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Ignacio Núñez Soler (+)

  OGWA / NÚÑEZ SOLER / COLLAR - LA QUIMERA DE LA IDENTIDAD O LOS RELATOS DE UN PARAGUAY ESQUIVO - Por ADRIANA ALMADA


OGWA / NÚÑEZ SOLER / COLLAR - LA QUIMERA DE LA IDENTIDAD O LOS RELATOS DE UN PARAGUAY ESQUIVO - Por ADRIANA ALMADA

OGWA/ NÚÑEZ SOLER/ COLLAR

 

LA QUIMERA DE LA IDENTIDAD O LOS RELATOS DE UN PARAGUAY ESQUIVO

 

LOS TRES tienen una obra autobiográfica. Cada uno a su manera, y desde una vertiente distinta de la sociedad, expresan tres tiempos en la historia del Paraguay. Ogwa nos remite a los mundos ancestrales, Ignacio Núñez Soler al país con aires de república del siglo pasado y Enrique Collar nos enfrenta a la contradicción estética de la posmodernidad y la globalización, en un país domesticado por el consumo.

Los tres han sido marginales. Los tres han crecido entre dos mundos, desde uno atisbando el otro, como quien mira el río siempre desde la ribera opuesta. Ogwa, desde su condición de indígena ante la sociedad nacional, Núñez Soler en la frontera incómoda de dos clases sociales y Enrique Collar, desde su veloz tránsito por mundos y tiempos diferentes. Vincularlos en esta exposición nos permite vislumbrar los delicados nexos que configuran la pretendida y esquiva "identidad paraguaya".

 

 

 

DE LA SERIE "EL GRÁN CHAMÁN...",

sin fecha, dibujo y pintura sobre cartón.

Foto: Arte Nuevo

 

 

OGWA.

Su nombre evoca la selva, la tierra, la diosa madre... la memoria de un pueblo antiguo que se extingue. Asombran sus cielos poblados de seres míticos que danzan frenética pero acompasadamente en una nube, sus plumas en movimiento, elevándose y cayendo como estrellas fugaces en el firmamento. En sus pinturas y dibujos percibimos tiempos simultáneos, aunque sería más exacto decir dimensiones: la de la vida temporal, cotidiana, hecha de trabajo y materia y la otra, siempre presente, donde los mitos conviven con los hombres. Personificados, ellos enseñan a los indígenas a procurar su sustento: a cazar, a comunicarse con los peces y las aves, y también a cantar y danzar para curar las enfermedades.

Por muchas generaciones esta sabiduría se mantuvo replegada en los escondrijos de la lengua y se ha manifestado en la pintura corporal, soporte tradicional de los motivos ishir y fruto de las ensoñaciones chamánicas. Con el tiempo y la llegada de los antropólogos, esa cosmogonía encontró en el papel un nuevo soporte. Y a través de él nos han llegado los relatos inspirados, como el de Ogwa, quien repite fervorosamente sus temas como para desafiar al olvido y asentar en el registro eterno sus creencias, para contarse a sí mismo el origen de su pueblo.

Los años y la incorporación de nuevos materiales (el marcador de color, el pastel y el acrílico sobre tela) han dado a su expresión un toque personal -sin traicionar la fidelidad del testimonio- y el germen de un lenguaje plástico propio. En su mundo mágico de agua y cielo, de árboles sagrados y chamanes soñadores, sus visiones -atesoradas desde la infancia y tenazmente custodiadas al amparo de la memoria colectiva- aluden a seres de características prometeicas que inician a los hombres en las artes ele-mentales de la sobrevivencia. También está la vitalidad de la naturaleza, cuyas aves mágicas transmiten sus poderes a los humanos y no faltan escenas cotidianas que adquieren tono de fábula. Palpita en su obra el monte perdido, la virginidad primigenia, el país sustancial del que todos venimos, tan atractivo para artistas y estudiosos y tan desconocido para la mayoría de los paraguayos.

Ogwa, hijo de madre ishir y de un combatiente de la guerra del Chaco, nos dice gentilmente con sus trazos y colores: "estoy aquí, estoy vivo, los ishir no han muerto". Como sus ancestros, revitaliza el mito con el rito cotidiano del arte, única vía, quizás, de conjurar toda la desgracia que su pueblo ha conocido desde su encuentro con los blancos.

 

 

 

1º DE MAYO, 1982,

Óleo sobre madera

Foto: Archivo Arte Nuevo

 

 

IGNACIO NÚÑEZ SOLER.

Este artista nos cuenta la historia a su manera. Su obra, claramente autobiográfica, expone el ambiente donde nació y murió: Asunción. Retrató la ciudad de mil formas, y no desde una mirada externa, paredes afuera, sino desde la palpitación misma de sus costumbres y sentimientos. En este escenario cambiante (la pintó de día, de noche, bajo el sol y la lluvia, con fiesta popular y manifestaciones sociales) los actores del gran drama nacional -esos gentíos alborozados en los mercados o ciertos personajes que emergen entre la muchedumbre- evidenciaban las contradicciones de una sociedad liberal con andamiaje legal for export y un caudillismo irracional en las entrañas.

Pero Núñez Soler no sólo ha pintado la ciudad que se nos fue sino también sus propias ilusiones, materializadas en el rostro de los personajes que admiraba. Y no se quedó en el ideal, en el paradigma. Buceó en el espíritu colectivo y fue así que nos entregó el semblante anónimo de los trabajadores, gente indefensa, sencilla e inocente.

Ignacio Núñez Soler, como tantísimos otros paraguayos, llevaba en sí el estigma de la ilegitimidad: hijo de un amor furtivo entre un elegante señorito que se vincularía definitivamente al poder político y una humilde campesina de Pilar, a quien reverenció hasta su muerte. Algunos estudiosos ven en esta condición marginal el origen de la militancia anarco-sindicalista que lo marcaría desde muy temprano.

