MATRIX
Por LUIS BAREIRO
lbareiro@uhora.com.py
Mi amigo Armando Rivarola solía vaticinar que en una o dos décadas más habría en cada casa paraguaya una computadora, así como hoy hay un televisor. Y que gracias a eso todos tendríamos acceso a internet.
Se equivocó. En cuanto al tiempo y en cuanto al medio. O mejor, no se equivocó, se quedó corto.
Ya no hace falta que tengamos una aparatosa computadora en casa. Ni siquiera una computadora personal. Ni siquiera las chiquitas. Hoy basta con un teléfono.
Y en esto también el pronóstico de Rivarola fue conservador. No será un teléfono por familia; serán hasta tres aparatos por cada miembro de la familia.
En menos de cinco años todos tendrán uno o dos o tres de esos celulares con acceso a internet. Y esta vez "todos" abarca efectivamente a "todos". Hasta el más humilde carretillero del mercado, ese mismo carretillero que hace diez años nadie creía que hoy fuera a tener un celular, estará conectado a la red.
Y ese carretillero tendrá un perfil en el Facebook (si es que no lo tiene ya) y recibirá a cada segundo información de Twitter (o de lo que sea que compita o haya sustituido para entonces a Twitter) y comentará lo que se le ocurra, con quién o quienes se le ocurra, y lo hará en tiempo real y sin que absolutamente nada ni nadie pueda intervenir, interferir o decidir por él.
Se trata de la mayor revolución de toda la historia, y está ocurriendo hoy, ante nuestro mismos ojos, y de manera tan acelerada que ni siquiera nos damos cuenta de su ocurrencia.
De hecho, apenas pude comprender la magnitud del fenómeno luego de escuchar el jueves pasado la exposición de José Luis Orihuela, profesor de comunicación de la Universidad de Navarra y una de las mayores autoridades académicas en la materia.
Mientras el hombre explicaba cómo el fenómeno global de las redes sociales está trasladando el poder desde los medios y los partidos políticos hacia la masa ingobernable de internautas, un tecleo molesto me impedía concentrarme. Miré a los costados y descubrí que más de la mitad de los asistentes seguía la exposición volcada sobre el teclado de sus computadoras personales.
Cuando ingresé más tarde a los tuits que los participantes se habían intercambiado durante toda la charla supe que el mayor debate se dio allí, en la red, y que yo me lo había perdido porque sencillamente no formo parte de ella.
Entonces comprendí lo que explicó Orihuela.
Ese mundo no es virtual; es absolutamente real. Es el mundo en el que la gente decide de qué temas hablar y con quienes, a quienes escuchar y a quienes seguir.
Es un mundo sin jerarquías ni castas ni gobiernos. Un verdadero paraíso anarquista.
Sin dudas, la mayor revolución de la historia. Y apenas está comenzando.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
Sección OPINIÓN
Domingo, 16 de Octubre de 2011, 01:00
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