que componen su Cabildo o Ayuntamiento: aunque el Teniente de Corregidor no es propiamente de él. Hay Cédulas Reales que prohiben al español, mulato, negro, mestizo, a todo el que no es indio, tener domicilio en el pueblo de indios, y esto para toda la América; y cuando es menester pasar por algún pueblo, mandan que no estén más que tres días en él, y que no anden por las casas de los indios: "para que no inquieten a las indias". Esta razón añade. Son los indios de genio humilde, pueril y apocado. Se reconocen por inferiores a todas las demás castas, y se dejan avasallar por cualquier maligno: de que hay mucha cosecha en aquel Nuevo Mundo, tan apartado de sus cabezas eclesiástica y real; y por eso puso la real providencia esas precauciones. Ojalá se cumplieran. Ahora por el orden real se pusieron administradores españoles de la hacienda de los indios, como ya dije, con sus mujeres y familias. En lo antiguo, apartaron los españoles y demás castas de los indios, porque los destruían, como lo insinué algo en los de los encomenderos. Ahora los vuelven a poner: Dios les dé luz y acierto para su santo servicio.

El modo de nombrar su Cabildo es éste. El primer día del año se juntan los Cabildantes para conferenciar en la elección. Escriben los electos en un papel: tráenselo al Cura para tomar su parecer, porque hay ley para toda la América que se haga el Cabildo con dirección del Párroco. El Cura quita y pone según le parece más conveniente para el bien del pueblo (pues ni tiene parientes, ni cosa en que pueda prender la pasión), o los deja como están. Pregunta a los electores qué les parece de su dictamen, y comúnmente todos convienen en lo que el Cura dice. Va este papel al Gobernador, y lo aprueba y firma. Como no tiene conocimiento particular de los indios, y sabe que todo se hace con dirección del Cura, nunca muda cosa, por vía de buen gobierno. Sólo en tal cual ocasión, cuando ha tenido noticia que en alguna función militar o política, alguno se ha portado con especial servicio, le suele dar algún oficio perpetuo. La Cédula de Felipe V del año de 1743 dice, que el Alcalde de Corte y Juez N. Agüero, que por los años de 1735 y 36 estuvo por aquellas partes, y que afirma se informó de diez personas las más calificadas, de lo que pasaba en los pueblos, dice que el Cabildo de los indios se hace sobre consulta del Cura, y que le parece muy bien esta práctica: porque el Cura los conoce mejor, mira al bien del pueblo, y el Rey se conforma con este dictamen de su ministro.

Hecho ya esto, se junta todo el pueblo delante del pórtico de la Iglesia antes de Misa. En él ponen los sacristanes una silla ordinaria para el Cura, una gran mesa al lado, donde se pone el bastón del Corregidor, las varas de los Alcaldes y todas las demás insignias de los Cabildantes, y también ponen el compás del maestro de música, que es una banderilla de seda, las llaves de la puerta de la Iglesia, que pertenecen al sacristán, las de los almacenes, que tocan al mayordomo, y otras insignias de oficios económicos: y con ellas los bastones y banderas, y demás insignias de los oficiales de guerra: que todos éstos los ponen también los Cabildantes en su papel, y se confirman o mudan como los del Cabildo, aunque sin confirmación del Gobernador. Y delante de todo se ponen a un lado y a otro los bancos del Cabildo vacíos, para irse sentando los nuevos Cabildantes, cabos militares, etc., según se fueren nombrando.

Dispuesto ya todo, sale el Cura con su Compañero o Compañeros (que en algunos pueblos son tres, y aun cuatro Padres, aunque lo ordinario es dos), y desde su silla, tomando por texto el Evangelio de aquel día, enderezándolo a la función presente, va explicando las obligaciones del Corregidor, Alcalde y demás oficiales: el gran mérito que tendrán delante de Dios en cumplirlas, los bienes espirituales y temporales que se seguirán al pueblo: los grandes males que acarrea el no cumplirlas, y los grandes castigos que tendrán de Dios en no cumplirlas, etc. Acabada esta exhortación, nombra el Corregidor, y luego los músicos con sus chirimías y clarines celebran la elección con una corta tocata, pero alegre. Nombra los Alcaldes, y hacen lo mismo los músicos: y los nombrados, haciendo una genuflexión al SSmo. Sacramento con gran reverencia, van tomando de la mano del Cura sus insignias: y con ellas se van sentando en los bancos de Cabildo. En sus elecciones no hay pendencias, ni bullas, ni disputas. En el oficio que se les da alto o bajo, nunca muestran repugnancia: todo se hace con gran paz. ¿Quién creyera esto de gente que en su gentilismo era tan sangrienta y fiera? Acabados de nombrar todos los del Cabildo, nombra los que pertenecen a la Iglesia: sacristán, maestro de Capilla, etc. y otros jefes de otros oficios políticos y económicos: y últimamente los de la milicia. Y después entra la Misa con toda la solemnidad.

Además de los oficios de Cabildo, hay otros muchos para el buen orden del pueblo, a quienes se da la vara de Alcalde: cuya insignia usan los días de fiesta, y los demás cuando vienen a la Iglesia, y en otras funciones públicas. Los tejedores tienen su Alcalde, que vela sobre su oficio, y da cuenta al Cura de su proceder. Otro los herreros, y carpinteros y demás oficios de monta y más necesarios. Las mujeres tienen también sus Alcaldes, viejos y los más ejemplares y devotos, que cuidan de todas sus faenas, y avisan de todos sus desórdenes. Asimismo tienen otro los muchachos, que de siete años arriba se les obliga vayan juntos a la Doctrina, rezo y demás funciones de su bien espiritual: y a trabajar en las sementeras y otros menesteres del común del pueblo: para que desde niños aprendan lo que es necesario para su manutención en adelante. Exhortan las Reales Cédulas a que no se les deje estar ociosos, por ser mucha su natural desidia y flojedad, aun para lo muy necesario. Hasta las muchachas de siete años hasta casarse (que suele ser a los 15 años) tienen sus ayas de años, que sirven de Alcaldes; y van con ellas a las funciones de la Iglesia y faenas temporales del pueblo, en cuanto sufre su edad y su sexo: y siempre van juntas, como los muchachos, aunque nunca con ellos, sino apartadas.

Para mayor concierto, está dividido el pueblo en varias parcialidades con sus nombres: la de Santa María, S. Josef, S. Ignacio, etc., hasta ocho o diez, según el pueblo mayor o menor: y cada una tiene cuatro o seis cacicazgos, de que es jefe o mayoral algún Cabildante. Los caciques son nobles declarados por el Rey, y tienen Don. Cada uno tiene treinta, cuarenta o más vasallos, que suelen ir con él a las faenas públicas, presentándole obediencia y respeto: y le ayudan a hacer su casa, sementeras, etc.; pero no tiene el vasallaje de tributo y servicio que se suele tener en la Europa al señor de vasallos. Ni por ser nobles se eximen de trabajar, como sucedía con los hebreos del tiempo de Saúl y David, y en otras naciones cultas: antes bien, entre estos indios, el tener oficio de trabajo, como carpintero, estatuario, pintor, etc., es nobleza. Ni los de estos oficios, nobles y plebeyos, desde el Corregidor hasta el último, dejan de cultivar sus tierras en el tiempo de su labranza y cosecha, que es allí desde junio hasta diciembre. Cuando van a hacer yerba del Paraguay, o a conducir alguna carretería del trajín del pueblo, o traer maderas del monte para fabricar, etc., va una parcialidad de éstas con su mayoral.

Hay todo género de oficios mecánicos necesarios en una población de buena cultura. Herreros, carpinteros, tejedores, estatuarios, pintores, doradores, rosarieros, torneros, plateros, materos, o que hacen mates, que es la vasija en que se toma la yerba del Paraguay llamada mate; y hasta campaneros y organeros hay en algunos pueblos. Sastres lo son todos los indios para sí. Y para los ornamentos de la Iglesia, vestidos de gala de Cabildantes, y cabos militares, lo son los sacristanes. Y para el calzado de éstos, hay sus zapateros. Para sí poca sastrería necesitan: porque como es tierra cálida, y sólo en los meses de junio y julio hace algún frío, usan poca ropa, y nada ajustada. No usan más que camisa, jubón de color o blanco de algodón, calzoncillos y calzones, y un poncho, en invierno de lana, y en verano, que lo es casi todo el año, de algodón. Poncho es una pieza como una sobremesa, de dos varas y media de largo y dos de ancho, con una abertura en el medio para meter por ella la cabeza; y éste les sirve de capa. Y es tan usual allí, y aun en Chile y Perú, y aun entre españoles, que no se desdeñan de ella aun los más ricos, y algunos la tienen con tanta bordadura y adorno, que vale un poncho 300 y 400 pesos. Los indios, como pobres, lo usan llano. Para la cabeza usan comúnmente algún gorro, y los que más pueden, sombrero o montera. No usan medias ni zapatos, como sucede en el reino de Tunquín junto a la China, siendo en lo demás gente de mucha cultura. Algunos pocos usan medias o calcetas, y las suelen traer caídas o sin atar. Pero zapatos, por más que les exhortemos a ello, especialmente cuando andan en las faenas del monte entre espinas, no hay modo de reducirse a ello. Sólo en sus festividades y funciones públicas, cuando están de gala, los usan para la gala los principales.

Para su mantenimiento, a cada uno se le señala una porción de tierra para sembrar maíz, mandioca, batatas, legumbres (que es lo ordinario que siembran), y lo que quisieren. Mandioca es un género de raíces como zanahorias, pero mejor que ellas: que comen, ya asadas, ya crudas; y de ellas secas y molidas hacen también pan. No son aficionados al trigo. Son pocos los que lo siembran; y se lo comen o cocido, o moliéndolo y haciendo tortitas sin levadura, que tuestan en unos platos, como hacen con el maíz. Algunos saben hacer muy buen pan, por haber sido panaderos en casa de los Padres, donde se hace pan para ellos y para los enfermos dos o tres veces a la semana, y suelen mudarse, entrando dos de nuevo para este oficio; y así hay varios fuera. Con todo eso, nunca hacen pan de trigo, sino tal cual en alguna principal fiesta. Es una filosofía para el indio moler el trigo, masarlo, echarle sal y levadura, esperar a que fermente, y se levante, arroparlo, y cocerlo. No hace eso sino obligado.

Alguno que otro suele plantar caña dulce y algunos árboles frutales; pero son raros. Para estas labranzas se le señalan seis meses, en que aran, siembran, escardillan y cogen su cosecha. Con cuatro semanas efectivas que trabajen, tienen bastante para lograr el sustento para todo el año, como sucede con los más capaces y trabajadores, porque la tierra es fértil; pero generalmente es tanta la desidia del indio, que, atenta ella, es menester todo este tiempo. Y con todo eso, el mayor trabajo que tienen los Curas es hacerles que siembren y labren lo necesario para todo el año para su familia; y es menester con muchos usar de castigo para que lo hagan, siendo para sólo su bien, y no para el común del pueblo. Procuran los Curas visitar con frecuencia sus sementeras, y envían indios fieles que les den cuenta de ellas. Algunos Curas hacen medir con un cordel lo que les parece suficiente para el sustento anual de su casa; y les imponen pena de tantos azotes, si no lo labran todo: porque el indio es muy amigo de poquitos por sus cortos espíritus, y su vista intelectual no alcanza hasta el fin del año, ni le hacen fuerza las razones, ni la experiencia de la hambre que sintió el año antecedente por haber sembrado poco. Otros Padres les hacen labrar y escardillar la tierra por junto, todos los de un cacique o de una parcialidad juntos; hoy tantas sementeras y mañana otras tantas, con una espía como censor o contador, que les haga hacer su deber, además de los caciques, y mayorales: que los cuente, y dé razón de todo al Cura; y con todo este cuidado no se suele conseguir que cojan lo necesario.

Lo que cuesta más es hacer que cada uno tenga su algodonar para vestirse. Es el algodón una planta que crece hasta dos varas de alto: y da por fruto unas perillas del tamaño de una nuez con su cáscara, que llegando a su madurez, se abre, y descubre el algodón en capullos con sus semillas, que son del tamaño de un grano de pimienta. Siémbrase arando la tierra, y haciendo surcos de dos varas en ancho y echando en ellos tres o cuatro semillas a distancia de dos varas o dos y media; y cubriéndolas de tierra sin hacer hoyos. El primer año no da algodón: el segundo da algo: el tercero da con fuerza: y de ahí en adelante. Duran estas plantas 30 y 40 años como la viña, y se podan cada año y separan, reemplazando las plantas que el arado destruyó, o los soles y tempestades secaron. En tierras cálidas con exceso como es el Paraguay, y otras, al primer año da sus frutos, y lo arrancan y lo vuelven a sembrar como el maíz. Dase bien en estos pueblos el lino: pero el arrancarlo, quitarle la semilla, ponerlo en remojo, secarlo al sol, macerarlo, peinarlo con el peine de fierro, apartar la estopa, etc., es ciencia tan alta y espaciosa, que excede mucho a la esfera del indio, más que hacer pan de trigo. Ya lo hemos probado muchas veces: y sólo teniendo al lado al indio, y estando siempre con él, y haciendo juntamente con él la maniobra, se consigue algo; pero para esto no hay tiempo. El algodón no le cuesta más a la india, que traerlo de la mata a la rueca, cosa propia para la poquedad del indio.

No basta el hacerles labrar algodonal y la demás sementera. Es menester también hacérselo coger. El algodón no madura todo de una vez. Cada día van reventando con el sol varias perillas, y así prosigue por tres meses. Es menester cogerlo cada día; si no, cae al suelo, se entrevera con la espesura, o los aguaceros, que son frecuentes, lo mezclan con la tierra y barro; y se pierde. La india coge lo que necesita para hilar lo presente, y a veces algo para adelante: pero no recoge para todo lo que necesita en el discurso del año, y lo deja perder. Viendo esto algunos Curas, envían la turba de las muchachas con sus Ayas o Mayoralas a coger lo que su dueño no coge: y lo ponen en el conjunto del común del pueblo. Con el maíz, que es su encanto, pues lo estiman mucho más que el trigo, y hacen de él sus tortas, y lo usan ya tierno, ya duro, asado, o cocido, y entra en todos los guisados, sucede también que si tiene buena cosecha, deja perder mucho sin cogerlo. Guardar para el año siguiente, no hay que pensarlo. Otras veces, por no guardarlo de los loros, pierde lo más. Los loros de todas especies, chicos y grandes, colorados, azules, amarillos, y de mezcla muy vistosa de estos colores, son muchos con exceso en grandes bandadas, y hacen mucho más daño a los maizales, que los gorriones en España a los trigales.

Ni basta el hacerle coger toda su cosecha. Lo más que cogerá un indio ordinario es tres o cuatro fanegas de maíz. Bien pudiera coger veinte si quisiera. Si esto lo tiene en su casa, desperdicia mucho, y lo gasta luego, ya comiendo sin regla, ya dándole de balde, ya vendiéndolo por una bagatela, lo que vale diez por lo que vale uno. Por esto se le obliga a traerlo a los graneros comunes, cada saco con su nombre: y se le deja uno solo en su casa, y se le va dando conforme se le va acabando. Toda esta diligencia es necesaria para su desidia. Estas cosas con otras de economía temporal cuestan mucho más a los Padres que los ministerios espirituales. Se pone mucho cuidado en ellas, porque cuando lo temporal y necesario al sustento va bien, todo lo espiritual va con mucho aumento y fervor, asistiendo con grande puntualidad y alegría a todas las funciones de iglesia, y frecuencia de sacramentos: y celebrando con grande esplendor y devoción todo lo que toca al culto divino. Si hay hambre u otro trabajo, no acude el indio a Dios y los Santos, como hace la gente de cultura y de entendimiento, con devociones, y novenas, etc.; sino que se huye a buscar qué comer por los montes, o a matar vacas y ternera a los pastores, o dehesas del común del pueblo, que llaman estancias (a las terneras tienen excesiva afición), y destruyen con eso el pueblo. Esto no es por no estar bien arraigados en la fe, pues lo están tanto, que aun los que se huyen a los infieles (que entre tanta multitud no falta quien lo haga aunque son muy pocos), nunca pierden la fe, aunque envejezcan entre ellos; sino por su capacidad de niños. Lo mismo sucedía con nosotros cuando niños, que no hacíamos votos, ni novenas, ni acudíamos por el remedio de nuestras necesidades a la iglesia, si nuestros padres o madres no nos llevaban. Y en estas ocasiones se están los pobres huidos por muchos meses (y algunos por años), sin misa, sermones, ni sacramentos: y algunos mueren en las garras de los tigres (de que hay muchos y muy feroces y sangrientos como los leones de la África), o de enfermedades y miserias, sin auxilio alguno espiritual.

Para remediar tan grande desidia, están entabladas sementeras comunes de maíz, legumbres y algodón: y estancias de ganado mayor y menor. A las sementeras van en los seis meses de su tiempo los lunes y sábados, excepto los tejedores, herreros, y demás oficiales mecánicos, que no van a las faenas de comunidad en todo el año: y se remudan para la labor de sus tierras, una semana a ella, otra a su oficio. Todos sus oficios los ejercen no afuera en sus casas, que nada harían de provecho, sino en los patios, que para ello hay en casa de los Padres; y es tanta su sinceridad, que todos estos oficios los hacen sin paga, aunque de los bienes comunes se remunera más a éstos por trabajar más, que a los demás. Los visita el Padre con frecuencia para que hagan bien su oficio. Pónese en cada oficio el que al Cura le parece más a propósito para él, y no repugnan a ello; antes algunos los pretenden, porque como ya se dijo, se tiene por nobleza el tener algún oficio. Sólo el ser tamborilero o flautero no se dan. Se mete a ello el que tiene afición, y hay pueblo que tiene diez, doce o veinte. Y los flauteros siempre tocan dos, uno por tercera arriba, otra por tercera abajo, con un tamboril o tambor en medio; y con sus débiles flautas, que son de caña ordinaria, tocan fugas, arias, minuetes, y cuantas cosas oyen a los músicos: y gustan mucho de este vil instrumento; de manera que no hay viaje por río con embarcaciones, por tierra con carreterías, ni ocasión en que vaya alguna tropilla de gente o alguna parcialidad a alguna función o faena, en que no lleven uno o dos tamborileros con sus flauteros: y algunos son caciques, que no se desdeñan de eso con todo su DON. No siente el indio honra ni punto por su cortedad, como sucedía con nosotros cuando muchachos.

Estos bienes comunes sirven para dar que sembrar al que no tiene, por habérselo comido o perdido; para el sustento de la casa de las recogidas, de que se habló algo en el cap. 4, n.º 3; para avío y provisión de los viajes en pro del pueblo; para dar de comer a los muchachos y muchachas cuando van a las sementeras comunes, u otras faenas; para los caminantes para agasajarlos, y a los huéspedes, que a todos, sea español, mulato, mestizo, negro o indio, esclavo o libre, se le hospeda y da de comer, y aun se le pasa en embarcaciones por los ríos grandes, que no tienen puente, con toda libertad, de balde, GRATIS ET AMORE, sin pedirle nada, sino que él liberalmente quiere dar algo a algún indio; pero el indio nada pide: y finalmente se emplean estos bienes en socorrer todo enfermo, viejo y necesitado; y como están a cuenta del Padre, que los visita con frecuencia, y no se expenden sino por su orden, suelen durar de un año para otro y más.

Los algodonales comunes sirven para vestir a todos los muchachos de uno u otro sexo: que si el Padre no los viste, los más andarían del todo desnudos, por la incuria de sus padres naturales; y son tantos en pueblos tan numerosos, que cuidando yo del pueblo de Yapeyú, que es el mayor, el año de 55, serían tres mil. El pueblo tenía entonces 1600 y tantas familias. Dase también del lienzo que del algodón se hace a los que van a hacer yerba del Paraguay, a las viudas, y recogidas, viejos e impedidos; y por premios en las fiestas y funciones militares y políticas a los que mejor se portan. Y se guarda una gruesa porción para enviar a vender a Buenos Aires y a Santa Fe del Paraná, y comprar con ello lo necesario de fierro, paños, herramientas, etc., para el pueblo, y sedas y adorno para las iglesias. Hácese lienzo blanco de varias calidades, delgado, grueso, de cordoncillo, torcido y de varios colores de listados.

El modo que en eso se tiene es éste. A cada india se le da media libra de algodón el sábado para que traiga el miércoles la tercera parte en hilo; porque de las tres partes las dos pesa la semilla. El miércoles se le da otra media libra para que lo traiga el sábado. Vienen todas al corredor externo de la casa del Padre, y allí sus viejos Alcaldes pesan el ovillo de cada una y le ponen un pedacito de caña con el nombre de la india, para lo que se dirá. Y van poniendo en el suelo los ovillos en hilera de diez en diez, hasta hacer un cuadro igual de ciento: y más allá otro ciento: hasta concluir con todos; y luego pesan el conjunto. Si algún ovillo no vino igual, se lo vuelven hasta que complete la tercera parte: si viene el hilo muy grueso, o muy mal hilado, dan alguna penitencia a la india. Después vienen con la cuenta de todo escrita al Padre, que lo hace almacenar al mayordomo de casa. No asisten los Padres a estas funciones de mujeres, porque es mucho el recato que se guarda con ese sexo. Los tejedores son muchos. En Yapeyú tenía yo 38 ordinarios. Los ochos eran de listados. Se les da cuatro arrobas de hilo: y traen de ello una pieza de 200 varas, de vara o cerca, de ancho: y se les da 6 varas por su trabajo: porque aunque es para el común del pueblo, y de él se da al mismo tejedor por premio en otras funciones cuando entra en ellas, y a sus hijos de vestir con el conjunto de los demás muchachos; no obstante, por ser cosa de mayor trabajo que lo ordinario de los demás, está ordenado que se les dé este alivio.

Cuando va urdiendo el tejedor, tiene los ovillos con aquella cañita del nombre de la india; y cuando al medio del ovillo encuentra con tierra, trapos u otro engaño que puso la hilandera para sisar del hilo, o hilar poco, viene luego con ello al mayordomo, y éste al Padre, para dar alguna represión o penitencia a la india. Estas trampas las suelen hacer las recién casadas (que hasta casarse no se les da tarea), que ignoran para qué es aquella cañita con su nombre. En sabiéndolo, se enmiendan, y es cosa de tan poco trabajo, que en cuatro ó cinco horas se hace, el hilar media libra de algodón. La pieza se le pesa al tejedor, para ver si viene bien con lo que se le dio de hilo. Todo se hace por medio de los mayordomos, que se escogen de los más capaces: y vela sobre ellos el Padre. De los algodonales particulares, que se les hace labrar para su familia, hila la india lo que quiere según su mayor o menor cuidado, y lo trae a casa del Padre; y por medio del mayordomo [va] a otros tejedores, que además de los del común del pueblo hay para los particulares; y de lo que trae suelen salir ocho o diez varas de lienzo: no tienen los cortos espíritus de la india ni de su marido valor para más. Y al tejedor le da en premio alguna torta de maíz, o mandioca, o algún dijecillo, o nada: que aunque nada le den, hace su deber, y no son interesados: y más siendo puestos por el Padre. Todo este concierto en esto y en todas las demás cosas, es instituido por los Padres: que el indio de su cosecha no pone orden, economía ni concierto alguno. El Padre es el alma de todo: y hace en el pueblo lo que el alma en el cuerpo. Si descuida algo en velar, todo va de capa caída. Dios nuestro Señor, por su altísima providencia, dio a estos pobrecitos indios un respeto y obediencia muy especial para con los Padres; de otra manera era imposible gobernarlos: por ella pueden escoger los más a propósito para oficios y para sobrestantes, que entre tanta multitud se encuentran algunos, para por medio de ellos dirigirlos en su bien, velando sobre los mismos sobrestantes.

Los otros bienes comunes y más principales son el ganado mayor y menor. Los indios no tienen en particular vacas, ni bueyes, ni caballos, ni ovejas, ni mulas: sino gallinas, porque no son capaces de más. Hemos hecho en todos tiempos muchas pruebas para ver si les podemos hacer tener y guardar algo de ganado mayor y menor y alguna cabalgadura, y no lo hemos podido conseguir. En teniendo un caballo, luego lo llena de mataduras: no le da de comer, ni aun lo deja ir a buscarlo: y luego se le muere. El burro es más propio para su genio; pero lo suele tener tres y cuatro días atado al pilar del corredor de su casa, sin comer ni beber, sin echarlo al campo, por no tener el trabajo de ir a cogerlo allá: y luego se le acaba. Les damos un par de vacas lecheras con sus terneras, para que las ordeñen y tengan leche: y por el corto trabajo de ordeñarlas, no las ordeñan: las dejan andar perdidas por los campos y sembrados, o matan las terneras y se las comen. Lo mismo sucede con los bueyes, que los pierden o matan y comen. Sólo en tal cual de los más principales y capaces podemos lograr que tengan alguna mula o bueyes, y que lo conserve. Todo esto está de común.

Para esto tiene cada pueblo sus dehesas, pastoreos o estancias de todo ganado, vacas, caballos, mulas, burros y ovejas. Y va el Cura a visitar estas estancias, y dar orden en su conservación y aumento dos veces al año, aunque disten 20 y 30 leguas del pueblo, como distan algunas, y otras más: porque del buen estado de estas estancias depende el bien o mal del pueblo en lo temporal y espiritual. Si el año es algo estéril, como el indio no siembra sino lo preciso, y con escasez; a los fines del año no hay maíz ni otra cosecha en forma, y aprieta el hambre. Si viene seca (y suele venir cada tres o cuatro años), apenas hay que comer para seis meses: con que es menester acudir a las vacas. Seis o ocho pueblos hay que tienen las suficientes para poder dar a cada familia cuatro o cinco libras de carne todos los días sin disminución en su estancia. Y así lo hacen. Los demás no tienen sino para dar ración dos, tres y cuatro días a la semana: y guardan con gran cuidado lo que hay, para dar cada día en tiempo de hambre o de epidemia, que suele picar varias veces.

La distribución de la carne es de esta manera. Después del Rosario (que suele ser como una hora antes de ponerse el sol), se hace señal con el tambor. Vienen las mujeres, una de cada familia. Cogen los Secretarios (que así llaman a los que cuentan la gente y leen las listas) sus libros: van llamando a todas por sus cacicazgos y parcialidades: y otros les dan la ración. Para prevenir éstas, traen las reses por la mañana al patio y oficinas de casa de los Padres. Allí las matan y hacen las raciones, y ajustan los Secretarios la cuenta de ellas. Todas llevan por igual, excepto las de los Cabildantes, y otros principales, que se les da doblado.

Para arar, llevar carros, traer maderas del monte, etc., se les dan toros de cuatro o cinco años para que los domen antes. Cogen el toro con un lazo, en que son diestros. Átanlo a algún horcón o árbol. Tiénenlo allí ayunando dos o tres días, y ya debilitado con el ayuno, le atan pesados ramos para que los arrastre. Así con la docilidad, cansancio y ayuno los amansan: y luego los usan. Para amansar o domar un caballo, o mula, no hacen más que enlazarlo con uno o dos lazos, con que le hacen caer en el suelo sin poder levantar. Allí caído le ponen la silla con sus estribos. Monta en él el domador con sus espuelas. Suéltale las ataduras para que se levante. Corcovea y brinca el caballo, y a veces se echa en el suelo: y el jinete está en él como clavado sin caer. Es grande la destreza que en esto tienen. Al echarse o tirarse el caballo al suelo, ensancha el indio las piernas, para que no le coja alguna, y si a espuelazos no se quiere levantar, se apea: y con algún látigo o vara hace que se ponga en pie: y luego vuelve a montar. Así en tres o cuatro días doma un caballo feroz. En estas y otras cosas mecánicas, se adelantan lo que se atrasan en las intelectuales.
Cuando es tiempo de arar, traen al corral (que los hay grandes al lado del pueblo) 600 u 800 bueyes, que así llaman a los toros ya amansados, castrados o enteros, y vienen a cogerlos los que han de ir a arar. Pónense a la puerta los Secretarios con su papel, apuntando todos los que sacan bueyes y van con ellos a sus sementeras. A la tarde vuelven los Secretarios y van apuntando todos los que los vuelven, para ver si alguno los perdió, mató o comió: que lo suelen hacer algunas veces (y si no hubiera esta diligencia, lo hicieran cada día), y dan luego razón al Padre si están bien los bueyes. Al día siguiente traen otros tantos, no los mismos, porque estos descansan, porque el día que los lleva el indio, no les da de comer ni beber por su grande incuria, y no tener compasión alguna con el animal, ni discurso para su conservación. Estando yo cuidando un pequeño pueblo de indios, que poco había se habían hecho cristianos, tenían 800 bueyes en la estancia. Hacía traer sólo 400 a las cercanías del pueblo: éstos los tenía pastoreando en dos campos: los 200 del uno venían un día al corral del pueblo, y allí los tomaban los indios para su labranza, con la cuenta de los Secretarios, como se ha dicho: y al día siguiente venían los otros 200. Y por ser malo el trato que les dan los indios, y por ser poco fértiles de pasto las cercanías del pueblo, pasados tres meses, los hacían volver a la estancia, y traían los otros 400. De esta manera conservaba los 800, reemplazando los que se morían: y de los 800 no podíamos tener más que 200 para cada día. De estas trazas, de esta economía nos valemos para la conservación de estos pueblos en esta y las demás materias, de que es incapaz la inadvertencia, incuria y cortedad del indio.

Con las ovejas se tiene mucho cuidado, por ser muy estimada de los indios la lana para su vestuario. Pero como es ganado tan delicado, y el indio que las guarda tan descuidado, y el Padre no puede estar en todo: no hay modo de aumentarla. Sabemos el modo de criarlas, porque tenemos libros y escritos que tratan de esto, y de todo género, de economía natural y casera: y nos aplicamos a ello por el bien de aquellos pobres. Les damos lecciones de todo lo que deben hacer. A todo dice que sí el indio, como acostumbra por su mucha humildad; pero a espaldas del Cura no hace cosa de provecho; y así enferman, se mueren y disminuyen las ovejas. No obstante, con el mucho cuidado de los Padres, en algunas partes hay abundancia, a que ayuda ser los pastos mejores; y en otras compran la lana de los que más tienen.

Trasquílanse a su tiempo. Dase a hilar la lana al modo y con el orden y circunstancias que el algodón a las hilanderas y tejedores: y al principio del invierno se reparte todo el tejido a todo el pueblo, hombres y mujeres; y el pueblo que alcanza a dar cinco varas a cada individuo, se tiene por dichoso: porque el indio siente mucho el frío, y por poco que sea, está como inhabilitado para trabajar: y no hay cosa que estime como un poco de tela de lana para abrigarse; y los Padres, por lo mucho que deseamos su alivio, nos consolamos notablemente cuando los vemos con este alivio. No se hacen telas delicadas, sino paño burdo, o cordellate, como mantas de caballo, excepto algunas piezas que se hacen de listados de varios colores para los músicos, sacristanes, Cabildantes y caciques para los ponchos. Y este paño tan burdo, si se le da a escoger al indio con una tela de tisú, es tan estimado de él, que antes escoge a el paño que al tisú: porque aquél le abriga más. No mira el indio el aseo y lucimiento, sino a la conveniencia y necesidad. El frío de aquellas partes es poco: pocas veces llega a helar el agua y éso en tal cual invierno, y con hielo muy delgado: y no dura más que dos o tres meses, junio, julio, y parte de agosto (por estar aquellas partes en el hemisferio opuesto al nuestro), y no es todos los días: pues en esos tres meses, por estar en mayor cercanía de sol (pues están los pueblos entre 26 grados y medio y 30, cuando España está entre 36 y medio y 44) viene muchas veces de repente calor por algunos días. Con todo eso, siente mucho el indio este poco frío, que más parece primavera de acá. Debe de ser de complexión muy fría, como es de flemático, según vemos. El calor, que es mucho, no lo siente. Cuando aprieta mucho el sol en el estío, sucede estar carpinteando al sol maderos para fábricas o cosa semejante, sin cubrir la cabeza con su gorro o sombrero aunque haya sombra cerca: y exhortándoles a que se libren del sol, metiendo los palos a la sombra, se ríen, prosiguiendo al sol. Lo más que hacen es desnudarse de medio cuerpo arriba, tostándoles el sol aquellas carnes. Y comúnmente están alegres en estas faenas, y no falta alguno en cada tropilla que tiene genio de decir chanzas: y a cada dicho ríen y carcajean con muy poca causa.

Como desde el principio conocieron los Misioneros que gente de tan poca economía no se podría mantener sin vacas; en los primeros años llevaron, aunque con grande trabajo, algunas vacas a la primera misión de Guayrá, desde el Paraguay, adonde los primeros españoles las habían traído de España, que en aquella América no las había. Destruyeron los portugueses aquellos trece pueblos, como se ha dicho, y quedaron allí perdidas las vacas. Llevaron otras a la misión del Tape: y como los mismos asolaron aquellos nueve pueblos, y se trasmigraron los habitadores, como se dijo en el cap. 3, núm. 6 y 7, y las vacas que dejaron se amontonaron e hicieron cerriles, y esparcieron por aquellos campos, que son los mejores pastos, por espacio de más de cien leguas entre el río Uruguay y el mar hasta el río de la Plata: allí multiplicaron mucho.

Fueron vencidos los portugueses, como queda dicho en el cap. 3, núm. 8; y sosegadas y limpias de enemigos aquellas tierras, iban los indios de cada pueblo a traer vacas: que cuesta no poco, cuando cerriles, que allá llaman CIMARRONAS. Van 50 ó 60 indios con cinco caballos cada uno. Ponen en un alto una pequeña manada de bueyes y vacas mansas, para ser vistas de las cerriles, y a competente distancia las rodean o acorralan treinta o cuarenta hombres para su guarda. Los demás van a traer allí las más cercanas, que vienen corriendo como cerriles; y viendo las de su especie, dándoles ancha puerta los del corral, se entreveran con ellas. Vuelven por otras: y del mismo modo las van entreverando, hasta que no hay más en aquella cercanía. Júntanse todos los jinetes, y yendo uno o dos delante por guías, cerrando los demás todo lo que cogieron, van conduciéndolo adonde hay más, teniendo cuidado de no acercarse mucho: que si se acercan, y las estrechan, suelen romper por la rueda y esparramarse. En el segundo paraje, hacen lo propio. Llegada la noche, rodean su ganado, y hacen fuego por todas partes, y de este modo en medio de la campaña está quieto. Si no hacen fuego, rompen y se van por medio de los jinetes. De este modo, 50 indios, en dos meses o tres, suelen coger y traer a su pueblo de distancia de cien leguas, cinco mil o seis mil vacas. De los caballos mueren algunos, ya a cornadas de los toros, que arremeten a cornadas a caballo y jinete: ya del mucho cansancio, y mal trato que les da el indio. Los demás quedan tales, que no pueden servir en todo el año: y se ponen en lozanos pastos a convalecer y engordar. Todo eso cuesta esta faena. Mientras duraron estas vacas, que llamaban la VAQUERÍA DEL MAR, por estar a sus orillas, estaban los indios muy bien asistidos, sin que necesitasen dehesas de ganado manso. Todo el cuidado estaba en tener muchos caballos para ir a la vaquería: y ésta era la dehesa y estancia de los treinta pueblos, y aunque por los malos tiempos se perdiesen las cosechas, aquí hallaban refugio para todo: porque el indio es muy aficionado a la carne, y más de vaca: y en teniendo ésta, ya lo tiene todo.

Así perseveraron los indios con abundancia más de 50 años: hasta que, hacia los años 1720, un español benemérito de las Misiones, pidió licencia para ir a vaquear para sí a esta vaquería del mar. Llaman VAQUEAR a este modo de coger vacas. Es de advertir que de las vacas que se llevaron de España a Buenos Aires, en espacio de 80 o más años, se llenaron de ellas sus campos (que toda es tierra llana, como la tierra de Campos, de Valladolid, etc.: y esto por más de cien leguas: y son de bellos pastos). Y los campos que hay entre el río Paraná y Uruguay enfrente de Santa Fe por cien leguas en largo y 500 en ancho, estaban también llenos de vacas, todas sin dueños. Cogían de ellas los españoles, no sólo para comer, sino mucho más para lograr sus cueros y grasas y sebo. En comer, como eran pocos, gastaban poco. Para los cueros, y también para las lenguas, de que tenían mucho comercio con un asiento de ingleses, que por tratados con los Reyes había, y comerciaba en Buenos Aires, mataban sin medida, dejaban perder las carnes, de suerte que cuando este español pidió licencia, ya no había vacas cerriles en las jurisdicciones de dichas ciudades: todas las acabó la codicia. Sólo había algunas mansas en las tierras y estancias de particulares.

Pidió licencia este español, porque sabía que no eran vacas comunes sino originarias de las que en su transmigración dejaron los indios, y multiplicadas en tierras no de particulares, sino en que se habían criado los indios en su gentilismo, que A NATURA eran suyas: y mandan las leyes Reales que no se quiten a los indios que se convierten. Diosele licencia, y cogió como treinta mil: que para las muchas que había en tan largos espacios, no era cosa sensible: pues los indios de los treinta pueblos en un años solían traer cerca de cien mil: y con todo eso, no se disminuían, antes iban en aumento. Pidió después licencia otro español, y se le negó: juzgando que, si se concedía a muchos, harían lo que hicieron con las vacas de sus tierras.

Formó con esto queja la ciudad de Buenos Aires. Siguiose el pleito: y sentenció el Gobernador que podía entrar quien quisiese a vaquear. Entraron de tropel con muchas carretas por varias partes, sin orden ni concierto. Mataban vacas sin número. Enviaban los cueros, lenguas, sebo y grasa a los ingleses de Buenos Aires, cargando de ellos las carretas: y mientras unas volvían, otras se estaban en la faena para cargar segunda vez. Y de este modo, en sólo diez años, acabaron, no sólo con millares, sino millones de vacas, asolando del todo la vaquería del mar de los indios, como habían asolado las suyas de Santa Fe y Buenos Aires.

