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Arte Franciscano y Jesuítico

  PARACUARIA - TESOROS ARTÍSTICOS DE LA REPÚBLICA JESUÍTICA DEL PARAGUAY


PARACUARIA - TESOROS ARTÍSTICOS DE LA REPÚBLICA JESUÍTICA DEL PARAGUAY

PARACUARIA

TESOROS ARTÍSTICOS DE LA REPÚBLICA JESUÍTICA DEL PARAGUAY

Herausgegeben von

PAUL FRINGS Y JOSEF ÜBELMESSER

© 1982 Matthias-Grünewald-Verlag. Mainz

Fotos von Anamaria Lopez-Sotomayor, Santiago, Chile

Stefan Wirtz, München

Dirección General de Turismo, Asunción - Paraguay

 

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

 

Introducción de Vincent O'Keefe SJ

 

Philip Caraman

La República Jesuita del Paraguay

Urbanistas en la selva/ El ataque de los Mamelucos/ La planificación de los pueblos/ La economía de las reducciones/ La organización política/ El sistema militar/ Religión y sana moral/ El sistema sanitario/ El fin del Santo experimento

 

Paul Frings

La Fundación «Paracuaria»

Visita a las Reducciones del Paraguay (Ruta jesuítica)

San Ignacio Guazú    

Santa María de Fe     

Santa Rosa     

Santiago

San Cosme     

Trinidad

Jesús

 

Werner Bornheim gen. Schilling

Sobre el Arte de los edificios construidos por los Jesuitas en Paraguay     

 

Epilogo de Josef Übelmesser

Bibliografía

Mapas

 

 

 San Ignacio, patrono de la primera reducción

 

INTRODUCCIÓN

 

            La primera vez que visité las ruinas de las Reducciones Jesuitas del Paraguay, me sentí como si estuviera transportado a través de cientos de años hacia atrás y me encontrara en un mundo completamente distinto. En la quietud de aquel lugar no me era difícil imaginar aquellas casas, la capilla, las tiendas y comercios, y las tierras bien cultivadas de esas reducciones. Casi podía oír las voces de los guaraníes en su diaria actividad por el poblado. Se podía hasta sentir a los jesuitas diciendo misa, enseñando el catecismo o dirigiendo estudios de artesanía y artes plásticas.

            Después de calmar mi imaginación que había estado volando, miré otra vez las ruinas de aquellos edificios, las estatuas y aquellos campos ahora invadidos de altas yerbas y matorrales. Indudablemente aquellas Reducciones fueron un logro impresionante, no sólo desde el punto de vista religioso, sino también desde el punto de vista socio-cultural.

            Es verdad, sin embargo, que por muchos años las reducciones fueron consideradas simplemente como una página de la historia pasada y como algo nostálgico: los recuerdos de nuestras glorias de ayer. Afortunadamente esta actitud ha cambiado en los últimos años y ahora estamos presenciando el revivir de un especial interés en estas aldeas paraguayas que conocemos como las Reducciones Jesuitas del Paraguay. Es importante notar que este marcado y reciente interés no ha surgido de la propia Compañía de Jesús.

            Nuestro mundo de hoy muestra una profunda atención y continuo interés en las áreas del crecimiento humano y social. Hemos visto y seguimos reconociendo la aguda necesidad de buscar y trabajar en proyectos que no sólo brinden ayuda a la gente necesitada, sino que también respeten la libertad y dignidad personales de la misma gente. Desgraciadamente hemos visto la crítica severa que se ha dado a muchos proyectos de desarrollo alrededor del mundo. En muchos lugares estos programas de desarrollo han caído en desgracia, usualmente por los métodos que empleaban o por la no muy clara intención que se ocultaba detrás de ellos.

            Ante esta situación vemos ahora cómo las Reducciones estaban consideradas como un experimento fascinante que combinaba el desarrollo humano y social con el cuidado espiritual y pastoral. Las Reducciones fueron llevadas a cabo como experimento a gran escala y funcionaron realmente. No fueron una mera teoría elaborada solamente en la mente de alguien. Por eso vemos ahora este nuevo interés en la Reducciones que se está materializando en un gran número de libros y artículos, tesis doctorales que tratan de algún aspecto de las Reducciones, y también documentales de cine y televisión.

