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JUAN BAUTISTA ALBERDI (+)

  LA GUERRA DEL PARAGUAY - Por JUAN BAUTISTA ALBERDI


LA GUERRA DEL PARAGUAY - Por JUAN BAUTISTA ALBERDI

LA GUERRA DEL PARAGUAY

Por JUAN BAUTISTA ALBERDI

 

© 2012 - INTERCONTINENTAL EDITORA

Caballero 270 c/ Mcal. Estigarribia

Teléfs.: 496 991 - 449 738 - Fax: (595-21) 448 721.

Pág. Web: www.libreriaintercontinental.com.py

E-Mail: agatti@libreriaintercontinental.com.py

Diagramación: Gilberto Riveros Arce

Corrección: Arnaldo Núñez.

Foto de tapa: Trinchera de Curupayty (Oleo sobre tela, 50,2 x 149,2 cm.)

Colección Museo Nacional de Bellas Artes

 

Mucho celo y técnica fueron empleados en la edición de esta obra. No obstante, pueden ocurrir errores de digitación, impresión o duda conceptual. En cualquiera de las hipótesis, solicitamos la comunicación a nuestra Casa Central para que podamos esclarecer o encaminar cualquier duda.

La Editora y el autor no asumen responsabilidad alguna por eventuales daño.. o pérdidas a personas o bienes, originados por el uso de esta publicación. Hecho el depósito que marca la Ley N° 1328/98

Hecho el depósito que marca la Ley 1328/98

ISBN: 99925-59-15-2

 Asunción - Paraguay

2012 (236 páginas)

 

 

ÍNDICE

 

Prólogo

Prefacio

•        LAS DISENSIONES DE LAS REPÚBLICAS DEL PLATA Y LAS MAQUINACIONES DEL BRASIL

 

-        El Brasil

I        Población

II       Subsistencias

III      Seguridad del territorio

 

-        El Estado Oriental del Uruguay

I        Tres poderes se disputan la Banda Oriental

II       Montevideo y Buenos Aires

III      Montevideo y el Brasil

        

-        La República Argentina

I        Neutralidad aparente, hostilidad real

II       Una nación en apariencia, dos en realidad

III      Lo que aparece gobierno nacional argentino es gobierno de Buenos Aires

IV     Los que aparecen dos gobiernos son un solo gobierno

        

-        El Paraguay

I        El Paraguay y el Brasil

II       El Paraguay y Buenos Aires

III      El Paraguay y la Banda Oriental

 

-        Intereses generales comprometidos en la guerra del Plata

I        Intereses americanos

II       Intereses europeos en el Plata, garantías de libertad comercial

III      Garantía de paz y de seguridad

 

•        LOS INTERESES ARGENTINOS EN LA GUERRA DEL PARAGUAY CON EL BRASIL

Carta Primera: Motivo de estas cartas

Carta Segunda: Lo que se entiende por traición y patriotismo en la República Argentina

Carta Tercera: Las ideas constituidas en reos de lesa patria

Carta Cuarta: Las ideas de oposición liberal puestas bajo las horcas caudinas

Carta Quinta: La oposición liberal de Mitre hace hoy lo que hizo la oposición liberal a Rosas

Carta Sexta: Fines domésticos de la política exterior de Mitre

Carta Séptima: La cuestión de hoy es la de 1846

Carta Octava: Lo que sacará Buenos Aires de la guerra con el Paraguay

Carta Novena: Opiniones de Florencio Varela, del General Pacheco y Obes, del Dr. Alsina y General Paz, sobre el Paraguay en oposición a Buenos Aires

Carta Décima: Personalidades de cierto interés general

Carta Undécima: Las causas de la guerra y las raíces de la paz. Conclusión

 

CRISIS PERMANENTE DE LAS REPÚBLICAS DEL PLATA

I        Objeto de este trabajo

II       Examen crítico de las miras ostensibles de la guerra

III      Modo de ser de la libertad de Buenos Aires, que se cree llamada a libertar a    medio mundo

IV     La libertad argentina en el extranjero y el poder extranjero en el gobierno        argentino

V       La guerra busca la reforma argentina, no la reforma del Paraguay; la reforma busca la desmembración, no la unión

VI     La política que ha gobernado a la República Argentina por la división no es   invención de Mitre ni de Rosas. Cuál es su origen y data

VII    De la reforma de la Constitución argentina dirigida a crear una dictadura en servicio de las miras ulteriores de la alianza y de la guerra.

VIII   Complicidad y miras ambiciosas del Brasil en la política anti argentina de      Buenos Aires. Planes y fines ulteriores de su alianza

IX     Escollos de la alianza y de sus miras. Los soldados de América son los grandes intereses. La cuestión argentina es la del puerto, no la de la Capital; es   económica más que política

X       Del gobierno y poder de los grandes intereses; ellos son los legisladores constituyentes del Plata

XI     Cuál debiera ser, cuál será al fin la reforma que impongan los intereses de la   civilización argentina. El gobierno del porvenir está ya formulado

XII    Situación de la guerra que justifica la introducción histórica de este escrito

 

•        TEXTO Y COMENTARIO DEL TRATADO SECRETO DE LA TRIPLE ALIANZA CONTRA EL PARAGUAY

 

 

PRÓLOGO

 

         Es acto de justicia histórica la presente edición de "La Guerra del Paraguay", obra de Juan Bautista Alberdi, uno de los más lúcidos defensores de nuestro país durante su sangrienta lucha con la Triple Alianza. La verdad sobre el conflicto surge diáfana de estas páginas, poniendo en su lugar la índole del tratado del primero de mayo de 1865, condenado por los espíritus imparciales de aquella época, pero también por los de hoy. Las causas profundas de aquella tragedia americana son examinadas por Alberdi con escrupuloso rigor y ecuanimidad innegable.

         No termina ahí el mérito de esta publicación de Intercontinental Editora. Ella significa, asimismo, un homenaje más, entre los diversos rendidos ya en nuestro país al esclarecido tucumano, y es tributado en un momento en que problemas acuciantes nos vedan echar una mirada al pasado y abrir, con ello, las compuertas del futuro, rompiendo una rutina mental que nos lleva a un destino incierto.

         Al inaugurarse en Buenos Aires la estatua de Juan Bautista Alberdi, su par en muchos aspectos, dijo don Manuel Gondra que el hombre público a quien se honraba "comprendió que la índole guerrera de las naciones de Sud América era un obstáculo a su progreso". La cita de Gondra no hizo sino corroborar el apóstrofe lanzado por Alberdi en 1845: "Dejemos los héroes con los tiempos semi-bárbaros a que pertenecen".

         Los paraguayos todos somos alberdianos, en medida acaso mayor que los mismos compatriotas del autor de "Las Bases", que sentó -como lo indica su título- los cimientos de la moderna Argentina, bien que la Constitución de 1853 haya sufrido enmiendas, juiciosas algunas, desafortunadas otras. Pero éste es un tema que concierne a los argentinos, si bien los americanos tenemos el derecho y el deber de preocuparnos de la suerte de esa nación, del mismo modo que Alberdi hurgó los antecedentes y las causas del holocausto de 1864-1870, en su esfuerzo por reivindicar al Paraguay. También él creyó que no podía permanecer impasible ante los sacrificios que se imponían a nuestro pueblo. Se anticipó de esta suerte a la moderna visión del mundo americano, cuyas repúblicas están separadas por fronteras que, lejos de distanciar, aproximan cada vez más.

         No es posible soslayar un paralelo entre Alberdi y Mitre, uno de los promotores de la Triple Alianza, cuyos designios anexionistas respecto del Paraguay pone Alberdi en plena evidencia, desempolvando el testimonio del entonces ministro inglés en Buenos Aires, Mr. Thornton, quien refiere que Rufino de Elizalde, canciller del presidente Bartolomé Mitre, le informó confidencialmente que "por ahora" la Argentina se abstendría de anexar al Paraguay, pero que "esperaba vivir lo bastante para ver a Bolivia, Paraguay y la República Argentina unidas en una confederación".

         Mitre está considerado uno de los forjadores de la Argentina posterior a la era de las disidencias intestinas, culpables de que ese país viviera por mucho tiempo como una liga de provincias divididas por intereses locales, sin acertar a consolidar la unidad nacional.

         Para los argentinos, o para muchos de ellos, Mitre llegó al procerato por obra de sus méritos. No nos es lícito, pues, ingerirnos en cuestiones que atañen a sus connacionales, pero sí nos asiste el derecho de evaluarlo en su acción gubernativa enderezada a mutilar al Paraguay, mediante la destrucción del ejército que Solano López opuso a los invasores. Las miras del primer comandante de las huestes aliadas se hallan claramente enunciadas en el tratado secreto que, a comienzos de la contienda, suscribieron la Argentina, el Brasil y el Uruguay.

         Mitre representa, y Alberdi lo dice, la antítesis de Belgrano, pues éste intentó deponer al gobernador español Velazco, aliado del Brasil, mientras que el general Mitre pactó con el imperio para aniquilar al Paraguay.

         Claro es que los paraguayos estamos en lo cierto al calificar la expedición realizada en 1810 por Belgrano como una tentativa de someter nuestro país a la junta gubernativa de Buenos Aires, mas es igualmente sabido que, tras las victorias paraguayas de Paraguarí y Tacuarí, Cabañas y Belgrano se despidieron en son de paz.

         Otro acto atribuido por Alberdi al general Mitre consiste, en sus palabras, en haber enfrentado a Buenos Aires con las demás provincias argentinas, con el propósito de obtener la sumisión de éstas a la tutela porteña, proyectando así despojarlas de sus rentas, provenientes de la aduana, en favor de la provincia dueña del puerto.

         Esa misma lucha la sostuvo el Paraguay con Buenos Aires, durante cincuenta años de vida independiente, dice Alberdi, y por los mismos motivos que separaban a porteños y provincianos: la confiscación aduanera de las rentas de su comercio de ultramar. Esto no era otra cosa que una nueva versión de las horcas caudinas existentes durante el coloniaje español, con la figura de un "puerto preciso" que, si bien no situado en Buenos Aires, redundaba a la larga en provecho del principal puerto marítimo.

