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TEODOSIO GONZÁLEZ (+)

  INFORTUNIOS DEL PARAGUAY - Por el Dr. TEODOSIO GONZÁLEZ - Año 1931


INFORTUNIOS DEL PARAGUAY - Por el Dr. TEODOSIO GONZÁLEZ - Año 1931

INFORTUNIOS DEL PARAGUAY

 

Por el Dr. TEODOSIO GONZÁLEZ

 

Ex Senador, Ex Ministro de Estado del Paraguay

Buenos Aires

Talleres Gráficos Argentinos LJ Rosso

1931 (577 páginas)





PREFACIO


LA RAZÓN DE ESTE LIBRO


            En uno de los números del diario «La Nación» de esta ciudad, leí el siguiente artículo editorial, que, por estar muy de acuerdo con mis ideas, lo recorté y guardé.

            Es el siguiente:


«EL VERDADERO PATRIOTISMO»


            «En nuestros afanes de engrandecimiento nacional, debemos comenzar por examinar y observar lealmente, con la más grande sinceridad, nuestra verdadera situación.

            Hay quienes creen equivocadamente, con un errado criterio patriótico, que, quien exhibe con sus verdaderos colores la situación del país, procede mal y lo desacredita. El que denuncia vicios, defectos, errores y deficiencias de hombres, cosas o instituciones nacionales, obra mal, es un mal patriota según este criterio. Deben ocultarse los vicios, disimularse los males, callar los errores y absurdos que se cometen.

            Tal criterio es peregrino e inaceptable. El prestigio y el crédito de una nación o de un hombre, no se hacen ni se cimentan, con la mentira, con el silencio, con el disimulo, con la hipocresía.

            Los males y los vicios se curan denunciándolos, atacándolos, revelándolos cruda e implacablemente.

            El mutismo, el silencio, la mentira, el temor, son característicos de los ambientes propicios para los enfermos, los delincuentes o los déspotas. La verdad, la sinceridad son síntomas de salud, de vigor y de fortaleza.

            Un pueblo física y espiritualmente sano se revela, precisamente por la valentía y lealtad con que descubre y confiesa sus errores, sus deficiencias y sus males y se propone corregirlos.

            Un pueblo enfermo y vergonzante trata, en cambio, de ocultar su enfermedad y sus lacras.

            Debemos tener la lealtad y el valor de reconocer y confesar nuestros vicios y nuestros males. El absurdo y ridículo patriotismo que se alimenta con espejismos, falsedades e hipocresías, no es de este tiempo. Debemos ser patriotas virilmente, patriotas en mangas de camisa, leales y fuertes, sin vana cobardía ni escrúpulos, de acuerdo a las necesidades y dictados del patriotismo de nuestros tiempos.

            Nuestro pueblo no es ningún moribundo a quien debe alimentarse y sostenerse con mentiras piadosas de parientes afligidos.

            Los apocados, los deprimidos, los que se asustan y escandalizan ante las verdades desnudas, son perniciosos, nocivos, fatales al progreso.

            No debemos temer en proclamar, que nuestro pueblo es pobre e inculto, que se debate en la miseria y en la ignorancia, víctima del atraso, de las enfermedades y de los vicios; no debemos vacilar en confesar que nuestras instituciones son imperfectas, malas, que nuestra organización está minada por hábitos perniciosos, inmorales, profundamente arraigados; que hemos dado pruebas de una incapacidad penosa al regirnos y dirigirnos en nuestra vida de nación; que no hemos orientado las actividades nacionales y la educación popular, hacia lo más conveniente y útil al país; que padecemos de la falta de hombres capaces e ilustrados, que, en general, en los puestos directivos, colocamos a medianías o incapacidades notorias.

            Debemos tener el valor y la entereza de proclamar los vicios y los males que traban nuestro desenvolvimiento y nuestro progreso.

            Con el silencio, no engañaremos a nadie y contribuiremos a la perpetuación de las inmoralidades y deficiencias, haciéndolas crónicas, incurables.

            La farsa y la simulación no mejorarán nuestros destinos. Sólo la verdad ha de salvarnos y redimirnos, la verdad dicha sin reservas, ni cobardías.

            Un hombre o un pueblo, que comienzan por reconocer lealmente sus errores, sus extravíos y sus vicios, están en el primer peldaño de la redención en camino hacia las grandes conquistas y los puestos eminentes».

            Poco después ese mismo diario, en un suelto titulado ¿Cuál es el mal?, dijo: que un ilustre mejicano Don T. Esquivel Obregón, había escrito un libro de cuatrocientas páginas, afirmando y probando, que el origen de casi todos los males que aquejaban a Méjico, era la mentira.

            Y agregaba «La Nación»: «¿No habría algún paraguayo, sincero y valiente que imite la conducta del preclaro y fuerte patriota mejicano, escribiendo un libro que nos demuestre igualmente, que el mal que arruina al Paraguay y concluirá por matarlo, es la mentira en sus múltiples faces, el engaño, la apariencia, la doblez, el disimulo, la traición?».

            Sí que lo habrá; hubo ya y hay paraguayos, que han proclamado y defendido la verdad y combatido la mentira valiente y constantemente, sólo que no se le ha hecho caso y la impresión de sus esfuerzos, no ha durado más allá de la lectura de la hoja diaria en que se publicaron. Al otro día estaba olvidado. Uno de esos paraguayos, he sido yo. Por donde pensé, que para que aquellos esfuerzos, surtan efecto duradero, convendría reunir y fijar, en un libro, de modo que el pueblo las tenga siempre presente, en forma permanente, como lo hizo el Sr. Esquivel Obregón en Méjico, las verdades que conviene proclamar y sostener y las mentiras que se deben combatir. «Es muy útil y saludable, dice Poincaré, refrescar la memoria del pueblo, recordando de tiempo en tiempo la verdad a las generaciones que la ignoran o son llevadas a olvidarla». En tales conceptos, resolví publicar, reproducidos en este libro, muchas de las verdades, que, en bien de la patria, he proclamado y las mentiras que he combatido, antes de ahora, agregando otras que aún no había tocado.

            En treinta y cinco años de vida activa y, en cumplimiento de lo que he creído un deber hacia la patria de un hombre de estudio como yo, he escrito en diarios y folletos, ideas, aspiraciones y críticas, no con el prurito meramente literario o de mero exhibicionismo, sino para defender verdades desconocidas u oscurecidas y combatir errores y faltas en asuntos que atañen al bien general del país.

            Y bien: como que muchos de aquellos trabajos son a mi ver, todavía de actualidad, y, habiendo llegado yo a una edad de la vida en que debe estar uno ya preparado para pasar a la otra, he creído, que reunirlos en un volumen que les libre de la dispersión y les imprima carácter duradero, podría ser útil a la juventud para orientar a la patria por mejores rumbos y así, he resuelto reunirlos y publicarlos en este libro, a guisa de parte de mi testamento intelectual a la nueva generación presente y a la inmediatamente venidera.

            Mi propósito, como se verá de su lectura, sigue siendo el bien de la patria: no tocaré sino los actos públicos de los hombres. Y si, por acaso, hay ciudadanos que, por sí, o por sus antepasados, se crean lastimados por mi crítica severa, pues que tengan paciencia, que el interés general del país está arriba del interés particular. Para combatir y remediar los errores, es indispensable conocerlos y señalarlos en sus causas y en sus efectos. El hombre público, que ocupa el tablado de la Nación, sabe que está siempre expuesto, a las miradas de todos y cada uno de los ciudadanos, de un confín a otro de la República y, por consiguiente a las críticas y reproches de todos y cada uno de ellos,en ejercicio de suderecho y hasta cumplimiento de su deber de mandantes. Como dice el consejo popular, «el que no quiere que se le diga jorobado, que ande derecho».

            Como digo, la mayor parte de lo que se verá en este libro ha sido publicado, por mí o por otros. Pero los inculpados han calculado que el pueblo los olvidaría enseguida y, fiados en aquel adagio de «la murmuración pasa y el provecho queda en casa» o en aquella sentencia, exclusivamente paraguaya, de que «en este país ni se pierde ni se gana reputación», no han hecho caso. Y bien: lo que trato con este libro, es que el pueblo no olvide esas verdades y queden ellas perennes, siempre delante de su vista en las páginas de este libro, para tratar alguna vez de remediar los males que su desprecio le han producido y los culpables no queden sin sanción, siquiera histórica y moral.

            Si se reproducen aquí, mis artículos de combate de tiempos pasados, es porque el aludido nunca ha levantado, pero ni siquiera discutido, sus afirmaciones y conclusiones. Y, bien sabido es, que el gobernante que no levanta una acusación, semeja que lo consiente, por ser, en política, de estricta aplicación la máxima del derecho romano: qui tacet, consentire videtur.

            «Los gobernantes, dice Mussolini, que no levantan las imputaciones y hasta las simples sospechas, aparecidas en la prensa, que puedan afectar su honestidad, patriotismo e intenciones son indignos del respeto del pueblo y no tienen el derecho de quejarse de que se les siga ofendiendo. El pueblo tiene interés y exige, que sus gobernantes sean respetados, porque el gobierno, es su representación ante el resto del mundo y el pueblo quiere ser respetado».

            Vale decir que, si algún ciudadano encuentra inexactos o discutibles los datos y afirmaciones contenidos en este libro, sírvase, por su propio interés, rectificarlos o levantarlos públicamente bajo su firma. Si tiene razón yo seré el primero en reconocérsela con el sombrero en la mano y felicitarle. Yo no he escrito este libro para molestar a nadie; creo no tener enemigo personal; con esta publicación sólo busco servir a mi patria, dentro de mis fuerzas, en el terreno que me corresponde actuar por mis antecedentes y mi condición de hombre de estudio.

            Creo que ya es tiempo de que los paraguayos conozcan la situación verdadera de la patria, el cúmulo de desdichas que ha pesado y todavía pesa sobre ella, y quiénes son sus causantes y responsables, por lo que han hecho o por lo que dejaron de hacer.

            Frente a la visión clara, leal y franca de sus infortunios pasados y presentes y la deducción, por inferencia lógica de sus infortunios futuros y el conocimiento de sus causas originales, el Paraguay, por natural instinto de conservación, tal vez despierte de su marasmo crónico y, tratando de corregir o desviar esas causas, tome otros rumbos, que le conduzcan a mejores puertos que donde llegó hasta ahora. Con lo que yo tendría el honor insigne de haber imitado el modelo mejicano que «La Nación» presentara como espejo de verdadero patriota.

            Sobre los beneficios que ha de resultar para el país, el empeño que tomo, de recordar al Paraguay sus desdichas y sus causas originarias, sólo el tiempo habrá de discernir en definitiva el mérito real.

            Pero debo concluir.

            Tengo fe inquebrantable en los destinos de este país.

            Un pueblo que, como el Paraguay, no conoce el miedo a la muerte ni a las privaciones, que no mide el número de sus dificultades ni de los enemigos, de tan inmensa energía, que, en un momento dado, fue capaz de un suicidio colectivo en aras de un ideal, bien dirigido, ha de llegar fácilmente al pináculo de la grandeza y de la gloria.

            Y justamente si me preocupo de estudiar los infortunios de la patria y de expresarlos con crudeza que parecerá hiriente a un patriota de estrecho y mal entender, es porque, en mi inmenso amor a ella, es mi deseo de corregir o remediar sus males y sus defectos, de modo que de la lección puedan aprovechar las generaciones venideras más sabias, más cuerdas y que, por ende serán más felices.

            Alguien ha dividido a los escritores que tratan asuntos políticos, en escritores purgantes y escritores almíbar. Yo quiero y voy en este libro ser de aquéllos, porque entiendo, que así, había de ser más útil a esta patria querida, enferma ya de mucho tiempo atrás y sin mejoría apreciable. Queda para otros cubrirla de oropeles por cálculo.

            Bien sé las dificultades de todo orden, que habrá de concitarme este libro. Ya lo dijo Barrett: «si quieres que todo el mundo te odie, di la verdad». Pero me siento con fuerzas para sobrellevarlas y además, entiendo que, si algo hay digno y deseable para un buen patriota es el de sufrir por bien de la patria.







TÍTULO II


LA INMOLACIÓN DEL PARAGUAY


            El tratado secreto del 1° de mayo de 1865 entre el Brasil y sus hechuras los gobiernos de Mitre y Flores, decretando la desmembración y aniquilamiento del Paraguay, iba a comenzar en su ejecución.

            Y la guerra vino, esa guerra cuya visión llevó a la tumba D. Carlos Antonio López, como una fatalidad torturante.

            Lo que pasó en esa guerra sin igual en la historia de la desproporción de las fuerzas beligerantes y el valor sobrehumano demostrado por la víctima elegida, en defensa de su dignidad y derechos, puede leerse, en admirable síntesis, en ese poema sublime de la inmolación del pueblo paraguayo, que contiene el último libro de O'Leary, El Centauro de Ybicuí.

            Durante la guerra, la fatalidad supuso decididamente contra el Paraguay.

            Después de la batalla de Curupayty, los aliados quedaron helados, petrificados, reducidos a la impotencia en medio de los esteros. No se animaban atacar Humaitá, porque, si el pequeño puesto avanzado de Curupayty les había costado una hecatombe, calculaban lo que les costaría la embestida contra la Sebastapol Americana, con sus formidables defensas. Y los esteros eran infranqueables para ellos.

            Así permanecieron 16 meses.