            La Unesco ha tomado la iniciativa en esta campaña de interés por las Reducciones con un documental filmado que ha sido el primer paso hacia el proyecto de restauración de las ruinas. Esta iniciativa abrió brecha para la formación de una directiva de procuradores, un "Kuratorium", al que se le ha dado el nombre de Paracuaria. Significativamente éste era el nombre de la Provincia Jesuita en el tiempo de las Reducciones.

            Paracuaria ha limitado esta restauración, por razones prácticas, a seis de las aldeas que están situadas en la República del Paraguay. Desde que Paracuaria fue creado, se ha mantenido bien claro el propósito pastoral de sus actividades. Tanto "Adveniat" como la Archidiócesis de Colonia han procurado ayuda especial para que se mantenga este énfasis en el fin pastoral del proyecto.

            Nos ha sido muy grato conocer, por noticias del Obispo y los misioneros en Paraguay, que desde que se comenzaron los trabajos de restauración, los habitantes del lugar están reviviendo tradiciones antiguas y días de fiesta celebrados en los tiempos de las Reducciones. Esta es una señal maravillosa de que junto a la restauración material de las ruinas se está produciendo también una renovación espiritual profunda.

            Aprovecho esta oportunidad para agradecer a todos los que hicieron posible la publicación de este libro y a todos los que han contribuido en ésta revalorización de las Reducciones. Todos estos esfuerzos ayudan infinitamente a reconocer todo lo que hay de valor en este gran experimento, y el significado que puede tener para nosotros hoy en día. Comunidades estables que combinaban un alto grado de desarrollo humano, social y espiritual, creadas y mantenidas como centros vibrantes de cultura y fe en el corazón de lo que había sido la selva. El ideal logrado es un ideal que tanto ayer como hoy tratamos de conseguir: desarrollar una comunidad de hombres y mujeres que esté basada en el compartir unos con otros y no en el egoísmo, una comunidad fundamentado en el servir y no en la explotación y la represión.

            Las Reducciones significaron una verdadera misión apostólica para los jesuitas, un verdadero apostolado que incluía el desarrollo humano social y cultural, pero que tenía como meta abrir en la gente hacia una apertura a Dios. El fin de las Reducciones era el de ayudar a sus habitantes a vivir más en consonancia con las enseñanzas del Evangelio. El único propósito era el de encarnar la fe y la vida de la Iglesia de Cristo en la cultura y las tradiciones de esos habitantes del Paraguay entre quienes y con quienes trabajaban los misioneros jesuitas.

            Este libro nos ayudará a recordar que nuestras miras y esfuerzos de ayer, ahora y siempre deben de estar en el construir un mundo más humano y más divino.

 

            Vincent O'Keefe, S.J.

            Asistente general de la Compañía de Jesús

 

 

 Beato Roque González de Santa Cruz.

En su mano el corazón, que se conserva incorrupto

en la actual Capilla de Mártires de Asunción. Colegio Cristo Rey

 

 

PHILIP CARAMAN

LA REPÚBLICA JESUÍTA DEL PARAGUAY

 

            Durante los últimos trescientos años, la República Jesuita del Paraguay, como a veces se le llama, ha atraído la atención de los teóricos sociales, etnólogos, exploradores de oro y buscadores de la Utopía, de muchos países. En el período que precede inmediatamente a la Revolución Francesa de 1789, los filósofos e intelectuales la admiraban como un ejemplo de sociedad perfectamente regulada. Más tarde, en la primera mitad del siglo XIX, los románticos vieron en ella los días más bellos de una cristiandad recién nacida, mientras que posteriormente, los pioneros de los movimientos laborales creyeron haber encontrado en ella un patrón para un socialismo europeo.

            El experimento comenzó en diciembre de 1609 cuando dos jesuitas salieron de Asunción, capital del Paraguay, hacia Guaira, en aquella época territorio español y que ahora corresponde aproximadamente a la provincia brasileña de Paraná, y navegando hacia la parte superior del río Paranapanema, plantaron una cruz en sus riberas, en un lugar que llamaron Loreto. Allí construyeron un pueblo en el que reunieron a indios dispersos, que estaban contentos de escapar de los españoles, quienes los explotaban como mano de obra barata, y de los atacantes portugueses que los esclavizaban. Esta fue la primera de las reducciones con la que el nombre de la Compañía de Jesús se vincula para siempre con la historia de Suramérica. En esta región montañosa se fundaron más de diez reducciones adicionales durante los siguientes veinte años, con una población total de más de 40.000 personas.

