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MARTÍN DOBRIZHOFFER (+)

  LLEGADA A AMÉRICA DEL APOSTOL SANTO TOMAS (Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER)


LLEGADA A AMÉRICA DEL APOSTOL SANTO TOMAS (Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER)

CONTROVERSIA SOBRE LA LLEGADA A AMERICA DEL

APOSTOL SANTO TOMAS.

Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER

 

Cuando leas estas páginas dirás que canto las luchas de las ranas y que hago una gran historia acerca de nada. Admito que estas cosas son juegos y hasta ridículas si se comparan con las grandes batallas de los europeos. Pero nadie negará sin embargo que mis abipones realizaron una hazaña enorme, superior a todo lo esperado y casi increíble. Doce de ellos no sólo sostuvieron a seiscientos bárbaros durante horas, sino que los rechazaron. ¿Acaso no consideras una clara victoria, que doce no hayan sido muertos por seiscientos? Cada defensor debió luchar contra cincuenta atacantes, que respiraban venganza. Duros para repeler el asalto, ágiles para disparar las flechas, celebérrimos para esquivarlas, y muy hábiles. Y ninguno, salvo el que ya mencioné, fue herido en medio de tan grande nube de flechas. Un niño de doce años, despertado por el ruido de la peleay los relinchos de los caballos, fue herido levemente debajo de la pantorrilla por una flecha perdida cuando salía de su choza. Nosotros pensamos que muchos enemigos fueron heridos por haber visto alejarse a dos en un mismo caballo; ya en otra parte dije que esta costumbre es común cuando hay heridos. Al día siguiente se encontraron en un campo cercano corazas de una durísima piel de venado bañadas en sangre/369 y atravesadas por las flechas que habían sido quitadas a los heridos para aliviarles el dolor. Y lo digno de admirar es que el mismo toba que me hirió fue herido por mi abipón cerca del pecho con una flecha en gancho; sufrió la ley del Talión. Tanto los abipones como los españoles pensaban con razón que era la misma flecha que habían sacado de mi heriday puesta en otra caña, por ser de la misma forma y del mismo tamaño que aquella otra. La perfecta igualdad de las plumas de color que colocan en las flechas, no deja lugar a dudas. Mis abipones se alegraban tanto de mi herida vengada como yo me lamentaba de la suerte del infeliz bárbaro, que acaso había muerto en el regreso, pues la flecha del abipón había atravesado el mismo costado del pecho. Un abipón adolescente, colocado en lugar seguro, defendió valientemente el rebaño de nuestras ovejas, al que otras veces habían robado los enemigos arrojando flechas, y lo conservó intacto. ¡Y cómo desearía cantar alabanzas a aquellos cuatro defensores españoles, con perdón de los dioses! Pero ninguna, ¡ah! No encontré en ellos ningún vestigio de valor ni de destreza, sino cuando uno detonaba su fusil contra la luna y otro, mezclado con los abipones que peleaban en la plaza, no sabía cargar el suyo; primero cargaba el proyectil y después la pólvora, de modo que nunca podría estallar. Ni es momento ni quiero recordar otros ejemplos de la estupidez en el manejo de las armas que muchas veces he observado en otros. Tontos de este tipo nos enviaban los jefes militares para la defensa de las nuevas fundaciones, dejando los más diestros y valientes, en una palabra, los españoles, para aumentar sus cuarteles.

Este mismo día, que se me hizo memorable por el asalto/370 de los tobas, al atardecer cuando ya nos parecía que había pasado todo peligro, se nos presentaron doce bárbaros irrumpiendo desde una selva cercana, pero enseguida se esfumaron. Todos pensamos que se trataba de espías, y nos quedó la impresión de que simulando una retirada meditaban atacarnos sorpresivamente de noche, escondiéndose en asechanzas. El insólito ladrido de los perros que duró toda la noche confirmaba nuestro temor. Para saber qué había de cierto acerca del ataque de los enemigos yo recorrí armado hasta las diez de la noche toda la comarca vecina, el campo, la selva y la costa del lago adyacente, con los cuatro españoles que me seguían. Estuve a punto de disparar mi fusil de mano contra uno que se nos cruzó y que por las tinieblas de la noche no pude reconocer. cuando oí que nuestro abipón decía: "¿Miekakami?", ¿Quién es? "Aym", "yo", le respondí prontamente. Había salido como yo a recorrer la zona. Después de haber recorrido todo, ya más tranquilo, escribí unas cartas, aunque con gran dificultad por la herida del brazo, para enviarla al día siguiente a la ciudad de Asunción con mis abiponesy poner al tanto al Gobernador de nuestra situación. Agregué a las cartas la flecha envuelta en la manga ensangrentada de mi camisa en un estuche de cuero, como trofeo de la religiosa obediencia que me tenía enclavado en esa peligrosa fundación. Si me fuera permitido comparar cosas tan pequeñas con las grandes, hice como los jefes europeos, que suelen enviar los estandartes enemigos, por nuncios de sus victorias, desde los campamentos a las cortes. En la metrópoli los ojos de todos convergían en la flecha y la manga teñidas con mi sangre, y servían como monumento de honor. En parte por los mensajeros abipones, en parte por/371 el tamaño de la flecha en gancho, los españoles dedujeron la magnitud de la herida y en consecuencia del peligro en que había estado. Se fue divulgando la noticia de que los músculos se me iban gangrenando a causa de la herida,y muchos de mis compañeros me daban ya por muertoy comenzaron a rezar por mi alma; otros, cuando supieron que todavía estaba vivo, me saludaban a plena voz como a confesar de la fe. Sin embargo, la causa principal de mi herida fue el bautismo que recibió el cacique de los tobas, Keebetavalkin, a punto de morir por las viruelas; consideré que debía sentirme alegre y honrado de haber derramado un poco de mi sangre por causa de su fe. A veces, como el Apóstol, prefería la muerte. No sólo me lamentaba, sino que me avergonzaba de no haber sido enterrado entre los apostólicos héroes de Paracuaria por cuyo sudor, trabajo y sangre fueron llevados innumerables indios al Cielo.

