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LUÍS MARÍA ARGAÑA (+)

  LUIS ALBERTO DE HERRERA, EL VENGADOR, 1976 - Discurso de LUIS MARÍA ARGAÑA


LUIS ALBERTO DE HERRERA, EL VENGADOR, 1976 - Discurso de LUIS MARÍA ARGAÑA

LUIS ALBERTO DE HERRERA, EL VENGADOR

Discurso de LUIS MARÍA ARGAÑA

 

Discurso pronunciado el 22 de Julio de 1976,

frente al busto de Herrera, en representación de la Honorable Junta de Gobierno

de la Asociación Nacional Republicana (Partido Colorado).

 

 

         Para hablar de Herrera hay que ser poeta. Su personalidad es de ensoñación. El verbo común no puede expresar lo que hizo, lo que es y lo que será para las generaciones paraguayas del pasado, del presente y del futuro.

         Su vida sobrepasa la prosa y se incrusta en el poema. Su grandeza sobrepuja la historia y se entroniza en la leyenda. De ese hombre voy a hablar hoy, evocando sus ensueños y realidades; sus luchas y sacrificios; sus victorias y sus derrotas; sus alegrías y sus tristezas; pero sobre todo he de recordar su mística, su moral, su fuerza inquebrantable ante la adversidad, que le permitió luego de casi un siglo de denodada y desigual lucha, de amargos y a la vez vivificantes fracasos, triunfar llevando democráticamente a su partido al poder, del cual fuera desplazado no por la voluntad del pueblo Uruguayo, sino por la invasión de fuerzas extranjeras.

         Luis Alberto de Herrera, resonancia de bronce, retumbar de cañones, clarín de reivindicaciones victoriosas para nuestros corazones, nos convoca hoy, en el aniversario de su nacimiento, a todos los paraguayos a evocar su memoria.

         El recordar a Herrera despierta en nuestro recuerdo un mundo poblado de fantasmas. Es la resurrección de un mundo que se fue, y así me parece sentir en esta mañana cargada de reminiscencias el mismo frío de muerte del prócer Leandro Gómez asesinado en Paysandú, pero no frío por temor a la muerte sino por la emoción de saberse inmolado por la patria; y a esa helada sensación acompaña el fuerte olor de la hoguera que comenzara en esa Numancia de América y se extendiera al Paraguay, sacrificado por la defensa del más noble y puro principio americanista el de la no intervención, que connota el de la independencia y autonomía de los pueblos.

         Mis ojos, nuestros ojos, no vieron ni presenciaron el trágico esplendor de aquella gloriosa época cantada en prosa inmortal por Herrera, pero frente a su bronce se despierta nuestra imaginación y así me parece sentir en todo mi ser la humedad de los pantanos de la tétrica y sin igual batalla de la madrugada del 2 de mayo.

         Escucho el retumbar de los cañones del sitio de Humaitá, y a través de la humareda impenetrable creo ver dibujada la sonrisa de la gloria en el rostro del Mariscal.

         Así al recordar a Herrera desfilan ante nuestros ojos, extasiados y admirados, esa generación de gigantes: Creo oír y ver entre el estrépito de la metralla, los ayes de dolor y los abatises de Curupayty la figura señera del Gral. Díaz. Experimento hasta los tuétanos el dolor que sufrió nuestro Mariscal al ver a la Patria desgarrada y se exalta mi espíritu hasta las cumbres del Gólgota Americano, cuando rememoramos -con todos los sentídos del cuerpo y del alma- la gloriosa e inmarcesible muerte del Mcal. Francisco Solano López.

         Es lógico, pues, que esta figura evocadora de tanta grandeza, concite, ante su bronce a los pundonorosos miembros de nuestras Fuerzas Armadas, depositarios de nuestras glorias; a Miembros y afiliados del Partido de Bernardino Caballero, en cuya representación -rindo estas palabras de homenaje al prócer oriental; y a los integrantes del Gobierno Nacional.- Pero hay más, debe haber más, porque no podría ser de otro modo, y es que esta representación de la Patria y del pueblo paraguayo, esté presidida por el más grande patriota, por el heredero espiritual del Mcal. López, por el intérprete del alma de la raza, por el soldado del Chaco y por el Presidente de la Paz; el Gral. de Ejército Don Alfredo Stroessner, Presidente Constitucional de la República del Paraguay. Solamente él y no otro puede presidir este homenaje del pueblo paraguayo a Herrera.

         Stroessner es la proyección de esa estirpe de gigantes, taumaturgo de la hora presente, como López lo fue de la hora postrer.