Luego que el Gobernador dio franca licencia, presumiendo los Padres lo que había de suceder, que dentro de algunos años, no habría vacas; y viendo que los indios no podían subsistir sin aquel socorro: como tan celosos del bien de estas pobres criaturas, procuraron hacer luego, antes que se acabasen las del mar, otra vaquería común, a que no pudieran alegar derecho, ni en cuanto a las tierras, ni en cuanto a las vacas. Para lo cual, buscaron una campaña hacia el oriente, distante cerca de 80 leguas de los pueblos, y espaciosa por 60 o más leguas, que no pertenecía a ningún particular, sino a sus abuelos cuando eran infieles: y de las vacas que algunos pueblos tenían mansas, o aquerenciadas en sus estancias, (porque viendo que los españoles entraban en la vaquería del mar, se habían dado a coger cuanto antes de ella lo que pudiesen, y formar estancias en las cercanías de los pueblos), sacaron hasta ochenta mil: y haciendo camino primero por un bosque espeso de tres leguas, y después por otro de cinco, metieron por aquella puerta las ochenta mil, y las dejaron cerradas por todas partes, para que multiplicasen, esparcidas por todo aquel espacio, que por todas partes estaba cercado de sierras y de muy dilatados bosques y muy espesos: y después ir allá todos los pueblos a vaquear, como iban a la vaquería del mar: porque de solas las estancias de los pueblos, aunque todos las tuviesen, juzgaban que por la incuria del indio en cuidar el ganado, no se podrían mantener sin que hubiese estancia o vaquería común, de que se cebasen y supliesen las particulares. Esta segunda vaquería se llamó DE LOS PINARES, por los muchos pinos que en ella había. Sintieron los portugueses hacia cuyas tierras caía, lo que había: y luego abrieron camino, aunque con mucho trabajo, por aquellos espesos bosques y sierras, para meter caballos por ellos: y en poco tiempo acabaron con todas esas vacas, ajenas y en tierra ajena, matándolas por la misma codicia de los cueros para llevarlos a Europa, y del sebo, grasa y lenguas.

A este tiempo llegué yo a las Misiones, que fue el año de 31. Consultamos el modo de tener vaquería común, de manera que ni los españoles pudiesen alegar derecho a ella; ni ellos, ni los portugueses la pudiesen destruir, sin ser sentidos y defendida. Determinose que la estancia del pueblo de Yapeyú, que empieza a una legua del pueblo, y se dilata hasta cincuenta leguas de largo y treinta de ancho, y estaba llena de vacas, no mansas; sino cerriles y alzadas, o cimarronas, pero propias del pueblo, que las metió en aquellas sus tierras, sacándolas de la vaquería del mar, y guardándolas con sus indios por los confines para que no se vayan a otras tierras: Determinose, pues, que en esta grande estancia se buscase un paraje capaz de 200 mil vacas: para lo cual es menester un espacio de veinte leguas de largo y diez de ancho. Que de la estancia grande, se cogiesen hasta cuarenta mil, del modo que se cogen las cimarronas, como se ha explicado en el núm. 26, y se metiesen en esta pequeña estancia, y se amansasen bien en tres o cuatro vacadas o rodeos, como allí dicen. Que para su guarda se pusiesen los indios pastores o estancieros, como allí llaman, que fuesen de confianza y mayor cuidado. Y que para llevar esto adelante, y prevenir cualquier desorden, injusticia y destrozo en lo futuro, se pusiese allí un Padre Capellán con su decente capilla, y un hermano Coadjutor. Que se esperase hasta ocho años, en cuyo tiempo las cuarenta mil vacas, bien guardadas, podían multiplicar, según dictaba la experiencia, hasta las 200 mil.

Que desde este tiempo se empezasen a gastar, no yendo los pueblos a cogerlas, como cosa común y sin dueño, pues eran del pueblo de Yapeyú, sino vendiéndolas el pueblo a quien las quisiese comprar: poniéndolas a su costa en las cercanías del pueblo comprador. Y por cuanto eran vacas ya mansas, y hechas a vivir con sosiego, valiese cada cabeza un real de plata más que las otras cimarronas recién sacadas, cuyo precio era entonces de solos tres reales de plata cada una, fuese vaca, o toro, gorda o flaca.

Item, que en la estancia del pueblo de San Miguel, que tiene cuarenta leguas de largo, y como veinte de ancho, y donde también había muchas cimarronas propias del pueblo, y guardadas a la larga al modo de las de Yapeyú, se buscase otro paraje de las mismas circunstancias: y se metiesen en él otras cuarenta mil: y se pusiese un Padre y un hermano, y se vendiesen del mismo modo. Todo se hizo así: y quedaron socorridos los pueblos: porque de otra parte no se hallaban vacas ni aun a mayor precio. El pueblo, que como dije, es el mayor, suele gastar al año diez mil vacas en la ración ordinaria: pues matan cada día en el pueblo entre treinta y cuarenta. Estas las cogen en la estancia grande a fuerza de caballos y trabajo, como se dijo: y de esta nueva estancia vendía a los demás. Lo mismo hacía el de San Miguel. Ya veo que a cualquiera que no está enterado de las cosas de la América, se le hará imposible estancia de cincuenta leguas: gasto de diez mil vacas al año en un pueblo de mil y setecientos vecinos: precio de ellas de sólo tres reales de plata, etc. Pero es otro mundo aquél. La misma admiración nos causaba a nosotros a los principios. O pensará que las vacas son chicas como carneros: y otras cosas a este modo. Son tan grandes como las de España, o más. Ni las leguas son chicas. Se miden a razón de seis mil varas. Son de aquellas que veinte entran en un grado, con corta diferencia. Las estancias de Yapeyú y San Miguel son las mayores: las demás son de a ocho, diez, o a lo más veinte leguas de largo.

El modo de hacer las vacas de cimarronas mansas, es éste: Después de cogidas del modo dicho, se ponen en la estancia del pueblo cerrada por todas partes con arroyos, pantanos, o zanjas hechas a mano: aunque ninguna está tan cerrada, por la incuria de los indios, que no tenga muchas partes por donde salirse. Allí las dividen en tropas de a cinco mil o seis mil: y colocan cada tropa en sitio determinado algo cerrado, para que no se junten con otra tropa. Y esto llaman RODEO. Juntan este rodeo a los principios cada día para que no se esparzan, que forcejean a ello, para volverse por donde vinieron, y para que se hagan a aquel paraje: y porque este tan frecuente rodeo no les da tiempo para pacer a gusto: después de algunas semanas juntan el rodeo sólo dos veces a la semana, y las tienen en él en alguna loma algo alta dos o tres horas, rodeándolas por todas partes: y en partes las meten y hacen el rodeo en un grande corral de palos. Todos son allí de palos. No hay ninguno de piedra o pared, ni aun en las tierras de las ciudades más adelantadas. De este modo se hacen mansas y procrean más, y con facilidad las sacan sin gasto de caballos y las llevan a cualquiera parte.

Con estas dos estancias prosiguieron los pueblos, comprando de ellas, sosteniendo, conservando, y aun aumentando sus estancias particulares, hasta que vino la línea divisoria nueva, que lo acabó todo. Esta tan sonada línea en estos tiempos se originó de los excesos de los portugueses. Al principio de sus conquistas en el Brasil, teniendo algunas diferencias con los castellanos, acudieron al Papa Alejandro VI para que señalase límites. Señalolos: y después de grandes disputas, quedaron las dos Coronas en que la línea se señalase por el grado de longitud 330. Con esto el portugués quedaba con todo lo conquistado, y el español también: y les quedaba por conquistar. Este grado 330, tomado el primer meridiano del pico de Tenerife, pasa, según común sentir, por la boca del Marañón al norte del Brasil: y entra en la mar por la isla de Santa Catalina al sur. Divide el globo terráqueo en dos partes iguales: y allá por los antípodas, que corresponden al grado 150, pasa por las islas Filipinas.

En la América se fueron entrando los portugueses tierra adentro, pasando esta línea, y cultivando minas de oro muy dentro de lo que tocaba a España. De manera que por el río Marañón entraron estos últimos años más de cuatrocientas leguas, poblando una y otra banda. Quejose España de tanto exceso. No pudieron negar su adelantamiento: pero alegaron que también España poseía las islas Filipinas, que según la línea les tocaba a ellos: y lo habían disimulado tantos años: que, dejando España todo aquello sin poblar, bien podían poblarlo ellos. Finalmente, por medio de nuestra Reina, hija de su Rey, consiguieron una nueva línea, en que se les dejaba con lo adquirido por el Marañón, excepto un pequeño territorio en que caía un nuevo pueblo de indios: y con todos los territorios de minas de oro y diamantes que habían poblado hacia el Paraguay y el Perú: y ellos cedían el derecho a Filipinas, y entregaban la fortaleza de la Colonia del Sacramento enfrente de Buenos Aires a la otra parte del río de la Plata: (como se ve en el mapa) y por eso y por la cesión, se les daban los siete pueblos, que eran como treinta mil almas, habían de pasar a los dominios de España, formando nuevos pueblos, llevando consigo los ganados y bienes muebles: y dejando para los portugueses sus casas, tierras, huertas, algodonales, yerbales y todo bien inmoble: y en recompensa de esto se daría a cada pueblo cuatro mil pesos. Esta diferencia se hizo para no dar tanto indio a Portugal, con los cuales en aquellas partes nos pudiese hacer guerra en tiempo que la hubiese.

Intimose a los indios el tratado. Al principio consintieron algunos: pero apretándoles en su ejecución, resistieron todos. Instábamosles los Padres considerando el empeño de la Corte, y que, si no obedecían, había de ser peor; y mal de su grado por armas les harían obedecer, con pérdida de sus bienes muebles e inmobles, y también de muchas vidas, si resistían. Lo que perdían en este tratado era mucho más que lo que en la Corte se pensó: que no le consultó con nosotros, juzgándonos apasionados por los indios. Juzgaron que con los cuatro mil pesos se resarcían de las pérdidas de los edificios y demás bienes. Pero era tan al contrario, que había pueblo que perdía más de setecientos mil pesos.

Estando yo cuidando por orden del Gobernador y Capitán general y mis Superiores del pueblo de San Nicolás, uno de los del tratado, instando en la transmigración de los indios de él: no queriendo dejar sus tierras, vino un grueso destacamento de soldados. Salieron al opósito los indios, no pudiendo yo estorbarlo. Mataron a un capitán español: y los españoles a cuatro indios en las calles, con que huyeron los demás y se apoderaron del pueblo. Perseveré en él con el destacamento algunos meses. En este tiempo, ante mí hicieron cómputo de lo que perdía el pueblo. Hallaron 700 casas. De su valor, unos decían que cada una valía 500 pesos: otros, que 400: y el que menos, que 300. Eran todas de cimiento, y una vara en alto, de piedra: lo demás, de adobes. El techo con buenos tejados: y los corredizos y soportales con columnas de piedra, y de una piedra cada una. La suma de 700 a razón de 300 monta doscientos y diez mil pesos. La iglesia, que es de piedras labradas, junto con la torre, y ocho o diez campanas que tiene, con la casa y patio del Padre, que son muy grandes, por servir a todo el pueblo en varios usos; y la casa de las recogidas, almacenes, graneros y capillas de fuera, decían que valía tanto como todo el pueblo, esto es, todas las 700 casas. De árboles de yerba del Paraguay, de que se contaban como cuarenta mil plantas en dos grandes planteles o yerbales, como allí dicen, que valuaban en cinco pesos cada árbol, por la parte que menos, pues decían que en otras partes cada olivo se vendía a diez pesos: y que a lo menos valía la mitad cada árbol de yerba, sacaban doscientos mil pesos. De los algodonales comunes y particulares que daban cinco o seis mil árboles de algodón al año: y de las huertas comunes de melocotones, que es propia tierra para ellos, y de otras frutas, sacaban crecidas sumas, que montaban por la parte que menos, setecientos mil pesos.

La iglesia del pueblo de San Miguel, en que trabajaron mil indios por diez años, de que ya se tocó algo, la valuó el ingeniero mayor del ejército y otros arquitectos en un millón de pesos: y el General portugués, luego que la vio, dijo que sólo los cimientos valían más que lo que el Rey de Castilla daba por todo el pueblo, eso es, los cuatro mil pesos: y todo esto era de los indios, que lo hicieron sin jornal alguno, con grandes sudores y fatigas.

Como perdía todo esto el pobre indio, y con la circunstancia muy agravante para ellos, de haberse de dar a los portugueses, que en lo antiguo les hicieron tantos daños, y en lo presente se los hacían también muy frecuentes, con continuos hurtos de sus ganados en las estancias, y con pendencias frecuentes, y aun muertes, por defender su hacienda, por lo que los tenían por enemigos: como consideraban esto, y hacían refleja de lo que les había costado; y ahora les obligaban a hacer de nuevo todo esto con nuevos sudores y trabajos, cosa tan sensible a su genio tan perezoso; y sobre todo se les mandaba dejar su patrio suelo, e ir a tierras muy distantes, que es lo que más siente el indio; no pudieron sufrir tan pesada obediencia: y así, aunque siempre nos habían obedecido en todo, excepto en algunas transmigraciones que en tiempos antiguos fue preciso hacer con algunos particulares pueblos; habiendo aquí mayores dificultades, no hicieron caso de nuestros esfuerzos, y aun algunos Padres corrieron riesgo de la vida, por instar mucho en esta transmigración.

Los españoles, sabiendo el respeto que nos tenían, juzgaron que si les mandábamos que se transmigrasen, obedecerían luego: y así, que el no hacerlo era señal de que nosotros los amotinábamos. Pero iban muy errados. Ya después que entraron en los pueblos, trataron con los indios, y vieron lo que se les mandaba, y lo que perdían, nos decían lo muy errados que habían andado: y que ellos mismos, si se les mandase lo que a los indios, resistirían hasta la última gota de su sangre; pero que como eran mandados en lo que hacían, no podían menos de proseguir en la ejecución del tratado. Mejor hicieran en obedecer en todo según las máximas del Evangelio en caso de mandarles lo que al indio: y de estas máximas, como SI QUIS AUFERT TIBI PALLIUM, PRAEBE EI ET TUNICAM, nos valíamos para que cedieran a lo que se les mandaba. Fue esto de tal manera, que después, tomando juramento jurídicamente el General D. Pedro Cevallos no sólo a los Corregidores, indios principales y caciques, sino también a sus oficiales que se habían hallado en las refriegas de los indios, que eran muchos, de lo que había habido en este punto, testificaron todos que los indios, no los Padres, habían sido la causa de la resistencia. Este testimonio tan autorizado lo envió a la Corte. No obstante, muchos están en que nosotros fuimos la causa de todos los males. Cuando se dé lugar a la luz, se descubrirá la verdad.

Finalmente, los indios, a fuerza de armas, fueron echados de los siete pueblos. Recibiéronlos los otros 23 de la banda occidental del río Uruguay. El General Portugués, que había venido a esta campaña auxiliando a los españoles, y estaba persuadido a que en aquellos siete pueblos había muchas riquezas, de manera que hay testigo muy autorizado que afirmó haberle oído decir antes de esta conquista, que los Padres para sus colegios sacaban cada año millón y medio de pesos de los 30 pueblos, viendo ahora por sus ojos el engaño, comenzó a mostrar disgusto del tratado: pareciéndole que de la Colonia, por vía de contrabando, sacaba Portugal más plata que la podía sacar de aquellos pueblos. El General español, que juzgaba que a España se le seguía mucho daño y mengua de aquel tratado: aunque como tan fiel, obedecía en lo que se le mandaba. Había también que sacar de los montes millares de indios que, por miedo del ejército, y por no dejar su país, se habían metido en ellos: y decía el portugués que mientras el español no sacaba a aquellos indios, y los conducía a la otra parte del Uruguay en los demás pueblos, no podía él poner en los siete del tratado, ya evacuados, las familias portuguesas, que para ello estaban prevenidas: porque los del monte con continuas irrupciones los irían destruyendo. El General español, D. Pedro Cevallos, envió varios destacamentos a sacar estos indios. Cada uno llevaba un Jesuita: y ya con el terror de las armas, ya con las persuasiones del Padre, sacó a todos, y los condujo al sitio destinado. En estas cosas se gastaron tres años: y en todo este tiempo estuve yo con el General en los pueblos de San Juan y San Miguel, como capellán y Misionero del ejército. Acabados de sacar los indios amontados, murió nuestro Rey D. Fernando VI y la Reina. Entró a reinar D. Carlos. Y teniendo por injusto el tratado, luego lo anuló, y mandó que los indios volviesen a sus casas, y se les resarciese todo lo que habían perdido. Volvieron, y no hallaron ganados ni cosa que comer: pero con la ayuda de los otros pueblos, fueron volviendo en sí: y cuando vino el arresto de los Misioneros, que fue por Agosto de 68, ya estaban con bastante lustre, aunque les faltaba mucho para llegar al primero. El mandato del Rey de que todo se les resarciese, no se ejecutó, como suele suceder con otros mandatos reales en tierras tan distantes: y no fue por incuria del General. Hecha esta disgresión, prosigamos con lo político y económico del pueblo.

Además de los bienes comunes de vacas, algodón, etc., hay otro muy particular y cuantioso, que es el de la yerba del Paraguay, que comúnmente llaman YERBA, sin más ádito. Hay en los montes de aquellas Misiones, y en los de la gobernación del Paraguay, por toda ella, unos árboles propios de aquel territorio, del tamaño de un naranjo, y de hoja parecida a él, que llaman ÁRBOL DE YERBA. Cógense las ramas no grandes de este árbol: chamúscanse a la llama: pónense en unos zarzos muy altos: y por debajo se les da humo toda una noche: después se muelen y se ensacan. Esta es la yerba tan usada en aquellas tierras entre ricos y pobres, libres y esclavos, como el pan y como el vino en España. Úsase lo mismo que el té o chá, como dicen los portugueses, tomado de los chinos. Caliéntase el agua: échase como un puñado de yerba en el MATE, que es la vasija en que se toma, y es de calabazo pintado, de figura de una canoa o pesebre, o de coco grande, que los ricos lo tienen guarnecido de plata, o de palo santo, madera muy medicinal; no de estaño, plata, ni barro: encima de la yerba se echa el agua caliente templada, no hirviendo, que así hace que amargue la yerba: y la gente de algún ser la echa azúcar, y aun agrio de naranja y pastillas de olor. La gente ordinaria sin cosa de estas. Hay dos modos de yerba (no digo especies): una que llaman CAAMINÍ, o yerba menuda: otra CAÁ IVIRÁ, o yerba de palos. La diferencia entre las dos sólo es que la yerba de palos, para molerla, la meten en un hoyo, barriendo con ella tierra y otras cosas que había debajo de los zarzos adonde la echaron después de ahumada, y no tapan el hoyo: allí la majan, cayendo y entreverándose con ella la tierra de los lados del hoyo: y no la ciernen en cribas, sino quitando los palos mayores, dejan en ella los menores. La CAAMINÍ, o menuda, se muele en canoas, o en hoyo bien dispuesto que no se le mezcle tierra: y se criba, dejándola sin palitos. Esta vale casi doblado que la otra. De ésta hacen los treinta pueblos. La otra de palos la hacen los españoles del Paraguay, y los indios de los diez pueblos que tienen allí.

Antiguamente iban nuestros indios a hacer esta yerba a los montes, distantes de los pueblos 50 ó 60 leguas: porque no había a menor distancia. Los siete de la banda oriental del Uruguay iban por tierra con carretas: los demás por los ríos Uruguay y Paraná en balsas hechas de canoas, río arriba, que no se cría río abajo: y no se podía ir por tierra por las sierras y montañas intermedias. Los de tierra volvían con sus carros cargados después de muchos meses. Y los de agua, después de hecha la yerba, la llevaban a hombros desde el sitio donde se cría hasta el río, que en partes estaba lejos como de tres o cuatro leguas.

Viendo los Padres tanta pérdida de tiempo fuera del pueblo, sin los socorros espirituales de él, y tanto trabajo de los pobres indios, se aplicaron a hacer yerbales en el pueblo como huertas de él. Costó mucho trabajo, porque la semilla que se traía no prendía. Es la semilla del tamaño de un grano de pimienta, con unos granitos dentro rodeados de goma. Finalmente, después de muchas pruebas se halló que aquellos granitos, limpios de aquella goma, nacían: y trasplantando las plantas muy tiernas del semillero bien estercolado a otro sitio, y dejándolas allí hacer recias, después se trasplantaban al yerbal, y regándolas dos o tres años, prendían y crecían bien: y después de ocho o diez años, se podía hacer yerba. Es planta muy delicada: y con toda esta industria y trabajo, se logra: y se han hecho yerbales tan grandes en casi todos los pueblos, que no es menester que los pobres indios vayan con tantos afanes a los montes. Es grande el empleo que los Padres ponen siempre en librar de trabajos a aquellos pobrecitos, en su conservación y alivio, que en todas las otras partes son perseguidos, afligidos y maltratados, y yendo en gran disminución, como lo testifican las historias de eclesiásticos y seglares, y ratifican los que caminan mucho por las provincias de la América, excepto en algunas de indios más capaces que se gobiernan por sí solos, de que habla el P. Gumilla en su bella Historia del Orinoco. Por lo que el Rey Felipe V, informado de ésto por medio de los Obispos en sus Visitas, y de los Gobernadores y Jueces, alabó mucho este cuidado en los Padres en la Cédula del año 43, punto 4.º (tiene 12 puntos) exhortándonos a que prosigamos en este negocio de lo temporal: y añade: "Ojalá que así se hiciera en los pueblos del Perú: que no se experimentaría en ellos tan mala versación de sus haciendas." Ya se ha visto el cuidado, celo y empeño que se puso en las vaquerías para la conservación de estos pobres. Los españoles viendo estos yerbales, han pretendido hacer lo mismo en sus casas y granjas para librarse del mucho consumo de mulas que hacían por sierras y montes, haciendo y trayendo yerba: y yo les he dado semilla y receta para que lo hagan: mas nunca lo consiguen, aun siendo las tierras del Paraguay más a propósito para esta planta que las de otros países.

Esta es la finca principal de los pueblos para comprar lo necesario de Buenos Aires, y para dar al pueblo. Envía el pueblo anualmente a Buenos Aires 400 arrobas de yerba con los indios del mismo pueblo en barcas por los ríos, a manos de un Padre Procurador de Misiones que allí hay. Otros a Santa Fe a otro Padre que también hay allí: aunque por de menor comercio a aquella ciudad, es poco frecuentada aquella Procuraduría. Vende el Procurador la yerba v. g. a 4 pesos la arroba, según los tiempos, poco más o menos: y con su valor compra lo que el Cura pide, que suele ser tela, y aderezos para la iglesia, cuchillos, tijeras, hachas, fierro en bruto para muchos usos de los herreros, (cuchillos, tijeras y hachas se ha experimentado que es más útil comprarlos que hacerlos en el pueblo) armas de fuego, abalorios, y dijes para sus fiestas, adornos, tela de paño, y otras especies, lienzos de lino para los altares, y otras mil cosas necesarias, que a sus tiempos con toda economía y equidad se reparten entre todos.

Hay orden del Rey de que no se vendan para Buenos Aires y Santa Fe más de doce mil arrobas de yerba entre los 30 pueblos, que tocan a 400 cada uno. Esta orden se dio a petición de los españoles del Paraguay, que son los únicos que tienen este comercio, y bajan a Buenos Aires como cincuenta mil arrobas cada año, por el río de su nombre y el Paraná. No se pueden bajar más que estas doce mil aunque se despreciase el orden (que nunca se desprecia alguno, aunque sea de mucho trabajo, antes bien se pone mucho cuidado cumplirlos), porque es preciso pasar la embarcación por dos o tres parajes que están llenos de guardas de confianza, que lo registran todo y dan su pasaporte. De esta yerba dice el papel de aquel Prelado que todos sabemos, que sacamos tantas riquezas, que de ellas enviamos cada año un millón de pesos a N. P. General. A tanto ha llegado en estos tiempos la ceguedad, sueños y delirios de personas, aun de la mayor santidad, a vista de tantos Gobernadores, Oficiales militares, guardas y otros mil particulares, que saben o ven lo contrario.

Siémbrase también en todos los pueblos tabaco para el común. De éste envían también algunos pueblos a las ciudades, que allí se usa mucho para fumar y mascar. Es muy común en estos dos usos entre la gente baja, y no pocos de distinción. Los indios no usan sino para mascar, que dicen les da así mucha fortaleza para el trabajo, especialmente en tiempo de frío. No se usa en polvo por las prohibiciones reales. El de polvo viene de España, y vale lo más barato a cuatro pesos libra. Todo lo que va de Europa es a este tenor: el quintal de fierro a 16 pesos (allí no hay sencillos): el paño, de Segovia a 8 pesos vara: el barril de vino de Andalucía de 4 arrobas o cántaras, o 32 frascos ordinarios, a 30 pesos: y así lo demás.

De todos los bienes de comunidad dichos, sólo salen de los pueblos el lienzo y algo de hilo para pábilos, la yerba y el tabaco: dejando lo necesario para el consumo de los vecinos. Los demás bienes quedan para el gasto, y para contratar unos con otros: porque en unos abunda el algodón, en otros escasea; de manera que con dificultad se coge lo necesario para el pueblo: y lo mismo sucede con el maíz y legumbres: y con los ganados: y acuden a tiempos varias plagas de gusano, langosta, etc. en algunas partes, dejando otras: por lo que hay mucha comunicación de unos con otros en compras y ventas. No corre dinero en esto. Y lo que es de maravillar, en toda la gobernación del Paraguay, ciudad de las Corrientes (aunque pertenece a la de Buenos Aires), ni en algunas otras ciudades de otras provincias. Todo se hace por trueques. En el Paraguay tiene la ciudad puesto precio fijo imaginario a las cosas: el algodón, la arroba a dos pesos: el tabaco en hoja, a seis: la arroba de yerba, a dos, las vacas, a seis, etc. Y así el que tiene mucha yerba, y nada de algodón, para comprarlo, se informa del que lo tiene, (que allí no hay tiendas, ni plazas de cosas vendibles), y ve si se lo quiere vender por yerba: y como ya saben los precios, sólo ajustan lo que corresponde a un género por otro. Los géneros de Europa, que llegan allá desde Buenos Aires están señalados por la ciudad a cuatro por uno, lo que costó en Buenos Aires uno allí se paga cuatro: y lo que costó 100 se paga 400: y así se hace comúnmente en todo.

A este modo, en nuestros pueblos están señalados los precios de todas las cosas: y cada Cura tiene su papel de ellos: y cuando le sobra algo, da lo que le sobre por lo que necesita. Y estos precios nunca se varían, haya carestía, o abundancia. Y los géneros que vienen de Buenos Aires, como están más cerca que del Paraguay, están señalados a 25 por 100 por los costes y peligros de la conducción. Y por esto, el Procurador envía lista del precio a que compró allá los géneros, porque aunque no se compran para revenderlos con lucro (que esto sería negociación prohibida a todo eclesiástico), sucede a veces estar sumamente necesitado un Cura de algodón para el vestuario de los indios, porque se lo destruyó el gusano (que aun más que la langosta arrasa): o de maíz, porque la seca en su territorio lo perdió: y entonces da lo que tenía en prevención aun para el adorno de la iglesia, para socorrer la mayor necesidad de sus indios. Con estos resguardos y órdenes que se cumplen al pie de la letra, se evita la demasiada solicitud y codicia que podía haber con inquietudes corporales. Todos estos tratos los hacen los Padres al modo que los hace un padre de familia en su casa, por no ser los indios capaces de ello.

Por la misma causa los indios no disponen las faenas, viajes por tierra y agua, y demás menesteres del común: ni su avío y matalotaje: que el indio no tiene talento para prevenir sustento más que para 4 ó 6 días, aunque tenga con que prevenirlo, y aunque sepa que el viaje ha de durar meses enteros. El Padre llama al Corregidor y Mayordomo, y conferencia con ellos cuántos indios son menester para tal tropa de carros, y para tal barco que es menester despachar para el bien del pueblo: cuántos bueyes, caballos, mulas, vacas, maíz, legumbres, yerba, y tabaco se necesitan para su sustento y guardar lo que lleven unos y otros. Escógelos el Corregidor, y vienen a la presencia del Padre. Este admite o desecha los que le parece. Ve si les falta vestuario, según la calidad del viaje y del tiempo de frío, lluvia, etc. Socórreles del vestuario del común: y así aviados en todo, caminan: y como saben esto, ningunos repugnan.

No se da sueldo, porque lo hacen para el común, tanto para ellos, como para los demás: y mientras éstos están en el viaje, los demás les están componiendo y haciendo su casa, labrando los maizales, y demás sementeras comunes para ellos y para todos: y para los particulares también, si acaso tardan mucho; y haciendo todo lo demás que sirve para ellos y para los que quedan. Sólo en caso de ser mayor trabajo el de los viajantes que el de los que quedan en el pueblo, o de haber hecho su viaje con especial cuidado y utilidad, se les remunera a la vuelta: y el premio suele ser rosarios, lienzo de listado (de que gustan mucho), cuchillos, espuelas, frenos, hachas y cuñas. El Corregidor y Mayordomo son a modo del Ministro y el Procurador en un colegio: y el Cura es como el Rector. El Compañero del Cura no cuida de estas cosas, sino de ayudar en lo espiritual. Asimismo los demás oficiales, y plateros, pintores, herreros, etc., no llevan sueldo por la misma causa: y están muy contentos con este gobierno, por ser el más propio para su genio, de manera que los hombres más prudentes y experimentados, que conocen el genio de este gentío, como son los señores Obispos en sus Visitas, los Gobernadores y Visitadores, han hecho en todos tiempos informes al Rey muy honoríficos de este concierto y economía: afirmando ser, atenta la capacidad de la gente, el más conforme al servicio de Dios, del Rey y de la República, como lo dice el mismo Felipe V en la Cédula citada de 43, apuntando en particular algunos de estos informes, exhortándonos, como se dijo, a proseguir en este gobierno. Y es de advertir que afirma S. M. que esta Cédula se hizo después de haber visto y reflexionado despacio y con toda atención en Junta particular de los más calificados ministros todos los papeles de los afectos y desafectos, enemigos y amigos de los Jesuitas, que se habían hecho en más de un siglo sobre este asunto, y enviado a la Corte: careando los acusadores con las defensas: sobre cuyo acuerdo se hicieron los doce puntos de ella. Y despachó con ella otra Cédula en que mandaba que en adelante, si se hiciese alguna acusación contra las Doctrinas del Paraguay, no se viese ni atendiese, sin leer primero esta Cédula de los doce puntos. Parece que no cabe mayor autoridad, verdad y certificación. No obstante, sucede lo que estamos experimentando.

Los que en la Línea divisoria venían por Demarcadores, y algunos otros del ejército, los cuales venían muy empeñados en la ejecución del tratado, diciendo era muy útil para España, y a quienes se habían prometido honoríficos ascensos en caso de efectuarse, decían que todo este gobierno era errado: que cada indio debía tener sus vacas lecheras y otra tropilla más, que comer, como hacen los españoles del campo: un yerbal por huerta: un tabacal: sus caballos y mulas: y hacer yerba y tabaco en abundancia, y venir los españoles a comerciar con ellos, y los Padres sólo enseñar la Doctrina cristiana. Qué más quisiéramos nosotros, que poder conseguir esto, por estar libres de tanto cuidado temporal. Muchas pruebas se han hecho para conseguir algo de esto en diversos tiempos: mas nada se ha podido alcanzar. Si estos indios fueran como los españoles, o como los indios del Perú y Méjico, que antes de la conquista vivían con gobierno de Reyes y leyes, con economía y concierto, con abundancia de víveres, adquiridos labrando sus tierras, en pueblos y ciudades: si fueran de esta raza, casta y calidad, se podía decir eso. Pero son muy diversos. Eran en su gentilismo fieras del campo como se ha dicho. La experiencia ha mostrado que el cultivo de 150 años, que ha que empezaron sus primeras conversiones, sólo ha podido conseguir el amansarlos y reducirlos a concierto, como se ha dicho, de que se admiran mucho los Obispos y otros, considerando lo que eran, teniendo por mucho lo que se ha hecho y conseguido de su brutalidad.

Decían más: que si los españoles estuvieran mezclados con los indios, dispensando en la ley que lo prohibe, tendrían más luces, entrarían en alguna codicia, lo agenciarían más bien, haciéndose a guardarlo. La ley se puso con mucha consideración, y después de mucha experiencia de lo que pasaba. Experimentose que los indios, aun los de mayor cultura, como los de Méjico y Perú, no adelantaban en la economía y puntos de hacienda por la comunicación con los Españoles, antes cada día eran más pobres sobre otros daños que se les seguían, y por eso se puso la ley de que el que no fuese indio, no tuviese domicilio en sus pueblos: y otra de que si pasaba alguno de paso por ellos, no se permitiese estar en ellos más de tres días: y la otra de que no se les permitiera andar por las casas de ellos.

Son muchos los indios, que se huyen a los pueblos de los españoles. Aunque no sea más que de ciento uno, como son cosa de cien mil, ya son un millar. Unos se huyen porque les castigan por no hacer suficiente sementera para su familia: otros, por matadores de bueyes y terneras, a que son muy aficionados, y no se pasa sin castigo, porque no se destruya el pueblo: otros por pecados de lujuria, y temen los azotes que hay señalados por ellos, porque para todo género de pecados hay castigo señalado, pero castigo paternal, no judicial y hay también fiscales, Alcaldes, Mayordomos, etc., que celan sobre ellos, que con dificultad se quedan sin castigo: y se huyen solos, sin su mujer, o con mujer ajena: y como saben que allá todos estos pecados los pueden hacer sin castigo, porque en estos desiertos, y más en las granjas y estancias de ganados, adonde ellos comúnmente huyen, los pueden ocultar mejor que en su pueblo: es ésta una tentación vehemente para los malignos. Y no es mucho que de cien haya uno de estos malignos: y quizás no se hallará cosa que en la República más culta se hallará, sin que por eso se tenga por defectuosa. De estos, unos vuelven; los más se quedan, y no saben vivir sino alquilándose por jornaleros. Les da su amo cinco o seis pesos cada mes, y de comer: que es el jornal de un peón ordinario: y para que cumpla, es menester que el amo esté sobre él. Pasado el mes, se va a jugar y emplear la paga en aguardiente, que se aficionan hasta embriagarse, cosa que jamás vieron en sus pueblos, donde no se hace este licor, ni viene de otra parte: y aquí luego lo aprenden. Ni aun se hace en sus pueblos vino que pueda embriagar: sino una como aloja, que llaman CHICHA, de maíz, que todos usan en lugar de vino: cuya maniobra, o BOQUIOBRA es mascar el maíz: y con la mascadura y sarro, echarlo en un barreñón de agua: y dejarlo allí dos o tres días hasta que se aceda algo: y entonces lo usan: si se deja algunas semanas, toma fuerza y embriaga: pero nuestros indios, aunque hacían esto en su gentilismo, y se embriagaban con él, nunca lo hacen después de cristianos. Quitose este vicio. Después de gastar el peón (así se llaman allí los jornaleros), sus cinco pesos, vuelve a alquilarse. Así pasan toda la vida, y no paran en un sitio. Unos días están en las estancias de Buenos Aires o en la ciudad: a poco tiempo se van a Santa Fe: luego de allí al Paraguay, distante 200 leguas: y andan vagueando y sin cuidado alguno de su bien espiritual.

Entre los españoles, ven bueno y malo: y más de esto; porque el indio no trata sino con la gente más soez: mulatos, mestizos, negros y esclavos: en quienes reinan más los vicios: no aprende cosa buena de lo que ve, e imita luego todo lo malo. Y así con los que vuelvan al pueblo, tenemos harto trabajo en quitarles las mañas que allí aprendieron, para que no inficionen a los demás. Y en algunos pueblos no los quieren admitir, por el daño que han experimentado que hacen con los vicios que traen: y aun suelen volver a huir con una o dos mozuelas, mujeres ajenas. Lo que la prudencia y solicitud real pretende, es que tengan alguna comunicación o comercio con los españoles, para que vivan con alguna hermandad como vasallos de un mismo Rey, sin odio ni extrañeza; pero no de modo que se sigan los daños insinuados y otros con la comunicación cuotidiana. La pretendida comunicación ya la tienen, y siempre han tenido en frecuentes viajes por agua, que hacen con sus haciendas, y por tierra a hacer edificios públicos, como fortalezas; a pelear en compañía de los españoles contra los portugueses e infieles. Cuatro veces han puesto sitio a la Colonia, yendo cada vez millares de ellos. Las tres la ganaron: y después por tratados de paz fue restituida. Más de cincuenta servicios de éstos se cuentan que han hecho con los españoles desde sus principios.

A los Demarcadores instruidos en los documentos dichos, que saben cómo se vive fuera del pueblo, les preguntábamos: qué adelantamiento se veía en él, después de 20 ó 30 años de habitar con los españoles, y ver su economía, solicitud y codicia por recoger y guardar hacienda, si habían visto indio alguno que supiese guardar cincuenta pesos, siendo así, que cualquier mulato o negro los adquiere y guarda con el trabajo de un año. Y respondían que ni diez. Con todo eso, quedan muchos con sus dictámenes. Es lo mismo que si dijéramos que era errada la administración de un tutor que cuida de dos o tres pupilos, y de la hacienda que les dejaron sus padres: que el pupilo ha de gobernar su hacienda, hacer tratos y contratos: y el tutor sólo ha de cuidad de enseñarle la doctrina y buenas costumbres. Todos, y ellos con todos, confiesan que el indio es un niño que no sabe cuidar de sí mismo; que es menester tratarle como a tal, y no de Usted, como a los niños: luego es menester gobernarle como a un niño.

Bien pudiera el indio hacer todo lo que dicen, y el Cura le ayudaría. Un Corregidor hubo en el pueblo de la Candelaria que plantó un yerbal en sus tierras. Hacía cada año dos tercios de yerba, que son unos zurrones de cuero de vaca, de siete arrobas, poco más o menos, que se acomodan bien en cargas. Llevaba sus dos tercios al Cura, al tiempo de despachar el barco con la hacienda del pueblo, lienzos, tabaco y yerba. Pedíale que despachase sus tercios a Buenos Aires, y que con el producto le hiciese traer lo que necesitaba para su casa: que suele ser bayeta, paño, cuchillos y abalorios. Señalaba el cura los dos tercios; advertía al P. Procurador de quién eran y para qué; decía puntualmente todo lo que el Corregidor pedía. Conocí uno que era Comisario de guerra en su pueblo, el cual plantó un cañaveral de caña dulce; hacía de él cada año tres o cuatro arrobas de azucar; llevábalas al Cura para que fuesen con la hacienda del pueblo, y le traían lo que pedía. Algunos años se iba con el barco, según iba señalado, y por medio del P. Procurador vendía y compraba. Y todos podían hacer lo que éstos hacían, y mucho más, y los Padres se alegrarían mucho de ello. Pero no hay caletre para eso. En treinta y ocho años que estuve, en dos veces, en los pueblos, no supe que otro hiciese otro tanto. Estos eran más capaces que los demás; pero entre muchos millares no se encuentra uno como ellos.