En la metrópoli el rumor acerca del ataque y la defensa de la misión se fue agrandando con nuevos añadidos después que llegaron aquellos cuatro soldados partícipes de los peligros y espectadores de toda la lucha. Afirmaban con firmísima convicción que los bárbaros atacantes habían sido ochocientos, y que por su aspecto eran más terribles que el espíritu de la Estigia. Ponderaban hasta el cielo la virtud sobresaliente de los guerreros abipones, pese a su escasísimo número. A mí me ponderaban abiertamente porque me había acercado diez pasos a la multitud de los bárbaros y me había atrevido a permanecer durante muchas horas en campo abierto, y me debían su salvación ellos y todos los demás; pero ellos mismos deben ser alabados, porque no es costumbre de los soldados hablar ponderativamente de los demás y con modestia de ellos mismos. Aquel capitán que había temido a la luna, más notable por su candor que por su valentía, no se avergonzaba cuando me decía: "Padre mío, si Dios/372 no te hubiera inspirado singular audacia, hubiéramos estado todos perdidos". ¿No debe admirarse tan grande simpleza en un soldado? En verdad, como me faltara absolutamente todo humano auxilio para reprimir a tantos bárbaros, siempre diré contento y agradecido que en medio de tanta tormenta fuimos salvados por obra de Dios.

Dispersos los agresores, los ánimos de mis pobladores no se tranquilizaron. Al día siguiente la plaza se vio atronada por el lamento de las mujeres que lloraban a sus maridos e hijos muertos en el campo por los aliados de los bárbaros cuando habían salido a cazar; pero el pronto regreso de éstos a la misión disipó el infausto rumor que anónimos autores habían hecho correr. Tanto como nosotros nos alegramos de su incolumidad, ellos comenzaron a lamentarse por la pérdida de sus mejores caballos que les había robado el enemigo. En poco tiempoy sin ningún trabajo recuperaron la pérdida de tantas bestias, pues el amigo Oaherkaikin les regaló veinte caballos, poco después robaron setecientos a los mocobíes vecinos. Después de algunos meses había tanta abundancia de caballos que no podía creerse que hubiera habido pérdida alguna. Yo, privado por los bárbaros de mis mejores caballos, no quise volver a tener los míos propios para liberarme de la preocupación de perderlos,y poder burlar a los ladrones.

El Gobernador Fulgencio, cuando suyo por mí el/373 peligro en que estaba la misión, designó a diez soldados como defensa contra los tobas y sus aliados. Pero como la obediencia de estos hombres siempre es lenta o nula, llegaron a nuestra fundación dos días después de la incursión enemiga que conté. Porque no quedara otra vez en peligrosa soledad, dispersados los pobladores por temor, yo me alegré mucho por la llegada de los españoles, sobre todo porque supe que los bárbaros proyectaban otro ataque para el día siguiente. Como los tobas no se habían aplacado ni apaciguado con el robo de nuestros caballos, al poco tiempo se les presentó la ocasión de matar a nuestros habitantes. Vociferaban que las muertes perpetradas por los abipones en sus viviendas, debían ser vengadas por muertes de abipones, afirmando su espíritu para una nueva incursión. Cuando supimos esto por mensajeros dignos de fe, el constante temor nos impuso la necesidad de velar nuevamente de día y de noche. Las mujeres, temiendo la crueldad de los amenazantes tobas buscaban con frecuencia refugio en remontísimos escondrijos y arrastraban a sus maridos y a sus hijos en la huida; de tal modo que muchas veces durante muchas semanas la pequeña fundación estaba vacía de pobladores. El Gobernador nos prometió enseguida que él mismo iría con su caballería contra los tobas para vengar la sangre que se había derramado; pero por falta de forraje y la consiguiente debilidad de los caballos no cumplió sus promesas, sino después de seis meses, cuando ya los tobas habían trasladado sus campamentos a lugares más apartados. Así, por esta demora, la expedición de los españoles y los abipones aliados aunque llena de molestias, fue en verdad vacía de fruto; los tobas nunca fueron descubiertos, habiendo agregado a sus victorias este inútil viaje de los españoles por la prudente rapidez de los bárbaros./374 Mientras yo estuve en Paracuaria los españoles, siempre lentos, fueron dispersados o destrozados.