         Dice la verdad Alberdi al hacer de Mitre sucesor de Rosas, el obstinado enemigo de la independencia paraguaya, por haberlo imitado en dos aspectos: la política anexionista y la imposición de gabelas excesivas al comercio de nuestro país.

         Los argentinos en quienes el doctor Alberdi se inspira son Belgrano, Rivadavia, Florencio Varela y otros grandes hombres, que no solamente abogaban a su entender por un régimen institucional justo para la integración argentina, sino que además miraban con simpatía las relaciones paraguayo-argentinas.

         Alberdi enjuicia duramente, y no sin cierto sarcasmo, los pujos imperialistas del Brasil. Este país -afirma- busca ser émulo de Estados Unidos y Francia en el continente americano y, en el orden mundial, cabeza del hemisferio sur.

         Esta infatuada autoestima fue el legado de la casa real portuguesa al primer gobernante del Brasil independiente, el emperador Pedro I, y a su hijo y sucesor, Pedro II. Hace notar Alberdi que los brasileños carecen de los capitales, artes, industrias y conocimientos de que son poseedores Estados Unidos y Francia y, en cuanto a su supremacía en el hemisferio meridional, bastaría con citar a Australia para despojar de fundamento a la desmedida aspiración del Brasil de ser su mentor.

         La obsesión brasileña de expandirse territorialmente y de dominar la América del Sur -incluso la costa del Pacífico, según Alberdi- trae reminiscencias de la finalidad que, a estar por versados historiadores, perseguía la princesa española Carlota Joaquina, de Borbón, reina de Portugal, consistente en incluir en las posesiones portuguesas los países del Plata.

         Por otra parte, a mediados del siglo 20 el general Golbery de Couto e Silva, prominente militar brasileño, construyó una geopolítica que hacía del Brasil el árbitro de la América del Sur.

         Menudean en el Paraguay los que piensan que él Mercosur no pasa de ser un artificio destinado a enfeudar a la Argentina, el Paraguay y el Uruguay a su restante socio, el Brasil. Y no faltan quienes vaticinan que, de aquí a tres o cuatro décadas, toda la región del Plata estará a los pies de Brasilia.

         La teoría es discutible, porque en la era de la globalización las hegemonías nacionales contradicen el espíritu de modernidad dominante en el mundo, a punto tal que las potencias mundiales y regionales lo son cada vez menos, por imperio de una realidad incompatible con supervivencias antiguas. Y este proceso de mundialización se torna más intenso a medida que el tiempo transcurre.

         Toda hegemonía del género señalado tiene los días contados. No obstante, en el ínterin, el Brasil mantiene en nuestro país un incontrastable predominio. Es nuestro primer socio comercial, dueño real de su parte y de la nuestra en Itaipú y uno de los principales inversores. Para colmar la medida, sus nacionales trasponen nuestra frontera, e incluso el idioma portugués se ha vuelto lenguaje corriente en esos focos de penetración, que lo son por designio brasileño o por complacencia paraguaya.

         Lo antedicho está favorecido por una experta diplomacia, enraizada en la tradición lusitana de Itamaratí, toda una escuela en el delicado oficio de la negociación entre naciones.

         Ante esta situación, ¿qué camino debe seguir el Paraguay para recuperar posiciones en el ámbito internacional? A este problema tampoco es ajena la Argentina, que se complace en oponer al Paraguay todo tipo de trabas, algunas justificadas y otras absurdas.

         No es tarea fácil, pero hay que comenzar por poner al día nuestro endeble servicio exterior. Para Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios, e igual cosa puede predicarse de la diplomacia. La del Paraguay flaquea en muchos aspectos, a punto tal que, dicho sea sin exageración, carecemos de política externa. La que ahora tenemos es partidaria, no nacional, pese a que hay embajadores surgidos de la oposición; pero las indecisas líneas maestras de nuestra diplomacia han sido trazadas por representantes de un solo partido, al revés de lo que acontecía en tiempos más felices del servicio exterior, cuando los intereses de la nación paraguaya, es decir del todo, estaban por encima de las conveniencias de una sola de las partes.

         ¿Por qué vía mejorará la diplomacia del Paraguay? Por la del perfeccionamiento de su política interna, que hoy parece divorciada de un pueblo que la califica de actividad puramente lucrativa e intolerablemente sectaria, antes que destinada a propiciar el adelanto del país.

         No sé si será un hecho la mejoría de nuestra descalabrada política, y oremos por que así suceda. Lo que está fuera de duda es que, de no cumplirse está unánime aspiración, los días del Paraguay podrían estar tan contados como lo parecían cuando la Triple Alianza buscaba llevarnos a la extinción.

         En retrospectiva, sin embargo, cabe señalar que los problemas diplomáticos se solucionan a veces sin la intervención de los países afectados. Otras voluntades entran en juego, como sucedió cuando, terminada la guerra, el Brasil y la Argentina, prisioneros de sus mutuos recelos, se vieron en la indeseada precisión de asegurar la independencia y la integridad del Paraguay, como suele suceder cuando los amigos de ayer disputan a la hora de repartir el botín. Fue el Brasil el que, pasando por sobre su enemistad hacia nuestro país, permitió que conserváramos en sus dos márgenes el río Paraguay, tal como, bajo el gobierno de Carlos Antonio López, la Argentina nos había reconocido el dominio irrestricto de ese curso de agua. Es hacer un homenaje a la verdad recordar que tanto ese presidente como su hijo y sucesor Francisco Solano defendieron con firmeza el principio de la libre navegación de los ríos.

         No siempre terceras potencias nos sacarán del atolladero, por lo que tendremos que ser nosotros mismos los autores de nuestra bienandanza o de nuestra ruina.

         Volviendo a nuestro eminente defensor Juan Bautista Alberdi, las tesis centrales del libro ahora editado son las que enumeramos.

         1. El Brasil, con la aquiescencia del presidente Mitre, llevó a Venancio Flores (su lugarteniente uruguayo en la batalla de Pavón) a la Banda Oriental, con la mira de sojuzgarla y, por ese medio, hacer lo propio con el Paraguay.

         2. El tratado de la Triple Alianza homologó el proyecto argentino-brasileño de desmembrar al Paraguay, quitándole extensos territorios; pero hasta ahí llegaron ambos aliados, porque atentar contra la independencia paraguaya hubiera sido inviable una vez consumada la revolución emancipadora americana.

         3. Solano López estuvo justificado al acudir en apoyo de los blancos uruguayos en su enfrentamiento con el colorado Flores, pues, de no ser contenido este último en su invasión de la Banda Oriental, corría peligro la independencia del Paraguay.

         4. La guerra de la Triple Alianza fue, en el pensamiento de los dirigentes del Brasil, un instrumento para la reconstitución de su imperio, tambaleante a raíz de la perspectiva de extinción de la línea masculina de la dinastía Braganza.

         5. Esta reconstitución contaba con el concurso de Mitre, que no advertía, o simulaba no advertir, en aras de su alianza con la monarquía brasileña, que la propia Argentina corría el peligro de ser una de las víctimas de "las miras de dilatación del Brasil".

         6. Detrás del mariscal López, en opinión del Alberdi, existían varios respetables principios amenazados por los aliados, entre ellos: a) la existencia soberana del Paraguay; b) la libertad de navegación de los ríos, contra la cual conspiraban la Argentina y el Brasil; e) la igualdad civil y de democracia sin esclavos, según la expresión del autor; d) el equilibrio americano, que estaba expuesto al riesgo de ser alterado por obra de los aliados.

         Una original apreciación es la de Alberdi acerca del real carácter de la guerra de la Triple Alianza, que él ve, no en su faz de conflagración internacional, sino en la de lucha civil empeñada por países americanos no consolidados aún como naciones, cuyos intereses, ambiciones e impulsos de conquista se entrechocan. Es así como Mitre no hesita en buscar una alianza con el Brasil, que nuestro autor considera letal para la propia Argentina. Juzga además Alberdi que los tres países de la entente anti paraguaya tenían sus propios móviles y, más que aliados bien avenidos, parecían acérrimos enemigos. Esta observación encierra una profunda verdad, corroborada por los documentos históricos.

         Donde a nuestro ilustre amigo le abandona su poder de convicción es en dos pasajes contradictorios. En uno de ellos recuerda haber "atacado la Constitución del Paraguay", lo que no extraña, habida cuenta de que los gobiernos de los dos López fueron unipersonales y absolutos. Por otra parte, aunque Alberdi no lo dice, a la sazón se enseñaba en las escuelas paraguayas el "Catecismo de San Alberto", que con acierto Cecilio Báez llama código del despotismo.

         En otra parte del libro, Alberdi afirma que, bajo ambos gobernantes, la vida paraguaya "viene de la gran revolución de América, faz transatlántica de la revolución liberal de Europa".

         ¿Cómo conciliar dos cosas mutuamente excluyentes?

         Nos parece que Alberdi tampoco da en el blanco cuando trae a cuento las antagónicas posiciones de los paraguayos tanto afectos como desafectos al mariscal López. Unos y otros combatieron en el ejército paraguayo, y tiene razón nuestro autor al aseverar que, para los paraguayos, aquella guerra fue una cruzada nacional.

         Vayamos por partes. A criterio de Alberdi la jornada de Caseros, que acabó con la tiranía de Rosas, merece aprobación porque abrió una era de libertad política, por mucho que Urquiza contara para esa batalla con la cooperación, no sólo de las provincias argentinas, sino de combatientes uruguayos y brasileños. Esa mezcla internacional era cosa corriente en aquella época de naciones no definitivamente constituidas, de suerte que nadie miraba con escándalo que hubiese ejércitos compuestos por hombres provenientes de varios países.