            Pero, la mala suerte del Paraguay vino a su auxilio. Traidores paraguayos que conspiraban contra el Mariscal, indicaron a Caxias un vado por donde podría franquear los esteros y, colocándose en Tayí, al Norte de Humaitá, cercar a éste. Dos choques fatales impidieron el abordaje de sus acorazados, en las dos ocasiones en que se intentó esta empresa sobrehumana, cuando el éxito estaba ya asegurado.

            Por último, la misma naturaleza vino, en eficacísima ayuda de nuestros enemigos.

            Las lluvias abundantes, caídas en todo el país, a fines de 1867, produjeron una creciente tan extraordinaria, que las aguas del Río Paraguay subieron más de seis metros arriba de su nivel normal. Y los acorazados brasileros pudieron así, en febrero de 1868, pasar por sobre las formidables cadenas que en el río estaban tendidas frente a la fortaleza y penetrar, no solo hasta la Asunción, sino internarse en los pequeños ríos interiores (Manduvirá) y hasta arroyos de la República (Hyáguy).

            Cercado Humaitá, no pudiendo recibir provisiones de la Asunción, su trágica suerte estaba escrita; y el principal baluarte de la defensa paraguaya pronto había de caer, no gloriosamente, al empuje de las armas enemigas, sino miserablemente, a los golpes de la desgracia inmerecida: por hambre.

            En Lomas Valentinas, después de siete días de la batalla más encarnizada, más porfiada, más desigual, en donde más alto brilló el valor humano en los fastos de la historia, donde al peso y al número de los elementos fue totalmente aniquilado lo poco que restaba del ejército nacional, la guerra quedaba prácticamente concluida.

            Tres días después, el 1° de enero de 1869, el ejército aliado en masa, entró en la Asunción, con banderas desplegadas y banda de música a la cabeza, sin encontrar un soldado paraguayo a su paso. Los que podían haber resistido, estaban todos muertos, heridos o inválidos.

            El más simple buen sentido, la más elemental cordura, en tal situación, aconsejaba al Mariscal López, sin mengua de su dignidad, a dar por terminada aquí la guerra, ya que no quedaba la más remota esperanza de victoria, ni tenía que esperar misericordia de los enemigos. Más todavía, esta medida se imponía al Mariscal López, por razones especiales, ya que los enemigos habían proclamado ante el mundo, que la guerra traían no al Paraguay, sino al tirano López, para libertar al país de su déspota sombrío.

            El pueblo le había respondido hasta donde le fue posible. Le bastaba y le sobraba al Mariscal, con su conducta en el gobierno del Paraguay, antes y durante la guerra, para pasar a la historia laureado de inmarcesible gloria, aunque víctima de la fatalidad más cruel e injusta.

            Él mismo lo había reconocido, cuando dijo a Washburn, un poco antes de Lomas Valentinas: «mi fama es ya segura en la historia. La gloria resultante de una guerra prolongada contra enemigos infinitamente superiores en recursos, es ya mía y nadie me la puede robar. He trabajado tanto por mi patria y la he defendido con tanta bravura, que la historia me colocará muy alto entre los héroes americanos. Pero, no he de dar a mis enemigos el placer de verme fugado a un país extranjero. He de morir con la patria al sucumbir su último soldado». Había llegado el momento pues de entregarse él a sus enemigos para que dispongan de su suerte y, si quería seguir siendo un héroe, de pegarse un balazo para no darles el placer de verlo en el destierro sobrevivir a su derrota, y, de este modo salvar lo poco que quedaba de la nacionalidad paraguaya en vida y en recursos, que pudiera servir luego de base para la inmediata reconstrucción de la patria. En Lomas Valentinas había sucumbido todo el ejército; ya no quedaban soldados. No había por qué, ni para qué, prolongar la agonía de la Nación postrada en tierra, sangrada y sin soldados, sin recursos, al frente de enemigos cuyo número se aumentaba y renovaba cada día.

            Pero no... una nueva fatalidad estaba reservada a este país desdichado; el exceso de heroísmo, de nuestro héroe epónimo, que resolvió seguir la guerra y dio orden a la población civil de que, en masa, siguiera al ejército. Y allá fue la población del país, hambrienta y desnuda, por entre cerros, montes y esteros, detrás de aquel héroe en fuga, sin poder saberse hasta dónde y hasta cuándo, dejando su camino sembrado de cadáveres de inocentes víctimas de su heroísmo sobrehumano, extrahumano, que no tiene parecido en la historia. ¿Adónde iba aquella triste caravana, y buscando cuál objeto que no fuese un suicidio cierto y fatal?

            La residenta ordenada por López, si fue propia del heroísmo del soldado, no lo fue por cierto del heroísmo del gobernante, que no admite sino una forma, el patriotismo. López tenía derecho de morir cuando quisiese, pero no tenía derecho de llevar consigo a la muerte, sin objeto, es decir, a un suicidio estéril, a este pobre país, sólo por cumplir su palabra de morir, antes que dar a sus enemigos el gusto de verle fuera del gobierno del Paraguay. Él debía sacrificarse en favor del país y no sacrificar al país en aras de su persona, de su amor propio. Por donde los enemigos del Mariscal, que han conceptuado aquel éxodo terrorífico y macabro como un acto de demencia, aparecen no descaminados al decir que fue debido, a que López no podía concebir, que el Paraguay, pudiese estar bajo el mando de otro hombre, mientras él viviese; él era para sí, dueño absoluto de este país y de todos sus habitantes y así decidió llevarlos detrás de sí, en su fuga, arrastrándolos a balazos, lanzazos y fustazos a morir con él, allí donde él había de morir, en el último rincón de la patria.

            Muy distinta fue por cierto la conducta del Kaiser alemán, tachado de cobarde clásico, cobarde que se entregó a sus enemigos, todavía en su propio territorio, como el ladrón pillado en el patio ajeno que se entrega al dueño de casa. Y sin embargo, cuánto más patriotismo, hubo en el Emperador alemán, que al ver con la intervención norteamericana en la guerra, al desaparecer para él toda esperanza de triunfo, sacrificó su trono, su nombre, sus riquezas, su honor y los de su familia, para ir a sufrir, durante el resto de su vida, en silencio, heroicamente, las torturas morales más punzantes, antes de permitir, que, el suelo sagrado de la patria fuese hollado por un soldado enemigo. «¡Qué vale mi persona frente a la patria!», dijo el cobarde emperador alemán, y se hundió para siempre. Pero la Alemania inmortal sigue de pie y ya más feliz y próspera que antes. Ya habrá tiempo para el desquite, si lo busca.

            Dispuesto a decir la verdad, como la siento, sin miedo y sin ambages como acostumbro, quiero declarar que acepto todo lo que afirma de López, su insuperable panegirista O'Leary, hasta la caída de la Asunción el 1° de enero de 1869. De ahí en adelante, no lo creo justificable como gobernante, responsable de la vida de un pueblo, pero ni siquiera como un hombre cuerdo. Todos los sentimientos tienen sus límites, también el heroísmo.

            Por fin: después de catorce meses, de aquella agonía lenta del país que se llamó la residenta, durante la cual, si no se aniquilaron, se aflojaron, todas las pocas energías que habían podido asistir al país, para su reconstrucción, sonó la hora del descanso, con la inmolación del héroe en Cerro Corá.

            El sacrificio del Paraguay y de su jefe se consumó después de un largo calvario de cinco años. Al otro día de Cerro Corá, sólo quedaron en el país, ruinas y tumbas humeantes, cuyos rastros, como una larga faja, atravesaba toda la extensión de la República, desde Itapirú hasta el Aquidabán. No era, como dice O'Leary, un país vencido: era un país aniquilado, pasado a cuchillo, sin población, sin recursos, sin nada. La situación del Paraguay era como triste y desamparada, única en la Historia.

            Pero no era esto suficiente: otra fatalidad nos esperaba. Los gobiernos aliados, perdieron la memoria y, olvidándose que ante el mundo habían proclamado que hacían la guerra al tirano López y no al Paraguay, sacaron a la República 3.324 leguas, de sus mejores yerbales, el Brasil y 5.020 leguas la República Argentina.

            Y si ésta no le sacó todo el Chaco hasta Bahía Negra, sólo fue porque se lo impidió el Brasil, por celos y mirando el porvenir, no obstante que en aquel momento, más que ahora, a estos dos países nada les separaba, todo los unía.

            El país quedó completamente arrasado. La Asunción fue saqueada. Los arsenales de guerra y marina fueron desmantelados e íntegramente trasladados a Ladario, lugar próximo a Corumbá, donde existe en la actualidad un arsenal de guerra del Brasil.

            Pero, aún faltaba el rabo que desarrollar: una fatalidad más, sin precedente en la Historia de América, nos tenía reservado el destino. No fue suficiente a los aliados, aniquilar al Paraguay en su presente; era también necesario arrasar su porvenir, de modo a que nunca pueda levantarse del suelo y, a este efecto, impusieron a este pobre país desangrado, hambriento y desnudo, una deuda de guerra que jamás había de poder pagar. De esto volveré a hablar en el capítulo siguiente.

            El Brasil, Uruguay y el Paraguay, no habían sacado un metro de terreno, ni cobrado un centavo a la Argentina, por haberle librado de su tirano Rosas, en la batalla de Caseros.

            Los aliados procedieron con el Paraguay, como no se procedió jamás en la América con otro país vencido en guerra.

            En todas las demás guerras entre países americanos, el vencedor que, quitara tierras al vencido, nunca le pidió dinero; lejos de eso: en todas esas guerras, el vencedor dio dinero al vencido para operar su reconstrucción después de la derrota. Sólo con el Paraguay, se procedió de modo contrario.

            Sólo con el Paraguay, repito, se hizo lo que no se había hecho con otro país, en América: quitarle por la fuerza no solamente su presente sino también su porvenir.

            Las fatalidades del Paraguay eran a todas luces, extraordinarias, excepcionales.

            Y esa deuda de guerra monstruosa, deforme, inicua, todavía subsiste «como un enorme coágulo de sangre, que mancha de modo indeleble la historia americana y según el Dr. Del Valle, especialmente la historia argentina».

            El Brasil fijó plazo para la liquidación y pago de esta deuda el 9 de enero de 1873 (Tratado del 9 de enero de 1871, Art. 3°.), que no se tuvo en cuenta, quedando abandonada por el acreedor desde aquella fecha, vale decir, práctica y legalmente caduca. Pero la Argentina, la estableció sin plazo ni condición, circunstancia, que presenta a la actitud argentina particularmente odiosa, como se verá enseguida.

            Lo que fue la guerra del Paraguay para la Argentina, lo dicen los párrafos siguientes, con que un gran diario argentino, «La América» comentó en el número del 1° de enero de 1869 los festejos con que se celebraban en Buenos Aires, el aniquilamiento completo del ejército de López en Lomas Valentinas y la entrada de los brasileros en la Asunción, que trae el último valiente libro de nuestro ilustre historiador O'Leary.

            « ¿Qué se celebra? -dice- Una carnicería más, en ese inmenso matadero de pueblos, que ha abierto el Brasil en el Paraguay».

            « ¿Qué se festeja? El exterminio de un puñado de bravos, que debieran ser sagrados, porque los cubre la santidad de la gloria».

            «La muerte del Paraguay será nuestra eterna ignominia».

            «Aplaudid imbéciles que aplaudís la vergüenza del pueblo argentino». «Nos hemos prestado dócilmente a inmolar a un pueblo hermano, desoyendo los impulsos de la sangre, acallando los latidos del corazón, porque a Don Bartolomé Mitre y a Don Rufino de Elizalde, se les antojó negociar nuestro concurso en el empeño de aniquilar al Paraguay en cambio de un poco de oro y de influencia».

            « ¿De qué se alegran? De haber derribado la barrera que estorbaba el ensanche de los dominios del Brasil, que una fuerza natural de expansión empuja hacia las riberas del Plata».

            «De haber concluido con el Paraguay, nuestro hermano, gajo vivaz del viejo tronco del virreinato, y nuestro aliado natural en la conquista de las grandes ideas de la democracia en el porvenir».

            « ¡Digno motivo de alborozo!

            Y el Paraguay se venga de nosotros, inmolándose voluntariamente, como Catón se vengó de César, arrojándole su cadáver en medio de su camino triunfal».



CAÍN ¿QUÉ HAS HECHO DE ABEL?


            «Cuando las campanas debían tocar a muerto y la alegría oficial debía sacrificarse al duelo del pueblo argentino, que en esta lucha feroz llora la pérdida de sus mejores hijos, los grandes farsantes turban el silencio de los que sufren, con el estruendo de su algazara».

            Que el Brasil haya impuesto al Paraguay esa deuda de guerra vaya y pase, ya que el Brasil, costeó de su peculio, todos los gastos de la campaña; pero que la haya impuesto la Argentina, es algo que no tiene justificativo, histórico o moral.

            La Argentina tenía muchas deudas de gratitud hacia el Paraguay.

            El Paraguay civilizó las regiones más prósperas de la Argentina y fundó sus principales ciudades.

            De los fundadores de la ciudad de Buenos Aires en junio de 1580, sólo once eran españoles peninsulares; todos los demás eran criollos paraguayos. Durante la segunda invasión inglesa, batallones enteros de paraguayos, llevados de la Asunción en previsión de un nuevo ataque de los ingleses, defendieron a la ciudad porteña y derrotaron a los gallardos regimientos que más tarde debían vencer en Waterloo al gran Capitán del siglo.