Entre los continuos tumultos de guerra los asuntos estaban en tal estado que no quedaba lugar para instruir a los abipones ni la menor esperanza de lograr el fruto deseado. Sus ánimos estaban muy lejos de atender la prédica de la religión,y les faltaba el tiempo ocupados en la guerra y en la caza. Cuando al atardecer el tañido de la campana llamaba a todos para oír los rudimentos de la fe, la mayoría de las mujeres, exceptuando a las viejas, y casi todos los niños acudían al templo, pero siempre llegaban poquísimos o ninguno de sus maridos. Ninguna industria ni elocuencia parecían capaces de suprimir los brindis y los antiguos ritos con olor a bárbara superstición. Estando enfermo les supliqué repetidamente que se bautizaran los moribundos. Me rehuían cuando les proponía las mejores cosas para la seguridad de la misión o para la felicidad de cada uno de ellos. Así cuando el Gobernador quiso que le informara por carta el número de habitantes para lograr del erario real la acostumbrada pensión de los Misioneros (que los españoles llamen sínodo), le respondí rápidamente con estas palabras: "No me atrevería a solicitar la pensión anual que el Rey católico destina para alimento de los Misioneros. Esta misión no tiene catecúmenos, sino energúmenos. Yo sostengo que mí se me debe con toda justicia el sueldo que se les da a los soldados del Rey; y creo que ningún oficial sostenido por un sueldo querría verse ni un solo mes en los continuos peligros, desvelos, trabajos y miserias en que yo me fatigo cada día para proteger este lugar contra los bárbaros". Yo/375 había escrito esto al Gobernador con la mayor simpleza. Pero sabrás que en los dos años que viví allí no recibí del erario real ni un solo óbolo ni como misionero ni como soldado defensor de la misión. De allí la tremenda pobreza de la fundación. El dinero que la piedad real había ordenado entregar para alimentar a los misioneros en las nuevas fundaciones, era el único tributo con que solíamos comprar los elementos sagrados, los instrumentos de hierro y las demás cosas necesarias para alimentar y pagar a los indios. Los pueblos bárbaros son vencidos con dinero más rápida y seguramente que con el hierroy las palabras. Estos hieren los oídos y los cuerpos, pero a menudo exasperan los ánimos; aquél, necesario para comprar bolitas de vidrio, anillos, tijeritas, cuchillos y otras pequeñeces de este tipo, doma la inveterada barbarie de los indios y doblega sus ferocísimas voluntades. Escribo este hecho constatado por mí. La falta de subsidios que logran la benevolencia de los bárbaros retarda el progreso esperado del cristianismo y suele burlar todo esfuerzo o esperanza de los operarios evangélicos. El sacerdote podrá hablar hasta enronquecer para que abracen la religión, pero si no da a los oyentes algo, se reirán y no habrá nadie que preste oídos al maestro de religión o acepte su fe. Si ofreces a los bárbaros alimento, ropa, cuchillos y cualquier otra cosa, puedes estar seguro de que irán al Cielo.

Consumido por los sufrimientos de dos años, por los trabajos cotidianos, a menudo atacado de artritisy privado del manejo del dedo medio cuyo músculo fue lastimado por una flecha, como ya dije, pedí al Provincial que me destituyera y enviara en mi lugar a otro sacerdote. Pasaron/376 tres meses hasta que por fin me sucedió José Brigniel, veterano misionero de los abipones y guaraníes. Lo acompañó el Padre Jerónimo Rejon. Aunque ambos habían llegado de la ciudad provistos de abundantes baratijas para conquistarse las voluntades de los abipones y cosas para la despensa doméstica, tuvieron varias oportunidades de probar su paciencia. Algo apaciguados los indios, siempre se vieron asediados por tobas y mocobíes. Omitiendo otras cosas, diré que atacaron la misión cuando Brigniel se encargaba de ella. Un anciano guaraní, pastor de las ovejas, fue degollado miserablemente en el campo. El cacique Oahari, entre otros, fue gravemente herido; curada la herida, poco después murió mordido por un víbora venenosa. Aunque de origen plebeyo, Oahari fue considerado entre los suyos célebre por sus hazañas militares, intrépido y hábily entre sus enemigos, como temible; a la muerte del cacique Revachigi, había sido recibido como cacique. Buscando fama de modesto, rehusó como Ychoalay y Kebachichi, acostumbrados al ejemplo de los más célebres jefes, la sílaba desinencial IN en el nombre con que los nobles se distinguen del vulgo en Höcheri, usada cuando se instituye un jefe de tribu. Hizo célebre su nombre, pese a tener apenas treinta años. Igual o superior a cualquier abipón por su elevada estatura, la dignidad de su porte, el manejo de las armas y caballos, su desprecio de los peligros y su grandeza de alma. Deseando ganarse mi voluntad siempre se mostró morigerado, a no ser que accediera al mínimo deseo de gustar y aplaudir a los suyos en aquello que ellos consideran virtudes; recuerdo que nunca me atreví a ordenarle o impedirle nada porque consideraría ultrajada su dignidad de cacique, aunque debida a la benevolencia del pueblo./377 Con justicia hubieras podido escribir en el túmulo de Oahári, aquella sentencia de otro:Ubi bonus, nemo illo melior; ubi malus, nemo peior fuit (20). En esto fue más dichoso que los caciques Debayakaikin, Alaykin e Ichoalay, que pese haber vivido muchos años en nuestras misiones, murieron en combate sin haber recibido el Bautismo. Porque en los mismos umbrales de la muerte, recibió las aguas salvadoras.