         Herrera, vengador formidable de las más innobles injusticias cometidas contra el pueblo paraguayo, por propios y extraños, es una personalidad venerada por las generaciones presentes, afirmaría sin distinción de banderías políticas. Su victoria vindicadora, en la cual formó cortejo con O'Leary, Roxlo, Zorrilla de San Martín, antes, y hoy con Atilio García Mellid, Rosas y otros, ha devuelto al Paraguay el valor más preciado de una raza: La confianza en si misma, al demostrar con la verdad histórica auténtica la fuerza moral y la justicia de la causa paraguaya en la hecatombe de 1864 a 1870. Nuestro ser individual y colectivo volvió a tomar conciencia de sí mismo; pues, una constante prédica anti Paraguaya, de propios paraguayos para más desgracia, había creado un complejo de inferioridad tremendo en las almas. Esa engreída, oligárquica y descastada generación, sirviente de ideales extraños y carentes de ritmos vitales, que sirvió de baqueana al invasor, para justificar sus crímenes, mintió la historia, desfiguró a nuestros héroes, infamó a la Patria y se infamó a sí misma. Y como dijera O'Leary, en un arrebato de sagrada furia patriótica, le hemos de refregar "en los ojos y en la boca el lodo que nos arrojaron cuando éramos inermes, cuando no podíamos defendernos". Así lo hicieron O'Leary, Herrera, Carlos Pereyra, Blanco Fonbona, Moreno, Domínguez, y luego ya todo el pueblo paraguayo convencido de la verdad de estas primeros vindicadores de nuestras glorias.

         Nadie ha contestado ni desmentido a Herrera. Nadie ha contestado ni desmentido a O'Leary. La paciencia investigadora, la documentación aplastante, la lógica de hierro, la pasión por la verdad fueron vencedoras en los campos de la historia.

      Contra el crimen de desconocer las glorias del pueblo paraguayo y de infamar a sus héroes, escribió Herrera desde comienzos de siglo. Por ello sólo, merecería la gratitud de nuestro pueblo; pero hizo mucho más. Ya lo veremos.

         Parafraseando al mismo Herrera, quiero decir que con este acto no le pagamos ni le retribuimos, "porque los arranques superiores del alma no se conciertan con la idea de recompensa por más elevada que sea esta acepción"... A Herrera "le movió la grandeza del sacrificio del pueblo paraguayo y la injusticia de la Triple Alianza. Le movió sus nobles y generosos sentimientos por el débil frente al fuerte. Le dolió que sobre el mar de sangre y lágrimas llenaran a nuestra patria de injusto oprobio e ignominia, y así, encendido de formidable pasión vengadora, que la tenía muy honda pues vio a su patria en el mismo madero, inicia en 1904 la campaña de reivindicación y rectificación histórica. No sólo lavó de ofensa a su Patria, sino a la nuestra, que era también su Patria, como él lo dijera infinidad de veces.

         Herrera nos emociona y nos fascina. No sólo porque con su acerada pluma defendió al Paraguay, sino porque también, en otro momento crucial de nuestra historia, en romancesca protesta, se traslada al Paraguay, y con un poncho y un mosquitero, se presenta en Isla Poí, pleno escenario de la epopeya chaqueña.

         Y ahí, como lo dice O'Leary "Bajo los rayos de un sol abrasador, que ponía su regio chal de oro sobre la esmeralda de los árboles heridos y sobre la púrpura de la tierra arrancada a la metralla, pudo ver el espectro de la ignominia frente al símbolo triunfante de la virilidad indeclinable de una raza". Herrera estuvo en Boquerón, y ante el espectáculo de ver ondear la tricolor bandera, por sobre el lábaro blanco de la rendición, se sintió arrebatado y escribió, la más hermosa página que haya salido de su pluma, cerrando ese capítulo, con esta frase, extraída de lo más hondo de su ser. "NUNCA MAS QUE AQUI ME HE SENTIDO ORGULLOSO DE ESTA MI SEGUNDA PATRIA"; y firma Luis Alberto de Herrera, en el campo de la Victoria, setiembre 29 de 1932.

         Llamó a Boquerón, en esa página de inspiración inmortal, la PUERTA DE LA VICTORIA Y EL ARCO TRIUNFAL DE UNA RAZA! Cuánta verdad había en esa profecía! como los hechos de armas posteriormente lo demostraron.

