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Asociación Internacional de Críticos de Arte AICA-PY

  CONVERSATORIO LAS FORMAS DEL TIEMPO, 2014 - Curadora ADRIANA ALMADA


CONVERSATORIO LAS FORMAS DEL TIEMPO, 2014 - Curadora ADRIANA ALMADA

LAS FORMAS DEL TIEMPO

CONVERSATORIO Y VISITA GUIADA

19 de noviembre 2014, 19 horas, Casa Castelví,

Centro Cultural Manzana de la Rivera.

Asunción - Paraguay

 


La Asociación Internacional de Críticos de Arte Capítulo Paraguay invita a un conversatorio sobre la exposición LAS FORMAS DEL TIEMPO, selección de obras pictóricas y documentos históricos del acervo de la Fundación Huellas de la Cultura Paraguaya. El mismo se realizará el próximo miércoles 19 de noviembre, a las 19 horas, en la Casa Castelví de la Manzana de la Rivera, donde se despliega la exhibición.

El diálogo versará específicamente sobre la muestra pictórica que cubre, de modo sumario, un espectro de casi un siglo. La misma fue curada por Adriana Almada, quien participará del conversatorio junto a Jorge Gross Brown, autor de la colección, y Alban Martínez Gueyraud, presidente de AICA Paraguay. A la charla seguirá una visita guiada.

La exposición reúne obras de Guido Boggiani, Guillermo Da Re, Roberto Holden Jara, Ignacio Núñez Soler, Pablo Alborno, Modesto Delgado Rodas, Herminio Gamarra Frutos, Andrés Guevara, Julián de la Herrería, Roberto Holden Jara, Ignacio Núñez Soler, Juan Anselmo Samudio, Modesto Delgado Rodas, Wolf Bandurek, Juan Ignacio Sorazábal, Luis Toranzos, Félix Toranzos, Jaime Bestard, Alicia Bravard, Edith Jiménez, Raúl De Laforet, Olga Blinder, Carlos Colombino, Pedro Di Lascio, Livio Abramo, Lotte Schulz, Víctor Ocampo, Laura Márquez, Michael Burt, Guillermo Ketterer, Mabel Arcondo, Fernando Grillón, Bernardo Krasniansky, Ricardo Migliorisi y Osvaldo Salerno, entre otros.

 

 

 

LAS FORMAS DEL TIEMPO

EL PARAGUAY, SU EXPRESIÓN Y SU HISTORIA

Por ADRIANA ALMADA



Una colección privada recoge las inquietudes de una sociedad y de una época, al tiempo que testimonia el pensamiento y la vocación del coleccionista, que deviene autor de una lectura particular de un proceso artístico e histórico. Como suele suceder, llega un momento en que, por su volumen y trascendencia, lo reunido excede los límites del espacio privado y exige ser compartido con la sociedad de modo abierto y participativo. Así, lo que en un principio fuera fuente de disfrute personal y familiar pasa a nutrir los fondos de instituciones especialmente creadas para preservar esta riqueza y ponerla a disposición del público.


Éste es el caso de la colección formada por Jorge Gross Brown y que hoy es patrimonio de la Fundación Huellas de la Cultura Paraguaya. Con piezas que dan cuenta del devenir artístico del Paraguay y documentos que testimonian los diferentes momentos de su historia, éste uno de los acervos más importantes del país. En materia de artes visuales, el mismo cubre un espectro de más de un siglo, con unas seiscientas obras realizadas en distintos medios por artistas paraguayos y algunos extranjeros, entre los cuales se encuentran los maestros europeos de fines del Novecientos que incentivarían el gusto por las bellas artes y la creación de las primeras instituciones dedicadas a su enseñanza, así como maestros modernos que dejaron su impronta en la escena local. La colección pictórica reúne nombres clave del arte paraguayo del siglo veinte, con énfasis en la primera mitad del mismo.


Esta exposición, apenas un trazo sumario de ese gran corpus que continúa creciendo con la aspiración de incorporar propuestas contemporáneas, es fiel a ese primer acento y lo amplía con manifestaciones que llegan hasta los años 90. En este trayecto, que no responde necesariamente a un diagrama cronológico,es posible percibir el paso del naturalismo canónico a una figuración con notas impresionistas y pos-impresionistas, ciertos rasgos de sátira social, las primeras experimentaciones formales de los años 20 y 30, el advenimiento de la modernidad y algunos anticipos de la exploraciones realizadas en las últimas décadas del siglo pasado.

Si bien esta selección ha sido encarada independientemente de la selección histórica, ambas confluyen en ciertos puntos, generando enclaves temporales que condensan las aspiraciones y tensiones de una época.  Frente a los trasegados e infatigables afanes del arte, una vez más resuenan oportunas las palabras de Borges: “El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río”. Un río circular que lleva y trae, cíclicamente, las formas del tiempo. 