            Estos indios eran en su mayoría guaraníes, un pueblo pacífico y bondadoso pero con espíritu independiente. Vivían, como aún viven cuando se encuentran en su condición original, en chozas hechas de ramas de árboles, en los bosques. Vivían de la caza y de la pesca, aunque también cultivaban calabazas, yuca y batatas, usando sólo una cosa. Después de cuatro o cinco años consideraban que los campos se agotaban y escogían otro territorio, normalmente cerca del la ribera de un río, con una buena producción de pescado. Eran físicamente bien dotados. Fuertes, bien proporcionados, ágiles, de estatura mediana, tenían la tez oliva, y con frecuencia más clara que la de los españoles. En la época de la Conquista, se calcula que fueron varios millones. En cuanto a la religión, eran monoteístas, creyendo en un Dios Padre sin ofrecerle ningún tipo de culto. Los jesuitas pensaban acertadamente que tenían una aptitud natural para el Cristianismo.

            También en 1609, otros dos jesuitas que avanzaban hacia el sur desde Asunción, cruzaron el ancho río Tebicuary y fundaron una reducción en un lugar llamado Itagúy, cerca de la confluencia de los ríos Paraná y Paraguay. Bautizada con el nombre de San Ignacio, su posición fue cambiada varias veces hasta que finalmente en 1668 se estableció en su lugar actual, en la ruta hacia el sur partiendo de Asunción.

 

            URBANISTAS EN LA SELVA

 

            A este lugar llegó en 1612 el P. Roque González, quien durante dos años había trabajado con los salvajes Guaycurú, al otro lado del río en Asunción, en los pantanos del Chaco. Arquitecto, albañil y carpintero, marcó la plaza, supervisó la construcción de bloques de casas, estableció una escuela y construyó una iglesia, llevando la madera al lugar de la construcción y trabajando él mismo. También enseñó a los indígenas a arar, sembrar y proteger sus cultivos contra los animales salvajes. Como criollo, comprendía el temperamento de los indios. Introdujo los cánticos, procesiones, desfiles, fiestas y otros rasgos que habrían de caracterizar la vida de las Reducciones. Tenía un optimismo ilimitado y una profunda simpatía por los indígenas, lo que le ganó su confianza rápidamente. Su elocuencia era reposada y tenía la ventaja adicional de un porte impresionante: era alto, delgado, con una frente alta y ancha, una nariz regular, labios finos y una expresión móvil y simpática. Además, le ayudaron sus lazos familiares, ya que su hermano era teniente general o gobernador interino de Asunción el año en que fue enviado a San Ignacio Guazú.

            Después de siete años en San Ignacio Guazú, González y otros sacerdotes cruzaron primero el Paraná y, después, el Uruguay, y fundaron aproximadamente diez reducciones en un vasto territorio que cubre las provincias de Misiones en Argentina y Rio Grande do Sul en Brasil. Pero, cuando en 1628 había seleccionado otro sitio para una reducción en la selva al norte del río Iyuí Grande y estaba sujetando el badajo a una campana de la iglesia que todavía no había sido construida, fue atacado por los nativos, quienes le abrieron la cabeza. El P. Alfonso Rodríguez murió con él. Al día siguiente fue muerto un tercer sacerdote del grupo.

            A pesar de estas pérdidas, parecía que ahora los poblados jesuitas se extenderían desde Yapeyú, la fundación de González en el sur, a unas trescientas millas de Buenos Aires, hasta el río Paranapanema en el norte. Los padres ya habían estado en Guairá casi 20 años. Un escritor de la época afirma que las dos primeras reducciones en esta zona se podían comparar favorablemente a cualquier pueblo de la jurisdicción de Asunción. "Sus iglesias", escribe, "eran más señoriales y mejor decoradas que cualquiera de Tucumán o Paraguay. Tenían coros de músicos entrenados que diferían poco de los de Europa... Cada casa tenía su propio patio en el que se criaban gallinas, gansos y aves domésticas. Los campos producían cereales y algodón, de manera que los indios llevaban a cabo un verdadero comercio con sus propios vestidos y al mismo tiempo daban vestido a todos los viajeros desnudos, indios o europeos. Se podían ver rebaños de ovejas y cabras en los campos y las manadas de ganado vacuno y de mulas en los pastizales bajos, los cuales estaban entrecruzados por ríos con abundante pesca."2