            En 1813, fue un prisionero paraguayo escapado de un buque de la escuadra española, que ganó la costa a nado, quien, en San Lorenzo, pudo avisar al Comandante D. Celidonio Escalada, de los planes de los españoles, quien a su vez, avisó al General San Martín, que así pudo ganar la batalla de ese nombre de tan trascendental importancia para la independencia argentina en esos momentos; batalla en que tuvo su bautismo de fuego, el famoso cuerpo de granaderos a caballo, que tantas glorias conquistó para la patria y cuyos restos, trece años después, reducidos a siete, volvieron a la patria, después de Ayacucho, conducidos por otro paraguayo, elevado a su jefe con el grado de Coronel por actos de guerra, el heroico guaireño José Félix Bogado, en el centenario de cuyo fallecimiento, acaban de tributarle merecido homenaje, la Argentina y el Paraguay.

            En Caseros, batallones enteros de paraguayos, mandados por jefes paraguayos (Báez, Maciel, etc.), o confundidos con los correntinos, pelearon bajo banderas argentinas, por la libertad del pueblo argentino, contra el más tremendo tirano que vio la América.

            Siete años después el General Solano López, en nombre del gobierno del Paraguay medió en la guerra entre Buenos Aires y la Confederación de las demás provincias argentinas, gracias a cuya mediación, la República Argentina, convertida por mucho tiempo en sangriento campo de batalla entre hermanos, pudo llegar a la paz anhelada, que le evitó tantas desgracias.

            Y fue el prestigio adquirido por el mediador paraguayo en esa ocasión histórica, acaso una de las causas de la condenación a muerte del Paraguay por el Brasil para un futuro muy cercano. Los diarios de Buenos Aires, en la exaltación de su gratitud al mediador paraguayo, le saludaron, como el caudillo predestinado a formar, de estos pueblos del Plata, una sola y poderosa nación. Y era esto justamente, lo que el Brasil había de impedir a todo trance, como ya dijimos. Y así, el emperador que fue, como hemos visto, enemigo irreconciliable con Rosas, mientras creyó que Rosas podría reconstruir el Virreinato del Río de la Plata, buscando aliados contra Rosas en el Paraguay y Uruguay, cuando vio que esa hegemonía podía pasar al gobierno del Paraguay, se pasó el Imperio a la otra alforja y buscó aliados en su contra en sus propios hermanos los argentinos y uruguayos.

            Pero, volviendo al asunto de la deuda de la guerra, debida a la Argentina, ésta podría justificarse, siquiera fuese muy débilmente, si la Argentina hubiese hecho algún sacrificio pecuniario, o sufrido algún otro perjuicio material apreciable durante esa guerra. Pero nada: todos los gastos de la guerra pesaron sobre el tesoro del Brasil; más todavía: a expensas de la tesorería del Brasil, se levantaron durante la contienda las grandes fortunas argentinas, aparecidas después de 1870, cuyos dueños, las habían amasado durante la conflagración, vendiendo a la proveeduría brasilera sus vacas, caballos, ovejas y harina, por cinco veces su valor.

            Más aún: en los campos de batalla del Paraguay, se operó la unificación de la patria argentina; ante el peligro común, en los fogones del vivac, se acercaron por primera vez, unidos ante el altar de la patria, porteños y provincianos argentinos, que antes se profesaban un odio más cordial que a los enemigos extranjeros. Circunstancia ésta invalorable para la Argentina, que de los esteros paraguayos, se levantó unida para siempre, es decir, real y prácticamente nacida a la vida de la civilización y del progreso.

            Entre tanto, el Paraguay después de medio siglo, yace todavía encadenado a la roca cruel de aquella deuda deforme, de pura maldad.

            Y para mayor escarnio, de tanto en cuando, la Argentina somete al pobre deudor a la sangrienta burla de hacerle ver una próxima condonación de esa deuda en nombre de la confraternidad americana, los diarios hacen gran zarabanda y, al poco, todo queda de nuevo como antes, porque el Brasil, no se allana a hacer una condonación simultánea de su parte en el crédito, por lo que dicen que la condonación por solo la Argentina, podría ser más bien inconveniente para el Paraguay.

            Con lo que nos quieren hacer entender que, alguna vez, el Brasil podía intentar contra el Paraguay el cobro compulsivo de su crédito por indemnización de los perjuicios de la guerra de 1865 a 70, en cuyo caso saldría la Argentina, como codeudora, a impedírselo.

            Pero hace ya rato, que, en reiterados tratados firmados colectivamente, por los países de América entera, se ha sentado el principio de la proscripción del Derecho Internacional Americano, del cobro compulsivo de deudas de dinero.

            Por otro lado, no cabe en cabeza humana, que la actitud de la Argentina en aquel caso, haya de ser, la de un coacreedor que trata de impedir que otro acreedor legítimo cobre su crédito, sino la del copartícipe en ese crédito, que reclama su parte en el concurso de acreedores, según la cuota proporcional que le corresponde de esa obligación, en mérito de sus títulos constitutivos.

            Y, en tal supuesto, que es el verdadero, ¿por qué y para qué habría la Argentina, de subordinar la condonación de la deuda de guerra paraguaya a la condonación brasilera de esa misma deuda? ¿Desde cuándo esa solidaridad de intereses pecuniarios entre esos dos países? ¿No es hasta humillante para la Argentina, lo que afirman los voceros de la opinión pública del país, que supeditan su soberana independencia para disponer libremente de sus intereses puramente materiales, a la voluntad del Brasil, sobre ese mismo asunto? Quien realmente tuvo deseo de condonar esa deuda para borrar de su historia esa mancha, el Uruguay, no tuvo esos recelos de pura sofistería para realizarlo.

            Como lo dijo, un artículo publicado en un diario argentino de Buenos Aires en 1910, en ocasión del 4°. Congreso Panamericano, «hablar de confraternidad americana, mientras subsista la monstruosa deuda de guerra del Paraguay, con el Brasil y la Argentina, es sencillamente un sarcasmo».

            Entre tanto, el Paraguay seguirá cual otro Prometeo, atado a esa roca, reducida a la impotencia: VoeVictis.



CAPÍTULO XVIII

EMISIÓN DE BILLETES INCONVERTIBLES


            Ya hemos dicho que el Estado tiene una manera especial de obtener dinero que no poseen los particulares: la de emitir por medio de bancos autorizados para ese efecto, billetes que hacen de moneda legal, bajo la garantía y responsabilidad de la Nación.

            Estos billetes que tienen fuerza adquisitiva y cancelatoria impuesta por la ley, en el comercio, cotizados en relación al oro físico y amonedado, según la confianza que inspira su convertibilidad en moneda de valor venal más sólido.

            En el Paraguay antes de la guerra, no se conoció el billete de banco, emitido con autorización del Estado.

            Los gobiernos de los López emitieron algunas veces billetes de tesorería, que eran aceptados por el país por su valor a la par.

            Las transacciones comerciales se hacían todas en moneda de oro, plata y cobre de diferentes nacionalidades, inglesas, brasileras, bolivianas, uruguayas chilenas, etc., siendo las de mayor circulación las españolas (onza de oro y Carlos IV de plata.)

            El peso fuerte u oro paraguayo, era el tipo ficticio.

            La onza de oro equivalía a $16 pesos fuertes y el peso en moneda de plata a diez reales. El real en moneda de cobre, equivalía a diez centavos. El real se dividía en medio real (cinco centavos) y cuartos de real o cuartillos (2 1/2 centavos).

            Esas monedas de cobre, eran acuñadas y emitidas por el gobierno del Paraguay.

            «Con el objeto de dar impulso a la economía nacional, D. Carlos Antonio López, por decreto del primero de marzo de 1847, autorizó la primera emisión de billetes de tesorería, hasta la cantidad de $ 200.000 que fueron aceptados con valor a la par del metálico. El congreso reunido el 30 de mayo de 1849, aprobó esta medida gubernativa».

            «Hasta la terminación de la guerra las emisiones autorizadas fueron las siguientes:

            1° de marzo de 1847 ................................    $ 200.000

            3 de marzo de 1851 ................................... $ 100.000

            20 de diciembre de 1853 ............................ $ 30.000

            13 de febrero de 1856 ................................ $ 270.000

            21 de setiembre de 1861............................. $ 100.000

            4 de noviembre de 1861 ............................ $ 100.000

            31 de marzo de 1862 ................................. $ 1.300.000

            5 de marzo de 1865 ................................... $ 2.900.000

                                                                                  ----------------

                                               Total .................. $     5.000.000        c/1.


            «La guerra de la Triple Alianza arrojó sobre el erario del Paraguay una deuda interna inmensa, que los gobiernos de la postguerra no se consideraron en la obligación de reconocer».

            «Terminada la guerra, los billetes emitidos por los gobiernos de los López, quedaron prácticamente desmonetizados, por una especie de convención tácita, sin ninguna justificación. Créditos y débitos quedaron así de hecho cancelados, no obstante lo cual, muchos acreedores promovieron acciones ante los tribunales, que dieron lugar a inicuos despojos, porque no pudieron ser pagados con los billetes de los López».

            «Un decreto del 31 de julio de 1871, estableció el valor de los billetes de López en relación a la moneda metálica, en las diferentes épocas de su depreciación, al solo efecto de determinar el monto de las reclamaciones de los particulares en sus gestiones tribunalicias por deudas anteriores a la terminación de la guerra». (Dr. César López Moreira. La deuda pública del Paraguay).

            Después de la guerra, el gobierno del Paraguay autorizado a emplear este arbitrio por el art° 72 inc. 5° de la Constitución Nacional, ha usado de esta facultad en todos los momentos en que se ha visto sin otros recursos.

            Y como la confianza en la solvencia del Paraguay era y sigue muy precaria en el mercado interno y externo de créditos, los billetes por él emitidos se encuentran despreciadísimos.

            Las emisiones del país que alcanzan alrededor de doscientos millones de pesos, al tipo de 4261 %, apenas representa alrededor de cinco millones de pesos oro.

            Este stock de dinero, con que han de llenarse todas las funciones de la moneda en un país cómo el Paraguay, de un millón de habitantes y de un promedio del movimiento transaccional y tributario por año, de 25.000.000 de pesos oro, como mínimún, resulta a todas luces insuficientísimo.

            De aquí que el billete paraguayo, no obstante su poco valor real, fue siempre escasísimo y para emprender cualquier trabajo, no podía obtenerse sino en dosis microscópica y al monstruoso interés del 12% anual capitalizado por trimestre, el más elevado que los bancos públicos cobran en un país civilizado.

            Y se produjo este círculo vicioso matador: no hay dinero porque no se trabaja y no se puede trabajar porque no hay dinero.

            Para salir de este brete cruel, no había otro remedio que hacer trabajar al país, consiguiendo esa herramienta indispensable del trabajo llamado capital, hasta la suma de veinte millones de pesos oro, de un empréstito, si fuere posible o, en caso contrario, de una emisión de billete, equivalente a esta suma (20 millones oro), cuya cuantía cabe perfectamente dentro del marco de posibilidad del Paraguay de emisión de billete, fijado por la ciencia, de acuerdo al volumen de su movimiento transaccional y tributario, que es por lo menos de 25.000.000 de pesos oro, como ya hemos dicho.

            El importe íntegro de esta emisión se emplearía en dar trabajo a la nación en obras públicas reproductivas, invirtiéndolo en la forma a que ya me referí más atrás.

            Y propiciando esta emisión dije en un artículo publicado en un diario: «De la emisión de papel moneda, no hay que tener miedo. Cómo todas las grandes fuerzas económicas o naturales, la emisión resulta un mal o un bien, según el uso que de ella se haga. Si su producido se emplea en salir de apuros o en gastos improductivos, ocasionaría un mal como produciría un desastre la dinamita o el hierro, que se emplea, no en abrir túneles y construir ferrocarriles, sino en fabricar bombas o fusiles y cañones».

            «En cambio, la emisión de papel moneda para obras públicas reproductivas es una bendición. Es como dice un financista, «la invención económica más ingeniosa para el desarrollo de los pueblos nuevos y pobres, en orden a obtener barato y sin peligros, el capital necesario para su desenvolvimiento y progreso, por la obra del trabajo productivo, especie de sólidas andaderas, que ha servido a los pueblos jóvenes para dar los primeros pasos en su vida económica».

            «Ya veo venir el argumento de que una emisión tan repentina y tan considerable habrá de causar graves trastornos al país, alzando el tipo del oro y con ello el del precio de las cosas y de las sustancias, produciendo la inestabilidad de la moneda».

            «Pero, los que así argumentan, con un criterio unilateral, no contemplan sino los males posibles de la medida, sin recordar los grandes bienes, que habrán de compensarlos con exceso. Cualquiera medida transcendental como es ésta, trae siempre en el organismo social un trastorno pasajero, exactamente lo mismo que una droga o una operación quirúrgica lo provoca en el organismo humano. Pero estos trastornos son crisis benéficas, que una vez pasadas, han de dejar la salud del Estado o del hombre, más fuerte que antes. El trabajo y la producción nacional, desenvueltos por medio de esas mejoras, volverán pronto el equilibrio en la economía nacional, dejando, como ganancia líquida, las mejoras realizadas y el paso adelante, dado en la senda de la prosperidad».

            «La historia abona plenamente la verdad de esta afirmación. Para no citar de los países americanos, sino los dos que marchan a la cabeza por su poder y riqueza, recordemos lo que pasó en los Estados Unidos y en la República Argentina».