Adriana Almada



LEYENDAS

 

1)

 

Pablo Alborno

(Asunción, 1877 - 1958)

Paisaje chaqueño,1931

Óleo sobre madera

32 cm x 40 cm

Colección Huellas de la Cultura Paraguaya


 

2)

 

Modesto Delgado Rodas

(Villeta, 1884 - Asunción, 1964)

Mujer desnuda, s/f

Óleo sobre tela

40 cm x 30 cm

Colección Huellas de la Cultura Paraguaya


 

3)

 

Jaime Bestard

(Asunción, 1892 - 1964)

Dos hombres,s/f

Óleo sobre duratex

42 cm x 38 cm

Colección Huellas de la Cultura Paraguaya

 

 

4)

 

Michael Burt

(Asunción, 1931)

La ventana fracturada, 1959

Caseína sobre cartón

53 cm x 74 cm

Colección Huellas de la Cultura Paraguaya


 

 

5)

 

Carlos Colombino

(Concepción, 1937 - 2013)

S/T,1961

Pastel sobre papel

32 cm x 21 cm

Colección Huellas de la Cultura Paraguaya


 

 

6)

 

Natalie d’Arbeloff

(París)

Estercita, 1958

Óleo y lápiz sobre tela

68 cm x 42 cm

Colección Huellas de la Cultura Paraguaya


 

 

7)

 

Pedro Di Lascio

(Asunción, 1908 – 1972)

Mesa naranja, s/f

Óleo sobre tela

49 cm x 59 cm

Colección Huellas de la Cultura Paraguaya



8)

 

Bernardo Krasniansky

(Asunción, 1951)

S/T, 1980

Técnica mixta

64 cm x 80 cm

Colección Huellas de la Cultura Paraguaya


 

 

9) 

 

Carta ilustrada de Andrés Guevara a Josefina Plá.

Buenos Aires, 14 de febrero de 1957.

Colección Huellas de la Cultura Paraguaya.








LAS FORMAS DEL TIEMPO

A PROPÓSITO DE LA COLECCIÓN HUELLAS DE LA CULTURA PARAGUAYA

ADRIANA ALMADA*



Una colección privada recoge inquietudes sociales y epocales, al tiempo que testimonia el pensamiento y la vocación del coleccionista, que con sus elecciones personales procede a un recorte temporal en la obra de un artista y en el proceso general de la cultura. Como suele suceder, llega un momento en que, por su volumen y trascendencia, lo reunido excede los límites del espacio privado y exige ser compartido con la sociedad de modo abierto y participativo. Así, lo que en un principio fuera fuente de disfrute personal y familiar pasa a nutrir los fondos de instituciones especialmente creadas para preservar esta riqueza y ponerla a disposición de la ciudadanía.


Éste es el caso de la colección formada por Jorge Gross Brown y que hoy es patrimonio de la Fundación Huellas de la Cultura Paraguaya. La misma constituye un acervo importante, con más de seiscientas obras realizadas en distintos medios por artistas paraguayos y algunos extranjeros, y cubre un espectro temporal de más de un siglo.


Hay que decir que, al margen de la intención de su autor, toda colección crea su propia lógica, propiciando asociaciones diversas, inesperadas incluso, especialmente cuando sus componentes y su estructura son abordados desde la filología, la iconografía, el análisis de estilo y otros campos que ayudan a comprender mejor el proceso artístico.

Una colección es tiempo organizado, puesto en escena, actualizado por nuevas visiones que desde el presente iluminan el pasado, no con claridad de reflector sino con luminiscencia de luciérnaga (para citar una imagen cara a Didi-Huberman). Así, cada elemento, cada objeto, constituye un núcleo radiante en torno al cual giran personajes y acontecimientos, versiones oficiales y domésticas, ensoñaciones y estrategias.

Además de la colección de arte, el acervo de la Fundación Huellas de la Cultura Paraguaya está constituido por un gran número de documentos que dan testimonio del devenir histórico del Paraguay. Si se quiere, es posible asociar esta construcción, compleja, al proyecto ilustrado que hace más de cien años puso en marcha Juansilvano Godoi cuando inauguró, en 1909, el Museo de Bellas Artes, Museo Histórico y Biblioteca Americana. Godoi no concebía el arte y el conocimiento como fenómenos aislados de lo social y lo político.