 

            EL ATAQUE DE LOS MAMELUCOS

 

            Pero el sueño de un paraíso terrenal en el Paranapanema fue destruido por los Mamelucos en busca de esclavos. Estos salteadores, conocidos también como los Paulistas, desde sus bases en Sao Paolo, descendían de inmigrantes portugueses, los cuales, a causa de la escasez de mujeres, se habían mezclado con esclavas africanas prófugas y feroces indios tupíes, y a su vez habían generado una raza que se había unido al desecho criminal de las capitales europeas. Excelentes jinetes, hábiles remeros en canoas, capaces navegantes a lo largo de la costa, óptimos tiradores y bravos guerreros, se ganaban la vida consiguiendo indios y vendiéndolos como mano de obra en las minas y plantaciones de la meseta de Brasil. En 1629, después de haber rastrillado el distrito alrededor de Sao Paolo, atacaron por primera vez a los poblados jesuitas de Guaira. Los jesuitas apelaron en vano a las autoridades españolas para que los protegieran. En una reducción tras otra, las iglesias eran saqueadas, las casas quemadas y los indios llevados. Desesperadamente, después de mucha discusión, los padres decidieron llevar a los indios que quedaban a las reducciones fundadas más al sur por González y sus compañeros. Se construyeron y armaron balsas, se embarcaron los nativos y la flota zarpó sin novedad, hasta que llegaron a la laguna encima de las cataratas de Guairá. Aquí el río, de aproximadamente tres millas de ancho, se desploma por una repisa de piedra en forma de 18 cascadas distintas; entonces se estrecha a través de un cañón de menos de 100 metros de ancho en una caldera de espuma de treinta y cinco millas hasta que se hace navegable otra vez. Las balsas que se enviaron vacías fueron despedazadas por la violencia de las aguas. Sobrevivieron pocos de los indios que llegaron al final, a través de la selva.

            De la misma manera, las diez reducciones fundadas al sur del Uruguay tuvieron que ser evacuadas cuando los Mamelucos, buscando esclavos más adentro, navegaron más hacia abajo por la costa y después hacia arriba, por los ríos, hacia el principal conglomerado de reducciones. Una vez más, los gobernadores españoles no prestaron ayuda. Los indígenas, con sus mazas y sus flechas, no eran comparables a los atacantes, con sus caballos, armas y sabuesos. Dejados a su propia iniciativa, los jesuitas, con el consentimiento del Rey, organizaron una milicia india, equipada con sus propias armas de fuego, de manera que, después de sufrir muchos reveses, al final pudieron rechazar a los Mamelucos. Para una defensa mejor, las reducciones al sur del Uruguay se rehicieron al norte del río y las otras reducciones fundadas al norte de Asunción después de la evacuación del Guairá se trasladaron al sur del río Tebicuary. En este último grupo se encontraban, San María de Fe y Santiago, todos ellos centros de población en el Paraguay de hoy.

            La retirada al otro lado del Tebicuary en el norte y del Uruguay en el sur fue sólo temporal. Se recobró el terreno perdido gradualmente. Hacia 1740, las reducciones sureñas con sus estancias, se extendían casi hasta la actual ciudad de Porto Alegre, y en esa década se fundaron tres pueblos: San Joaquín, San Estanislao y Belén al noroeste de Asunción. Pero la mayor agrupación, dieciséis de ellas, quedaron entre el Paraná y el Uruguay.