Un mulato, a quien traté mucho, siendo mozo, se casó con una cacica, cuyo cacicazgo había perdido la línea varonil: que es cosa que no sé que haya sucedido otra vez, porque las indias nunca se casan sino con los indios. Admitiosele en el pueblo para cuidar de sus vasallos. Sabía leer y escribir; portábase bien, y así casi siempre fue Mayordomo de la casa de los Padres, que es serlo de todo el pueblo; y los Padres de los demás pueblos le llamaban para visitar estancias, y otros encargos de monta, valiéndose de él como de un hermano Coadjutor. Este, en un ángulo de la estancia de su pueblo, tenía su manada de vacas para su casa, y caballos, y mulas, y los guardaba muy bien. Hizo su tabacal y cañaveral, y el tabaco y el azúcar que de ellos hacía, lo enviaba a Buenos Aires del modo que hacían los dos que acabamos de decir, dejando lo necesario para su casa. Otras veces lo vendía al hermano Coadjutor que tenía el Superior de todos los Misioneros para cuidar de proveerlos de vestuario y todo lo necesario. Y de esta manera andaba muy abastecido de todo. Era de la capacidad, economía y honra de un español de mediano entendimiento. Su Cura y los demás Padres le ayudaban para que así se portase. Todo esto veían los indios, y ninguno le imitaba. En las Misiones que estaban a cargo nuestro en Méjico y en el Perú, no cuidaban los Padres Misioneros de esta suerte de lo temporal, porque aquellos indios son de mayor capacidad y economía, y no necesitan de tanto para su conservación y para que vivan como cristianos. Ni en la misma provincia del Paraguay se hacía esto con todos los indios, porque en la nación de los Pampas de Buenos Aires, donde yo estuve muchas veces, viendo los primeros Padres que los convirtieron que sabían buscar por sí el mantenimiento temporal sin mucho cuidado de los Misioneros, y que guardaban lo que adquirían sin desperdiciarlo, y que en los tratillos de sus cosas con los españoles no se dejaban engañar, les dejaban gobernar por sí mismos. Y eran Padres que habían sido Curas de las Misiones de nuestro asunto. Los religiosos de San Francisco que tienen a su cargo cuatro pueblos de la Gobernación del Paraguay, y dos en la de las Corrientes, con ser que es más impropio de ellos manejar hacienda, hacer tratos y contratos, etc., por la rígida pobreza de su Instituto; cuidan de lo temporal de sus indios del mismo modo que nosotros, por ser aquellos indios de la misma calidad. Y en otro pueblecillo que tienen en la jurisdicción de Santa Fe de la nación Calchaquí, no cuidan de ese modo: porque son indios más próvidos. Luego yerran los señores Demarcadores Reales en sus dictámenes contra el sentir de señores Obispos, Gobernadores, Visitadores y de los mismos Reyes, que se guían por la experiencia. Los hijos del mulato que dijimos (vivió muchos años, ya murió) salieron más capaces y económicos que los demás indios, pero no tanto como su padre; y así vemos que sucede en otras generaciones. Cásase una india de las huidas a los españoles con un indio de su nación. Aunque vivan los hijos y los nietos de la huida con los españoles, no salen de su cortedad, incuria y falta de habilidad para lo temporal. Cásase con un español, que tal cual vez sucede, porque se enredó con ella, y quiere salir de aquel mal estado sin dejarla. Sus hijos salen más hábiles, por lo que participan de su padre; los nietos salen mejores y los biznietos no se distinguen de los demás españoles. Este era el único remedio para que estos indios se pudiesen portar del modo que quieren nuestros Demarcadores. Pero tiene el español por tan vil y bajo al indio, que antes se casará con una bastarda, con una mulata, con una negra que con una india. Yerran mucho en su dictamen los españoles, porque el indio es tan libre como el español; y por lo que toca a la sangre, no tienen impedimento para oficio alguno político ni aun económico. Pero el bastardo, el mulato, el negro, son viles por sangre, e incapaces de esos oficios. Pero como los ven unos pobrecitos en su porte, no hay sacarlos de su error. El indio, pues, no tiene a su mandar sino el producto de su sementera, y algunas gallinas, a que son algo aplicados, y el poco lienzo que sacó su mujer de su particular hilado. Todo lo demás está de común y a disposición del Cura. El Corregidor, Alcaldes, etc., a nadie castigan ni envían a viajar ni faena, sin orden del Cura: y no más.

Todos los indios de 18 años hasta 50 pagan su tributo al Rey, excepto los caciques, sus primogénitos, el Corregidor (que no es siempre cacique), y doce que exceptúa el Rey para el servicio de la iglesia, huerta de los Padres y demás oficios domésticos. El tributo es sólo de un peso, por no haber sido estos indios conquistados con armas, sino con sólo la cruz. No pagan sisas ni alcabalas, cosas que pagan los españoles, aunque no pagan tributo. Pagan también diezmos, aunque no los paguen otros indios de más crecido tributo. Se compusieron con el Rey en que fuesen cien pesos por cada pueblo, fuese grande o chico. En toda la América, los diezmos son del Rey por concesión pontificia, con obligación de dar renta a los eclesiásticos, como se hace. Todos los órdenes Reales comunes o particulares, se cumplen al pie de la letra en estos pueblos, ya los que están en las leyes de Indias, ya los que están en las Cédulas, aunque no se cumplan entre los españoles; como es el no sacar aguardiente de miel de caña dulce: que aunque lo sacan los españoles del Paraguay y Corrientes, donde se hace la azúcar, y a los jueces de residencia dan por razón que no tienen otro licor para vino; con todo eso, no se saca en los pueblos aunque es harto necesario para remedio de frialdades, para los indios, que padecen mucho de eso. Hácese algo de duraznos y otras frutas, de que no hay prohibición; pero de caña se podía hacer con mucha mayor facilidad y abundancia.

Más se pudiera decir sobre el título de este capítulo; pero va tan largo que no juzgué llegase a la mitad; y así vamos a otro. No hablé del Rey Nicolás cuanto traté de la línea divisoria, porque ya se descubrió ser todo una pura patraña, como una novela o sueño. El indio Nicolao, después de haberse atribuido a un Jesuita, con los delirios de la moneda de oro, etc., fue después mi feligrés en el pueblo de la Concepción.


CAPÍTULO VI

GOBIERNO TEMPORAL, ECONÓMICO Y RELIGIOSO DE LOS MISIONEROS

Bien es que tratemos del porte en lo temporal y espiritual de los Misioneros, para mejor entender lo que luego se dirá de los indios. En el pueblo de la Candelaria, que está en medio, tiene su asiento ordinario un Misionero que es el Superior de todos los demás, con la autoridad de un Rector de un colegio. Él cuida como en los colegios, de las necesidades temporales y espirituales de todos. Como el Rey, por percibir diezmos, da renta a los eclesiásticos, como ya se dijo, la da a eéstos treinta Curas, y es 466 pesos y cinco reales a cada uno, sea grande o pequeño el pueblo, con uno o más compañeros. Esta renta no la perciben los Curas, por ajustarse más al voto de pobreza: percíbela el Superior. Este tiene en aquel pueblo, además del Cura y su Compañero, un hermano Coadjutor como administrador de esta renta, que hace traer con ella de Buenos Aires vestuario interior y exterior para todos, calzado, aceite y vinagre, vino y cuanto se suele gastar en un colegio, que no se halla en aquellos pueblos; si se halla, lo compra como si lo comprara a un español, y lo pone con el conjunto de la comunidad. Tiene en su pueblo bodega y almacén; ocho indios sastres y zapateros, que hacen sus oficios para todos a la medida del pie y cuerpo de cada particular, a los cuales les paga cumplidamente su trabajo; y en los meses de sementera, se remudan cada semana con otros tantos. No da el Rey sínodo para el Procurador ni Superior, ni para dos o tres Coadjutores más que entienden de cirugía y botica, y son los únicos médicos que allá tenemos; ni para algún otro pintor o arquitecto, que de tiempo en tiempo suele haber, para enseñar a los indios. Sólo lo da a los treinta Curas; y de esta renta se sustenta el Superior con los otros cinco o seis: la que bien manejada en manos de uno, basta para todos. Al principio señaló el Rey por sínodo doblada renta: novecientos treinta y tres pesos y dos reales, por ser la que se da en el Perú a los Curas, así seculares como regulares, de que hay muchos de varias religiones; pero los Nuestros no quisieron admitir más de la mitad, alegando que, en el ejercicio de nuestros ministerios, no solíamos tomar más que lo preciso para vestido y alimento; y que en aquella tierra donde las cosas eran más baratas que en el Perú, bastaba la mitad. Pasando por la Candelaria conduciendo tres Demarcadores mostré al principal la Cédula Real que esto decía, y tuvo harto que admirar, atenta la fama común de los Jesuitas.

Cada mes envían los Curas por vino, y con esa ocasión piden la ropa interior o exterior que necesitan para sí y sus compañeros, y cualquiera otra cosa de que hubiera necesidad, y son proveídos prontamente. Se envía un frasco ordinario para cada semana para cada uno; vino para todo el mes para Misas, y como no son bebedores, hay bastante con esto. No se toma del pueblo cosa ninguna de éstas: sólo se toma lo que no puede dar el hermano Coadjutor que hace de Procurador (que dista de algunos pueblos más de 50 leguas), como son huevos, pescado, hortaliza, legumbres, y trigo. Lo que se puede comprar, como son huevos, se compran con las cosas que más estiman los indios, no porque ellos pidan paga: que sin ella lo dieran todo por agradecidos que están al bien que se les hace, y andamos tras los Mayordomos para que no pidan a los indios cosa alguna sin pagar; los que, sabiendo que es para los Padres, todo lo dan luego. Las demás cosas que se hacen de comunidad, como legumbres, trigo, etc., se las pagamos o resarcimos de otro modo. Para eso, envía el Superior por Navidades a cada Cura una buena cantidad de cuchillos, tijeras, agujas, abalorios, sal, que no la hay allí y se compra de fuera, y es cosa de que gusta mucho el indio; jabón, y otras cosillas, para que a cada uno se vaya dando, no sólo al que le lavó la ropa, al sacristán que le remendó algo, a los hortelanos, a los que le trasladaron algo por escrito, que algunos hacen muy buena letra, sino a todos los demás que tuvieron parte en lo que hicieron por junto. Y estas cosas las compra el P. Superior con la renta sinodal. En todo esto se mira a hacer por caridad puramente lo que se hace por ellos, y el sínodo del Rey miramos como la renta que tiene un colegio de su fundador. Los seglares de entidad, de razón y equidad, que algunas veces van a estos pueblos por negocios del Gobernador, o por otro título, viendo ese desinterés, exclaman: Pues ¿no está el Padre cuidando de toda la hacienda como un tutor de sus pupilos, como un capataz, como un mayordomo, y finalmente con el afán de un padre de familia en una casa? ¿Pues esto, no es cosa estimable? El sínodo del Rey es por oficio de Cura meramente, como se da a los Curas de otras partes, en que no cuidan de lo temporal: no por ser capataz, mayordomo, procurador, etc. Cualquiera de nosotros que hiciera lo que el Cura, no sería bien pagado con 700 u 800 pesos al año. ¿Cómo no dan eso los pueblos a sus Curas, pues esto lo pide la justicia?

Como hombres de mundo, que no tratan de perfección, y su norte en sus acciones y oficios es adquirir riquezas y honras, les es tan difícil esto, como a nosotros fácil: y así les repondemos: ¿No ven en Buenos Aires al Padre que es maestro de escuela, de Gramática, y Filosofía, que están quebrantándose la cabeza tarde y mañana con aquellos muchachos, trabajando tanto para su bien? Ya ven que nada piden ni reciben. Bien vemos que en todo rigor debían dar los indios al Cura por su trabajo temporal, a que no está obligado, 500 ó 600 pesos al año, pues sin él, nada tuvieran. Bien sabemos que si dijéramos a los indios que queríamos tomar esa paga de la hacienda del pueblo, luego darían el sí. Pero así como aquellos oficios de los colegios se hacen sin interés, por mera caridad; así hacemos esto por lo mismo, para tener mérito para el cielo. Y como vemos que sin ese trabajo no podemos conseguir el provecho de aquellos pobrecitos, que es nuestro primario objeto, nos es esto nuevo motivo para el desinterés. Felipe V, en la Cédula citada de 43, dice que el Obispo Fajardo de la Orden de la Merced (conocile en Buenos Aires) de resulta de la Visita de los 30 pueblos, pues visitó también los 13 que pertenecían al Obispado del Paraguay, a petición de su Sede-Vacante, le dice que en los días de su vida vio desinterés semejante al que veía en aquellos Padres: pues ni para su vestido, calzado ni otra cosa se valían de los indios, siendo así que ellos estaban continuamente afanados no sólo por su bien espiritual, sino también temporal. Esto piensan los hombres de seso, los prudentes y bien intencionados que ven aquello. Pero los malignos, los que hablan sin examen, o no han visto lo que hay, y que, si lo han visto, ha sido sólo de paso, sin enterarse de la materia, y que todo lo sospechan y echan a mala parte, piensan que sacamos de allí mil intereses. De esta calidad serían los que encajaron al General portugués, que sacábamos millón y medio de pesos anualmente; y los que quisieron hacer creer el Prelado [el Arzobispo de Burgos, Señor Arellano] que de sola yerba sacábamos cada año un millón de pesos para nuestro P. General. Y el que poco ha sacó a luz un tomo de Reino Jesuítico, que desde la primera hasta la última palabra es una falsedad, una pura sospecha y juicios temerarios, sin pruebas ni razones, más que porque él lo dice. La verdad de todo, con toda sinceridad es lo que aquí se dice. Convido a todo el mundo a que envíe a aquellos pueblos los jueces más justos y rigurosos y, prevenidos de intérpretes muy peritos y fieles, examinen con este papel en la mano todo lo que se ha dicho y dirá.

Dicho ya con toda brevedad el gobierno económico y temporal de los Padres, digamos algo del espiritual y regular. Tiene el Superior cuatro Consultores, y Admonitor, como en los colegios: éste para que le avise de sus defectos, aquéllos para consultar con ellos todas las cosas de monta, y son de aquellos que habitan más cerca de la Candelaria, y los más graves y experimentados. Hay un libro de Órdenes hecho por los Provinciales, que fueron Misioneros muchos años, y por eso muy prácticos en el asunto: en él se trata de nuestro porte religioso y del gobierno de los indios en lo espiritual, político y económico y militar; y se ordenan y mandan en él las cosas más menudas y particulares. Este libro lo tienen los Curas y Compañeros, y se lee por media hora cada semana en presencia de los dos o tres, o más, que hubiere en el pueblo. El Superior anda con frecuencia visitando los pueblos todos, y examinando con suavidad si se cumplen; y si eso no basta, con penitencia y rigor. Como todos obran según ese libro, y ninguno puede por su cabeza hacer cosa distinta, sin que haya reprensión o penitencia, todo anda uniforme. De que se pasman los españoles que pasan, viendo que las modas, costumbres, usos y distribuciones son las mismas en cada pueblo que en otro. No sabe el libro que hay de ello y lo que se cela su observancia. Cuando el P. Superior reprende a alguno, no estando en el pueblo del culpado, envía el papel de represión al Compañero, si es algún anciano, o a otro del pueblo más cercano, con orden de que vaya a leérselo al reo a su pueblo; el cual lo oye de rodillas, como en los colegios, y después le despacha por todos los pueblos para que todos le vean. Hay órdenes repetidas por los Generales para que no envíen a aquellos pueblos ni a otras Misiones a cualquiera, sino a sujetos muy probados en virtud. Esto debía bastar para que todo fuese muy regular; y para ayudar a que así sea, hay la frecuente visita de los Superiores y la continua práctica de avisos, reprensiones y penitencias, con la mucha caridad que las usa nuestra religión. Y si alguno no se porta como debe, luego el Provincial lo quita de Cura, y le pone por súbdito de otro (que los Curas son Superiores de los que están en su pueblo) o le saca a los colegios. Y ésta es la causa porque hay pocos expulsos de los Misioneros: de que se jacta el autor de aquel desatinado libro que acabamos de insinuar, suponiendo que hay muchos delitos, y no menos que de homicidios, de hurtos muy crecidos y de lujuria, y que se permiten sin expeler a nadie. No trae pruebas de ellos, sino sólo sospechas temerarias; pues de lo poco que alega para ellas, se infiere lo contrario de lo que dice, en el juicio de cualquiera hombre cuerdo. Tal cual expulso suele haber, aunque él dice que ninguno.

El oficio de Cura es algo impropio de todo religioso, que entró en la religión para servir en el Monasterio debajo de un Superior presente. De la nuestra no es tan impropio por ser religión de clérigos. No obstante, [por] no ser otra cosa tan conforme, hubo a los principios mucha contradicción de los nuestros en orden a recibir Curatos, de manera que quebraron con el Virrey, que instaba a que los recibieran en el Perú. Convertían muchas naciones de indios, ya de alguna cultura, que cultivaban la tierra, y se sustentaban en forma de república en pueblos ya de otros muy bárbaros, como los de nuestro asunto. Después de reducidos a vida racional, política y cristiana, los entregaban al Obispo para que pusiese Curas clérigos. Como la pobreza del indio, especialmente de los que son de la calidad de nuestro asunto, más necesitan de Cura que les sustente, afanándose en buscar bienes temporales sobre los espirituales sin interés ninguno, que de quien busque de ellos rentas y obvenciones para enriquecerse a sí o a sus parientes; y éstos les pedían de sus pobres cosechas y alhajas estipendio por Misas, casamientos, entierros y demás ministerios, se volvían a su gentilismo, desamparando los pueblos, y los Curas a su casa. Viendo nuestros Misioneros estas desgracias repetidas en muchas partes, y juntándose a ello el orden o exhortación del Rey, admitieron los Curatos, por no perder sus trabajos, en que varios derramaban su sangre, y porque no se perdiese aquella cristiandad.

En todos tiempos mueren mártires varios Misioneros a manos de los bárbaros. En mi tiempo han muerto de esta suerte cinco de mis compañeros; y yo he estado algunas veces destinado y buscado para este sacrificio, pero no lo han merecido mis pecados. En los Guaraníes de que hablamos, murieron a sus bárbaras manos a los principios hasta cinco, y otros fueron heridos. De los que hemos venido ahora desterrados a Italia, han venido dos con las cicatrices de las saetas, con que les hirieron los infieles, entendiendo en su conversión; porque ya de los Misioneros de los Guaraníes, ya de los que estaban en los colegios, no cesaban las Misiones a los infieles, siempre que se abría puerta para ellas. Los Provinciales, por privilegios pontificios y Cédulas reales, pueden remover de los Curatos a sus súbditos sin dar razón del motivo para ello: porque son AMOVIBILES AD NUTUM SUPERIORIS; el mismo privilegio tienen las demás religiones, pero no pueden poner otro. Es menester para eso presentación real y canónica colación. En toda la América el Rey es el patrón que presenta los Curatos y demás oficios eclesiásticos, y en su lugar el Virrey o Gobernador de cada Obispado. Cuando el Obispo quiere poner algún Cura, presenta al Gobernador tres en primero, segundo y tercero lugar, para que elija como Vice-Patrono Real; éste presenta el electo al Obispo, y [el Obispo] le da la colación y elección canónica. El Provincial regular presenta tres del mismo modo, primero, segundo y tercero al Gobernador; y éste al Obispo el que eligió; y el Obispo le da la colación, y el Cura hace la protestación de la fe, toma posesión de las llaves de la iglesia, con todas las demás ceremonias canónicas. Como nuestros pueblos son muchos, y a tiempos está el Provincial distante 300 y 400 leguas del pueblo o Curato que vacó, y el Gobernador y Obispo algunos centenares de leguas, pide licencia a estos dos Superiores, para poner interino por medio del Superior, mientras él se puede informar de más cerca, para ver a quién puede y debe presentar, y siempre se la dan. Él viene en su trienio (que muchas veces en la América es cuadrienio por privilegio, y de ahí no pasa) una o dos veces a todos los pueblos. Acabada su Visita, en que se informó de todo, hace presentación al Vice-Patrón; y suele ser de muchos Curas, unos que quita, otros que muda, de que han tomado ocasión los inconsiderados para publicar que el Provincial es Gobernador, y Obispo, y que quita y pone Curas a su antojo. El Gobernador, como ve que no hay oposición, ni pretensión: que un Curato no es renta más pingüe que otro, y no los conoce bien, apenas cuida de los sujetos; porque para tales Curatos no bastan letras y virtud solamente, sino también son menester otras prendas de gobierno y economía que el Provincial sabe; y está satisfecho que éste no desea más que el bien de aquellos pueblos, y que le propone los más aptos, por vía de prudencia y buen gobierno elige siempre al que va en primer lugar, aunque pudiera elegir otro, y lo mismo hace el Obispo; y así es verdad que en el Provincial consiste que éste y no aquél sea Cura, pero es porque así lo quieren para el bien común los que gobiernan, y con toda subordinación a ellos.

Estos puntos no examinados, los émulos e imprudentes los llevan a mal, censurando a los Superiores. El Marqués de Valdelirios, superior de los Demarcadores de la línea divisoria, sujeto de muchas prendas, estaba impresionado de estos delatores, en varios puntos, especialmente en que no se cumplían las regalías dichas en la colación de los Curatos, o que se hacía una pura ceremonia. Informándole yo en una larga conferencia de dos horas de todo lo que va dicho, y cómo constaba todo de las firmas de los Obispos y Gobernadores, y tratándole juntamente de lo que acababa de suceder con uno de los principales Demarcadores, conociendo y confesando éste no haber querido nosotros admitir todo el sínodo, a lo primero quedó admirado, y mostraba que se gozaba de ello: y a lo segundo, admirándose mucho más, exclamó: pues allá en el Perú (es natural de aquel Reino) averiguamos que un Provincial (y nombró la religión que yo callo) sacó de la Visita de cuatro Curatos que tienen sus frailes, treinta mil pesos; y prosiguió ponderando la codicia de aquellas partes. Este su Demarcador, que también es peruano, me afirmó que eran imponderables las sumas de dinero que sacaban de aquellos indios, que no son como nuestros Guaraníes, sino indios muy capaces y de economía y gobierno, como descendientes de los ingas del Perú, en otro tiempo, entre quienes corre plata y oro, como quienes están en medio de estos estimados metales. Decía también que el Provincial insinuado, el día de su elección, cada Cura de los cuatro le daba mil pesos; y así lo confirmaban también los familiares de un Obispo que con él vinieron del Perú; y añadió que comúnmente estaban dando dinero al Provincial para que no les sacase del Curato, y que en él mantenían a sus padres y parientes. Yo no creo todo esto: sino que hay mucha exageración en los relatores, aunque no se mostraban desafectos a la tal religión; pero prueba aún algo muy distinto del desinterés de nuestras Misiones, de donde nada se saca, ni para Provincial, ni para colegios, ni para sí, ni para sus parientes, sino que después de poner todo cuidado en lo espiritual de los indios, como en lo que más importa, se afana por buscarles hacienda como a pobres pupilos, como medio para lo espiritual.

Hay renovación de votos con su triduo, oración mental, y demás ejercicios espirituales, como en el colegio: para eso junta el Superior en dos o tres pueblos a los que han de renovar; va allá; hace su plática, o la encarga a algún Padre de los más graves, toma cuenta de conciencia, y se leen en presencia de todos, al fin de los tres días, las faltas que en cada uno se han notado, para que se enmiende; para todo lo cual, y para la confesión general que se hace desde los seis meses antecedentes, lleva consigo uno o dos Padres ancianos. Se hacen ejercicios de ocho días, y en ésos, y el triduo, nunca se dispensa, aunque sean muchas y muy particulares las ocupaciones. El Cura los hace en otro pueblo, para que no le distraigan las ocupaciones del suyo. En ese tiempo se da de mano a toda ocupación y cuidado. El Compañero, que no tiene ese cuidado, los hace en el suyo, o en otro. Todo está así ordenado, y se practica.

Por Cuaresma se mudan todos los Curas, y todos hacen misión por ocho días a otro pueblo, así para afervorizar más a los indios, como para que tengan libertad de confesarse, sin la vergüenza que suele causar hacerlo con el que ve y trata cada día. Todos los domingos hay plática doctrinal a todo el pueblo; y todos los días de precepto hay sermón en forma. Todos los días, excepto los jueves, el sábado y los días de fiesta, se enseña la doctrina a los muchachos de ambos sexos. El sábado por la tarde, después del Rosario, hay Salve cantada con toda la música, y por eso no hay doctrina. Guárdase clausura en las casas como en los colegios; de manera que jamás entra mujer alguna, ni en el principio de los patios. Hay dos patios: uno principal que tiene al oriente, y en algunos pueblos al poniente, todo lo largo de la iglesia; al sur o mediodía, una hilera de aposentos de nuestra vivienda, que regularmente son seis y anterrefectorio y refectorio. A poniente, la cocina, almacenes de los mayordomos, sala donde se guardan los vestidos de los Cabildantes, militares y danzantes, y la armería de bocas de fuego, flechas y saetas y el aposento del portero, que siempre es un viejo, el cual cierra las puertas desde las Avemarías hasta un cuarto de hora antes de acabarse la oración, y desde examen antes de comer hasta después de las dos; y también están allí las escuelas de leer y escribir, de música y danzas. Los nuestros son tantos, por los huéspedes que frecuentemente pasan y para las fiestas eclesiásticas, especialmente la del patrón del pueblo, que se hace con singular solemnidad, y se convida de otro pueblo al predicador, y los tres de la Misa, con otros, y suelen estar de dos en dos en los aposentos. Cuando viene el P. Provincial, suele haber durante la Visita ocho o diez Padres: su Secretario, su Coadjutor y el Superior, que siempre anda con él, y algunos otros que vienen a consultar negocios. Algunos del ejército de la línea divisoria murmuraban de que, para dos sujetos, hubiese seis o siete aposentos, hasta que se informaron de la necesidad de ello. Cuando no hay estas necesidades, están ocupados por pintores y escribientes. Al norte está la portería con su pared y ancho corredor o soportal, por dentro y fuera, sin aposentos y oficinas: suele ser este patio de 70 a 80 varas en cuadro.

El segundo y menos principal patio es en el que se matan las vacas y se hacen las raciones; alrededor, con soportal ancho, están todas las oficinas con sus oficiales mecánicos, de que hemos hablado; y es mayor que el primero. Todos estos aposentos y oficinas, con todas las demás fábricas del pueblo, son de un suelo: no hay altos; y lo mismo sucede en todas las demás ciudades de españoles, excepto Buenos Aires, en que van haciendo algunas casas de un alto; y no porque haya terremotos, como en el Perú y Chile, sino por mera conveniencia. Lo mismo es en las ciudades de la China.

No salen los Padres a las casas de los indios a visitar, sino a administrar sacramentos. Cuando se va a alguna confesión de enfermos, sale el Padre con un Santo Cristo al cuello y una Cruz en la mano de dos varas de alto, y grueso como el dedo pulgar, que le sirve de báculo: y acompañado de un enfermero que llaman CURUZUYÁ, porque siempre anda con una cruz como la del Padre, y son los médicos de que hablaré después. El enfermero lleva una pequeña estera debajo del brazo; un monacillo, una silla de las que se doblan, un candelero con su vela y un vaso de agua bendita con su hisopo; la silla es para que se siente el Padre a oír la confesión, que raro indio usa ni tiene silla; la estera para poner debajo de los pies, porque el indio enfermo suele tener fuego debajo y al lado de la cama, y está aquello sucio con ceniza y rescoldo, que es donde el Padre se sienta; la vela para encenderla, si es mujer la enferma: que suelen tener oscuros sus aposentos. No dan poco que admirar estas cosas tan santas a los españoles cuerdos, que pasan por allí y cuentan a los suyos con edificación; pero los émulos, apasionados y maldicientes todo lo echan a mala parte.

Los demás sacramentos de Viático y Extremaunción se les administran con grande devoción y con aderezos muy lucidos, y con mucho cuidado y prontitud, de día y de noche, según la necesidad; de manera que si por culpa de sus domésticos, o de los médicos, por no haber avisado con tiempo, murió alguno sin alguno de ellos, luego sin remedio lleva el culpado una vuelta de azotes, que es el castigo ordinario. Se le dice también la recomendación del alma, aunque no tan necesaria, con mucho cuidado, y los monacillos saben muy bien responder a su contenido. Los Baptismos se hacen con solemnidad los domingos. Hay pueblos en que hay cada domingo 16 y 20 Baptismos solemnes: hácense a las dos y tres de la tarde, y es función bien larga. Hay para este sacramento en todos los pueblos vasos de plata harto preciosos, y el baptisterio está con mucho adorno de dorado y pintura. Remúdanse el Cura y el Compañero por semanas en estos ministerios; aunque como el Cura tiene tanto que cuidar en lo temporal, el Compañero suele llevar la mayor carga en lo espiritual, haciendo lo que toca al Cura en su semana. Nunca hay contienda en esto: antes bien lo ordinario es andar el Cura tras el Compañero para que no trabaje tanto, y que deje algo para él. En echar la bendición y acción de gracias en el refectorio, decir la misa en el altar mayor, leer el libro moral y el de órdenes lunes y viernes, como no es cosa de trabajo especial, ni que impida al Cura sus cuidados, se mudan por semanas.

En el conversar con mujeres se ha puesto aquí más cuidado y recato que el que usamos en otras partes con las españolas, por haber advertido que este recato (aunque nimio si lo hay en la materia) les edifica aún más, que a la gente culta. Nunca se visita mujer alguna. Nunca se le da en la mano cosa alguna. Si es menester darlas un rosario, medalla, etcétera, se la da el Padre al indio que está al lado para que éste se lo dé a la india: nunca se habla con mujer alguna a solas. Si alguna trae algún negocio, da cuenta al Alcalde viejo; éste avisa al Padre: y en la iglesia o en la portería hacia la plaza en público la oye, estando presente el Alcalde: si de suyo pide secreto, lo hace a la vista, lo más cerca que se puede: y no habla con ella si no es en estos dos parajes.

La distribución cuotidiana es ésta: A las 4 en verano, se toca a levantar. A las 5 en invierno. A las 4 y media en otoño y primavera. A las 4 y media toca la campana de la torre a las Avemarías: a las 4 y media a oración mental. A las cinco y cuarto abre la puerta el portero para que entren los sacristanes y cocinero. A las 5 y media, a salir de oración con la campana chica de los Padres, y con la de la torre, a Misa. Dice inmediatamente Misa uno en el altar mayor, el otro en el colateral. Acabada ésta, va a dar el Viático o Extremaunción al que lo necesita, o hace algún entierro, y como son pueblos grandes, pocas veces falta. Si corre prisa antes, aunque sea a media noche, se va con toda presteza. Después de esto, a rezar horas menores, confesiones de enfermos, de sanos en la iglesia: a las diez y cuarto, a examen: después a comer, quiete o conversación, en que también se toca a salir: siesta hasta las dos: a las dos se toca la campana grande a vísperas. Se abre la portería, y entran los sacristanes con los oficiales mecánicos, maestros de escuela con sus discípulos, etc. A las 5, a rezar los muchachos, y pregúntales la Doctrina un Padre: acabada ésta, toca la campana grande al rosario, viene el pueblo, y se reza a coros, asistiendo los Padres. Al fin se dice el Acto de contrición y cantan los músicos del Bendito y alabado, respondiendo todo el pueblo a cada cláusula, un día en su lengua y otro día en castellano. Hecho esto, se van los Padres a su rezo del Oficio, haciendo antes algún ministerio de confesión de enfermos, Viático, etc., que se hacen en estos dos tiempos, después de Misa y Rosario, cuando no hay priesa. Después a su lección espiritual, etc., hasta cenar, a que se toca a las 7 en verano y a las 8 en invierno; después a quiete, leer los puntos para la oración, y acostar a las 9. De suerte que en todo el día se toca once veces la campana de los Padres a todas las distribuciones que en los colegios, lo que se practica puntualmente. Causa esto tanta edificación a los buenos, que hallándome yo en tiempo de la línea divisoria en un pueblo con uno de los principales oficiales del ejército que estuvo allí unos días, a negocios de su General; y siguiendo y ajustándose él a esta distribución en lo que podía, no acababa de alabar nuestro particular método y concierto: diciendo que no había cosa más prudentemente dispuesta, no sólo para el alma, sino también para el cuerpo, con tiempo de orar, rezar y parlar con toda moderación y cristiandad. Aunque haya muchos huéspedes, nunca se deja esta distribución.

En la Cuaresma es mucho lo que hay que trabajar en los ministerios espirituales. Dos veces a la semana se predica el ejemplo, además de la plática doctrinal el domingo. Desde Septuagésima hasta la octava del Corpus se da por privilegio para cumplir con la iglesia: y el mismo tienen los Curas rurales de españoles por la penuria de sacerdotes. Vienen a confesarse para cumplir con el precepto por parcialidades o cacicazgos por su lista. Cada Padre suele confesar cada día 40 ó 50. Pídeles con mucha cuenta la Cédula de confesión y comunión. Todos los días hay esas tareas de confesiones de precepto, que suelen llegar a tres mil, y en pueblos grandes a cuatro y cinco mil. Y como se confiesan muchos en cada fiesta por devoción, suelen llegar al año a diez mil: lo que se sabe por las formas de la comunión, que se apuntan. Así sucede en Yapeyú y en otros, que en los años pasados casi le igualaban en lo grande. Este es el gobierno, observancia regular, y ministerios de los Padres. Ya es tiempo que volvamos a los indios.


CAPÍTULO VII

GOBIERNO ECLESIÁSTICO Y ESPIRITUAL DE LOS INDIOS

En el capítulo 4. n. 4 dijimos cómo se fabrican las iglesias, y su grandeza. Todas están por dentro con mucho adorno y hermosura: no sólo los retablos de cinco altares que suele haber, sino también en muchas iglesias las columnas o pilares de las naves, y los marcos de las vidrieras y todo el techo y bóvedas, está dorado y pintado, entreverado uno en otro: de manera que abriendo las puertas de la iglesia, tres a la plaza, que hacen cara, y caen en medio, y dos a los lados (la una a la parte del cementerio y dos al patio de los Padres) con la claridad y resplandor del sol que los baña, hacen una hermosa vista. En algunos pueblos, hay siete puertas: dos al cementerio y dos al patio dicho: además de las otras dos que van a la sacristía a los dos lados del altar mayor.

Las tres puertas de la plaza son para entrar las mujeres, que en la iglesia no se entreveran con los hombres. El orden que siempre se guarda es éste: Por las puertas dichas entran las mujeres, y muchachas. Por las del cementerio y patio, los hombres. Y son todas bien grandes. En el presbiterio, que es muy capaz, está el que oficia o los que ofician, con la turba de monacillos que ayudan y sacristanes que atienden a todo lo que allí se ofrece. Después de las barandillas, hasta el púlpito, están los bancos de los Cabildantes y militares principales a un lado y otro de la nave principal, que suele ser de 13 ó 14 varas de ancho: y en medio, los muchachos, sentados en el suelo, con sus Alcaldes o Mayorales en pie y con sus varas gordas para castigar con ellas al que enreda, habla o se duerme. Desde éstos hay un vacío como de tres varas, división de ellos a las muchachas, que se siguen después: y tras ellas las mujeres. En las naves colaterales están los demás indios, desde el presbiterio hasta el púlpito; y desde allá a las mujeres, que siguen, hay otro vacío como el de los muchachos. En medio del presbiterio hasta la puerta, hay una calle de dos varas de ancho, para entrar y salir en las necesidades ocurrentes. Así están, no sólo en las solemnidades y sermones, sino también todos los días, y todos con gran quietud y silencio, de que se maravilló mucho el mismo Obispo que los visitó.

Todos los Altares están con candeleros de plata: de cada uno de los cinco colores de la Misa hay frontales y casullas ricas para los días de primera clase, de fiestas menores, y de días ordinarios, todos bien galoneados. Los de 1.ª clase, algunos son de tisú. Los demás, de brocado, terciopelo, persiana y damasco. Las lámparas, todas de plata, son grandes. Hay dos ciriales para las Misas cantadas, que se celebran todos los días de fiesta de nuestros santos, y los sábados de la Virgen. En las Misas cantadas, ministran siempre seis monacillos o acólitos, dos que responden, dos con incensarios y navetas de plata, y los dos últimos con sus ciriales. En las de cada día en el altar mayor siempre ayudan a Misa cuatro: en los colaterales, dos, y nunca uno solo. Todos están vestidos y calzados y con sotanas coloradas, y en Misa de violado y negro, de este color, y con roquetes. Estos roquetes en días ordinarios son llanos, con un encaje ordinario: pero los que usan en las fiestas, ya que nosotros por la decencia religiosa no los usamos, sino como los de los colegios, ellos los usan cual conviene para la celebridad de la fiesta, con muchos y preciosos encajes.

Acabada la oración mental de los Padres, luego se toca a Misa. Viene mucha gente a oírla. En algunos pueblos está entablado que todos vayan a ella, lo mismo que el día de precepto, y se cuentan para ver si falta alguno, y se reprende al que falta. Está ordenado que no se dé mayor castigo, por no ser cosa de obligación. Al fin de la Misa empiezan dos músicos de más clara voz el Acto de contrición rezado respondiendo todos a cada cláusula, y acabado, cantan dos tiples a dúo el Alabado, acompañado de todos los instrumentos, y repitiendo todos cada cláusula cantando. A este tiempo ya han acabado los Padres de mudarse las vestiduras sacerdotales; y están dando gracias en la barandilla del presbiterio. Allí vienen a besar la mano todos los Cabildantes y caciques principales y cabos de milicia: y con esto se van todos estos a la puerta del aposento del Cura, a esperar allí que acabe de dar gracias. Si rehúsa el Padre que le besen la mano, lo sienten mucho: y así es menester tener paciencia, esperando a que toda aquella procesión le bese, para darles ese consuelo. En llegando el Cura a su aposento, abre el Mayordomo una arca grande que hay al lado de la puerta, con yerba: y va dando a todos los que asistieron a Misa un puñado de aquella yerba con una medida que hay para ello. El Corregidor pregunta al Cura, y consulta sobre las faenas de aquel día, si no se previnieron antes; y según sus órdenes, va cada uno a lo que le toca, y primero a su casa, a tomar aquella bebida de la yerba que el Padre les dio como queda dicho.

