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JUAN PASTORIZA CENTURIÓN

  LOS COMPUESTOS - Artículo de JUAN PASTORIZA - Domingo, 20 de Setiembre del 2009


LOS COMPUESTOS  - Artículo de JUAN PASTORIZA - Domingo, 20 de Setiembre del 2009

LOS COMPUESTOS

(CRÓNICAS DE AQUELLOS TIEMPOS DEL OLVIDO)

 

Artículo de JUAN PASTORIZA

 

A esta altura, en que la globalización es palabra de uso cotidiano y medios como Internet convierten en realidad el conocido dicho de que el mundo es un pañuelo, bien vendría escarbar en antecedentes tan significativos de la comunicación en nuestro país, por ejemplo, en un género muchas veces desdeñado por alguna elite cultural, cuya perspectiva no supera el deslumbramiento perpetuo de las celebérrimas luces de las capitales del mundo, lo que significa una miopía de no curarse, lamentablemente, nunca. Es hora de hacer, en tal sentido, un mapeo, un compendio del patrimonio cultural no tangible.


Citemos el compuesto, que equivale básicamente a composición, o una elemental y contundente pieza. Una aséptica narración en verso, con términos muy precisos, que surgen en casi todos los casos de los temas populares. En nuestro país, es bien sabido, tiene un complemento musical de guitarras y arpas. Antiguamente, cuando el universo andaba a caballo, se lo solía interpretar alrededor del fogón después de la larga rutina diaria de las estancias u obrajes, así mismo, en las cantinas de paso o en las calesitas de las fiestas patronales de los pueblos o en las plazas, al igual que aquellos antiguos juglares, incluso pregoneros que llevaban las crónicas de los hechos, de aldea a aldea, sin rumbo fijo, guiados por el instinto infalible de su montura, o sea, una versión nuestra de las viejas y plañideras baladas del tiempo colonial. También, en muchos casos, suelen tener como apoyatura musical el complicado equilibrio del sonido del rabel o el violín rústico.   

El estilo de los compuestos tiene que ver con nuestro potente e identificatorio dualismo lingüístico, guaranizando lo español, lo que hace que los versos tomen un imprevisible vuelo con significaciones diferentes, algunos tan hermosos como los salmos bíblicos. De más está decir que el campesino es culturalmente fruto de una fusión, con consecuencias nunca del todo dilucidadas pero enriquecidas por las dos vertientes culturales (guaraní y español), que produce por ejemplo, el bien denominado arandu ka’aty, y la tradición no es ni más ni menos aquello que otro insigne escritor califica como el reflejo del alma colectiva, y de acuerdo al investigador Víctor Barrios, que recogió un sinnúmero de compuestos representativos de lo que él llama el karameguã del recuerdo, de nuestros antepasados, espontáneos poetas y músicos, en muchos casos, sencillos ñembo’e’ýva de escuela. Aquí se apunta lo de la oralidad, en la cual se conservaron por mucho tiempo —como por un túnel que traspasó peligros de mixtificaciones— los motivos populares tradicionales, incluso hasta bien entrado el pasado siglo XX.   

El compuestero sería el equivalente del payador o aquel cantor de coplas de otras latitudes, que solían recolectar los hechos que, por entonces, pasaban de boca en boca, sin desintegrarse en ese andar ciego, pero eficaz. En la mayoría de los casos, suelen ser anónimos y, según un famoso poeta, son “letras que traen el viento del paso de los tiempos”. De ahí se genera la definición de compositor para nombrar al autor de una música en el Paraguay. Igualmente, citemos como curiosidad, también es sinónimo del preparador de los caballos para las competencias de cuadreras, y de los gallos para las peleas, en las cuales pierde el muerto.   

Un compuesto está conformado por una sencilla melodía casi hablada —son sus rasgos su versificación y presencia lingüística y sociocultural—; es muy importante, porque se ha comprobado que podría ser la base o el punto de partida de lo que hoy se conoce como la épica poética guaraní. Con el apoyo de un par de guitarras, según costumbres añejas, hoy prácticamente en la extinción o perdidas en la espiral de la desmemoria. De acuerdo al músico Bernardo Mosqueira, allá por 1955 todavía era posible escuchar en la zona de Carapeguá alguno de aquellos casos, casi siempre verídicos, que marcaron a fuego los recuerdos de las comunidades campesinas.   