 

San Ignacio. Niño Jesús Alcalde,

autoridad suprema de la Reducción

 

 

            LA PLANIFICACIÓN DE LOS PUEBLOS

 

            Como en San Juan, el plano de las reducciones seguía las instrucciones dadas por el Consejo de Indias, a saber, el plano cuadriculado de las ciudades grecorromanas, calles rectas que se organizan en ángulos rectos para formar bloques regulares. Las calles frecuentemente estaban pavimentadas, y siempre daban a una gran plaza, donde se encontraba la iglesia, a la sombre de árboles. Junto a la iglesia, a un lado estaba la residencia de los Padres, al otro, el cementerio. Las chozas de adobe de los primeros poblados fueron reemplazadas en el siglo XVIII por casas de un piso, construidas de piedra con techos de tejas como protección contra el fuego. Un pórtico, que descansaba en pilares de piedra o madera, se extendía a todo lo ancho de los bloques, de manera que en tiempo lluvioso los indios podían caminar hasta la iglesia sin mojarse. Los poblados siempre estaban situados en un terreno elevado, en un lugar fértil y sano, cercano a fuentes de combustible, madera y agua potable abundantes. Las primeras iglesias, de estilo similar a las que todavía están en pie en Chiquitos, estaban construidas de cedro del Paraná, que crecía excepcionalmente alto, recto y ancho. Se levantaban los techos primero, apoyados no en las paredes sino en dos o cuatro hileras de pilares, cuyos cabezales eran tallados en un diseño que formaba capiteles ornados. Estas iglesias más tarde dieron lugar a las masivas estructuras de piedra, cuya grandiosidad se mantuvo a la altura de la prosperidad de los poblados. Con el tiempo, en todos los sitios, los interiores contenían un altar mayor dorado, dos o cuatro altares laterales, un púlpito ricamente tallado, ocho o diez candelabros de plata y numerosas estatuas, todo producido en los talleres de la reducción. En los campanarios, construidos separadamente del edificio de la iglesia, colgaban seis o más campanas.

            Más allá del poblado, o en sus límites, estaba la capilla de San Isidro, el hostal para los españoles y, más lejos, los hornos para las tejas, los aserraderos, las tenerías y otros edificios industriales. Sólo las reducciones expuestas a los ataques de los feroces indios chaqueños estaban protegidas por un montículo, empalizada o seto de espinos. Había caminos que conectaban las diversas reducciones, pero la mayor parte de los bienes eran transportados por agua. Más de 3.000 naves de diverso tipo operaban en el Paraná, bastante menos en el Uruguay.

 

            LA ECONOMÍA DE LAS REDUCCIONES

 

            Las reducciones tenían que ser autosuficientes si debían evitar que los indios volvieran a la selva para vivir. Cada indígena tenía su propio terreno privado, asignado por su cacique, que era suficiente para mantenerlo a él y a su familia. Pero como era indolente por naturaleza y no se podía confiar en que lo cultivara, también había tierras cultivadas y poseídas en común por toda la reducción. El producto de la parcela privada era propiedad absoluta del indígena, mientras que la producción de la tierra comunal era destinada a la manutención de los pobres, los enfermos, las viudas y los huérfanos, al igual que a una reserva para emergencias. En general, el indio se contentaba con cultivar la yuca para sí mismo (era su alimento tradicional y es fácil de cultivar); por otra parte, la tierra comunal producía trigo, arroz (apenas cultivado fuera de las reducciones), tabaco, añil, caña de azúcar y algodón. El ganado vacuno y los caballos eran propiedad comunal. Se intentó el cultivo de la vid, pero con resultados poco favorables.

            A pesar de todo, el producto principal de las reducciones era el mate. Consistía en las hojas secas del árbol de mate (ilex Paragüayensis), molidas, ligeramente tostadas y puestas en agua hirviendo. Los jesuitas lo cultivaban como sustituto de la chicha india, una bebida fermentada basada en la yuca, la cual embriagaba fácilmente. Como había mucho peligro y a veces pérdidas de vida cuando se recogían las hojas en las regiones lejanas, los jesuitas, después de larga experiencia, lograron trasplantar el mate a las reducciones. El resultado fue un te tan superior a cualquier otra cosa producida en Suramérica que las autoridades españolas tuvieron que restringir la cantidad que las reducciones podían poner en el mercado.

            La ganadería encontró el mismo resultado positivo. Todo el país, desde San Ignacio Guazú hacia el sur hasta Yapeyú era tan rico en pastos que algunas estancias numeraban 30.000 ovejas y 100.000 cabezas de ganado. A veces, las manadas aumentaban con la captura de ganado salvaje y la raza se mejoraba por una selección cuidadosa.