         Consigna también Alberdi que el gobierno post-lopista de 1869 fue encabezado por paraguayos enemigos del Mariscal López, pero sería iluso desconocer que tal fue la simple consecuencia de la victoria total de los aliados. Estos, igual que en todas las guerras de exterminio que registran los anales del mundo, hicieron retumbar el vae victis en el desolado país de los paraguayos. El resultado del tratado secreto no podía sino ser apurado hasta la heces por el derrotado.

         Esto no obstó para que legionarios y lopistas, todos a una, formaran la convención que dio origen a la libérrima Constitución de 1870. Y no se diga que ésta fue sancionada por mandato de las potencias triunfantes, por cuanto el Brasil era entonces la negación de las instituciones liberales y republicanas, y mal se comprendería que prohijara tal ley fundamental. Consumada la hecatombe, tirios y troyanos pusieron lo mejor de sí mismos para resucitar al Paraguay, desmintiendo la exclamación patética de Cerro Corá: "Muero con mi patria". Entrambos reedificaron el hogar común, al calor vivificante de la libertad, que de 1813 a 1870 había sido sofocada por los dueños del poder.

         Una transparente moraleja aflora desde las lúgubres profundidades de la guerra, y es la siguiente: como se ha comprobado a través de la historia, sea antigua o moderna, los países regidos por la libertad son los que salen con bien del campo de batalla, mientras que los uncidos al yugo del despotismo son los perdidosos. Las excepciones no son sino eso: excepciones. Véase, si no, lo ocurrido en nuestra guerra de 1932 a 1935. Y véanse los desenlaces de las dos guerras mundiales.

         Una última palabra, en encomio de la obra que ahora ve la luz. Se trata, en realidad, de una historia interna de los problemas americanos, que descorre el velo de hechos ocultos a la simple observación. Alberdi los escudriña con tino certero pero, sobre todo, sabe sopesarlos. Desde este punto de vista, "La Guerra del Paraguay" es una inesperada revelación.

         Y nos place que esta luminosa defensa del Paraguay esté vertida en una prosa ceñida pero elegante, pródiga en ideas y nutrida por una exquisita cultura clásica. Estos rasgos van, en la presente obra, de la mano con el dominio que Alberdi tenía de la ciencia jurídica, a su vez hermanado con su ingénito espíritu de justicia.

 

         Asunción, julio del 2000.

         José Fernando Talavera

 

 

 

EL PARAGUAY

 

         El Paraguay, como Montevideo, tiene por adversarios natos al Brasil y a Buenos Aires, por pecados cuyo principio está en su situación geográfica. Examinemos sus intereses con relación a esos tres países.

 

I

EL PARAGUAY Y EL BRASIL

 

         El territorio del Paraguay está como enclavado dentro del territorio del Brasil, y en medio de dos ríos, que son brasileños absolutamente en su origen, y paraguayos en sus dos márgenes, desde que se hacen navegables. Esos ríos son el Paraná, y el río Paraguay. De este modo el Paraguay posee las llaves de las dos grandes puertas interiores del Brasil.

         Si Montevideo es necesario al mantenimiento de la integridad del Brasil porque tiene la embocadura del Plata, el Paraguay lo es que porque tiene el afluente soberano y principal, que sirve de única comunicación entre el interior del Brasil y su capital, Río de Janeiro.

         El Paraguay, por su situación geográfica, es la república instalada en el corazón del imperio. Y esa república independiente y soberana no está como Bolivia, aislada del resto del mundo, sino en contacto directo con la Europa por ríos opulentos y libres como el mar.

         Y por medio del territorio fluvial de esa república y con su venia, digámoslo así, tienen que pasar los mandatos imperiales, que salen de Río de Janeiro para ser leyes en Matto-Grosso y Paraná. No porque el río Paraguay sea la mejor o más corta vía entre esos dos extremos del imperio, sino porque es la única, pues por tierra, atendida la distancia y el modo de ser del país desierto, solitario y salvaje, Cuyabá, capital de Matto-Grosso, dista de Río de Janeiro como Teherán, capital de la Persina, dista de París.

         La provincia brasileña de Matto-Grosso no tiene más lazo de dependencia material de Río de Janeiro, que el río Paraguay, su único canal de comunicación. Así el río Paraguay es necesario a la integridad del Brasil por dos motivos diferentes: porque sirve para asegurarle y conservarle las provincias que hoy posee, y porque basta su sola posesión para darle el territorio del Paraguay, atravesado por él, y las provincias argentinas de Corrientes y Entre Ríos, situadas al oriente del río Paraná, que es como una prolongación del río Paraguay.

         Tomar el río Paraguay por límite occidental sería para el Brasil tomar las puertas orientales de Bolivia, que son los ríos Bermejo y Pilcomayo, navegables ambos, y afluentes del Paraguay en la altura en que este río es propiedad absoluta del país de su nombre. En el siglo XVI existió en ejercicio esa comunicación, ¿por qué no podría restablecerse en el siglo del vapor?

         El Paraguay constituido en estado independiente en faz de las provincias interiores del Brasil, es el monitor pasivo de la regeneración de esos países, en el sentido de la libertad de su tráfico directo con el mundo. El simple hecho de su existencia en el corazón de América es una revolución contra el régimen colonial, reservado por el Brasil a sus provincias de Matto-Grosso y de Río Grande, en daño de la cultura de sus habitantes y del comercio de la Europa.

         La independencia del Paraguay es la independencia de Río Grande y Matto-Grosso, por la mera fuerza de las cosas. El Paraguay mismo no podría impedir la acción natural de su ejemplo.

         Los afluentes del Plata (el Paraguay, el Paraná y el Uruguay) ligan de tal modo en un común destino a las provincias meridionales del Brasil con los países litorales argentinos, que si el Brasil no consigue anexar estas regiones a su territorio, las provincias litorales del Brasil tendrán que segregarse del imperio antes de medio Siglo, para formar familia con las naciones del Plata: o tienen todas que ser libres por el tráfico directo con Europa o que gemir todas juntas en una triste y común clausura.

         El Brasil olvida que su propia desmembración puede ser el resultado de la que imprudentemente se empeña en suscitar en los países de la vecindad.

         ¿Sería más invulnerable la unidad brasilera que lo ha sido la del gran pueblo de los Estados Unidos? Si setenta años de una existencia sin ejemplo en prosperidad no han salvado a la república de Washington del peligro que corre hoy su integridad, ¿estaría el imperio del Brasil al abrigo de ese mal por haber existido cuarenta años?

         Las emigraciones de conquista con que el Brasil busca la anexión gradual del suelo de las repúblicas del Plata, traerán a su seno el germen revolucionario que se empeña en inocular en ellas.

         Si en las armas puede tener ventajas materiales, en el terreno de los principios y de los intereses generales es más feliz el Paraguay. Sea cual fuere el sistema interior de su gobierno, en la lucha presente conspira el Paraguay para entrar de lleno en la familia de las naciones civilizadas, en que se regeneran y educan sin esfuerzo los pueblos nuevos. A los que le llaman la China de América, les responde derribando las murallas de su antiguo aislamiento, que ellos, los liberales, se empeñan en mantenerle, y si es posible, reconstruir más altas. El doctor Francia aislando al Paraguay sirvió los monopolios de Buenos Aires. Apenas caducó su dictadura, el Paraguay trató de entrar en relaciones con los países extranjeros; pero el gobernador de Buenos Aires se opuso a ello en 1842, y le obligó a guardar su antiguo encierro de que más tarde debían hacerle un reproche los mismos que se obstinan en encerrarlo.

         El Paraguay representa la civilización, pues pelea por la libertad de los ríos contra las tradiciones de su monopolio colonial; por la emancipación de los países mediterráneos; por el doble principio de las nacionalidades; por el equilibrio, no sólo del Plata, sino de toda América del Sur, pues siendo todas sus repúblicas, excepto Chile, países limítrofes del Brasil, cada victoria del Paraguay es victoria de todas ellas, cada triunfo del Brasil es pérdida que ellas hacen en la balanza del poder americano.

         La campaña actual del Paraguay contra las pretensiones retrógradas del Brasil y Buenos Aires es la última faz de la revolución de Mayo de 1810. Levantando el estandarte y haciéndose el campeón de las libertades de América interior, esta joven república devuelve hoy a las puertas del Plata la visita que le hizo Belgrano en 1811.

         La obra que Bolívar tomó de manos de San Martín para proseguir hasta la victoria de Ayacucho viene hoy a manos del jefe supremo de Asunción. Extender la revolución al corazón del Brasil fue el sueño dorado de Bolívar. No logró llevarlo a cabo por las emulaciones de Buenos Aires. Rivadavia lo intentó enseguida, pero tropezó en la resistencia del localismo de la misma Buenos Aires, que hizo la paz con el Brasil renunciando a la Banda Oriental.

         El general López, nacido a un paso de Misiones, cuna de San Martín, y del suelo que lleva el nombre de Bolívar, es llamado a coronar la obra de esos grandes hombres en el suelo de Río Grande, abonado por la mano de Garibaldi.

         Río de Janeiro y Buenos Aires encabezaron la revolución en las costas de América, guardando el coloniaje en su provecho en lo interior del nuevo mundo. Al Paraguay le cabe hoy la gloria de acabar con el resto del coloniaje, luchando para ello, no ya contra la metrópoli de Europa, sino contra las ex-colonias que fueron sub metrópolis, las cuales arrojaron de América a España y Portugal para tomar su lugar en la dominación colonial de los países interiores del nuevo mundo.

         En el terreno de las armas, la lucha entre el Paraguay y el Brasil es menos desigual de lo que se imaginan los que juzgan de sus fuerzas respectivas por las dimensiones que sus territorios presentan al ojo en los mapamundis.

         La mera distancia en que el Paraguay se encuentra respecto de Río de Janeiro, centro de los recursos del imperio, es ya una gran ventaja para el primero en la lucha que los divide. Si el tiempo es plata, el espacio es oro. Al Paraguay le basta dar un paso para arrebatar a Brasil inmensas posesiones, o ejercer en ellas un influjo desastroso para su autoridad.

