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LUIS A. GALEANO

  CONTINUIDADES Y DISCONTINUIDADES DE LA SOCIEDAD PARAGUAYA (LUIS GALEANO)


CONTINUIDADES Y DISCONTINUIDADES DE LA SOCIEDAD PARAGUAYA (LUIS GALEANO)

CONTINUIDADES Y DISCONTINUIDADES DE LA SOCIEDAD PARAGUAYA
 
LUIS GALEANO*
 

Extracto del primer capítulo del libro

"La Sociedad Dislocada", Luis A. Galeano,

Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos,

noviembre, 2002.

 

La crisis por la que está atravesando la nación paraguaya en la actualidad, primordialmente, es el resultado de la configuración histórica de una sociedad dislocada. Es un período en el que los procesos sociales de permanencia o de ruptura con el pasado se superponen, generando incertidumbres, confusiones y contradicciones. Es un tiempo histórico que, hasta el presente, al menos, no posibilita la consolidación de procesos de cambio social que se constituyan en los soportes institucionales y organizativos capaces de garantizar las salidas de la crisis.

A pesar de que la viene afectando con creciente profundidad y amplitud, la paraguaya es una de las naciones latinoamericanas que más tardíamente se ha incorporado a la modernización socio-económica y cultural. Por lo tanto, dado este antecedente, su exposición a las grandes discontinuidades -que suelen caracterizar a la modernidad- fue, y continúa siendo, de limitado alcance. Esta es la conclusión que cabe sostener, considerando las experiencias históricas de los países en los que la sociedad tecnológica e industrial logró arraigarse de forma más acabada.

Al respecto, puntualicemos, como lo expresa Giddens (1999), que "las formas de vida introducidas por la modernidad arrasaron de manera sin precedentes todas las modalidades tradicionales del orden social. Tanto en extensión como en intensidad, las transformaciones que ha acarreado la modernidad son más profundas que la mayoría de los tipos de cambio característicos de los períodos anteriores. Extensivamente, han servido para establecer formas de interconexión social que abarcan el globo terráqueo; intensivamente, han alterado algunas de las más íntimas y privadas características de nuestra cotidianeidad".

El mismo autor señala que las dimensiones de las instituciones sociales modernas en las que las discontinuidades con el pasado se manifiestan más notoriamente son tres. Una es el ritmo del cambio. En la modernidad, la celeridad del cambio de las condiciones de vida es excepcional, nunca observada en fases precedentes de la humanidad. Entre sus múltiples consecuencias, sobresale la referida a la cultura de la previsión. Los sujetos sociales del mundo moderno están alertados que en los distintos escenarios en los que les tocan intervenir ya no rige la predecibilidad del futuro, propia de las comunidades premodernas, sino que, debido a la vigencia de lo contingente y de la extraordinaria rapidez de las transformaciones de la vida social, la mejor arma para no quedar descolgados de este proceso histórico es apelar a la previsión. La segunda gran discontinuidad es la del ámbito del cambio. La superación de las barreras de comunicación entre las distintas naciones del mundo hace que las transformaciones sociales trasciendan ampliamente sus fronteras. Y la última discontinuidad radical se expresa en la naturaleza intrínseca de las instituciones modernas. Entre las más genuinas de la era moderna, en el ámbito económico, se destaca "la dependencia generalizada de la producción a partir de fuentes inanimadas de energía y la completa mercantilización de los productos y del trabajo asalariado" (Ibidem), fenómenos que no se observaban en anteriores períodos históricos. Las ciudades modernas, aunque lleguen a absorber los antiguos conglomerados de las aldeas o ciudades tradicionales, conforman campos sociales muy distintos a los de antaño.

En la esfera de las instituciones sociales es donde, en la sociedad paraguaya de hoy, la desarmonía entre los procesos de permanencia y de ruptura con el pasado presenta las mayores repercusiones. Por un lado, uno de los temas reiteradamente abordados en los estudios y ensayos incorporados en este libro es el relacionado con la crisis de la economía campesina. También son aludidos, aunque más someramente, la crisis, y de hecho el ocaso, de otras formas tradicionales de producción basadas más bien en la renta que en la ganancia (como acontece con el latifundio ganadero extensivo) o bien en un mercado escasamente competitivo (la agroindustria del azúcar o de los aceites vegetales). En todas estas formas productivas, las fuentes animadas de energía (la tracción animal o la humana) son predominantes o tienen una notoria participación. Por otro lado, en reemplazo de ellas no se afianzan nuevos modelos productivos, o los que existen no impulsan dinámicas de gran impacto en la generación de los bienes o en el funcionamiento del mercado de trabajo. Los bienes consumidos en el mercado interno son proveídos por los actuales tentáculos de la globalización económica, incluida una gran parte de los productos alimenticios.

