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LUIS AGÜERO WAGNER

  LOS GUARANÍES, 1ª PARTE - Por MIGUEL CABALLERO FIGÚN y LUIS AGÜERO WAGNER


LOS GUARANÍES, 1ª PARTE - Por MIGUEL CABALLERO FIGÚN y LUIS AGÜERO WAGNER

LOS GUARANÍES (PRIMERA PARTE)

HISTORIA DEL PARAGUAY

Autores: MIGUEL ÁNGEL CABALLERO FIGÚN ,LUIS AGÜERO WAGNER .

Ediciones La República,

Asunción-Paraguay (40 páginas)



 
CIVILIZACIONES Y MEDIO FÍSICO
 
Cuando los primeros conquistadores españoles iniciaron la penetración de América del Sur se encontraron con diversas parcialidades y razas indígenas que, con distintas culturas y estadios de civilización, poblaban todo el continente.
 
Una de ellas, la más numerosa, estaba constituida por la parcialidad guaranítica.
 
Con una cultura primitiva, pues su desarrollo no pasaba más allá del período neolítico, su presencia e influencia se extendía, sin embargo, por un vastísimo territorio que abarcaba los cuatro puntos cardinales de las nuevas tierras descubiertas. En efecto, desde más al sur del Río de la Plata hasta el mar Caribe, hacia el norte y desde el Atlántico hasta los contrafuertes andinos, diversas tribus guaraníes con una lengua común poblaban esa inmensa extensión territorial.
 
De estatura mediana, cabello negro, ojos oscuros y pómulos salientes, los guaraníes se extendían, en la región que después constituiría el Paraguay, por la región norte, al sur del Matto Grosso (itatines), desde el río Paraná al Paraguay, abarcando toda la zona oriental (carios). Hubo también, sin embargo, parcialidades guaraníticas que llegaron y se establecieron al noroeste del Chaco, en la zona del río Parapití, cerca ya de las estribaciones andinas (chiriguanos).
 
Pero debemos detenernos a examinar el medio físico en el cual se desarrollaba la vida en estas regiones, pues el medio, el hábitat, tiene una influencia decisiva en la vida y costumbre de los pueblos.
 
El río Paraguay divide a la región en dos zonas totalmente diferenciadas. Desde su margen derecha hacia el norte se extiende una vasta llanura de tierra seca, desértica y salitrosa, con bosques y palmares en la región noreste. Toda esa amplia zona había sido en otras épocas lecho marino. Pocos afluentes tiene el río Paraguay en su margen derecha entre los ríos Pilcomayo, al oeste y el río Negro, al noreste, con el agravante de que la mayor parte de ellos se transforman en cauces secos buena parte del año. Encontrar agua era tarea difícil para las tribus que habitaban esos territorios. Incluso el gran río Pilcomayo desaparece una época del año en la mitad de su curso, dejando una amplísima zona seca, para reaparecer de nuevo después muchos kilómetros aguas abajo.
 
Pero a este panorama sucede cíclicamente otro que representa su antítesis. Con el deshielo de los Andes aumenta su cauce el río Pilcomayo hasta tal punto que las zonas antes secas se cubren totalmente de agua debido al desborde de dicho río, formándose lodazales inmensos a muchos kilómetros de ambas márgenes.
 
Por consiguiente, ese territorio que hoy día constituye el Chaco, ofrecía a sus moradores un hábitat agresivo y hostil, con situaciones distintas y extremas en dos períodos del año.
 
Dichos moradores, de cultura paleolítica, inferior a la de los guaraníes, eran nómadas y no practicaban la agricultura. Agresivos como el medio en que vivían, hacían continuas expediciones de saqueo y depredación hacia la otra margen del río Paraguay, manteniendo un estado de constante guerra con los guaraníes.
 