         Por ello, fue justo y significativo que el Comando Paraguayo denominara con el nombre de Herrera, al fortín boliviano "Dragoneante Fernández", pues, como si la historia nos quisiera enseñar el valor de los símbolos, o los símbolos quisieran enseñar a la historia el valor de los mismos, en la lucha por ese fortín se da la tenacidad, el valor, el coraje y la fe inquebrantable en el alma de la raza que animó a Herrera. En efecto, así fue. En ese reducto, se resistió tres de las más feroces ofensivas bolivianas en seis meses.     Posición de vital importancia para la defensa paraguaya, pues allí se cruzan diversos caminos, fue llave maestra de nuestra retaguardia. Rodeado por todas partes, en la madrugada del 23 de mayo de 1933, se hizo saber a nuestras tropas sitiadas que no quedaba sino "sal, yerba y algunos cueros". Antes que decaer la moral con esta noticia, al grito de "Viva el Paraguay" se enardeció las tropas, pues, con yerba, sal y cueros estaban dispuestos a triunfar. Ahí fue, en Herrera, donde "el Corrales" y "el Dos de Mayo" se cubrieron de gloria, hasta que luego de titánicas resistencias, una hábil maniobra del regimiento Sauce, liberó, luego de seis meses de sitio, a los heroicos defensores de esa plaza. Por ella, como dijera nuestro más inspirado orador Ezequiel González Alsina, está bien que el busto de Herrera "tenga la vista lanzada a la inmensidad chaqueña, como pasando revista a la legión de los defensores".

         Por ello, está bien, que cuando Herrera pasara a la inmortalidad en los ecos de su memoria se dijera, que los cañadones chaqueños sacudíanse de inmenso dolor, y que treinta mil muertos se ponían de pie, alineados en las trincheras, para recibir al último caído en pos de la lucha denodada por la noble causa de América. (Diario Patria, 10 de abril de 1959).

         Pero Herrera, como el Cid Campeador, ganaba batallas después de muerto.

         Y cuando una vez más la infamia, la mentira, la calumnia, se cernían sobre los renacientes destinos del Paraguay, cuando nuevos contingentes de "salvadores nos traerían la libertad", esta vez bajo el nombre de "Fulna" o "Movimiento 14 de Mayo", en magnífica y venerada proyección de Herrera, sus seguidores, se presentaron al Paraguay para conocer su verdad y desenmascarar al mundo las infamias que contra él y su Gobierno se decían. Fue en 1960, el 22 de julio, ocasión en que el Gobierno del Presidente Stroessner, daba el nombre de Luis Alberto de Herrera a una Escuela, para que quien estaba ya en el corazón de todos, estuviera también en el corazón de la niñez, esperanza y futuro de nuestra Patria, y que ella se inspirara en este nombre glorioso.

         En apoteósicas jornadas el pueblo recibió a la delegación Herrerista, recibiendo en puridad al mismo Herrera.     Y estos amigos de las justas causas, de la verdad presente e histórica, conocieron la verdad y las negras e infames patrañas tramadas contra el Paraguay, y cuando volvieron a sus lares, lanzaron al mundo el grito de defensa del Paraguay. Se impuso una vez más la verdad. Triunfó una vez más la causa noble del Paraguay. Venció una vez más Herrera, después de muerto.

         Refiriéndose al papel desempeñado por Herrera en la Guerra del Chaco, dijo el Presidente Stroessner: "La inmensa ayuda que nos prestó Herrera, fue la fe en nuestra victoria que transmitía al pueblo Paraguayo y al extranjero, y la sensación de que la razón de nuestra lucha era reconocida cuando un hombre como el Dr. Herrera venía a luchar junto a nosotros. Eso el Paraguay no podrá pagárselo jamás. Ni con un monumento, ni escuela, ni calle. Sólo con nuestra historia".

         Herrera, amaba intensamente al Paraguay a un punto tal que le dolía los años de motines y anarquía que enlutaba nuestra Patria e instalaba por cortas semanas a sucesivos gobernantes en el Palacio de López. Por eso cuando el ascenso al poder del Presidente Stroessner se le ensanchó la esperanza. Herrera, creía en Stroessner, afirma, Haedo, y en su famosa biografía sobre el grande hombre expresa: "Sus primeros pasos en el Gobierno lo llenaron de gozo. Rechazaba a quienes lo consideraban autoritario. El, que conocía el Paraguay, después de ver lo que le estaba ocurriendo, confiaba no en el restablecimiento, sino en el establecimiento de la autoridad. Comenzó a creer en él y en su equipo de Gobierno. Leía ansioso los diarios paraguayos y ordenaba transcripciones en "El Debate". Le enviaba mensajes y contestaba los de Stroessner con auténtico cariño. Demostró ser su verdadero amigo. No era extraño que lo fuera. Cuando veía, las cosas justas, el empeño progresista, el alma bien templada y las manos limpias no se recataba para emitir juicios laudatorios que tomaba como un grito de ¡adelante! hecho sonar a la distancia. No alcanzó a visitarle en Asunción. De ello se dolía frecuentemente y en toda su correspondencia deslizaba la promesa de visitarle, que presentía no iba a poder cumplir".

         Como una reparación a ese deseo incumplido, desde hace muchos años y por siempre, como lo afirmara un gran Uruguayo, todos los 22 de julio habrá aquí, frente al bronce de Herrera una flor paraguaya que avive la sonrisa inmortal del caudillo.

 

 

 

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