         La capital del imperio está tan lejos del teatro de la guerra casi como Lisboa lo está de Río de Janeiro. Aunque situados en el mismo continente, la guerra que el Brasil hace al Paraguay es una guerra marítima, en el sentido que tiene que enviar por agua, a distancias y en plazos casi transatlánticos, sus expediciones militares. Por tierra distan tanto las capitales de ambos países, como si perteneciesen a continentes distintos: su comunicación es un ideal, como el ferrocarril entre Curicó y Buenos Aires a través de los Andes y de las Pampas.

         Fortificado de ambos lados por caudalosos ríos y cubierto de florestas impenetrables, el Paraguay es una grande ciudadela natural que puede desafiar todos los ataques del Brasil y Buenos Aires combinados. Tiene además fortificaciones militares en que no cede a ningún país de América. Las baterías de Humaitá en el único punto de entrada que tiene el Paraguay al Sud, poseen más de doscientas bocas de fuego de grueso calibre, que todo buque es obligado, por la estrechez del río, a arrostrar, a boca de jarro, en el espacio de una legua. La Asunción misma es otra fortificación no menos importante y todo el río Paraguay tiene defensas no interrumpidas en el espacio de cien leguas.

         No estaba el Paraguay en ese pie cuando mandó Buenos Aires en 1811 a los soldados que acababan de triunfar de dos ejércitos ingleses: en Paraguarí y Tacuarí, sin embargo, fueron batidos y obligados a capitular por los paraguayos los soldados de Belgrano.

         Si la población del Paraguay es incomparablemente menor que la del Brasil, es mayor al menos que la población total de la República Argentina: es el doble de la que esta república tenía cuando hizo la guerra al Brasil en 1825, en que no pasaba de 600 mil almas. Además, el pueblo paraguayo es libre y homogéneo; la mitad de sus habitantes no son esclavos como en el Brasil.

         El ejército del Paraguay, numéricamente mayor que el de la república francesa en la batalla de Marengo, pues consta de 60 mil hombres, es homogéneo como su población, disciplinado como un ejército de veteranos, ferviente y fresco como el soldado de América en los primeros años de su gran revolución. Sobrios, pacientes y bravos, todos los soldados saben leer, y es raro el que no sabe escribir y contar. La Europa misma no tiene ejemplos de esta especie.

         El Paraguay no tiene deuda pública, no porque le falta crédito sino porque le han bastado sus recursos, mediante el buen juicio con que los invierte. Habituado a vivir de recursos interiores, es pueblo a prueba de bloqueos y de sitios.

         No está dividido en partidos, lo que le quita al Brasil la ventaja de contar, para una invasión, con la vanguardia natural, que de ordinario le ofrece la anarquía crónica de otras repúblicas. Más de cuarenta años de intrigas necesitaría el Brasil para regimentar en el Paraguay una oposición anarquista, como la de Flores, que le sirve de ejército aliado en la guerra de la Banda Oriental.

 

II

EL PARAGUAY Y BUENOS AIRES

 

         Sucede a Buenos Aires con los países interiores del Plata, lo que a España con los países de América. En los que todavía forman familia con él, no ve sino colonias: Santa Fe y Entre Ríos son La Habana y Puerto Rico de Buenos Aires. En los que han dejado de ser argentinos, no ve sino rebeldes, a quienes reconoce independientes de boca, pero sin renunciar a una esperanza secreta de reivindicarlos en más feliz oportunidad. En este caso se hallan Montevideo, Bolivia y sobre todo el Paraguay, a quien después de treinta años de vivir independiente lo calificó Buenos Aires de provincia argentina, todavía en 1842, y protestó contra su independencia.

         El Paraguay no ha sido reconocido independiente por la República Argentina sino en 1852, bajo el gobierno nacional del Paraná, pero Buenos Aires, que nunca reconoció a ese gobierno, protestó contra la validez de sus actos diplomáticos, y todo el programa de su política actual consiste en anularlos poco a poco hasta recuperar, con la ayuda del Brasil, todo lo que las provincias le quitaron desde Caseros con la misma cooperación brasilera. Así para Buenos Aires, el Paraguay no es un Estado independiente de derecho, y su reivindicación prevista en probablemente uno de los puntos subentendidos de su alianza presente con el Brasil.

         Con tratados y sin tratados, con declaraciones de principios o sin ellas, el Paraguay, por el simple hecho de su posición fluvial, no puede existir como Estado soberano sin la libertad de navegación de los afluentes del Plata. Así, él es partidario nato de esa libertad, y parte implícita y tácita en los tratados que la consagran. Luego su mera independencia es un fallo de muerte contra los monopolios tradicionales de Buenos Aires, en las provincias litorales argentinas situadas al Sud del Paraguay.

         Mientras el Paraguay vivió aislado de sus vecinos para escapar de la guerra civil, que los devoraba, pudo muy bien alimentar su tesoro público con estancos y monopolios fiscales establecidos en ciertas industrias interiores. Pero desde que siente la necesidad de desarrollar su producción y riqueza para agrandar su poder en la medida que lo hacen sus rivales, tiene que ofrecer a la inmigración y al comercio el ejercicio libre de las industrias más productivas del país. Abolidos los estancos y los monopolios, tendrá que vivir de los recursos que alimentan a los pueblos más civilizados y más fuertes: las rentas del tráfico libre, las aduanas. A esos destinos marcha el Paraguay con una docilidad inteligente a la ley del progreso, que lo hace digno de la grandeza que le espera.

         Pero desde que él se vea entrado en esa vía, tendrá que chocar, como les sucede a las provincias litorales argentinas, con la pretensión de Buenos Aires a ser el puerto intermedio indispensable de los países interiores para su comercio con los países de ultramar. Ya le sucedió esto mismo en 1842, cuando, libre de la dictadura del doctor Francia, quiso el Paraguay abrir relaciones de comercio con los países extranjeros. Buenos Aires le impidió todo género de relaciones con el extranjero. Así las condiciones y exigencias de su nueva vida exterior lo traen esta vez a tomar como suyo propio el viejo litigio de las provincias argentinas con Buenos Aires. Esta comunidad de interés con las provincias lo hace ser un aliado natural, no sólo para arrancar las libertades y recursos de que las tiene despojadas Buenos Aires, sino también para defenderlos y conservarlos después de reivindicarlos. Esa alianza será una de las bases permanentes de su política exterior respectiva y recíproca. Las provincias argentinas deben tomar al Paraguay como palanca de Arquímedes para levantar el edificio de su gobierno nacional contra las resistencias de Buenos Aires.

         Apoyarse en Buenos Aires para vencer a Buenos Aires, es un contrasentido y un absurdo. En esta base floja y ridícula está apoyada, sin embargo, toda la política de los argentinos que hoy rodean a Buenos Aires con la esperanza de que les constituya su gobierno, desnudándose para ello de los recursos que les tiene arrebatados.

         En la guerra, el poder de la provincia de Buenos Aires para con el Paraguay, es completamente nulo. No se atrevió el general Mitre, después de la victoria de Pavón, a invadir la provincia de Entre Ríos cuando estaba en el colmo de su poder, y se había de lanzar solo al Paraguay, donde sucumbió el ejército de Belgrano en 1811.

         Buenos Aires no podría ejercer acción alguna militar contra el Paraguay sino apoyándose en las provincias litorales argentinas, y como éstas no servirían a Buenos Aires en el interés de su propia expoliación y servidumbre, sería preciso que empezara por conquistar las provincias. De esto se ocupa cabalmente y la guerra que hace hacer en la Banda Oriental no tiene otro objeto ulterior que subyugar a las provincias argentinas con la doble ayuda de Montevideo y del Brasil, para pasar enseguida al Paraguay.

         Las provincias, que sin darse cuenta de esto atacasen al Paraguay en defensa de Buenos Aires, harían el papel que hizo Buenos Aires desbaratando las invasiones británicas a principio de este siglo en gloria y provecho del rey de España y para asegurar su dominación en América. Buenos Aires no es un poder serio para el Paraguay, como no lo es para las provincias argentinas cuando están unidas en cuerpo de nación. La población del Paraguay, cuatro veces mayor que la de Buenos Aires, es homogénea y compacta en opiniones, mientras que Buenos Aires tiene dividida la suya en dos partidos; el Paraguay tiene un ejército; Buenos Aires no puede decir cuál es lo suyo y cuál lo ajeno, empezando por sus soldados que sólo son nacionales en cuanto la nación los viste, los arma y los paga, para que sirvan a Buenos Aires.

 

III

EL PARAGUAY Y LA BANDA ORIENTAL

 

         Montevideo es al Paraguay por su posición geográfica, lo que el Paraguay es al interior del Brasil, la llave de su comunicación con el mundo exterior. Tan sujetos están los destinos del Paraguay a los de la Banda Oriental, que el día en que el Brasil llegase a hacerse dueño de este país, el Paraguay podría ya considerarse como colonia brasileña, aun conservando una independencia nominal.

         Y como esta misma razón de hallarse situadas en las márgenes del canal que forman los ríos Paraguay, Paraná y Plata, sujeta a las provincias brasileras situadas más arriba del Paraguay a seguir un destino solidario con él y con la Banda Oriental, el gobierno del Paraguay habría dado prueba de estar ciego si hubiera vacilado en reconocer que la ocupación de la Banda Oriental por el Brasil, tenía por objeto asegurar las provincias imperiales situadas al norte del Paraguay, así como a esta misma república.