Las principales tribus no guaraníticas que habitaban el Chaco estaban constituidas por los tobas, mocobíes, abipones, los mbayaes, los guaycurúes, los lenguas, chanáes, caracaráes, los payaguáes, eximios dominadores de los ríos. Los payaguáes "eran los piratas de los ríos, hábiles nadadores, tripulantes de pequeñas canoas, livianas y ligeras, con capacidad para 10 hombres, que en los choques eran volcadas para usarlas como defensa de las flechas y proyectiles del enemigo. Usaban también canoas mayores para veinte tripulantes, construidas todas ellas en forma ruda y ordinaria, pero terminadas con cierta pulcritud y delicadeza, apreciadas por los europeos. Buenos simuladores, el engaño era el arma predilecta en sus relaciones con nativos y europeos que los hacían temibles, tanto en tiempos de paz como en los de guerra".
 
 

EL CHACO - PROTOHISTORIA
 
Desde tiempos inmemoriales, e independientemente de las parcialidades que lo habitaban, el Chaco era muy conocido por una gran civilización que vivía en los Andes, entre las montañas, constituida por los incas. Estos habían extendido su dominio a las faldas de la cordillera sojuzgando y sometiendo a su dominio a las diversas tribus que habitaban dicha zona. Viviendo, amos y sometidos, en el ambiente hostil e infecundo de la piedra y la montaña, necesitaban imperiosamente proveerse de víveres y elementos de subsistencia en otro ambiente más apto que el suyo.
 
A tales efectos, los incas organizaban anualmente formidables expediciones hasta si se quiere de carácter militar, con el objeto de proveerse de alimentos en la región del Chaco. Con miles de guerreros propios y de las tribus sometidas bajaban de las montañas y se internaban en el mismo, chocando naturalmente con sus pobladores con quienes mantenían un estado de constante guerra. Se aprovisionaban allí para todo el año de carne y de pieles de animales, teniendo especial predilección por los venados. El mismo nombre de Chaco viene de la palabra quechua Chacú, que significa "territorio de caza". Salvo cuando los incas salían en sus expediciones anuales, la caza estaba prohibida por los mismos, sobre todo en los períodos de parición.
 
La infracción a estas normas estaba severamente castigada, hasta con la pena de muerte. Para los incas, el Chaco era un elemento vital de nutrición y subsistencia.
 
Con el establecimiento de los chiriguanos, de origen guaranítico, en las márgenes del río Parapití a principios del siglo XV, como se verá más adelante, cambiaron las relaciones de fuerza. Los guaraníes, formidables guerreros, pusieron una valla a las invasiones incaicas y, al revés, los obligaron a construir fuertes en las estribaciones de los Andes para impedir las continuas invasiones chiriguanas y de los guaraníes del sur hacia los territorios dominados por los incas.
 
 

IDEAS RELIGIOSAS
 
Desde el punto de vista de su concepción religiosa los guaraníes practicaban, de acuerdo a su grado de civilización, el politeísmo. Los fenómenos naturales eran considerados manifestaciones de carácter sobrenatural, postura lógica en su etapa de desarrollo frente a lo desconocido. Creían en el alma, a la cual consideraban inmortal, que denominaban Añang. La misma, una vez desprendida del cuerpo iba al añaretá, donde se reunía con sus antepasados y vigilaba a los vivos. El alma podía ser buena o mala, pues poseía las mismas virtudes y defectos del cuerpo que las poseía en vida. De aquí extrajeron los jesuitas, en su afán evangelizador, la concepción del demonio, que no existía ni por asomo en la concepción religiosa de los guaraníes, de la misma manera que a Tupá, su dios creador: Tupá, a quien aman sin temor, y que es indiferente a los acontecimientos. No gobierna el universo, ni premia ni castiga a los hombres. La única ley del indio es la ley natural: acomodarse a ella le produce prosperidad y felicidad, y lo contrario le proporciona dolor y sufrimiento. Sus concepciones rudimentarias no le privan de concebir la religión como sanción práctica de la moral. Su valor está en la coincidencia de la doctrina con la conducta.
 
