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MARTÍN DOBRIZHOFFER (+)

  DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY (Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER)


DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY (Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER)

DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY Y DE SU CAPITAL ASUNCIÓN

Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER

 

La tercera gobernación de la cual quedó el nombre a toda la provincia, es Paraguay. Ella tiene su denominación por el río de igual nombre que la recorre. A juzgar por su extensión, es inmensamente grande, pero a causa de la peligrosa vecindad de los bárbaros de un lado, y de los Portugueses del otro, está encerrada en límites demasiado estrechos para su número de habitantes. Este miedo a sus vecinos les impide/70 aprovechar los campos extensos y fértiles situados en la parte al poniente, en la otra banda del río y en parte al Norte, pero siempre demasiado distantes de la ciudad. Hacia el Sur, la llanura de Corrientes constituye su frontera. Es difícil indicar el número de sus habitantes. Se dice que en caso de necesidad podrían hacer formar diez mil hombres. En esto se habla sólo de los Españoles, pues si fueren armados los indios, los negros y los restantes esclavos, se podrían reunir fácilmente treinta mil. Pero, de seguro podría ponerse sobre sus banderas el lema: Sólo llenamos el número y nuestro destino es únicamente ayudar a comer el bastimento; nos numerus sumos & fruges consumere nati. Un gobernador de Paraguay se habría quejado una vez que él contaba en realidad con muchos soldados en el ejército, pero pocos armados de mosquetes y aún menos que supieren manejarlos y apuntar con ellos. La capital Asunción recibió este nombre de la ascensión de la sacratísima virgen. Está situada bajo el 25 grado, 8 minutos de Latitud y el 319 grado, 41 M. de Longitud sobre el río Paraguay, que es muy cómodo a los barcos para anclar y a los habitantes para comerciar, pero amenaza con hundir la ciudad por aproximarse cada vez más y derrumbar la orilla y las casas citadas en ella. Asunción no es, en lo más mínimo, ni esplendorosa ni fortificada. Las casas, en su totalidad, son bajas y sin pisos altos, aunque se encuentran entre ellas algunas edificadas con piedras o ladrillos, y techadas con tejas. El mismo aspecto tienen los conventos. En las iglesias no hay nada digno de ser visto. Todas las calles son torcidas, desparejas a causa de los hoyos y piedras existentes en ellas, excavadas por la lluvia y por ésta causa igualmente ásperas para jinetes y peatones./71 La única plaza, si todavía recuerdo bien, se halla cubierta de hierbas. El gobernador y los obispos tienen, ya desde el tiempo de Carlos V, su sede aquí, pero no una casa propia. En nuestro Colegio se enseñaba aparte de la gramática, también la filosofía y la teología con mucha concurrencia. Los negros, indios y otros de raza diferente que se llaman mulatos, mestizos y puchuelos etc., tienen un párroco propio y una iglesia parroquial propia. Todo el vulgo, aún las mujeres de rango, niños y niñas, hablan el guaraní como su lengua natal, aunque los más también hablan bastante bien el español. A decir la verdad, mezclan ambas lenguas y no entienden bien ninguna. Pues después que los primeros Españoles se apoderaron de esta provincia, que antes estaba habitada por los Carios o Guaraníes, tomaron en matrimonio las hijas de los habitantes por falta de niñas españolas y por el trato diario los maridos aprendieron el idioma de las esposas y viceversa, las esposas el de los maridos, pero, como suele ocurrir generalmente cuando aún en la vejez, se aprende idiomas, los españoles corrompían miserablemente la lengua india y las indias la española. Así nació una tercera o sea la que usan hoy en día.

 

Durante mi estaba por tres meses en esta ciudad, el confesionario me quitaba diariamente muchas horas, porque hablo ambas lenguas. La mayoría de los Españoles vive en aldeas, en estancias y pequeñas localidades para estar más cerca a sus campos de cultivo y pastoreo. Fuera de la capital no hay ninguna ciudad en este país. Villarica o Curuquati son lugares insignificantes y solo la sombra de ciudades. A causa de sus migraciones tantas veces repetidas por miedo a los Portugueses, sus habitantes/72 se tornaron casi mendigos. Xerez y la Ciudad Real del Guayrá llevaron antiguamente el nombre de una ciudad, pero han sido abandonadas hace mucho tiempo y destruidas por los Portugueses, que viven reunidos en la ciudad de S. Pablo, escondrijo de los Mamelucos y que ocupan hoy el fértil suelo del Guayrá. Si bien los Españoles se lamentan siempre por la pérdida de sus territorios más hermosos, lo soportan, sin embargo, con paciencia convencidos que una ira vana no tiene efecto.

