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OSCAR ADOLFO BOGADO ROLÓN

  SIGNOS DEL SIGLO - LA POLÍTICA EN LA OBRA DE RAFAEL BARRETT - Por OSCAR BOGADO ROLÓN - Año 2011


SIGNOS DEL SIGLO - LA POLÍTICA EN LA OBRA DE RAFAEL BARRETT - Por OSCAR BOGADO ROLÓN - Año 2011

SIGNOS DEL SIGLO

LA POLÍTICA EN LA OBRA DE RAFAEL BARRETT

 

OSCAR BOGADO ROLÓN

 

«La ambición empuja hacia el poder,

y el poder multiplica prodigiosamente la ambición.»

Rafael Barrett

 

INTRODUCCIÓN

 

La obra de Rafael Barrett (Torrelavega, España: 1876 - Arcachón, Francia: 1910), aunque interrumpida por su prematura muerte en pleno desarrollo de ideas, llegando no obstante al cenit de su madurez intelectual, ofrece una diversidad temática sumamente atractiva, siempre sobre las líneas rectoras de la exaltación de moral humana, la denuncia de la explotación obrera y el retrato de la difícil realidad de su tiempo, sólo por citar sus principales ejes temáticos.

El presente ensayo, que tiene tres partes, hace un recorrido por toda la producción periodística y literaria de Barrett, trazando el itinerario de su pensamiento político, elaborado principalmente en los días de su residencia en el Paraguay (1904-1910), reflejo de ese tiempo convulsionado por las sucesivas revoluciones y golpes militares, de la inveterada postergación de un pueblo sumido en la miseria, sometido y al mismo tiempo olvidado, de las repetidas injusticias que no podían ya ser calladas.

En el primer capítulo, se realiza una sucinta descripción de la época, los protagonistas y hechos principales que influyeron en la visión crítica del autor, que fueron cincelando sus ideas y sentimientos, originariamente optimistas hacia el futuro político paraguayo y sus opiniones, colmadas de confianza en las instituciones de la república.

Con el correr del tiempo, la decepción sería inevitable y marcaría un giro en sus conceptos, a los que siempre acompañó un perspicaz conocimiento de la naturaleza humana y una profunda sensibilidad personal. Barrett, fue un autor que nunca ocultó sus emociones y no por eso disminuyeron la calidad de sus análisis y sus agudas impresiones. Así, en el segundo capítulo se puede observar como esa desilusión de la práctica política paraguaya, teñida en partes de ira y en otras de repugnancia, se transforma en un férreo llamado al alejamiento de la lucha por el poder y al abstencionismo, levantando cada vez más el tono de sus reclamos, ante la pobreza generalizada y sus consecuencias desgarradoras que no recibían respuestas de las autoridades, cómplices de la explotación de millares de desgraciados.

Pronto, todo ese panorama desolador alimentaría su rebeldía innata y lo llevaría a identificarse con el anarquismo, del que siempre estuvo próximo. No se avizoraba otra salida que no sea la lucha, la resistencia a la opresión, que tendría que acabar con un poder tirano y con el respeto a leyes inservibles. Necesario es luchar –decía– y lo necesario no puede ser malo. «...Lo único malo es la resignación... ...Venimos a hacer esclavas nuestras las realidades... ...Venimos a ser fuertes, o resignarnos a servir a los fuertes...» 1

Por último, el capítulo tercero, complementando la línea seguida en los anteriores, cierra el itinerario de la decepción y hace un examen del anarquismo de Barrett, que no está exento de tonalidades, en algunos casos, hasta aparentemente contradictorias, pero siempre con un invariable e insobornable compromiso con la humanidad y un intenso amor a la vida.

En la obra de Barrett se pueden apreciar tanto el optimismo y el febril entusiasmo como la desilusión, pero nunca la renuncia a los ideales y la resignación. A una realidad desesperante respondió con un llamado a la resistencia y a la rebeldía, que como la decepción son signos del siglo que le tocó transitar.

 

TIEMPO DE REVOLUCIONES, LA ÉPOCA DE BARRETT

 

Hay hombres que viven en su siglo –decía Octavio Paz– y con una coyuntura apropiada, que no necesariamente son tiempos de prosperidad, desarrollan ampliamente sus aptitudes personales.

A Rafael Barrett le tocó vivir en el Paraguay a principios del siglo xx. Fue allí donde maduró sus ideas y elaboró sus principales textos, la mayoría de ellos difundidos a través de la prensa.

Las desigualdades que sufren los pueblos sudamericanos son distintas a las que padecen los europeos. Por eso el curso que adoptó el pensamiento de Barrett, mucho obedece a su experiencia en esos castigados países del nuevo continente, principalmente en el Paraguay, país que recibió de lleno los azotes de una guerra de mutilación y genocidio, con profundas secuelas en su población, dividida y desmoralizada, con sus gobernantes (y quienes luchaban por serlo) que parecían no encontrar la capacidad de entenderse, trabajar con un mínimo interés público y quitar al país del exasperante estancamiento.

En octubre de 1904, en su carácter de corresponsal del diario El Tiempo de Buenos Aires, llegó al Paraguay con el objetivo de cubrir los sucesos de la guerra civil por entonces en pleno desarrollo, instalándose en la ciudad de Villeta. 2 Desde el campamento revolucionario remitió a la capital argentina el artículo titulado: «La revolución de 1904»3, donde no oculta su parcialidad hacia la causa antigubernamental. Alegando a favor de las virtudes humanas y destreza militar de los insurgentes, denuncia la crueldad de los hombres del presidente Escurra, capaz de «transformar en bárbaro al hombre más justo» y con indisimulada euforia, concluye diciendo:

«...estoy persuadido que los revolucionarios estarán pronto en Asunción, cueste lo que cueste. Jamás han sido más justificadas las medidas violentas. El Paraguay tiene una Constitución democrática, leyes libres, cuyo cumplimiento no han de encontrar, como en otras partes, los obstáculos de una aristocracia y de una iglesia. Se trata de una esclavitud impuesta por los hombres, no por las leyes, y si las leyes se pueden transformar, los hombres hay que barrerlos.»

En esas líneas cargadas de audacia, escritas por un Barrett ya incorporado a las filas de la sedición, reflejan una personalidad decidida y consecuente, capaz de dejar la pluma y empuñar un fusil si fuere necesario.

Más adelante, con los revolucionarios triunfantes, probablemente a finales de diciembre de 1904, arribó a Asunción, donde fijó residencia. En sus primeros meses en el país ocupó un cargo en la Oficina General de Estadística, pasando luego a emplearse en el Ferrocarril, hasta el año 1906, cuando renunció por su desacuerdo con el trato que la empresa daba a sus trabajadores 4.

En enero de 1905, inicia sus publicaciones en el Paraguay. En ese tiempo, también, el país se adentraba en un periodo de convulsiones políticas sin parangón en su historia, donde la inestabilidad de los gobiernos, que se sucedían por la vía de los golpes militares, marchaba en contramano a las imperiosas necesidades de un Estado profundamente empobrecido.