Por la tarde vienen al Rosario: y acabado, y rezado el acto de contrición, y cantado el Alabado como por la mañana, van todos a la puerta del Cura, a tomar yerba, y con ella en la bolsa, van de allí a la carnicería a tomar su ración de carne; y aunque son centenares, se hace con buen orden, y quietud y silencio: y con esto se hace de noche. A los oficiales mecánicos del patio del Padre, además de lo dicho, se les da 3.ª vez yerba cuando van a comer a su casa. Esta es la distribución de cada día. En los seis meses de sementeras, acabada la Misa y la distribución de la yerba, se van a sus labranzas. En lo restante del año, a hacer cosas o edificios de nuevo, y remendar otros, componer corrales, abrir o aderezar zanjas para resguardo de las sementeras comunes (y mucho más las estancias, en que son algunas leguas de largo para sujetar el ganado que no salga), componer puertas, empedrar pantanos, y aderezar caminos: cortar y traer madera del monte; hacer yerba, llevar tropa de carretas para el trajín del común: barcos a Buenos Aires, que se hace todo el año, y otras muchas faenas del pueblo.Todo esto se hace por orden del Cura, conferenciando con el Corregidor su Ministro o ayudante, que le obedece puntualmente, y los demás a él, cuando se intima de parte del Padre. Si Dios no les habiera dado esta obediencia y sujeción para tanto bien suyo, era imposible gobernar uno solo tanto gentío.

En la crianza de los muchachos de uno y otro sexo se pone mucho cuidado, como lo ponen todas las Repúblicas bien ordenadas; pues de su educación depende todo el bienestar de la República. Hay escuelas de leer y escribir, de música y de danzas para las fiestas eclesiásticas, que no se usan en cosas profanas. Vienen a la escuela los hijos de los caciques, de los Cabildantes, de los músicos, de los mayordomos, de los oficiales mecánicos; todos los cuales componen la nobleza del pueblo, en su modo de concebir, y también vienen otros si lo piden sus padres. En cada pueblo suele haber 20, 30 ó 40 caciques. Estas escuelas ya se dijo que están en el primer patio de los Padres, para poder cuidar mejor de ellas: no porque los Padres sean sus maestros inmediatos, que esto no puede ser, habiendo otros muchos ministerios en tanto número. Tienen sus maestros indios; aprenden algunos a leer con notable destreza, y leen la lengua extraña mejor que nosotros. Debe de consistir en la vista, que la tienen perspicaz, y la memoria, que la tienen muy buena: ojalá fuera así el entendimiento.También hacen la letra harto buena: algunos, que se dan a hacer letra de molde, la hacen con tanta perfección, que nos engañan ser de alguna bella imprenta.

De los de la escuela se escogen los de mejor voz para cantores de la música y los de más esfuerzo para los instrumentos de boca. Tienen su maestro de capilla, que les enseña su facultad del modo que lo hacen en las Catedrales de España; pero no se halla hasta ahora maestro que sepa componer. Toda su felicidad está en entender el papel que le dan, y cantarlo más o menos presto, pues algunos no cantan de repente, sino que lo van repasando despacio, y enterados de él cantan y tocan, y nunca añaden cosa alguna, ni trinado, hermosata o cosa semejante, como hace cualquiera músico, aunque no pase de mediano talento: todo lo canta y toca liso y llano como está en el papel: no alcanza más su entendimiento. Ni en la poesía jamás se ha encontrado indio que aprenda sus reglas de asonantes y consonantes ni para hacer coplas de ciego. No obstante, con el continuo ejercicio desde niños, en que tienen mucha más paciencia que nosotros y entre tanta multitud de muchachos como se escogen, se encuentran muy buenos tiples, que después quedan tenores.

En cada pueblo hay una música de 30 ó 40 entre tiples y tenores, altos, contraltos, violinistas y los de los otros instrumentos. Los instrumentos comunes a todos los pueblos son violines, de que hay cuatro o seis: bajones, chirimías, seis u ocho: violines, dos o tres: arpones, tres o cuatro: y uno o dos órganos y dos o tres clarines, en casi todos los pueblos. En algunos pueblos hay otros instrumentos más: les buscamos papeles de los mejores músicos de España y aun de Roma para cantar y tocar. Todas las vísperas de fiestas de precepto, y la de nuestro Santo Padre y San Javier, y las de sus Congregaciones, y del patrón del pueblo (de que hablará) hay vísperas solemnes. Repícanse todas las campanas, que suelen ser ocho o diez, con toda solemnidad. Viene toda la música plena, sin que falten los clarines. Viene todo el Cabildo y Cabos militares de gala, con vestidos de seda: todo lo cual se guarda como se ha apuntado, en casa del Padre: que si estuviera en su casa, todo lo llenaran de humo y destruyeran. Es más barato que estos vestidos sean de seda, que de paño: porque aunque la seda vale más (aunque el paño es bien caro en estas tierras), pero la seda dura mucho más: y se ahorra.

Puestos ya en sus bancos los dichos, y el pueblo en su lugar, sale el Preste que oficia y preside, con sobrepelliz, estola y capa pluvial rica, y el Compañero, o los que hubiere, con sobrepelliz. Entona el Preste y prosiguen los músicos con todo el devoto estruendo de instrumentos de cuerda y boca, y los clarines, al punto de la música, y así van sucediendo las Antífonas y Salmos correspondientes, le inciensan, etc. Acabadas las Vísperas; salen todos al patio de la iglesia, y delante de él se hacen unas cuantas danzas una tras otra en honra del santo de la fiesta. Las fiestas de los indios y todo neófito, son solas diez, por concesión del Papa Paulo III: cinco de nuestro Señor, cuatro de la Virgen, y la de San Pedro y San Pablo. Acabadas las danzas, van a tomar yerba y carne y los Cabildantes etc., vuelven los vestidos a su lugar, y el maestro de danzas los de los discípulos.

Todos los días cantan y tocan en la Misa. Dícese la del Cura y Compañero a un tiempo, excepto los días de fiesta de precepto, en que para que puedan venir los que estuvieran cuidando enfermos u otra cosa y los convalecientes, que se levantan tarde, dice la Misa un Padre más tarde. El orden cotidiano es éste. Al empezar la Misa tocan instrumentos de boca y a veces de cuerdas: y tal vez unos y otros, hasta el Evangelio. Al empezar este, cantan un Salmo de Vísperas. Lunes, DIXIT DOMINUS: martes, CONFITEBOR: y por este orden hasta la Misa solemne de la Virgen el sábado. Una semana, los Salmos de una composición, y otra de otra. A la consagración, o poco después, se acaba el Salmo, excepto el de LAUDATE PUERI, y alguna composición de algún otro, que suelen durar hasta el fin de la Misa. Como son de los mejores maestros de Europa, suelen estar compuestos al sentido de la letra, causando notable devoción. En el LAUDATE, comienzan los tenores y demás músicos grandes con los clarines y chirimías, instando a los niños tiples: LAUDATE PUERI, PUERI LAUDATE, LAUDATE NOMEN DOMINI: repitiendo e instando que alaben a nuestro Dios. Comienzan los niños tiples: SIT NOMEN DOMINI BENEDICTUM, etc. etc., y después de algunos versículos vuelven los grandes a instar con devotísimo estruendo de instrumentos: PUERI LAUDATE NOMEN DOMINI (No se maravillen si va mojado de lágrimas este papel). Vuelven a repetir que alaben a Dios; y esto hacen cuatro o cinco veces hasta que se acaba el Salmo. Al GLORIA PATRI, todos juntos, altos, contraltos, tiples, clarines, bajones, chirimías, violines, arpas, órganos, cantan el Gloria. Cantan con tal armonía, majestad y devoción, que enternecerá el corazón más duro. Y como ellos nunca cantan con vanidad y arrogancia, sino con toda modestia, y los niños son inocentes, y muchos de voces que pudieran lucir en las mejores Catedrales de Europa, es mucha la devoción que causan. Acabado el Salmo, después de la consagración vuelven a tocar un poco; y luego entonan algún himno: JESU DULCIS MEMORIA, AVE MARIS STELLA, u otra alguna letrilla a Nuestro Señor, a la Virgen, a San Ignacio nuestro Padre, o al Santo de aquel día: y en lo que resta, tocan. Dícese el Acto de contrición del modo dicho: cántase el Alabado con toda solemnidad de instrumentos y se van todos a prevenir en la sala de música para lo que han de tocar y cantar el día siguiente, y después van a tomar la yerba, los grandes a su casa, y los chicos se quedan en la escuela con sus maestros.

Como los Misioneros primitivos vieron que estos indios eran tan materiales, pusieron especial cuidado en la música, para traerlos a Dios; y como vieron que esto les traía y gustaba, introdujeron también regocijos y danzas modestas. Hay maestros de éstas en cada pueblo. Escógense para discípulos los chicos de cuerpos más proporcionados. Hay vestidos para todo género de naciones. Españoles, húngaros, moscovitas, moros, turcos, persas y otros orientales y vestidos de Ángeles, o como pintan a los Ángeles cuando los pintan garbosos, ya con alas, ya sin ellas. Danzan en todos estos trajes. Nunca entra en danza mujer alguna ni muchacha, ni hay en ella cosa que no sea honesta y muy cristiana. Úsanse después de Vísperas solemnes, como se ha dicho; para mayor regocijo de la fiesta, y entonces solas cuatro: y en la procesión de Corpus; y principalmente en la fiesta del patrón del pueblo, y cuando vienen Obispos y Gobernadores.

La primera danza suele ser uno solo a la española, haciendo 16 ó 20 diferencias de algún son de palacio; al compás de arpas y violines. Después salen ocho, o diez a lo turco, u otra nación: ya con espadas en forma de pelear, siguiendo el compás con los golpes, ya con banderas u otra insignia. Otros salen hasta 16 ó 20, todos con instrumentos músicos en la mano: dos con violines, dos con cítaras, dos con guitarras: bandurrias: y otros arpas pequeñas, puesto lo de arriba abajo, amarradas al cuerpo con cintas: otros con instrumentos. Los de un instrumento traen el traje español: los de otro, persa: otro de turco: variando los colores y trajes. Tocan y danzan al mismo tiempo, sin que en esta danza les toquen los músicos, haciendo muchas mudanzas, ya en dos filas, ya en una, ya en cuadro, ya en cruz, ya en círculo, que realmente es cosa muy vistosa.

Otra sale luego de nueve Ángeles, príncipes de las 9 jerarquías, con San Miguel por caudillo, con espadas y broqueles muy vistosos, en que está esculpido el timbre QUIS SICUT DEUS? Al opósito salen otros tantos diablos con sus negras adargas, lanzas, y traje lleno de serpientes y llamas, y Lucifer por su capitán. Encuéntranse, y traban su coloquio los jefes: y al ensoberbecerse Lucifer, claman ALARMA. Tocan no violines, sino clarines, y cajas de guerra. A compás danzan y pelean, haciendo las mudanzas militares en fila, el escuadrón en dos trozos o en uno. Vencen los Ángeles: tienden en el suelo los diablos a estocadas. Vuelven a levantarse y a proseguir con la pelea. Finalmente los echan al infierno: de que hay allí cerca una tramoya, pintada en lienzos que lo representan, y humo que de dentro sale. Cogen los Ángeles las lanzas y adargas que quitaron a sus enemigos, y cargados con ellas y las suyas, dan vuelta al campo, donde aparece un Niño Jesús de bulto sobre una mesa. Allí cantan el JESU DULCIS MEMORIA, en triunfo de la victoria, que varios de ellos son músicos; y van de dos en dos presentando las armas enemigas a Jesús, con muchas vueltas, reverencias y genuflexiones: siempre danzando con gran variedad de mudanzas y sin cesar los clarines y las cajas.

Otras danzas hay de Ángeles, que al empezar, cada uno dice una copla en honra del Santo de la fiesta, especialmente en las festividades de la Virgen; y sacan en triunfo a Su Majestad y San Rafael con banderas: y alto los llevan danzando, en círculo por todo el espacio de esta función. Otras en que salen los cuatro Reyes que representan las cuatro partes del mundo, con sus coronas y trajes que les corresponden, y rinden adoración al de España. Otras son a lo burlesco. Danzan de negros. Tíñense cara y manos: y sale cada uno con su pandero o tamboril o sonajas, haciendo mil monadas, pero todas con algunos indios graciosos, a hacer su género de entremés, que el auditorio celebra mucho. Y de esta manera, con esta variedad de cosas están muy contentos y hallados en el pueblo. En estas danzas artificiosas tienen mucha parte algunos Padres extranjeros, que quedaron colegiales en los colegios de nobles, donde aprendieron esas y otras habilidades caballerescas: y al enseñar al indio hacen con las manos lo que se hace con los pies, por mirar a la modestia religiosa.

Los demás muchachos, que no son de esas tres escuelas, se van a las labores de sementeras y otras cosas comunes del pueblo. La distribución cuotidiana de todos los muchachos y muchachas es esta. Al oír la campana de las Avemarías, un cuarto de hora después de tocar a levantar los Padres suenan en la plaza los tamboriles de los muchachos, y sus Alcaldes o Mayorales, esparcidos por las calles, comienzan a gritar: "Hermanos, ya es hora de levantar: ya han tocado a la oración: enviad luego vuestros hijos e hijas a rezar y encomendarse a Dios: no seáis flojos y dormilones: que vengan a la iglesia a oír Misa, para que Dios eche la bendición a las labores del día."

A estas voces y al ruido de los tamboriles, van saliendo de sus casas y encaminándose al patio de la iglesia, a un lado los muchachos, y a otro las muchachas. En juntándose, comienzan las oraciones dos voces las mejores, y responden o alternan todos. Las muchachas hacen lo mismo en competente distancia. Acabados sus rezos que como son en voz alta, y tantos, se oye de todo el pueblo: si sobra tiempo, cantan alguna letrilla empezando algunos tiples y respondiendo todos. Estas letrillas y canciones todas son muy santas, una a Cristo nuestro Señor: otras a la Virgen, a San José, San Ignacio, San Javier, etc. Son hechas en verso por los Padres: que ellos (como se dijo) no atinan con la poesía. Las aprenden de memoria y después las cantan cuando grandes en sus viajes. Cuando digo muchacho entiendo desde 7 años hasta casarse, que suele ser de 17 y las muchachas a los 15: y sólo los de esta edad tienen estos alcaldes. Todos se casan. Su corta capacidad y mucha materialidad no son capaces de celibato. Acabada la oración mental de los Padres, a cuyo tiempo por lo regular acaban ellos su rezo, abren los sacristanes todas las puertas de la iglesia. Dan vuelta los muchachos para entrar por la puerta los varones, que, como se dijo, es la que cae al patio de los Padres, a la que es menester entrar por la portería; y las muchachas entran por las tres puertas del pórtico: ellas y ellos cantando el ALABADO. Lo restante del pueblo entran por las puertas correspondientes, y salen los Padres a su Misa: que aunque no se percibe por ella cosa alguna, se dice siempre indefectiblemente, si no es que está impedido por enfermedad.

Acabada la Misa, entra el Acto de contrición y ALABADO con todo género de instrumentos (hasta con clarines lo cantan en algunos pueblos, aunque lo regular es guardar los clarines para el sábado, Misa de la Virgen y las fiestas). Acabado esto, salen los muchachos al patio de los Padres: vuelven allí a rezar un poco y cantar alguna de sus canciones (todas estas canciones son en su lengua): se les da de almorzar, que suele ser un perol de carne cocida, o de maíz en pueblo de pocas vacas. Después cargan con la comida de medio día, los peroles para cocerla, los escardillos para escardillar los sembrados, que es faena muy frecuente, u otros instrumentos para otros trabajos, y una pequeña estatua de San Isidro labrador en sus andas, con su caja para resguardo cuando llueve. Tocan sus tamboriles y flautas: y al son de estos rudos instrumentos van alegres a su labor que se les manda, con sus Alcaldes. Las muchachas hacen lo mismo por otro lado, haciendo otra faena, y nunca se juntan con los muchachos. Los de leer, escribir, cantar y danzar, van a sus escuelas. Los de danza, tal cual vez, que no es menester tanto ejercicio, y comúnmente es un día a la semana, los que ya saben: y en los restantes van con la turba magna a sus labores. No van con sus padres, porque no saben cuidar de ellos, como lo han mostrado muchas experiencias: y andan vagos y ociosos, sin alimento ni vestido: por esto han tomado estos medios los Padres. Algunos seglares sin práctica, aunque de buena intención, murmuran de que no vayan con sus padres, especialmente las muchachas, y les ayuden en varias cosas, como en traerles agua, leña cuando está cerca, y otros oficios domésticos. Pero para esto tienen el tiempo que les sobra, después del Rosario, que especialmente en verano es algunas horas, y mucho más en los días de precepto para los españoles que no lo son para ellos: porque en éstos, después de la Misa, van a sus casas, no se les manda labor alguna: ni aun a los oficiales mecánicos, aunque no están obligados a cesar del trabajo.

Por la tarde tocan una de las campanas de la torre, que ellos llaman TAIN TAIN, a venir a la iglesia: para lo cual, si están distantes del pueblo, ponen una espía. Vienen con su santo y tamboriles y flautas: van de presto a su casa a dejar su poncho de trabajo (ya se dijo qué vestidura es), y se ponen otro mejor para la iglesia. Vienen en verano a las 5, y en invierno a las 4: que allí en este tiempo no son tan cortos los días como en España.

Colocados en su lugar empiezan los de las más claras voces el Padre nuestro y demás oraciones, repitiendo todos. Después empieza el Catecismo con preguntas y respuestas entre cuatro: y hacen dos coros. El un coro pregunta ¿HAY DIOS? y responde el otro: SÍ HAY: y así van hasta el fin. El Catecismo es breve compuesto a su modo por un Concilio Limense. Acabado el Catecismo, viene un Alcalde de los suyos que siempre está con ellos, a avisar al Padre que ya se ha acabado el Catecismo, para que vaya a enseñar la doctrina. Al ir a la iglesia, comienza a tocar la campana a Rosario, para que mientras dura la Doctrina, pueda venir el pueblo. Enséñala el padre con una cruz en la mano, y es aquélla que dije se llevaba a los enfermos, cuando van a confesar. Pregunta a unos y a otros, y da sus premios como en España. Acabada ésta, entra el Rosario y lo demás, como se dijo. Van los muchachos al patio: rezan otro poco: dáseles ración de carne, y diciendo a voz en grito todos juntos: TUPÁ TANDERAARÓ CHERUBA, Dios te guarde Padre Mío, se van a sus casas. Este es el modo que se tiene en todos los pueblos con esta inocente infantería. Este es el porte de padres y madres que tienen los Misioneros con ellos. El autor del libro nuevo que antes cité, dice que en tiempo de invierno, como están tan de mañana rezando y cantando, con tan poco vestido, mientras están los Padres repantigados en su cama, mueren muchos de frío: y ésta es la causa porque no se multiplican más aquellas gentes. A tanto puede llegar la ciega pasión: Y añade que los Padres son homicidas, pues les obligan a la causa de su muerte. Ya sabe V. R. que éste fue expulso de nuestra religión en España por revoltoso, alocado y díscolo: que fue después de algún tiempo recibido en otra Provincia, con condición de que había de venir a las Misiones de la América: pues su arrepentimiento daba esperanzas de que se portaría bien en ellas: que se le detuvo mucho tiempo en Buenos Aires, antes de enviarlo a la labor. Que en este tiempo fue segunda vez expulso por desobediente y otros escándalos. Que después de esta segunda expulsión fue a estas Misiones, capellán de los oficiales demarcadores Reales: Que pasó de priesa por los cinco pueblos con la turba de dichos demarcadores: en que no pudo observar cosa de monta. Y aunque estuvo en los siete pueblos de la linea divisoria, fue cuando no había indios en ellos, cuando estaban evacuados: y que llegó a ellos mostrando mucha pasión, ira y enojo contra los Jesuitas, por haberle expulsado segunda vez. Le vi en ellas, traté y comuniqué. Era de genio mordaz, gran decidor, motejador y despreciador de sus prójimos. En esto mismo estaban todos los que trataban con él y le oyeron. Ya murió: Dios le haya perdonado: y quiera S. M. que le hayan aprovechado las oraciones que hacíamos por su bien, que no eran pocas. Factible es que haga mucho mal su libro a los que ignoran quién fue. En hacer y sacar a luz este libro, aunque fuera verdad lo que dice, faltó a las órdenes Reales, que ninguno hable ni en favor ni en contra de los Jesuitas. Volvamos a los indios adultos y de mayor edad.

Hay en todos los pueblos dos Congregaciones: una de la Virgen y otra de San Miguel. Se admiten congregantes adultos de uno y otro sexo. No se admite a cualquiera. Se hacen pruebas antes de sus costumbres. Confiesan y comulgan por regla cada mes. El día de su advocación se celebra con gran solemnidad, con vísperas solemnes y danzas, Misa solemne y sermón; y a la tarde se les hace una plática, les lee el Padre sus reglas y se las explica: firman los papeles de su entrada a los que entran de nuevo: porque hacen su protesta de vivir de tal y tal modo, y de cumplir las reglas. Este papel traen al cuello en una curiosa bolsa para ser conocidos por esclavos de la Virgen, y los otros por especiales veneradores de San Miguel. Da el oficio de Prefecto, entregando en manos del electo un estandarte de la Virgen: y ésto con la celebridad de chirimías y clarines, como dije que se daban los oficios de Cabildo: y con él dan los demás oficios de consultor, fiscal, portero y enfermero, que asisten a consolar los enfermos, llevarles agua, leña y algunos regalos.

Los demás del pueblo confiesan y comulgan varias veces al año. No hay fiestas en que no se confiesen muchos, especialmente en las que son de precepto para ellos. Y como son centenares: y no pueden dos Padres solos (y a temporadas no es más que uno) con tantos en un día: empiezan las confesiones dos o tres días antes: hay mucho orden y resguardo en ellas: no son a cualquiera hora, que sería cosa insoportable. Son de este modo. Después de la Misa, a hora regular, y de dar gracias, se van los Padres a sus ministerios de Viático, Extremaunción, etc., que por no estar lejos los enfermos, y haber mucha prevención y orden, se hace con brevedad: y de ahí a rezar Horas menores. Entretanto, se van disponiendo en la iglesia los que se han de confesar. De su concierto y orden, cuidan los prefectos de la Congregación, dejándoles con toda libertad que se apliquen al Confesionario que quisieren. Estos son preciosos, grandes, dorados, y pintados, que parecen un retablo. No sólo las mujeres, sino también los varones se confiesan por la rejilla: éstos a un lado y ellas a otro. Viene uno de los prefectos a avisar a los Padres: "para ti, Padre, o en tu confesonario, hay tantos hombres o tantas mujeres, o tantos muchachos y tantas muchachas. Coge el Padre una cestica que para este fin tiene llena de tablitas como un dedo de largas, en que con un hierro ardiendo se graba este letrero: Confesión: y va a la iglesia. A cada uno que da la absolución da una de aquellas tablillas por un agujero que hay para eso en el confesonario. Al que no absuelve no se le da: y le advierte que no puede comulgar, aunque por la Doctrina cuotidiana, cuando muchachos, y por las pláticas dominicales, ya lo saben. Si tiene que reconciliarse, vuelve al otro día: aunque es rarísimo el que vuelve, por la crasitud de sus conciencias o entendimiento. No tienen escrúpulos ni delicadezas: y desde que le dieron la tablilla, se guarda mucho de hacer cosa que sea materia de confesión. Sus confesiones son muy breves, sin relaciones, ni historias, ni conviene decirles mucho, sino poco y bueno. Son muchos los que vienen sin materia de confesión, por más que los examine: y dicen que vienen a que los bendiga. Cuando van a comulgar, estando todos a la barandilla, va el sacristán mayor con una gran fuente, recogiendo en ella las tablillas. Si alguno no la trae, que sucede rarísima vez, lo echa de allí. Si dice que se le perdió, le dice que se confiese otra vez y la traiga. Las barandillas son tan grandes que en algunas cabe una hilera de 80 personas y en algunas partes está con mucho adorno de dorado y pintado, y con muy vistosos paños o lienzos. Siempre que van a viaje, que ha de durar algunos meses, como a Buenos Aires en barcos, o a función de fabricar fuertes, o de milicia, confiesan y comulgan todos: y cuando vuelven, confiesan otra vez. Cuando enferman, luego se confiesan y quieren que se les dé el Viático y Extremaunción, aunque no sea muy grave la enfermedad. No siempre se puede condescender con ellos, sino arreglámonos al Ritual. No hay aquel horror a estos sacramentos, como con tanto daño suyo lo tienen muchos cristianos. En dándoles todos los Sacramentos, quedan muy contentos. Cuando repetimos las visitas si se les pregunta si quieren confesar, rara vez lo hacen. Suelen decir: Ya te lo dije todo: no tengo cosa alguna. No muestran horror ni turbación a la muerte: ni tienen escrúpulos, ni congojas. Mueren con mucha devoción, y mostrando la confianza de que se han de salvar. Juzgamos que por su cortedad, Dios no permite al demonio que los tiente en aquella hora. Por esto es común sentir de los Padres que todos los que mueren en el pueblo se salvan: y un Padre muy santo y muy devoto y de grande experiencia, decía además: que atenta la piedad de Dios, su mucha cortedad, y la fe y devoción que muestran, todos se salvan. También son de sentir los experimentados que el indio, aunque haga cosas que de suyo sean pecados mortales, rara vez comete pecado mortal formalmente, sino venial por falta de conocimiento, como decimos de los muchachos.

Sus viajes se hacen muy cristianamente. Confiesan y comulgan todos. Después, prevenido el matalotaje para él, tocan sus tamboriles a juntarse. Vienen a la iglesia con un retrato de la Virgen u otro santo de su devoción, que por lo regular es del patrón del pueblo. Pónenlo sobre una mesa; y ante él rezan y cantan: y suelen acudir allí algunos músicos con sus instrumentos a ayudarles. Salen a la puerta del Cura: bésanle la mano: háceles una corta plática sobre el fin de su viaje. Cargan con el santo: llévanle en procesión alrededor de la plaza al son de chirimías, cajas y flautas, y una o dos campanillas que llevan para todo el viaje: y uno que hace oficio de sacristán cuidando de él. Tan cristianamente se portan. Siempre llevan el santo, su sacristán, campanillas, tamboril y flauta, y un médico con su botica de medicinas para cuando hubiere enfermos.

Cada tarde, antes de ponerse el sol, se paran, sea por agua, sea por tierra, y hacen como una enramada y altar a su santo: rezan allí el rosario y cantan algo: y de ahí a cenar. El indio en viajes y en su pueblo y casa, cena al caer la tarde, se acuesta al anochecer, y se levanta con las gallinas muy de mañana, no a trabajar; sino a tomar la bebida de la yerba, almorzar y parlar. Cuando ya salió el sol, rezan ante su santo, que para eso lo dejaron por la noche en su enramada o altar, y cantan una canción: y casi siempre hay alguno o algunos músicos jubilados entre ellos: y ya tarde empiezan la jornada. Comienzan tarde y acaban temprano. Así lo hacen siempre que van sin algún Padre: que es más común ir sin él. Si llevan algún Misionero le obedecen en el modo de caminar, aunque cuesta dificultad sacarlos de su paso. Al indio nada se le da en tardar. Otros Padres se atemperan a su modo, si no hay especial priesa. Cuando vuelven de su viaje, se confiesan y comulgan otra vez. Si no se hallaron en ocasión de pecar, no traen materia: porque el indio, si no está en la ocasión, nada se le ofrece.

El cuidado en lo espiritual de los enfermos, y la caridad en lo temporal es grande. Para esto hay en el pueblo tres o cuatro indios, que como apunté llaman CURUZUYÁ, el de la cruz, porque siempre lleva como por báculo una cruz de dos varas en alto, y gruesa como el dedo pulgar. Estos desde pequeños aprenden a curar y hacer medicamentos o medicinas: tienen papeles de esta facultad, hechos por algunos hermanos Coadjutores, enfermeros en aquellas Misiones, que fueron en el siglo Cirujanos y boticarios, y se aplicaron mucho en las Misiones a la medicina. No van con los demás a las faenas del pueblo: antes los otros les hacen lo que han de menester, para que los cuiden mejor de su ministerio.

Todas las mañanas vienen temprano. Salen por las calles a visitar los enfermos y ver si hay alguno de nuevo. Al abrir la portería, un cuarto de hora antes de acabar la oración, entran en casa de los Padres juntamente con los sacristanes, mayordomos y cocinero, y no se abre antes a nadie, sino que sea algún repentino ministerio. Aguardan a que toquen a salir de oración, y dan cuenta al Padre de todo. N. a quien confesaste ayer, está de este modo, hoy necesita de Viático después de Misa. N. necesita de la Extremaución. Murió un párvulo, etc.: y a la hora competente están con el Padre en estos ministerios como directores de los demás que asisten. Acabadas estas funciones, vienen a disponer la comida de los enfermos, que hacen en casa de los Padres. Al salir de comer éstos, tienen prevenida ya en sus platos esta comida, y con un pedazo de pan de trigo en cada uno, que por orden del Padre le pone el refitolero. Bendícelos el Padre semanero, y va con ellos a los enfermos. Esto se hace porque los de su casa les dan la comida a medio guisar, casi cruda y dura, que así la quieren y comen ellos: y dicen que si está muy cocida y como nosotros la comemos, no dura en su estómago. Tienen buche de avestruz, que todo lo digieren. Pero a los enfermos no les puede hacer provecho.

Después de comer, vuelven los enfermeros o médicos a visitar sus enfermos, y a las dos están en la portería: y entran con los demás a dar cuenta de su ministerio: y entonces piden la medicina, que en su casa no la tienen, de que los Padres están prevenidos. Medicinas y visitas todo se da y se hace de balde, del mismo modo que nuestros ministerios espirituales. Los Padres van aun sin ser llamados, a visitar los enfermos, y ven si los médicos cumplen bien con su oficio. Por este orden y concierto es llevadero y sin mucho trabajo el andar bien de lo espiritual de un pueblo, aunque sea grande y aunque haya un solo Padre. Si estuviéramos a su antojo, sería harto difícil, que ni cuatro Padres pudieran dar satisfacción. Para mayor distinción prosigamos por títulos lo que resta del porte eclesiástico y espiritual y lo que a él se allega.


PROCESIÓN DE CORPUS

Esta se hace con notable solemnidad y devoción. Días antes van indios a los campos y montes, a coger fieras, y pájaros y flores. Alrededor de la plaza hacen una gran calle por donde ha de rodear la procesión. Toda la plaza que coge esta calle está llena de arcos de vistosas ramas y flores, y a los lados hay el mismo adorno. Estos arcos y lados los adornan con muchos loros, y pájaros de varios colores, y otros varios pájaros, a que añaden a trechos monos y venados, y otros animales bien amarrados. Los sacristanes, a los cuatro ángulos adornan cuatro capillas con sus chapiteles muy aderezados, con muchos frontales y otras alhajas de la iglesia. Están prevenidos los músicos y danzantes, muy ensayados en su facultad. Después de la misa, sale el Preste con su custodia (que es vistosa y rica), al sonoro y devoto estruendo de cuantos instrumentos hay en el pueblo: violines, arpas, bajones, clarines, tambores, tamboriles y flautas. Van siempre dos acólitos con ricos roquetes y sotanas, incensando con dos incensarios de plata, y otros con una vistosa cestilla llena de flores, echándolas por toda la procesión a los pies del sacerdote.

Al llegar a la primera capilla, pone la custodia en el altar: inciensan, cantan los músicos alguna devota letrilla y el versículo: y el Preste su oración. Luego se sienta delante de la capilla en una rica silla de las tres que sirven para las vísperas solemnes, que por lo común son de terciopelo carmesí con galones de oro: y los Cabildantes y Cabos con sus vestidos de gala, en los asientos correspondientes. Salen las danzas. Ocho, diez o más danzan alguna de las más devotas danzas delante del SSmo., ya de Ángeles, ya de naciones. Diré tal cual. Salen vestidos diez de asiáticos con cazoletas de incienso de su tierra, y en ellas un grano grande como una nuez en cada una para que dure toda la danza. Puestos de hilera, comienzan a incensar al Señor, con reverencias hasta el suelo, al uso de su tierra: y al mismo tiempo cantan LAUDA SION SALVATOREM: y con bellísimas voces, que casi todos son tiples. Esto lo cantan despacio, al compás de la incensación. Repiten todos más apriesa, danzando y cantando, y prosiguen dos o tres mudanzas. Cantan segunda vez dos de ellos QUANTUM POTES TANTUM AUDE etc., incensando y cantando con pausa, y repiten todos LAUDA SION SALVATOREM etc.: danzan y cantan más apriesa. Con este orden van cantando todo el sagrado himno. Al fin van de dos en dos sucesivamente al altar, con muchas vueltas y genuflexiones y dejan allí delante en orden todas sus cazoletas con sus pebetes.

Otra vez salen cuatro Reyes, que representan las cuatro partes del mundo, con sus coronas y cetros, y un corazón de palo oculto pintado en el seno. Estos suelen ser tenores, y traen el traje correspondiente a su país o región. Pónense en fila delante del Señor: y con gran gravedad cantan el SACRIS SOLEMNIIS. Acabados estos primeros versos, danzan algunas mudanzas con majestad de Reyes. Paran, y vuelven a cantar los segundos, y vuelven a danzar sus mudanzas. Al fin van los dos primeros al Santísimo con grandes reverencias: danzan, y allí ofrecen la corona, y vuelven por el mismo orden de vueltas a sus compañeros. Estos van del mismo modo, y ofrecen del mismo modo. Después de alguna mudanza, vuelven los primeros, y ofrecen los cetros: y después de otra, arrancan a un tiempo el corazón y con él en la mano, con festivas vueltas y reverencias le ofrecen a aquel Señor, dejando allí corona, cetro y corazón. ¿Qué dirán a esto los cristianos viejos, que con tanta profanidad y aun peligro de sus almas usan sus danzas?

Prosiguen desde esta primera capilla a la segunda: y allí se hace lo mismo, con sus letrillas, motetes y danzas: y lo mismo en la tercera y cuarta: y como la gente va con tanto silencio y devoción (cosa que usan en todas las procesiones, y de que se admiran y edifican mucho los españoles virtuosos), y sobre todo, va la música repitiendo el TANTUM ERGO: y es tanto el estrépito de las campanas, clarines, clarinetes y demás instrumentos de boca y de cuerdas, tambores, tamboriles, cajas, flautas, que parece cosa de la gloria. Acabada la procesión, reparte el Padre a los más necesitados gran multitud de mandiocas y batatas, tortas de maíz y otros comestibles, que pusieron en los adornos de la procesión: y después se van a prevenir su convite, que este día es grande.

 

SEMANA SANTA

Celébranse las tinieblas con la música, pero no se usan violines, sino violones y flautas de coro y espinetas, o clavicordios, y en algunas partes liras, instrumento de arco muy dulce y sonoro y devoto, que en lo suave y grave imita algo al clavicordio. Al MISERERE se azotan con un rigor singular. El Jueves Santo por la noche hay sermón de Pasión. Después empieza la procesión. Esta es tan devota, que no se puede explicar sin lágrimas. Es de este modo:

Previénense treinta y tantos niños de nueve a diez años con sotanas y muy decentes vestidos talares, con un paso de la Pasión cada uno: y dos muchachos a los dos lados con linternas puestas en alto para ser mejor vistos de todos. Todos estos se ponen por su orden en el patio de los Padres, cerrada la puerta de la iglesia que cae a aquella parte. Sale el Preste con su capa pluvial, y se sienta frente a aquella puerta. Ábrenla, y va entrando el primer niño con la soga o lazo con que prendieron a Jesucristo hasta el centro de la iglesia, en que el mucho gentío tiene hecha una espaciosa calle hasta la puerta principal, para que desde allí se encaminen todos; y al entrar, va cantando en tono muy lastimero al son de bajones y chirimías roncas: ESTA ES LA SOGA CON QUE PRENDIERON A JESÚS NUESTRO REDENTOR: CON QUE SE DEJÓ ATAR EL SEÑOR POR NUESTROS PECADOS: AY, AY, CRISTO, MI BIEN Y SEÑOR. Con este orden y esta explicación del paso, y el santo estribillo ¡ay, ay!, van entrando todos, que como son tantos, es larga la función: y prosiguen después en medio de la función sin cantar.

Esta va alrededor de la plaza como la del Corpus: y todas las procesiones se hacen por el mismo estilo, no por las calles. Los músicos van cantando el MISERERE: y acabado, cantan y repiten las coplas de los pasos que cantaban los niños. Llévanse muchos pasos de bulto, y al salir el de Jesucristo a la columna y el de la Virgen llorando, levantan las mujeres el grito, llantos y alaridos, que enternecerían a las mismas piedras. Van cesando estos alaridos o llantos, y no se oyen sino cajas roncas, clarines roncos, el Miserere, y un grande confuso ruido de azotes, porque nadie habla una palabra. Azótanse casi todos los que no van ocupados en llevar los pasos u otro misterio. Su azote es una penca de cuero de vaca, sembrada de clavos, con las puntas hacia afuera, al modo de peine para apartar el hilo de la estopa, aunque no tan espeso. Con este tan horroroso instrumento se azotan tan sin tiento, como si fuera disciplina de algodón, y al día siguiente, de las muchas heridas que se hacen con mucho derramamiento de sangre, están ya con costras, sin haberles aplicado medicina alguna. Son muy diversas las carnes del indio de las nuestras, a semejanza de los brutos. No se tapan la cara para azotarse, que en ellos no hay vanidad ni otros reparos.