La migración campo-ciudad genera un fuerte crecimiento urbano. El sector del empleo que se expande es el informal urbano, constituido por un abigarrado conglomerado de cuentapropistas y microempresarios. Es un contexto en el que priman las relaciones laborales precarias y, en general, las conexiones sociales, ellas se ven influidas más bien por la cultura de la supervivencia diaria que por la cultura de la previsión y de las motivaciones de superación futura. Es un proceso socio-cultural que afecta no sólo a las clases sociales sumidas en la pobreza crónica. Sectores de clase media cada vez más numerosos también experimentan situaciones de vulnerabilidad y de exclusión social, tanto en el ámbito laboral como en el acceso a la educación (sobre todo a los niveles medios y superiores) y a la salud (particularmente en lo relativo al seguro médico). Y la burguesía apuesta más al capital financiero y al de carácter especulador que al industrial o al empresarial generador de empleo.

En un escenario histórico de esta naturaleza las fronteras de los campos sociales tienden a tornarse difusas, indefinidas. Precisamente, la existencia de campos sociales diferenciados y autónomos es uno de los rasgos más típicos de las sociedades capitalistas modernas. Como señala Bourdieu (1997), la evolución de estas sociedades "tiende a hacer aparecer universos (o campos) con leyes propias, autónomas. Este proceso de diferenciación o de autonomización lleva pues a la constitución de universos que tienen ´leyes fundamentales´ diferentes, irreductibles, y que son el lugar de formas particulares de interés". Lo que motiva a las personas y a los grupos a concurrir e intervenir en el campo económico ("la ganancia" o"el lucro") no es lo mismo al que recurren para participar en otros campos de acción: el artístico ("el arte por el arte"), el burocrático ("el servicio público") o el científico ("el conocimiento por el conocimiento"). Por lo tanto, no existe un escenario social fundamental cuya dinámica participativa responda exclusivamente al desinterés. Siempre habrá una forma específica de interés que fundamentará y guiará la participación de los actores sociales, por más de que la misma sea vista como absurda o de falta de realismo, a partir de uno de los campos particulares.

Las formas de interés son establecidas a partir de un "capital simbólico", conformado por las distintas especies de capital: el económico, el cultural, el escolar o el social, que generan no sólo principios de visión, sino, lo que es más relevante aun, de división social, por cuanto que son capitales que normalmente poseen estructuras desiguales de distribución. El capital se denomina simbólico porque tiene una base cognoscitiva, es decir, se basa en el conocimiento y reconocimiento colectivos, imprimiendo el sello de legitimidad a la división social existente. Este reconocimiento es llevado a cabo a través de una conciencia social cuya noción debe ser especificada. Los agentes sociales no se guían siempre por una conciencia racional, calculadora. Por el contrario, en no pocas ocasiones, estos agentes están dispuestos a morir por los fines, independientemente de la consideración racional de fines específicos (el lucrativo, de alguna carrera u otro).

Las acciones son practicadas en un campo social, asignándoselas el sentido del juego, de la competición. En algunos juegos hay que ser desinteresados para arribar a las conquistas, a los triunfos, pero las acciones responden a los intereses que de hecho poseen los sujetos sociales. Estos intereses, finalmente, son modelados a partir del habitus, que radica en el estilo de vida que articula los bienes, las prácticas y formas de pensar de los actores sociales. "El habitus es ese principio generador y unificador que traduce las características intrínsecas y relacionales de una posición (de clase social) en un estilo de vida unitario, es decir, un conjunto unitario de elección de personas, de bienes y de prácticas" (Bourdieu, 1997).

En la sociedad dislocada son los habitus de los agentes sociales los que están dislocados. En otras palabras, los habitus de los grupos y de las "clases" sociales son factores que se adaptan, o se adecuan, a los escenarios sociales dislocados. Sus estilos de vida, en general, son contradictorios, incoherentes o sus testimonios históricos perdieron la fuerza que, en otras épocas, lograron tener.