Así, el presidente Juan B. Gaona, cuyo gobierno surgió del Pacto del Pilcomayo firmado el 12 de diciembre de 1904, que puso fin a la guerra civil, fue depuesto por el Congreso un año después, asumiendo el Poder Ejecutivo el doctor Cecilio Báez, quién gobernó por once meses, completando el periodo presidencial iniciado por el coronel Juan Antonio Escurra. Después, el general

Benigno Ferreyra fue electo para ocupar dicho cargo, inaugurando su mandato el 25 de noviembre de 1906 hasta que fuera depuesto por el golpe de estado del 2 de julio de 1908, encabezado por el mayor Albino Jara, quien desde aquel 1904 ocupaba la cartera de Guerra y Marina. Al cesado gobernante le sustituyó el vicepresidente Emiliano González Navero5. Éste, dispuso inmediatamente la disolución del Congreso y del Estado Mayor del Ejército. Decretó, además, Estado de Sitio y la consecuente suspensión de las garantías individuales.

Los ánimos lejos de pacificarse, se caldearon aun más. Se incrementaron las conspiraciones, reales e imaginarias, alimentadas por la pugna por el poder, tanto por las facciones liberales, como por el Partido Colorado, que no resignaba su voluntad de recuperar el control del país. Como respuesta, el gobierno inició en el mes de septiembre una enérgica y desmedida represión que derivó en encarcelamientos de opositores, civiles y militares, confinamientos en lejanos fortines del Chaco y destierros de varios dirigentes, entre quienes que se encontraban los generales Caballero y Escobar. Los sumarios procesos penales se multiplicaron y las cárceles, al igual que los cuarteles, se colmaron de presos políticos. Las legaciones extranjeras, por su parte, se llenaron de asilados. Los periódicos independientes fueron cerrados, censurándose toda posibilidad de opinión. Los principales hombres del régimen derrocado, por entonces, habían emigrado a Buenos Aires.

Cronista de esos hechos, Gomes Freire Esteves (1996: 405), refiere cuanto sigue:

«...Fueron igualmente reducidos a presión numerosas clases de los cuerpos de línea, algunos de los cuales, sometidos a torturas y muertos a azotes, como el sargento de artillería Apolinario Espínola, ultimado por propias manos del coronel Jara...»

 

EL TERROR SE ADUEÑÓ DEL PAÍS, QUE SEGUÍA BAJO ESTADO DE SITIO.

 

La ciudadanía no contaba con garantía alguna, pues, el Poder Judicial era prácticamente inexistente.

Ante tantas ignominias y afrentas a los derechos elementales de la ciudadanía, Rafael Barrett no podía ser indiferente. Desde su revista Germinal denunció las arbitrariedades y atropellos cometidos por los radicales encabezados por Albino Jara. Era en efecto un autor comprometido con su tiempo y con el país donde eligió vivir, aun cuando la mayoría de los escritores paraguayos, especialmente aquellos pertenecientes al Novecentismo 6, centraban su atención en el análisis y el esclarecimientos de los hechos de la reciente guerra contra la Triple Alianza, anticipándose inclusive a muchos escritores latinoamericanos con su narrativa marcadamente testimonial, de denuncia social y de un realismo, muchas veces desgarrador. 7

Barrett pudo limitarse a hablar de las flores de estación o de la gastronomía nacional pero eligió, con su pasión característica, asignarle a su palabra una finalidad marcadamente política. En un artículo titulado «El Ambiente», fechado el 11 de octubre de 1908, se interroga: «... ¿Qué pretexto puede haber jamás para que un gobierno democrático, en pleno siglo xx, viole descaradamente las leyes, haciéndolos retroceder a la Edad Media?...»

Luego acusa:

«...Se oyen durante estos negros días frases que asustan. Un director de diario, al escucharnos reclamar justicia para todos, y pedir que el juez entienda libre y tranquilamente el proceso del pretendido complot, nos contesta: “para ciertos bandidos no debe haber justicia”. Un oficial a quién hablábamos del derecho de los deportados a que se les deje en Formosa, y no en los desiertos del chaco, nos explica: “nosotros no sabemos de derecho”...

»...Triste es para la estudiosa juventud contemplar al maestro, a Manuel Gondra solidario con los que pisotean la constitución, amordazan la prensa, abren cartas privadas, encarcelan a quien se les antoja, torturan a los procesados y matan a palos a los sargentos...»

Como era de suponer, estos enérgicos reclamos no fueron del agrado del gobierno y como la tiranía no conoce otra respuesta a la crítica que no sea la censura, se decretó el cierre de la revista y el encarcelamiento de los responsables de su edición. Así, fue detenido el publicista Guillermo Bertotto, quien en el reciente levantamiento armado del 2 de julio socorrió a decenas de heridos en la capital, en plena balacera, y a quien, siguiendo el relato de Freire Esteves (1996: 405) «...fue amarrado a un catre, azotado y obligado a tragar con salmuera un suelto de su redacción...» 8

También con el panfleto «Bajo el Terror» 9, cuando la gente, amordazada por el miedo, no se animaba a hablar en público por las represalias directas, ni en privado por las delaciones, ni la prensa se arriesgaba a publicar artículos que critiquen la espantosa situación, Barrett regresa de su fugaz refugio, fuera de la capital, donde fue en busca de alivio a sus estropeados pulmones y exige el restablecimiento de la justicia (se ha dicho que entonces el funcionamiento del Poder Judicial era poco menos que ilusorio), y que se respeten los mínimos derechos de los ciudadanos de conocer la causa de la acusación y ejercer su defensa, públicamente, sin procesos clandestinos, tal como lo prescribía la Constitución, que por entonces era sólo texto, un puñado de papeles llenándose de polvo. 10 ¿Esto es una república? ¿Esto es una sociedad humana?

La respuesta era obvia: «Mientras no tengamos derechos de defendernos al sol, de ver cara a cara todo lo que contra nosotros se asesta, no seremos una nación, sino una horda.»

Albino Jara, enfurecido por los duros cuestionamientos difundidos en los sucesivos artículos de Germinal y en el mencionado panfleto «Bajo el terror», le ordenó a Barrett (apresado a consecuencia del pasquín) engullir el volante. Pero éste, conociendo las debilidades de Jara le respondió gritando: «coronel, hubiera esperado de usted todo lo malo y absurdo, menos esto de que fuese cobarde.» Jara acusó el impacto en su orgullo y se retiró inmediatamente y así, Barrett, se evitó una humillación más. 11

Después, terminaría siendo deportado a Puerto Murtinho y a Corumbá (Brasil), para luego refugiarse en la ciudad de Montevideo (Uruguay), a finales de ese fatídico año. Estaba así pagando las consecuencias previsibles de no esconder la cabeza y asumir las responsabilidades del momento 12. Cada siglo requiere de hombres que se comprometan con su sociedad, que luchen por cambiar la realidad adversa. Como más tarde diría Bertolt Brecht: «¡Qué tiempos estos en que hablar sobre árboles es casi un crimen porque supone callar sobre tantas alevosías!» 13

Luego de permanecer en la capital uruguaya, por aproximadamente tres meses, regresó al Paraguay, confinándose en Yabebyry (Misiones), donde residió, según sus propias afirmaciones, por el lapso de un año y continuó escribiendo, a pesar del agravamiento de sus problemas de salud.