José Brigniel, muy acostumbrado a las cosas de los abipones consideró casi intolerables las miserias de aquel lugar, la ferocidad de los pobladores, las perpetuas asechanzas de los enemigos y sus conminaciones; y no muchos meses después fue atacado por una grave y pertinaz enfermedad. Escribió a muchos amigos suyos que él no entendía cómo yo había aguantado dos años en un lugar tan lleno de peligros, calamitoso y turbulento. En las primeras cartas que escribió al Gobernador Fulgencio, y que yo mismo vi, decía: que la conservación de esa fundación debía ser atribuida a mi paciencia, a mi vigilanciay valor en primer lugar después de Dios. Yo dejaría en silencio esta sencilla recomendación mía, si no considerara que ella es de mucho peso para rebatir las maledicencias de algunos pobres individuos que, aunque nunca hicieron nada digno, llevados por la envidia o el odio se atreven a roer con maldiciente diente, los preclaros hechos de los demás, en ausencia de los testigos, urdiendo mentiras. Me es grato recordar las cartas con las que Pedro Andreu, entonces Provincial de Paracuaria, que también había vivido muchos años entre los indios lules designaba mi sucesory me daba permiso para volver a la ciudad de los guaraníes, como se lo había pedido. Después de recordar las calamidades/378 con palabras graves, que toleré en esta misión del Rosario, me presagiaba como el mejor premio una muerte serenísima y me daba gracias efusivas por la obra realizada con estos bárbaros; pues él mismo vio la misión y admiró su miseria. Había llegado a nuestra pequeña fundación desde la ciudad de Asunción navegando a la ciudad de Corrientes por el río Paraguay acompañado por el Gobernador,y conducido a nuestra casa por espacio de casi una legua rodeado con todo honor por un grupo de jinetes abipones. La cena se limitó a carne de vaca asada y a aquellas pobrezas de siempre; el agua, muy turbia, de la laguna, vecina; ni pensar en pan o vino, que apenas alcanzaba para la Misa. El Provincial pasó la noche en mi pieza, pero de ningún modo tranquila: los mosquitos cubrían todo el aire y las pulgas todo el suelo y le impidieron el sueño. No era raro que horribles serpientes irrumpieran en la habitacióny grupos de sapos deambularan aquí y allá por donde miraras; ratas enormes se paseaban familiarmente y mordían las orejas o los dedos de los que estaban durmiendo; grandes murciélagos nos chupaban la sangre de noche. El ladrido de los perros que los abipones suelen tener en cantidades interminables cesaba muy raramente. Casi todas las noches el estridor de las mujeres que lloraban el alma de sus parientes, gritando, haciendo sonar una calabaza y resoplando las trompetas militares de los varones, producían una música infernal. En medio de tantos impedimentos para el sueño ni el mismo Morfeo podría dormir. Aun el muy adormecido Endymion permanecería en vela. Allí había conocido el Provincial las frecuentes incursiones de los bárbaros que con ánimo y esperanza de degollar a los que dormían acudían repentinamente. Sobre todo deben/379 ser temidos los vecinos guaycurúes que pasan muchas noches preparando las muertes. La víspera los soldados españoles y los abipones habían pasado junto a las armas toda la noche porque se había observado a los mocobíes acercándose; pero no se atrevieron contra nosotros, que estábamos preparados y armados. Turbado e impedido por tantas cosas, el Provincial no encontró un momento de tranquilidad y reprochaba al sol que fuera tan lento en aparecer; aquella noche le pareció una eternidad. No entendía que se pudiera descansar, ni siquiera respirar en medio de semejante modo de vida, en tanta pobreza de habitación, entre tantos insectos y casi en cotidianas luchas, y se compadecía grandemente de mi suerte. Pero le respondí que la prolongada costumbre me había ya endurecido para estas cosas y había fraguado mi paciencia. Así las palomas, aunque de suyo tan asustadizas, después que se acostumbran a vivir en las torres, no se asustan del ruido de las campanas.