            «Las emisiones colosales lanzadas por los Estados Unidos desde el año 1856 a 1876 llevaron su papel al 10.000 %. Las emisiones de la Argentina desde el año 1868 hasta el 1880, depreciaron su moneda al 4.000 %. En ambos países bailó el oro; subió a las nubes y bajó a los valles. Muchos bancos, que parecían inconmovibles, quebraron ruidosamente. Un traje valía tres mil pesos, un par de botines o un sombrero mil, etc. Pero, como aquellas emisiones se emplearon en obras públicas, pasó la tormenta, renació la calma y hoy vemos al uno gobernar al mundo con su dinero, teniendo más ferrocarriles que todo el resto del Universo y al otro asombrando a todos con su grandeza presente y su porvenir gigantesco».

            «Y si el argumento, aplicado en general, es a todas luces insustancial, aplicado al Paraguay en particular, es absolutamente falso».

            «En el Paraguay no hay exceso de papel inconvertible. Lo proclaman la ciencia y la experiencia».

            «La ciencia, porque según los autores, una emisión de papel moneda, destinada al fomento de la producción, debe alcanzar, por lo menos, a la cuantía del monto del movimiento transaccional y tributario del país en un año, calculado sobre el promedio del último lustro (cinco años). En el Paraguay este volumen se calcula bajamente en 25.000.000 de pesos oro. Luego, la emisión del Paraguay, al tipo del 4.000 % debe ser a lo menos de mil millones de pesos papel».

            «La experiencia, porque si el desprecio de nuestra moneda proviniera del exceso de su circulación, el papel moneda inconvertible no sería tan caro y escaso y cada emisión hubiera provocado, inmediatamente una reacción contraria, subiendo de golpe el tipo del cambio. En el Paraguay, lejos de eso, el papel inconvertible, como hemos dicho, no se obtiene, para emprender cualquier trabajo, sino en dosis microscópicas y al monstruoso interés del 12% anual capitalizado cada tres meses: signo este el más irrecusable de su absoluta escasez. Y al lanzarse cada emisión, la reacción de la plaza ha sido más bien favorable: el oro ha bajado. No hay más que comprobarlo, acudiendo a la secretaría de la Bolsa de Comercio».

            «En el Paraguay, si ha bailado el oro, ha sido por otros motivos, vgr.: la anarquía, el desgobierno, la especulación y sobre todo la insuficiencia de la producción. Y la insuficiencia de la producción viene, justamente, de que en el Paraguay, nadie puede trabajar por falta de capital a interés cristiano».

            «Ergo en el Paraguay, el oro ha subido por falta de emisiones inconvertibles y no por sobra. El argumento no tiene vuelta».

            «Tocante al peligro de la inestabilidad del cambio, es indiscutible que no tiene importancia alguna, frente al problema de vida o muerte para los pueblos civilizados: la construcción de obras públicas».

            «Nadie ha de negar, que la estabilidad del cambio, es un bien, porque mata especulaciones perjudiciales al comercio y a la producción nacional y tranquiliza al consumidor. Pero, en la hipótesis, que niego, de que esta ventaja de carácter puramente comercial o monetario, estuviere contrapuesta a la emisión para obras públicas, la elección entre ésta y aquélla no puede ser objeto de duda para un gobernante que tiene noción exacta de sus deberes hacia la Patria y con la Historia».

            «Y para esto no ha de necesitar mucho esfuerzo, porque no creo, que en cabeza alguna bien equilibrada, por poco que se medite sobre el punto, haya de ponerse en parangón, bajo el punto de vista de la trascendencia e importancia para los destinos de un pueblo en el presente y para el futuro, la estabilización de la moneda fiduciaria o papel moneda, con la construcción de obras públicas. Los pueblos que no tienen estable el tipo de su moneda de papel, son pueblos que se encuentran bajo una crisis pasajera de salud, progreso o desarrollo, entre los cuales se han encontrado y se encuentran todavía los más ilustres y prósperos de la Humanidad: la Italia, la Francia, la Inglaterra, la Alemania, la España, el Brasil, la Argentina. Los pueblos que no construyen obras públicas, son en cambio pueblos que se encuentran al margen del progreso y del honor, pueblos que, con su inacción humillante y vergonzosa, proclaman ante el mundo entero que, ni progresan, ni trabajan, ni ahorran; en una palabra, que ni merecen el nombre de naciones civilizadas».

            «A la cuestión de construcción de obras públicas, que lo repetimos por centésima vez, es cuestión de vida o muerte, de honor y de vergüenza para los pueblos, no empiece el alto tipo de su billete inconvertible. Y así tenemos a la Alemania, al otro día de su derrumbe, iniciar de nuevo, febrilmente, la construcción de obras públicas, no embargante su papel llevada al billón. Pero, poco después, de la noche a la mañana, del 2 al 3 de noviembre de 1923, amanecieron los alemanes con su gold marck, con patrón del dólar y con garantía real en todos los bancos de emisión. Y ahora, no obstante sus inconmensurables desdichas, es ya de nuevo uno de los países más prósperos y felices. ¿Por qué? Pues porque tiene su utilaje y personal para el trabajo productivo, el mejor montado del mundo».

            «Entre tanto, el Paraguay, sin caminos y arrojando sus aguas servidas a las calles, vive muy orondo porque su glorioso financista el Dr. Eligio Ayala, tiene estabilizado su cambio desde hace algunos años, respecto a su patrón monetario ficticio, el oro sellado al 4261 % y con una fijeza real, al 1875% respecto a otra moneda extranjera que tampoco es estable, la moneda papel argentina. En otra ocasión me ocuparé de esta felicidad de la nación paraguaya».

            «Pero sea como fuese y puesto el Paraguay, en el trance ineludible de emprender la construcción de obras públicas so pena de vegetar miserablemente, por sécula-seculorum, al margen de la civilización y del progreso, sumido en la pobreza, la inacción, la usura y la anarquía, de no acudir en el presente a la emisión. ¿A qué otro arbitrio habrá de apelar?»

            «A un empréstito externo? Muy bien, pero... no hay caso».

            «Además si se lo hubiese conseguido, tratándose de un país de un crédito tan averiado como el Paraguay, el dinero que se le facilitare, había de ser siempre caro».

            «Y por las circunstancias ocasionales en que se encuentra el Paraguay, el empréstito hubiese ofrecido, en este caso, más peligro que la emisión»: «En efecto, la experiencia nos enseña que, en pueblos que poco trabajan y producen y gastan sus fuerzas en querellas políticas, el dinero del empréstito externo no tarda en volver en forma de interés a la bolsa del prestamista, si es que no se emplea en sofocar revueltas, o sencillamente, en metérselo los gobernantes en los bolsillos, como hemos visto que sucedió aquí con los nuestros y ha sucedido, según su prensa, en Bolivia con los últimos empréstitos contratados en los Estados Unidos. (1922)».

            «En el Paraguay en que la política, no ha sido hasta hoy sino compinchería y en que, a menudo, el Poder Ejecutivo y el Legislativo, se han confabulado para perjudicar el erario, ese arbitrio sería singularmente peligroso».

            «Si con los pringosos y rotosos billetes inconvertibles paraguayos, que no tienen curso en el exterior, se muestran tan voraces los políticos paraguayos ¿cómo no lo serían con relucientes libras de oro, pensando en los deleites de París o Buenos Aires? Cuentan que, lo primero que hicieron los atacantes de la Asunción en la jornada del 17 de enero de 1912, al verse dueños de la ciudad, fue de exigir del Banco de la República, su encaje a oro del fondo de conversión. Suerte fue que este caudal estaba en su mayor parte colocado en Buenos Aires y lo poco aquí restante se encontraba bajo el amparo de la Legación Argentina».

            Por otro lado ¿qué ganas de deber afuera, de pagar intereses y de exponerse a conflictos con los usureros internacionales, que gobiernan el mundo, si éstos ya no quisieron darnos dinero y, en casa tenemos recursos propios para construir obras reproductivas?

            ¿En el impuesto? Tampoco porque este pueblo, que no trabaja ni produce, sino lo muy necesario para no andar desnudo y matar el hambre, no puede tener dinero. No teniendo dinero no puede pagar tributos: del cuero han de salir las correas. Hay que hacer trabajar y producir al Paraguay antes que cobrarle tributo. Este pobre pueblo, por la incapacidad de sus gobiernos, se encuentra siempre en la situación del gitano que, implorando la protección pecuniaria de la Virgen Santísima le decía: «Madre celestial: yo no te pido que me des dinero, sino que me digas donde lo hay, para ir a ganarlo».

            Y concluía mi artículo diciendo que «el Paraguay se encuentra sumido en la pobreza, porque nunca empleó una fuerte emisión en hacer obras públicas».

            El Dr. Eligio Ayala a quien iban dedicados estos artículos, no se dignó discutirlos; pero el Diario de la dirección del Dr. Da Rosa, su mejor amigo y partidario, publicó un pequeño suelto en que decía «Si con emisiones inconvertibles pudiesen remediarse todas las dificultades económicas del Estado, la cosa sería muy fácil. De un plumazo, puede decirse, con sólo hacer andar la máquina impresora se habría salvado la situación. Estas emisiones no han traído sino la ruina del comercio y el descrédito de los pueblos. No en balde, los estadistas europeos, están haciendo esfuerzos desesperados para contener estas emisiones».

            Le contesté al día siguiente con otro artículo como sigue:

            «Ante todo conviene aclarar lo que «El Diario» entiende por emisiones inconvertibles».

            «¿Serán acaso aquellos cuyos billetes no han de ser canjeados a su presentación, por moneda de oro o giros equivalentes sobre el exterior?».

            «No creo que tal sea su pensamiento. Si así fuere, no habría para «El Diario» emisión, en rigor, convertible. Para no citar sino las dos naciones, cuyas monedas han servido y sirven para regularizar el cambio universal, recordaremos que el dólar de los Estados Unidos y la libra esterlina Inglesa, no tienen como garantías de conversión, en oro físico, sino el 40 y el 41 respectivamente. El Paraguay en papel argentino, tiene un encaje más elevado, alrededor del 52 %. Y además Inglaterra y los Estados Unidos son los dos países que más deben en el mundo. Pero, sus billetes están resguardados por sus inmensos bienes privados, en obras públicas, que, adheridos a su suelo, valen más y sirven mucho mejor a su prosperidad, que las libras esterlinas».

            «Y bien, ¿cuál será pues para «El Diario» las emisiones inconvertibles? Veamos».

            «La Ciencia de las Finanzas divide los gastos públicos en productivos e improductivos».

            «Los primeros son los destinados a la construcción de obras públicas de carácter permanente, como ser ferrocarriles, puertos, canales, caminos y edificios públicos. Para ellos se emplean recursos extraordinarios, que son el empréstito o las emisiones de billetes de banco».

            «Los gastos improductivos son los que se refieren a los sueldos del ejército y armada, de los empleados públicos de la guarda y conservación de los bienes del Estado, de las pensiones y jubilaciones, etc., y se cubren con los recursos ordinarios del presupuesto.

            «Las emisiones también se emplean muy frecuentemente como recursos extraordinarios en los casos de calamidad pública inesperada como las guerras, revoluciones, pestes, inundaciones, etc., como medio el más fácil de salir de un apuro momentáneo inesperado».

            «La emisión ha servido pues para muchos fines, para hacer frente a los gastos productivos, como a los improductivos, así como para salvar dificultades financieras momentáneas de los gobiernos, provenientes de la malversación de los caudales públicos, de la insuficiencia de los recursos fiscales, o de calamidades inesperadas».

            «A esta clase de emisión alguien ha llamado la emisión cascote por el destino que se le da: tapar agujeros».

            «Y bien: como las emisiones que los estadistas europeos están tratando de contener, son las que fueron lanzadas para subvencionar 20.000.000 de huérfanos y viudas y reparar la devastación y la ruina traída por la guerra, y como las emisiones que causaron el descrédito de los países han sido únicamente las expedidas con objeto de salvar dificultades financieras momentáneas de los gobiernos, o calamidades inesperadas, tenemos que las emisiones inconvertibles, a que alude «El Diario», son la emisión cascote».

            «Pero yo no he querido, ni por un momento, referirme a esta clase de emisión, a la que los pueblos empobrecidos y desacreditados momentáneamente, por causa de la anarquía, de la falta de crédito exterior, insuficiencia de producción, desfalcos gubernamentales, etc., por ejemplo el Paraguay, han recurrido como remedio heroico, como salvación momentánea, a guisa de oxígeno o cafeína, para que siga viviendo el paciente, en espera de una reacción. No: yo me he referido única y exclusivamente a la emisión para obras públicas, es decir, a la emisión con fines reproductivos, para emplear en mejoras necesarias y útiles para el aumento del trabajo y de la producción del país».

            «Y entre esta clase de emisiones y la que llamábamos cascote, hay diferencias fundamentales, bien marcadas, que las muestran como verdaderas antípodas».

            «Por su objeto. Porque la emisión para las obras públicas se propone una inversión de dinero con fines reproductivos y permanentes, pensando en un buen negocio para el futuro, mientras que la emisión cascote, se propone una inversión de dinero improductiva, para salvar dificultades momentáneas, provenientes de un mal negocio o de una calamidad. La emisión para obras públicas es un sacrificio del presente en beneficio del porvenir. La emisión cascote, un sacrificio del porvenir en beneficio del presente».

            «Por su fondo. Porque, por la emisión para obras públicas, el Estado da en préstamo dinero al ciudadano, poniendo en sus manos herramientas de la producción (caminos, ferrocarriles, etc.), por cuyo usufructo le cobra emolumentos lucrativos y duraderos. Por la emisión cascote, el Estado torna prestado dinero del ciudadano, a guisa de adelanto sobre las rentas públicas, contando con la esperanza de mejores días. Hay pues entre ellas, la misma diferencia que entre el deudor y el acreedor».