En el interior del país, las cosas no estaban mejor que en la capital. Es más, el abandono era ostensible, especialmente en Misiones, un inmenso y desolado desierto verde, que como efecto inmediato de la hecatombe reciente, fue despoblada por disposición del gobierno instalado en la capital tras la ocupación extranjera.

Como testimonio de sus observaciones y vivencias, nos queda el escrito «Lo que he visto» 15, donde pasa revista a la penosa situación de la campaña paraguaya; hombres aislados por caminos devorados por la vegetación y las inundaciones; hombres desprovistos de todo, hacinados en un rancho de estaqueo16, sin muebles, sin utensilios, bebiendo agua contaminada y mal alimentados con naranjas y mandioca; hombres enfermos, roídos por la malaria y otras pestes que acompañan a una vida miserable; hombres que son presa del «...rebenque del jefe político, el sable que les arrea al cuartel gubernista o revolucionario...» También vio mujeres de «...pies agrietados y negros, y tan heroicos, buscar el sustento a lo largo de la senda del cansancio y la angustia...» y niños, «...que mueren por millares bajo el clima más sano del mundo, los niños esqueletos, de vientre monstruoso, los niños arrugados, que no ríen ni lloran, las larvas del silencio...»

En «Los verdugos del país» 17 (glosa a un texto de Rodolfo Ritter), donde se describe el retroceso cada vez más acentuado de las condiciones económicas del campo y el despojo de la propiedad de los campesinos paraguayos, perpetrado por aprovechadores y «letrados» que se apropiaron ilegítimamente de esas fincas, en connivencia con el Jefe Político y las autoridades judiciales. Barrett añade: «Es evidente que para que esto ocurra es necesaria la complicidad constante, implacable, del poder ejecutivo, legislativo y judicial, podridos hasta la médula.» 18

Esos Jefes Políticos, sombríos personajes que instalaron en el interior del país perimidos modelos feudales, fueron investidos de excesivos poderes por los gobiernos de posguerra, a fin suplir la ausencia del Estado en los distintos pueblos de la campaña.

Sin embargo, en ellos, el abuso fue la constante. Como está visto, en este caso el remedio fue peor que la enfermedad. ¿Cómo no despreciar a las autoridades, cuando son ellas mismas las que participan en los crímenes que atormentan a los indefensos ciudadanos?

En «Gondra» 19, Barrett destaca:

«...Siempre recordaré los meses de tranquilidad que gozó el departamento de Yabebyry cuando llevaron por fin a la cárcel al jefe político y nos quedamos sin autoridades...»

En el poderoso libelo «Lo que son los yerbales», advierte que la Constitución llega apenas hasta el río Jejui, después sólo quedan la inmensa selva y los esclavos de la Industrial Paraguaya, padeciendo vejámenes que superan toda resistencia humana. Los que pese al hambre, la fatiga, los castigos, las enfermedades y los «cazadores» logren evadirse e intenten denunciar todas esas atrocidades, encontrarán nada más que jueces comprados y la complicidad de los policías. «Nada hay que esperar pues de un Estado que restablece la esclavitud, con ella lucra y vende la justicia al menudeo.» 20

Tanto para el gobierno como para los sediciosos oficiales, esos hombres de la campaña no importaban más que para empuñar un fusil. Arreados eran obligados a abandonar sus hogares y a emprender las fratricidas aventuras militares, como si las enfermedades y el abandono no fueran suficientes. En varios artículos publicados en la revista Germinal, Barrett denuncia esta práctica, donde los proletarios de la capital y del campo son reclutados forzosamente, cazados como bandoleros, especialmente a quienes iban «descalzos», es decir, aquellos pobres hombres que no pueden hacer valer sus derechos, pomposamente consagrados en una Constitución sistemáticamente pisoteada.

Después, serán llevados a los cuarteles para ir a defender a la patria, a la ley y a las instituciones.

«...Solamente los descalzos han de defender la patria. Los calzados

la gozan...»¿Qué os da la patria? Ni un palmo de tierra, ni un pedazo de pan, ni una hora de seguridad... ...Nada más que dolor e ignominia. No es la patria la que defendéis, sino el oro, y la ambición, y los placeres de vuestros amos...» 21

Como consecuencia del violento reclutamiento de los pobladores rurales, para combatir en las contiendas internas, sea en el bando gubernista o en el de los sediciosos, el campo se llenó de montoneras en detrimento de las tareas agrícolas y ganaderas, relegadas al abandono. La economía paraguaya, como ya se dijo, arrastraba las consecuencias de una guerra de exterminio y no presentaba signos alentadores. Para peor, las reducidas rentas nacionales eran dilapidadas en las compra de armamentos y municiones, consumidos por los numerosos levantamientos armados (que se hicieron regla en la república), y por el aparato represor del gobierno que buscó aplacar, con una violencia desmedida, las críticas a su gestión.

Sobre estos males escribía en «Revoluciones» 22, que:

«El ejército, según he oído, tiene la misión de defender la patria y mantener el orden. Hay naciones donde su misión parece ser la de alterar el orden. Los encargados de reprimir los motines se amotinan. Estas revoluciones no llegan a revueltas. En donde el destino natural de los ciudadanos es la pacífica y fructuosa agricultura, una aristocracia de politicastros y guerrerotes se obstina en alborotar de cuando en cuando y en molestar a los que les pagan...»

No podía entender –y se interrogaba en voz alta– cómo los oficiales sediciosos conseguían que esos infelices hombres, sin ganancia alguna y con la vida en riesgo, le siguieran en sus aventuras golpistas y que, con simples arengas, sean llevados a cometer todo tipo de crímenes. Entonces surge la pregunta: ¿Cómo puede una persona acatar tantas órdenes inadmisibles y encarar empresas tan descabelladas como perniciosas? ¿Qué lo lleva a ser partícipe de tantas atrocidades sin justificación? Para Barrett, el cimiento del mal estaba precisamente en esa conformidad irreflexiva de quienes obedecían sin cuestionar el mandato. Pero, abrigaba una esperanza: «Un día vendrá en que los siervos se cansarán de lo absurdo, y se dedicarán a “convulsionarse” por su cuenta y no por la de otros.»

En todo ese período de crispación política permanente y de reiterados atropellos a los derechos civiles, la voz de Rafael Barrett fue imprescindible. En un tiempo en que la vida valía menos que nada, no eludió los riesgos de sus implacables denuncias, que no dejaron de incomodar a los mandamases de turno. Tampoco cedió a la extorsión y al chantaje, a pesar de sus necesidades insatisfechas se mantuvo altivo. Supo, además, afrontar las consecuencias de sus posiciones férreas, aceptando con estoicismo la cárcel, el destierro y el confinamiento.

 

EL TIEMPO DE BARRETT EN EL PARAGUAY FUE EL TIEMPO DE LAS REVOLUCIONES.