Por eso no alcanzaban a comprender las contradicciones entre la moral religiosa y las atrocidades de los blancos: "Ustedes dicen que su Dios les ordena amar a todos los hombres, pero ustedes mienten, nos roban, ofenden a nuestras mujeres y nos matan por cualquier cosa. El nuestro es mejor que el de ustedes", decía al doctor Bertoni, en 1877, el cacique de la parcialidad sobreviviente Ava-mbyá.
 
No existe para los guaraníes el demonio, aunque sí los espíritus malignos que acechan su tranquilidad y de los cuales deben defenderse. Los jesuitas no pudieron convencerlos de la existencia de un infierno con llamas abrasadoras que, dentro de su concepción objetiva, podían ser evitadas fácilmente apartándose de ellas. La lógica primitiva se revelaba contra el absurdo de que un Dios de amor se vengara tan implacablemente.
 
Creían también en diversos espíritus derivados de sus ritos antropomórficos, como el Pora, el alma errante de los muertos, el Curupí, genio fecundante, el Pombero, el duende de las tinieblas que todo escucha y todo sabe y toda una serie de creencias que se basan en sus míticas y rudimentarias concepciones de los fenómenos de la naturaleza y de su hábitat, la selva.
 
 

ORGANIZACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL.
 
La organización económica de los guaraníes, aunque primitiva y rudimentaria, presentaba algunos elementos que los diferenciaba profundamente de las demás parcialidades indígenas. Si bien se dedicaban también a la caza y a la pesca, eran por lo general, sedentarios y conocían y practicaban la agricultura. La fertilidad de la región comprendida entre los ríos Paraná y Paraguay favorecía notablemente esta actividad. Con un palo puntiagudo, el yvyracuä, hacían agujeros en la tierra donde arrojaban las semillas, encargándose la naturaleza del resto.
 
Significa esto que la tierra se constituía en el principal medio de producción. El producto obtenido en cada parcela era repartido entre la familia que la cultivaba hasta satisfacer sus necesidades, distribuyéndose el sobrante entre toda la comunidad. Al no existir, entonces, propiedad privada de los medios de producción, quedaba eliminada la posibilidad de explotación del hombre por el hombre, constituyendo de esta manera los guaraníes una sociedad igualitaria y comunitaria, sin clases sociales, característica, por otra parte, de la mayoría de las sociedades primitivas en ese estadio de civilización.
 
"No habiendo excedente de la producción sobre las necesidades del consumo, ni apropiación privada del principal medio de producción -la tierra-, ni dinero, no era posible tampoco la acumulación de capital y no había división de la sociedad en clases, si bien podía reducirse a la esclavitud, ocasionalmente, a los prisioneros de guerra.
 
En tales condiciones, los guaraníes formaban una sociedad igualitaria y una democracia social. Los cargos tenían una base natural, los méritos de la persona, y un origen electivo. Cada parcialidad o tribu tenía un jefe (rubichá) que era el caudillo en la guerra y eventualmente desempeñaba funciones de magistrado en la vida civil.
 
El valor guerrero era el requisito básico para el acceso a esa posición. Un consejo de varones adultos resolvía en los negocios más importantes. A dicho cuerpo, en su defecto, al rubichá, le correspondía administrar justicia. Se castigaban severamente el adulterio de las mujeres y el robo. Los sacerdotes-hechiceros o chamanes (avaré) eran depositarios de una ciencia infusa, interpretaban signos y fenómenos de la naturaleza, confiaban en sus artes mágicas para influir sobre ella y favorecer al grupo y, en general, gozaban de gran predicamento".
 
En cuanto a la organización familiar, si bien muchos historiadores insisten en el imperio de la monogamia, en realidad los guaraníes eran esencialmente polígamos, sobre todo en lo que concernía a los caciques. Una de las mujeres constituía la esposa principal, la cual generalmente pertenecía a la misma tribu del marido. Las demás podían pertenecer a la misma comunidad o ser producto de un botín de guerra.
 