         Ocupada Montevideo por el Brasil, la República del Paraguay vendría a encontrarse de hecho en medio de los dominios del imperio. He ahí porque el Paraguay se ha visto y debido verse amenazado en su propia independencia por la invasión del Brasil a la Banda Oriental. Ha hecho suya propia la causa de la independencia oriental, porque lo es en efecto, y su actitud de guerra contra el Brasil es esencialmente defensiva o conservadora, aunque las necesidades de la estrategia le obliguen a salir de sus fronteras. Esta identidad de causa entre el Paraguay y la Banda Oriental resulta probada por el manifiesto en que el Brasil acaba de anunciar a los poderes amigos su determinación de hacer la guerra al Paraguay. En él reconoce el señor Paranhos que la cuestión de límites es la causa principal de la contienda. El Paraguay reclama como límite septentrional de su territorio el río Blanco y el Brasil pretende que lo es el río Apa. Entré el Apa y el Blanco, afluentes del río Paraguay, se encierra un territorio de 30 leguas españolas de Norte a Sud, y 50 de Este a Oeste, que el Brasil reclama como suyo y que es evidentemente paraguayo. Ese territorio es ribereño del río Paraguay. En todo ese trayecto ninguno de los dos países puede hacer actos de soberanía hasta que no se defina la cuestión de límites.

         Esta cuestión, que ya dos veces en los últimos diez años, puso las armas en manos del Brasil, y que no está resuelta todavía, es la que el Brasil quiere resolver de hecho, tomándole al Paraguay la ventaja que él le lleva de estar más abajo de Matto-Grosso, por la ocupación de la Banda Oriental, que es la llave de la navegación exterior del Paraguay. He ahí por qué el Paraguay ha visto en peligro inminente su libertad de navegación, desde que ha visto al Brasil en camino de apoderarse de la Banda Oriental, como ya lo hizo en 1820.

         La complicidad visible de Buenos Aires con el Brasil en la ocupación de la Banda Oriental, no hace sino más amenazante para el Paraguay la actitud del imperio, causa de los motivos de interés que Buenos Aires tiene por su parte en suprimir la existencia soberana del Paraguay, para no dejar ese mal ejemplo a espaldas de las provincias litorales, cuyo tráfico pretende monopolizar. Aunque el Paraguay fuera adjudicado al Brasil en vez de serlo a Buenos Aires, esta provincia tendría servidos los intereses de su monopolio por el mero hecho de quedar el Paraguay reducido, como Matto-Grosso, a la condición de provincia interior del Brasil, más interesado que Buenos Aires en la clausura de esas regiones.

 

 

LOS INTERESES ARGENTINOS EN LA GUERRA DEL PARAGUAY CON EL BRASIL

 

CARTA PRIMERA

 

MOTIVO DE ESTAS CARTAS

 

         Más de uno de mis amigos conocía ya mis opiniones favorables al Paraguay en la guerra que le suscitan el Brasil y los instrumentos del Brasil. No eran sino la aplicación lógica de mis ideas, ya conocidas, a lo que puede llamarse una faz nueva de la vieja cuestión que ha dividido a las provincias argentinas con Buenos Aires. Aun esta explicación era antigua, pues la suerte del Paraguay anduvo siempre paralela, en esta cuestión, con la suerte de las provincias argentinas.

         El antagonismo entre el interés local de Buenos Aires y el del Paraguay no es un accidente de ayer; tan antiguo como la revolución de esos países contra España, es hermano gemelo del que tuvo siempre en choque a Buenos Aires con las provincias litorales por idéntico motivo, a saber: el libre tráfico directo con el mundo comercial, que todos se disputan allí, por ser la mina de recursos, la renta pública y el tesoro nacional.

         Es preciso olvidar o alterar oficialmente la historia del Río de la Plata para negar que toda la existencia moderna del Paraguay es un litigio de cincuenta años con Buenos Aires. Empieza con la Junta Provisoria de 1810, continúa con el gobierno de Rosas, y acaba con el de Mitre (véase la VIII y XI de estas cartas).

         Mis ideas andaban en el público, y yo me abstenía de darles mi nombre por no contrariar a mis amigos, que no miraban como yo la cuestión del Paraguay.

         Pero ya que otros han querido disponer de mi firma para presentar las ideas de que se han empeñado en hacerla responsable, como ideas de conspiración, de traición, de venalidad, yo aprovecho por deber, y no con disgusto, la oportunidad, que no he buscado, de exponer y explicar a mis amigos las ideas que tengo sobre las cuestiones que agitan hoy a los países del Plata: no precisamente en el interés de mi nombre, sino en el mismo interés de la República Argentina, que sirvo en todos mis escritos.

         Toda la prensa del general Mitre ha recibido la consigna de imputarme el folleto titulado: Les Dissensions des Républiques de la Plata et les Machinations du Brésil, como un acto de traición cometido, según unos, por una suma de oro, según otros, por futuros empleos del Paraguay, y según Mitre mismo, por el interés de destruir su presidencia con fines ambiciosos.

         Yo no contestaré más que a Su Excelencia el articulista de la Nación Argentina del 11 de junio, ya que él se ha encargado de refutar los otros ataques de sus amanuenses, demostrándoles que el que es acusado de conspirar por tomar los primeros puestos de su país, no puede escribir por el interés de empleos subalternos en el extranjero; ni puede el que aspira a elevarse dentro o fuera de su país, romper la base de esa aspiración echándose en el fango.

         Que el folleto precitado sea o no mío es cuestión de poca monta, desde que todas sus ideas me pertenecen.

         La cuestión no es el folleto: son sus ideas, que son conocidas como mías desde antes que el folleto existiera.

         Pertenezco a esas ideas desde muchos años, no sólo en su oposición con el localismo absorbente de Buenos Aires, sino en su afinidad con la tendencia del Paraguay a la resistencia liberal.

         Nunca he sido extraño a la oposición argentina, que tuvo por aliado natural al Paraguay más de una vez.

         He atacado la constitución del Paraguay en un libro en que ataqué todas las malas constituciones de Sudamérica, inclusas las de mi país. Pero, ¿la defiendo hoy mismo? No he atacado jamás al Paraguay. ¿Quién ataca a un pueblo? ¿con qué motivo? ¿para qué? Confundir la constitución de un país con el país mismo es un absurdo. El odio a sus malas leyes es amor a su engrandecimiento. Si yo detestase a mi país propio, le desearía la constitución reformada que debe al general Mitre, pues ella lo despoja de cuanto tiene para darlo todo a la provincia de que ese general pretende hacer el pedestal de su poder.

         El Brasil no puede dejar de admirar la actual constitución argentina, que le ahorra el trabajo de desmembrar y anonadar a la república que le venció en Ituzaingó, y cuyos fragmentos pretende absorber.

         Las razones que tuve para atacar la constitución del Paraguay, hace dos años, son cabalmente las que tengo para aplaudir la política exterior en que se lanza hoy esa república, buscando la constitución digna de ella que hallará sin duda en el roce directo con el mundo civilizado, de que le hacen un crimen los que desearían desempeñarle su comercio y su gobierno.

         Nunca fue indigna del liberalismo argentino la alianza del Paraguay. No es todo malo en ese país. Si todo debiese reprochársele, ¿diríamos que hizo mal en emanciparse de España? Llámesele China, él no es sino el Paraguay, pueblo cristiano, europeo de raza, que habla el idioma castellano, y que un día fue parte del pueblo argentino y capital de Buenos Aires. Su vida actual viene de la gran revolución de América, faz trasatlántica de la revolución liberal de Europa: ¿Qué colores lleva? Los tres colores de la revolución francesa, como Chile. ¿Qué nombre? La República del Paraguay. ¿Qué gobierno? El del pueblo, ejercido por un presidente, un congreso y tribunales, subordinados a una constitución.

         ¿Soy menos consecuente cuando desapruebo la alianza actual con el Brasil, después de haber aplaudido la de 1851? La inconsecuencia estaría en aceptar las dos: la de 1851, que tuvo por objeto libertar a la República Argentina de la tiranía localista de Buenos Aires, y la de 1865 que tiene por objeto restaurar esa dominación sobre las provincias y países interiores; la que sirvió a un interés esencialmente argentino, y la que no sirve sino a estos dos intereses extranjeros: 1°) reivindicar la provincia brasilera de Matto-Grosso para su dueño; 2°) derrocar al presidente del Paraguay, para que el Brasil logre su objeto y salve su integridad del mismo golpe con que destruye la de sus aliados o instrumentos.

         ¿Cómo entonces las provincias apoyan la política del general Mitre en esa alianza? Como apoyaban la política americana del general Rosas con doble uniformidad y entusiasmo, sin que esa adhesión hubiera evitado a ese gobierno su naufragio en interés de las provincias mismas.

         No es un hombre, es un partido; no es un libro, es un orden de ideas; no es un hecho dado, son los principios, los intereses, las doctrinas, los sometidos a causa en este debate que lleva medio siglo, y que interesa a muchos países.

 

 

CARTA SEGUNDA

 

LO QUE SE ENTIENDE POR TRAICIÓN Y PATRIOTISMO EN LA REPÚBLICA ARGENTINA

 

         Definir la traición y el patriotismo en la República Argentina es dar la llave de todo el estado político de ese país.

         Las ideas que su gobierno actual llama traidoras han sido calificadas de patrióticas por todas las provincias, cuando no estaban gobernadas por Buenos Aires. ¿Qué quiere decir esto? Que hay dos puntos de vista para definir lo que es patriotismo y lo que es traición en ese país.

         La misma calificación en que son consideradas como traidoras las ideas que favorecen a la República Argentina, es una prueba afirmativa del hecho que pretende negarse, a saber: que después de su pretendida unión, la República Argentina prosigue dividida en los dos grandes intereses que combatieron, uno contra otro, en Caseros, Cepeda y Pavón, y que, en esta división, la patria del que peleó por Buenos Aires no es la misma patria de los que defendieron las provincias.

         La pretendida unión ha dejado a la nación dividida en esta forma: para producir los diez millones anuales, que son el tesoro de la nación, todos los argentinos están unidos: para disfrutarlos y gastarlos se dividen en dos países.

         El uno es soberano por el derecho de las armas vencedoras en Pavón, el otro es vasallo colonial por esa misma causa.

         El bien público por excelencia significa el bien del país metropolitano. La patria está representada por éste, y el patriotismo es el amor al país supremo o dominante, como la traición es la predilección dada al país sirviente.