 

Pero, los escasos seis años de su estadía en el país bastaron para conocer profundamente al pueblo paraguayo, al que consideró siempre resignado y dócil, «sumido a la tristeza y al silencio.» 23 Un pueblo de hombres sin la fuerza o la decisión de revelarse a tantas injusticias. Un pueblo supersticioso y alucinado como ninguno sobre la faz de la tierra; «ninguno más indiferente a la muerte y a la prosperidad.»24 Sobre el coraje, tan imprescindible para cambiar el estado de cosas, reflexionaba:

«...El genio no es nada sin el carácter. Si somos cobardes nuestras ideas lo serán también, y no se atreverán a dejar su rincón oscuro para salir a la luz. Es necesario no proponerlas, sino imponerlas.

Sólo resiste a la fuerza lo que la fuerza construye...» 25

Esa primera década del siglo xx, donde en su fugaz presencia Rafael Barrett nos legó sus ideas y su ejemplo de vida, concluyó sin que en el firmamento paraguayo se avizoren tiempos de estabilidad y prosperidad.

La presidencia de González Navero se extendió hasta el 25 de noviembre de 1910, cuando asumió Manuel Gondra, que lideraba la fracción radical opuesta al jarismo, que por su parte sostuvo la candidatura de Víctor Soler. Pero, apenas transcurrido un mes de mandato (ya está visto que los gobiernos de facto duraban más que los legítimos), Albino Jara dirigió otro golpe de estado. Con el respaldo del ejército, derrocó al gobierno electo y se proclamó presidente. Estos hechos incrementaron aun más las divisiones en el seno del Partido Liberal, por entonces en el poder, alimentando odios y resentimientos, que como es de suponer estaban lejos de buscar la paz social, tan necesaria para la recuperación económica del país. Era el preludio del advenimiento de luchas cada vez más sangrientas.

Por entonces, Rafael Barrett ya había abandonado el país, para dirigirse a Europa y buscar alivio a la tuberculosis, que padecía desde hacía un par de años. Sin embargo, a pesar de lo tortuoso de la enfermedad y las penurias que la acompañan, siguió escribiendo hasta sus últimos días, sin declinar en vigor y profundidad.

Falleció el 17 de diciembre de 1910 antes de cumplir 35 años de edad. Pese a su breve existencia, nos legó una obra vasta, inconclusa pero suficiente para despertar los aletargados espíritus de ese tiempo, en un país de gente aturdida por el caos y la miseria.

Logró encender la llama de la lucha por la redención social. Su obra trascendió a su temprana desaparición física y hoy nos parece tan contemporánea.

 

NO QUEREMOS POLÍTICA, QUEREMOS PAN...

 

Cuando Rafael Barrett se sumaba a los insurgentes en 1904, estaba colmado de optimismo sobre el futuro inmediato del Paraguay y reposaba su confianza en las instituciones democráticas, entre ellas en los partidos políticos (como todo buen republicano), lejos de la influencia del clero y de la aristocracia, que minaban aun algunas naciones del viejo continente.

En su primer artículo publicado en el Paraguay 26, titulado «La verdadera política», insta a confiar en el nuevo gobierno liberal (que por entonces se encontraba en pleno proceso de reasignación de cargos públicos), poniendo énfasis en la impersonalidad de los puestos técnicos, afirmando que:

«...Una de las causas del mal posible es el siguiente. Hay puestos que no deberán tener carácter político. En circunstancias normales, ¿por qué ha de ocuparse un juez de política? ¿Hay dos maneras de interpretar la ley? Para un soldado, ¿hay dos maneras de defender la patria? Para un profesor, ¿hay dos maneras de enseñar la verdad?...»

Sin embargo, como la politización de la Función Pública es un mal endémico (aunque no exclusivamente paraguayo) la decepción no tardaría en llegar. Lógicamente, no de las ideas, sino de la actividad política que se limitaba a la lucha por el poder; no de las pasiones sino de la ambición desprovista de interés público 27, pues, como bien lo apuntó en el citado artículo:

«...no olvidemos que la necesidad lo ha creado todo, y que la ambición personal ha echado los cimientos de la civilización. Es que la naturaleza nos engaña, presentándonos el medio por el fin, de esa manera al servir nuestro interés servimos el de la sociedad...» 28

En trabajos posteriores se puede ver (Barrett no era proclive a disimulos) como su decepción se va convirtiendo en desprecio:

«...ni los pararrayos inventan la electricidad, aunque en ellos se desplome el rayo... ...equivocación suprema la de los que van a la política para salvar a su país...»29 El sistemático menoscabo de las instituciones y la repetida inobservancia de las normas jurídicas, tornaban ilusoria cualquier intención de encontrar alternativas en los actores políticos de ese tiempo.

 

EL PESIMISMO ERA INEVITABLE.

 

Pero, lejos de sucumbir ante la inercia, su llamado era seguir otros causes, sembrar los campos, estudiar, no hacer política y huir del poder. En un escrito dirigido a los estudiantes con el alegórico título de «El cáncer político», los inducía a dar la espalda a la militancia, diciendo que: «...el mal que ocasionareis en resignaros a no moralizar la política es insignificante al lado del enorme bien que haréis trabajando en vuestro oficio.»30

«...Es preferible no hacer política, sino deshacerla.» 31

Sin embargo, en el reducido ambiente social y cultural de esos días, como él mismo lo reconoce32, todos los temas abordados o las actividades realizadas convergían siempre en la política, era una verdadera aporía pretender esquivarla.

En el Paraguay de principios del siglo xx la democracia existía sólo en la olvidada Constitución, que en la práctica se tornaba artificiosa por los profundos vicios del sistema electoral, encargado de sostenerla. La corrupción se enseñoreaba en la administración, en los tribunales, en los cuarteles, en la policía y en las cámaras del Congreso, sus efectos eran desastrosos. Esa descomposición política, también repetida en otros Estados, parecía no entorpecer el desarrollo de los demás países, como ocurría en el Paraguay. El problema –lo explica Barrett en «El virus político»– radica en que, estadísticamente, en otras naciones la mayoría de la población es indiferente a la política y están volcadas principalmente a la iniciativa privada (no deben entenderse como tal las ventajas que obtienen los especuladores relacionados con las autoridades públicas). Contrariamente, en el Paraguay los que están vinculados de alguna manera a prácticas políticas son mayoría.

Es ahí, en la proporción, donde reside el mal y se encuentra la causa de tanto retraso.

Además de la inexistencia de una clase media paraguaya es señalado como obstáculo la ausencia de núcleo central:

«...poderoso defensor de los hábitos independientes. Arriba, consagrado a veces por dos o tres años de universidad (hemos tenido personajes que han acabado su carrera de abogados después de ser ministros) los que mangonean a su gusto; una burocracia purulenta en que hasta los escribientes intrigan; una fuerza armada suficiente para extender hasta las bajas autoridades de campaña las mil ventosas del pulpo; y abajo, inmediatamente subpuestas, las masas ociosas y resignadas, incapacitadas para trabajar por el látigo que las recuerda a cada instante sus funciones cívicas.