 

De las antiguas reducciones en que los Españoles han colocado los indios vencidos o convertidos restan aún Caazapá, Yuti, Ytapé e Yta. Los franciscanos cuidan de ellas. Caazapá se compone de más o menos doscientas familias, que en cuanto a la ganadería superan a las demás. Ellas obtienen anualmente hasta veinte mil terneros. Supongamos ahora que la tercera parte de los que felizmente llegaran a crecer se pierda también por las sabandijas, por las fieras y ladrones, se deducirá fácilmente que el número de vacas y novillos debe sumar en esta localidad cien mil. Agréguese a éstos aún los innumerables mulares y ovejas. Su ganadería se extiende por muchas leguas sobre la más amena llanura. A cierta distancia entre sí, se han colocado pastores indios y en cada puesto se ve lo que por lo general en Paracuaria yo no vi jamás: puro ganado de un mismo pelo. Así se encuentran en un lugar de un solo color blanco los caballos, vacunos, ovejas y hasta las gallinas del cuidador son blancas. En otro lugar, todos son de color negro, en un tercero todos overos. Tantas diferencias de colores, al parecer superfluas, no proceden de la casualidad sino del cuidado/73 de los cuidadores. La localidad Ytapé alimenta alrededor de veinte familias. Yuti e Yta algunas más. Bajo párrocos seculares se hallaban Atirá, y Altos, que han sido unidas en un solo pueblo. Quarambaré y Taboti cuentan con pocos habitantes; Yaguarón tiene alrededor de doscientas familias. Como los habitantes indios de estos pueblos están sometidos al servicio de los españoles, sus pueblos no pueden compararse con los de nuestros guaraníes, ni en el número de la población, ni en el grado de cultura, ni en el esplendor de las iglesias porque ellas dependen solo del rey de España al cual se han sometido voluntariamente, libres de toda sumisión privada.

 

 

LOS NUEVOS PUEBLOS DE SAN JOAQUIN Y SAN ESTANISLAO, DE INDIOS YTATINGUAS

 