Un núcleo importante de la pinacoteca está compuesto por obras de artistas paraguayos discípulos de los maestros italianos llegados a fines del siglo diecinueve -Da Ponte, Da Re, Boggiani-, así como del francés Julio Mornet, que abrirían la senda de las Bellas Artes, inseminando el gusto por la pintura europea e incentivando la creación de instituciones como el Ateneo Paraguayo, el Instituto Paraguayo y el Gimnasio Paraguayo, de donde surgirían los primeros salones de arte. Son éstos los afanes civilizadores de una élite ilustrada, en un momento en que el país intenta reconstruir su espacio físico y ensaya un nuevo andamiaje institucional. En la Revista del Instituto Paraguayo, que se publica entre 1896 y 1909, escriben Manuel Domínguez, Cecilio Báez, Juansilvano Godoi, Juan E. O’Leary, Blas Garay, José Segundo Decoud, Viriato-Díaz Pérez, Guido Boggiani, Emilio Hassler, Rafael Barret y Moisés Bertoni, entre otros. La Academia de Arte del Instituto es el primer centro de enseñanza artística del país.

En los primeros años del siglo veinte el Paraguay está todavía curando sus heridas de guerra, reconociendo su territorio como quien despierta y comienza a sentir de a poco su cuerpo. Así, las expediciones al Chaco Boreal realizadas por una sensibilidad exquisita como la de Guido Boggiani ofrecen a la intelectualidad vernácula elementos valiosos para enriquecer su mirada, formateada por un modelo europeizante. El interés etnográfico, muy en boga en la época, se verifica también en su discípulo Pablo Alborno, quien escribe y dicta conferencias sobre el origen de los Tupí-guaraní, al tiempo que funda, junto a Andrés Barbero, el Museo Arqueológico y Etnográfico y la Sociedad Científica del Paraguay. Como se ve, es tiempo de colecta y elemental sistematización de los bienes naturales y culturales de un país que se re-descubre, si bien esta operación está lejos de abordar el conflicto intercultural que la diversidad del Chaco y otras regiones suscitan.

El laconismo del fragmento (sub.tit.)

De esta colección ha sido escogido un fragmento para ser exhibido. ¿Cuál es la naturaleza y condición de tal fragmento? Toda pretensión de representatividad resulta fallida ante las limitaciones lógicas del espacio, en este caso la Casa Castelví de la Manzana de la Rivera. Ningún recorte puede dar cuenta del todo en la medida en que una colección de arte no es un cuerpo orgánico del cual se puedan extraer muestras de ADN sino una constelación de imaginarios cuyas conexiones habilitan nuevos sentidos y direcciones.

 La exposición está organizada en dos áreas específicas que responden a la estructura del acervo: artes visuales e historia. Hay que remarcar aquí la presencia aurática del documento. No sólo es posible acceder a los contenidos como insumo histórico, sino a su condición de “tiempo encarnado”, materializado, capaz de provocar diálogos inesperados.

Cuando en 1927 el historiador alemán Aby Warburg [1] comenzó a idear lo que sería su célebre Atlas Nemosyne, sabía que estaba creando un dispositivo de trabajo (y placer) para abordar el pasado y, por ende, imaginar el futuro. Ésta es la vocación que permite, en el caso de esta exposición, generar una escritura a partir de elementos que, como ingredientes alquímicos, fueron fijando el relato nacional. Así, es tan determinante la caligrafía de Acuña de Figueroa en las estrofas manuscritas del Himno Nacional, como las líneas cartográficas que señalan los límites cambiantes de los territorios en disputa.

Si bien la selección de obra pictórica ha sido encarada independientemente de la selección histórica, ambas confluyen en ciertos puntos, generando enclaves temporales que permiten percibir las aspiraciones y tensiones de una época. Cartas, esquelas, recortes de periódicos y mapas contextualizan la producción simbólica y posibilitan reconstruir desde diferentes posiciones la narración histórica. Testimonios de la muerte del Mariscal López cohabitan, por ejemplo, con un pequeño retrato ecuestre realizado por Delgado Rodas, que probablemente haya sido un boceto. Asimismo, documentación sobre la venta de tierras públicas encarada por el gobierno de Bernardino Caballero hace contrapunto a  la belleza idílica del paisaje paraguayo en las obras de Pablo Alborno, Anselmo Samudio, Modesto Delgado Rodas y otros.

Alborno, uno de los primeros pintores considerado “artista profesional”, había dedicado gran parte de su producción a encargos gubernamentales (retratos de próceres de la Independencia, personajes destacados de la Guerra de la Triple Alianza, pasajes bélicos como la Batalla de Tuyutí). Al igual que Samudio y Delgado Rodas, creó parte de la iconografía nacional que se despliega en instituciones y despachos oficiales. En esta exposición, sin embargo, aparece citado el mundo que discurría paralelo a aquellos afanes: el color en el paisaje y la vitalidad de un erotismo controlado.

En la primera década del siglo veinte la pintura era todavía tributaria de un naturalismo ya superado en los salones europeos, pero lentamente se iba desprendiendo de esta influencia para asimilar, en clave nativa, las corrientes del impresionismo y postimpresionismo traído de Europa por artistas que regresaban de un viaje de formación a Italia usufructuando una beca del gobierno [2].