Sin embargo, y como consecuencia de esa concepción igualitaria que existía en esas sociedades primitivas, la mujer tenía derecho a abandonar o cambiar de marido lo mismo que el hombre. El divorcio, si tal podía llamarse, era práctica normal entre las parcialidades guaraníes.
 
Los bosques estaban, poblados por divinidades que eran conjuradas por el hechicero, el payé. Todos los acontecimientos importantes eran festejados ritualmente con danzas y cantos. Su anteriormente aludida creencia de "la tierra sin mal", lugar paradisíaco pero terrenal donde no había enfermedades, de tierra fecunda y naturaleza exuberante donde todo crecía solo sin necesidad de plantar ni maíz, ni mandioca ni nada de todo aquello que constituía su alimentación básica y con presas de caza inextinguibles, también ayudaba a los jesuitas pues los mismos hacían conjugar en el paraíso cristiano esta creencia junto con la del paraíso indígena (yvaga).
 
Los guaraníes eran antropófagos. Si bien creían que comerse a un enemigo valiente en el combate les transmitía a ellos sus elementos positivos, en realidad la práctica de la antropofagia estaba mucho más generalizada. Refiriéndose a una de las expediciones de conquista de los guaraníes en la cual sometieron a varias tribus del Chaco tomando muchos prisioneros, ya en época de los españoles, Ruiz Díaz de Guzmán, el primer historiador paraguayo, en su obra "Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata", refiere en un párrafo de la misma: "...que los guaraníes han destruido mas de cien mil indios de aquellas tierras con las continuas guerras y asaltos, que las han hecho, en que han sido muertos cautivos y traídos a esclavitud, puesto que al principio a todos los comían en sus fiestas y borracheras, de muchos años a esta parte los venden a los españoles, que entran con rescates del Perú para el efecto, teniendo por útil el venderlos por lo que han menester, que comerlos como solían".
 
Desde el punto de vista cultural han dejado el aporte de su lengua y un impresionante conocimiento de las plantas medicinales. Profundos observadores, daban nombre a todas ellas, sabiendo diferenciar sus propiedades y utilizarlas en provecho de toda la comunidad. Este puede considerarse su aporte más importante, ya que toca un campo científico con actual vigencia.
 
 

LAS INVASIONES GUARANÍTICAS
 
No sólo las tribus del norte hacían sus campañas de saqueo y depredación a las tierras cultivadas de los guaraníes del sur del río Paraguay. Conocedores éstos de la existencia de los incas, del metal y de las grandes riquezas de las comarcas que los mismos habitaban, cíclicamente organizaban expediciones militares de conquista. La primera de ellas tuvo lugar aproximadamente un siglo antes de la llegada de los españoles, en tiempos del soberano Yupanqui.
 
A tales efectos se organizó una formidable expedición de miles de indios que acompañados de sus mujeres y de sus hijos cruzaron el Chaco rumbo a las estribaciones andinas.
 
En su camino debieron sostener numerosos combates con las belicosas tribus del norte, pero su objetivo estaba mucho más lejos, de manera que en casos de enfrentamiento no les resultaba difícil establecer la paz y seguir su avance; en otros directamente tal enfrentamiento no existía. Un papel fundamental en esto lo desempeñaban sus mujeres. Los guaraníes, así como cuando llegaba un forastero solían prestar a las mismas para compartir el lecho del visitante en demostración de hospitalidad, en sus expediciones guerreras sembraban el camino con sus mujeres que dejaban en propiedad a los principales caciques de las tribus que encontraban a su paso. Con esto se aseguraban la retaguardia para un eventual regreso, que de esta forma podrían disponer de refugio y víveres. De esta forma extendían también el idioma guaraní, a través de sus mujeres y los hijos que tuvieran éstas, a todo lo largo de la geografía de sus expediciones guerreras.
 