Hoy día, prácticamente han desaparecido de los escenarios urbanos las sobrias y solariegas casonas de los hacendados ricos de pasadas épocas. En reemplazo de ellas, abundan mansiones majestuosas, pertenecientes a los nuevos ricos, implantadas como símbolos de ostentación, y no como muestras de fortunas trabajosas o legítimamente obtenidas. Los clubes sociales exclusivos también se caracterizan por una identidad cimentada, preferentemente, en el poder económico o en el político.

La clase media -tanto la integrada por pequeños o medianos empresarios como la conformada por profesionales- no ha podido aquilatar un perfil socio-cultural propio, ni pudo promover un liderazgo social o político autónomo, que en otras sociedades llegó a constituirse en protagonista de la modernización socio-cultural y del cambio democrático. Sus miembros no han escapado del sistema clientelar impuesto por los partidos tradicionales o por los agentes estatales (como acontece en el ámbito de la educación pública -incluida la Universidad Nacional-); tampoco lograron liderar espacios autónomos en los que podrían haber desarrollado modelos sociales y culturales acordes a una identidad colectiva propia (cooperativismo, por ejemplo).

De las clases sociales excluidas, el campesinado ha sido el actor social que históricamente se sustentó en una identidad más firme y coherente. Sin embargo, su matriz socio-económica y cultural tradicional, el campesino parcelario criollo, ha entrado en una fase de fuerte declinación, debido a la asimilación disruptiva de la lógica de la economía de mercado y de pautas de la cultura moderna, cimentadas en el individualismo egoísta y en el consumismo. Los signos culturales e ideológicos de la clase obrera, que siempre fueron históricamente de escasa significación, hoy prácticamente se esfumaron de la escena social y política.

En síntesis, son estilos de vida, actitudes y comportamientos colectivos, sumidos ya sea en la paradoja o en la desprolijidad, o bien en la pérdida de vitalidad o vigencia. Estas características, por cierto, no provienen exclusivamente de los elementos constitutivos de los actores sociales. Los factores contextuales de la sociedad dislocada también son, en una medida importante, responsables de esas formas de pensar y de actuar. Como se señala en uno de los ensayos del libro, en este contexto histórico no existen canales y mecanismos definidos de articulación entre la sociedad y el Estado, ni tampoco en el interior de ambas esferas de acción. Es un escenario que se caracteriza por: a) el divorcio entre los discursos y las prácticas sociales o políticas; y b) la desvinculación entre las dirigencias o las elites y las bases sociales.

Aunque, en un principio, poseen sus leyes o normas de juego, los campos de acción no logran mantener sus autonomías. En mayor o en menor medida, sus desempeños se ven influidos e impactados por las lógicas valorativas y prácticas pertenecientes a otros campos sociales. Las lógicas que tienden a predominar son aquellas que brindan los saldos más favorables, acordes con los intereses de los actores, que disputan el juego existente en tal o cual campo social. La que ofrece los mejores réditos es la lógica del campo político. No es casual que sean los hechos y los fenómenos políticos los que los llenen, y hasta saturen, a la opinión pública y, al mismo tiempo, sean los factores de mayor incidencia en los campos económicos, sociales y culturales de acción. De ahí que resulte pertinente sostener que los escenarios de la sociedad dislocada propenden a estar sobrecontextualizados por las contingencias del proceso político, por los intereses a las que éstas están expuestas.

Por una parte, en un escenario social o político dislocado prima el tiempo de la coyuntura, del momento que se vive. Por lo tanto, los agentes que apuestan a ganar recurren a estrategias que privilegian la mejor conquista en el menor tiempo posible. Otros analistas han señalado que, de hecho, estas opciones se han traducido en auténticas pautas socio-culturales en la actual sociedad nacional, que fundamentan "las pretensiones de obtener cada vez más, con el menor esfuerzo y con la mayor rapidez. Sea la pretensión de hacer fortuna, emprender una reforma educativa o llegar a la cúspide del poder" (Rivarola, 1994). Los recursos económicos son necesarios, pero no son suficientes. Para ser un "gran" ganador, también es imprescindible reunir capacidades (basadas más en la experiencia o en la intuición que en el conocimiento sistemático). Las probabilidades del triunfo serán más altas en la medida en que se ocupen posiciones estratégicas en los círculos influyentes de poder y de decisión. Lo sustantivo no es necesariamente ocupar los lugares de poder, sino poder influir sobre éstos en favor de los intereses por los que se entabla la lid.