         Tal es la base del criterio con que se aprecian hoy los actos y aun los pensamientos de los argentinos. Esto es lo que sucedía en América cuando la patria estaba representada por España. Las leyes de ese tiempo hacían del acto más benemérito para América un crimen de traición si él interesaba exclusivamente a la libertad americana. Con sólo servir a la metrópoli estaban satisfechos todos los deberes del patriotismo de ese tiempo. Poned Buenos Aires en lugar de España y lo tendréis todo arreglado como estaba antes de 1810.

 

 

CARTA TERCERA

 

LA IDEAS CONSTITUIDAS EN REOS DE LESA PATRIA

 

         Pero la idea, el pensamiento, la opinión de un argentino, ¿no pueden ser calificados como actos de traición a la patria, si favorecen de frente a la nación?

         Un inquisidor de España no habría dicho que un acto psicológico, un hecho del alma, una idea, puede constituir traición. Así entienden sin embargo la libertad los que se creen llamados a llevarla al Paraguay, en las puntas de sus bayonetas, es verdad, como ellos dicen.

         Se necesita haber mamado el despotismo para calificar de traición el acto de disentir o pensar a la inversa del gobierno. En Francia puede un orador decir a su gobierno que no tiene razón en su política de México; en Inglaterra puede el de la reina ser atacado en el parlamento o por la prensa, en favor del extranjero, sin que a los republicanos de la escuela del general Mitre les pase por la mente que esto puede constituir la libertad, el honor, la dignidad de esos grandes países civilizados (10)".

         ¡Si al menos hubiera yo tomado una escarapela, una espada, una bandera de otro país, para hacer oposición al gobierno del mío, como en Monte Caseros lo hizo otro argentino contra Buenos Aires, con la escarapela oriental, como oficial oriental, bajo la bandera oriental y alineado con los soldados del Brasil! Dirá él naturalmente que eso fue contra Rosas, no contra Buenos Aires. De este punto puede ser juez su propio colega en el poder que formó en el campo contrario, en la batalla de Caseros. El podrá decirle si defendió a Rosas o a Buenos Aires en esa jornada. No intento afear lo que el general Mitre hizo en ese día. Le recuerdo solamente que el que ha peleado con escarapela extranjera contra el gobierno de su país, no es el llamado a condenar al que no usó jamás otros colores que los de su patria, para atacar a su gobierno por un medio y en un terreno que autorizan las leyes fundamentales y los usos de todos los países libres.

 

 

(10)   "Había una ley de magestad contra los que cometían un atentado contra el pueblo romano, dice Montesquieu. Tiberio se apoderó de esa ley, y la aplicó, no a los casos para que había sido hecha, sino para todo lo que pudo servir a su odio. No solamente las acciones cayeron en el caso de esa ley, sino las palabras, los signos y los pensamientos mismos". (MONTESQUIEU: Grandeur et Décadence des Romains).

 

 

CARTA CUARTA

 

LAS IDEAS DE OPOSICIÓN LIBERAL PUESTAS BAJO LAS HORCAS CAUDINAS

 

         ¿Se dirá que las ideas que han sido patriotismo pueden volverse traición, si por el estado de guerra, en que hace su reaparición, son capaces de servir al enemigo?

         Bien sé que eso dirá el general Mitre a los argentinos que han pensado antes como yo. Pero debo recordarles que ésta es cabalmente la mira con que se ha creado la guerra: para poner en estado de sitio, como ya se ha hecho; para declarar enemigo de la patria y tomar por asaltos los pueblos y los espíritus que entienden por patria y patriotismo argentino otra cosa que lo que él sirvió, como tal, en los campos de Cepeda y de Pavón.

         Las opiniones nacionalistas que no puede atacar de frente, en nombre de su bandera localista, quiere ahora condenar y perseguir, al favor de la cuestión exterior, en nombre del honor nacional comprometido. "La cuestión es de honor, dice él, y ante la dignidad ofendida, todo disentimiento es un crimen". He ahí la utilidad interior de las guerras exteriores. Por este método, lo que es conspiración de las ideas y de los votos nacionales, contra un localismo más antinacional que el extranjero, se hace aparecer como conspiración contra la patria, y se consigue así castigar como traidoras las ideas opuestas al localismo antipatriótico de Buenos Aires, que eran ayer consideradas como patriotismo argentino.

         Se hizo un crimen de esa táctica al gobierno del general Rosas, mediante la cual quiso él castigar como traidores a sus opositores unitarios, por el delito de no estar con su gobierno; pero él está en Southampton hoy día, y su política sigue no obstante en Buenos Aires, sin perjuicio de la persecución que por su causa sigue ejerciéndose contra él.

 

 

CARTA QUINTA

 

LA OPOSICIÓN LIBERAL A MITRE HACE HOY LO QUE HIZO LA OPOSICIÓN LIBERAL A ROSAS

 

         ¿Qué hacen las ideas nacionalistas y sus órganos en presencia de esa táctica? Lo que hicieron antes de ahora; aceptan la lucha en el terreno de la política exterior, y de las guerras mismas que se suscitan en la segunda intención de perseguirlos y anonadarlos, se valen ellos para defenderse y defender su vieja bandera nacional.

         Esta es la conocida senda en que se ilustraron los opositores argentinos de 1846, capitaneados en la guerra y en la prensa por el general José María Paz, doctor Florencio Varela, Rivera-Indarte y tantos otros ilustres argentinos. Todo el partido que hoy domina en Buenos Aires perteneció a esas filas como aliados del Paraguay, contra el gobierno de Rosas.

         En todo tiempo los opositores liberales contra el poder de Buenos Aires buscaron su apoyo natural en la resistencia de los pueblos litorales interiores (argentinos o no), contra el absolutismo comercial de Buenos Aires, que pretendió avasallarlos. Se puede decir que la alianza con el Paraguay es una de las tradiciones de la libertad argentina, de veinte y cinco años a esta parte.

         En ningún tiempo la presencia del Paraguay en suelo argentino fue considerada como afrenta hecha a su honor. Cuando el general Rosas le dio esta calificación en 1846, el ilustre general Paz la desmintió estrechando la mano del Paraguay en Corrientes, como aliado de libertad. Todos los argentinos liberales de este tiempo obraron como Paz; los que no con la espada, lo hicieron con la pluma, con sus votos y simpatías.

         A ninguno le ocurrió pasarse a las banderas del general Rosas, ni a este general le ocurrió esperar que sus opositores acudiesen a su defensa, sólo porque usaba el resorte que hoy le imita el general Mitre, de parapetarse detrás de la dignidad nacional, del honor de la república.

         Rosas fue más feliz en el sofisma, pues no se apoyó en el extranjero para defenderse del extranjero. El no creyó que era un medio de defender la dignidad del pueblo argentino, el constituirlo en puente, en asno o en suizo del Brasil. En cuanto a Corrientes, en cuyo suelo argentino hacían su aparición los paraguayos, lejos de sentirse insultada en su honor por esa visita, se consideró feliz y honrada en recibirla. ¿Haría creer el general Mitre que es más sensible al honor de Corrientes, que lo son los correntinos mismos? No faltaría sino que el Brasil pretendiese otro tanto.

         Así, a la vieja causa del general Rosas, o del localismo de Buenos Aires, transformada y apoyada en la alianza del Brasil, los actuales patriotas argentinos responden con la vieja causa nacional apoyada en la alianza del Paraguay como en 1846.

         ¿Tras qué propósito, con qué miras? Siempre los mismos que de cincuenta años a esta parte: conseguir garantías de orden estable, de seguridad para todos, de libertad sin excepciones. Los buscan hoy en los mismos hechos en que antes los buscaron: en la libertad fluvial o comercio directo para los países litorales interiores, sin sujeción ni dependencia a los de fuera que los explotan y empobrecen; en la institución de un gobierno, de una nación, de un tesoro, de una patria para todos los argentinos, en lugar de dos gobiernos, dos países, dos tesoros, dos créditos, dos patrias, dos patriotismos, dos destinos, y la guerra sirviéndoles de ley fundamental, que es lo que el general Mitre nos ha dado como organización política de la República Argentina.

         Si nuestras ideas conspiran contra semejante orden de cosas, no conspiran en favor del Paraguay contra la República Argentina, sino, todo lo contrario, en favor de la República Argentina contra el poder que la tiene desmembrada y confiscada, y que hoy emplea las armas del Brasil para proteger la duración y estabilidad de ese atentado.          Buscamos la reforma legítima y perfecta de un estado de cosas, que es la constitución de la anarquía y de la guerra permanentes. Eso buscamos, no trastornos. Lo buscamos hoy por la alianza con el Paraguay, como lo hemos buscado en otro tiempo por la alianza con la Francia, y más tarde por la misma alianza con el Brasil, sin obtenerlo hasta hoy.

         En nuestro libro sobre las Causas de la anarquía demostramos la razón por qué no podría la nación argentina reivindicar su tesoro y su poder, sino por un auxilio exterior. Ya es un progreso que Mitre no puede dominarla sino por la mano del Brasil. Eso quiere decir que Buenos Aires no le basta, o que en esa provincia tiene la nación un gran partido.

         Buscamos nuestro fin patriótico por el camino en que nos preceden los brillantes opositores a Rosas en 1845, excepto Mitre, que no acompañó a Lavalle a ser aliado de los correntinos ni al general Paz a serlo de los paraguayos, porque se quedó de oriental con Rivera, que persiguió a Lavalle y a Paz.

 

 

CARTA SEXTA

 

FINES DOMÉSTICOS DE LA POLÍTICA EXTERIOR DE MITRE

 

         La política actual del general Mitre no tiene sentido común si se le busca únicamente por su lado exterior. Otro es el aspecto en que debe considerada. Su fin es completamente interior. No es el Paraguay, es la República Argentina. Y éste es el punto por donde esta lucha preocupa absolutamente nuestra atención.