            «Por su forma. Porque la emisión cascote, se lanza de golpe al mercado para tapar el agujero abierto de que se trata, en tanto que la emisión para obras públicas se limita a una autorización, de la que se ha de hacer uso oportunamente, para pagar la obra construida».

            «Por su control. Porque, mientras la emisión cascote es de un control meramente administrativo, la emisión para obras públicas, puede su inversión ser perfecta y matemáticamente controlada por cada ciudadano en la obra pública, que se ve, que se palpa y se puede examinar».

            «Por su garantía. Porque, mientras la emisión cascote, no tiene sino, una garantía moral, el honor y el crédito del país, la emisión para obras públicas, tiene una garantía física real, en la obra pública que se incorpora al patrimonio del país. Garantía mucho más sólida y eficaz que las libras de oro, encerradas en las Cajas del Tesoro, que allí permanecen ocultas, improductivas, sustraídas a la actividad nacional, expuestas a serios peligros de despilfarro y sustracción, en tanto que la obra pública es una riqueza incorporada al caudal de la nación en forma inconmovible y permanente, que está a la vista produciendo pingües rendimientos y sin peligro de malversación y distracción».

            «Por sus resultados. Porque, mientras que con la emisión cascote se gastan las rentas públicas, se disminuyen el tesoro y el crédito del país, con la emisión para obras públicas, se produce, se multiplica y se acrecienta el dinero de la Nación. Aquél importa un gasto, esto importa un ahorro».

            «Tenemos pues que, refiriéndose «El Diario» a la emisión cascote y yo a la emisión para obras públicas, que son tan parecidos como un huevo a una castaña, «El Diario», ha estado combatiendo mi tesis como a los molinos de viento. Y falsas las premisas, tiene que ser falsa la consecuencia».

            «Y así sigo firme en mi tesis de que la emisión para obras públicas, honradamente invertida, lejos de ser causa de ruina o de descrédito para país alguno, ha sido para todos los que la han empleado, sin excepción, factor muy eficaz de su progreso y engrandecimiento».

            «El Paraguay, para su desgracia, nunca ha hecho uso de esta clase de emisión, sino de la otra, de la mala, de la emisión cascote».

            «Y cuando alguna vez, tuvo el propósito de emplear siquiera una parte mínima de su emisión en una obra pública (ley del 14 de julio de 1903), su mala suerte se lo impidió, haciendo que la partida correspondiente, fuese invertida en sofocar una revolución (la de 1904)».

            «Y si el Paraguay, no empleó sino la emisión cascote, que invariablemente, sólo ha servido para causar perjuicios en la economía nacional y desacreditar a los países que de ella han hecho uso, no es extraño que las emisiones de su papel inconvertible expedida en cada momento de sus apuros económicos, a manera de oxígeno para salvación de su vida, sólo le hayan reportado daños materiales y morales».

            Los portavoces del Dr. Eligio Ayala, a quien iban dirigidos estos artículos, buscando la discusión en bien de la patria, pusieron punto en boca, pero él en persona (era ministro de Hacienda), aprovechando un pretexto cualquiera, declaró pocos días después en el Congreso, que aunque fuese para las cosas más santas, una emisión de papel moneda sin garantía real «era un sainete ridículo, una cobardía financiera, una locura y un crimen de lesa patria, contra la cual debemos concentrar todas nuestras fuerzas», y que mientras él estuviese en el ministerio no se emitiría ni un centavo en esa forma.

            Pero, poco tiempo después el Dr. Ayala, envió al Congreso un proyecto de emisión por 25.000.000 de pesos, ¡¡para salvar la situación del Banco de España y Paraguay!!

            Pasmado de asombro ante tamaña claudicación, e indignado de que el fruto del sudor y de las lágrimas de este pueblo mártir, después de saqueado, haya todavía de emplearse en sustraer de la justicia a sus propios verdugos cuando, poco ha, no se había querido emplearlo para darle trabajo y esperanza, escribí un artículo en «El Diario», en que, bajo mi firma, dije que esos 25.000.000 extraídos a las angustias de este pueblo; debería emplearse íntegramente, en construir una buena Cárcel Penitenciaria, donde serían llevados todos los banqueros ladrones y allí dejados encerrados hasta que devuelvan el último peso robado a este pueblo.

            Pero este grito de mi patriotismo herido, de nada sirvió que no fuese para que el Dr. Ayala, durante su larga dictadura mansa me declarase elemento pernicioso e indeseable. Y todo el pueblo paraguayo, presenciador de este escándalo, que en silencio lloraba a lágrima viva la pérdida de cien millones de sus ahorros, no movió un dedo: todo fue silencio, soledad y servidumbre.


            Había prometido dedicar un artículo, a la gloria del Dr. Eligio Ayala, de haber desde 1920, estabilizado, el tipo del billete inconvertible paraguayo respecto al oro, al 4.261 %, el más alto a que llegó en su desmedrada existencia.

            Y este trabajo, se lo dediqué comentando su último mensaje presidencial en el año de 1928.

            Por ser todavía de indiscutible actualidad lo reproduciré íntegramente. «El Dr. Ayala en cada mensaje, en cada acto público, en cada documento que ha expedido, y sus amigos y protegidos por otro lado, no han desperdiciado ocasión para recordar y magnificar el inmenso bien que hizo a la República, con haber fijado el tipo de su moneda papel con relación al oro en 4.261 % y haber mantenido esa cotización firme desde hace seis años».

            «Yo he tachado la fijación del cambio de nuestra moneda a un tipo tan alto de calamitoso. Y al hacerlo he empleado este término en un doble concepto: calamitoso porque es tipo de calamidad, es decir el más alto a que ha llegado el país en sus épocas de mayores desdichas y calamitoso por el resultado que ha producido en la economía pública».

            «Me explicaré».

            «Sería necio negar que la estabilización del cambio monetario en un país, es un gran bien. Pero, ya se sabe que el bien y el mal andan siempre juntos y que, las cosas más buenas tienen su lado malo».

            «Un gobierno, que sólo se propone estabilizar el cambio, no tiene mucho que pensar para resolver el problema, si lo que se propone es solamente que no suba ni baje el tipo del oro. Con fijar ese tipo en el más alto a que ha llegado el cambio en las épocas de mayores descalabros económicos del país, hay la seguridad más completa de que no subirá, habiendo paz y no haciéndose nuevas emisiones. Y si quiere tener más seguridad todavía, con alzar más alto el tipo, la adquirirá más plena. Pero, por regla general, no es esto lo que los estadistas buscan en los países castigados por una moneda de tipo alto e inestable, sino la estación del cambio con la valorización simultánea de la moneda despreciada, y, en caso de no ser posible ambas cosas, preferir la valorización a la estabilidad. Así han procedido todas las naciones aquejadas de este mal, menos el Paraguay».

            «La razón es obvia: Un régimen monetario, que fija el tipo de la moneda a una cotización de desgracia, sin buscar al mismo tiempo la valorización paulatina de esa moneda, produce en el cuerpo social el mismo efecto que una medicación unilateral e insuficiente, de una enfermedad compleja, que requiere un tratamiento también complejo».

            «La moneda muy despreciada, trae el empobrecimiento general del país; con ella nada valen, ni las tierras, ni las cosas, ni los productos, ni los servicios que se ofrecen en la nación. No se puede emprender ningún trabajo de aliento, porque, con el poco valor adquisitivo de la moneda nacional el costo de la producción y del transporte lo traga todo. El país se convierte en un paraíso para los extranjeros que tienen moneda sana y en un infierno para el hijo del país, que no ve la manera de llenar su presupuesto».

            Es lo que ha pasado últimamente en Alemania y ahora en Francia y Bélgica. Millones de extranjeros fueron con poco dinero, a vivir espléndidamente por nada, en esos países. Los alemanes y franceses, velan con la desesperación en el alma, la ira en los labios, con los puños y dientes cerrados, que norteamericanos, cubanos y argentinos, adquirían a vil precio, los más hermosos palacios de las poéticas orillas del Rhin y del Gironda. Los franceses, más impetuosos e impacientes que los germanos, llegaron a agredir en las calles de París a sus afortunados, pero muy molestos huéspedes extranjeros.

            «Pero ni a alemanes ni a franceses se les ha ocurrido dejar, como tipo fijo de su moneda, el más alto a que llegó ella en sus desdichas. Los alemanes dejaron, antes que condenar al pueblo a la miseria, que bailase el tipo como quisiere, y, cuando pudieron, que fue el 2 de noviembre de 1923, lo pusieron a la par. En una sola semana después de esta fecha, del 3 al 10 de noviembre, salieron de Alemania 195.000 extranjeros que allí estaban viviendo por nada y se fueron a Francia, Italia, Austria y Bélgica, a seguir en los mismos. Y el más ilustre estadista de estos tiempos, Poincaré sigue en Francia, forcejeando heroicamente, no para fijar el tipo del franco, cuya estabilidad le preocupa en segundo plano, sino por la valorización del mismo, porque más le importa la felicidad del pueblo francés, encadenado hoy con el tipo actual del franco a la miseria, que la estabilidad de los cálculos de los comerciantes en sus negocios».

            «El efecto funesto del tipo alto de la moneda, sin esperanza de valorización, ha producido en el Paraguay idénticos resultados. De un confín al otro de la República, no se ve ni se oye otra cosa que la pobreza general y uniforme del país; las tierras y los productos del país nada valen; no se sabe en qué ganar dinero; ni siquiera se sabe, como lo decía el gitano en sus oraciones a la Virgen Santísima, dónde hay dinero para ir a ganarlo. El paraguayo trabajador va a los países vecinos a buscarse la vida. Quien más quien menos, fuera del Presidente de la República y sus ministros, ningún empleado puede cubrir su presupuesto con sus sueldos. La exteriorización de ese estado, se ha visto en el número crecido de desfalcos descubiertos en todas las reparticiones públicas en que se maneja dinero del Estado. La mayoría de los empleados tienen su sueldo embargado por los acreedores».

            «Pero se me objetará que el gobierno está rico, que paga su presupuesto al día y le sobra dinero para hacer fantasías costosas. Pero la explicación es muy sencilla: Cobrando el gobierno sus rentas a oro y pagando los gastos a papel (sueldos y adquisiciones) se encuentra en la situación ventajosa del extranjero que viene con moneda sana al país. Sólo el Fisco tiene plata».

            «La historia nos presenta varios casos de la situación paradójica de un Fisco rico en un pueblo pobre. El más conocido es el del reinado de Luis XIV en Francia».

            «Este soberano tuvo de ministro de Hacienda al famoso Colbert, el más hábil impositor y recaudador de impuestos de los tiempos modernos. Este ministro de Finanzas incomparable dio al Rey Sol, todos los recursos que necesitaba para sostener sus guerras contra toda la Europa, para construir el palacio de Versalles, que no tiene igual en el mundo, y llevar una vida de rumbo y de boato, sin par en la historia. Pero, en esa misma época, según el testimonio de La Bruyére y de Vauban, la Francia se encontraba en tal estado de hambre y de miseria, que hubo en ella hasta casos de antropofagia. En 1660, Mad De Savigné, escribió a Luis XIV, desde un pueblo de Bretaña, que unos campesinos habían comido un enfant a la brochette (un niño al asador)».

            «Que no vaya a ser, porque lleva ese camino, que nuestro gran financista, no ha pasado de un petit Colbert, único genio en Francia, cuya estatua no se ve en las plazas públicas porque su gloria fue tétrica: para la Nación».

            Los hechos muy poco después, me dieron la más completa razón. Pero vaya y pase, si la fijación del tipo, se hubiese hecho realmente sobre oro físico (en barras) o sellado (monedas de oro). Pero se trata sólo de un bluff porque, la oficina de cambio, tomó como tipo de conversión otro billete extranjero inconvertible y de tipo variable el papel argentino. Y esto ha causado y sigue causando al país grandes perjuicios materiales aparte del engaño a la nación sobre el valor real de su moneda.

            Por ley N° 550 del 25 de octubre de 1923 se autorizó a la Oficina de Cambio a emitir billete de curso legal, contra entrega de oro sellado al tipo actual fijado por la oficina (entonces 4261). Igualmente la Oficina de Cambio, podrá entregar oro sellado a quien lo solicite, a cambio de billetes de curso legal al tipo de la misma, hecho de acuerdo con esta ley.

            En virtud de esta ley, puesta en acción, en solo seis meses de su vigencia, desde el 10 de noviembre de 1923 al 30 de abril de 1924, el país ya había experimentado una pérdida de más de ocho millones de pesos de c/1., según cálculos contenidos en un artículo publicado en el diario «Patria», en el número correspondiente al 21 de mayo de 1924, muy digno de ser reproducido, que se verá a continuación.


«EN TORNO A LA OFICINA DE CAMBIOS»


            «La ley N° 550 autoriza a la Oficina de Cambios a emitir billetes de curso legal contra entrega de oro sellado, al tipo fijado por la oficina, o sea al cambio del 4.261 % que regía cuando entró en vigencia esta ley y que fue la cotización adoptada para sus operaciones».

            «De conformidad con la recordada autorización legislativa, la Oficina de Cambios se obliga a entregar al público, por cada cien pesos oro sellado, la suma de 4.261 pesos moneda de curso legal».

            «Así fue que hasta el 30 de abril último ha emitido la suma de 74.248.951 pesos de curso legal, cuyo equivalente en oro sellado, debió haber ingresado íntegramente en las cajas de la oficina».

            «Pero la Oficina de Cambios, en vez de tener todo su encaje en oro sellado, conforme dispone la ley, ha recibido billete fiduciario argentino por un valor nominal, perdiendo la apreciable diferencia de nueve puntos en cada peso argentino».