En la gobernación del Paraguay, hay otras cuatro localidades que hemos fundado y mantenido para los indios. S. Joaquín, después de varias mudanzas, está situada bajo el 24 grado 49 m’ de latitud y el 321 grado de longitud entre las selvas Turumay, llamada así por los árboles de igual nombre, sobre el río Yú. En el año 1767 se contaron en él dos mil diecisiete habitantes. Los españoles los denominan incorrectamente Tobatines, mientras ellos se llaman en su lengua guaraní Ytatines o Ytatinguas. En el año 1697 nuestros PP. Bartolomé Ximenez y Francisco Robles descubrieron más de cuatrocientos en las selvas Turumay y los llevaron a la antigua localidad Nuestra Señora de Santa Fe situada a 150 leguas de ahí, donde también quedaron fieles a la religión cristiana por varios años. Pero el amor a la libertad los indujo de nuevo a retornar a las selvas de sus padres, donde fueron encontrados antes, y donde los PP. Policarpo Duffo y Miguel Haffner, volvieron a hallarlos recién después de larga búsqueda y de muchos viajes en 1721. En Tacuma fue fundada una pequeña/74 localidad, y en el año 1723 se bautizaron más de trescientos. En parte por falta de campos de pastoreo y en parte por las turbulencias de una rebelión que algunos Españoles rebeldes habían promovido con ocasión del gobernador José Antequera impuesto a ellos, fueron de nuevo trasladados por intervención del P. José Pons a la localidad de Nuestra Señora de Santa Fé. En esta localidad quedaron por diez años y se condujeron muy bien. Desgraciadamente estalló en su vecindad entre los Españoles una terrible sedición a la cual se agregaron el hambre y los espantosos estragos de la peste variolosa. Todo esto los aterró y de nuevo huyeron en el año 1734 a sus acostumbrados y remotísimos bosques, para buscar allí seguridad y alimento. Por mucho que a los Jesuitas afligió la fuga de 400 familias, admiraron, sin embargo, su astucia, con la cual todos se escaparon secretamente en una noche, sin dejar el menor vestigio por el cual se hubiera podido deducir la ruta que habían tomado y hacia dónde se habían dirigido. Luego se enviaron los PP. Sebastián de Yegros, Juan Escandon, Felix Villagarzia y Lucas Rodriguez, para que indagaran el escondrijo de los fugitivos. Pero no obstante todo empeño empleado, después de haber cruzado por diversos ríos y esteros durante dieciocho meses y revisado lo más cuidadosamente todos los rincones de las selvas más lontanas, no pudieron dar con ningún rastro del pueblito escapado. Finalmente fue descubierto por una casualidad en el año 1745, lo que antes no pudo haberse realizado por esfuerzos algunos. El relato de esta casualidad resultaría demasiado largo para mi historia. Por mandato de su superior, el P. Sebastián de Yegros se puso en camino inmediatamente, aunque tuvo que vencer muchas dificultades/75 en todas partes bajo la lluvia continua, el desbordamiento de los ríos y los peligrosos esteros. Tras un viaje de cuarenta y nueve días encontró a los Itatines en las selvas en Tapebi. Ellos estuvieron conformes con que se fundara para ellos en su patria una localidad, y que algunos cientos de niños nacidos recién después de su huida a las selvas fueran bautizados. Sin tardanza se les enviaron desde las antiguas localidades ganados de toda especie, ropas, hachas y otros avíos caseros; además algunos indios músicos con sus familias, junto con algunas otras que debían instruirlas en las artes útiles. Todo se hizo conforme con su deseo, cuando de repente un terror insospechado se apoderó de estos indios e interrumpió el buen progreso de la nueva reducción. Los bárbaros jinetes que los españoles denominan Quaycurúes o Mbayas, devastaron con asesinatos y robos las estancias de los Paracuarios vecinas a ellos. Esto intranquilizó extremadamente o los Ytatines que allá siempre estaban temiendo que los enemigos estuvieran cerca. Los rumores siempre renovados del inminente arribo de los bárbaros les causaron muchas noches insomnes, y aún en pleno día ellos sólo soñaban en peligros. A esto se agregó otra calamidad: la sequía general. Para defenderse tanto contra la sed como contra los enemigos, los indios y sus misioneros consideraron conveniente trasladarse más hacia el sud, a un lugar donde por tantos bosques, situados por medio, estaban seguros contra los bárbaros jinetes y jamás expuestos a la falta de agua. Por esto, dejando abandonadas la iglesia de ladrillos y la vivienda de nuestros padres, fundaron apresuradamente en el año 1753, sobre una colina, junto al río Yú, una localidad que más tarde fue provista con las mejores leyes en base a las reducciones guaraníes, aumentada con nuevas familias y/76 establecida permanentemente. Yo mismo he trabajado con éxito en esta localidad. Cuando el digno obispo de Asunción, Manuel de la Torre, nos hizo la visita habitual permaneció en nuestra casa por dieciséis días, y no pudo admirar y ponderar bastante la conducta cristiana de los habitantes, su exactitud en el culto divino, la forma artística de sus iglesias y música y el orden reinante en todas las cosas de estas gentes selváticas, apenas pacificadas. D. Carlos Morphi, irlandés y gobernador del Paraguay, que participó en todas las expediciones y victorias de Zevallos contra los portugueses y era completamente versado en la música y las lenguas europeas, pudo contener apenas su placer cuando yo lo hospedé durante cinco días en mi casa. Se asombró ante la especial habilidad de estos indios montaraces en la música y en las armas, pues presenció como más de ochocientos indios, en parte a caballo, en parte a pie, dispararon en plena carrera sus flechas contra el mismo blanco y eran tan seguros de sus tiros, que sólo unos pocos erraron el blanco. El no podía saciarse bastante de contemplar este espectáculo, que hice repetir frecuentemente para él. Ni yo tampoco de la compañía de un hombre tan excelente. Los caciques de estos convecinos llamados Paranderi, Yazuea, Yeyú, Guiraquera y Xavier. El abuelo de este último fue impuesto antes del nombre Francisco Xavier y así pasó como patronímico a sus descendientes.

 