Por otra parte, es un escenario riesgoso, sobre todo para los que apuestan por las "grandes" conquistas. En estos casos, no deja de ser alto el riesgo de pasar de la situación de ganador a la de perdedor. Tales experiencias acontecieron, en el transcurso de los años recientes, con los grupos que se embarcaron en la acumulación salvaje en el ámbito del capital financiero, apelando a la especulación sin respetar las reglas básicas de la economía de mercado -por más imperfecta que sea- y de la gestión bancaria empresarial. En poco tiempo este mercado, artificialmente montado, colapsó y esos grupos dejaron de operar. El rápido ostracismo también afectó a no pocos dirigentes e incluso caudillos políticos. Al igual que los improvisados empresarios, estos agentes estaban enceguecidos en obtener sus metas (conquistar, mantener o aumentar alguna cuota de poder) a "cualquier precio", hasta el punto de olvidar las reglas más mínimas de juego, que también existen en un escenario social o político dislocado como, por ejemplo, no romper los vínculos o las alianzas con los grupos con los que había forjado su identidad como actor político, o no transgredir, al menos abiertamente, los principios básicos del sistema democrático (elección de las autoridades a través del sistema legal vigente o el respeto del voto de la mayoría).

Un escenario social o político dislocado, por lo tanto, no implica un escenario totalmente fracturado, en el que sólo imperaría la ley de la selva, del más fuerte. Los principales campos de acción de la sociedad y del Estado, como se dijo, tienen sus reglas propias. Lo que acontece es que estas reglas no son atendidas y, sobre todo, cumplidas dentro de los márgenes más altos de legitimidad que las mismas exigen. Por un lado, ellas son respetadas hasta cierto punto, pero también son desatendidas o transgredidas, de acuerdo a las capacidades y a los intereses que modelan los valores y las prácticas de los agentes que participan en tal o cual campo de acción. Tampoco es un mundo irredimiblemente dominado por el espíritu y el interés de la perversión. Aunque la corrupción pública y privada es uno de sus rasgos notorios, son las contradicciones de las relaciones sociales imperantes, así como las desprolijidades del campo cultural y simbólico, los factores que impulsan a los actores sociales y políticos a recurrir a comportamientos incoherentes. En la medida en que los habitus de las clases y de los grupos sociales están dislocados, por estar constituidos por pautas culturales heterogéneas y por intereses no plenamente definidos, las actitudes y las prácticas paradójicas que exigen las reglas del juego, existentes en este tipo de escenarios históricos, son asumidas por las personas y los grupos sociales, en no pocos casos, de forma inconsciente.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

RIVAROLA, D., Una sociedad conservadora ante los desafíos de la Modernidad, CPES, Asunción, 1994.

RODRÍGUEZ, J. C., "La huelga de Yacyretá", Revista Acción, No. 105, Asunción, 1990.

STAVENHAGEN, R., "Consideraciones sobre la pobreza en América Latina", Revista TAREAS, No. 99, CELA, Panamá, 1998.

TEDESCO, J. C., "La educación y los nuevos desafíos de la formación del ciudadano", Revista Nueva Sociedad, No. 146, Asunción, 1996.
 

*. LUIS GALEANO, Doctor de Derecho por la Universidad Central de Madrid (España); Master en Ciencias Políticas por la Facultad latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).

Ex Decano de la facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Católica (sede Asunción).

Director del Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos (CPES).

Profesor de la facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Católica y de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción.

Ha investigado y publicado artículos (en revistas nacionales y extranjeras) y libros sobre: la cuestión agraria, el movimiento campesino, los movimientos populares urbanos, la pobreza, la exclusión social, la educación y desarrollo, y la crisis del estado autoritario.  

 

 

NOVAPOLIS – REVISTA DE ESTUDIOS POLÍTICOS CONTEMPORÁNEOS

EDICIÓN Nº 1 – DICIEMBRE 2002

PARAGUAY 1989 - 2002

LA TRANSICIÓN QUE NUNCA ACABA

 

 

Fuente: http://www.novapolis.pyglobal.com

(Registro: Setiembre 2011)





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