Jueves, Viernes y Sábado santo se hacen las funciones de Misa, Profecías y demás ceremonias, como en las colegiatas de canónigos. Como aquellas iglesias son parroquias, se bendice la pila bauptismal con mucho adorno y majestad, la mañana del Sábado santo: sacan nuevo fuego. El fuego lo hace el sacristán con un eslabón: hace una gran fogata en el antepatio y en el pórtico. Bendice el párroco el fuego según el Ritual: y lo mismo es bendecirlo, rociarlo, e incensarlo, que con grande algazara echarse todos a coger los tizones, y con grande alegría lleva cada uno su tizón a casa, como fuego santo para tener nuevo fuego. No hay desorden ninguno en esta función.
La mañana de resurrección es cosa de la gloria. Al alba, ya está toda la gente en la iglesia. Por calles, plazas y pórticos de la iglesia, todo está lleno de luces: todo es resonar cajas y tambores, tamboriles y flautas, tremolar banderas, flámulas, estandartes, y gallardetes en honra de las estatuas de bulto entero colocadas en medio, de Cristo resucitado y de su Santísima Madre: haciéndolas grande y sonora música los bajones, clarines, chirimías, órganos y todo género de instrumentos, que todos juntos, con muy alegres sones, concurren a causar una alegría del cielo. Los Cabildantes, los militares, los danzantes con las mejores galas y todas sus banderas y banderillas de varios colores.

Sale el Preste con el más rico ornamento, de capa pluvial, etc. Inciensa a las dos estatuas. Sale la imagen de Jesucristo por un lado con todos los varones, el Preste y la música, y por el otro lado la Virgen, la música y todas las mujeres. En toda la plaza todo es batir y tremolar aquella multitud de banderas y gallardetes. Los músicos se deshacen cantando y repitiendo REGINA COELI LAETARE. Los clarines con las chirimías corresponden con tal destreza, que parece las hacen hablar. El LAETARE LAETARE es lo que repiten muchas veces con muchos gorjeos. Es composición muy alegre. Después de haber acabado las tres caras de la plaza, al encararse las dos imágenes en la cuarta, la de la Virgen se viene a encontrar con su SSmo. Hijo en medio de tres muy profundas reverencias a trechos, arrodillándose a ellas todo el pueblo. Ya a este tiempo repiten mucho más y con más estruendo y gorjeos de voces e instrumentos el REGINA y el LAETARE.

Juntas las dos santas imágenes, sale una danza de Ángeles que son muchos músicos, al son de arpas y violones. Comienzan a danzar y a cantar a un mismo tiempo el REGINA COELI delante de las dos imágenes. Después de algunas mudanzas lo repiten en su lengua: y así alternando en latín y en su idioma, prosiguen y acaban todas sus mudanzas. Sale otra de naciones, hasta cuatro. Acabadas las danzas, vuelve la procesión con las dos imágenes por medio de la plaza, después de la incensación, que hace el Preste, cantando la oración correspondiente. Va por el mismo orden de alegres cánticos detrás e instrumentos, y el grande estrépito de repique de campanas y campanillas, que los monacillos van repicando al lado de las imágenes. Acabada la procesión, empieza la Misa solemne, y su sermón al Evangelio: y acabado todo, van a tomar la yerba, a beberla en su casa, y a prevenirse para el banquete o convite. Este día, por la circunstancia de procesión tan larga y sermón, no hay rezo y catecismo de cada domingo. Ahora me ocurre que dejé de poner la distribución eclesiástica del domingo donde le tocaba, que es después de la distribución cuotidiana. No es bien que la dejemos en blanco: pues es cosa de singular edificación.


DISTRIBUCIÓN ECLESIÁSTICA DEL DOMINGO

Cada Domingo al amanecer, mientras los Padres están en oración, júntanse todos de todas edades y sexos en la plaza, divididos y apartados los hombres de las mujeres, los muchachos de las muchachas, como se hace siempre. Al tocar a salir de la oración los Padres, abren las puertas; entran las mujeres en la iglesia por las tres puertas del pórtico: y los varones por las de los costados. Los muchachos se quedan en el patio de los Padres: y las muchachas van al cementerio. En medio de la iglesia, entre los hombres y las mujeres, dando la espalda a éstas, se ponen en pie cuatro indios de las más claras voces, y todos los demás están de rodillas. Los cuatro comienzan el Padre nuestro y demás oraciones, que repiten todos. Acabadas éstas, se sientan, quedando en pie los cuatro. Estos comienzan el Catecismo. Dos de ellos dicen ¿Hay Dios? Responden dos: Sí hay. Prosiguen los dos: ¿Cuántos Dioses hay? Responden los otros dos: Uno no más. Responden todos lo mismo: y por este orden va todo lo demás, como se dijo hablando de la Doctrina de los muchachos. Supónese que todo va en su lenguaje: que si fuera en lengua latina o castellana, que no la entienden, poco les aprovecharía.

Acabadas las oraciones y el Catecismo, dicen los cuatro: "Este es el modo de contar: uno." Y responden todos: uno. -- "Dos"; y responden dos. -- "Tres", y responden todos tres: y así van hasta ciento, y de ahí a 200, etcétera, hasta mil. De uno a cuatro inclusive cuentan en su lengua, y es: petey, mocoy, mbohapí, irundi. De ahí en adelante, en castellano, porque en su lenguaje sólo cuentan hasta cuatro. Para cinco, dicen: una mano: peteipó, y muestran los cinco dedos. Para seis: una mano y un dedo, etc. Para diez: dos manos. Para veinte: manos y pies: y de ahí arriba dicen: etá, muchos: y no saben más: tan corto quedó su entendimiento. Acabado el modo de contar, dicen: estos son los meses del año, Enero: y responden todos: Enero, y así hasta Diciembre. En su lengua no tienen nombre de meses, sino una luna, dos lunas, etc.-- Después dicen: estos son los días de la semana: lunes: y responden lunes: y así hasta el domingo: todo en castellano: aunque a estos días les han puesto nombres en su lengua. Al lunes, mbayapoipí, trabajo primero; al martes, mbayapomocoi, trabajo segundo, etc. Al jueves llaman teique, entrada, porque a los principios, no sólo los Domingos entraban en la iglesia, sino también el jueves. Al sábado, víspera de fiesta: y al Domingo, día de fiesta. Todo esto que hacen los hombres y mujeres en la iglesia, hacen los muchachos aparte con sus alcaldes en el patio, y las muchachas en el cementerio.

Acabado todo esto, entra un Padre, el semanero, a hacerles una plática doctrinal, habiendo entrado para esto los niños y las niñas. Acabada la plática, se reviste el Padre con capa pluvial, y sale al Asperges, que entona en las gradas del altar mayor: salen con él los Acólitos con el calderillo del agua bendita y el hisopo, uno y otro de plata: prosigue asperjando por toda la iglesia: y los músicos entretanto cantan lo que corresponde. Vuelve a las gradas del Altar, y dice los versículos del Ritual, cantando todos. Después entra la Misa con toda solemnidad. Cantan los músicos lo que les toca, Gloria, Credo, etc., en varias composiciones que tienen: un domingo una, otro otra. Desde la Septuagésima a Pascua, cantan en tono gregoriano, según la rúbrica. Acabada la Misa, salen todos adonde les toca: los hombres y muchachos al patio del Padre: las mujeres y muchachas al cementerio: y luego, en el patio, uno de los Cabildantes más hábiles repite a todos la plática: y el día del sermón repite el sermón: y algunos tienen tal memoria, que la repiten puntualmente toda. Otros que no llegan a tanto, repiten lo que pueden, y añaden otras cosas santas: pero nunca se paran, ni les falta que decir por media hora y más. El exordio es muchas veces: "Ya veis, hermanos míos, que estos Padres están quebrantándose la cabeza con nosotros, en busca de nuestro bien espiritual primeramente, y después del temporal: de manera que sin ellos nada tuviéramos: ya veis como nada buscan de nosotros para sí, sino que antes bien están buscando para nosotros. Vienen con sus estampas, medallas y abalorios que reparten entre nosotros; y después de haber trabajado mucho, se van según el orden de su Superior, y nada llevan. Y sabéis como dejaron sus padres, sus madres, sus parientes y sus países: aquellas tierras tan fértiles y deliciosas de la otra parte del mar, y con tantos peligros, por un mar tan dilatado vinieron a hacernos tanto bien: por tanto debemos respetarlos, honrarlos y obedecerlos, etc."-- No hay cosa que les mueva tanto, como esto de dejar sus padres y su país por ellos. A las mujeres repite la plática un Alcalde viejo.

Acabada la plática, los Secretarios de cada parcialidad cuentan a todos de toda edad y sexo por sus listas, para ver si ha faltado alguno a Misa: dan cuenta al Cura, y él averigua si estuvo impedido. Si fue culpado, se le busca y castiga. El castigo son 25 azotes. Luego se dice la Misa segunda para los convalecientes, e impedidos en la primera. Después se reparten las faenas de toda la semana, y se van a comer y a jugar a la pelota, que es casi su único juego. Pero no la juegan como los españoles: no la tiran y revuelven con la mano. Al sacar, tiran la pelota un poco alto, y la arrojan con el empeine del mismo modo que nosotros con la mano: y al volverla los contrarios lo hacen también con el pie: lo demás es falta. Su pelota es de cierta goma, que salta mucho más que nuestras pelotas. Júntanse muchos a este juego y ponen sus apuestas de una y otra parte. A la tarde se ejercitan en la plaza al blanco con flechas, y con escopeta cuando hay pólvora y balas, que de uno y otro suele haber mucha carestía; y con esto se acabó el domingo.


SUS CONVITES

Casi en cada fiesta y venida de viajes, hay banquetes: y en todas las bodas. Hácenlos, no dentro de sus casas, sino en los soportales. Disponen varias mesas en diversos sitios: de cada una cuida uno de los principales, que señala el Padre. Dales el Padre por la mañana una vaca para cada mesa. Ellos la aderezan en su casa: y añaden de sus bienes batatas, mandiocas y legumbres. Algunos que fueron panaderos en casa del Padre, hacen algunos panes de trigo, pero pocos. Compuesto ya todo, vienen los de cada mesa a casa de los Padres con el santito de bulto o pintura sobre una mesita, y en ella vienen algunas gallinas asadas, los panes y algunas tortas de mandioca. Pone cada uno su mesa con su santo y viandas en el patio enfrente del refectorio de los Padres, mientras ellos están comiendo, y en el suelo, delante de la mesa, ponen unos grandes calabazos de chicha de maíz o aloja, que es su vino, y de quien ya dije que la hacen floja, que nunca embriague. El mayordomo, por orden del Padre, pone al lado de los calabazos un barreñón de sal, otro de yerba, otro de miel de caña dulce, otro de tabaco para mascar en manojos: un saco de melocotones pasos o secos, de que se hace mucha provisión con tiempo: otro saco con naranjas de la China, de que hay mucho: y algunas otras cosas, según el tiempo. Hacia la portería están prevenidos los tamboriles y flautas, los Capitanes de milicia con sus picas largas, y los Alféreces con sus banderas, y en las mayores fiestas añaden clarines y chirimías. Todo eso se hace sin bulla y con gran silencio.

Luego que salen los Padres del refectorio, bendice uno con una corta oración todas aquellas mesas, y los muchachos músicos, que con otros están prevenidos, cantan una breve canción en su lengua, que es bendición y acción de gracias; y al punto que la acaban, resuenan todos los tambores y demás instrumentos. Tremolan y juegan las picas los Capitanes, baten las banderas los Alféreces, y cargan con sus santos en las mesas y los demás comestibles los que los trajeron: y con festejo, llevan todo aquello a la plaza, donde les espera un trozo de caballería militar: y parando un poco los de los santos, hacen con sus caballos varios festejos en honra suya: y los de las picas y banderas, vuelven a jugarlas otra vez. De aquí se encaminan al lugar del convite: precediendo los tamboriles y flautas: y ponen al Santo por cabecera de la mesa.

Siéntanse en sus bancos: que estos son sus sillas. No usan cuchara, y tenedor, ni manteles, ni servilletas. Ponen a cada uno un puñado de sal. No echan sal en la olla. Sacan su guisado, no en fuentes, sino a cada uno en su plato. Van comiendo y mojando en la sal, al modo que nosotros hacemos con la salsa: y de cuando en cuando van dando sus vasos de chicha. Es muy ordinario en estos convites estar parte de los músicos tocando y cantando, ya en latín, ya en español, ya en su lengua, algunos motetes en honra del Santo. Acabada esta mesa, entra la segunda y tercera, y se acaba todo con mucho sosiego, quietud y alegría cristiana. Aquellos muchachos que dije a la bendición, son los monacillos, los tiples de la música y los que aprenden instrumentos, los hijos de los caciques, cabildantes y mayordomos. A éstos se les da de comer en casa del Padre. A la noche se van a sus casas.


MATRIMONIOS Y BODAS

Ya dije en otra parte que llegando los varones a 17 años, y las hembras a 15, todos se casan. No pueden ser de uno en uno, ni de dos en dos, porque como son pueblos grandes, y no hay más de una parroquia, no habría días de fiesta para echar en ellos las amonestaciones según el Ritual, tres veces. Cásanse muchos juntos. Léense a todo el pueblo los impedimentos del matrimonio: hacen al pueblo la lista de los que se quieren casar. En la iglesia van llamando a cada uno de ambos sexos, y pregúntale en secreto si viene de su voluntad, considerada la cosa, a casarse, o violentado de sus padres, o de su cacique, u otro: y si ha pensado bien lo que hace. Rara vez sucede en este lance no encontrar uno o dos que dicen le han violentado, y que no se quiere casar con el asignado en la lista. Y si el Padre no hiciera esta diligencia, callaría y se casaría. Enterado ya el Cura de que aquello es voluntario, lee las amonestaciones los tres días de fiesta contiguos, que dice el Ritual y encarga mucho que el que supiere algún impedimento, lo venga a decir: y repite aquellos más obvios. Visto ya que no hay impedimento, se ponen todos en hilera delante de las puertas de la iglesia por la lista que tiene el Secretario mayor, que los pone en gran orden. Acuden los Cabildantes y gran parte del pueblo. Sale el Cura con sobrepelliz, y capa pluvial de las más ricas: y los acólitos con su cruz, calderilla e hisopo, todo de plata: y una rica fuente con los anillos, y los trece reales de plata ensartados en hilo de plata. Todos están callando durante la función, sin gracias, ni chanzas, o cosa equivalente: considéranla como cosa sagrada. Toma el Padre el mutuo consentimiento a cada uno, y los asperja. Pero antes les hace una plática, en que les explica muy bien qué cosa sea aquel sacramento, y las obligaciones de él, y pregunta a los Cabildantes, a todo el pueblo asistente si hay algún impedimento.

Después les da los anillos y los trece reales que son las arras, y el novio se los pone y da a la novia, según el Ritual. No los traen de su casa. Están guardados siempre en casa del Padre: y unos anillos y arras sirven para todos. Dadas y recibidas estas prendas en señal de matrimonio, las vuelven a la fuente. Tómanlas los segundos, y así van pasando de unos a otros. Acabadas estas ceremonias, entran en la iglesia hasta las gradas de la barandilla, y mientras entran, cantan los músicos en tono alegre el salmo UXOR TUA SICUT VITIS ABUNDANS, FILII TUI SICUT NOVELLAE OLIVARUM, etc. Díceles el Padre las oraciones del Ritual. Síguese la Misa con todas las ceremonias del caso. Póneseles a todos, ya en la barandilla, el collar, y la banda, cosa muy vistosa, que se guarda para todos, como las arras. Después comulgan y dan gracias. Para dar gracias en éstas y en todas las comuniones de todos los demás, hay una oración devotísima, en una tabla. Esta la coge uno de clara voz, y por ella va dictando a los demás lo que han de decir: y ellos responden. De otra suerte, el indio estaría allí sin saber qué hacerse. No son capaces de oración mental: como nosotros cuando muchachos: sino de vocal: y decir lo que les dictan.

Dadas las gracias, vienen todos los novios a besar la mano al Cura. A cada uno le da un hacha y un cuchillo: instrumentos necesarios para sus labores: porque desde que se casan, empiezan a hacer sementeras: y a las novias hace dar abalorios. Van a sus casas, y los padres y parientes de la novia la conducen a la de su marido, que vive con su padre, hasta algunos años que haya aprendido a cuidar de lo doméstico. Uno le lleva la hamaca: otro los mates: otro las ollas y alguna alhajuela: que a esto se reduce todo el ajuar y éste es el dote. Luego se previene el convite de las bodas, dando el Padre las vacas. Llevan el santico con algo de comida a la bendición, dándoles allí de las cosas de la casa, y con el festejo de tamboril, etc., que ya dije. La boda se hace con gran modestia. Para que se vea cómo son, diré un caso. Estando yo cuidando de un pueblo que pasa de mil familias, casé una vez 90 pares. Como eran tantos, repartí el convite en cuatro partes del pueblo, con cuatro vacas, al cuidado de los principales indios. Al tiempo del convite, quise ir ocultamente a ver lo que hacían. Llegué de repente, sin saberlo ellos, al primero: y estaban los novios a un lado y las novias enfrente, comiendo con gran sosiego y modestia, allí delante una mesa: y en ella una devota estatua de la Virgen, y los músicos cantanto los gozos de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza: PUES A ESPAÑA COMO AURORA, en castellano, al son de arpas, y violines. Cierto que no pude contener las lágrimas de gozo, viendo un modo tan cristiano y devoto. Voy a otro convite, y encuentro lo mismo con otros músicos tocando otras cosas. Aprendan de aquí los cristianos europeos de tanta cultura a celebrar sus profanas bodas.


FIESTA DEL PATRÓN DEL PUEBLO

Esta la celebran con singular solemnidad y cristiandad. Previénense días antes para la confesión y comunión, en que hay mucho concurso. Convídanse Padres de otros pueblos para el sermón, y los tres de la Misa, y algunos otros. Los indios tienen preparados muchos caballos de los más gordos, llenos de cintas, cascabeles y plumajes de varios colores. Están alerta para cuando vienen los convidados. El Cura y su Compañero los salen a recibir a caballo a cierta distancia del pueblo: y con ellos aquella turba de caballería galana, con sus ginetes de gala; y si esto no se les permitiera, sería el mayor sentimiento para ellos. Entran los huéspedes en el pueblo; y se apean en la puerta de la iglesia, con mucho estrépito de cajas y todo género de instrumentos: entran en ella, y con éstos todo lo principal del pueblo, y gran parte del vulgo. Hacen oración, y cantan los músicos con toda solemnidad el TE DEUM LAUDAMUS.

La víspera, al punto de mediodía, estando ya preparados en la puerta de la iglesia el Alférez Real (que lo hay en todos los pueblos), con el estandarte Real, y su paje a la gineta, acompañado de todo el Cabildo y militares, todos de gala, salen todos los Padres a la puerta. Allí el Padre más condecorado echa agua bendita al Alférez, y entran todos, y con ellos casi todo el pueblo, echándoles agua bendita al entrar. Entonan los músicos el MAGNIFICAT con cuantos instrumentos hay. No queda aquel día caja, tamboril, flauta, pífano, pandero ni sonaja que no salga: y todos estos rudos instrumentos resuenan con los suaves al llegar al GLORIA PATRI. Acabado éste, sale el Alférez con toda su comitiva, y se le da agua bendita, y a lo restante del pueblo. Va acompañado de toda la milicia a poner el estandarte en un castillo postizo, que a este fin está preparado en la plaza. Luego toda la milicia de a caballo y de a pie, hace varias correrías, zuizas y mudanzas, primero en honra del Santo, Patrón del pueblo: y después del Estandarte del Rey.

Hecho esto, viene el Alférez con toda su comitiva de Cabildo y gentes militares, y se sientan en sus bancos de Cabildo, enfrente del pórtico de la iglesia. Los Padres toman asiento en el pórtico. Salen los danzantes, y empieza la primera danza el paje de gineta solo con la insignia de plata del Alférez en la mano. Después de esta danza, salen los demás danzantes, haciendo hasta cuatro danzas diversas, de ocho y más danzantes en cada una: y con esto se acaba esta primera función.
A las cuatro o cinco de la tarde, repican todas las campanas a vísperas. Vienen todos a la puerta de la iglesia. Salen los Padres a recibir al Alférez, que es el que preside en todo, con agua bendita, como al mediodía. Revístese el Preste con capa pluvial, y el Diácono y Subdiácono con dalmáticas, todo lo más rico que hay. Lo ordinario son estos ornamentos de brocado de oro. En algunos pueblos, de tisú. Los demás Padres se ponen sobrepelliz. Todos los monaguillos van con roquetes muy guarnecidos de encajes. Entona el preste el DEUS IN ADIUTORIUM INTENDE: dale la Antífona el Diácono y el Subdiácono, después de una profunda genuflexión al SSmo. y reverencia al Preste. Hácense las Vísperas, no en el coro alto, sino en medio de la iglesia, y para asientos, hay tres sillas muy ricas, aforradas de terciopelo carmesí galonado de oro: y para los monacillos hay otras sillas muy vistosas y lucidas. Los demás Padres se asientan en las sillas ordinarias, como las de sus aposentos. Danse después las demás antífonas al Diácono y Subdiácono y demás Padres, para que las entonen. Hácense todas las Vísperas según el Ritual, echando el resto de toda la solemnidad. Acabadas ellas, y dejados los ornamentos de los sacerdotes, se saca al Alférez hasta el pórtico, siéntase en él con toda la comitiva como al mediodía, y los Padres dentro. Comienzan las compañías de danzantes, después de festejar el Estandarte, y danzar cuatro de las mejores danzas, entreveradas con graciosos entremeses, que hacen los indios hábiles para eso. Danzan y entredanzan con gran gusto del pueblo, que gusta de ello aun más que de las mismas danzas: y jamás hay entre ellos una menos decente.

A la noche, a cosa de las nueve, hay también su festejo. Previenen ante el pórtico de la iglesia lucientes hogueras y gran multitud de campanas. Vienen los Cabildantes (que aquellos días siempre andan con sus galas de seda), acompañados de 30 ó 40 danzantes en diversos trajes, a lo español, a lo turco, a lo asiático, y otras naciones, y algunos con vestido cómico, a convidar a los Padres: y todos los danzantes vienen con linternas en alto, sobre unos palos muy pintados y vistosos. Llevan a los Padres al pórtico. Siéntanse los principales en sus bancos, y sale a danzar aquella grande turba de lucientes danzantes, todos con sus linternas, con gran variedad de posituras y mudanzas, y con grande artificio, formando motetes, y aun versos de alabanza al Santo Patrón, con las letras que en sus posituras hacen. Sale otra danza de 20 ó 30, cada uno con su instrumento músico, danzando y tocando: así prosiguen hasta cuatro diversas danzas, y con sus entremeses entre una y otra: y como son de muchos y artificiosos jeroglíficos, duran mucho.
A la mañana después de haber salido de oración los Padres (que ni aun en estos días de tanto trabajo se deja ni se acorta), repican las campanas; resuenan todos los instrumentos ruidosos, y en la plaza es algazara, carreras de caballos y remedos militares, festejando al santo Patrón, y honrando el Estandarte Real, cuyo Alférez lo conduce a la Misa. Van todos los Padres a recibirle por lo que representa. Danle agua bendita, y con grande autoridad le introducen a su asiento, que es una silla rica, y bien guarnecida, y con su cojín cerca de las barandillas, presidiendo a los bancos de Cabildo. Comenzada la Misa, y al Evangelio, desenvaina la espada, y levantándola en alto con brío, se mantiene así todo el tiempo del Evangelio, dando a entender el deseo y prontitud para defenderlo. Síguese el sermón, y lo restante de la Misa. Dicen los Padres sus Misas, habiendo acompañado antes al Alférez y su comitiva hasta el pórtico.

Mientras duran las Misas rezadas, previenen en la plaza sus funciones militares y festejos. Vienen a avisar que ya está todo prevenido. Salen los Padres al pórtico, y allí se ven ocho compañías de soldados con sus uniformes y armas, con banderas muy vistosas, cuatro de caballería y cuatro de infantería. Están éstas formadas en medio de la plaza: aquéllas en las cuatro esquinas. Sale por un ángulo el maestre de campo, y por otro el Sargento mayor de uno y otro cuerpo, dando sus cargas, y haciendo sus escaramuzas, con las que se desafían. Dispara uno contra otro una pistola: y a esta señal sale con gran furia toda la caballería por las cuatro partes a carrera abierta, rodeando la infantería, haciendo ademán de quererla romper: pero ellos se defienden mucho con lanzas, a los costados, y espadas con rodelas por todos lados: y desde el centro con muchos tiros de escopeta, y en algunos pueblos con piezas de campaña, y algunas veces arrojan cohetes a los pies de los caballos. Finalmente, después de muchas vueltas, de romper, y acometimientos, abre calle por la infantería. Allí son los tiros, las defensas y los esfuerzos. Arrebátanles una bandera, y con ella fuertemente amarrada (que son grandes), va a carrera abierta el que la cogió, corriendo alrededor de la plaza, como cantando la victoria, a quien siguen todos los suyos: y no la lleva recogida, sino desplegada, que es menester mucho esfuerzo para mantenerla con tanta violencia en el correr. Vuelve la caballería a hacer esfuerzos y acometimiento para romper: y por mucho que se esfuerzan para la defensa los infantes, les van quitando la segunda, tercera y cuarta banderas: y al fin, desbaratados y vencidos, los llevan en cuatro trozos, rodeados de la caballería, y los meten por los ángulos de la plaza. Es función realmente digna de verse, porque son excelentes ginetes; y el indio a caballo parece otro hombre. Y más con los vestidos, y uniformes y otros adornos que llevan, y con tantas cintas y cascabeles, y plumajes de los caballos. Después de esta función militar, se acercan al pórtico y se hacen cuatro danzas como las dichas, pero diversas, porque son tantas, que no es menestar repetir alguna. Y con esto se van a prevenir los convites, que son tantos este día, que casi no caben en el patio del Padre las mesas, con sus santos a bendecir. Casi no hay cacique, ni Cabildante ni mayoral que no tenga su convite aparte. Hácenlos con la circunstancia ya dicha de los demás: pero hoy añaden a ellos más solemnidad: y aquella bendición cantada que echan los muchachos después de la del Padre, es hoy a punto de música, con arpas, violines, etc., y con su banderilla, que es de seda, hacen el compás.

Para esta tarde, que es la sustancia de la fiesta, previene el Padre gran multitud de premios, cuchillos, navajas, peines, rosarios, medallas, lienzo llano, lienzo de varios colores, de algodón, bayeta, pañete, paño de sempiterna, paños de manos, sombreros, monteras, botones de metal y otras materias, agujas, alfileres, abalorios, cuentas de vidrio de varios tamaños y colores, yerba, tabaco, sal y otras cosuelas; cosas todas que ellos estiman mucho. Para cada convidado se pone cantidad de estas cosas, para que vayan repartiendo: y para el Cura, como quien ha de repartir más, mucho más.

Previénese un tablado junto al castillo del Estandarte Real, con los asientos necesarios para todos los Padres, o junto al pórtico de la iglesia. A cosa de las tres vienen los principales a convidar y conducir a los Padres. Van al tablado, y en algunos pueblos a esta hora, o la noche antes, hacen una ópera al modo italiano, con su vistoso teatro, cantada toda al son de la espineta, con las personas correspondientes, y en castellano. Son devotas las que saben; y una hay de la renuncia que hizo de su reinado Felipe V, entrando por personas Felipe V y su hijo D. Luis, varios grandes de España, y otros: y ni ésta, ni en las demás, hay papel de mujer. Todos están con el vestido correspondiente al personaje que representan: y todo va de memoria, no por el papel.

Al ejército del General D. Pedro Cevallos, aposentado en el pueblo de San Borja, ya evacuado de indios, por ser uno de los de la línea divisoria, llamamos por insinuación mía (hallábame yo con S. E.), algunos músicos y danzantes de otro pueblo para celebrar o ayudar a los del ejército, a celebrar las fiestas Reales de la coronación del señor Don Carlos III. Duraron las fiestas veinte y un días. Al principio hacían los indios cuatro danzas todos los días: y gustaban tanto de ellas los españoles, que prosiguieron haciendo seis. Sabían 70 danzas diversas. Hicieron algunas óperas, y entre ellas esta de la renuncia de Felipe V. Admirábanse notablemente de la destreza de la música, y aun más de la propiedad en representar las óperas: y no podían entender cómo sin saber castellano, hablaban y accionaban con tanta propiedad. Todo lo hace la constancia en enseñarles, su buena memoria y mucha paciencia. Volvamos al tablado.

Delante de la silla de cada Padre se ponen unos cestos de los premios dichos. Empieza la función la milicia en forma de batalla, al modo de la mañana; pero ahora con más célebres circunstancias. Acabada ésta, salen las compañías de danzantes, y aquí echan el resto de toda especie de danzas de blancos, negros, moros, cristianos, ángeles, diablos, serias y burlescas. Van los Padres repartiendo premios, no sólo a los de la fiesta, sino a todos los demás beneméritos. Van llamando a los carpinteros, horneros, rosarieros, estatuarios, y todo género de oficios: a los sacristanes, a los mayordomos o mayorales, y todo indio de alguna distinción. Como sabe el Cura quién lo merece mejor, suele llevar una lista, y por ella va llamando a los que más han trabajado en bien del pueblo. Para los restantes del pueblo se va arrojando aquella multitud de rosarios, medallas, agujas, alfileres, peines, mates, navajas, abalorios, botones, tabaco en manojos, etc. Y no obstante la bulla, algazara, y gresca como hay en estas cosas, nunca hay pendencias, desgracias ni riñas, sino risas y alegría. Es gentío pacífico y humilde.

Después entra el correr la sortija. Ponen una sortija en medio de la plaza, colgada de un palo atravesado, que estriba en dos pilares. Toma el Corregidor un palo de lanza, y a carrera abierta va a meterlo por aquella sortija. Si lo mete, prende de tal modo la sortija, que se desprende y va metida en el palo. Si de la primera vez no la llevó, vuelve a correr hasta tres veces. Vuelven a ponerla: y le sigue el Alférez Real: después, los demás Cabildantes y cabos militares: y a cada uno que llevó la sortija, toda la caballería da unas cuantas carreras alrededor de la plaza, gritando y apellidando el nombre del santo Patrón. Y con eso se acabó al entrar la noche esta tan solemne función.


CASTIGOS, JUECES Y PLEITOS

En cada pueblo hay dos cárceles: para hombres y mujeres. La de los hombres suele estar en una esquina de la plaza, frente a la iglesia. La de las mujeres, en la casa de las recogidas. No están encarceladas, sino libres. Andan de beatas: aunque no salen sino juntas y con su Superiora. Allí se ponen, con grillos o sin ellos, las mujeres delincuentes. Aunque este gentío es de genio humilde, pacífico y quieto, especialmente después de cristianos, no puede menos de haber en tanta multitud algunos delitos dignos de castigo. En toda la América, los Curas, clérigos y regulares, castigan a sus feligreses indios. Para todos los delitos hay castigo señalado en el libro de Órdenes: todos muy proporcionados a su genio pueril, y a lo que puede el estado sacerdotal. No hay más castigo que cárcel, zepo, y azotes. Los azotes para los varones son como para los muchachos. A las mujeres se les azota en las espaldas y como en oculto, en la casa de las recogidas, por mano de otra mujer, que ordinariamente es superiora suya. El verdugo de los hombres es el Alguacil mayor. Entre ellos es honra este oficio. Los azotes nunca pasan de 25. Si el delito es grande, se repiten los 25 algunas veces en diversos días. Todos los encarcelados de ambos sexos vienen cada día a Misa y a Rosario con sus grillos, acompañados de su Alguacil y Superiora: y a vísperas solemnes cuando las hay: y a las demás funciones públicas de iglesia. Como el castigo es de Padre y no de juez profano, no les vale la iglesia.

El Cura es su padre y su madre, juez eclesiástico y todas las cosas. Cayó uno en un descuido o delito: luego le traen los Alcaldes ante el Cura a la puerta de su aposento: y no atado y agarrado, por grande que sea su delito. No hacen sino decirle: VAMOS AL PADRE: y sin más apremio viene como una oveja: y ordinariamente no le traen delante de sí, ni en medio, sino detrás, siguiéndoles: y no se huye. Llegan a la presencia del Cura. "Padre, dicen los Alcaldes o el Alguacil: éste no cuidó de sus bueyes que llevó para arar sus tierras. Se los dejó solos junto al maizal de esotro: y se fue a otra parte. Entraron al maizal e hicieron un grande destrozo en él." Averigua el Padre cuánto fue el daño, la culpa que tuvo, oyendo los descargos, etc. Pónele delante su delito al delincuente, ponderándolo con una paternal reprensión, y concluye: "Pues has de dar tantos almudes de maíz a éste tu prójimo: y ahora vete, hijo, que te den tantos azotes", 25, v. g. y encarga al Alcalde la ejecución de la paga. Siempre se les trata de hijos. El delincuente se va con mucha humildad a que le den los azotes, sin mostrar jamás resistencia: y luego viene a besar la mano al Padre, diciendo: AGUYEBETE, CHERUBA, CHEMBOARA CHERA HAGUERA REHE: Dios te lo pague, Padre, porque me has dado entendimiento. Nunca conciben el castigo del Padre como cosa nacida de cólera u otra pasión, sino como medicina para su bien, y en persuadirles esto inculcan los Cabildantes cuando los domingos repiten la plática del Padre. Es tanta la humildad que muestran en estos casos, que a veces nos hacen saltar las lágrimas de confusión. Con lo que dijo el Padre todos quedan contentos: no hay réplica ni apelación. Y no es esto de tal cual vez: siempre sucede así.

Traen otro: "Padre: éste mató un buey manso de los dos que le dieron para su labor: y no teniendo leña, cogió la hacha, e hizo pedazos el arado, o el mortero de majar maíz, y con ella se lo asó y comió." Semejantes delitos suceden. Hácele cargo el Padre: "Pues ¿porqué hiciste, hijo, un desatino como éste?" Y comúnmente calla o responde: CHE TA LIRAMO: CHE TA LIRAMO: "por ser yo un tonto", "Pues si tú matas un buey, y el otro, otro y otro, ya no tendremos bueyes en el pueblo": y suele responder: "pues mi cuerpo lo comió, que mi cuerpo lo pague." "Pues vete, hijo, que te den 25." Va con grande mansedumbre, y recibe sus azotes, y viene a besar la mano dando gracias por ello. Estos son los juzgados que allí se hacen, atenta la capacidad de la gente y el amor de padres que se usa.

Ocurren algunas diferencias y pleitos. Los más ordinarios son sobre límites de tierras: porque aunque hay títulos de ellas, dados y firmados de los Gobernadores en nombre del Rey, suelen con el tiempo mudarse los nombres de ríos o cerros, etc., linderos de las tierras, de que se siguen dudas y diferencias. Los indios comprometen en lo que dijeren los Padres, sin acudir a la Audiencia de Chuquisaca, 600 leguas distante, como hacen los españoles con tantos gastos. Sucede en una ciudad que dos hombres de razón tienen su diferencia o pleito sobre tierras, casa, u otro interés. Para evitar reyertas y gastos, se conciertan en ir a un ciudadano inteligente y de mucha equidad, prometiendo estar a lo que él dijere. Esto nadie puede condenar, sino alabar. Esto es lo que hacen los indios con los Padres.

Para esto hay tres Padres que deciden los pleitos del río Uruguay, que son 17 pueblos: y otros 3 para los del Paraná: de modo que los del Paraná juzgan los pleitos del Uruguay: y los de Uruguay los del Paraná. Y no puede ser juez el que ha sido Cura en algunas de las partes. Esto se hace para que el afecto no incline a más de lo justo: y cuando el pleito es de un pueblo de un río con el de otro; entra un juez de cada río, y el Superior es el 3.er juez: y éstos son los más experimentados: y tienen los libros que tratan de las leyes de las Indias, Cédulas Reales, etc. por donde se guían. Hacen su papel los indios: hace el Cura el suyo: preséntanlo a los jueces: cotejan las dos partes, y deciden a pluralidad de votos: y con eso, sin más gastos, se acaba todo.

Entre los treinta pueblos, hay seis que son colonias de otros: porque, pasando un pueblo de mil quinientos vecinos, es difícil el gobernarlo, y así se suele dividir y suele ser mitad por mitad. El modo que en esto se tiene es éste. Llega un pueblo a 1.600 vecinos: trátase de dividirlo: buscan territorio a propósito de buenas aguas para beber, río o arroyo para lavar y bañarse: abundancia de bosques para leña, tierra fructífera de migajón: y un sitio algo eminente y llano para el asiento del pueblo, sin pantallas de montes altos o sierras que le estorben, en tierras tan cálidas, el ser bien batido de los vientos. De las estancias de ganado del pueblo le dan como la mitad de su territorio, si se puede dividir: o buscan otro, comprándolo. Señalan la mitad de las familias, con sus caciques.

Envían dos Padres de los más ancianos y prácticos al repartimiento de tierras. Registran los almacenes, trojes y graneros, y van separando la mitad de todo. Van a los vestidos de Cabildantes, militares y danzantes, y hacen lo mismo. A los ornamentos sagrados, frontales, casullas, la mitad de cada color. Las sillas, candeleros, mesas de los aposentos, domésticos, instrumentos de cocina, la herrería, carpintería, platería, etcétera, todo lo dividen, mitad por mitad en cuanto a la cantidad y calidad. Toman razón de todo el ganado mayor y menor que hay en el pueblo y en las estancias; y asimismo lo dividen por la mitad. No para aquí este punto. Como la iglesia, casas de los Padres, y del pueblo, son tanto de los que se han de ir, como de los que se quedan, todo lo valúan los dos Padres, haciéndose cargo de los materiales, de todas sus partes y valor de cada cosa en aquella tierra, etc. Por eso escogen a los que entienden muy bien de la materia: y como los Misioneros están trazando frecuentemente poblaciones nuevas, casas y templos nuevos, por haberse envejecido los primeros, se aplican a libros y tratados de arquitectura, y muchos de ellos han sido directores y maestros de esto; se encuentran quienes puedan hacer esta tasa con toda cuenta y razón. La mitad del valor de la iglesia, casas, etcétera, queda a deber el pueblo que queda a los que se van: como que hicieron por junto con todos los demás esas cosas, tanta parte tienen ellos, como los otros a quienes se las dejan. El pueblo que queda va pagando a los nuevos colonos poco a poco lo que queda a deber, que no se les aprieta: y en algunos es tanto, que ni en 20 años puede pagar. Con toda esta equidad, cuenta y razón hacen estas cosas. Y como caen en manos de sujetos de tanta conciencia, que este es el norte de todas sus acciones, se repara en las cosas más menudas: y va todo con toda justicia y legalidad, con toda equidad y sosiego, sin inquietud y pleitos. La mayor dificultad está en mudarse. Muchos se vuelven atrás contra lo que prometieron. Lloran y más lloran, por no dejar su nativo suelo, se agarran a los pilares de la iglesia y se están sobre las sepulturas de sus abuelos y parientes, no queriendo apartarse de sus huesos. Es menester mucho de Dios y de fuerza y violencia para hacerlos caminar: y aun después de vencida esta dificultad, se vuelven muchos de la colonia a su pueblo: y son menester castigos y violencias para hacerlos volver. Tanto como esto cuesta: siendo como es, para bien suyo: pues siendo el pueblo tan grande, es menester que muchos tengan sus sementeras tres y cuatro leguas distantes del pueblo, según el modo que tienen de hacerlas, y que no se pueden disponer más cerca, atenta la calidad del terreno y cortedad y falta de habilidad del gentío: y el ir y volver, y más a pie, y tan frecuentemente, a tanta distancia, es un trabajo muy considerable: a que se allega que no pudiendo visitar bien tales sementeras, no hacen cosa de provecho, por su innata desidia, que necesitan de tanto cuidado, de estímulo, y aun de castigo, como ya se dijo, hasta para las cosas de tanta utilidad suya. Síguenseles también otros muchos daños de no dividir los pueblos, que sería largo expresarlos. Después de años que están ya de asiento, como experimentan las conveniencias que tienen, que muchas veces son mayores que las que tienen los que se quedaron, ya se aquietan. Aunque en las demás cosas son tan obedientes a los Padres, en esta de dejar sus tierras, cuesta mucho hacerles obedecer. Por eso cuando en fuerza de la línea divisoria se les mandó transmigrar, padecimos tanto en este punto por su resistencia. Y como se les mandaba (además de su destierro) dar a los portugueses (que los tenían por enemigos antiguos) sus casas, sus iglesias, tierras, planteles de yerba, etc., que por tantos años habían sudado: creció más esta dificultad, hasta hacérseles imposible.