Después de cumplido el Santo Sacrificio, se apresuró a volver a la nave. Pero el Gobernador lo disuadió de regreso tan intempestivo, porque una tormenta del sur lo impedía; poco después del mediodía, con un cielo algo más tranquilo, partió en mi compañía, contento de la noche que había pasado allí, poco preocupado por los problemas de la navegación. Hablando familiarmente en el camino me decía que había sido para él un consuelo increíble escuchar cómo yo hablaba con los abipones sin dudar. Hablaba otras lenguas de los bárbaros, más fáciles para los alemanes. Me dejó algunos manojos de bolitas de vidrio para que regalara en su nombre a los abipones. Aunque esta digresión parezca demasiado larga, consideré que esta visita del Provincial debía ser inserta en esta historia por varios motivos. Ya basta acerca de/380 mi partida de esta fundación. Prosigamos con las demás cosas que sucedieron en el espacio de un año. Navegué acompañado con algunos soldados por el río Paraguay a la ciudad de Asunción en el viejo barco en que había venido Brigniel, mi sucesor. Tardamos ocho días en hacer el camino de setenta leguas, usando las velas y los remos. El día antes de tocar puerto, fiesta de San Carlos Borromeo, después de una prolongada bonanza estalló una tormentay nos estrellamos contra una alta roca. Subimos a la ribera rocosa valiéndonos de unas tablas con las que sujetamos la nave no sin trabajo. Aguantamos algunas horas sentados en el campo bajo la lluvia en medio de una gran tormenta y entre horrendos truenos. Aunque tremendamente empapados, nos considerábamos felices porque ni habíamos sido devorados por las olas, ni alcanzados por un rayo. Los soldados se dispersaron y los marineros se quedaron para cuidar la nave; yo llegué a la ciudad a través de campos inundados solo (si no quieres llamar compañeros míos a la lluvia, el viento y los truenos) y a pie, poco antes del mediodía. En nuestro colegio, entre los abrazos de mis compañeros y el amor de los que me rodeaban a por fin suavicé el fastidio de la navegación y el triste recuerdo de la noche anterior. Me presenté al Gobernador y amistosamente le advertí de las cosas que convenía preparar u ofrecer a la fundación para conservar a los Padres que la cuidaban o para detener las incursiones de los bárbaros. El buen hombre aceptó los óptimos consejos, prometió muchas cosas, pero no concretó casi nada. Supe reiteradas veces por cartas llenísimas de quejas del Padre Brigniel que los asuntos de la misión estaban en el mismo punto que antes, que después de mi partida todo se derrumbaba cada día más. A menudo me dolí por ello, y más a menudo me sonreí.

Recuperadas algo las fuerzas, me pareció que podía/381 seguir el viaje a las misiones guaraníes donde convalecería. El Rector del Colegio Antonio Miranda, varón de antiguas costumbres, en un tiempo maestro mío de Teología en Córdoba del Tucumán, muy enemigo de la adulacióny engaño, me había dicho cuando estaba a punto de subir al caballo: "Toleraste en dos años en aquel lugar más cosas que otros toleran en otros sitios durante muchos años". Ninguno de los compañeros que allí estaban disintió con el Rector. Los que me decían adiós a punto de partir me permitieron este consuelo, como quien recibe un dulce a1 final de la comida. El Rector me ordenaba interrumpir un poco el viaje iniciado hasta los guaraníes, y reemplazar a nuestro Párroco que estaba ausente por motivo de negocios en el predio del Colegio que se llama Paraguary, distante de la ciudad de Asunción veinte leguas. El terreno se extiende allí en amena planicie donde pace un gran rebaño y hacia el oriente está cerrado por colinas y rocas y en una de éstas se ve una cruz enclavada en tres piedras levantada en recuerdo de Santo Tomás Apóstol, siempre venerado por los indígenas. Creen en verdad y afirman obstinadamente que el Apóstol, sentado en esa roca, habló en otro tiempo a los indios que lo rodeaban como desde una cátedra. Muestran en el lugar llamado Tucumbú, cercano a la ciudad de Asunción una gruta que había habitado el mismo Apóstol y rastros de los pies y de su báculo impresos en la piedra. En otro lugar muestran una senda con algunas hierbecitas perdidas por la que el Santo Apóstol había ido desde el Guayrá, antes española y ahora portuguesa, al Brasil. El cacique Maracaná le refirió a los Padres italianos José Cataldino y Simón Mazzeta, primeros apóstoles de nuestra Compañía entre los guaraníes y fundadores de sus/382 misiones hacia el año 1612, que un varón de tez blanca, gran barba y provisto de una Cruz había predicado la nueva ley a sus mayores. Fue llamado Tomé, Zumé, por algunos Chumé y por todos Abaré. Este nombre, aunque designe a distintas personas, siempre significa célibe que es como los guaraníes llaman al sacerdote. Este santo varón, además de otras cosas, les enseñó el uso y el modo de plantar la mandioca (de cuya raíz sacan harina y pan). El Padre Antonio Ruiz de Montoya, compañero de los Padres Cataldino y Mazzeta, tan célebre por las tareas realizadas como por sus virtudes, en su libro que tituló La Conquista Espiritual, del Paraguay expone argumentos, y no pocos ni fútiles con lo que demuestra que Santo Tomás Apóstol predicó la ley de Cristo no sólo en las Indias Orientales, sino en algunas provincias de América. Con éstas y otras pruebas acerca de este tema nuestros confiados belgas se atrevieron a decir en el libro titulado:Imagen del Primer Siglo de la Compañía de Jesús, hoja 68: In remotissimis illis  Paracuariae provinciis tantum ubique inter Barbaros memoriam, vestigiaque sancti Thomae Apostoli invenere socii ut dubitare non possit, Apostolum istic olim fuisse (21). Y es cierto que no queda ningún engaño ni lugar a dudas, afirman los buenos varones, pese a que críticos e historiadores europeos lo niegan a una voz.