Los tejidos indemnes, en semejante organismo, son muy poca cosa.» 33

No obstante la invitación a la indiferencia, al abstencionismo y al alejamiento de todo lo que implica política, ésta, con sus extensas y profundas raíces, estuvo siempre presente en su obra, aunque sea para denostar sobre la ruindad de sus agentes. Inclusive en sus días de confinamiento, por causas políticas o a causa de sus problemas de salud, se mantenía informado y opinaba sobre los sucesos del Paraguay y de Europa, pues, nunca dejo de acompañar los acontecimientos del viejo continente. Agudo observador y fiel retratista de su tiempo y de su gente, escrutando la personalidad humana, sus pasiones y vicios plasmó en sus relatos de vigencia sorprendente, las características y matices de quienes denominó «personajes políticos».

Éstos disponen, «...en mayor o menor grado, de las facilidades siguientes:

1º Uso de la fuerza nacional, ejército y policía.

2º Contacto con grandes sumas de dinero.

3º Contacto con negociantes que le propondrán asuntos que explotar a costa del presupuesto.

4º Contacto con otros negociantes dispuestos a comprar la influencia necesaria para la realización de sus planes.

5º Protección por diversas razones: secreto de Estado, inmunidades parlamentarias, etc. etc.

6º Protección por parte de cómplices poderosos, tal vez gobiernos extranjeros.

7º Coacción general sobre los ciudadanos indefensos y pobres. Medios de venalizar tribunales y asegurar los pleitos.

¿Quién, con tan formidables seguridades y armas, dejará de ser cruel, ambicioso y expoliador? Sólo un santo.» 34

Tantas luchas estériles en el país, por alcanzar o conservar el poder, menoscabando los magros recursos públicos, la desidia de las autoridades hacia los verdaderos fines del Estado y hacia las necesidades de la gente, daban razones suficientes para aborrecer la actividad política, especialmente aquella desprovista de utilidad. Los verdaderos y urgentes problemas del Paraguay eran económicos. Estos debían ser resueltos perentoriamente.

Un país habitado por hombres con alimentación insuficiente, por niños espectrales, extremadamente débiles y mujeres prematuramente envejecidas por tantas penurias, no podría jamás salir de su postración con meras retóricas. El hambre estaba presente, principalmente en el campo. La gente, crónicamente desnutrida, reclamaba:

«...No queremos política, queremos pan...» 35

Cuando lo elemental en la vida de un ser humano no está satisfecho, es lógico que surjan la rebeldía y el desprecio hacia el orden y el sistema, en quienes soportan las cargas sin recibir los beneficios. Barrett, llamando a la conciencia sobre la vergonzosa explotación, repetida tanto en los yerbales de la Industrial Paraguaya y en los obrajes, llamaba a los trabajadores a preguntarse dónde va el fruto de su labor y encontrarán así, en la respuesta, una verdad amarga. A pesar de la pobreza generalizada, «...se produce de sobra para vivir mejor...» Por ello, «...su triste situación es consecuencia de su propia servidumbre.»

Una vez persuadido de esa circunstancia, cada hombre:

«...reclamará enérgicamente lo suyo, y lo obtendrá. Poco o mucho, lo que produzca será para él; vivirá como un hombre, y no como una bestia perdida en la selva. Y producirá después con mayor intensidad, por el interés que verá en ello...»36

Se escuchaba ya el llamado a la solidaridad, a la unidad de los oprimidos y a la resistencia, pero lejos de las autoridades y del sistema de partidos, pues: «nada hay que esperar de la política, lacaya del dinero»

La decepción de Barrett, le condujo al rechazo del establishment.

Confió primero, renegó después. Escrito en la Argentina, el artículo titulado «Buenos Aires» publicado en el periódico El diario español, en el año 1903, resalta las profundas contradicciones de la metrópolis, donde una multitud harapienta, con el apetito impostergable transita entre los destellos fastuosos pero indiferentes de la gran urbe, concluyendo:

«...Sentí la infamia de la especie en mis entrañas. Sentí la ira implacable subir a mis sienes, morder mis brazos. Sentí que la única manera de ser bueno es ser feroz, que el incendio y la matanza son la verdad, que hay que mudar la sangre de los odios podridos.

Comprendí, en aquel instante, la grandeza del gesto anarquista, y admiré el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil hormiguero humano.» 37

Llegar a la anarquía era cuestión de tiempo.

Ahora bien, más que una teorización de la anarquía, se debe buscar en la obra de Barrett, las huellas de un escritor sensible a los problemas de su tiempo, de un hombre comprometido con la humanidad, que llamaba a tomar conciencia de la realidad y combatía por cambiarla con una de las más poderosas armas: la palabra.

 

SU ANARQUISMO

 

La decepción y el desprecio hacia el sistema gubernamental improductivo y el manejo hipócrita de la política en el Paraguay, alimentaron en Rafael Barrett las ideas de rebelarse contra esa estructura.

Además de desarrollar sus conceptos morales, fue madurando «su anarquismo». Que no precisamente significa una invocación o una apología del caos, como muchos interpretaron. El desorden ya estaba instalado en el país, sin sujeción a teorías o especulaciones.

En un tiempo tan convulsionado, que ha relativizado todos los valores, inclusive la vida, no era ya necesario llamar al descontrol, sino a un nuevo orden. Un nuevo orden que para Barrett debía ser construido fuera de las instituciones vigentes.

Un llamado a desobedecer a la autoridad y a las leyes, a la desaparición del Estado. El anarquismo –decía– se reduce al «libre examen político.» 38

Harto como estaba de la manipulación de la actividad política, para satisfacer mezquinos intereses personales en detrimento de una masa cada vez más empobrecida, hacía un exhorto a la desobediencia civil, no sólo a los mandatos de la autoridad sino a las propias leyes, que consideraba injustas.

Al exponer el programa de la revista Germinal, aseverando que «...no se aceptará lo legal, sino lo justo...»39, suscribe una suerte de iusnaturalismo, defendiendo la existencia de leyes superiores a las elaboradas por los hombres, independientemente que sean reconocidas o no por los organismos oficiales. En «Mi anarquismo», por ejemplo, menciona que: «...las leyes naturales, se cumplirán por sí solas, queramos o no. Los astrónomos no ordenan los astros. Nuestro único papel será el de testigos.» 40

Atrás quedaron los días en que depositaba sus votos de confianza en los partidos políticos, en las ideas republicanas y en las instituciones democráticas del país, cuando exponía que:

«El partido es una pequeña patria. Inflexible defensa de un conjunto de intereses, ideas breves y firmes, programa neto, he aquí lo esencial... ...Es la armadura interna que sostiene el presente y protege el porvenir. Es la expresión de la armonía nacional. Es el más elevado símbolo de la civilización» 41

Al conocer la realidad social paraguaya, plagada de excluidos, y constatar las seculares postergaciones, fue desilusionándose progresivamente, tal como se ha señalado más arriba, hasta revelarse y liberar en gritos airados su reclamo de redención. Pero no una redención a ser otorgada por las clases dominantes como una graciosa benevolencia, sino que debía ser conquistada por los propios oprimidos, por los trabajadores que alimentaban con su esfuerzo cotidiano el capital de quienes sistemáticamente los relegaba, por los explotados en los yerbales y los obrajes, por los que eran llevados arreados a los cuarteles.