            «En efecto, para nadie es un misterio que el billete argentino se halla actualmente depreciado, de tal suerte que un peso argentino no vale 0,44 sino 0,35 oro sellado, aproximadamente».

            «En otros términos, la suma de 227.27 papel argentino que, a la par; equivale a cien pesos oro sellado, actualmente, no vale sino 79.55 oro sellado, aproximadamente».

            «Más claro aún: la suma de 4.261 pesos de curso legal, que la oficina se obliga a entregar a quien la solicite por cada cien pesos oro sellado, no equivale a m/a. 227.27, tipo de cotización a la par, sino a m/a 285 más o menos».

            «Pues bien, al aceptar la Oficina de Cambios el billete argentino a la par, se ha expuesto a una enorme pérdida en la diferencia de cambio, que para los 4.813.572:27 papel argentino de que disponía el 30 de abril, representa una pérdida de 8.122.289:22 papel de curso legal».

            La cotización de 1.875 pesos de curso legal por cada cien pesos argentinos, no corresponde al tipo del 4.261 % para el oro sellado, teniendo en cuenta la desvalorización del billete argentino».

            «Si la Oficina de Cambios entrega 4.261 pesos de curso legal por cada cien pesos oro sellado, la cotización equivalente del papel argentino es de 1.500 % aproximadamente y no la del 1.875 % adoptada por la oficina».

            «La Oficina de Cambios se ha expuesto a una enorme pérdida, al aceptar papel argentino, sin tener en cuenta su depreciación eventual, y ha violado la ley N° 550, al tener su encaje en papel argentino, en vez de oro sellado».

            «Por otra parte, al mantener la Oficina de Cambios su encaje monetario en papel argentino, supedita la suerte de este país a la situación económica de la Argentina, de tal manera que, si por desgracia ocurriera en el país hermano alguna crisis monetaria, (como ocurrió después) nosotros tendremos que ser la primera víctima, lo que no sucedería si la Oficina de Cambios tuviera su encaje en oro sellado conforme dispone la ley».

            «Por de pronto, la errada política monetaria de la Oficina de Cambios en el sentido de haber aceptado papel argentino a la par, le ha acarreado ya una pérdida de 8.122.289:22 que, en lenguaje claro, es un caso de defraudación contemplado y castigado por el Código Penal».

            «Sumando las pérdidas sufridas por la Oficina de Cambios, que el público conoce, tenemos que, a la fecha, se ha malbaratado más de diez y ocho millones de pesos, y, sin embargo, hay gente, que se atreve a calificar de inteligente conseguir un objetivo a riesgo de perder muchos millones de pesos: es el caso del comerciante, por ejemplo, que para aliviar la afligente situación del pueblo, abarata sus mercaderías por debajo del precio de costo, sin importarle la pérdida de su capital».

            «El siguiente cuadro demuestra gráficamente y con la elocuencia incontrastable de la aritmética, la verdad de esta afirmación».



            Ahora bien: de lo que perdió la oficina de cambio en los cinco meses transcurridos desde el 1°. de noviembre de 1923 al 30 de abril de 1924, se puede deducir, acudiendo a los libros de la Caja de Conversión, lo que perdió desde la última fecha hasta hoy, es decir en 7 años y pico. Por supuesto que los mensajes presidenciales, nunca cuentan estas glorias seguramente por modestia.

            El grave peligro para la economía nacional proviene de tener para nuestra moneda, una base ficticia, el peso oro sellado y una moneda extranjera real pero inestable como el billete argentino, como se ha visto en el derrumbe inesperado de esta moneda ocurrido a mediados de febrero de 1930.


 

 

TÍTULO XIV

SINTESIS, ACLARACIONES Y ADVERTENCIAS FINALES


            Es muy fácil criticar hombres, instituciones y cosas. Pero, ya es más difícil justificar la crítica.

            El escritor serio, consciente y honrado no debe limitarse a criticar; debe fundar y explicar sus apreciaciones, ofreciendo a la opinión pública los justificativos de sus enunciados y mostrando, cómo se ha de mejorar el objeto criticado.

            Y es lo que he pretendido hacer en este libro, como se habrá visto, cumpliendo mi deber de escritor que se respeta.

            Pero como quiera, que en una obra de cierta extensión, es difícil escapar á la difusión, frondosidad y dispersión, me parece muy indicado, este capítulo final del acápite.

            El objeto principal, primordial de este libro, es demostrar que todos los gobiernos de la postguerra, sin distinción de partidos, fueron igualmente ineptos para gobernar la República, durante los sesenta años que lleva de vida constitucional, incapaces para conducirla por el camino de la civilización y del progreso, y que, por lo tanto, hay que dar a los partidos, a las ideas y procedimientos políticos y a las leyes y costumbres judiciales, comerciales y administrativas, nuevos rumbos: en una palabra, hacer una nueva patria, con orientación distinta de la traída hasta aquí.

            La crónica ineptitud de los gobiernos paraguayos de la postguerra para gobernar, es decir, para resolver dentro del orden los problemas de construcción, organización, fomento y orientación del país, demostrada hasta la evidencia en las páginas de este libro, se ha manifestado de modo elocuente durante los sesenta años largos de su reinado, por ininterrumpida y obscura inercia, con siniestra inclinación hacia la subversión y la violencia.

            Ahora bien, si con torpe empecinamiento, con fatal ceguera, siguen los partidos políticos que gobiernan el país, desoyendo la opinión pública, obstinados en sacrificar los intereses superiores de la nación a míseras conveniencias de política personal, la inepcia y el marasmo consiguientes, nos llevarán fatalmente como a cualquiera empresa o sociedad mal administrada, un poco más tarde o más temprano al desastre, es decir, al caos, la disolución, la quiebra.

            El simple buen sentido, el más elemental instinto de conservación, reclaman pues un cambio radical en los rumbos de la política directriz de la nación.

            Así las cosas, cualquiera pensaría, que lo primero a hacerse sería la disolución de los dos partidos tradicionales, el liberal y el republicano, que desde el año 1870 a esta parte, han demostrado ser igualmente ineptos para el buen gobierno del país y la formación y consolidación de un nuevo gran partido nacional, de todos los elementos dispersos y sin embargo concordantes en las finalidades y en los métodos, para desalojar a los partidos inservibles y estériles e iniciar un nuevo período en nuestra historia. Pero esta medida a más de ser de muy difícil realización, creo que prácticamente no daría por el momento los resultados que de ella podrían esperarse.

            Creo más bien, como un político argentino que «más lógico sería buscar la solución, vigorizando los partidos porque constituyen núcleos respetables de opinión depurándolos en sus métodos y perfeccionándolos en su ideología, de conformidad a las exigencias de la hora, sometiéndolos oportunamente en su constitución y funcionamiento a un régimen legal, para que llenen la misión que les corresponde dentro del mecanismo institucional, evitando que puedan convertirse en instrumentos de los caudillos, para anarquizar a la República y servir de puntal a los despotismos. Tarea inmediata de los partidos orgánicos, ha de ser pues, la de inculcar en los ciudadanos, por medio de una prédica constante y ordenada, la noción de la responsabilidad que les corresponde como integrantes de la sociedad en que viven y que les impone la obligación de no ser indiferentes a la política, considerando a ésta como una preocupación deleznable, concepto equivocado y antipatriótico, que permite, por deserción de los capaces y responsables, la exaltación de los elementos inferiores, que hacen de la actividad política un oficio provechoso y ocupan luego, sin idoneidad y sin conciencia las altas posiciones del gobierno, con el daño consiguiente para los intereses de la sociedad, y en primer término para los de aquellos que, por incomprensión o por egoísmo, no sienten la necesidad de sacrificar siquiera en mínima parte y en aras de las conveniencias generales, sus preocupaciones de orden particular».

            La experiencia gubernamental en el Paraguay impone la necesidad de un reajuste a fondo de su gobierno político, económico y social. Necesitarnos gobiernos de hombres, que tengan aptitud técnica y autoridad moral para gobernar, gobiernos constructivos, que posean la visión del porvenir, que no piensen sólo en la próxima elección, sino en la próxima generación, con ministros capaces de articular leyes que resuelvan los grandes problemas de la nación.

            Pero ya he dicho que el saneamiento político es una medida previa indispensable para el saneamiento gubernamental y administrativo. «Derrocar un tirano, dice el doctor Matienzo, sin alterar el estado de cosas que facilitó la tiranía, es como matar los mosquitos, sin tocar el pantano en que nacen; es como desatender la higiene esperando que la enfermedad se produzca para curarla».

            Se impone pues que, con los elementos de espíritu renovador y progresista de los viejos partidos y de todos los paraguayos de buena voluntad, se formen, dentro o fuera de esos partidos tradicionales, nuevos núcleos de opinión con ideas, métodos y orientación nuevos, que, indispensablemente incluyan en su ideario y programa, los siguientes principios y realizaciones:

            Principios:

            A. Que en el país gobierne la ley y no los hombres. «La experiencia de la humanidad demuestra que mejor es el gobierno de las leyes que el de los hombres; y, para que gobiernen las leyes, se han adoptado las constituciones escritas».

            B. Que los intereses de la nación, estén siempre arriba de los intereses del partido.

            En tal concepto deben las nuevas asociaciones políticas proclamar y sostener el concepto de que «la función de gobierno y el ejercicio de las magistraturas, no puedan constituir premios a la habilidad o a la audacia, sino que han de ser reservados a los más idóneos, capaces de ejercerlos con dignidad y de servir con acierto los intereses públicos confiados a su honor e inteligencia, evitándose así al pueblo la estafa moral y material que le significan los que ocupan, sin desempeñarlos por falta de condiciones, los cargos creados para servir a la sociedad y no para mantener a sus parásitos. Debe para siempre proscribirse el concepto de que los empleados públicos costeados por el pueblo que trabaja y produce, para satisfacer las necesidades de la administración, constituyen una pitanza reservada al correligionario político, pervirtiendo la función pública y ocasionando a la nación los daños inmensos que la crónica de estos tiempos va poniendo de manifiesto». («La Nación» de Buenos Aires).

            C. Desterrar el personalismo.

            El personalismo es el peor defecto de la política. Este mal muy común en los pueblos latinos, en que los hombres se ocupan más de vencer a otros hombres que a la naturaleza, ha producido verdaderos desastres.

            El endiosamiento de un caudillo afortunado, por sobre todo y contra todo, en cuya persona se concentran todos los hilos del poder de un partido en el gobierno, produciendo la abyección y servilismo del electorado, la formación de políticos profesionales, el incondicionalismo o sea la abolición de la independencia personal y de la dignidad individual dentro del partido, ha dado lugar a la degradación, debilitamiento y esterilización de los partidos políticos más fuertes, por el alejamiento de ellos de los hombres de capacidad y de carácter.

            En estos partidos las convenciones electorales son farsas. El candidato a una posición electoral debe comenzar su campaña, por un acto de sumisión, de fe y de devoción hacia el jefe supremo.

            El Jefe del Partido, más que de los intereses de la Patria, se ocupa de conservar su posición política personal, y el Jefe de un país nacido del seno de esos partidos, en lugar de ocuparse de lo que preferentemente le incumbe, tarea de construcción y de administración, concentra su acción, tenazmente partidarista, en sojuzgar situaciones políticas adversas, para cuya consecuencia no repara en medios.

            En los partidos personalistas, el talento, la independencia, la dignidad individual, lejos de ser bases para la exaltación del titular, son más bien causas de hostilidad y alejamiento. El partido pierde la cooperación de los elementos de mayor capacidad para el gobierno y no puede hacer obra duradera. La envidia, la intriga, la audacia, la mentira envenenan el ambiente y concluyen, un poco más tarde o más temprano, por producir explosiones de odios, protestas convulsivas que originan la anarquía, primero en las ideas y después en los hechos. Las revoluciones o simples golpes de estado se suceden. Su obra es fatalmente transitoria y efímera. Caído el caudillo se derrumba su situación y con ella toda su obra, así se trate de las situaciones más fuertes y más prósperas, como fue por ejemplo la de Porfirio Díaz. «Es que no se gobierna a un país como se puede gobernar a una familia».

            D. Combatir el hermetismo.

            Los políticos paraguayos hasta este momento, jamás han pensado en practicar el gran principio de la política moderna, expresado así por un estadista argentino: al pueblo no se gobierna; se le sirve. Nunca han consentido el principio de que los gobernantes no son sino empleados pagados por el pueblo para servirle y no sus amos puestos para oprimirle y perjudicarle, conculcando sus derechos y apropiándose de su patrimonio.

            Los políticos paraguayos, ni de cerca ni de lejos, han alcanzado a comprender, que el ejercicio del poder es el cumplimiento de un deber hacia la patria, debido a la nación por los más capaces, para dirigir el timón de la nave del Estado. Para ellos el poder ha sido el botín a que tenían derecho por la conquista del mando y por consiguiente, su usufructo, una propiedad legítima de que tenían la facultad del uso y del abuso, sin dar cuenta de sus manejos.

            Para estos políticos el pueblo que paga no es el soberano, el amo, el patrón, a quien ha de darse cuenta y razón día a día del manejo de sus intereses, sino, todo lo contrario, sólo un montón de siervos de la gleba, un hato de incapaces, con deberes pero sin derechos, a quienes se puede oprimir y vejar impunemente.

            Para los políticos guaraníes, el papel del pueblo ha de reducirse a trabajar, producir, pagar y sufrir con resignación, sin pedir cuenta a sus gobernantes de lo que éstos hacen en el poder; el gobernante es el dueño de la persona e interés de los gobernados; éstos deben a aquél sumisión y acatamiento incondicional; el gobierno implica la facultad de hacer desde arriba lo que le conviene o le da la gana; para eso es gobierno.