Los españoles y portugueses siempre consideraron esta creencia de que Santo Tomás llegó a América, trasmitida de padres a hijos entre los indios, tan cierta e indudable que consideraron impíos y rudos a quienes afirman lo contrario. Pero dedúcelo por mi propia experiencia. Cuando descubrí,/383 después de repetidos viajes a un grupo de bárbaros guaraníes sepultados (como ya conté en el primer libro) en las selvas de Mbaevera, o, como ellos mismos la llaman Mborebi-reta, el principal cacique de ellos, Roy, nos miraba a míy mis guaraníes que me acompañaban, con ojos torvos; pues consideran que cualquier advenedizo viola su libertad y los tiene por enemigos. El bárbaro, llevado por tal sospecha me dijo: "No necesitamos de ningún modo un sacerdote. Santo Tomás (Thomé marangatu) recorrió esta regióny de tal modo rezó que no hay para nosotros nada más dichoso que la ubérrima fertilidad de este suelo patrio". Pues estos simples creen que la presencia del sacerdote se debe a que va a procurar fertilidad para la tierra. En verdad me asombré al oír pronunciar correctamente por ese hombre salvaje el nombre de Santo Tomás. ¿De dónde sacó el conocimiento de ese Apóstol, sino del testimonio de sus mayores?

Y no pienses que sólo los indios y los Jesuitas enseñados por ellos afirman que Santo Tomás fue huésped y maestro en América. Ilustres historiadores, tanto españoles como portugueses sostienen esa opinión y la hacen verosímil con argumentos no despreciables. Entre muchos, tomo unos pocos: Antonio de la Calancha, en la Historia del Perú, libro 2, capítulo 2; Juan Torquemada en la Monarquía Indica, parte tercera, libro 15, capítulo 49; el ilustrísimo Obispo Piedra hita en la Historia del Nuevo Reino; Bartolomé de las Casas, Obispo de Chiapa, en la Historia Mejicana; el Padre Alfonso de Ovalle en la Historia del Reino de Chile, libro 8, capítulo I, último parágrafo. En la Historia Peruana que escribió Garcilaso de la Vega, nacido en el Perú de madre descendiente de los incas y de padre español, consta que aquellos/384 reyes peruanos conservaron con gran veneración en la ciudad de Cuzco una Cruz en el lugar del palacio real que llaman Huaca. Del admirable culto a esa Cruz algunos historiadores argumentan que la religión de Jesucristo fue traída por Santo Tomás al Perú, a Chile y a las provincias limítrofes; pero la mayoría de los historiadores se ríen. De mayor autoridad para mí en este asunto es nuestro Padre Antonio Vieira, portugués, orador real de Lisboa y apóstol en Brasil. Quien haya hojeado su obra editada en Lisboa en portugués, de catorce volúmenes (yo lo tengo en mis manos entre mis obras preferidas), dirá que fue de agudísimo ingenio, de juicio exquisito, muy versado en historia sagrada y profana y sobre todo en los asuntos del Brasil; por orden del rey de Portugal Juan IV recorrió Francia, Inglaterra, Holanda, Italia y España; estudió exhaustivamente los documentos de las bibliotecas, consultó los maestros más doctos de las academias y comparó con increíble pericia la fama de esta doctrina de manera tal que en Roma sería la admiración de todos, donde durante muchos años predicó en italiano, y lo escucharon como al principal orador, pese a ser el orador de los príncipes de Lisboa, tenido como capaz tanto de manejar como de desenredar los asuntos de mayor importancia que tenían los reyes portugueses. Después de haber desdeñado los esplendores de la Corte, volvió una y otra vez a las miserias del Brasil donde llevó a muchos miles de bárbaros a la fe de Cristo y a la obediencia del rey portugués, náufrago más de una vez en el océano, meritorio ante la Iglesia y la monarquía portuguesa, después de haber sufrido cosas intolerables, murió nonagenario en Bahía, ciudad de Brasil el 18 de julio de 1698, después de setenta y cinco años de jesuita. Varón, en opinión de todos, realmente grande, siempre/385 consideró superfluo probar con argumentos la llegada de Santo Tomás Apóstol a Brasil, porque supo que los portugueses y los indios lo tuvieron como hecho indudable. Refirió públicamente en un sermón pronunciado el día de Pentecostés en la ciudad de San Luis de la provincia de Marañón que los primeros portugueses que habían llegado a Brasil, encontraron en otro tiempo sus rastros impresos en una piedra y también que había visto esta piedra en la ciudad de Bahía, a la que se llamó de Todos los Santos. Esto esta impreso en la tercera parte de su obra, hoja 392y es el discurso duodécimo. De esto deduciré que hay muy poco que pueda ayudar al presente argumento. Cristo está ya a punto de subir al cielo y envía a sus discípulos a enseñar al mundo (Mrc. XVI,14-15):Exprobavit incredulitatem corum, et duritiam cordis, quia vis, qui viderant non crediderunt; Et dixit illis: Euntes in mundum universum predicate Evangelium omni creaturae (22). En la división de las provincias Pedro obtiene Roma e Italia; Juan, Asia Menor; Santiago, España; otros, otras provincias; Tomás esta parte de América que el pueblo llama Brasil, donde vivimos. Pregunto: ¿Por qué a Tomás, y no a otro le fue encomendado el Brasil? Escucha la razón. Han observado los autores, aún los más modernos, que Cristo mandó a sus Apóstoles a predicar el Evangelio después de haberles reprochado su lentitud para creer, para que expiaran aquella falta con los trabajos que habrían de tolerar en su predicación. Como Tomás había sido más duro que los demás Apóstoles para creer, le fue encomendado este pueblo de Brasil más bárbaro y más duro para que ablandara su dureza. Un suceso lo demuestra. Pues cuando llegaron los portugueses encontraron rastros de Tomás impresos en una piedra, pero ni un vestigio, ni siquiera la/386 sombra de la religión que en otro tiempo predicó. La piedra conservó los rastros del predicador; pero en los bárbaros no quedó ninguna señal de la prédica escuchada. El mismo Apóstol predicó a Cristo a los nativos de Asia oriental. Se lo venera entre éstos después de mil quinientos años, y allí encontraron no sólo el sepulcro, los santos despojos del Santo Apóstol y los instrumentos con los que fue muerto, sino también su nombre en la memoria de los habitantes y la religión de Jesucristo que les enseñó; de tal modo, que se llaman cristianos de Santo Tomás todos los que residen a lo largo de la costa Coromandel, donde el mismo Apóstol encontró un túmulo en la ciudad Meliapore. De donde el autor deduce cuánto distan los indios orientales del Brasil americanos, y pinta el ingenio de estos saltimbanquis, su fe inestable,y su inconstancia con vivos y verdaderos colores. Dice que ellos son más incrédulos de lo que podría creerse. Fáciles para creer, pero con la misma facilidad olvidan todo aquello en lo que han creído, si no tienen la presencia del que les enseñó la religión. Según es su costumbre, el Padre Vieira confirma esto con oportunos documentos del Derecho Canónico. Por todo lo cual se hace evidente que el doctísimo Vieira no ha dudado en absoluto de la llegada de Santo Tomás hasta Brasil.