Una vez atravesado el Chaco y ya en las estribaciones de los Andes, chocan con las tribus sometidas de los incas, arrasando cuanto encontraban a su paso y sembrando el terror, apoderándose al mismo tiempo de tejidos y pieles, objetos de oro y plata a los cuales no daban valor, salvo como adornos.
 
En los llanos de Grigotá se produce un feroz combate en donde los guaraníes matan al jefe inca Guacané, lugarteniente del rey inca, tomando prisionero a su hermano Condori. Esto enfurece al soberano Yupanqui, quien envía desde las montañas varias legiones de guerreros ante las cuales retroceden los guaraníes. Los mismos emprenden el regreso hacia el sur atravesando nuevamente el Chaco, pero una parte de ellos queda en la región comprendida entre el río Parapití y los contrafuertes andinos, estableciéndose allí definitivamente. Tal fue el origen de los actuales chiriguanos.
 
 

SEGUNDA INVASIÓN
 
A principios del siglo XVI, antes de la llegada al Paraguay de Alejo García, siendo soberano de los incas Huayanac Capac, padre de Atahualpa, los guaraníes organizan una nueva y gran invasión hacia el norte. Se concentran en el Itatín, en la margen izquierda del río Paraguay, cerca de la actual frontera con el Brasil. Desde allí cruzan el Chaco pasando por el territorio de los chanaes, donde producen una terrible carnicería. Subieron por el río Paraboe hasta la zona de los Xarayes, penetrando luego en los dominios de los mbayáes, tomando cautivas a muchas mujeres con sus hijos. Derrotados finalmente regresan a Itatín, aunque trayendo consigo varias muestras de metal, entre ellas oro y plata. Estas corrían de mano en mano y circularon de tribu en tribu hasta el río Paraná, por un lado, y el Atlántico, por otro, a través de sus hermanos de raza, los tupíes, que habitaban las costas del Brasil, llegando hasta la isla de Yurú Minrín.
 
"Pero aprehendieron algo más importante: "la noticia" de aquellas fabulosas riquezas que dieron nacimiento a los mitos que iban a encauzar una de las más vigorosas corrientes de la historia del mundo y tras de las cuales iban a correr alucinados miles y miles de hombres blancos durante medio siglo"
 
 

LLEGADA DE ALEJO GARCÍA - TERCERA INVASIÓN.
 
En febrero de 1516 llega Juan Díaz de Solís nuevamente al Río de la Plata en el que sería su último viaje. Al desembarcar en las costas del Uruguay junto con algunos de sus compañeros son atacados y muertos por los indios charrúas, salvándose sólo uno de los españoles, el grumete Francisco del Puerto. Toma entonces el mando su segundo, el capitán Francisco de Torres, quien emprende de inmediato el regreso a España con la expedición. Pero al pasar por las costas del Brasil a la altura de puerto de los Patos naufraga una de las carabelas refugiándose los tripulantes en la costa. Entre ellos estaba Alejo García, quien junto con algunos de sus compañeros queda al servicio de los portugueses que ya estaban establecidos en la zona, enviando éstos a siete de los españoles prisioneros a Lisboa.
 
El lugar se hallaba poblado por parcialidades guaraníticas, aprendiendo Alejo García al cabo de algún tiempo a dominar la lengua guaraní y otros dialectos indígenas. En el año 1526, estando al mando de aquella capitanía Martín Alonso de Sosa, es enviado junto con otros tres portugueses a explorar las tierras del oeste, fascinados los europeos por las piezas de oro y plata que habían visto en poder de algunos naturales, emprendieron la marcha llevando un contingente de guaraníes como acompañamiento. Descubren el río Paraná y siguiendo su marcha hacia el norte llegan hasta el río Paraguay, siendo bien recibidos por los nativos. Alejo García convence a los guaraníes a acompañarlo en una expedición hacia la tierra de los metales, cuya existencia éstos conocían. Convocan entonces a todos los indios de la zona, llegando a juntar a dos mil guerreros. Salen desde San Fernando, alto promontorio existente en el río Paraguay, internándose en el Chaco. Como en anteriores oportunidades, chocan con las tribus que con diferentes lenguas poblaban la región, produciéndose en su trayecto varios combates. Al cabo de muchas jornadas llegan a las estribaciones andinas invadiendo la zona de la pre-cordillera habitada por los pueblos sometidos por los incas, penetrando más de cuarenta leguas en su territorio. Luego de una intensa campaña de saqueo y matanzas en la cual se apoderaron de armas de metal y de objetos de plata y oro, emprenden la retirada ante la llegada del ejército incaico, luego de haber causado el terror en la provincia. Ante esto los incas toman medidas de inmediato, haciendo fortificar todas esas fronteras con grandes fuertes que hicieron levantar con el objeto de impedir nuevas incursiones.
 