Se rebeló contra la propiedad privada, uno de los pilares fundamentales de la república liberal, negándola.

Su «Primera conferencia a los obreros paraguayos», es un llamado a la indignación contra el propietario, quién es el usurpador, el parásito y el intruso. Alegaba que la tierra es de todos los hombres y la riqueza debe ser producto del trabajo no de la especulación o la renta, el hoy conocido aforismo de: la tierra es de quien la trabaja.

«Las riquezas naturales, el agua, el sol, la tierra pertenecen a todos.

Apodérese de la tierra el que la fecunde... ...goce de la tierra el hombre en proporción a su esfuerzo. Recoja la cosecha el que la sembró. Y la regó con el sudor de su frente y la veló con sus cuidados.» 42

Al igual que en la primera conferencia, en su discurso «La huelga» 43, Barrett se aproxima al anarquismo colectivista de Bakunin al propugnar la apropiación del capital por parte de los trabajadores y su paso a manos del proletariado, pues, «el capital sin el trabajo se convierte en un despojo, en una ruina, en una sombra.» Insta, además, a los obreros a tomar conciencia de su poder (por que al fuerte sólo se vence siendo fuerte), de la importancia de la resistencia pacífica 44 y la validez del paro:

«Todo el oro del universo no bastaría para comprar una migaja de pan el día en que ningún panadero quisiera hacer pan, mientras que para hacer pan no hace falta oro, porque aquí está la sagrada tierra que no se cansará nunca de ofrecer el oro de sus trigos maduros a la actividad de nuestros brazos...»

En la inacción también hay fuerza. La huelga, a la que considera el anárquico ejército de la paz, es una herramienta poderosa capaz de derribar todas las estructuras de un sistema que se nutre del trabajo del hombre. La ruina es dejar el mármol en la cantera y el hierro en la mina. «La verdadera matanza es dejar los vientres vírgenes.» 45

Las influencias en el pensamiento de Barrett del anarcosindicalista ruso Mijail Bakunin, considerado como uno de los principales ideólogos del anarquismo como acción revolucionaria del siglo XIX, se pueden ver además en el escrito «La lucha social» 46, donde se predica la renovación y el cambio integral del viejo andamiaje de la sociedad, retomando así sus ideas de transformación del antiguo orden. La frase: «destruir es crear», que le sirve de punto de partida a su análisis sobre el movimiento social y la necesaria sustitución de caducos modelos, es perfeccionada:

«Más exacto sería decir que toda creación destruye algo. La naturaleza no podría engendrar nada nuevo si la obligasen a conservar lo viejo.»

Volviendo a las conferencias de Barrett, en la tercera de ellas conocida como «El problema sexual», aborda la explotación laboral de la mujeres, quienes eran peor pagadas que los hombres, a lo que se suma el cobarde aprovechamiento sexual al que eran sometidas. Expone con su crudeza característica todos los vejámenes repetidos, no sólo en el Paraguay, sino también en Francia y en Alemania, con el cobarde manoseo de los más débiles, tanto en el aspecto económico como en el de género: «Para el capitalista la mujer es sencillamente una bestia, mas barata que el hombre, y el niño una bestia más barata que la mujer...» 47 Además de insistir en la reivindicación del sexo femenino, la idea de renovación generacional y la conservación de la especie humana, garantizadas con la alianza entre el hombre y la mujer, con la mirada en un futuro a ser edificado sobre la base del amor y de la solidaridad, son expuestas en un exultante llamado a la vida por quien, con el agravamiento de su enfermedad, empezaba a recibir las señales de la muerte.

El anarquismo de Barrett adoptó distintos matices, siempre impregnado de elevados conceptos morales y filosóficos, encuadrables en diversas corrientes del pensamiento de la época, como el altruismo y el vitalismo, sólo por dar un par de ejemplos. En el desarrollo de esas ideas llegó inclusive al utopismo, cuando en el mencionado «Mi anarquismo», invita a abandonar la simple practicidad y seguir los altos paradigmas, porque: «Cuando más inaccesible aparezca el ideal, tanto mejor. Las estrellas guían al navegante. Apuntemos enseguida al lejano término.» 48

Enemigo de los dogmas y de la autoridad como argumento insistió en el «libre examen» como forma de destruir los viejos armazones de la sociedad, esgrimiendo que existen organismos esencialmente anárquicos, como la ciencia moderna, que nadie puede tachar de caótica o desordenada y «cuyos progresos son enormes desde que se ha sustituido el criterio autoritario por el de la verificación experimental.» 49 Talvez esas observaciones hoy pueden resultarnos sumamente básicas, pero entonces se ajustaban al pensamiento imperante, al modernismo que preconizaba la razón. No se debe olvidar que las estructuras de dominación siempre desdeñaron el conocimiento, controlado mucho tiempo por una minoría. Hoy es tan sólo una anécdota el proceso a Galileo y a tanta distancia resulta inverosímil; suena más bien a una broma del mal gusto. En ese sentido, en el referido texto decía:

«...Ningún sabio, por ilustre que sea, presentará hoy su autoridad como argumento; ninguno pretenderá imponer sus ideas por el terror. El que descubre se limita a describir sus experiencia, para que todos repitan y verifiquen lo que el hizo. ¿Y esto qué es? El libre examen, base de de nuestra prosperidad intelectual...» 50

La ciencia siempre fue blanco de los ataques de la religión, cuyos postulados son básicamente dogmáticos. Sus rígidas reglas, que no deben ser objeto de revisión, estuvieron siempre alejadas del entendimiento humano. «Una regla no se discute. No se discute el código ni el catecismo. Explicar una regla es profanarla» 51 decía irónicamente Barrett. Así, también atacó a las religiones, principalmente a la Católica (cuya sombra inquisitiva conocía perfectamente desde sus días en España) recriminándole su anacronismo y su política del miedo y de la venganza como método de dominación. «El miedo es lo que ata a los hombres más fuertemente entre sí, y a los hombres con dios, por que la ira y el encarnizamiento son más humanos que el amor.»52 Fue también un crítico de la idolatría católica, al cuestionar la proliferación de santos y la multiplicidad de versiones e imágenes de Jesús y de María.

«Roma trafica con fetiches. Por encima de los magos y curanderos de sacristía están los gerentes, muchos de ellos hombres superiores que, incapaces de hacer religión, hacen política. El catolicismo es un partido, una burocracia, que se sostiene aún merced a su maravillosa estructura...» 53

En sus ataques a la iglesia, siempre cargados de ironía y sarcasmo, no perdió la oportunidad de cuestionar el excesivo Fausto de la iglesia, la vida principesca y poco espiritual de los obispos, en amplio contraste con la infortunada situación de miles de feligreses54.

Esas contradicciones de dicho y hecho, presentes desde siempre en la mayoría de las religiones (para percibirlas no hace falta ser muy perspicaz), son combustible de alto octanaje, capaz de avivar las más exiguas llamas de rebeldía y hacer perder la fe al más férreo creyente.