            De este concepto del gobierno de los pueblos, que tienen los políticos criollos, que es completa negación de la democracia, resultó el empleo por los gobernantes paraguayos durante los sesenta años de la postguerra, de modo uniforme e ininterrumpido del hermetismo, es decir, de la ocultación sistemática y completa a los gobernados de los actos realizados y propósitos sustentados por los gobernantes, tocantes a la marcha política y financiera del país, incluso a los mismos partidarios políticos.

            Y cuando alguna vez los gobernantes se han visto obligados a hablar, lo han hecho mintiendo al pueblo groseramente, queriendo con esta bofetada, significar a la nación, que es vano incurrir en la majadería, de pedirle cuenta de sus actos.

            Claro está, que en países en los que la política gubernamental se desenvuelve en semejante ambiente, no hay ni asomo de democracia. Sin embargo, la prensa gubernista, a cada momento vocea, que el Paraguay es el país más libre del mundo. Efectivamente: en el Paraguay, gobernantes y gobernados hacen, cada uno por su lado lo que les da la gana. Para la licencia, es el país ideal.

            Mi alzamiento permanente, tenaz e irreductible, contra este sistema ha sido la causa también invariable de mis fracasos políticos. Siempre he sostenido que el pueblo es el amo y no el sirviente y que, a cada momento, tiene el gobierno que darle cuenta de sus actos y propósitos y, en estas ocasiones, decirle la verdad, toda la verdad y siempre la verdad, como único medio de que el pueblo, en voz de recelos y sospechas, tenga fe y confianza en sus gobiernos, única forma de que el pueblo pueda con alma y cuerpo, decididamente y sin reatos, cooperar a la acción de su gobierno, en sus empeños de progreso material y moral.

            Si queremos tener un país de ciudadanos libres y dignos, donde la opinión pública desempeña el papel de controlador soberano que le corresponde en estos tiempos; si la nación ha de tener paz, honor y libertad, hay que desterrar de la política paraguaya, tan anacrónico principio, mejor dicho, sepultarlo para siempre en nombre de la civilización y del decoro nacional. Con la unión de todas las fracciones del gran Partido Liberal, la implantación en su seno de los principios que anteceden y buenas prácticas democráticas recordadas, podrá tener el país, por ahora y por muchos años, tranquilidad política y gobiernos capaces de acometer, enseguida las siguientes ya impostergables:

            Realizaciones.

            1º. La reforma, por modernización o actualización de la Constitución Nacional, poniéndola a tono con la idiosincrasia moral y material y las posibilidades de la República, en primer lugar y; los adelantos de la civilización en estos tiempos en segundo lugar y; depurándola de las faltas o errores que la práctica ha señalado en ella, como inconvenientes y que he diseñado en el lugar correspondiente.

            2º. Promover la reforma de las leyes más importantes del país como son las codificadas, poniéndolas a tono con la fisonomía política, social y económica de la nación y operar así la emancipación jurídica de la República, del yugo de la legislación extranjera. En el capítulo correspondiente he recordado cuáles son esas leyes.

            3º. Reformar la ley electoral, prescribiendo penas excepcionalmente severas y procedimientos extraordinariamente escrupulosos, tendientes a asegurar al ciudadano paraguayo la emisión de su voto, libre de toda presión de cualquiera persona o núcleo de personas (caudillos, comités, comisión directiva, estatutos políticos, etc.), y el respeto del resultado de las elecciones por el Congreso y el P. E.

            4º. Promover el arreglo de la deuda de la guerra pendiente con el Brasil y la Argentina y, si los recelos o pactos existentes entre los acreedores, fuesen óbice insalvable para ese arreglo, buscar, por otra vía y en otro terreno dentro del Derecho Internacional, la solución definitiva de este negocio sin parecido en el mundo.

            5º. Dictar leyes que, bajo penas severas de inhabilitación que no baje de un año y multa que no baje de diez mil pesos c/l., impongan a los gobernantes la obligación de dar, en cortos períodos de tiempo, cuenta a la nación, de sus actos, gestiones y propósitos y de los medios de que piensan hacer uso para su realización y, en esas ocasiones, decir al pueblo, la verdad, siempre la verdad.

            6°. Dictar disposiciones legislativas que prescriban el control más riguroso y ceñido y la publicación más extensa, sobre todos los dineros y valores que entran y salen en arcas fiscales y los contratos que el Estado celebre por adquisición de cosas y prestación de servicios. Reforzar las penas del Código Penal, sobre los delitos que afectan la buena administración de los bienes del Estado, aumentando su severidad y el tiempo para su prescripción y declarándolos inindultables o inconmutables. Excitar el celo de los ciudadanos para denunciar y perseguir los atentados contra la administración financiera del país, por medio de disposiciones legales y premios adecuados.

            7º. Dictar una ley de publicaciones, que establezca las condiciones que debe reunir y los privilegios deberes y responsabilidades que debe asumir el editor de una publicación o el que ejerce la profesión de periodista.

            8º. Buscar dinero a todo trance, deber todo lo que se pueda, hasta la camisa como decía Sarmiento, para construir obras públicas reproductivas como ser: fomento de la colonización, la agricultura y la ganadería, construcción de puentes, caminos, canales, ferrocarriles, puertos, escuelas, hospitales, colegios de artes y oficios, desecación de pantanos, obras de salubridad, marina mercante, etc., para que nunca falte trabajo, o lo que es lo mismo dinero en el Paraguay, única manera de que la inmigración venga al país y el nativo no salga al extranjero en busca de trabajo.

            Pagar buenos jueces, buenos consulados y buenos maestros, a costa de cualquier sacrificio.

            9º. Combatir la usura y la explotación capitalista con leyes adecuadas y mano fuerte, interesando a todo el pueblo en la campaña libertadora.

            10º. Reunir las instituciones de defensa interna y externa del país (policía y ejército) en una sola repartición con un frente único y una sola caja, para reforzar y enfocar toda su fuerza sobre un solo punto, de modo a ofrecer su acción mayor unidad, eficacia y consistencia. Construir una Penitenciaría Central y pequeñas penitenciarías locales, empleando a ese efecto el trabajo de los sometidos a la justicia, quienes, sea cual fuere su situación, siendo válidos para el trabajo, estarán sometidos a costearse su manutención durante su cautiverio penal.

           

            No faltará quien atribuya la severidad con que trato en este libro a la política y los políticos del país, a despecho, dado mi ningún éxito en esa actividad. Pero nada sería más equivocado.

            Si he sido siempre una figura apagada de la política, se ha debido única y exclusivamente a mi desvío de ella. Conozco todos los caminos que conducen al encumbramiento político y me hubiera sido fácil haberlos recorrido. Pero siempre he tenido cordial repugnancia a los métodos, procedimientos y ambiente en que se desarrollaba la politiquería en el país, y como, a Dios gracias, nunca hasta hoy he necesitado del provecho pecuniario que esa actitud pudiese haberme reportado, preferí más bien conservar mi independencia y quedar en paz con mi conciencia.

            Me contaron que un eminente vividor, político gubernista, refiriéndose al folleto en que critiqué los actos del Dr. Eligio Ayala dijo: «lo que dice el Dr. González no tiene valor alguno: es un pobre diablo, un cadáver político, hace tiempo sepultado para siempre».

            La sentencia es estrafalaria. «Cadáver político, dice un escritor, se llama aquél, que ha sido derribado del poder, y no tiene probabilidades de resucitar, es decir de volver a mandar. Y es evidente, que yo no me encuentro, en uno ni en otro caso: nunca he estado arriba y por consiguiente no podría ser derribado.

            Pero, dando de barato, que yo soy en el Paraguay un cadáver político, puede creerme el lector, que estoy más que conforme, encantado, dentro de mi sepultura, que me ha permitido estar lejos de las miserias de la politiquería criolla. La prueba está en que jamás he dado un paso para salir de ella.

            «En la América española, dice un ilustre escritor mejicano, la muerte política, se encuentra muy lejos de constituir una vergüenza. Y es un mal solamente para los insignificantes que carecen de aptitudes para destacarse en los demás órdenes de la vida. ¿Qué le puede importar a un Poincaré, dejar el poder, cuando sabe que seguirá siendo una de las personalidades eminentes de su patria, en las letras y en la historia? Pero la muerte política es horrible para la pobre gente alzada a las alturas, por el vendaval de las revoluciones y luego caídas, por su propio peso, a la nada, de donde han surgido. Estos son los cadáveres políticos dignos de lástima, porque, al desprenderse de la administración pública, irán a confundirse con la hojarasca de la masa anónima. La muerte política nada significa, cuando hay vida científica, vida artística, vida del pensamiento o del corazón».

            Repito que no me arrepiento de ser cadáver político: eso mediante no me alcanza solidaridad alguna con los desgobiernos del pasado.


            Otros dirán que mis apreciaciones sobre las cosas y los hombres de los gobiernos de la postguerra, son unipersonales, singulares y exageradas. Sería otra equivocación. Muchos han pintado esos males con tintas aún más cargadas, sólo que, de acuerdo al mal reinante en el país de la cobardía moral, no han tenido el valor de enseñarlos públicamente. Y si no, véase lo que sigue entresacado de los párrafos de una larga carta que, en el año 1923, recibí en mi confinamiento en un Sanatorio en Alemania de un ilustre amigo, un personaje político de primera fila.

            «Preferiría tu lecho de enfermo, pero con el alma en salud, a sufrir la sofocación moral que me producen los gases asfixiantes que infestan este ambiente político irrespirable, que me revuelven el estómago y me envenenan el corazón».

            «Sí señor: estoy asqueado, profundamente asqueado.»

            «De los personajes políticos puros, desinteresados, inmaculados, que cada uno tiene en su haber, por lo menos diez claudicaciones y no conocen otros medios de vivir que el favor oficial y, si a mal no viene, son socios de empresas de contrabando».

            «De los militares pundonorosos que, por lo menos tienen cada uno, diez traiciones en sus fojas de servicios».

            «De los sabios e intelectuales sin prueba, que trafican con su silencio o complacencia, ante los más escandalosos gatuperios».

            «De los periodistas, sin luz en la cabeza, ni sentimientos dignos en el corazón, siempre dispuestos a mojar su pluma a favor de los que mandan o tienen dinero y a ofender o agredir, a los que no disponen de la fuerza o de la plata».

            «De la juventud, sin ideales de libertad, probidad y justicia, que huye del trabajo y del estudio, que sólo piensa en divertirse y tener dinero, sin fijarse dónde y cómo lo consigue; que se inmiscuye en política antes de tiempo y son los primeros en calumniar y rebajar a sus propios maestros, que se desvivieron por desasnarle. Juventud ingrata y cobarde, incapaz de aportar una idea, de levantar una antorcha, ni de indignarse ante la injusticia, que se yergue ante el débil y se postra ante el poderoso por pura ruindad».

            «De los obreros, sirvientes y peones, ingratos y viciosos a quienes día por día, hay que recordar y enseñar sus obligaciones, ponerles las herramientas del trabajo en las manos y quedar todavía allí a vigilarles si ejecutan sus trabajos y quienes, apenas el patrón o el superior se distrae, hacen la huelga de los brazos caídos, y son eternos conspiradores, enemigos natos de quienes les favorecen, dándoles trabajo».

            Un distinguido colega y amigo, que alcanzó a leer antes de su publicación algunos fragmentos de este libro, me observó que la obra, exhibiendo al desnudo al país, lo desacreditaría ante el extranjero e impediría la afluencia de inmigrantes a la República.

            Le observé que yo pensaba justamente lo contrario. Que mucho más daño le habrán hecho y seguirán causándole, la ocultación de sus males y las alabanzas exageradas, con que le han brindado los alquilones de la reclame o los escritores dulzones, que adulan al pueblo, atribuyéndole cualidades excelsas a sabiendas de su falsedad. Ya lo había dicho un famoso colonizador: el inmigrante europeo no tiene miedo a las fieras, ni a las revoluciones, ni a los salvajes: sólo tiene miedo a la mentira, al desengaño, que le ha hecho perder tiempo y dinero. Y así, el temido desengaño se convierte en muy grata sorpresa y motivo seguro de radicación, cuando llegado encuentra, que la realidad había sido mejor que la esperanza.

            Y la experiencia abona esta tesis. La República Argentina nunca recibió más inmigrantes que, cuando sus más ilustres hijos, Sarmiento, Alberdi y otros trataban a sus compatriotas, casi a diario, de «bárbaros, salvajes, inservibles para el trabajo y aptos solamente para degollar, cuatrerear, tomar mate, emborracharse y tocar la guitarra», etc.

            Y eso que, en aquellos tiempos, llegaban los inmigrantes bajo las balas de las revoluciones que entonces menudeaban en Buenos Aires, porque todavía no tenía la colosal riqueza que ahora ostenta; y ya se sabe, que la anarquía es inseparable de la pobreza y que el mejor antídoto contra las revoluciones es el dinero.