Alejo García y los guaraníes emprenden el viaje de regreso atravesando nuevamente el Chaco. Una vez de regreso, aquel decide despachar a dos de sus compañeros portugueses al Brasil, a dar cuenta al capitán Alonso de Sosa de lo que habían descubierto, con muestras de metales y piezas de oro y plata que habían traído consigo. Poco después de partir sus enviados Alejo García es muerto por los indígenas, sus propios compañeros de expedición, quienes se apoderaron de todas sus pertenencias, pero dejaron con vida a un hijo suyo, que estaba con él, a causa de su corta edad. Este se llamaba también como su padre, Alejo, siendo conocido posteriormente por el historiador Ruiz Díaz de Guzmán.
 
Llegados los compañeros de Alejo García a la costa atlántica relataron lo que habían recorrido y la riqueza que habían visto en la tierra de los charcas, que hasta entonces no estaba descubierta por los españoles. Así partieron de San Vicente 60 soldados al mando del capitán Sedeño, pero una vez llegados al Paraguay, fueron todos muertos por los guaraníes.
 

 
EL COMUNISMO DE LOS GUARANÍES.
 
La tierra en común y la ayuda mutua fueron un rasgo común predominante entre las sociedades americanas precolombinas. La manifestación más extraordinaria del sentido social y del desprendimiento personal característicos del aborigen quedó plasmado en la República que los jesuitas lograron mantener durante 150 años en Paraguay, en un medio en el que el autóctono era cazado con más crueldad que las bestias salvajes. El sabio suizo Moisés Bertoni explica este momento fantástico de la historia universal en base a la, inigualable higiene moral practicada por la civilización guaraní desde tiempos inmemoriales.
 
Es decir, independientemente del talento organizador de la Compañía de Jesús, se explicaría mal, si se buscase otro razonamiento alternativo, el hecho de que "una república única en el mundo", una sociedad declarada "perfecta imagen de la iglesia primitiva" no haya podido realizarse más que entre los guaraníes, quienes para poder sobrevivir habían tenido que caer en el estado nómada; entre unos seres que portugueses y españoles robaban como si se tratara de ganado en los mismos campos de las misiones, y a los que incluso los historiadores de esta extraordinaria aventura siguen considerando como "los salvajes más intratables".
 
Ayudados por una democracia del mismo tipo de la que existía en Nicaragua (consejos municipales compuestos por "alcaldes", consejeros fiscales y otros ministros elegidos por el pueblo), expertos en todas las artes, incluso la de la palabra; con una habilidad manual que dejaba estupefactos a sus protectores (una india copió sin ayuda alguna un fino encaje europeo); esos "ayer todavía guerreros salvajes y perezosos" construyeron el único estado industrializado de América del Sur, obra que Montesquiu juzgaría grandiosa y que Voltaire estimaba como "un triunfo de la humanidad". Aún sin el apoyo de los conocimientos de la etnología moderna, está claro que las virtudes que Clovis Lugón atribuye a la educación católica son, por el contrario, fundamentalmente autóctonas. Aun comprendiendo mal las perspectivas indígenas, el autor nos da, no obstante, los datos que evocan las primeras Décadas de Pedro el Mártir:
 
"Incluso la idea de apropiación de las tierras les era extraña a su mentalidad. La seguridad y previsión colectivas eran tan integrales que hubo familias a las que, habiéndoles ofrecido que se reservaran un lote de las más ricas tierras, se contentaron ampliamente con un pedazo minúsculo..."
 