Las obsoletas posiciones de una iglesia, que no acompañaban los avances científicos de siglo que revolucionaría la sociedad como ningún otro, lo llevaron inclusive a afirmaciones nietzscheanas como la de «dios ha muerto» 55. La ciencia es la depositaria de la fe del hombre de hoy. La religión, esa forma de hacer política con recursos metafísicos, no daba ya las respuestas esperadas por ciudadanos cada vez más informados. El hombre está cansado de dioses débiles y exhaustos, por fin cree y espera en sí mismo: «No es hijo de Dios, pero va a ser Dios.» 56

La ciencia es más universal que la religión, aunque ésta, especialmente el cristianismo, se haya extendido por vastos territorios valiéndose del sincretismo, asimilando de cada región sus particularidades, como los sedimentos que arrastra la corriente de un río.

La ciencia también dista del patriotismo, con quien tiene escasos puntos de convergencia. El patriotismo, herramienta de muchas ideologías conservadoras y nacionalistas, se basa en la aversión a lo extraño y el culto a lo individual. Exalta la distinción.

Una ciencia nacional es una mentira –decía Barrett–57 no se puede fragmentar, es una sola.

«...Un patriotismo que no odia al extranjero no es patriotismo, es caridad. Y una caridad que se detiene en las fronteras no es más que odio...» 58

 

LA CIENCIA Y SUS AVANCES PERTENECEN A TODA LA HUMANIDAD.

 

Está por encima de los egoísmos personales y segregaciones, ali- mentadas principalmente por intereses políticos, porque ante la ausencia de ideas importantes y proyectos trascendentes, se ha buscado siempre unir a un pueblo con el pretexto de la pertenencia a una determinada raza o nación, negando la solidaridad humana.

Así como Descartes utilizó la duda en rechazo de las verdades recibidas, Barrett enfrentó a los dogmas con la anarquía. La ley, como la religión que sólo sirve a los poderosos, está diseñada para defender los intereses de las clases proverbialmente explotadoras, ante la mirada complaciente de una justicia venal. Esa es la estructura política enquistada en el Paraguay de los albores del siglo XX. Esa política, o mejor dicho, esa perversa práctica política, es el mal endémico de un país que no puede salir del estancamiento económico y social. Esos son los signos de una época cuyos vicios se repiten hasta nuestros días y muchas postergaciones no han sido aun superadas. Por eso, la palabra de Barrett nos resulta tan contemporánea. Sigue vigente tanto hoy como entonces.

Pero entonces, el verbo agudo e iconoclasta de Barrett, más que el agua que gota a gota orada la roca, más que el martillo que moldea el metal o el cincel del artesano que afina la madera, fue dinamita para las gastadas estructuras del pensamiento de su tiempo y sacudió a un Paraguay adormecido, que seguía aletargado, escrutando las cenizas y los escombros de la reciente contienda, sin levantar la cabeza y mirar hacia el futuro.

 

NOTAS:

 

1 La lucha, Rafael Barrett, Obras Completas Tomo I (1943: 33)

2 Con el golpe de estado de 1904 fue depuesto, por los revolucionarios liberales, el presidente Juan Antonio Escurra, concluyendo así la primera era colorada que se inició en el año 1878 con el gobierno de Cándido Bareiro.

3 Cronológicamente el primer artículo sobre el Paraguay, fechado en Villeta el 10 de noviembre de 1904.

4 Según lo referido por Miguel Ángel Fernández en la edición de la antología titulada Rafael Barrett Obras Completas iv (1990: 12-13).

5 Benigno Ferreyra pertenecía al grupo de los cívicos del liberalismo, quienes, para derrocar al Partido Colorado, se unieron con los radicales, que si bien pertenecían al mismo partido, estaban separados por fuertes rivalidades que no tardarían en aflorar. Una de las consecuencias inmediatas del ascenso a la presidencia de González Navero (radical) era la desaparición de lo cívicos de la escena gubernamental. Brezzo; 2010:29.

6 Se conoce como Generación del 900 o Novecentismo, aquella formada por los escritores paraguayos nacidos entre 1870 y 1880 y que extendieron su actividad literaria a lo largo de las tres primeras décadas del siglo xx. Para profundizar este tema puede leer El Novecentismo Paraguayo de Raúl Amaral.

7 Poco después entrarían en la escena de la literatura social Hérib Campos Cervera y Julio Correa.

8 Este incidente, es recordado por Barrett en el artículo «Bertotto» (El Nacional, 9 de mayo de 1910), asegurando que «Os aseguro que no nos vengaremos de él. Cuando lo metieron en la cárcel, los soldados le ataron a su camastro de hierro, ¡a él, a quién tantos soldados debían la vida! Y le torturaron; ¡torturaron al niño, bajo las miradas felinas de un militar de escuela!...»

9 Con fecha 3 de septiembre de 1908, de acuerdo a lo mencionado por Miguel Ángel Fernández en la antologías Obras Completas iv (1990: 10) y Germinal (1996: 15), recogido posteriormente en El dolor paraguayo (2006: 193-195)

10 Los derechos procesales estaban reconocidos en los artículos 11°, 21 y 22 de la Constitución de 1870, por entonces vigente y en donde las principales garantías individuales de un Estado democrático, estaban consagradas.

11 Jaeggli; 1983: 150.

12 Sin que con ello se busque una justificación, sólo un antecedente, es bueno mencionar que el artículo «La tragedia de hoy», fechado el 13 de enero de 1906, Barrett reclama la muerte del joven publicista Carlos García (quien era miope), ocurrida en un duelo con Gomes Freire Esteves, responsabilizando del hecho a los padrinos del infortunado: Miguel Guanes y Albino Jara. La indignación difundida a través de la prensa generaría resquemores que no serían fácilmente olvidados.

13 Citado por Gianni Vattimo en Ecce Comu.

14 En fecha 26 de marzo de 1870, el Gobierno Provisorio, atendiendo la situación angustiosa y el abandono, acentuados por los problemas de comunicación, dispuso la desocupación de los pueblos de las Misiones y el traslado de sus habitantes hacia «...este lado del río Tebicuary.» Registro Oficial (1887: 66)

15 El dolor paraguayo; 2006: 81.

16 Nombre que identifica a las rústicas construcciones rurales hechas con troncos de cocotero, clavados en el suelo y revocadas con barro. El techo es generalmente de paja, con entramado de tacuaras. El propio Barrett residió en este tipo de viviendas en oportunidad de su confinamiento en Yabebyry, en la estancia Laguna porâ.

17 El Nacional, 24 de junio de 1910.

18 Rafael Barrett, Obras Completas IV; 1990: 289.

19 El Nacional, 7 de julio de 1910

20 Lo que son los yerbales; Rafael Barrett, Obras Completas IV (1988: 7-22)

21 «El arreo al cuartel»; Germinal, 16 de agosto de 1908.

22 Los Sucesos, 16 de febrero de 1907.

23 En defensa del Paraguay, fechado en Yabebyry el 29 de marzo de 1909.

24 «El obrero»; incluido en El dolor paraguayo (2006; 123.125).