La melodía suele ser bastante triste o lastimera, adecuada al contenido trágico del mismo. Por momentos, los versos son sarcásticos y humorísticos en los compuestos, en aquellos que tienen caracteres satíricos e, incluso, hay algunos religiosos y conmovedores. Un segmento llamativo de los compuestos tiene que ver con la ridiculización de las autoridades, pero también como contrapartida, suelen ensalzar figuras políticas, militares o algún caudillo o cuchillero de mucho nombre en su momento, aunque también era frecuente, en estos últimos años, el canto o enumeración de las famosas obras y logros de políticos o gobiernos. No obstante estas idas y venidas en su enfoque, los compuestos son considerados de importancia para el trabajo de cualquier musicólogo paraguayo que debería estar preocupado por la fidelidad en su máxima potencia en la documentación y preservación, sin retoque alguno, ni supuestos apresurados modernismos interpretativos o técnicos, como suele hacerse erróneamente, porque el daño ocasionado a tan delicado material sensible sería absolutamente irrecuperable y una lesa traición a su historia; por eso se debe valorar en su máximo rigor la misma memoria del músico campesino que supo conservar en su mente estos relatos, cantos, jejuvykue jera purahéi, loas, historias o, en otras palabras, el “oiko vaekue”, como por ejemplo, el compuesto Pancha Garmendia (de la época Guerra Guazú), de 1917, con versos de Rosicrán y música anónima, y aquellos que guardan relación con episodios sangrientos de los saco puku y saco mbyky de la revolución de 1922.   

Un autor cita a Marcelino Menéndez Pelayo, que de paso afiló conceptualmente aquello de Campany, de “que no puede amar a su nación quien no ama a su provincia, entendiendo eso más allá de los límites administrativo y alcanzando la étnica y la aceptación de lo tradicional”.   

Citemos solamente algunos famosos, a grandes rasgos, un par de compuesteros, como: Eusebio Riveros, natural de Itaguá, y Cecilio Caballero, más conocido como Saco moa, según citan el Dr. Mariano Celso Pedrozo y el ya mencionado estudioso del tema Víctor Barrios. Pero aquel que adquirió renombre en el género fue Roquito Mereles, rabelero ciego, nacido en el pueblo de Pirayú en 1889, considerado uno de los últimos compuesteros, que llegó a nuestra capital con su inseparable escudero o, mejor dicho, fiel guitarrero Anselmo Orué, que actuó incluso en radioemisoras y lograba contrataciones para fiestas privadas o grandes concentraciones políticas, pero su natural audiencia favorita estaba en la emblemática plaza Uruguaya, “selva aromada” de la guarania, donde después de tocar, recibía en su viejo sombrero algunas monedas. Falleció tan indigente como vino al mundo, a pesar de haberse codeado con poderosos de turno, en nuestra capital en 1985, y con él cayó el telón sobre una invalorable época. Se le puede cuestionar su temática de los años 70, propalada por una célebre audición de las siestas de la radio estatal, ligada a la propaganda de la nefasta dictadura de Alfredo Stroessner.   

También se sabe que lo que se llamaría romance o compuesto llegó con los conquistadores españoles, y se presume que Luis Miranda Villafañe, sacerdote, fue el responsable del primero en el Nuevo Mundo.   

Citemos a grandes rasgos los compuestos más famosos, como El karãu, Mateo Gamarra, La noticia, Aka’ê, Casamiento del tarave, Guyra farra, Arribeño, rescatados por León Cadogan, de los primeros años del siglo XX.   

Mencionemos también Combate de Paraguarí, Marcelina Rosa Rivero, Fusilamiento de Rogelio Godoy, Viquer guazú malicioso, inspirado en un arma de la revolución de 1922, Riña hápe guare, sobre un suceso de la localidad Rojas Potrero, Tebicuary (más o menos allá por 1950), Marcelino ha Marcelina, Compuesto de Encarnación, que se refiere al ciclón que destruyó aquella ciudad en 1926, Crimen de Quiindy, igualmente con temática de la revolución de 1922, Compuesto de Juan Simón, generado en una compañía de Carapeguá hacia 1937, Jueves Santo arã, que habla del cruel asesinato del legendario músico Epifanio Rojas, más conocido como Rabico, según dicen, como castigo por haber organizado una fiesta en pleno día sacro, de mucho respeto. Vidalita Samaniego, que se escuchó en un apartado lugar de Villarrica hacia 1917.



Fuente: LOS COMPUESTOS (CRÓNICAS DE AQUELLOS TIEMPOS DEL OLVIDO)

JUAN PASTORIZA
Periodista, locutor, gestor cultual 

E-mail: jpastoriza.2008@gmail.com

Fuente: Suplemento Cultural del

diario ABC COLOR,

Domingo, 20 de Setiembre del 2009

 

Fuentes de consultas: El compuesto, precursor de la poesía guaraní, Dr. Mariano Celso Pedrozo; El compuesto de la música paraguaya, de Luis Szarán; Motivos populares tradicionales del Paraguay, El compuesto, de Víctor Barrios Rojas; Investigaciones propias en la zona de Carapeguá.

18 de Septiembre de 2009.
 

 
 
 
 
 
 
 
Ilustración: MÚSICOS, obra de

ROBERTO MORELLI


 

 

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