La segunda reducción en Paraguay, S. Estanislao es una filial de la reducción de S. Joaquín, porque los Ytatines y los misioneros de esta localidad descubrieron igualmente en los bosques entre los ríos Caapivary, Yeyuy y Tapiraquay otros Ytatines y los convencieron a convivir en un lugar y aceptar la fe cristiana./77 No fue tan fácil el inducirlos a resolverse a dar las espaldas a sus selvas nativas y salir al campo libre. Acostumbrados a sus altos árboles umbrosos, a los cuales el sol jamás ha iluminado plenamente, recelan de las llanuras donde los rayos solares penetran libremente y temen siempre por su libertad y vida que creen segura únicamente en selvas intransitables, contra los Españoles y otros enemigos. No se puede negar que en este punto los bárbaros tienen la experiencia a su favor. El P. Sebastián de Yegros (los indios lo llamaban Pay Sabba), pasó bajo la más grande miseria un año en los bosques entre los indios hasta que se dejaron convencer por él y salir del bosque a las llanuras cerca del río Tapiraquay. Los PP. Manuel Gutiérrez y José Martín Mattilla fueron enviados allá con algunos indios cristianos, con ganado y comestibles para construirles algunas chozas y una pequeña iglesia. Esto ocurrió en el año 1751. Los caciques principales de estos indios que establecieron esta reducción de S. Estanislao, se llamaron Arabebe, Tapari y Quirayu. La liberalidad y llaneza de nuestros padres que les regalaron alimento, ropas, hachas, cuchillos, bolas de vidrio y cosas semejantes, los hicieron por completo mansos y dóciles para la doctrina cristiana. Cuando en frecuentes ocasiones yo los visitaba desde la localidad de S. Joaquín en cuyo territorio se fundó esta nueva reducción, no pude admirar lo bastante el suave carácter y las costumbres tan conformes con la ley divina de esta gente nacida y criada debajo de los árboles. Apenas pude contener las lágrimas al tener el dulce consuelo de escucharles la confesión de sus más pequeños pecados con un arrepentimiento mayor/78 al de muchos cristianos viejos que no confiesan al confesor los más atroces crímenes. En pocos años la localidad creció de un modo increíble por el acceso de nuevas familias indias que los PP. Antonio Planes, Tadeo Enis, de Bohemia y Antonio Cortada han buscado por empinados y casi inaccesibles caminos y conducidos felizmente allá. Esta reducción está situada bajo 24 grados, 20 m. de latitud y el grado 321 con 35 m. de longitud. En el año 1767 contaba ya más de dos mil trescientos habitantes. Hasta hace poco vagaban aún como bestias en los bosques donde los Españoles recogen su yerba, un artículo principal de su comercio del cual hablaremos pronto. De modo, pues, que todo el país por la fundación de estas dos reducciones, es decir, S. Estanislao y S. Joaquín, han ganado en modo extraordinario, porque los Españoles tras el alejamiento de los bárbaros pueden atravesar y entrar libremente en las selvas para recoger esta yerba valiosa.

 

Para la confirmación de esto relataré un suceso memorable. Los árboles de cuyas hojas se hace el té paraguayo, se encuentran por lo general en las selvas más remotas que algunos denominan Mbaeverá, algo reluciente, pero otros Mborebiretá, la patria de la gran bestia, y que están situadas sobre los ríos Monday y Acary. Para esta cosecha de yerba, un negocio de varios meses, se envió una vez un gran número de españoles con todos los bueyes, mulas y caballos precisos. La selva por la cual debieron cruzar, está cubierta en todas partes por árboles y entre éstos por cañas, entrecortada por veintiséis ríos y otros tantos esteros y se tiende por una extensión de ochenta leguas sin que en ella se aperciba un campo despejado ni de diez pasos./79 Para abrir paso a gentes y ganado, se necesitó abatir árboles, tender puentes sobre los ríos, hacer caminos con fajinas a través de los esteros y aplanar algo los declives de los cerros. Después de haberlo realizado con indecible trabajo y costo, fue menester aún construir en el lugar donde debía juntarse y prepararse en definitiva la yerba, chozas para los Españoles y cercos y corrales para el ganado y para poder secar las hojas bajo un fuego lento, enterrar parcialmente postes y atravesar otros sobre ellos. Todos los preparativos se habían terminado y los españoles se habían distribuido para juntar la yerba, cuando su jefe Pascual Villalba se encontró con una choza deshabitada de los bárbaros. Impresionado ante este descubrimiento, corrió hacia los suyos a comunicarles esta nueva desagradable. Esta noticia fue la voz de orden para la partida, por la cual todos cesaron de juntar hojas y se apresuraron a salvar su vida mediante la huida. Pero por esto no debe conceptuárseles tímidos ni cobardes, porque ellos no juntan todos reunidos en un solo grupo, sino que separados en los diversos contornos del bosque, buscan los árboles, cortan sus ramas, que reúnen en líos y llevan a su choza. Además, fuera de su cuchillo, no llevan otra arma consigo. Por lo tanto, están siempre expuestos a los asaltos de los bárbaros. Los Españoles, abandonando pues el negocio por el cual habían venido, cabalgaron apresurados sobre sus mulas y caballos de vuelta a la ciudad. Pero Villalba se separó de sus fugitivos hacia S. Joaquín y refirió a los padres todo cuanto había visto y hecho. Para dar fe de sus palabras, les mostró la olla y las flechas que él había traído consigo/80 desde la choza de los bárbaros y les pidió insistentemente que trataran por cualquier medio posible de traer estos salvajes a la localidad, lo que los padres prometieron con la mayor alegría y disposición. Pero como a causa de su débil constitución corporal no se atrevían a emprender un viaje tan dificultoso, eligieron a tal efecto algunos de sus indios y les dieron a Villalba como jefe para hacer buscar por su intermedio a los bárbaros explorar sus ánimos. Apenas habían viajado algunos días cuando, por una intempestiva voracidad habían consumido sus víveres y, como también debieron padecer falta de agua, regresaron de nuevo sin haber descubierto ni siquiera desde lejos el supuesto paradero de los bárbaros. Toda la empresa fue estéril por lo tanto, y no se reemprendió más tarde, de modo que el trabajo de buscar estos indios y la gloria de encontrarlos parecían quedar reservados para mí.