            Mil veces peor que yo trato en este libro a los hombres y cosas del Paraguay, ha sido tratada nuestra vecina Bolivia por el más brillante e incisivo de sus escritores contemporáneos don Alcides Arguedas, en sus libros tan famosos, titulados un pueblo enfermo y los caudillos bárbaros. Y en parecida forma fueron tratadas las demás naciones latinoamericanas, con fines a su mejoramiento, por sus más ilustres hijos v.gr. el Uruguay por Rodó y Javier de Viana, Chile por Bilbao y Lastarria, el Perú por Pardo y González Prada, Ecuador por Montalvo, Colombia por Vargas Vila, Venezuela por Acosta y Blanco Fombona, Cuba por Martí y por último, las repúblicas centroamericanas, por Salvador Mendieta, en su libro la enfermedad de Centroamérica, el más valiente que yo conozco en este orden, que fustigó las lacras de su país en forma tal que, en rigor y crueldad, ha pasado cien codos arriba de los nombrados. Mi libro sería pétalo de rosa al lado de los recordados y, particularmente, de este último.

            La reacción contra tan desagradables escritores purgantes, fatalmente había de producirse: Sarmiento fue tratado de loco, Alberdi de traidor, Arguedas de calumniador de Bolivia y desterrado del país; Mendieta de sujeto pernicioso expulsado de Centroamérica. Pero, una vez pasado el bochorno del insulto, el picor del latigazo, el dolor punzante del cauterio aplicado sobre la llaga, se operó la crisis saludable de la reacción orgánica y moral y estos operadores fueron colocados por la posteridad agradecida entre los grandes benefactores de la patria.

            Es que está escrito que, al placer ha de llegarse solamente por el camino del dolor y al bien, por el de la verdad amarga. Ya lo dijo Voltaire «bienvenidos sean el vejamen y el insulto para los pueblos y los hombres, si han de servirles para corregir sus males».

            Y este principio es firme en todas las actividades humanas. Beethoven tituló a una de sus más famosas sinfonías: a la alegría por el dolor. Y no hace mucho, el eminente pensador Ortega y Gasset, contestando a las injurias que, parte de la prensa argentina le propinaba, por sus críticas punzantes pero sinceras, a ciertas modalidades de la vida argentina, les respondió: espero la gratitud por el insulto.

            Y yo espero que esta ley se cumpla también en mí.

            No deseo de esta obra otra recompensa que la gratitud nacional, que tengo por seguro me llegará como a aquéllos un poco más tarde o más temprano.


            Es posible que se me haya deslizado alguna exageración sobre los vicios o defectos de la nación. No me arrepentiría de ello: hasta lo habría hecho adrede, porque desearía en mis fustigaciones a las cosas e ideas que combato, llegar al fondo, hasta la carne viva, si con ello había de conseguir despertar, animar, espabilar, alentar un tanto a este pueblo aplastado, acobardado, aletargado, desmayado por la desdicha y el desengaño. No hay maestro más severo, ni argumento más convincente, que el sufrimiento.

            Como ya lo he dicho, este libro no se ha escrito para molestar a nadie. Prueba de ello, es el esfuerzo que denuncia para no citar nombres propios, siempre que se pueda. Su objeto altamente moral y patriótico es recordar a los gobernantes y políticos, que los ojos del país entero están siempre fijos en ellos, día a día y, no deben olvidar, que, un poco más tarde o más temprano, llegará el veredicto del presente y con mayor razón el del futuro, a repartir castigos y recompensas. Que, un poco más tarde o más temprano pero siempre, fatalmente, concluyen por descubrirse los deslices y chanchullos y que, mil veces peor para el país y hasta para el mismo culpable, es la impunidad, por debilidad ó cobardía, porque así el mal se hace crónico, hasta volverse incurable, que es peor. Repito que este libro lo he escrito, pensando hacer con él un bien efectivo a la patria por medio de la generación que se levanta.

            Su propósito no es otro, como ya lo dije en el prólogo, que el de recordar a los buenos hijos que puedan tener interés en ellas, las verdades sobre los infortunios de la patria, de modo a que ellas puedan servir de punto de partida, para abrir las discusiones sobre los hombres y las cosas del pasado y del presente de esta patria, con miras a la corrección y mejoramiento en el porvenir, de las ideas e instituciones que hasta hoy rigieron la marcha del país con resultado negativo, si no desastroso.

            Nada más encomiable a mi ver, que este propósito en un buen hijo de la patria.


            Antes de concluir deseo hacer una advertencia a los lectores de este libro.

            Y a este efecto me permito recordar un episodio de mi vida política. En el año 1905 yo era miembro de la Comisión Directiva de la fracción radical del Partido Liberal.

            Esta fracción del partido, entonces ya en el gobierno, tenía una inocultable ojeriza al coronel Elías García, jefe de Policía de la Capital.

            Frecuentemente los radicales llevaban al general Ferreira quejas de que el coronel García, perseguía desde la policía a los radicales más expectables, y hacía política personal con un núcleo de colorados.

            El malestar reinante en el partido gubernista, a consecuencia de estas intrigas, llegó a tal extremo, que el general Ferreira, velando por la unidad y armonía de la situación política, tan pronto seriamente amenazadas por la anarquía, resolvió celebrar en su casa, una reunión de notables de ambas fracciones del Partido Liberal, en cuyo seno, un delegado de la fracción quejosa, debía exponer contra el coronel García los agravios que a éste atribuía.

            Así se hizo. La Comisión Directiva del Partido Radical encargó a uno de sus miembros llevar la palabra en esa reunión, exponiendo los agravios imputados al coronel García. Este fue citado para contestar allí el libelo acusatorio. Los demás miembros invitados harían de jurado. Yo asistí a la reunión como miembro de la Comisión Directiva de la fracción radical. El coronel García compareció acompañado de don Adolfo Soler.

            Concedida la palabra al delegado del radicalismo, éste cumplió su deber en forma tan ambigua, tan incolora, con tantas vueltas, y reticencias que, concluido su discurso, resultó que ni un solo cargo concreto se había anotado contra el coronel García, ni como Jefe Político de la capital, ni como liberal.

            El Dr. Manuel Benítez dijo entonces dirigiéndose al presidente de la asamblea: Mi general, yo no he oído cargo alguno contra el amigo García. Y don Alfonso Soler agregó: ¿Para esto no más nos han convocado?

            Entonces yo, considerando que esa actitud demasiado prudente del delegado radical, rayana en la deserción, iba a defraudar el propósito laudable de aquella reunión, dejado las cosas como antes, pedí la palabra y, con la ruda franqueza que me caracteriza, expuse verbalmente, acto seguido, el capítulo de cargos, que la comisión directiva de la fracción radical había preparado contra el coronel García.

            Muchos de los concurrentes oyeron mi exposición con marcadas muestras de inquietud y al terminar uno de los patriarcas del liberalismo, levantándose de su asiento y llegándose al mío, me dijo con gesto airado mbaé pico coreyapóba nde mita-añá, oremoñorairombátanicó. (Qué es lo que haces muchacho del diablo; nos vas a hacer pelear a todos).

            Pero el coronel García que era un hombre de pelo en pecho, replicó a mi apostrofante. No don Juan Ascensio: el Dr. González ha cumplido franca y lealmente su deber de compañero y amigo. Mi estimación por él, habrá aumentado desde hoy, porque mediante su actitud, podré ahora mismo, ante esta asamblea, levantar los cargos que mis enemigos gratuitos me formulan, de todo punto falsos y sin otro propósito que el de desprestigiarme y desalojarme. Y levantándose de su asiento se adelantó y me tendió la mano.

            En este libro en el extenso capítulo de cargos, algunos muy graves, que contiene, claro está, que van envueltos personajes prominentes de nuestro escenario político, muertos unos y otros vivos.

            A estos tales, les exhibo como ejemplo muy digno de ser imitado, el gesto recordado del finado coronel García en la ocasión aludida para que, en lugar de inspirarles este libro resentimientos contra mí, les mueva a gratitud, por haber brindado a ellos o a sus herederos, una hermosa ocasión para levantar cargos falsos, que hasta ahora pesaban sobre inocentes.

            Los interesados en este empeño, no deben olvidar que, en materia de inculpaciones a los gobernantes, de inconducta política o económica, es firme el principio de derecho romano mencionado al comienzo de este libro, qui tacet consentire videtur o sea traducido libremente, el que no levanta el cargo, lo confiesa.

            Y si proceden los interesados como les invito, a rectificar los cargos que este libro les imputa y salen airosos, también repito lo que expresé en el prólogo de este libro, que yo seré el primero en aplaudirles y felicitarles públicamente.

            Pero, si en lugar de seguir el camino que, en esta emergencia les señalan la honradez, el decoro y los intereses nacionales y los del propio inculpado, los interesados me contestan con insultos a mi persona, lanzados por anónimos irresponsables, como tengo por cierto que sucederá, no habrá discusión ni rectificación, porque yo no contestaré.

            En esta clase de asuntos, el insulto personal es completamente estéril y siempre contraproducente. Estéril porque los defectos personales de un ciudadano, sobre todo de los que, como yo, no ocupan puestos públicos, no interesan al país; como dice la Constitución quedan reservados a Dios y a la conciencia de cada uno. Contraproducente porque es bien sabido que el insulto personal en discusiones sobre actos públicos es la razón de quien no la tiene, o sea la confesión de la culpabilidad del insultante.

            Ya es tiempo de comenzar a hacer la historia nacional del período constitucional del Paraguay.

            Que este libro haya de servir en algo a esa magna obra, será la mejor recompensa para su autor y su más alto título de gloria.

            Manos a la obra.



ÍNDICE

PREFACIO.

TITULO I

LA DESDICHA ORIGINAL

TÍTULO II

LA INMOLACIÓN DEL PARAGUAY

TITULO III

LA DEUDA DE LA GUERRA

TÍTULO IV

LA CONSTITUCIÓN NACIONAL

CAPÍTULO I

BREVES DATOS HISTÓRICOS

CAPÍTULO II

DECLARACIONES Y PRINCIPIOS DE LA CONSTITUCIÓN NACIONAL

CAPÍTULO III

DEFECTOS DE LA CONSTITUCIÓN NACIONAL

CAPÍTULO IV

OLVIDO Y MENOSPRECIO DE LA CONSTITUCIÓN NACIONAL

LABOR LEGISLATIVA DE LOS GOBIERNOS DE LA POSTGUERRA.

CAPÍTULO V

VIOLACIONES DE LA CONSTITUCIÓN NACIONAL

LA LEY ELECTORAL

TÍTULO V

LA POBREZA DE LA NACIÓN

CAPÍTULO VI

GENERALIDADES. - CAUSAS DE LA POBREZA DEL PAÍS

TÍTULO VI

LA POBREZA FISCAL Y SUS CAUSAS

CAPITULO VII

DILAPIDACIÓN DEL DINERO PROVENIENTE DE LOSEMPRÉSTITOS EXTERNOS

HABLA EL SR. DECOUD

CAPÍTULO VIII

MALBARATAMIENTO DEL PATRIMONIO FISCAL

CAPÍTULO IX

EL CONTRABANDO

CAPÍTULO X

PAGO DE PERJUICIOS DE REVOLUCIONES

CAPÍTULO XI

PRESUPUESTOS FALACES

CAPÍTULO XII

EL DESORDEN Y DESPILFARRO EN LA ADMINISTRACIÓN DE LAS RENTAS PÚBLICAS

TÍTULO VII

EFECTOS DE LA POBREZA Y LA INCAPACIDAD ADMINISTRATIVA

CAPÍTULO XIII

LA FALTA DE OBRAS PÚBLICAS

CAPÍTULO XIV

EL ABANDONO DE LA SALUD PÚBLICA

CAPÍTULO XV

LA CAPITAL SIN CLOACAS

CAPÍTULO XVI

INDEFENSIÓN DEL PAÍS

CAPÍTULO XVII

LA USURA Y LA EXPLOTACIÓN CAPITALISTA

CAPÍTULO XVIII

EMISIÓN DE BILLETES INCONVERTIBLESEN TORNO A LA OFICINA DE CAMBIOS

CAPÍTULO XIX

EL ABANDONO DE LOS MONUMENTOS Y OBRAS DE ARTE

TÍTULO VIII

LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA

TÍTULO IX

EL DESIERTO

CAPÍTULO XX

GENERALIDADES

CAPITULO XXI

LA INMIGRACIÓN

LOS CONSULADOS DEL PARAGUAY EN EUROPA

LA INMIGRACIÓN DIRECTA

CAPÍTULO XXII

LA COLONIZACIÓN NACIONAL

LA ZONA AGRÍCOLA

VÍAS DE COMUNICACIÓN

LA LEY 782

CAPÍTULO XXIII

FOMENTO DE LA COLONIZACIÓN AGRÍCOLA

CAPÍTULO XXIV

EL DESAMPARO DEL CAMPESINO PARAGUAYO

EL CÓDIGO RURAL

TÍTULO X

LA INCULTURA

GENERALIDADES

CAPÍTULO XXV

LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA: LA INSTRUCCIÓN PRIMARIA

LA INSTRUCCIÓN SECUNDARIA

LA INSTRUCCIÓN SUPERIOR

LA JUVENTUD UNIVERSITARIA

CAPITULO XXVI

LA EDUCACIÓN PÚBLICA

LA EDUCACIÓN PATRIÓTICA

LA LEGISLACIÓN EDUCADORA

TÍTULO XI

LA ANARQUÍA: SUS CAUSAS Y SUS EFECTOS

TÍTULO XII

LA POLÍTICA Y LOS POLÍTICOS

TÍTULO XIII

LA COBARDÍA MORAL

GENERALIDADES

COBARDÍA MORAL DEL GOBIERNO

LOS CAPITALISTAS

LOS INTELECTUALES

LA PRENSA

EL PUEBLO

LA JUVENTUD

LA APATÍA NACIONAL

TÍTULO XIV

SÍNTESIS, ACLARACIONES Y ADVERTENCIAS FINALES

 

 

 

 

 

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