Nunca me vino a la mente creer en las palabras de los autores que sustentan esta opinión más con conjeturas que con razones. Ni tampoco me atrevería a despreciar tenazmente aquella creencia fútil y desnuda de toda verosimilitud como hacen aquellos que niegan el hecho porque nunca se han encontrado escritos. Los americanos del sur, que nunca usaron letras ni libros, recibieron esta tradición de sus antepasados, de viva vozy no pudieron expresarlo con caracteres escritos. Los peruanos, más cultos, tuvieron a modo de/387 letras, unos cordoncitos de distintos colores anudados de distintas formas (los llamaron Kipus); y con éstos, como nosotros con las cartas, conservaron la memoria de unos a otros. En el magnífico templo de la ciudad de Cuzco que los vencedores españoles asolaron, fueron encontrados innumerables manojos de estos cordoncitos en los que estaba la historia de los hechos y de los reyes del Perú, del mismo modo como entre nosotros se conservan en archivos los anales de la provincia. El soldado que asoló el templo, ocupado en transportar el tesoro del mismo, no tuvo cuidado ni tiempo de custodiar aquellos cordoncitos anudados llenos de misterios con los cuales hubiera podido conocerse los monumentos de la antigüedad por intérpretes indígenas peruanos;y acaso también alguna luz acerca de si Santo Tomás habría llegado a esta América. Los críticos claman que de ningún modo Santo Tomás podría haber llegado a esta América, cuando recién en l492 fue descubierta por Cristóbal Colón. Nadie niega que permaneció oculta; sin embargo entre los autores griegos y romanos existió alguna sospecha acerca de esto; el doctísimo obispo Abraham Milio opina como otros que lo que se refiere en el Libro III de Reyes, capítulo 9, acerca de ese lugar Ophir de donde Salomón en repetidos viajes obtuvo increíble cantidad de oro, habría sido el Perú, tan rico en minas de oro y plata; y se esfuerza por probarlo con argumentos no despreciables. Por lo tanto entre los hebreos los que vinieron después de Salomón conservaron algo del conocimiento de esa región y ese sería el camino que siguió Santo Tomás hasta América. Pero concedamos que el Apóstol no hubiera podido valerse de ningún medio humano, ¿podrá negarse que habría podido ser trasladado hasta ese suelo de mil modos por Dios, ya que su poder y su amor no se circunscriben a ningún límite? No es absurdo en asuntos de religión pensar en un milagro. La religión de Jesucristo en aquel tiempo fue fundada, propagada y conservada por milagros. El pueblo/388 de Israel, liberado de la esclavitud de los Faraones, cuando pasaron el mar Rojo; el Profeta Habacue; Daniel en el foso de los leones, arrebatado por un ángel de los cabellos fue trasladado de Judea a Babilonia y devuelto del mismo modo a Judea. Jonás, enviado para exhortar a la penitencia a los ninivitas, fue arrojado de la nave y tuvo como barca el vientre de una inmensa ballena. Si Dios se mostró tan liberal y casi diría pródigo en preparar milagros para lograr la salvación de un solo pueblo cuando no de un solo hombre, no sería increíble que el Apóstol Tomás hubiera tocado estas costas de América por un poder divino, y de un modo desconocido para nosotros, que trascendiera las fuerzas de la naturaleza para llevar a los signos de Cristo y al bien del Dios Supremo a los innumerables pueblos de bárbaros que allí habitan, abandonados a atávicas supersticiones. Estas cosas que corresponden sobre todo a la clemencia del poder divino pueden pensarse con fe, aunque no afirmarlas como ciertas. Lo ajeno a la razón es decir que aquellas cosas que pudieron suceder han sucedido; y también es imprudencia y atrevimiento creer que hayan sucedido las que alguna vez supimos que eran declaradas con los ojos de la fe o en comentarios públicos. La mayoría de las cosas que Dios ha realizado nos quedan ocultas como misteriosas, y nos quedarán ocultas. Así Juan, fiel historiador de los milagros de Jesucristo cierra sabiamente su Evangelio en el capítulo veintiuno con estas palabras: "Sunt autem et alia multa, quae fecit Jesus: Quae si scribantur per singula, nee ipsum arbitror mundum capere posse eos, qui scribendi sunt, libros. (23) Yo agregué aquí la opinión de los que discuten que los americanos hayan sido discípulos del Apóstol Tomás, y no los apoyaré ni refutaré. Me parece que ambas teorías no pueden ser ni aprobadas/389 ni negadas. ¿Acaso hay algún juez que pueda dirimir la cuestión? Faltan testigos idóneos fuera de los rudos y crédulos indios que pueden tanto engañar como ser engañados, y no queda ninguna prueba de la que pueda sacarse la verdad.