 

Mis superiores me enviaron unos años después a S. Joaquin. El rumor de los bárbaros en Mbaeverá y el miedo de los Españoles a ellos perduraban siempre. Pese a su avidez de ganancias no se atrevían jamás a poner pie en este bosque desde donde se habían prometido una cosecha tan rica en yerba paraguaya. Después que yo hube estudiado el asunto con mi compañero y nuestros indios, resolví emprender el viaje a los bosques nombrados. Por lo tanto, con veinticinco indios cristianos tomé por el camino donde, a causa de los esteros y ríos apenas se puede avanzar. Villalba fue nuestro guía. Ya desde mucho tiempo no restaba nada de los puentes y otros preparativos que los Españoles habían hecho para la seguridad de su viaje. Sin embargo vencimos las dificultades/81 y llegamos a la choza abandonada por los bárbaros. Allí encontramos aún huesos de monos, puercos monteses y antas que los indios comen, un mortero de madera dura junto con otros objetos, muchas espigas de trigo turco e igualmente [descubrimos] la senda sobre la cual ellos buscaban el agua en el cercano río donde se veían muchas pisadas de pies desnudos. Sin embargo no pudimos hallar una huella fresca aunque por varios días habíamos enviado a todos lados unos espías y habíamos explorado con los ojos más atentos las selvas cercanas y orillas pantanosos del río Acaray. Como no vimos ante nosotros indios algunos, ni tampoco una probabilidad de lograr nuestro propósito, regresamos otra vez a nuestra localidad después de haber vagado diecinueve días en la triste soledad y padecido tanta penuria indecible cuan increíble, sin haber cosechado otro fruto que el de la paciencia. He hecho a pie este camino y en frecuentes ocasiones, a pies desnudos. Si nosotros nos hubiéramos desviado sólo un poco hacia el sur, hubiéramos llegado de seguro a las chozas de los bárbaros, como vi al año siguiente. Los Españoles que supieron mi larga y detenida exploración en las selvas de Mbaéverá creyeron que los indios se habrían mudado a otra parte y ya no temieron peligro alguno. Se animaron nuevamente y se trasladaron otra vez en gran número y con mayor avidez de ganancias aún por el camino reconstruido a grandes costos. De pronto se les reaparecieron los bárbaros, justamente cuando estaban plenamente en su trabajo. Como se les habló amistosamente y se los obsequió con carne de vaca y otras cosas, no supusieron intenciones hostiles en los Españoles y hasta regresaron algunas veces en estas chozas suyas. Cuando se les preguntó/82 donde vivían con sus familias, respondieron muy astutamente, temerosos de una visita de los españoles, peligrosa para ellos y sus mujeres, que sus chozas estaban muy distantes y que se podría llegar a ellas únicamente cruzando muchos pantanos. Para evitar que los visitantes descubrieran sus viviendas por el rastro de sus pisadas, al regreso tomaron esta precaución: después de haber llegado por el lado sur, regresaron por el norte, de modo que nadie podía imaginar su dirección. Así los españoles sospecharon de los bárbaros y los bárbaros de los españoles una traición. La desconfianza mutua y el recíproco temor se acrecentaron paulatinamente.

 

 

Fuente (Enlace Interno):

HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN I

Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER,

Traducción de EDMUNDO WERNICKE

Advertencia editorial del Profesor ERNESTO J. A. MAEDER

Noticia biográfica y bibliográfica del Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER,

por el Académico R. P. GUILLERMO FURLONG, S. J.

UNIVERSIDAD NACIONAL DEL NORDESTE

FACULTAD DE HUMANIDADES - DEPARTAMENTO DE HISTORIA

RESISTENCIA (CHACO) , ARGENTINA - AÑO 1967






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