Surge entonces una figuración que, desde el paisaje y las tipologías humanas, se esfuerza por representar un territorio desde pulsiones estéticas que ya anticipan nuevos aires. Pero esto deriva, con el tiempo, en un estereotipo que permanecerá vigente mucho más de lo imaginado: el lapacho florido, el rancho, el noble campesino y la “guapa” mujer paraguaya, representación ésta que, a pesar de haber sido duramente cuestionada desde mediados de los años cincuenta, perdura hasta hoy en el circuito comercial del arte.

Otro motivo recurrente en aquel entonces era el tipo indígena, reducido a objeto exótico oportuno casi para gabinete de curiosidades. Basta ver algunas obras de Wolf Bandurek, que hace una idealización en tanto desarrolla paralelamente obra naturalista de corte social, o de Roberto Holden Jara, que recorría el campo con un baúl en el que llevaba, a más de sus enseres de artista, elementos “típicos” para caracterizar a sus modelos.

La veta crítica en aquella sociedad sacudida por tempestades políticas y asediada por los recuerdos de guerra no se manifestaba en los paisajes bucólicos o los personajes idealizados de la pintura. El filón crítico había aparecido puntualmente a comienzos de siglo en la ilustración gráfica de periódicos como Cri-Cri, Crónica y El Diario, a través de la pluma de Miguel Acevedo, autor de la original revista satírica Tipos y Tipetes. Su discípulo, Juan Ignacio Sorazábal, seguiría este camino sin abandonar su afición por la pintura.

Tras las asonadas, golpes militares y asesinatos que caracterizaron el largo período de posguerra, sobrevino un nuevo trauma: la guerra del Chaco. El arte no estuvo ajeno. Alimentó la iconografía oficial y registró apuntes apresurados del campo de batalla. Es conocida, por ejemplo, la serie de dibujos de Holden Jara realizada en el frente sobre papeles con membrete del Ejército Paraguayo, así como los dibujos de tipos indígenas que servirían de bocetos para sus pinturas.

Esta exposición contrapone imágenes que por su origen temporal y autoral quizás nunca hubieran entrado en contacto. Las características del espacio y del propio acervo obligan a descartar toda pretensión cronológica, en caso de que alguna expectativa totalizadora hubiese podido existir. La disposición de las obras privilegia lo estético, aproximando sus coordenadas al llamado “interior burgués”, que organiza el tiempo en forma siempre aleatoria. Demás está decir que una vez colocada en “su sitio” toda obra termina siendo un site specific work,  ya que no solo habla desde su propia entidad sino también desde la interlocución que genera el espacio compartido. En síntesis, esta muestra resulta un trazo sumario y lacónico, que por momentos se demora en algunos parajes para recobrar impulso y completar un trayecto que, en su despliegue, recoge evidencias de un universo mayor, dispuesto a ser actualizado con cada mirada.

* Curadora, crítica de arte,

vicepresidente de AICA Internacional



APARTADO (recuadro)

LA SELECCIÓN

La selección exhibida en esta exposición reúne obras de Héctor Da Ponte, Guillermo Da Re, Guido Boggiani, Pablo Alborno, Juan Anselmo Samudio, Modesto Delgado Rodas, Andrés Guevara, Miguel Acevedo, Juan Ignacio Sorazábal, Julián de la Herrería, Roberto Holden Jara, Jaime Bestard, Wolf Bandurek, Ignacio Núñez Soler, Ofelia Echagüe Vera, Herminio Gamarra Frutos, Raúl de Laforet, Adán  Kunos, Leonor Ceccoto, Edith Jiménez, Licio Abramo, Alicia Bravard, Luis Toranzos, Pedro Di Lascio, Lotte Schulz, Jacinto Rivero, Natalie D’Arbeloff, Guillermo Ketterer, Joel Filártiga, Olga Blinder, Laura Márquez, Michael Burt, Mabel Arcondo, Carlos Colombino, Osvaldo Salerno, Bernardo Krasniansky, Lucio Aquino, Fernando Grillon y Ricardo Migliorisi, entre otros. 


Texto publicado en Diario ABC Color, Suplemento Cultural, 16.11.14, pp. 2-3.



[1] El Atlas Nemosyne está considerado la obra cumbre de Warburg, historiador del arte nacido en 1866 en Hamburgo. Creó una biblioteca particular de más de 60.000 volúmenes y fotografías en la que intentaba guardar la memoria de la cultura europea y absorber los valores del pasado mediante la contraposición de imágenes sin palabras. Esta obra, devuelta a escena por el teórico francés George Didi-Huberman, ha sido y es referente importante en los procesos artísticos contemporáneos.

[2] Ellos eran, justamemte, Alborno, Samudio y Delgado Rodas. Más tarde llegarían también al viejo continente Jaime Bestard y Julián de la Herrería, aunque éstos lo harían por sus propios medios. 

 

 

 

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