         No es una nueva guerra exterior: es la vieja guerra civil, ya conocida, entre Buenos Aires y las provincias argentinas, si no en las apariencias, al menos en los intereses y miras positivos que la sustentan.

         ¡Pero cómo! -se dice a esto-, ¿no está ya restablecida la unión de la República Argentina? ¿no ha contribuido la misma guerra a estrechar y consolidar esa unión? Eso dice Mitre, bien lo sé; veamos lo que hace en realidad. ¿Qué unión quiere para los argentinos? La unión en el odio contra el amigo, que ahora cinco años puso en paz honorable a Buenos Aires vencida, con las provincias vencedoras. Por el general López, como     mediador, está firmado el convenio de Noviembre, que es la base de la organización actual de la República Argentina.

         Los que hallaron preferible la mediación del Paraguay a la de Francia e Inglaterra, son los que llevan hoy la guerra a ese pueblo a título de bárbaro! (11).

         ¿Qué pruebas ha dado ulteriormente de su barbarie que modifique la aplicación de los deberes argentinos? Ha sacado la espada en defensa de la independencia de la Banda Oriental contra el Brasil, y ha estado en Corrientes, en lugar de dejar que el Brasil ocupase esta provincia, como quería el neutral general Mitre, para que hiciera de ella un cuartel general contra el amigo.

         El que entregó la provincia de Corrientes a los brasileros para que emplearan como una batería contra el Paraguay, es en efecto el que ha traído a los paraguayos en el suelo argentino.

         ¿Cuál es la unión que el patriotismo del general Mitre evita con el mayor cuidado en medio de la crisis actual? La unión de los argentinos en el goce de la renta de diez millones que todos ellos vierten en su aduana de Buenos Aires. El frenesí de amor por la República Argentina no va hasta devolverle sus diez millones de pesos fuertes.

         La unión decantada deja en pie toda la causa de la guerra civil de cincuenta años, a saber la renta de las catorce provincias invertida en la sola provincia de Buenos Aires.

En lugar de unir dos países, se ha contentado con unir dos hombres. Esto se ha llamado recoger el fruto de una gran política; es decir, conseguir que Urquiza deshaga su propia obra, su propio poder, su propia importancia.

         La unión del general Urquiza con el general Mitre, en efecto, no impide que el presupuesto provincial de Buenos Aires, de valor de diez millones de duros, prosiga, en plena unión, garantiéndose y pagándose con los diez millones en que consiste la renta total de las provincias, aún después de los cinco años que asignó a esa garantía el convenio de Noviembre de 1859.

         ¿Qué hace a este respecto el patriotismo del general Mitre? En lugar de devolver a las provincias sus diez millones de duros, se los deja á Buenos Aires, y envía al señor Riestra a Londres a buscar otro diez millones prestados, por cuenta de las provincias, bien entendido, para hacer la guerra al Paraguay; es decir, para desarmar a la nación argentina del único aliado que puede ayudarla un día para reivindicar los diez millones que Buenos Aires prometió devolverle, de que se hizo garante el Paraguay y en vez de devolver aspira a retener toda su vida, como los retendrá indudablemente mientras la ciudad y puerto de Buenos Aires sean propiedad de esa provincia y no de la nación, conforme a la constitución reformada por el patriotismo argentino del general Mitre.

         Es verdaderamente curioso que Buenos Aires, a quien la nación le tiene prestada toda su renta, por razón de que no le basta su renta local propia, se abstenga de acudir a un empréstito en Londres; y que sea la nación (que no necesita pedir diez millones porque los tiene) la que busca en Londres esos diez millones, en lugar de tomar los suyos, que los tiene Buenos Aires! ¿Qué hace entretanto el patriotismo argentino de esta provincia? ¡Hace préstamos mensuales a la nación con su propio dinero de ella, a cargo de devolución (sic) y con un moderado interés!

 

 

(11)   Dice el doctor García que yo aconsejé la mediación diplomática del Brasil para unir esos dos partidos argentinos. De donde él deduce que debo reprobar la alianza militar que sirve al imperio para despedazar esos países.

 

 

CARTA SÉPTIMA

 

LA CUESTIÓN DE HOY ES LA DE 1846

 

         Puesta la cuestión en este terreno, que es el de la verdad por todos conocida, se comprende bien por qué Corrientes y Entre Ríos están con el Paraguay, no con el Brasil; y por qué hay argentinos que están con esas provincias y no con Buenos Aires, en la lucha. Si el Paraguay triunfa del Brasil, la República Argentina recupera naturalmente sus diez millones, cuyo despojo se apoya hoy en la alianza y en las fuerzas del Brasil.

         Si el Paraguay, Corrientes y Entre Ríos son vencidos, la República Argentina no vuelve a ver sus diez millones en cuarenta años.

         ¿Necesitamos demostrar, según esto, que nuestra simpatía por el Paraguay en esta lucha es pura y simplemente amor a la República Argentina? ¿Qué pretende, en efecto, el Paraguay en la guerra que le tiene en armas? Que la Banda Oriental no esté ocupada por el Brasil. El patriotismo argentino del general Mitre ha creído deber defenderse de esta pretensión, aun antes de la invasión a Corrientes!

         El Paraguay es atacado como bárbaro porque coincide con Inglaterra y con Francia en estos dos deseos: la libertad de los afluentes del Plata y la independencia oriental, como garantía de esa libertad.

         Que el general Mitre busca hoy en el Paraguay lo mismo que buscaba el general Rosas en su tiempo, es Mr. Thornton, ministro inglés, quien lo ha dicho al conde Russell en las siguientes palabras de su despacho del 24 de abril del corriente año: "Tanto el presidente Mitre como el ministro Elizalde me han declarado varias veces"... "que aunque POR AHORA no pensaban en anexar el Paraguay a la República Argentina, no querían contraer sobre esto compromiso alguno con el Brasil, pues cualesquiera que sean al presente sus vistas, las circunstancias podrían cambiarlas en otro sentido; y el señor Elizalde, que tiene como cuarenta años de edad, me ha dicho que "esperaba vivir lo bastante para ver a Bolivia, al Paraguay y a la República Argentina unidas en una confederación y formando una poderosa república en Sud América" (12)

         Que el general Rosas se oponía a la existencia del Paraguay como Estado independiente, con la mira de estorbar la entrada de Europa en el interior de América, está literalmente confesado y demostrado en sus protestas contra el Brasil, por el reconocimiento que ese país hizo del Paraguay, en 1844. Según Rosas, ese reconocimiento "no reportaría otro resultado sino cortar, en beneficio de la Inglaterra y de la Francia, la vital arteria comercial y política, que es el río Paraná, y con ella, la vida nacional"... "El gobierno argentino (escribía el general Rosas a su ministro en Río de Janeiro) no puede alterar, respecto a la navegación del Paraná, un orden tradicional"... "derivado del régimen español vigorizado por tratados públicos (13)... y reclamado indispensable para la seguridad y la conservación nacional" (14).

 

 

(12)   Correspondence respecting Hostilities in the River Plate, presentada al parlamento en 1865, parí. III.

(13)   El tratado firmado por García, con Inglaterra en 1825.

(14)   Despacho del señor don Felipe Arana al general Guido, ministro argentino en el Brasil, de 9 de Marzo de 1846.

 

 

 

CARTA UNDÉCIMA

 

LAS CAUSAS DE LA GUERRA Y LAS RAÍCES DE LA PAZ.

 

CONCLUSIÓN

 

         No estaría en guerra el general Mitre contra el Paraguay, no la habría llevado antes a la Banda Oriental, no estaría el Brasil en el Plata, si la unión argentina fuese un hecho. Con sólo existir la unión de los pueblos argentinos, la actual guerra exterior carecería de razón de ser. La guerra es hecha cabalmente para evitar la unión, porque la unión practicada con verdad es el hecho de que debe quitar a la provincia de Buenos Aires lo que esta provincia arrebata a la nación por la división o desunión de su territorio en dos países, uno tributario, otro privilegiado.

         Si Buenos Aires deseara la unión de los argentinos, no habría necesitado buscarla por el camino de la guerra con el Paraguay. Hay un camino más corto, que está siempre en su mano, y sería el de devolver a la nación lo que es de la nación -su renta, su tesoro. Pero devolverla de palabra, o en principio, no es devolverla de hecho. No hay más que un medio de practicar este hecho: devolver a la unión su capital y el puerto en que está su renta. No hay sino un medio de devolver (de hecho, no de nombre) la capital y el puerto de la nación: dividir la provincia de Buenos Aires. Dividir la provincia es curar de raíz la división de la nación. Sólo esa división local podrá constituir la paz y la unión entre los argentinos, y evitar la división nacional. Resistir esa división local, es votar por la desmembración de la nación, hacerle guerra, estar contra ella, ser su enemigo, como no lo es el extranjero mismo.

         Firmad la paz con quien queráis, con el Paraguay, con el Brasil, con Corrientes, con los blancos de la Banda Oriental. Mientras dejéis en pie la división que hace de la República Argentina una liga feudal de los países enemigos, de los intereses puestos en guerra, firmáis una tregua, dejáis la guerra en pie, no sólo dentro sino fuera de la república, pues las guerras exteriores de ese país no son más que expedientes suscitados a propósito, ya por la una, ya por la otra de sus dos fracciones, para encontrar la solución interior que cada una desea. Son guerras civiles en el fondo, bajo la forma de guerras internacionales, como la presente.

         La triple alianza actual es la liga de tres enemigos natos, cada uno de los cuales desconfía más de su aliado que del enemigo común. No es extraño que ella encierre tres políticas, siendo cada política doméstica en sus miras, para cada aliado. Las tres son injustas y por eso cada uno de los aliados busca su objeto interior por la mano del extranjero. Flores no tiene otro enemigo que los blancos; Mitre no tiene más adversario en vista que las provincias; don Pedro II no tiene más enemigo que la ex República de Río Grande.