VISITA DEL SEÑOR OBISPO

Los señores Obispos, aunque no pueden ir a visitar a los regulares de vita et moribus, por privilegios pontificios y Reales; deben no obstante, visitarlos cuando son Curas, en lo tocante a sus oficios: si doctrinan a sus feligreses: que ornamentos hay, y con qué decencia: cómo está la pila bautismal y demás vasos sagrados: en qué estado están las cofradías. Recíbese con toda autoridad. Salen los Cabildantes y militares todos de gala a recibirle, una legua y más, del pueblo, con sus instrumentos bélicos y músicos, con bajones y chirimías, todos a caballo. Llega a la entrada del pueblo, donde lo recibe el Cura revestido, con las ceremonias de su Ritual. Por donde pasa, todos se arrodillan, recibiendo la bendición. Llega al templo, y cantan los músicos el Tedéum, siguiéndose las oraciones y demás ceremonias.

El día siguiente visita la iglesia, ornamentos y todo lo demás. Después hace las confirmaciones, que como no viene sino después de muchos años, son muchos centenares y aun millares. El año 1763 fue la última visita del pueblo en que yo estaba, y hacía 21 años que no había habido otra. A otras Misiones suelen tardar más en ir: y a alguna nunca van. Se excusan por sus ocupaciones, sus años, sus achaques, y la longitud, aspereza, e incomodidades de los caminos. Los aliviamos cuanto podemos, dándoles carruaje, cabalgaduras, etc., y haciendo todos los gastos, aunque se detengan mucho más de lo decretado; y todo de balde, sin paga ni recompensa alguna: y siempre le hace el pueblo un presente de valor de cien pesos o más: y se le da un Misionero que siempre le acompaña, para dirigir los indios sirvientes, y todo lo perteneciente al viaje, para que sea con la comodidad posible.

Por esta tardanza, el Papa Benedicto XIV dio facultad de administrar el sacramento de la Confirmación a todos los Superiores de nuestras Misiones, cuando vienen a la visita de sus súbditos: y a todos los Curas en la hora de la muerte, para que ninguno se prive de este saludable sacramento. El modo de administrárselo es éste: Juntos ya en la iglesia los confirmandos con los padrinos, van trayéndolos con mucho orden al señor Obispo. El Cura a un lado con su lista le va dictando los nombres. Pronuncia la forma con las ceremonias, y otros dos Padres limpian la frente y enjugan el óleo: toman la cinta y la vela, y la dan a los que van siguiendo: y con eso, dos o tres velas y cintas sirven para todos, aunque sean centenares: no percibe vela ni cinta por cada uno: por la pobreza del indio: Y aun esas pocas las pone la iglesia y guarda.

Los gastos que se hacen, los costea el pueblo los hechos allí: los demás, en embarcaciones o por tierra hasta su Catedral, los pagan todos, haciendo una prorrata. Las dos veces que en 28 años estuve en aquellos pueblos, hubo sólo dos Visitas. En el tiempo antecedente hubo otras varias, como consta de los libros de la parroquia: y en ellas dejan siempre muchas alabanzas de los Curas, sus ministerios, y el buen porte de los indios. Con todo esto, el libelo portugués, que con ocasión de la línea divisoria salió contra nosotros, dice que jamás llegó a aquellos pueblos Obispo alguno, porque lo estorbaban siempre los Jesuitas para ocultar sus codicias y marañas. Y el expulso citado, como no puede negar estas visitas o Informes, que los vería también citados en las Cédulas reales, dice en su libro, que todos esos Informes de esos Obispos son falsos, y que fueron sobornados de los Jesuitas para hacerlos. Sea Dios bendito por todo. Habiendo ya hablado del gobierno político, y eclesiástico, sólo resta que hablemos del militar.


CAPÍTULO ÚLTIMO

GOBIERNO MILITAR DE LOS INDIOS

En cada pueblo hay 8 compañías de militares, con su Maestre de campo, su Sargento mayor, Comisario, 8 Capitanes, Tenientes, Alféreces y Sargentos correspondientes. Todos tienen sus insignias de bastones, banderas y alabardas. Hay algunas bocas de fuego, pero pocas, porque no se alcanzan, y con gran dificultad se consiguen por cualquier precio. El pueblo que más tiene, serán 50: y es menester gran cuidado con ellas: porque el descuido y desaseo del indio luego las echa a perder. Pólvora se hace casi en todos los pueblos; pero muy poca, porque no hay mina alguna de salitre, ni molino, ni azufre. Hácese el salitre de las raspaduras de la tierra en que hubo orines, dándole punto a fuerza de fuego; y con esto, y algo de azufre que se alcanza en Buenos Aires, se hacen algunas libras al año, que sirven para cohetes y tiros en sus fiestas: y casi nada sobra para ensayo de las armas. No obstante, los émulos dicen que hay molinos, fábricas y mucho armamento para levantarnos con el Reino Jesuístico. Las lanzas y flechas se hacen en el pueblo: y de esto hay lo suficiente.

Son más de 50 los servicios militares que le han hecho al Rey estos indios: están todos apuntados. Unas veces poniendo sitio a plazas: otras, ayudando a los españoles contra los enemigos de la Corona, y contra indios infieles. Casi siempre han ido con españoles, comandados de ellos. En los alborotos antiguos del Paraguay, ellos casi solos introdujeron al Gobernador D. Sebastián de León, que se les enviaba por orden del Rey, en lugar del intruso que tenían: y entraron con él a la ciudad, que salió a la resistencia, venciendo y matando. En los más modernos (en que me hallé yo con los indios el año 1732), el Gobernador de Buenos Aires con 6 mil de ellos y unos cien soldados españoles, prendieron a los culpados: ajustició algunos delante de los 6 mil indios, y lo sosegó todo. A la Colonia del Sacramento (plaza tan nombrada de los portugueses), llamados de los Gobernadores a auxiliar a los españoles, la han sitiado cuatro veces. La primera la ganaron, entrando por asalto. La segunda, no pudiendo resistir los cercados al sitio de cuatro meses, ocultamente la desampararon. La tercera, después de algún tiempo, despachó el Gobernador los indios: y se quedó con solos españoles: y no la pudieron tomar. La cuarta fue la de esta última guerra del Portugal, en que fueron llamados mil, no para soldados, sino para gastadores: ganose la plaza: y el Gobernador atribuyó la victoria a los indios, que en una sola noche cubrieron todo el ejército con una zanja grande que hicieron de mar a mar, dejándolos casi todos cercados: pues decía que sin aquéllos, que fue sin muertes, no la hubieran ganado. Las tres veces que se ganó fue restituida por tratados de paz.

Cuando el Gobernador quiere indios para éstas y otras funciones, no escribe a los indios, ni envía oficiales para intimarles sus órdenes, porque sabe quiénes son, y cómo se gobiernan. Escribe a nuestros Provinciales: "necesito tres mil indios, v. g. para tal expedición: estimaré a V. R. como tan servidor de Dios y del Rey, disponga que vengan a tal paraje con todo lo necesario para tal empresa". Esto es en sustancia lo que escribe. El Provincial al punto escribe al Superior, declarándole lo que dice el Gobernador: y ordenándole que disponga luego todo lo necesario. El Superior toma la lista de todos los pueblos: y repartiendo la carga según el número mayor o menor de cada pueblo, hace un papel, en que en sustancia dice: "El señor Gobernador en nombre del Rey nuestro Señor, manda que vayan tantos indios a tal expedición. Del pueblo N. irán doscientos: cada uno llevará tres caballos para sí: cincuenta llevarán escopetas con tanta pólvora: cien llevarán lanzas: y los cincuenta restantes llevarán tantas flechas cada uno, y dos o tres hondas." Usan piedras contra la caballería contraria de un modo que tiran el guijarro con la honda juntamente que es un solo ramal, con una borla: y prosiguiendo el guijarro con gran violencia, se queda allí la honda cerca del que la tira, y la coge otra vez. "Para cargas llevarán tantas mulas, en que irá tanta yerba y tanto tabaco. Todos irán bien vestidos del común del pueblo. Saldrán tal día. Llevarán para el camino tantas vacas para su sustento, hasta tal parte, en que encontrarán al Padre N., que cuidará de todo el cuerpo y lo conducirá hasta entregarlo al señor Gobernador": y así prosigue para los demás pueblos. Este papel va por todos los pueblos tiempo antes de la marcha, para dar lugar a que se prevenga todo lo necesario. Cada Cura copia lo que le toca: y pasa adelante. Llama el Cura al Corregidor y maestre de campo: intímales el orden del Gobernador: y como para aquel pueblo están señalados tantos, con tales y tales armas: ordénales que escojan los más a propósito y se los traigan allí para verlos: y que con los herreros y demás oficiales prevengan las armas señaladas. Vienen los señalados: y ve el Cura si conviene desechar alguno. Jamás he visto (y han sucedido varias funciones de estas en mi tiempo) ni he oído que haya habido resistencia en alguna ocasión a estas empresas, cuando las manda el Gobernador, ni repugnancia alguna de parte de los Padres, ni de los indios. A todo se obedece puntualmente por el orden que aquí se dice. El indio nada pone de su casa: todo se lo da el común. En llegando al sitio señalado por el Gobernador, ordena y dispone de los indios por sí y sus oficiales, valiéndose de los Padres, que siempre suelen ser dos o tres como intérpretes, para intimar sus órdenes, y para todos los usos de economía que allí se ofrecen. El Gobernador de Buenos Aires y Teniente general D. Bruno Zavala estuvo dos veces en los pueblos con ocasión de expediciones militares, y alabó mucho este método de los Padres en su gobierno militar, como en las demás cosas.

"Queda, pues declarado el gobierno político, eclesiástico y militar, y lo adherente a esto, aunque con mucha mayor extensión de la que pide un compendio, y de la que yo me imaginé al principio: y va con toda aquella claridad, llaneza y sinceridad que pide mi estado y mi ministerio.

"¿Dónde está aquí el Reino jesuítico, el despotismo, las codicias y los inmensos intereses que decían los herejes: y con ellos los émulos, que profesan ser católicos, y que los Jesuitas son Obispos, son Gobernadores, son Reyes y son Papas? ¿No ven aquí la subordinación a los Obispos, a los Reyes y Gobernadores? ¿Y que con aprobación suya, y aun alabanzas, se hace, y aun se prosigue ese modo de gobierno? Quedan dos o tres niños, huérfanos de padre hacendados: un hombre de bien toma a su cargo cuidar de sus haciendas, o por amistad que tuvo con sus padres, o meramente por Dios, ni sueldo, ni interés alguno. Gobiérnalos en todo: enséñales la doctrina cristiana y buenas costumbres: castígales en sus travesuras: se afana por conservarles su hacienda y aun aumentarla: haciendo esta obra de caridad para aumentar mérito para el cielo. En lo demás está este tutor sujeto y obediente con sus pupilos a sus superiores Reales y de gobierno espiritual y político. ¿Quién podrá poner dolo o mancha en esta obra? Pues esto es lo que han hecho los Jesuitas con aquellos pobres pupilos: exhortándolos a ellos los Reyes: y aprobándolo y alabándolo los más inmediatos superiores que lo ven: Obispos, Gobernadores, etc. Para mayor claridad de lo que dije de la fábrica de los pueblos, va con el mapa un dibujo de ellos.


CAUSA PORQUE SE AÑADEN LAS DUDAS SIGUIENTES

"Esta relación se ha tenido algunos días sin enviarla a V. R., por no hallar sujeto de confianza con quien poderlo hacer. Entretanto, varios de los nuestros me han hecho varias preguntas sobre sus puntos: he leído también algunos papeles de los émulos. Hago refleja de que V. R., no sólo quiere esta relación para sí, sino para desengañar a otros, y querrá enterarse de raíz de algunas dudas que se le ofrecerán para dar más cabal noticia. Por lo cual he determinado añadir estos cuadernos de dudas."


DUDA PRIMERA

¿Cómo habiendo tantos testigos de lo que aquí se ha dicho hay tanto descaro en levantar tantos falsos testimonios?-- No es nuevo esto. El mundo siempre ha sido mundo: falso, mendaz, envidioso: y lo será. En el siglo pasado, un indio de las Misiones, llamado Ventura, que andaba fugitivo por su mala vida entre los españoles, presentó al Gobernador de Buenos Aires, D. Jacinto Láriz, a inducción de su amo, un papel de ciertas minas de oro y plata, con sus castillos que decía tenían los Misioneros Jesuitas del Paraguay, de donde sacaban grandiosas riquezas. Y afirmaba haber estado en ellas. Item, cierto predicador sacó este punto en el púlpito, y para que lo creyeran, mostró allí a los oyentes una piedra veteada de plata, afirmando que era sacada de las minas de los Jesuitas.

Como el buen Gobernador era recién venido de España, y no sabía los fraudes de aquel Nuevo Mundo, luego lo creyó todo. Toma un buen destacamento de soldados y con ellos al Ventura y su mapa. Se encaminaron a las Misiones, con pretexto de visitarlas. Llega al primer pueblo: y desaparece Ventura. Búscanle por todas partes: y le hallan. Hácele cargo el Gobernador porque se había huido sin descubrir las minas: responde: No hay tales minas. ¿Pues cómo me presentaste este mapa diciendo que habías estado en ellas? Yo no te he dicho tal cosa, responde: y si te lo dije, sería estando borracho. Ahórquenle luego: prorrumpió el Gobernador lleno de cólera. ¿En mis barbas te atreves a hacerme mentiroso? Acuden los Padres: alegan su cortedad pueril: quítanselo de las manos, y se contentó con darle 200 azotes.

Prosiguió su averiguación a instancia de los Padres, alegando que para S. S. y para ellos estaba muy bien el que del todo y por todas partes se averiguase aquel punto. Esparció los soldados por todos los pueblos y sus rincones con prevención de 600 pesos y un vestido completo al que trajese verdaderas noticias de las minas. Nada se halló: y el Gobernador avergonzado pidió perdón al P. Romero, Superior, y a los demás. Averiguose el sujeto que le había dado al indio aquel mapa, [y la piedra], se halló ser de la peana de la estatua de un Santo, que para adorno tenía aquella y otras piedras traídas de Potosí: y no era de los Jesuitas.

Parece que no había más que pedir en este asunto. Pero no paró aquí la malicia. El Gobernador, que era antes enemigo de los Jesuitas por lo que oía contar de ellos, sin tratarlos, se hizo tan amigo suyo con el trato que tuvo en la Visita de los pueblos, y por lo mucho que vio bueno en el gobierno político y espiritual de los indios, y observancia regular de los Padres, que todo era alabarlos en Buenos Aires. El tomo intitulado ELOGIA SOCIETATIS IESU trae varios elogios suyos. Era caballero del hábito de Santiago, y debía de ser hombre muy de bien: pues daba tanto lugar a la razón sin el sonrojo de retractarse.

Como los émulos vieron tanta mudanza, luego sospecharon o fingieron que a él y a sus soldados habían sobornado los Jesuitas con el oro de sus ricas minas: ocultamente dieron cuenta a la Corte. Pintaron las calumnias con tales visos, que el Rey mandó que fuese a averiguar este punto Don Juan Blásquez Valverde, Oidor de Chuquisaca, a cuya Audiencia pertenecen aquellas tierras, con instrucciones de lo que pasó y de lo que debía hacer. Como el Oidor era hombre antiguo y práctico, fue tomando informes ocultos por el camino. Averiguó quiénes eran los delatores. Llegó a Buenos Aires: y allí tomó un buen número de soldados y obligó a los delatores a que fueran a mostrarle las minas. En la ciudad de Santa Fe le dijo cierto religioso que él había visto dos zurrones de cuero de toro llenos de oro en polvo que los indios habían traído en una embarcación a aquel puerto para el Provincial Jesuita y que el Provincial dio el uno al colegio de Córdoba y el otro al del Paraguay. Como el Oidor era práctico hizo burla de esta delación, reparando en las circunstancias.

Llegó a los pueblos: repartió por ellos y por sus territorios a los soldados, a los delatores, y a un minero del Perú llamado D. Cristóbal Vera, muy inteligente de territorios de minas. Volvieron diciendo que no habían encontrado nada. El minero testificó que aquellas tierras, según su positura, y su temperamento, no eran tierras de minas de plata y oro. Fue el Oidor preguntando jurídicamente a cada uno de los delatores por qué había hecho aquella delación contra los Padres y contra el Gobernador. Uno respondía que porque lo había oído así. Otro que lo había hecho por odio a los Padres. Condenólos a cortarles las orejas y las narices: mas por intercesión de los Padres se contentó con pena pecuniaria, en que les multó y publicó un manifiesto de todo lo sucedido, que impreso lo esparció por la América y por la Europa. Todo esto lo trae el P. Techo en su historia latina dedicada al Consejo de las Indias, intitulada HISPANIA PARAGUAYA, que anda por todas las librerías de alguna monta: y D. Francisco Jarque, Cura que fue de Potosí, y anduvo hacia estos tiempos por Buenos Aires y Paraguay, y después fue Dean de Albarracín en España, en su historia intitulada MISIONES DEL PARAGUAY. Como en este destierro no tenemos estos libros no puedo citar libro, párrafo ni página, como lo hiciera si lo tuviera; pero lo he leído algunas veces y me acuerdo bien.

Después de todos estos, son muchos aun de los no vulgares, que están en que hay estas minas. Ya dije cómo el General portugués de la línea divisoria afirmaba antes de la expedición que de aquellos pueblos sacaban los Padres cada año millón y medio para sus colegios. El Padre Alonso Fernández me dice que en Buenos Aires le mostraron una carta de uno de los cuatro Coroneles que llevaba dicho General, su fecha en el pueblo de San Ángel, escrita a un amigo suyo, que le decía: "Amigo, hemos venido muy engañados: ya hace tanto tiempo que estamos en estos pueblos haciendo muchas averiguaciones: y no hay tales minas," ¡Miserables hombres, que ni piensan, ni hablan sino en la tierra! Pues si antiguamente había tanta desvergüenza en levantar falsos testimonos a vista de los que sabían y veían todo lo contrario, ¿qué mucho que ahora los haya, no habiendo mudado el mundo? No quiero acabar esto, sin decir lo que pasó estos años, cuidando yo del pueblo de la Concepción. Vinieron ciertos españoles al pueblo a comprar lienzo por vacas. Diles despacho a su satisfacción. Vieron la iglesia: su adorno, y otras cosas de que se admiraron. Y después de algunos días, se volvieron a su ciudad. Allí empezaron a exagerar las riquezas de la Concepción: y entre otras cosas decían que por las puertas del colegio (así llaman ellos a nuestra casa), pasaba un arroyo lleno de pepitas de oro: y que el Cura tenía allí un viejo que con un cedazo sacaba cada día mucha riqueza. Así me lo afirmó el Notario eclesiástico de aquella ciudad: y decía que muchos lo creían firmemente, y corría como cosa sentada. Por en medio de la huerta hay un socavón como zanja, por donde corre el agua cuando llueve, y en lo demás del tiempo siempre está seco: y no hay más. El pueblo no tenía deudas, pero no era de los más acomodados. Son aquellas tierras un hervidero de semejantes fábulas.


DUDA SEGUNDA

¿De dónde nace que los Padres son Obispos, y aun Papas, Gobernadores y Reyes? --Ya insinué algo antes. Ahora lo diré. Ven el respeto que los indios les tienen: ese nace del ejemplo y recato con que viven con ellos. Cuando ven a cualquiera otro eclesiástico o seglar con ejemplo y devoción, también le muestran mucho respeto. Pero si le ven con liviandades y que no acude a Misa y Rosario cada día, no hacen caso de él. Ven que no acuden al Obispo para dispensas matrimoniales: ni aun para lo tocante a los preceptos eclesiásticos, porque ignoran los privilegios que tenemos del Papa, sin que sea necesario acudir a esos señores: si lo saben, se lo callan. Ven que el Provincial quita y pone Curas, sin acudir para cada uno al Vice-Patrón ni al Obispo, y no examinan las facultades y el beneplácito que de los dos tienen. Pero ya se explicó la dependencia que tienen al Papa, Obispo, Rey y Gobernador.

DUDA TERCERA

¿De dónde toman motivo para exagerar tanto las riquezas de aquellos pueblos, y afirmar que los Jesuitas y no los indios las logran? --Nace de lo que ven en las igleslas, y los vestidos de los Cabildantes y danzantes. Lo de los templos se reduce a esto. Una lámpara de dos o tres arrobas de plata. Una o dos piezas que hay de cinco o seis (sic): dos blandones altos para los monacillos en las misas cantadas: 6 candeleros de vara o más de alto para los días solemnes, y dos menores para cada altar en las Misas rezadas: caldero de agua bendita y hisopo: 6 ó 7 cálices: 2 copones: una Custodia para el día del Corpus y jubileo del mes: algunas vinajeras con sus platos: tal cual campanilla: y los vasos del Baptismo y Extremaunción. Esto es lo ordinario de plata, ya sola, ya sobredorada. Raro pueblo excede de esto: y si excede, es poco. Todo ello podrá valer, incluso la hechura, como cinco mil pesos. Allá, como abunda más la plata, hay muchas alhajas de este metal en los templos de las ciudades, y en las casas de los seglares, aunque no sean más que de medianas conveniencias, casi todas las piezas son de plata, hasta las bacinillas que sirven de orinal. Y así, para aquellas tierras, no es mucho lo dicho en una iglesia ordinaria.

Los frontales y vestidos sacerdotales de capas, casullas, dalmáticas, etc., no son de tisú, sino en tal o cual pueblo, que tienen un solo ornamento de esto para el día de Corpus y fiesta del patrón del pueblo: son de brocade, para los días de fiesta, y de telas llanas, pero lucidas y limpias, para los días ordinarios, como dije en otra parte: y para cada color hay un ornamento. Lo de plata y estos ornamentos, podrán valer diez mil pesos. Ven los templos tan majestuosos; todos los retablos dorados; los pilares y las bóvedas doradas y pintadas, entreverando lo uno con lo otro; y aun los marcos de las ventanas y puertas en algunas partes y todo muy lucido, limpio y resplandeciente. Ven de gala el Cabildo y danzantes, vestidos de seda, y a los Cabos militares en sus fiestas, aunque de sedas llanas. No ven más. Porque los aposentos de los Padres son como en los colegios, y sin más adorno que en ellos. El vestido y porte, como en las ciudades, y aún más basto. Las casas de los indios, un aposento para toda la familia, del grandor de los nuestros, sin más adorno, con sus alcobitas de estera en los rincones: y unos platos de barro, unos calabazos para vasos, sin sillas, ni aun bancos, sino tal cual. De esto sólo no se puede argüir que hay riqueza.

En el pueblo varias veces se ofrece hablar con españoles capaces, de este asunto. Decíales yo: Es menester saber que los más de estos pueblos tienen más de cien años de fundación: y el que menos, tiene 60. Nos hemos de hacer cargo que las alhajas de plata duran in perpetuum: que las de brocado, que no son más que para los días de fiesta; duran cien y más años. Las demás de seda, 50 y 60 años. Lo tienen comprado. Demos que el pueblo tenga 800 familias, con un real de plata que dé cada familia, ya tenemos los cien pesos. Pues ¿quién hay que diga que por poder dar el indio un real de plata al año, está muy rico el pueblo? ¿Y más en la América, donde un real de plata se estima como dos o tres cuartos en España? Luego la riqueza tal cual que se ve en los templos, no se puede argüir que esté muy sobrado el pueblo, a más de que algunos años en que los frutos, cosechas y ganados multiplicaron mucho, como se hallaron con abundancia, compraron estas cosas: y en muchos años de decadencia o penuria, compran muy poco o nada. ¿Cuántas casas de nobles se ven con las alhajas competentes a la nobleza, y el dueño está pobre? Lo que se infiere es que en algún tiempo estuvo acomodado, pues tuvo con qué comprar aquello: o que no obstante su pobreza, cada año fue comprando un poco; pero no el que sea habitualmente rico. A esto callaban; pero los apasionados, como no se guían por la razón, claman y gritan sin ella.

Ven también los clamadores de las riquezas que hay yerbales en las cercanías del pueblo, y grandes algodonales del común: muchos millares de vacas en las estancias. Del resplandor de los templos, arguyen comúnmente las riquezas: pero los más considerados lo sacan de aquí. Lo que hay en el caso es que de estos yerbales se sacan 400 arrobas de yerba que se envía a Santa Fe para pagar el tributo del pueblo y el diezmo, y comprar con el sobrante hierro, cuchillos, paños, sempiternas, y otras mil cosas necesarias a un pueblo. Y no pueden ir más de 400 arrobas, por estar así mandado por Cédula Real para que los españoles del Paraguay tengan mayor comercio en este género. Lo restante que se beneficia de estos yerbales, se gasta en la ración de yerba, que tarde y mañana se da a cada indio; y no hay más comercio de ella.

El lienzo que sale de los algodonales se gasta, como se dijo, en vestir a todos los muchachos de ambos sexos, que son tantos, que en un pueblo tenía yo tres mil: y como ven el algodonal grande, y no ven la multitud que se ha de vestir de él, les parece gran riqueza. Se da también de vestir a las recogidas, a los viejos, viejas y pobres. Y lo que sobra, que es harto poco, se envía a Buenos Aires para comprar con él lo que queda dicho: pero no son todos los que envian este género: y muchos pueblos que aun no cogen lo necesario para sí, por ser terreno menos a propósito, lo compran de otros: y así nada envían.

Las vacas no son tantas como juzgan o publican los émulos. Son pocos los pueblos que tienen para dar ración de carne todos los días. Algunos dan tres o cuatro veces a la semana, otros, sólo dos. Y en pueblo estuve yo, donde no se daba carne más de un día a la semana, porque no había para más: y se componían con su maíz, legumbres (de éstas pocas), y batatas. Vi también en este pueblo que un año que hubo carestía de estos frutos, se daba ración de carne todos los días. Lo que hace el Cura es esto. Visita la estancia una vez al año, si está muy lejos (algunas distan 30 ó 40 leguas del pueblo): y si está cerca, dos veces. Cuenta todo el ganado: porque en esto, no se puede fiar de los indios, que hay muchos fraudes en ello. Considera el multiplico de terneras, cotejado con el del año antecedente, y con el gasto del pueblo. Si ve que puede dar una buena ración cada día, sin que este gasto, junto con los avíos de los viajes, consumo de los estancieros, o pastores, etc., sea mayor que el multiplico anual, la da. Si tiene poco, da uno o dos días a la semana cuando los indios tienen suficiente sustento de sus sementeras, y lo demás lo guarda para dar cada día cuando hay carestía o epidemia. Las vacas no es finca que se venda, porque no hay para vender, excepto aquellos dos pueblos Yapeyú y S. Miguel, de quienes dije tenían tan grandes estancias de vacas alzadas y ariscas, que cuesta tanto el cogerlas. Estos venden a los demás pueblos. Todos los demás tienen sus vacas todas de rodeo o mansas.

No hay más géneros que los dichos de yerba y lienzo con que se hacen las compras y ventas con españoles, y los pueblos entre sí: y esto con la moderación que queda expuesta: porque aunque algunos pueblos venden tabaco en hoja y polvillo, y otros algunas mulas, caballos, ovejas; son pocos, y en corta cantidad. Esta es la riqueza de aquellos pueblos, y no hay más. Todo lo demás que se diga son ignorancias o equivocaciones de gente de poco entender, o envidia y malicia de los hombres apasionados: o sueño y delirios de los más inconsiderados. Y así aquellos pueblos no están ricos. El culto divino, a quien más que a todo lo demás, debemos todos atender, si tenemos fe, más que el adorno de nuestras casas y cuerpos: ese sí que está con lucimiento: de manera que dice Felipe V en la Cédula citada, que hasta los mismos émulos confiesan que está en su punto. Y hizo una Cédula particular para los Misioneros, en que les da las gracias por ello. Pero ya queda declarado como ésta no es tanta riqueza como se dice, y que no arguye ser rico el pueblo. Los pueblos tienen lo necesario y no más: porque de la poquedad del gentío no se puede sacar más sin oprimirlos o acabarlos, como lo han hecho los seculares en otras partes, queriendo sacar más de lo que se puede, llevados de su codicia. Y el que tenga o no tenga, comúnmente consiste en el Cura: no por falta de voluntad (que todos la tienen muy buena de enriquecer su pueblo): no por falta de trabajo, pues vemos que todos trabajan no poco, en buscarle lo que ha menester: sino por falta de talento y habilidad. Vemos cada día en los mercaderes viandantes que todos desean enriquecer: todos trabajan con continuos viajes, al agua, al frío y al calor, con molestias, y malos días y peores noches, y aun peligro de la vida por la cercanía de los infieles. Muchos de éstos no emplean su caudal en fausto, en el juego, ni en otros vicios; sí en lo que toca a su destino: Y con todo eso, no crecen algunos. Por más que trabajen, suelen menguar, y aun quebrar y perderse. Otros vemos con menos trabajo que enriquecen y crecen. ¿En qué va eso? En que éstos tienen cabeza y pies: y los otros sólo los pies: éstos habilidad y talento: y los otros no. Sujetos hemos visto en estas Misiones de grande entendimiento: que después de ser maestros insignes de facultades mayores, fueron a ellas, y metiéndolos en cuidado de regir un pueblo, no acertaron con ello. Mucho ayuda ser de mucha capacidad intelectual: pero esto no lo hace todo.

Este encanto de las riquezas no es sólo para con los Misioneros. Lo mismo dicen de nuestros colegios: aunque no tanto. ¿Por qué? Porque ven nuestras iglesias con lucidos ornamentos más que las demás. Prueba de esto es lo que sucedió poco ha en el arresto de los PP. del colegio de Córdoba del Tucumán. Llegó allá desde Buenos Aires, 200 leguas distante, un grueso destacamento de soldados, con voz de apaciguar ciertos disturbios de seglares, que por allí había. Arrestaron a la mañana o a media noche improvisadamente a todos los Padres. Metiéronlos a todos en el refectorio, que eran 130: y allí los tuvieron 11 días, sin dejarlos salir ni aun para las necesidades comunes. De los soldados, que eran los únicos con quienes hablaban, supieron que era tanta la fama de riquezas que tenía el colegio máximo, que el Comandante traía orden [del Gobernador] de enviarle luego medio millón de pesos, y después lo demás. Ellos se hicieron dueños de todas las llaves, y de las cosas más secretas. No hallaron más que un talego con 4 mil pesos, y un papel dentro que decía ser prestados del Deán de aquella Catedral: y otro menor con algunos pesos, y otro papel dentro que decía: "Aquí se pusieron cincuenta pesos para limosnas".

Vino el Comandante al refectorio, instó mucho al P. Rector que dijese dónde estaba el gran tesoro de aquel colegio: pues no hallaba más que cuatro mil pesos y poco más para limosnas. Dijo el P. Rector que no había más: Volvió a instar más: "Padre, mire que se pierde a sí y a toda esta comunidad. Diga la verdad de lo que hay". --Afirmaba el Padre que era el único dinero que tenía el colegio, y que los 4 mil pesos había pocos días que los había prestado el Deán, como lo diría el papel que tenía dentro. Fuese el comandante bien amostazado. Volvió después con otra llavecita que tenía un pedazo de pergamino y en él escrito "Secreto" --"No ve, Padre, cómo yo tenía razón en lo que decía, y que había mucho más? Qué significa este secreto, sino el tesoro escondido? De dónde es esta llave?"-- Sonriose el Padre Rector, porque era la llave de la naveta donde estaba el pliego de gobierno del General en que se señala 2.º y 3.er Provincial en caso de muerte del primero, con precepto de que ninguno lo vea. Explicole el Padre Rector lo que era: y exhortole a que fuera a velo. Y viendo ser verdad, quedó admirado, diciendo que él no había creído semejantes riquezas, como se decía. Aquel colegio tenía en sus tierras la carne, pan, legumbres, y frutas: y así suele tener a tiempos plata en moneda. Unos años está con mucha abundancia, y otros con penuria, y no pocos con deudas. De estos casos hay muchos; pero los callan.

De lo dicho se ve cuán engañados están estos hombres con la aprensión de las riquezas. No están ricas las Misiones, vuelvo a decir. Los indios tienen lo que han menester según su calidad. En la comida, maíz, legumbres, mandiocas, y batatas y un pedazo de carne, donde hay, para todos los días: y donde no hay, alguno a la semana, y todos los días cuando hay carestía de frutos. En el vestido, poncho, que sirve de capa, jubón de lana y de algodón, camisa, calzones, calzoncillos, sombrero, montera y gorro: y no usan más. Aunque estén en temples más fríos, en ciudades de españoles y tengan con qué comprar más, por haberlo ganado con su trabajo: y su trabajo es de alquiler: que allí no saben vivir de otro modo: y le dan 5 pesos al mes y de comer: y a algunos más trabajadores, 6 y 7 pesos. Y allí, ni en sus pueblos usan medias ni zapatos: sino tal cual, que se ponen medias algunos días, pero no zapatos; y las medias las suelen traer sin atar; caídas hasta el pie. No buscan ni quieren más: con esto están contentos. No tienen espíritus ni pensamientos para mayores cosas. No buscan oro ni plata, sino comida y vestido. Si adquieren algún real de plata, le hacen un agujero, le meten en una cuerda y se lo cuelgan al cuello. Con esto están más contentos que una pascua, sin pensar en más. Entre millares de indios, apenas se encontrará uno, aunque sea de los que se huyeron a las ciudades, que tenga pensamientos más altos que éstos, por su genio pueril. Como nosotros cuando muchachos, que con un real que tuviéramos, estábamos más contentos que el rey Creso con sus riquezas y Salomón con las suyas.

El adquirir esto que desean, y lo del culto divino, se puede hacer sin mucho gravamen suyo. Si se quiere sacar más, es gravarlos mucho y oprimirlos. De que se seguirían enfermedades, muertes, y el huirse muchos a los montes y otras partes, huyendo del trabajo, y el disminuirse y acabarse. Por esto los señores Obispos y otros personajes, que conocen el genio del indio, alaban tanto su gobierno, según dice Felipe V en la Cédula citada: pues ven que no conviene otro. El decir que los PP. por debajo de cuerda, con sagacidad, sacan de ellos cantidades grandísimas, para su General y los colegios, son miras sospechosas y de gente maliciosa, sin prueba alguna de ello: como las minas de oro y plata con sus castillos, los cueros de toro llenos de oro en polvo: el millón de pesos anuales para el General, sacado de las 12 mil arrobas de yerba a 3 pesos que cada año bajan a Buenos Aires: el millón y medio de pesos que decía el portugués que sacaban los PP. cada año para sus colegios: el millón que dice el autor moderno expulso de quien hablé: y otras cosas a este modo, antiguas y modernas. Harta merced les hago en decir que son sospechas: porque muchos de estos saben que todo es falso.

Ya ven que vuelve el Provincial de la Visita, que nada lleva consigo: o a lo más, algunos rosarios, que le dieron en algunos pueblos (en todos hay fábrica de rosarios) para dar a algunos españoles y demás castas por el camino, y a los Misioneros del partido: y algunos aun esto rehúsan recibir de los Curas. Ven cuando algunos van a los colegios, que tampoco llevan más que esto. Los Corregidores y Alcaldes, cuando les repiten el sermón, suelen inculcar en esto: "Ya veis, hermanos, les dicen, que estos santos Padres nada buscan de nosotros, sino el bien de nuestras almas, y cuidarnos en las necesidades corporales. Vemos que cuando se van, nada llevan del pueblo. Ya veis que cuando vuelve el barco que llevó yerba y lienzo a Buenos Aires, trae hierro, cuchillos, bayeta, hachas, paños y sempiternas, abalorios y otras mil cosas en trueque de lo que se llevó, que se reparte entre nosotros, por tanto etc." Eso ven y lo saben muchos de los émulos, por lo que oyen a los que lo palparon, que intervinieron en los viajes de los Provinciales y demás sujetos: luego hablan contra lo que vieron o contra lo que sienten. Otros tienen más excusa por no haber oído más que a la parte contraria. Con que se concluye que no puede ir a cuidar como tutor de aquellas pobres criaturas, sino persona que no lleva otro intento después de lo espiritual, que socorrerles y ampararles en sus necesidades, sin cuidar de enriquecer ni aun de acomodarse con su trabajo. Si lleva este intento, perderá a los indios, porque ellos no son para enriquecer al que les rige, quedándose ellos acomodados: sino a lo más para quedar acomodados, si el que rige cuida y afana por su bien, sin cuidar del suyo, y tiene talento para ello.

Otros que se precian de no hablar tan sin fundamento, acuden luego al comercio de toros y vacas, de que tanto se lleva a Buenos Aires. Como ven que en algunos pueblos se da ración de carne todos los días, y en otros algunos días a la semana, o piensan que en todos se da todos los días: dicen que de allí sacan centenares de millares de duros. Vayan al Paraguay, Corrientes y Santa Fe, que son las ciudades más confinantes y con quienes hay alguna comunicación de compras y ventas, que con las demás no hay ninguna: examinen qué es lo que allá envían los Padres, o llevan los españoles que vinieron a comprarles.