Basándose en documentos de la época, habla el mismo de la pureza de las costumbres, del fervor religioso de aquellos "salvajes" cuyos escrúpulos de conciencia hacían interminables sus confesiones. "No se vio jamás entre ellos ni proceso ni querella, lo mío y lo tuyo no eran ni siquiera conocidos". Si alguna duda quedara sobre el origen de su comportamiento, sería disipada por la declaración que un jefe guaraní hizo a las autoridades de Buenos Aires, en pleno siglo XVIII, después de la destrucción de sus comunidades: "Nosotros no somos esclavos y queremos demostrar que no nos gusta la costumbre española de "cada uno para sí" en lugar de la ayuda mutua en los trabajos cotidianos".
 
Nos dice Bertoni:
 
"El dominio de los sentidos y de los propios deseos tan notables en los antiguos como en los actuales tiene una gran facilitación en la organización social y económica de los pueblos guaraníes que fue siempre comunista pura. Aparte toda discusión de si conviene o menos, el comunismo constituye naturalmente un ambiente contrario a todos los deseos individuales que no sean moderados. Es con el tiempo que el comunismo puede preparar el ambiente que le es necesario modificando pasiones y creando hábitos altruistas. De ahí la dificultad de implantarlo donde no existe o no existen condiciones especiales que lo faciliten. La primera generación inevitablemente tendría que sufrir (sobre todo donde faltasen las aludidas condiciones especiales) por haber adoptado formas que contrarían los hábitos y las idiosincrasias heredadas por más que estuviese persuadida de las ventajas finales de esas nuevas formas. En cambio, donde es antiguo, como entre los guaraníes, el comunismo se apoderó tan completamente de todos los hábitos que todos los actos individuales y la índole misma de la colectividad se ajustan estricta y espontáneamente a la ya innata idea, y el comunismo se hizo como instintivo".
 
La experiencia guaraní de tipo comunista realizada gracias a la protección de los jesuitas, muestra lo que hubiera podido ser América en manos de colonos que la hubiesen explotado con inteligencia sabiendo aprovechar las tendencias naturales de los autóctonos. La dedicación al trabajo de unos cuantos millares de beneficiarios de aquella milagrosa tregua era inimaginable y los testimonios sobre este momento fantástico de la historia son preciosos para comprender la visión que el indígena tenía del mundo.
 
Pues a fin de cuentas, esa visión particular constituye única diferencia esencial entre la cultura occidental y la de los antiguos pueblos americanos. Las pruebas de ello son numerosas. La inadaptación del indígena a las formas de una civilización que se les impone, su misterioso apego a unos valores que ya no tienen vigencia, su total necesidad de comunicación y de respeto universales, su repugnancia por el acaparamiento que lo aísla de nuestra sociedad mercantil, lo hace aparecer como un insecto atrapado en una suntuosa materia fosilizada.
 
Como la apetencia de bienes materiales no envenenó jamás el conjunto social, el fraude no tenía razón de existir y la esclavitud o la explotación del hombre por el hombre no fue jamás institución económica. Después de examinar brevemente la clase dirigente que no tuvo necesidad de la injusticia para imponerse, es posible sostener que es el aprovechamiento integral de la energía y el talento humanos lo que permite la existencia de una cultura semejante: Pero este aprovechamiento no ocurre a fuerza de látigo, sino porque todos - los que conciben el plan y lo dirigen, así como los que lo ejecutan; los que mandan, así como los que obedecen- se encuentran vinculados por un sentido de integración y de unidad que identifica estrechamente lo natural con lo estético, lo económico con lo político y lo religioso. Y como bien sabemos, estos compartimientos han sido siempre ignorados por la realidad.


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