         La solución del problema interior argentino es la más necesaria a la paz, pues toda la guerra actual tiene por punto de partida ese problema. Buenos Aires es la caja de Pandora de esos países hace medio siglo. Antes lo decían así al instinto de los pueblos y el supremo director Posadas; hoy lo demuestra la ciencia. Cada vez que digo Buenos Aires hablo de su política localista. Protesto una y mil veces que amo tanto a su pueblo como detesto su modo habitual de entender la patria de los argentinos.

         Todas las cuestiones que han dividido a los argentinos de cincuenta años a esta parte, están en pie y sin solución real, bajo una máscara de unión, que disfraza un estado de guerra.

         La nación está sin capital. Sus autoridades están hoy hospedadas en Buenos Aires como en casa ajena. Pagan su hospedaje con diez millones de pesos fuertes por año. Serán botadas de su hotel el día que dejen de pagarlo.

         La cuestión de la capital es toda la cuestión del gobierno argentino, porque es la cuestión de la renta y del tesoro. La capital es el puerto en que toda la nación paga su impuesto; con la capital está privada de su renta. Y como el motivo que le arrebata su capital es que ella encierra los dichos diez millones de que consta su renta, la nación no puede conseguir la ciudad de Buenos Aires para constituir su gobierno, sino a condición de dejarle todo su tesoro, es decir, todo su poder; y tiene entonces, para darse un gobierno, que elegir entre estas dos alternativas: o gobierno nacional con su capital en Buenos Aires y sin tesoro, es decir sin poder (gobierno nominal); o gobierno con tesoro y con poder (gobierno efectivo) y su capital y su aduana en otra parte.

         El problema argentino, según esto, no es dónde ha de estar la capital, sino dónde ha de estar la aduana, el centro del tráfico, el receptáculo de la renta pública, que constituye el nervio del gobierno, no la ciudad de su residencia.

         Este problema está sin solución y mientras no la reciba, la nación estará sin gobierno. Mientras esté sin gobierno, vivirá en guerra interior o exterior, por dos razones: 1º) porque no hay paz donde no hay gobierno que la guarde; 2º) porque es una causa de guerra la segunda razón que tiene a la nación sin gobierno, a saber: la confiscación de todo su tesoro por una sola provincia.

         Así el autor del folleto de que se habló al principio ha tenido profunda razón en buscar el remedio de las dimensiones que devastan los países del Plata en la reforma de este estado monstruoso de cosas (magnun latrocinium, como llama San Agustín a la absorción de un pueblo por otro); no por revoluciones ni guerras sino por las influencias legítimas de la política y de la diplomacia combinadas en servicio de los intereses tranquilos de la civilización. Lo que en este punto quería el folleto Disensiones, quieren estas Cartas, prescindiendo de la guerra.

         Los argentinos no entenderán sus intereses comprometidos en la presente lucha si no lo estudian en ese libro que no ha sido calumniado, sino porque es incontestable y porque se ha inspirado en el más puro, honesto y desinteresado anhelo de ver felices y prósperos a los países del Río de la Plata, sin exclusión de ninguno de ellos, ni del Paraguay, ni de Buenos Aires (17).

 

         París, Julio de 1865.

 

 

(17)   Estas Cartas, aparecidas en París, hallaron un refutador en el doctor García, secretario de la legación argentina en Francia; pero su refutación no apareció en Europa, donde era necesaria, sino en Buenos Aires, donde era inútil, porque todos pensaban como el doctor García, y muchos había tan capaces de darla como él.

         ¿Por qué respondió a estas Cartas, que en cierto modo eran nuestra defensa personal, y no a otros escritos nuestros de interés más general? El tuvo el cuidado inútil de decirnos que su trabajo no era oficial, pues su tenor mostraba demasiado que su persona y la nuestra eran todo su objeto. El doctor García tuvo la modestia de ver nuestro odio a todo Buenos Aires en algunas alusiones de nuestros escritos a negocios históricos ligados con su nombre de familia. ¿Podría existir odio a Buenos Aires en alusiones que habíamos tomado a escritores porteños, ni ofensa alguna a su nombre privado en alusiones a negocios públicos del dominio de la crítica? Habíamos demostrado en nuestras Cartas que la independencia del Paraguay, país argentino de origen y solidario hoy mismo, por su situación geográfica, de los destinos de la República Argentina, no podía ser atacada por el Brasil con la cooperación de las repúblicas del Plata sin que éstas se hicieran culpables de un suicidio. Con esta simple demostración quedaba explicada nuestra actitud en la cuestión del Paraguay con el Brasil.

         Opuestamente a esta manera de ver, el doctor García encontró los verdaderos intereses de la República Argentina en que el Brasil instalase dentro de su territorio, por tiempo indefinido, 40 mil soldados y 40 vapores de guerra, destinados a destruir una república, que es el contrafuerte histórico y geográfico de las demás contra los avances territoriales del Brasil, servidos por el tratado de la alianza que el doctor García nos alabó cuando no lo conocíamos ni conocía el público su texto. El doctor García nos halló ilógicos porque no pensábamos como él y su gobierno, respecto de esta alianza, en 1866, cuando 14 años antes habíamos aconsejado a nuestro país la amistad, no la alianza, con el Brasil.

         También nos halló inconsecuentes porque habiendo criticado la constitución política del Paraguay, no admitíamos como consecuencia lógica de eso, el derecho del Brasil a conquistar ese país mal constituido.

         Si hemos sido inconsecuentes a sus ojos, él no lo ha sido a los nuestros en sus disposiciones sobre el Brasil y el Paraguay. Le debemos hacer esta justicia: no perteneció jamás a ninguna de las oposiciones liberales argentinas que en diversas épocas se apoyaron en el Paraguay para reaccionar contra el despotismo de Buenos Aires. En el tiempo en que los Varela, los Paz, los Alsina, se aliaban al Paraguay contra el gobernador de Buenos Aires y su política anti-nacionalista, el doctor García se hallaba en esa ciudad por gusto o por accidente, pero sin poder sustraerse al coro de aversión contra el Paraguay como aliado de los traidores unitarios. Tampoco son sin causa comprensible sus afinidades brasileras. ¿Qué horror podría causar al patriotismo argentino del doctor García la anexión de la Banda Oriental al Brasil, cuando un tratado que lleva su nombre de familia la hubiese consagrado hasta hoy, si la mano honrada de Rivadavia no lo hubiera despedazado en 1827? Es don Florencio Varela el que nos dio la historia documentada de esta negociación. ¿Dirá el doctor García que Varela lo hacía por odio a Buenos Aires?

         ¿Qué horror puede causarle la alianza proteccionista del Brasil, familiarizado con el recuerdo de la misión ligada con su nombre de familia, que en 1815 tuvo por objeto ofrecer el protectorado de las provincias argentinas a la Inglaterra? Es el general Mitre el que nos da la historia documentada de esta negociación. ¿Dirá el doctor García que Mitre lo hace por odio a Buenos Aires?

         ¿Qué simpatía puede causarle la libertad fluvial de que el Paraguay necesita para existir como Estado independiente, en presencia del tratado García de 1825, que concedió a Inglaterra la libertad de comercio sin prejuicio de las Leyes de Indias, que cerraban todos los puertos fluviales menos el de Buenos Aires? Por eso fue que Florencio Varela y todos los liberales argentinos aconsejaron la idea de completarlo por el tratado que al fin se firmó el 10 de julio de 1853. ¿Dirá el doctor García, con la prensa del general Rosas, que los liberales argentinos hacían esto por odio a Buenos Aires?

         Citando esos nombres y esos tratados, tomamos lo que está en los archivos públicos, y es del dominio de la crítica histórica. No son cosas privadas y domésticas, que hayamos obtenido comprando sirvientes y porteros.

         Los republicanos que creen tener derecho a vivir empleados por su país, por el mérito del nombre que han heredado, tienen que aceptar con ese privilegio el inconveniente de oír, discutir y atacar los hechos históricos de que sus nombres son responsables. La orgullosa aristocracia de la Europa respeta este derecho ¿y lo negaría la aristocracia de nuestros republicanos de América?

         Para probar al doctor García que no estamos animados de prevención sistemática a su nombre, le diremos que, excepto el punto en que el tratado García de 1825 sirvió al general Rosas para fundar su política contra la libre navegación fluvial de los afluentes del Plata, somos partidarios decididos de ese tratado en la parte que sirvió de obstáculo a Buenos Aires para constituirse en un segundo Paraguay respecto a aislamiento con Europa, bajo el gobierno dictatorial conferido al general Rosas.

         Aún se conoce el precio en que fue dado ese caudal de libertades comerciales a Inglaterra, el cual consistió principalmente en el interés de obtener su reconocimiento implícito de la independencia argentina, como expediente supletorio de reconocimiento que no se pudo conseguir de España en 1823.

         Como tratado de reconocimiento indirecto, el tratado García perdió ese mérito de circunstancias desde que España lo verificó directamente en 1860 por su tratado celebrado con la confederación argentina. Pero este honor no escapó del todo al señor García hijo, que tuvo el de cooperar en 1863 a la negociación de un tratado ya negociado y canjeado en 1860 por la mano que hoy tiene que defenderse de sus ataques ingratos. Es verdad que ese tratado fue digno de los otros. ¿Cuál fue su objeto o al menos cuál fue su resultado? Revocar dos principios liberales, de cuya consagración se había hecho culpable el tratado de 1860, que lleva nuestro nombre, a saber: el principio del 89 de la revolución francesa, de la nacionalidad facultativa del hijo del extranjero, y el principio democrático de la Revolución de Mayo de 1810, en virtud del cual la mayoría nacional hace las leyes y los tratados. Naturalmente el gobierno de doña Isabel de Borbón se prestó gustoso a ese cambio digno de la diplomacia argentina, que más tarde celebró una alianza con don Pedro II, para someter a una república de América; que rehusó ratificar un tratado de libertad comercial celebrado con la libre Bélgica y que se abstuvo de firmar la alianza americana de las repúblicas del Pacífico.

 

 

 

 

 

 

 

 

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