No hay comercio ni venta de cueros, sino de yerba, lienzo y algodón, como ya expliqué. Tal cual vez el pueblo de Yapeyú ha hecho trato de cueros de toro con los de Buenos Aires, enviando para ello a su estancia de ganado arisco y alzado a matar los toros que sirven más de daño que de provecho a su estancia: y eso en muchos años apenas una vez. Tal cual otro ha enviado también muy pocas veces este género en su barco con la yerba, lienzo y algodón: mas viendo que en tan larga distancia no les tiene cuenta, lo han dejado. De cuatro pueblos que hay confinantes al Paraguay, los españoles, que van a ellos a comprar lienzos de algodón, suelen comprarles algunos cueros, pero pocos. No hay más comercio que éste, como lo saben los que van por allá a vender algunos géneros.

Pues ¿en qué se emplean tantos centenares de millares de cueros? Esta pregunta o admiración, nace como otras muchas de la falta de reflexión, de no hacer examen de las cosas. En un pueblo de mil familias, y en que se matan diez vacas tres días a la semana, de que se da ración de 4 libras para 4 ó 5 personas, que suele tener cada familia, saliendo de cada vaca como cien raciones: éstas al cabo del año hacen 1500. Allí no hay cuerdas ni sacas, ni otra cosa de estopa ni lino ni cáñamo. Todas las cuerdas, lazos, cercos de sementeras para que no entren los animales, que se hacen clavando unos palos a distancia de 2 ó 3 varas y atravesando cuerdas de palo a palo: todas son de cueros. Todos los sacos de maíz, legumbres y yerba para el común y los particulares aforro de las piezas de lienzo que van a Buenos Aires y todas las cajas, y arcas o cofres o cajitas para guardar la ropa, que ellos llaman Petacas: y todas las alfombras, que allá dicen Pozuelos, y las esteras o alfombras que usan en sus casas contra la humedad del suelo, y para encima de la basura, ceniza y rescoldo, y para alhajar sus alcobitas: y cuantas espuertas, cestos, banastas se usan, son de cuero de vacas y toros. En el pueblo dicho, de los 1500 cueros, tocan a cuero y medio por familia: y sacando los que se necesitan para la hacienda del común, tocan a menos: y si mata menos bueyes, como hay algunos en que no se matan tantos, tocan a mucho menos. Vean ahora en qué se gastan o emplean. Antes siempre falta de esto. Como estos hombres inconsiderados sólo miran el conjunto de cueros, yerba, lienzo, etc.: y no consideran la multitud de gente: y no hacen cuenta de lo que toca a cada uno, repartido entre tantos: hablan tan imprudentemente como quien ve mil pesos para pagar el sueldo de un año de diez mil soldados, que por su inconsideración le parece una cosa exorbitante.

Si los pueblos fueran de 40 ó 50 vecinos, como las aldeas de España, podían decir que estaban ricos con tantos cueros, yerba, algodón, etc.: pero si son los que son, ¿que ellos mismos exageran la multitud del gentío? Ya veo que me podrán decir que, a lo menos, del pueblo de Yapeyú, de quien ya dije que mataba al año cosa de diez mil vacas, tienen grande riqueza en cueros. Es de saber que este pueblo, poco antes del destierro de los Padres, tenía 1719 familias, o vecinos: y en ellas 7974 almas, como consta de la anua numeración que tengo en mi poder. Mátanse en este pueblo cosa de 30 vacas cada día. Ahí son siempre pequeñas, por circunstancias que ocurren, y las raciones son doblado mayores que en los demás pueblos, porque hay más vacas, y el terreno es poco a propósito, para maíz, legumbres, y raíces: de manera que apenas salen 50 raciones de cada vaca: y lo más del año casi no hay otra cosa que carne. A la cuenta dicha salen 1500 raciones, que aunque no llega al número de familias, son suficientes, por estar muchos fuera del pueblo, cuidando de las estancias y otras cosas del común. En este pueblo necesitan de más cueros cada familia por ser más chicos, y por ser mucho mayor el tráfico con los demás pueblos en transporte de haciendas y su comunicación con Buenos Aires: conque sacados tantos cueros como se necesitan para sacos, petacas, forros, etc., de los bienes del común, véanse cuántos tocan a cerca de ocho mil personas que tiene dicho pueblo: y más si se considera el descuido del indio, nada guardador y gran desperdiciador. Antes en este pueblo, además de los cueros, que se dan a cada familia, suelen hurtar más que en otros de los que el Padre guarda para zurrones de yerba, para sacar el maíz del común, y otros menesteres del bien de todos: porque no les bastan los que se les dan. ¿Qué dirán a esto los inconsiderados? Váyanlo a averiguar con este papel. El autor expulso dice que de estos cueros sacan para sí los Padres una infinidad de pesos: otra infinidad de la yerba; otra del lienzo; y que a lo menos medio millón de pesos sacan cada año. Así deliran estos pobres hombres. No hay pobre español, mulato o negro que no tengan más cueros que los indios, porque todos tienen vacas, y la gente de servicio, especialmente de campo, casi no come otra cosa que carne y más carne, por haber tantas vacas, y ser tan baratas.

Otros acuden al sínodo del Rey, y dicen que de aquél, que es muy cuantioso, sacamos mucha riqueza, o ahorramos de él. Uno de éstos dice que de este sínodo no se da más que un frasco ordinario de vino para cada semana a cada sujeto, y otro para misas cada mes, y que visten pobremente los Misioneros para ahorrar lo del vino y vestido. Es verdad que hay una Cédula Real que dice que en la primera fundación de estos curatos los Padres no quisieron recibir del Rey lo que les ofreció, que era el sínodo que se daba a los Curas clérigos y regulares del Perú, alegando que como nosotros no tenemos en nuestra compañía padres ni parientes, ni buscamos estipendio alguno en nuestros ministerios, y nos contentamos con lo preciso para nuestra manutención, bastaba la mitad. Esta Cédula con las razones de los Padres la trae el P. Techo en su Historia. Ya toqué este punto en otra parte y lo que sobre él me sucedió con el marqués de Valdelirios, pero aquí lo tocaré más lentamente. Mostré esta Cédula a D. N. Arguedas, principal Demarcador Real de tres que iba yo conduciendo por los pueblos. Admitió el Rey esta propuesta: y nos quedamos con 466 pesos y 5 rs. de plata por cada pueblo, haya uno, dos o tres en él; y eso es lo que se ha dado hasta ahora. De que se infiere que lo que ofreció eran 933 pesos y 2 rs. La Cédula sólo dice que se ofrecieron 600 pesos ensayados, y que no admitieron más que la mitad; y como la mitad son lo dicho, se sigue que estos 600 equivalen a 933 pesos y 2 rs.

Manda también el Rey que cuando entre los Regulares el Superior percibe el sínodo, les dé vino necesario (y lo expresa), y las demás conveniencias de vestido, comida, etc., que tiene un Monasterio acomodado. En estas Misiones, el Superior percibe el sínodo para los 30 Curas. Cuando nos arrestaron, éramos 80 religiosos. Los 466 pesos 5 rs. por 30 suman 13998 pesos y 6 rs. de plata, esto es, 14 mil menos diez rs., o digamos 14 mil. Por 80, tocan 175 pesos: para que se vean las riquezas que quedan. Los 5 frascos de vino para cada mes son 60 al año (dejo las dos semanas más en las 52 del año para ir por lo menos). Cada frasco, puesto en los pueblos, (pues se trae de treinta leguas), es a peso y algo más. Ya tenemos 70 pesos. Se da tabaco en polvo, y es a 4 pesos la libra en Buenos Aires, 300 leguas distante de la Candelaria, a donde va, por ser asiento del Superior. No se permite otro tabaco que el de este precio, por ser contrabando cualquiera otro; y a tiempos va mucho más caro (yo lo vi en un tiempo a 6 pesos la libra) mas digamos a solos 4, y no hagamos cuenta del flete de 300 leguas. Los Padres, uno con otro, gastan cada mes media libra. Tenemos ya seis libras que valen 24 pesos. Se da toda ropa interior y exterior, de lino y lana, como en los colegios y calzado y allí, ya insinué en otro lugar, vale 3 ó 4 veces más que en España: y así el gasto anual de ésto sea 50 pesos. Da también el Superior servilletas, toallas, platos para el refectorio. Item, especería, papel y plumas. Item, azúcar a cada uno para el mate o bebida de la yerba. Ya dije que esta bebida la usan todos, ricos y pobres, libres y esclavos, todos los clérigos, religiosos y toda gente de mediana estofa la usa con azúcar, que sin ella es algo amarga. Los muy pobres la usan sola; y es cosa harto necesaria en aquellas tierras. Los bien acomodados usan chocolate: esto no lo da el Superior, porque no le alcanzaría para ello el sínodo; pues vale en Buenos Aires el de más baja calidad a 4 rs. de plata la libra.

Envía también el Superior a cada pueblo arroz, nueces, peras, aceitunas, anís y otras cosas comestibles para postres de comida y otros menesteres, en consecuencia de la Cédula Real. Item, por cuanto no puede dar pescado, huevos, ni otras cosas comestibles; por estar su asiento y almacén 60 leguas y más de algunos pueblos, y por ser esto preciso que los Padres lo busquen en el pueblo, envía cada año para Navidad buena cantidad de cuchillos, tijeras, anzuelos, cuentas de vidrio, agujas, etc., a cada sujeto: y sal y jabón para que vayan dando de estas cosas a los más beneméritos, y comprando con ellas lo que han menester, según la moderación religiosa: y que el Superior lo debe enviar para resarcir de este modo lo que nos dan, y no tomarles cosas de balde. Item, esto llaman Repartición. Un Superior me dijo que esta repartición entre los 30 pueblos montaba dos mil pesos, que repartidos en 80 tocan a 25. Hagan pues, la cuenta del gasto de 175 pesos. 70 para vino: 50 para vestido y calzado: 24 para tabaco: 25 para repartición, ya tenemos 169 pesos. Valúese ahora el azúcar, el aderezo del refectorio, los postres: y la especiería, papel y plumas: y llévese después todo el sobrante para enriquecer.

La realidad es que cuando hay variedad en los transportes, o se avinagra el vino, no alcanza el sínodo y se empeña el Superior. Yo lo he conocido bien empeñado, y en una temporada por infortunios, faltó tanto el vino, que no sólo no hubo para beber, sino que en algunos pueblos dejaron de decir misa los días de trabajo por falta de él. En este tiempo me duró a mí un cuartillo de vino como tres meses. Se ha probado en muchos pueblos hacer vino para estas necesidades; pero se da muy malo, o nada. No es tierra para ello. Cuando no hay infortunios, aguanta el sínodo, por la economía que hay en el manejarlo. Vese aquí bien claro de dónde toman motivos para imaginar tantas riquezas: y las riquezas que sacan los Padres ocultamente de la yerba, lienzo, cuero y sínodo. Hombres mundanos, que ni habláis ni pensáis ni soñáis sino en riquezas: mirad que aquellos Padres están muy lejos de vuestros terrenos pensamientos. Sus pensamientos son servir a Dios. Sus riquezas, trabajar para el bien de aquellos pobres redimidos con la sangre de Jesucristo, por aquel Señor a quien son tan agradables estos servicios, a quien debemos infinito. Esta es la realidad; lo demás son ensueños y delirios vuestros.

 

DUDA CUARTA

¿Por qué estas Misiones están más adelantadas en lo espiritual y temporal que las demás de Méjico, del Nuevo Reino, del Perú y de Chile, y aun más que las del Chaco y otras de la misma provincia, según leemos en la Historia?-- No es otra la causa sino porque los indios de ellas están más obedientes y sujetos a los Padres que los de otras partes. A que ayuda también el ser el terreno más abundante y a propósito que el de algunas Misiones, no todas. Gobiérnanse por los Padres al modo que los pupilos por su tutor, o los hijos por su padre natural, y los demás se gobiernan por su cabeza. Y como no la tienen, va su gobierno muy menguado. Por lo demás los indios son como éstos. Algunas naciones son de más capacidad. Y los Padres son como éstos o mejores.


DUDA QUINTA

¿Si los Padres de estas Misiones están siempre en ellas por hallarse bien acomodados, o si salen a conversiones de infieles, donde se padece tanto?-- Eso de comodidades no es lo que algunos piensan. Tienen muy buenos contrapesos. En orden a la comida, hay la suficiente; pero mal guisada, como de un indio bárbaro. Mucho mejor está en los colegios, con el cuidado que allá tiene el hermano Coadjutor. El vino se pone con la medida dicha. En los colegios se pone sin medida para que se beba lo que se necesita. Aunque los Jesuitas beben poco, según lo que pide nuestro Instituto en este punto: y es que nos portemos como clérigos honestos. En los colegios lo consiguen: aquí suele andar más escaso a veces. El vestido es peor ordinariamente que en los colegios, porque no alcanza el sínodo a comprarlo de la calidad que allá, y porque los que los hacen, que es un hermano con 8 indios alquilados, están distantes, y no pueden hacer las cosas como de presente. Sobre todo, aquello de estar con uno o dos, a temporadas solo, es un grande trabajo. Los pobrecitos indios no son para hacer compañía a hombres prudentes y literatos, por su genio pueril: comúnmente no hablan con los Padres sino preguntados. ¿Qué haría un hombre grave metido entre una tropa de muchachos? ¿Qué consuelo recibiría de su compañía? Pues esto es estar entre indios, cuyo genio pueril y pensamientos son de niños y no tienen la viveza y prontitud de los niños europeos; y así algunos no pueden aguantar esta soledad. En los colegios hay muchos con quien tratar: hombres de razón, literatura y prudencia, que causan mucho consuelo. Item, tienen tantos externos, eclesiásticos y seglares, de juicio, prudencia, con cuyas visitas y comunicación moderada, como debe ser, alivian la melancolía. No sabe bien lo que es esto sino el que lo experimenta: y si Dios no hiciera la costa, como la hace por su infinita misericordia con aquellos que por su amor se desterraron y desprendieron de otras comodidades, no se podría tolerar tantos años; pero nuestro Señor consuela y vivifica mucho en los trabajos y melancolías.

Muchos de aquellos Padres van a Misiones de infieles. Poco después que yo llegué a aquellos pueblos, el Cura del pueblo de S. Ángel, P. Julián Lizardi, ángel en las costumbres, y de una alegría espiritual muy singular, y el P. Pons, Cura del pueblo de los Apóstoles, sujeto apostólico, y el P. Chomé, Compañero, que además de ser gran religioso, era de notable ingenio, gran matemático y tan erudito, que sabía once lenguas. Estos tres compañeros fueron a los infieles Chiriguanos. Iban convirtiendo a muchos: y el angélico P. Julián fue muerto en esta demanda por los mismos infieles con 32 flechas que le clavaron. Los otros dos prosiguieron entre muchos peligros de la vida. Conocí mucho a los tres.

En los bosques y montes del Oriente y Norte de los 30 pueblos hay algunos infieles escondidos; pero tan pocos, como los racimos que quedan en una viña después de vendimiada. Unos que llaman CARIBES, otros GUAÑANÁS y otros GUAYAQUÍES. Los caribes son lo mismo que los osos y los tigres. Andan del todo desnudos: No labran ni siembran. Viven en aquellas espesuras de lo que cazan. En viendo algunos que no son de su nación, luego los matan y se los comen. Se han hecho muchas diligencias para reducir estas fieras; pero, como en viendo persona, luego acometen sin oír palabra, o huyen, pareció imposible. No obstante, el P. Antonio Planes, Cura del pueblo de la Cruz, instó en que había de ir con los indios y probar fortuna. Metiose por aquellas espesuras: y después de muchos cansancios y trabajos entre aquellas espinas, llegó a donde por las señas parecía haber algunos. Apenas los Caribes divisaron gente extraña, comenzaron a pelear, sin querer oír: y hubo muchos heridos para defenderse los indios cristianos, con harto peligro del Padre, y los Caribes huyeron. Algunos cogen los indios cazándolos, aunque con grande peligro. Traídos al pueblo, muchos no quieren comer de rabia, y se mueren. Otros están tan fieros y furiosos, que es menester atarlos. Parecen faunos o sátiros. Vi un muchacho como de 16 años, que porque no huyese, o por no tenerlo atado, lo enviaron a un pueblo muy distante de sus tierras. Tenía dos bocas: una natural: y otra debajo de ésta en el labio inferior, por donde sacaba la lengua como por la de arriba. No sabemos qué intento tienen en abrírsela. Un día después de haber enterrado un niño en el cementerio, y yéndose la gente del entierro, le hallaron desenterrando el difunto para comérselo. Estos por su carácter rabioso de fieras quedan sin remedio.

Los Guayaquís andan también del todo desnudos los de ambos sexos, y siempre metidos en las espesuras. No son comedores de carne humana, ni fieros como los caribes. En viendo gente, luego huyen como los monos, y se sustentan de la caza, frutas y miel, que hay mucha en sus montes. El P. Lucas Rodríguez, Compañero de un Cura, anduvo haciendo grandes diligencias en muy trabajosos viajes, por estos pobres: no podía conseguir nada: porque luego que oían gente, se huían, emboscándose en aquella espesura. El escritor de estos borrones fue a cuidar de un pueblo fronterizo a esos. El medio que tomó para su remedio, fue poner espías de los pastores de las estancias, que avisasen cuando se veían humos de lo interior de los bosques, que es señal de haber allí gente. En viéndose, luego enviaban indios. Estos se metían por las espesuras, que son bien tupidas, hasta llegar a los humos o sus cercanías, y con gran silencio registraban si había gente. En divisándola, los cercaban sin ser vistos: que para esto se envían muchos. Y así cogían tropillas de ellos, deslizándose muchos en el cerco y acometida, pero sin pelear, como sucede con los monos.

Sacábanlos al campo raso, y luego se amansaban y mostraban amor como un perrillo al que lo cogió y da de comer. A los adultos de ambos sexos los visten los cazadores con parte de sus ropas, y así los traen al pueblo. La admiración que les causaba ver pueblo, oír campanas e instrumentos músicos era rara. Lo gracioso era cuando se les mostraba un espejo. Luego iban a coger con las manos al que allí veían y pensaban estaba detrás. Cuando gritaban o lloraban los muchachos, parecían monos que aullaban, de que hay muchos en aquellos bosques. Era menester abreviar mucho el Catecismo para enseñarles lo preciso para el bautismo a los adultos; porque, como hechos a vivir en la espesura de sus bosques, les hacía mucho daño el vivir en descampado: y así enfermaban y luego se morían; y en la enfermedad y al morir, estaban risueños. Los chicos perseveran.

Los Guañanás están en las cercanías del Paraná, como 60 leguas del pueblo del Corpus, metidos también en los montes. Estos tienen algún vestidillo hecho de ortigas con que hacen hilo. Siembran algo de maíz. El modo de sembrarlo es éste. Pegan fuego a un cañaveral de los muchos que hay en aquellos bosques, y siembran algunos granos haciendo hoyos con un palo; y vanse a cazar y buscar frutas y miel. En pareciéndoles que ya está maduro el maíz, vuelven allí a buscarlo. Para convertir a éstos se han hecho en todos tiempos exquisitas diligencias, yendo los Padres en su busca. Aunque no son tan feroces como los caribes, huyen también en viendo gente, no queriendo oír la embajada de los Padres. El P. Pons, catalán, de quien hablamos arriba, hizo esfuerzo en su conversión, y el P. Nusdorffer siendo Cura. Este fue después Provincial. Otros probaron su celo en esta expedición. Algo se hacía; y por medio de nuestros indios, que iban a hacer yerba en los yerbales silvestres, se les procuraba cautivar las voluntades. Con estas diligencias se atrajo al pueblo de Corpus, que es el más cercano a ellos, un buen número de familias, de que se formó un barrio, que cuando salimos de allí perseveraba.

Pues como el celo de los Padres no se contentaba con esto sin convertirlos todos: es a saber que estando un indio entre cristianos, jamás resiste al bautismo. Toda su resistencia es al salir de la vida de fieras a la vida de racionales, a vivir en un sitio con orden y justicia. Ni jamás se les ofrece cosa contra los misterios de nuestra santa fe. Todo lo cree luego, como nosotros cuando niños. Si les dijeran que hay cinco dioses, y que uno se llama tal y otro cual, todo lo creyera luego porque lo dice el Padre, a quien considera por un ente muy superior a lo que ellos son. Así son todos los infieles de aquellas tierras, o regiones. No alcanza a más su corto entendimiento. Son muy distintos de los infieles chinos o japonés y demás orientales, que tienen tantos argumentos contra nuestra santa fe. No contentándose, digo, los Padres con esto, determinaron formar un pueblo dentro de sus mismos bosques con indios del Corpus, para de este modo amansarlos a todos en sus tierras, y después atraerlos suavemente a este pueblo, pues no son como los guayaquís, que se mueren estando al sol o al descampado: porque tienen en sus tierras algunos descampados y campañas por donde andan.

A esta empresa fueron los dos Padres Diego Palacios y Lucas Rodríguez por el Paraná, que por tierra no se puede, por lo impenetrable de los bosques. Llevaban todo lo necesario para la fundación, que se había de llamar de San Estanislao, habiéndolo buscado de limosna en los pueblos para aquellos pobres. Llegaron a sus bosques: hicieron varios viajes: pero padecieron tantas avenidas de naufragios y tantos trabajos en tierra, y agua, que no se pudo hacer cosa de monta, y se dejó aquella empresa para otro tiempo: nunca se dejan de tentar cuantos medios hay para remediar estas pobrecitas almas. Están estas tres naciones al Este y Nordeste de los pueblos.

Había otros indios de algún mayor número al Norte y Noroeste, de que se tenía alguna confusa noticia, y que eran labradores: que encontrando de estos, como paran en un sitio, son más fáciles de convertir. Después de muchos viajes de ir los Padres en su busca, al fin se hallaron hacia el año de 1750. Han trabajado en su conversión muchos Curas y Compañeros. Los Padres Planes, Gutiérrez, Matilla, Enis, Flechaber, Cea y otros. Al tiempo de nuestro arresto, había ya dos pueblos de ellos, casi todos cristianos, San Joaquín, y San Estanislao, con 3777 almas. No sabemos en qué han parado; porque arrestaron a los cuatro Padres que había en ellos. ¿Qué dirán a esto los que piensan o sin pensarlo publican, que los Padres de las Misiones del Paraguay no salen de sus pueblos: y habiendo tantos infieles, en contorno, se están repantigados, gozando de los regalos de sus pueblos?

Hay otros infieles cercanos al rumbo del Sur en las campañas, que son allí muy dilatadas, y con pocos, pequeños bosques. Estos tales son de a caballo, y sus campos son abundantes de caballos silvestres o CIMARRONES, como allí dicen, y no son distintos de los domésticos: y en cogiéndolos y domándolos, sirven lo mismo que éstos. No son labradores. Se sustentan de las vacas de las estancias de nuestros indios, en cuyos confines se suelen arranchar. Sus ranchos o casas, son como una alcoba nuestra: y sólo formadas de cueros, y se mudan con frecuencia de un territorio a otro. Hurtan caballos mansos, bueyes, y aun ropa de las estancias de los españoles y de nuestros indios: y por esta causa ha habido muchas guerras. He estado algunas veces entre ellos. Juzgo que en casi 200 leguas que cogen los campos donde andan mudándose, no llegarán a 300 de tomar armas. Tienen sus tratillos con los españoles, llevándoles raíces coloradas para teñir, de que hay mucho en sus tierras, plumajes de avestruces, de que abundan aquellos campos, botas de pierna de yegua para la gente de servicio, y riendas y lazos de cuero de toro. Con esto les compran vino, aguardiente y algo de ropa de lana, y barajas de naipes, yerba y tabaco.

El indio cuando está entre españoles o trata con ellos, no aprende lo mucho bueno que en ellos ve: el rezar al levantarse, y el Rosario por la tarde, el oír Misa, hacer limosna, criar bien a sus hijos, etc.: y esto aunque sea cristiano: nada de esto se le queda. Lo que se le imprime es el jugar a naipes hasta la camisa, el emborracharse, a que es muy inclinado todo indio: el andar en bailes con las mujeres: y toda deshonestidad y disolución que ven en la gente baja, mulatos y esclavos, que él por su poquedad, no se acompaña con otros. Estos infieles aprenden todo eso: y por esto son muy difíciles de convertir. No hay en aquellos reinos indios que tengan templos, dioses ni cosa que lo valga. Eso se queda para los indios del Perú y para los de Méjico. Estos no piensan en otra cosa que en comer y beber yerba, jugar a los naipes, emborracharse, lujuriar y hurtar, y algunas niñerías que hacen sin reflexión ni culto.

No obstante esto, en todos tiempos se ha trabajado en la conversión de éstos. El P. Francisco García se esmeró mucho en reducirlos a pueblo. Logrolo, formando uno con nombre de JESÚS MARÍA. Duró algún tiempo: más, no pudiendo subsistir por su inconstancia, se agregó al de San Borja, y allí perseveró y persevera en un barrio: Sobre el residuo continuamente se hacen diligencias, y se suelen agregar varios al pueblo de San Borja y al de Yapeyú. En este último bapticé yo varios adultos el año de 55. Estos son los indios que hay confinantes con las Misiones del Paraguay, a larga distancia de sus tierras hacia el Oriente, Norte y Sur. Esta sola cortedad es la que ha quedado después de la conversión de los treinta pueblos.

A la parte de poniente u occidente, pasado el gran río Paraná, hay unas naciones de indios todos a caballo, llamados Mocovís, Abipones y Tobas. Están en las gobernaciones de Tucumán, Buenos Aires y Paraguay. Su instinto es destruir el género humano. Andan haciendo guerra a todos: cristianos y gentiles, españoles e indios. No paran en un sitio. No siembran ni tienen casas, gobierno, ni sujeción. Sólo para hacer mal se suelen someter a un capitán. Antiguamente fueron nuestros Padres a convertirlos en varios tiempos. A unos mataron, a otros los desampararon, porque como viven del hurto, y de caza, en acabándose lo que había en el contorno, se iban a otras tierras.

Los años pasados de 1720 fueron más sangrientos en sus irrupciones contra los españoles. Los despojaban de sus ganados y de sus vidas en sus estancias. Salían a la defensa y al castigo, y había muchas muertes de una y otra parte: tocando la peor parte comúnmente a los españoles. A los que quedaban vivos, les obligaban en la jurisdicción de Santa Fe a desterrarse 60 ó 70 leguas al abrigo de Buenos Aires, desamparando sus estancias y tierras; los caminos del Potosí y otras ciudades estaban llenos de sangre de cristianos. A este tiempo quiso Dios dar algún alivio a los españoles por medio de un español que cogieron los enemigos cuando muchacho. Este, creciendo en edad, fue capitán de ellos, de gran valor y destreza en las irrupciones y hurtos contra los cristianos, sin saber él que lo era, según después decía. En una refriega fue cogido bien herido. Volviendo en sí, y reconociendo sus parientes y quién era (era de buena sangre) comenzó a portarse muy cristianamente y con honradez. Tomáronlo sus paisanos por guía (era de Santa Fe), y por medio suyo lograron grandes ventajas contra los infieles: de manera que viéndose con tantos muertos, y siendo derrotados en varios choques, se redujeron a paces. Propúsoseles por condición principal el que se redujesen a pueblo, en donde los Padres Jesuitas les enseñarían la ley de Dios: y vinieron en ello. Poco después sucedió lo mismo con los infieles del sur de Buenos Aires, bandoleros como éstos: los cuales, después de gran matanza que hicieron los españoles, se redujeron a paces; y puesta la misma condición, fueron allá los Padres Manuel Quirini, Cura de la Candelaria, y Matías Strobel, Cura de San Josef, y los redujeron a pueblo en que trabajaron mucho. El primero fue después Provincial.

A éstos de Santa Fe fue el que esto escribe, a quien dieron por Compañero un Padre mozo del colegio de Córdoba, señalado por sus buenas prendas para catedrático de la Universidad; pero él quiso venir antes a padecer por Cristo trabajos, y peligros de la vida entre aquellos bandoleros y sayones, que lograr los honores de las cátedras.

Hízose un pueblo con la advocación de San Javier, que proseguía en aumento. Después vinieron a estas naciones los Padres Bonenti, Cura que fue de San Borja, Cea, Cura de la Cruz, Brigniel, Cura de San Javier, y otros Compañeros, a quienes se les juntaron, no de las Misiones, sino de los colegios: y unos en un paraje, otros en otro, hicieron cinco pueblos de estas gentes salteadoras, dejando sosegada toda la tierra a costa de sus trabajos y peligros (que en muchas ocasiones se vieron) de la vida. Después que se fundó el primer pueblo de San Javier, los pobres españoles desterrados comenzaron a venir y recobrar sus estancias. Al segundo pueblo, que fue San Jerónimo, ya se atrevieron a venir todos: y a una y otra parte de Santa Fe, al Norte y al Sur, que todo estaba despoblado, quedó habitado ya todo: y los caminos de las demás ciudades, libres del susto de tan fiera gente. Después más arriba, en la jurisdicción del Paraguay, se fundaron otros dos pueblos por los Padres de las Misiones y uno de los colegios. Vea V. R. ahora si los de las Misiones salen y van a Misiones de infieles. He individuado mucho, nombrando sujetos (lo que no hago tan fácilmente en otras partes), porque el que quiera lo averigüe.

Fueron en aumento estos 7 pueblos de gente tan inquieta y feroz, con grande admiración de los españoles que los veían, y sin quererlo creer los que no lo veían, hasta que se certificaron con sus ojos. Quedaban al tiempo de nuestro arresto como 4 mil almas, los más ya cristianos, los restantes catecúmenos, y con esperanzas muy bien fundadas en que todos se reducirían al baptismo, según los muchos que iban viniendo y guareciéndose a los pueblos cada día. En qué estado estarán ahora no lo sabemos. Sólo sabemos que con sacar los Padres y poner clérigos y religiosos que no sabían su lengua, se alborotaron los ya cristianos, y muchos desampararon el pueblo, y se fueron a sus antiguas tierras. Y estando nosotros detenidos cuarenta días en Buenos Aires, nos dijeron que habían hecho una irrupción en las estancias de los españoles: que éstos salieron contra los indios, que hubo una grande pelea: y quedaron muertos 150 españoles con poca o ninguna pérdida de los indios. Los agresores no serían de los ya cristianos; serían los catecúmenos, o los parientes de éstos. Esto nos contaron los españoles que vinieron al Puerto. Después vinieron cartas al Puerto de Santa María, que decían estar aquello alborotado; pero no se explicaban más. Parece que estaba prohibido el escribir de estas cosas. Nuestro Señor lo remedie, y se compadezca de aquella cristiandad y de aquellos pobres españoles. Los medios que han tomado para convertir estos indios, los gastos imponderables que se han hecho llevándoles gran cantidad de tabaco, ovejas, vestidos, y todo lo necesario para que parasen en un sitio (lo que no se hacía antiguamente, sino que se les predicaba el Evangelio, como a las naciones quietas, por lo que no surtía efecto), los peligros de la vida, grandes trabajos, pues a uno de mis conmisioneros que adelantó con los otros mucho estas misiones y conversión, le dieron un flechazo en un brazo: a otro un macanazo en la cabeza y a otro le quitaron la vida a lanzadas, poco antes de nuestro arresto.


DUDA SEXTA

Si el modo de predicar el Evangelio y reducir estas gentes es distinto del que se tiene en las naciones quietas. Es muy diverso. Las naciones quietas son de a pie; y por lo común, labran y siembran. Cuando se descubre alguna de éstas, se previene el misionero con hachas, cuñas, cuchillos, y abalorios. Son estos dones más estimados de ellos que el oro y plata en las naciones políticas: les ganan la voluntad, y le oyen con gusto: y si sabe curar y lleva medicinas, los cautiva mucho más. Entabla su Catecismo; y después de nuestra santa fe, y de la necesidad de ella para salvarse, empieza a afearles la pluralidad de las mujeres, la borrachera y hechicería, que son los tres vicios dominantes. Aquí es el trabajo. El que crean las obligaciones de nuestra santa fe, sus misterios y verdades, no cuesta mucho. Mas poco a poco con la oración y penitencia, con gran paciencia, y espera, y con un infatigable trabajo que Dios palpablemente lo endulza con muchos consuelos espirituales, se consigue su conversión. El misionero se sustenta de maíz, batatas y mandioca, o algún pedazo de caza: y como el Padre a cada cosa de éstas que le traen, les regala con algo, le proveen bien de estos bastos alimentos. Después, puestos en todo gobierno espiritual, y económico, van introduciendo vacas, ovejas, caballos y mulas: y haciendo las sementeras europeas de trigo, cebada, etc. En donde no se da el trigo, como en los temples muy cálidos, comen pan de maíz, y para hostias, traen la harina de muy lejos. Así se convirtieron en esta provincia del Paraguay y los Chiquitos, que son diez pueblos numerosos: y tan adelantados, que iban igualando en el culto divino de adornos, música, etc., a los 30 pueblos de nuestro asunto: y aun en lo económico; pero no en los edificios. De este modo se convirtieron otros once pueblos en los desiertos intermedios de las ciudades; y así otras muchas naciones de las demás provincias, pues casi todas son de a pie.

Con las naciones de a caballo, que todas son inquietas y guerreras, sin saber parar en un sitio, inquietando al mundo con sus hurtos y muertes, se tomaron desde los principios estos mismos medios, pero no surtieron efecto. En acabándoseles la caza del paraje en que estaban con el Misionero y lo que habían hurtado, luego se iban a otra parte a hurtar y cazar. Se decía que el único medio para éstos era hacerles guerra viva, pues la tenían bien merecida; y a los prisioneros, trasladarlos a tierras de donde no pudiesen huir y tenerlos allí como diez o más años, sirviendo a su patrón, por los gastos hechos con ellos: y de este modo se lograrían estos prisioneros; pues el indio, estando sujeto, luego sigue la religión de su amo sin dificultad alguna. Y aun para los que quedaban muertos en la guerra era provecho; pues quedando vivos, habían de proseguir en sus maldades con tanto daño de la República, y habían de morir en su pecado con más infierno. Los españoles, medios tenían para esto: pues son más en número que los indios; las armas de fuego muy ventajosas a las lanzas de los indios, los pertrechos, número de caballos, ardides militares por su mayor capacidad, avío de viajes, valor y esfuerzo, cuando se escogen y ejercitan en las armas, excede a la barbarie de estos bandoleros. Pero no se unían, ni tomaban los medios proporcionados. Tal cual Gobernador que ha tomado con empeño este punto, vemos que ha hecho prodigios, sujetando a los indios en su jurisdicción; pero como no le ayudaban las otras, no se acababa el mal.

Últimamente, a mediados de este siglo se tomaron otros medios, que, aunque muy costosos, eran muy suaves. Fueron los Padres ya mencionados Manuel Quirini y Matías Strobel, Curas de las Misiones, a los indios de la parte del Sur de Buenos Aires llamados Pampas, Aucáes y Serranos; y el que esto dice, a los del Norte, aún más bandoleros y feroces que éstos. Recogiéronse limosnas de los ciudadanos, y la gente de las estancias, de nuestros colegios y de nuestras Misiones. Se llevó buena cantidad de vacas, ovejas, ropa y varios comestibles: se alquilaron jornaleros, que allí llaman peones, para hacerles las casas y sementeras. Viendo los indios tantas cosas para la manutención, no trataban de ir a otra parte, ni aun de cazar.

Hiciéronseles casas y sementeras; pero a nada se movían, ni a ayudar a hacer sus casas, ni aun sus sementeras; no hacían sino mirar a lo que los peones hacían. Cogía el Misionero un hacha: empezaba a cortar un palo para su casa. Toma, hijo, decía, esta hacha: y corta como yo. Respondía: NO: QUE HACE MAL A LAS MANOS. Entraba en el aposento, y, viendo la silla desocupada, luego se sentaba en ella, y comenzaba a bailar los pies. Cansábase el Padre de estar tanto tiempo en pie (a los principios no hay más que una silla) y le decía: MIRA QUE ME CANSO MUCHO: DÉJAME SENTAR: y respondía: NO: QUE ESTO ESTÁ BUENO. Veía la cama, y se echaba en ella; y los pies los ponía en la almohada, y la cabeza donde corresponden los pies. Si uno le decía que se levantase: respondía: QUE AQUELLO ESTABA BUENO. Pedía que le diese un poco de maíz: dábaselo. Luego decía: dame un poco de bizcocho: dábaselo. Luego pedía higos: también se los daba. El darle no era motivo para que no pidiese más, sino incentivo para pedir: Proseguía: DAME UNA HOJA DE TABACO: también se la daba. Y así iba pidiendo seis u ocho cosas. Y si le negaba una por no haberla, dando la razón de ello, luego decía: MENTIRA: MENTIRA: PADRE MALO: PADRE MIENTE: NO SIRVE: y se iba enojado, como si nada le hubiera dado.

Qué novedad causaba esto en los que venían de aquellas mansas, humildes y agradecidas ovejas a esta desagradecida barbarie!

No era esto lo peor. Comenzaban a tocar sus trompetas (que no son otra cosa que unos calabazos largos) con un son tan lúgubre, que al más risueño llenaría de melancolía: y era señal de que venían enemigos. Venían algunas veces varios nuncios diciendo cómo venían a matar los Padres, que eran espías de los españoles: y con un pedazo de carne y otras cosillas los tenían engañados, y que en descuidándose avisarían a los españoles para que en venganza de las guerras pasadas los mataran una noche. Y de hecho algunas noches llegaron con este intento a las cercanías del pueblo, y al mismo pueblo: y unas veces los que los encontraban en el camino los retraían; y otras los mismos del pueblo salían a la defensa y los intimidaban. La casa del Padre era una cabaña de paja sin ventana: y un cuero de vaca por puerta. Estos y otros muchos eran los trabajos de los Padres a los principios.