25 «El valor»; recogido en la antología de Jorge A. Warley (1987:50).

26 El diario, 26 de enero de 1905. Obras Completas, Rafael Barrett; 1990: 61.

27 En el artículo «Partidos políticos», publicado en El Diario el 30 de mayo de 1905, no obstante a su optimismo, advertía: «Los hombres sin raíces que los aten a una región social amada, aislados por sus ambiciones personales, no se dirigen a la política como ciudadanos, sino como piratas.»

28 Un razonamiento semejante podemos encontrar en el delicioso artículo «La conquista de Inglaterra», publicado en Los Sucesos el 19 de enero de 1907, donde sostiene que:

«...ante el hecho universal de la disolución de fronteras por obra de las grandes compañías de comunicación y transportes, podríamos concluir que no se trata sino de ganar dinero, cuando en el fondo se trata del advenimiento enorme de la solidaridad humana... ...El amor entonces hallará dispuesto su nido, y no le importará conocer con qué intenciones fue preparado. Las heridas de la espada y del oro serán surcos donde germinarán las plantas nuevas.»

29 «De política», publicado en El dolor paraguayo (2006: 153-155)

30 Rafael Barrett, Obras Completas IV (1990: 264)

31 «El humanismo y la política»; Obras Completas IV (1990: 207).

32 «Al doctor Báez»; editado en El Nacional, 2 de mayo de 1910.

33 El dolor paraguayo (2006: 159)

34 Obras Completas IV (1990: 181)

35 «Epifonemas revividas»; Germinal, 11 de octubre de 1908.

36 «Nuestro programa»; publicado en Germinal, en fecha 2 de agosto de 1908.

37 «Buenos Aires»; Rafael Barrett, Obras Completas II (1988: 28-29)

38 «Mi anarquismo»; Rafael Barrett, Obras Completas II (1988: 133).

39 «Nuestro programa»; Rafael Barrett, Obras Completas IV (1990:208).

40 «Mi anarquismo»; ídem.

41 «Partidos políticos»; Rafael Barrett, Obras Completas IV (1990: 76)

42 «La tierra», discurso que forma parte de El dolor paraguayo (2006: 129-136)

43 «Segunda conferencia a los obreros paraguayos»; ídem: 137-144.

44 En la actualidad, el derecho de «resistencia a la opresión» es reconocido en muchas legislaciones. En el Paraguay, la Constitución de 1992 lo consagra en su Art. 138°.

45 «La huelga»; Rafael Barrett, Obras Completas i (1943 - 35)

46 La razón, 21 de mayo de 1910.

47 «Tercera conferencia a los obreros paraguayos»; ídem: 145-151.

48 Ídem; 1988: 134.

49 «El anarquismo en la Argentina»; Rafael Barrett, Obras Completas II (1988: 86).

50 «Mi anarquismo»; ídem.

51 «La regla», publicada también en Moralidades actuales; Rafael Barrett, Obras Completas II (1988: 59)

52 «Represalias evangélicas»; ídem, 36.

53 «Un dios que se va»; Rafael Barrett, Obras Completas i (1943: 102).

54 Véase el breve ensayo «Un monstruo» que forma parte de Moralidades Actuales; Rafael Barrett, Obras Completas II (1943: 25-27).

55 «El que fue»; Rafael Barrett, Obras Completas II (1988:51-52). Nietzsche, proclama la muerte de dios en su frontal ataque al cristianismo titulado La gaya ciencia (2004: 109 y 120).

También puede encontrarse otra alusión a la obra del filósofo alemán en el texto «En la estancia», que fue incluido en El dolor paraguayo, donde Barrett asevera que hablar de política es «demasiado humano» (2006: 16).

56 Ídem: 168-169.

57 «Patriotismo», recogido en la antología de Jorge A. Warley (1987: 54-55)

58 Ídem.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

AMARAL, RAÚL; El novecentismo paraguayo, hombres e ideas de una Generación fundamental del Paraguay; Editorial Servilibro, Asunción

BARRETT, RAFAEL; El Dolor paraguayo, Editorial Servilibro; Asunción, Paraguay; año 2006;

BARRETT, RAFAEL, Germinal (Antología); Editorial El Lector, Asunción, Paraguay; año 1996;

BARRETT, RAFAEL; Obras Completas (Cuatro volúmenes); publicado por rp Ediciones/ici, a cargo de Francisco Corral y Miguel Ángel Fernández; Asunción, Paraguay; años 1988-1990;

BARRETT, RAFAEL; Obras Completas, Tomo i; Editorial Tupac, Buenos Aires, Argentina; año 1943;

BREZZO, LILIANA M.; El Paraguay a comienzos del Siglo XX, 1900-1932; Editorial El Lector; Asunción, Paraguay; año 2010;

CENTURIÓN, CARLOS R.; Historia de la Cultura Paraguaya (Dos tomos); Biblioteca «Ortiz Guerrero»; Buenos Aires, Argentina; año 1961;

DÍAZ-PEREZ; VIRIATO; Ensayos II - Notas, Una conferencia sobre Rafael Barrett; Luis Ripoll Editor; Palma de Mallorca, España; 1988;

FREIRE ESTEVES, GOMES; Historia contemporánea del Paraguay; Editorial El Lector; Asunción, Paraguay; año 1996;

FRUTOS, JULIO CÉSAR & VERA, HELIO; Pactos Políticos; Editorial Medusa; Asunción, Paraguay; año 1993;

JAEGGLI, ALFREDO L.; Albino Jara un varón meteórico; Ediciones napa; Asunción, Paraguay; año 1983;

NIETZSCHE; FRIEDRICH; La gaya ciencia; Ediciones Libertador; Buenos Aires, Argentina; año 2004;

REGISTRO OFICIAL DE LA REPÚBLICA DEL PARAGUAY (1869-1875); Editores Fischer y Quell; Asunción, Paraguay; año 1887;

WARLEY, JORGE A.; Rafael Barrett, anarquismo y denuncia; Centro Editor de América Latina s.a.; Buenos Aires, Argentina; año 1987;

WARREN, HARRIS GAYLORD; La reconstrucción del Paraguay, 1878-1904. La primera era colorada; Intercontinental Editora; Asunción, Paraguay; año 2010.

 

Fuente:

CONCURSO NACIONAL DE ENSAYOS RAFAEL BARRETT 2010

OBRAS PREMIADAS

© Los autores

© Secretaría Nacional de Cultura.

Primera edición

Secretaría Nacional de Cultura.

Asunción, mayo de 2011

Organización del concurso:

SUSY DELGADO, Dirección de Promoción de las Lenguas

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY

Coordinación de la edición: HORACIO OTEIZA

Corrección: GUILLERMO MALDONADO

Diseño gráfico: JUAN HEILBORN

ISBN 978-99967-628-0-2

Hecho el depósito que marca la Ley Nº 1328/98

Reservados todos los derechos

Impreso en el Paraguay

Fuente digital : http://www.cultura.gov.py

 

 

 

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