Perdóname, óptimo lector, que me haya apartado tanto de mi propósito. Me llevó a pensary derivar a este tema un lugar del Paraguay célebre por los vestigios y veneración a Santo Tomás Apóstol, donde haciendo las veces del Párroco, realicé un camino en compañía de algunos negros. Las costas del Tebicuarí, que atravesamos en una canoa, son consideradas sumamente peligrosas por las incursiones de los bárbaros. La víspera de Navidad llegué a la ciudad de los guaraníes, tan deseada por mí. Aunque había recorrido fácilmente doscientas leguas por agua y tierra, casi a los primeros días de mi llegada me dediqué a predicar y a confesar. Por la tranquilidad de aquel lugar, un adecuado régimen de vida, con los remedios y atención médica de Norberto Ziulak, al cabo de pocas semanas mejoré de tal modo que un viernes de junio me sentí capaz de hacer un nuevo viaje de ciento cuarenta leguas hasta la misión de San Joaquín a ruego de su rector y de los indios de la misión. Antes había pasado con gran placer entre estos neófitos ytatinguas, seis años, y en esa ocasión, dos. Aunque allí los trabajos fueron muchísimos, fueron muy suaves porque estaban llenos de frutos celestiales. ¡Ojalá hubieran durado siempre! [pos. aprox:/390] Pues después de dos años fui llamado por un decreto real a que con mis compañeros volviera a Europa. El exilio de los pastores fue la ruina de las ovejas, pues los abipones, abandonando las fundaciones, volvieron nuevamente a cortar cabezas de españoles. Una persona que al año siguiente viajó a Europa desde Paracuaria, me dijo en Viena que todos los indios (a mi partida había dejado dos mil setenta cristianos) de San Joaquín se habían dispersado; y lo mismo había sucedido con los habitantes de la vecina San Estanislao que llegaban a dos mil trescientos, todos neófitos. En lugar de los jesuitas fueron enviados sacerdotes seculares o religiosos; pero todos eran tales que o disgustaban a los indios, o los indios les disgustaban a ellos; porque obligados, no por propia voluntad como nosotros antes, sino por mandato del Rey y por orden de los Obispos aceptaron el cuidado de las misiones. Yo vi que algunos llegaban llorosos. Otros, aburridos de la vida que debían llevar entre los indios tan pobres y temibles, contrajeron o simularon haber contraído alguna enfermedad para poder volver rápidamente a su casa. ¡Cuántas cosas tendría para escribir acerca de este asunto! Pero es prudente dejar estas cosas en el silencio. El tiempo revelará todas las cosas que, aunque certísimas, no pueden expresarse en los libros.

 

Fuente:

HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN III

Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER,

Traducción de la Profesora CLARA VEDOYA DE GUILLÉN

UNIVERSIDAD NACIONAL DEL NORDESTE

FACULTAD DE HUMANIDADES - DEPARTAMENTO DE HISTORIA

RESISTENCIA (CHACO) - ARGENTINA, 1970





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