A caballo entre dos mundos, Núñez Soler se había enrolado entre los defensores de los desheredados, a precio de cárcel y destierro, mucho antes que el Paraguay conociera la tiranía de Stroessner. Eran otros los mandamaces y los especuladores contra los que él luchaba, entre los cuales -a su modo de ver- estaba su propio padre.

Antes de descubrirse artista, Ignacio tuvo mil oficios. Fue dependiente de almacén, artesano, vendedor ambulante y -literalmente- pintor, pero de brocha gorda. En la biografía que le dedica Ticio Escobar, éste califica su obra como "indignada protesta y recuento nostálgico" y como "la versión histórica más contundente sobre la historia paraguaya de la primera mitad del siglo (XX) y, sin duda, la crónica más cabal de la ciudad de Asunción".

En Núñez Soler el viaje a través de su pintura no respeta esquemas cronológicos. En sus cuadros conviven momentos diferentes y hasta llegó a ensayar la utopía de Asunción en el futuro. También tuvo dotes de visionario al pintar La llegada del Papa al Paraguay, varios años antes de que ésta aconteciera y cuando parecía a todas luces improbable.

Don Ignacio, que conoció el arte a la edad madura, tuvo un reconocimiento tardío. Hoy su obra se incluye en la colección internacional dedicada a maestros del Mercosur, entre grandes como Tarsila do Amaral, Cándido Portinari, Pedro Figari y Antonio Berni y otros.

 

 

 

 

ENCARAMADO A MI QUIMERA (DE LA SERIE),

Óleo sobre tela

Foto: Archivo Arte Nuevo

 

ENRIQUE COLLAR. Su historia personal gravita en todos y cada uno de sus trabajos. Hijo del exilio económico, como eufemísticamente llaman los economistas a la emigración causada por la miseria, creció en Buenos Aires absorbiendo de lejos la fabulosa mitología guaraní y añorando Itaugua Guazu, el caserío de perfil macóndico donde nació.

Cuando uno está fuera del hogar es difícil encontrar el sosiego, la paz. Cuando no sabemos dónde está el lugar que merecemos y cuál es la medida exacta de lo que somos. Cuando no tenemos más referencia que confusas historias, cuando nos criamos entre extraños añorando el útero perdido, andamos por el mundo hambrientos de pertenencia, somos nómadas urbanos que se desplazan de una cultura a otra, de la sonrisa al atropello, del escupitajo a la caricia. ¿Cómo sobrevive en nosotros el que realmente es?

En la intimidad de la memoria Enrique Collar había elaborado el mapa mítico de un país que conocía de oídas. Y el contacto con el Paraguay real lo sacudió hasta el estremecimiento. Los tentáculos de la "civilización" habían penetrado hasta el hueco más recóndito y Collar -que sabía de montes y guaranias- supo aceptar con el desprejuicio de su tiempo el avance indiscriminado de la lata y el plástico, el imaginario de su infancia transformado al son de la tevé y la cachaca.

Collar compartió con otros artistas, de otras latitudes, ese sístole-diástole del centro-periferia, ese arco en tensión que obliga a viajar buscando lo otro y regresar, una y otra vez, al corazón primordial. Y en medio de ese flujo, el fugaz sueño personal y la permanente referencia colectiva, el despliegue de las propias alas, la conciencia de un mundo que ya no es ancho y ajeno sino pequeño y convocador. Así, pasó del Paraguay reconquistado a la desafiante seducción de las cosmópolis: Nueva York, París, Londres. Pero fue la mágica Venecia el escenario pictórico donde las contradicciones se resolvieron en un clima expresivo donde lo onírico se impuso sobre la fábula y la realidad.

Finalmente, y para definirlo, hay que hacerlo en inglés. Es un self-malle man que ha dado vuelta su vida como un guante. Como si dentro suyo hubiera una fuente inagotable de energía que lo impele a ir más allá, a explorar sus últimas posibilidades, a mezclarse, a fundirse con otras culturas, a identificarse con quienes, como él, han sido sometidos a la brutal estimulación de mundos diferentes. Una cosa por demás excitante, por cierto, pero también peligrosa. Asimilar cuanto se presenta, disponerlo en el laboratorio de la propia experiencia sin renegar de la filiación que tenemos, requiere suficientes recursos. Y el arte es, sin dudas, la más exitosa planta de ensayo donde nuestra identidad se pone a prueba.

Enrique Collar ha probado también otros lenguajes. Otros lenguajes para otros mensajes, como si su alma fuera un río caudaloso que de pronto se abre en mil afluentes. La problemática de la identidad continúa acaparando el debate, y seguramente lo hará por mucho tiempo. En esta era de desplazamientos virtuales, despegues tecnológicos permanentes y encapsulamiento del yo corno resultado de tanto shock, la experiencia de Enrique Collar en su totalidad humana (a través de la pintura, el cine y el relato) nos devuelve la imagen enriquecida de lo que en cierta medida somos.

 

Catálogo Martha Manchini Arte Latinoamericano, Asunción

/ArteBA 2000, Buenos Aires, 2000.

Diario La Nación, Suplemento Todo Arte, Asunción, 04/ 08/ 00, pp. 2-3.

 

 

 

FUENTE (ENLACE INTERNO)

 

 

 

COLECCIÓN PRIVADA

ESCRITOS SOBRE ARTES VISUALES (EN PARAGUAY)

Por ADRIANA ALMADA

© ADRIANA ALMADA

Editado con el apoyo del FONDEC,

Asunción-Paraguay

2005 (325 páginas)

 

 

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