Comenzose desde luego el Catecismo. Venían sin mucha dificultad a la iglesia cada mañana. Al salir se les daba todos los días algún agasajo, un día un puñado de maíz, otro un poco de bizcocho, otro tabaco, otro legumbres, variando casi toda la semana. Con estos medios, mucha paciencia, sufrimiento, tesón, y espera y muchos gastos, fueron entrando en vida racional y cristiana: de suerte que a los tres años ya entraron a hacer sementeras de común: y los vicios reinantes se quitaron del todo. Después de esto, el que esto afirma fue a fundar, más tierra adentro, otro pueblo. Llamamos estas naciones Mocovíes y Abipones: y el vulgo español las llama Guaycurúes: y así llaman también a las demás que como ésta, tenían por oficio matar y robar. Sus conmisioneros lo hicieron mucho mejor: fundando por aquellas partes otros 3 pueblos de la misma gente con los mismos costosos medios: y otros dos más arriba, dentro de la jurisdicción del Paraguay. Además de ganar estas almas para Dios, se hizo un bien imponderable a la República, quedando los caminos seguros, el comercio libre, las sisas y alcabalas Reales que a trechos se pagaban, corrientes: y los pobres españoles contentos y sin susto en sus tierras y casas.


DUDA SÉPTIMA

¿De dónde nace el que de las Misiones del Paraguay se diga más contra los Padres que de las demás Misiones?--Nace de que juzgan o juzgaban que estaban más ricas: y los émulos aspiran a gozar de estas riquezas: y de haber sido vencidos de los indios, que por orden del Rey fueron contra ellos. Todas las demás Misiones de Méjico, del Perú, etc., tienen sus persecuciones cuando juzgan que hay algo que agarrar de ellas. Las del Perú por las fincas de plata, cacao y otras cosas que los Padres han instituido en sus pueblos al modo de los yerbales del Paraguay. El cacao es la fruta de un árbol grande silvestre, que se cría como en unas mazorcas de maíz, que los Misioneros lo han hecho hortense. No se cría sino en climas que nunca hiela, como son las Misiones de los Mojos y otras de la zona tórrida. Las de Méjico por el oro que dicen hay en Sonora, y riquezas, aunque soñadas, de las Californias.

Entre los españoles, hay muchos que, contentos con lo que Dios les da mediante su trabajo, no piensan en desordenadas riquezas y codicias. Otros hay muy codiciosos. Estos comúnmente están en el errado dictamen de que el indio, a manera de esclavo, no ha nacido sino para servir al español, mientras él está triunfando, paseando, ociando, banqueteando y aun en puros vicios. Estos son los que levantan tantos falsos testimonios: y que no pocas veces logran impresionar a los constituidos en dignidad, aunque no sean de tan malas propiedades. A las Misiones que son pobres, o que saben que no tengan algo de monta, las dejan en paz, como las del Quito, o del Orinoco, o las de Chile; pero a las que juzgan ser ricas, las persiguen en extremo.

Si no están tan lejos sus territorios, aunque no piensen están ricas, las persiguen para lograr los indios para sus granjerías: y como los Nuestros luego se ponen a defender los derechos de los pobres indefensos, asestan toda la batería contra ellos. Qué extorsiones, opresiones, vejaciones, no hicieron los de esta calidad contra los pobres indios desde los principios. Véase además del Obispo de Chiapa (que lo tienen por nimio), al Obispo de Santa Fe de Bogotá, Piedrahita, clérigo, y natural de aquellas partes. Véase al de Quito, el Sr. Montenegro, también clérigo: y a otros varios historiadores, y en las cosas del Paraguay, la Conquista espiritual del Ven. P. Ruiz de Montoya. Ya se dijo en la Relación como no estando obligados los indios del Paraguay más que a servir dos meses al año a su encomendero, les obligaban a servir toda la vida sin paga; contra las Cédulas Reales: que predicando los Nuestros contra este abuso, fueron por esta causa echados de varios colegios. Después, en cualquier ocasión que se ofrecía defender a los miserables pupilos, en sus injustas pretensiones, prorrumpían en injurias y vituperios, de que en varias ocasiones llenaban procesos, que despachaban a la Corte.

Sus delaciones se reducen a que en las Misiones no había sujeción eclesiástica, ni vasallaje Real: que los Padres eran Obispos y Papas, Gobernadores y Reyes; que las grandísimas sumas de hacienda que el Rey y la República podían sacar, se las llevaban ocultamente los Padres, y que los indios estaban muy mal instruidos en la fe, doctrina cristiana, y en noticias políticas, sin saber que hay Papa ni Rey, sino sólo sus Curas; y sus Provinciales, etc. Pero, como estos indios, por haber sido conquistados por sola la cruz, y no por armas, están exentos por el Rey de todo servicio a cualquier particular, sólo tienen obligación de acudir a los servicios públicos del Rey, como a la guerra y a la fábrica de castillos y fuertes. Y en tal caso, manda S. M. que desde el primer día que salen de sus pueblos hasta que vuelven, se les dé su sueldo, real y medio de plata por día, y nunca se han negado a semejantes servicios, aunque se han dejado de pagar los más; y no por defecto del Rey, sino de los inmediatos ministros; y son más de 50 los servicios de esta especie que han hecho con mil y 2 mil y hasta 6 mil indios de una vez: y en varias veces han defendido a los mismos vecinos del Paraguay de muy apretadas invasiones de sus enemigos los Guaycurús y Payaguas. Como son tantos los servicios y méritos de estos pobres, nunca desisten los Padres de su constante defensa, sufriendo con heroica paciencia todas sus injurias y calumnias.

Otro motivo particular mueve a los émulos del Paraguay para perseguir a los indios y sus Padres: y es que por tres veces han ido los ministros Reales y militares a sujetarlos en sus alborotos. La primera fue cerca del año de 1650, en que fueron 600 con el Gobernador D. Sebastián de León a introducirlo en la ciudad; y no queriendo los ciudadanos obedecer a sus provisiones, que pregonó ante su ejército una legua de la ciudad, tocó el arma. Arremetieron los indios: y hiriendo y matando, entraron hasta la plaza con el Gobernador: donde se hizo obedecer de los vecinos. Murió un indio y 18 españoles. Así lo refieren los procesos de aquel tiempo y el Dr. Jarque en su historia.

La segunda fue el año de 723, en que un tal Antequera sublevó a los vecinos. Fue por parte del Rey a sujetarlos el Teniente de Rey de Buenos Aires, D. Baltasar García Ros. Llevó consigo 3 mil indios. Salieron los sublevados en ejército formado con su Antequera, fingiendo toda lealtad y obediencia a las órdenes del Rey. Y viéndole descuidado con los indios, acometieron a traición. Huyeron los indios y el Teniente Rey. Murieron en la huida muchos. De estos faltaron hasta 300, entre los que desaparecieron y murieron: y de los españoles murieron 20, por haber resistido unos pocos indios que estaban con sus armas. El Antequera después de algunos años fue degollado en Lima por estos alborotos.

La tercera fue el año 734, en que, habiendo echado a los Padres del colegio (esta es la tercera expulsión: porque en el primero y segundo motín también los echaron, y después de sujetos a las Órdenes Reales, fueron restituidos por el Rey con mucha honra), habiendo muerto antes el Gobernador N. Ruiloba. Anduvieron amotinados con varias pretensiones contra las órdenes Reales; entre ellas era una el apoderarse de aquellos pueblos más confinantes con el Paraguay para que les sirviesen. Fue a sujetarlos el Teniente General y Gobernador de Buenos Aires, don Bruno Mauricio de Zavala. Tomó 6 mil indios, a quienes gobernaba por medio de unos pocos oficiales y soldados que traía consigo. Cogió con este ejército a las principales cabezas, que pasó por las armas delante de los indios. Azotó a otros; y desterró muy lejos a muchos: mas sin haberse atrevido a resistir los amotinados; y con esto introdujo luego a los Padres en su colegio, y gobernó con toda paz y prudencia. El segundo motín, su refriega, y sus traiciones, me lo refirió con todas sus circunstancias el P. Antonio Rivera, que se halló presente, por capellán de los indios, con el P. Policarpo Dufo: y al huir fueron presos, y llevados al Paraguay. En el tercer motín anduve yo por capellán de los indios. El dicho P. Rivera era un sujeto tenido de todos por un hombre santo. Viví con él algún tiempo.

Como en todas estas funciones van los PP. con los indios: y los ministros Reales que los gobiernan, hacen mucho caso de los Padres, consultándolos en lo que no es cosa de castigos y sangre, y valiéndose de ellos para intérpretes y para intimaciones; juzgan los vecinos del Paraguay que todos los castigos que se han hecho vienen de los Padres: y el sonrojo de ser sujetos por los indios, a quien ellos tienen por gente vil, les aumenta más estos sentimientos. En el Paraguay hay, y siempre ha habido, gente buena, así eclesiásticos como seculares, y afectos a nuestra religión, aun en medio de los motines. Estos bien saben que los Padres no se meten en guerras ni en cosas de razón de estado, sino únicamente hacen obedecer a las órdenes Reales, y aprontar los indios que el Gobernador señala: y conducirlos hasta ponerlos en su presencia y a sus órdenes: y en lo demás, servirles de capellanes y misioneros; pero como el atrevimiento de pocos malos puede más que muchos buenos, se han visto obligados a ceder a la fuerza callando.

Es de notar, que estos delatores contra los Padres comúnmente son hombres de mala vida. Dos nombra Felipe V en la Cédula citada de 743: los Gobernadores Aldunate y Barúa. El primero fue de tan malas calidades, que mató una mujer en Buenos Aires aun antes de llegar a su gobierno del Paraguay: y desde allí por oídas hizo un informe perverso contra los Padres. Huyó a los dominios de Portugal, donde anduvo fugitivo mucho tiempo. El segundo era un gran jugador, bebedor, y lujurioso. Dejó varios hijos bastardos. Yo conocí a uno. Sólo digo lo que es muy público. Este también escribió por oídas contra los Padres: porque no visitó los pueblos, aunque gobernó algunos años. De éstos dice el Rey estas formales palabras: "He resuelto se expida Cédula al Provincial, manifestando la gratitud con que quedo de haberse desvanecido con tantas justificaciones las falsas calumnias e imposturas de Aldunate y Barúa, etc." No tuve esta Cédula cuando hice estos días la Relación. Ya la hallé, y otras dos del mismo asunto. En Buenos Aires las tenía el Gobernador y Oficiales Reales. En cuantos papeles hay de delaciones de este asunto, no se encuentra uno, de un hombre particular o de oficio público, que tenga fama de buen cristiano. Al contrario, todos los informes en favor son de sujetos calificados en cristiandad y toda rectitud y justicia.

Estas delaciones y calumnias empezaron ha más de cien años, desde que empezaron las Misiones a tener Curatos con las leyes del Patronato Real. Rebatíanse con los informes de los Obispos, Gobernadores y Visitadores en sus Visitas. Pero como no había castigo para los falsos testimonios: después de muchos años, en ofreciéndose algún disgusto, volvían a resucitar las mismas, ya convencidas y condenadas. Hasta que últimamente el año de 1743 mandó Felipe V que se liquidase este punto que jamás volviese a reverdecer. Lleváronse del Archivo de Simancas a Madrid todos los papeles desde el principio. Formó el Rey un Consejo y Junta particular para considerarlos. Leyose en muchos días todo lo que se decía en pro y en contra de los Jesuitas e indios del Paraguay y después de tan largo y riguroso examen, despachó tres Cédulas, su fecha, 28 de Diciembre de dicho año. Una larga de muchos pliegos, que en doce puntos en que la divide, toca todo cuanto se ha dicho y aun diría de aquellas nuestras Misiones. Las otras dos son pequeñas, una al Provincial, mostrando la gratitud con que queda S. M. por haberse declarado tan patentemente la verdad, y exhortándole al cumplimiento de los doce puntos. Otra al mismo y a todos los Misioneros, dándoles gracias por el grande aseo del culto divino, que está muy cabal, aun por confesión de los mismos émulos.

El P. Charlevoix, que anda por todas partes, trae esas Cédulas en castellano. Las dos pequeñas las tradujo en francés: la grande está sólo en castellano; pero trae en francés muchos de sus pasajes en el discurso de la Historia. Yo sólo pondré aquí algunos fragmentos en confirmación de lo que voy diciendo. En una de las pequeñas dice S. M. al Provincial: "R. y devoto P. Provincial: En mi Consejo de Indias se han visto y examinado todos los autos y demás documentos que de más de un siglo a esta parte se habían causado, pertenecientes al estado y progreso de las Misiones y manejo de los pueblos en que existen: y reflexionando sobre todas las circunstancias de este expediente con la más seria y prolija especulación, me hizo patente, etc# En esta atención he querido manifestaros, como lo hago en esta Cédula, la gratitud con que quedo de vuestro celo, y de los demás Prelados e individuos de esas Misiones en cuanto conduce a educar y mantener esos indios en el santo temor de Dios, en la debida sumisión a mi Real servicio, y en su bienestar y vida civil; habiéndose desvanecido con tantas justificaciones y verídicas noticias las calumnias e imposturas esparcidas en el pueblo y denunciadas a Mí por varias vías con capa de celo y realidad de malicia, etc.-- Y más clara y más expresamente al fin de la Cédula grande dice: "Y finalmente, reconociéndose de lo que queda referido en los puntos expresados y de los demás papeles antiguos y modernos vistos en mi Consejo con la reflexión que pedía negocio de circunstancias tan graves, que con hechos verídicos se justifica no haber en parte alguna de las Indias mayor reconocimiento a mi dominio y vasallaje, que el de estos pueblos, y el Real Patronato y jurisdicción eclesiástica y Real tan radicadas, como se verifica por las continuas visitas de los Prelados eclesiásticos y Gobernadores, y la ciega obediencia con que están a sus órdenes cuando son llamados para la defensa de la tierra, y otra cualquier empresa, aprontándose cuatro o seis mil indios armados para acudir adonde se les mande: He resuelto se expida Cédula manifestando al Provincial la gratitud con que quedo de haberse desvanecido las falsas calumnias e imposturas, etc."

Parece que no cabe ni mayor examen ni mayor defensa de los Padres de los indios, ni mayor aprobación. Quisieron los señores del Consejo hacer un castigo ejemplar y ruidoso en los del Paraguay, para que escarmentasen una vez: y sabiéndolo N. P. General, pidió con todo empeño perdón para los calumniadores, protestando que renunciaba la religión todo su derecho; y el gran bien que le podían hacer era condescender con su petición. Viendo esto, los Consejeros desistieron del castigo; pero dijeron entre edificados y enojados: "Pues verán: después de algunos años volverán a inquietar la Corte con las mismas calumnias." Así me lo aseguró el P. Rico, Procurador de este punto en Madrid.

Así ha sucedido. Pues habiéndose excitado un pleito pocos años ha sobre los yerbales silvestres del pueblo de Jesús, alegando los del Paraguay pertenecer a su jurisdicción, y estar dentro del territorio adonde llegan sus órdenes: y los Padres ser de los indios, por ser nativo suelo de sus abuelos, en su gentilismo: y por este motivo y otros estar según Cédulas Reales apropiados a los indios, hicieron un papel llenando de calumnias a los Padres y lo despacharon a la Corte: y habrá ayudado al trabajo que todos los PP. están padeciendo. Es de saber que así como en Buenos Aires y otras partes destruyeron no digo millares, sino millones de vacas silvestres, que había en aquellas inmensas campiñas, matándolas por solos los cueros, lenguas y sebo, dejando perder la carne, sin que hubiese orden ni concierto ni moderación alguna, por la mucha ganancia que tenían, vendiendo todo esto a los extranjeros por darse prisa en enriquecer, como dije en la Relación: así también por la misma codicia de enriquecer de una vez, van acabando en la jurisdicción del Paraguay los muchos yerbales que allí tenían. Porque para hacer nueva yerba en poco tiempo, cortan del todo los árboles; y los más no vuelven a brotar: o aunque broten, con tanto brotar y cortar por el tronco, se pierden. Y así como allá, los de las vacas, en acabando con ellas, dieron sobre las que eran de los indios; así éstos, como van acabando sus yerbales con tanto desorden, dan sobre los que son de los indios. Ellos mismos me confesaban a mí, que en el invierno iban a hacer yerba en los yerbales de los indios, porque en aquel tiempo no iban los indios a hacer yerba. Los indios no van más que cuando los Padres los envían; y porque los fríos que hay allí (que aunque no grandes, que allí nunca llegan a los de España), dañan mucho a la delicada complexión del indio, no los envían en ese tiempo, por cuidar de su salud. Cualquier frío, por corto que sea, sienten mucho estos indios: y el calor, nada.

Después de esto, viéndonos caídos, y con prohibición de defendernos, han sacado otros diversidad de escritos, renovando las mismas calumnias. Tal es el tomo del expulso Ibáñez, intitulado REINO JESUÍTICO DEL PARAGUAY, cuyo tema es las delaciones y calumnias dichas: que los Jesuitas son gobernadores, Reyes, Obispos y Papas. En una palabra: que el General de la Compañía es Rey verdadero: los Provinciales, príncipes, y los indios, vasallos tributarios. Mas a este hombre, expulsado primera y segunda vez por revoltoso, escandaloso, inconstante y alocado, como todos saben: ¿qué le hemos de decir si le careamos con los informes de personas tan calificadas que el Rey alega sobre este mismo asunto?

Añadiré aquí unas pocas palabras del punto 4.º: "Y asegura el Obispo que fue de Buenos Aires (no es antiguo: yo le conocí) que visitó dichas Doctrinas, no haber visto en su vida cosa más bien ordenada que aquellos pueblos: ni desinterés semejante al de los PP. Jesuitas: y conviniendo con este informe otras noticias de no menos fidelidad", etc.; y prosigue exhortando a los mismos misioneros a que continúen en aquel gobierno, en lo espiritual y temporal: y concluye este punto diciendo: "mediante cuya dirección se embaraza la mala distribución y la mala versación que se experimenta en casi todos los pueblos de uno y otro Reino", etc. esto es, en Méjico y Perú. Hasta el Obispo presente de Buenos Aires, con ser que venía de España impresionado contra estas misiones, luego que las vio, como es sujeto de tanta conciencia, hizo un informe muy honorífico de ellas, que despachó a la Corte. Visitó dos veces todos los 30 pueblos. En el que yo estaba tuve la honra de verlo 15 días: en los demás estuvo 7 u 8.

¿Qué diremos, pues, de este hombre? Este ha infamado (ya murió) de escandalosos los informantes Obispos y Gobernadores antiguos y modernos, acreditados y muy prudentes y juiciosos. Este no vio más que cinco pueblos, que son Yapeyú, la Cruz, Sto. Tomé, Stos. Apóstoles, y la Concepción. Porque aunque vio los siete de la línea divisoria, era cuando estaban ya sin indios, en fuerza del tratado, que para el intento era lo mismo que si no los viese. Y estos cinco los vio muy de corrida, pasando de camino, haciendo mediodía en uno, y noche en otro. Los informantes los vieron todos: y por muchos días cada uno, y haciendo visita de ellos inmediatamente. Después que pasó por los 5 pueblos, estuve yo con él en una misma casa cinco días en el pueblo de San Nicolás, evacuado de los indios, donde vivían los Demarcadores Reales con parte de la infantería: y allí le traté mucho: y después por cartas. Ese no es más que uno. Los informantes son muchos. Si de los informantes de las calidades dichas no hubiera más que uno, y de los de las calidades de Ibáñez hubiera muchos, en todo juzgado recto, habían de sentenciar por este solo. ¿Qué será siendo tantos como ya cita por su nombre, ya insinúa el Rey? No pasemos en silencio que éste era un hombre iracundo, inclinado a la venganza. Cuando yo le traté, venía echando fuego de indignación contra el Provincial y Rector que le expulsaron, y contra otros Padres. Y aun contra toda la Compañía. Aumentaba su indignación la persuasión (aunque falsa) de que los Jesuitas eran la causa de que no se efectuase la línea divisoria. Habían prometido a los Demarcadores, según voz pública, que si hacían que se efectuase el tratado, a cada uno le darían una promoción honorífica y cuantiosa. Eran tres: y cada uno tenía dos tenientes o subalternos. Uno de estos tres era pariente del Ibáñez y venía por su capellán. El Marqués de Valdelirios, consejero de Indias, era el jefe de todos. Como él con los demás estaba persuadido a esto, y consiguientemente temían no alcanzar sus honores por trazas y mañas de los Jesuitas, y el Ibáñez pretendía mucho los ascensos de su pariente, que cedían en tanto bien temporal suyo: crecía más su enemistad contra los Jesuitas. Considérense, pues, tantas nulidades para no ser atendido en tribunal alguno.

Digámoslas todas en pocas palabras. Este era un hombre solo contra muchos. Un alocado contra tantos juiciosos: un escandaloso contra tantos ejemplares; un hombre sin experiencia contra tantos experimentados; uno que habla sin examen contra tantos examinadores y visitadores; uno tan lleno de indignación y venganza contra tantos pacíficos e indiferentes; un hombre ciego con la pasión, contra tantos desapasionados; un hombre ordinario contra tantos constituidos en los más altos empleos. ¿Qué dirán a esto los que se han dejado impresionar con la lectura de Ibáñez? Pues aquí no se dice más que lo que es muy público en España y en la América: no se cita sino lo que el Rey dice y anda impreso en manos de los Gobernadores, ministros y otros muchos particulares. Todo lo que este hombre dice contra los Jesuitas estaba ya escrito en cuanto a la sustancia, en los papeles que hizo él examinar tan despacio, y con tanto vigor: oyendo a las dos partes, y todo lo condenó por falso y por inicuo y malicioso. ¿Qué diremos pues, vuelvo a decir, de este hombre, sino que la pasión y venganza le cegó para que no viese tantas falsedades?.

Otro escrito vi estos días. Es un manuscrito que dicen ser su autor (aunque falsamente) D. Matías Anglés, que fue por juez al Paraguay por los años 1726 ó 27: y que lo dio a la Santa Inquisición de Lima para que ésta lo enviase a la Suprema de Madrid: y ésta diese noticia al Rey: y asegura que tomó este medio por no ser descubierto: pues si lo fuera, había de ser muy oprimido por el poder de los Jesuitas. No puede ser de Anglés la obra, por los estilos diversos, y en diversos pasajes y párrafos. Item: habla atrozmente contra los Padres que van de Europa, atribuyéndoles infames delitos: y de los Padres americanos dice estas palabras: "Pero como no encuentra en éstos aquella fuerte, imprudente y temeraria resolución para emprender y conseguir cosas injustas y directamente opuestas a la profesión religiosa de su Instituto y de las misiones; y como falta a los mismos aquella perfidia y aquella temeridad para confundir entre sí las obligaciones y las injusticias, y proceder sin detenerse ni reflexionar si están bien o mal dispuestos sus pasos y sus acciones: por esto los Superiores hacen muy poca estimación de los mismos, y los tienen separados del gobierno y prelaturas."

Hasta aquí son sus palabras. A ningún europeo vemos hablar allá mal de los europeos y bien de los americanos, que vulgarmente llaman CRIOLLOS: antes al contrario, todo es hablar mal de los hombres y de las cosas de la América; y ensalzar por las nubes las cosas de Europa: en lo que hacen harto mal: que hay allí mucho que alabar. En los más de los criollos vemos también este defecto ensalzando mucho sus cosas, y depreciando las de Europa. Uno y otro es mucho desacierto: pues de unos y otros vemos muchos sujetos eclesiásticos y seglares aventajados en virtud, letras y buen gobierno. Don Matías Anglés era europeo, natural de Navarra. ¿Cómo era posible que hablase de esa manera contra los europeos? En orden a las prelacías, es de advertir que los sacerdotes Jesuitas del Paraguay son por la mayor parte europeos: la 5.ª o a lo más la 4.ª parte son americanos: y así, si tuvieran la 4.ª parte de las prelacías, ya eran iguales con los europeos. Son 11 los Rectorados: y ordinariamente suele haber 3 ó 4 Rectores americanos: y a esta cuenta casi siempre tienen más prelaturas en su número que los europeos. Y lo mismo sucede en las cátedras. Cuando D. Matías Anglés andaba por el Paraguay, había muchos Padres americanos en aquellas Misiones: y el Superior de todos los 30 pueblos que tiene toda la potestad de un Rector del colegio Máximo, y algo más, era uno de ellos, el P. Josef Insaurralde, natural de la ciudad de la Asunción del Paraguay, sujeto de mucha virtud y literatura. ¿Cómo, pues, se puede pensar de un hombre como éste, que tan a las claras y a la vista de todos mintiese tanto? Además que este sujeto trataba mucho con los Jesuitas, no sólo en el Paraguay, sino también en Buenos Aires y Tucumán: porque en Tucumán fue Teniente de Gobernador; y no podía ignorar estas cosas como el Gobernador Aldunate y el Gobernador Barúa, que sin ver cosa, ni tratar con Jesuitas informaron de oídas.

Últimamente, este hombre alaba de muy fieles a los del Paraguay: dice "que puede apostar fidelidad con la nación más fiel del mundo". Si entresacara los muchos buenos que hay allí y me los pusiera aparte, bien pudiera decir de ellos ésto. Pero siendo tan públicos los motines que allí ha habido desde el principio de su fundación, con prisiones y muertes de sus Gobernadores, atropellando tantas veces las órdenes Reales, y esto a vista de la fidelidad de las otras provincias confinantes, donde no ha habido sino quietud y obediencia, ¿cómo se puede pensar que haya compuesto este papel otro que alguno o algunos de los naturales de la tierra, apasionados por su patria?

Y no dejemos en silencio una reflexión. Si este hombre escribía a la Inquisición de Lima para que ésta pusiese el papel en la Suprema: y ésta en manos del Rey: ¿cómo ha estado estancado este papel cerca de 40 años en Lima? de donde parece dan a entender que se sacó ahora. ¿Cómo de Lima no se envió a Madrid? Y si se envió, ¿cómo la Suprema no le dio al Rey? Y si se lo dio, ¿cómo el Rey en la citada Cédula de 743, que salió muchos años después que Anglés le presentó el papel a la Inquisición de Lima, no hace mención de Anglés, haciéndola tanto de Aldunate y Barúa? Luego no podemos decir otra cosa, sino que este papel tiene alguna parte de algún informe que haría Anglés, que hace poco al caso contra los Jesuitas. Que éste le cogieron algunos émulos del Paraguay, que fueron ingiriendo en sus pasajes todas las calumnias e imposturas de que está lleno. Que fingieron haberle enviado Anglés a la Inquisición por los frívolos motivos que allí se dicen. Y pareciéndoles ahora que no se podía descubrir la verdad, lo sacaron al público en nombre suyo. Dicen que anda por estas ciudades traducido al italiano, y dedicado al P. Francisco Antonio Zacarías, en retribución de los papeles que este Padre celoso sacó en abono de los Jesuitas de aquellas partes; pero todas cuantas cosas se dicen en él, están, en cuanto a la sustancia, vistas, revistas, consideradas y muy reflexionadas por muchos días en muchas sesiones, según dice la Cédula de los doce puntos: y después de esto, condenadas por calumnias, imposturas, falsos testimonios, llenos de malicia. Y después de esta Cédula hizo el Rey otra en que manda que, en adelante, nunca se trate en su Consejo cosa perteneciente a las Misiones del Paraguay sin que primero se lea esta Cédula.


DUDA OCTAVA

Si los indios siempre han sido tan fieles, ¿cómo ahora resistieron al ejército del Rey?-- Es menester acordarnos de lo que se dijo en la relación: que el tratado de la línea divisoria se hizo en esta forma. Que los moradores de la Colonia y de un pueblo de indios llamado S. Cristóbal, de allá del Marañón, que también se daba a España, fuesen libres en quedarse en sus casas por España con todos sus bienes, o en irse, vendiéndolos. Y que los de otros dos nuevos y pequeños pueblos de nuestras Misiones de los Mojos que se daban a Portugal, tuviesen la misma libertad. Pero que los siete pueblos que se daban de las Misiones del Paraguay, no se habrían de dar con estas condiciones, sino que habían de ir a otras tierras fuera de la línea: y habían de dejar todos sus bienes inmobles a los portugueses: y por recompensa se les habían de dar cuatro mil pesos. Este fue el tratado. Como los indios de los siete pueblos eran cerca de 30 mil almas, de todas edades y sexos, temió el Rey prudentemente dejar tanta gente a Portugal, y en frontera: con la cual en tiempo de guerra podía hacer mucho daño a España. Y con el deseo de que los indios nada perdieran, les señaló los 4 mil pesos: pareciéndole una plena recompensa, según lo que informaron. Informaría alguno que juzgó serían como los tres pueblos que hay cerca de Buenos Aires, llamados el Baradero, los Quilmes, y Santo Domingo Soriano, que cada uno consta de 16 ó 18 cabañas de paja, con una capilla cubierta de teja, una campana y nada más.

Nos escribieron desde Madrid que el Rey había puesto en consulta de Teólogos este caso: si era lícito dar a Portugal unos pueblos de indios por otras poblaciones y tierras de Portugal: por haberse considerado era cosa muy necesaria para el bien y sosiego de la Monarquía, y la buena armonía con Portugal: y que esto se hacía sin detrimento alguno de los indios, resarciéndoles cumplidamente de las pérdidas y menguas que pudieran tener en ello. En estos términos fue la consulta: y todos respondieron que sí. Al oírlo nosotros, todos dijimos que responderíamos lo mismo, si no se nos daban más noticias. El Rey, como tan bueno, y deseoso del bien de los indios, juzgó que de este modo miraba bien por su conciencia, y por el bien de sus vasallos. No sabemos quién o quiénes fueron los informantes. Acordémonos también que allá dijimos que los militares valuaron en mi presencia los bienes inmobles del pueblo de S. Nicolás, donde estábamos: y que su importe, por la parte que menos, era de cerca de 800 mil pesos: y estos sin contar las pérdidas grandes de los bienes muebles, en especial de ganados, que habían de tener en el camino, al pasar a nado el gran río Uruguay. Cuya pérdida también intentaba resarcir el Rey con los 4 mil pesos. Los cuales bienes inmobles consisten primeramente en las casas de los indios en la iglesia, casa de los Padres con sus patios, y oficinas públicas, casa de recogidas y otros edificios públicos: los yerbales hortenses, que son muy cuantiosos, y los silvestres, que también se dejaban a los portugueses, como sus bosques y sus montes, las huertas frutales, y algodonales del común, que son muy grandes: juntamente con los de los particulares. Viendo, pues, los indios que por 800 mil pesos les daban 4 mil solamente, y que se les mandaba desamparar su patrio suelo, que para el genio del indio es la cosa más sensible: que todos sus bienes se había de dar a los portugueses, a quienes tenían por sus mayores enemigos, por los gravísimos daños que les habían causado en todos tiempos, como consta de las historias, no querían creer que el Rey mandase tal cosa: y lo tenían por insoportable. Si hubieran obedecido a una cosa tan difícil, se hubiera conseguido de ellos lo sumo de la fidelidad. Pero querer conseguir de unos bárbaros lo más perfecto, es mucho pedir. Si a la nación más culta, más política y más fiel, se le hubiera pedido lo que a los indios, considérese lo que hubiese sucedido.

 

DUDA NONA

¿De dónde se originó la fábula del Rey Nicolás? En la relación se dijo que no se trataba de este punto por tenerle ya todos por fábula. Pero veo que varios desean saber de donde se originó. No es éste el primer Rey del Paraguay. En el siglo pasado hubo otro. Este fue el P. Antonio Manquiano, hombre apostólico. Este sujeto fue Procurador en el Paraguay, en los pleitos del Sr. Cárdenas. Confundía a los contrarios con sus papeles en defensa de la verdad. Estos en venganza hicieron contra él un libelo infamatorio que despacharon al Perú, 600 leguas distante. En él decían que el P. Manquiano se había levantado por Rey del Paraguay con un grande ejército de indios: que se había casado sacrílegamente con una cacica; y que cansado de ella, se había casado segunda vez, como otro Lutero, con una monja del Paraguay, donde nunca ha habido monjas. Esta fábula la deshizo luego con su informe al Virrey y a la Audiencia, el Obispo confinante del Tucumán. Todo esto se refiere a la larga en un tomo de Varones ilustres del Paraguay, que salió a luz años ha. Y uno de ellos es el dicho P. Juan Antonio Manquiano.

El origen de nuestro Rey Nicolao fue éste. En el pueblo de la Concepción era Corregidor un indio llamado Nicolao Ñenguirú, que había sido gran músico. Era locuaz: de grande facilidad para hacer arengas. A éste le nombraron por Comisario general en la plaza del pueblo de San Juan en tiempo que los indios se resistieron a los españoles. Así me lo afirmó el General mayor del ejército español, que tomó informaciones de unos indios que cogieron prisioneros: asegurándome que testificaron no haber sido nombrado por Rey, sino sólo por Comisario general. Él jamás fue ni Capitán general, ni aun Comisario general con ejercicio: porque en la resistencia que hicieron, que fueron los indios de unos seis o siete pueblos, obedecían los de cada pueblo al jefe suyo, no de otro pueblo: y así iban con grande desorden y desconcierto, sin tener una cabeza para todos; sino muchas, y harto malas.

Los españoles, que sabían algo de la lengua de los indios, que eran la gente más baja del ejército, les preguntarían con instancia por el que se había levantado por Rey: y el indio comúnmente dice aquello que quiere el español que le digan; porque como son de genio aniñado, se les da muy poco el mentir: y como el dicho Nicolao tenía fama y algún séquito, les dirían que éste era el Rey. Esta gente baja lo diría a los capitanes y otros oficiales, que decían los prisioneros que había un Rey llamado Nicolás Ñenguirú, y éstos lo escribirían a España. No sabemos que de otra causa haya nacido esta fábula. Después de haber entrado el ejército y haber echado a los indios de los 7 pueblos, el Nicolás se quedó quieto y sosegado en el suyo, que no pertenecía a los de la línea. Así se perseveró por diez años hasta el arresto de los Padres: y en este tiempo le tuve yo por feligrés cuatro años. Lo de las monedas de oro y que el Rey era un Jesuita, fueron imposturas añadidas en España: que en la América jamás se dijo eso. Al que hizo las monedas en España para calumniar más a los Jesuitas, oímos decir que le tuvieron preso en Toledo, y que a petición de los Jesuitas, que perdonaban la injuria, le soltaron.


DUDA DÉCIMA

¿Si los Jesuitas pueden defraudar los tributos de los indios?-- Esta sospecha nace de ignorancia en los menos malignos. Los Jesuitas no hacen padrón. No numeran los tributarios. Esto toca al Gobernador por las Reales leyes, y Cédulas. Al principio, después de entablados en economía política, el Virrey hizo numerar los tributarios. Según aquel número fueron pagando los tributos por más de 50 años, fuesen más, o fuesen menos, hasta el año de 1734, en que habiendo llegado a Buenos Aires un Alcalde de Corte llamado D. Juan Vázquez de Agüero, con unas comisiones acerca de estas Doctrinas, se le suplicó con mucha insistencia con escrito auténtico por parte de los PP. y en muchas ocasiones, que viniese a visitar aquellos indios, porque no se habían empadronado desde el año 1677: y corría el tributo según aquella cuenta, en que podía haber en tan largo tiempo alguna mengua, en lo que tocaba al Rey. Esta petición e instancia la refirió el Rey en el principio de la Cédula de los doce puntos, porque así lo confesaba el mismo Alcalde de Corte. No vino el Alcalde en la petición, excusándose por varios motivos: y se contentó con pedir a los 30 Curas que enumerasen todos los tributarios desde los 18 años hasta los 50: excepto los caciques, sus primogénitos, y doce indios para la iglesia y casa de los PP. Quiso que la numeración fuese jurada; y así todos los Curas con toda diligencia hicieron la numeración de sus feligreses tributarios, y le enviaron el testimonio jurado. Y se cobra el tributo real desde entonces por esta numeración que es mucho mayor que el que daba la numeración del año 1677. Y aunque mandó S. M. que cada seis años fuese el Gobernador de Buenos Aires a empadronar los indios para el tributo, no se ha ejecutado por varios pretextos que alegan los señores Gobernadores. Cada año con grande exacción se hace en cada pueblo la numeración de familias, viudos, personas, casamientos, entierros de adultos, de párvulos, baptismos, etc. Ya se propuso a la Corte si querían guiarse por esta anual numeración: y no hubo respuesta de ello.



BIBLIOGRAFÍA



OBRAS DE JOSÉ CARDIEL:



- Carta del padre jesuita José Cardiel, escrita al señor gobernador y capitán general de Buenos Aires, sobre los descubrimientos de las tierras patagónicas, en lo que toca a los césares (11 de agosto de 1746) en Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata, ilustrados con notas y disertaciones por Pedro de Angelis, Buenos Aires, 1836. Tomo I, n.º 5.

- Extracto o resumen del diario del padre José Cardiel en el viaje que hizo desde Buenos Aires al Volcán y de este siguiendo la costa patagónica hasta el arroyo de la Ascensión, en Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata ilustrados con notas y disertaciones por Pedro de Angelis, Buenos Aires, 1836. Tomo V, n. º 40.

- Misiones del Paraguay. Declaración de la verdad. Obra inédita del P. José Cardiel, religioso de la Compañía de Jesús. Publicada con una introducción del P. Pablo Hernández de la misma Compañía. Buenos Aires, 1900.

- Breve relación de las misiones del Paraguay; en Hernández, Pablo, Organización social de las doctrinas guaraníes. Tomo II, pp. 514 614. Barcelona, 1913.

- De moribus guaraniorum A. I. C. En la traducción castellana de la obra del P. Domingo Muriel: Historia del Paraguay desde 1747 a 1767 (Madrid 1918) se inserta este trabajo con el título Costumbres de los guaraníes (pp. 463 544).

- Carta relación de las Misiones de la Provincia del Paraguay (1747), en Furlong, Guillermo, José Cardiel y su Carta Relación (1747), Buenos Aires, 1953.

- Compendio de la Historia del Paraguay (1780), FECIC, Buenos Aires, 1984.



BIBLIOGRAFÍA GENERAL SOBRE LAS MISIONES JESUITAS DEL PARAGUAY:



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CARDOZO, Efraim (1959), Historiografía Paraguaya. I. Paraguay indígena español y jesuita. Inst.º Panamericano de Geografía e Historia, México.

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HOFFMANN, Werner (1979), Las misiones jesuitas entre los Chiquitanos, FECIC, Buenos Aires.

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PERAMÁS, José Manuel (1946), La República de Platón y los Guaraníes, EMECE edit. Buenos Aires.

RODRÍGUEZ MOLAS, Ricardo (1985), Los sometidos de la conquista. Argentina, Bolivia, Paraguay, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires.

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Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es

(La página del Arte y la Cultura en Español – Junta de León y Castilla)

 

 

 

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