            Su lejanía de las poblaciones españolas hizo necesario que las reducciones establecieran sus propias industrias pequeñas. Los guaraníes eran hábiles carpinteros, ebanistas, constructores, herreros, armeros, fundidores, albañiles, escultores, doradores y calígrafos. Se pueden ver ejemplos de todos estos artes y oficios en las iglesias restauradas de las reducciones y en los museos anejos. "Hacemos trompetas y relojes aquí," escribía un jesuita a su familia en Europa, "los cuales no son inferiores a los de Nuremberg y Augsburgo... Los indios imitan cualquier cosa con mucha precisión con tal de que tengan un modelo delante de sus ojos."

 

            LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA

 

            Como los indígenas no estaban naturalmente inclinados al trabajo, sólo un control bien planificado podía mantener el movimiento de la maquinaria económica de las reducciones. Todos, incluidos los niños, tenían sus deberes asignados en los campos o en los talleres, y cada arte u oficio o grupo tenía su propio superintendente. El descanso se proveía por medio de juegos comunes, prácticas militares, carreras de caballo, numerosos festivales y otros días, seleccionados para la cacería. El vestido y las raciones eran muy similares para todos: los hombres usaban calzones cortos y sueltos, una camisa de algodón y un poncho; las mujeres largos trajes sueltos, como camisas. Todos iban descalzos. La dieta era principalmente carne de res, de la que los indios tenían un apetito voraz. Cuando se tenían banquetes para todo el pueblo, la bebida ordinaria era el mate. Aunque la administración seguía la norma de los poblados españoles, los jesuitas fueron cuidadosos en mantener la autoridad de los caciques y, cuando era posible, de promoverla. El personal de la administración salía principalmente de entre ellos.

            A la cabeza del cabildo o consejo del poblado estaba el corregidor o burgomaestre y su delegado o teniente. Los asistían tres alcaldes o supervisores, dos para el trabajo en el poblado y uno para los distritos del campo; después cuatro consejeros o regidores, un prefecto de policía, un mayordomo, un escribano, un portaestandarte real o alférez real, con varios ayudantes.

            La función del teniente y de sus ayudantes era la de conocer todas las familias de los distritos asignados a su cuidado, visitar los indios, revisar el trabajo asignado y dar premios. La elección de todos los oficiales tenía lugar a finales de diciembre, en base a una lista de candidatos confeccionada por los oficiales salientes. El día de Año Nuevo se instalaba a los nuevos oficiales. Más tarde, se obtenía confirmación formal del gobernador español.

            El papel de los jesuitas era de supervisores. Siempre había dos, a veces tres, en cada reducción. Como los jesuitas españoles no podían encontrar suficiente personal para todos los poblados, eran reforzados por sacerdotes primero de Nápoles y los Países Bajos españoles, más tarde por otros del Imperio Habsburgo, a saber, checos, tiroleses y austríacos. El P. Roque y sus dos compañeros fueron sólo los primeros de veintiséis jesuitas, no todos españoles, que sufrieron el martirio en el Paraguay.

            Cuando las primeras normas de justicia fueron establecidas por los jesuitas entre los años 1623 y 1628, se tuvo mucho cuidado de no hacer el nombre de los Padres odioso o de asociar a la religión con las sanciones. Se necesitaba un código penal de algún tipo, ya que indígenas salvajes se unían continuamente a las reducciones y ninguna vida comunitaria se podía mantener a no ser que se enforzase una norma de comportamiento mínima.

            El castigo común para delitos menores era unos cuantos azotes administrados por el corregidor en el centro de la plaza. El castigo público era esencial para prevenir cualquier exceso en el número o severidad de los azotes, dados quizás con pasión o ignorancia. El homicidio se castigaba con 80 azotes, la indecencia pública con 30, la brujería con menos. Cada delito tenía una pena estipulada. El incesto y ofensas similares, como el procurar el aborto, llevaba una pena de cárcel de dos meses, en cadenas.

            No había pena capital. El asesinato se castigaba con una cadena perpetua que ordinariamente no se extendía más allá de los 10 años como máximo. Ciertamente, prevalecía la suavidad en la administración de la justicia. Los indígenas, al principio tan reticentes en abandonar la libertad de la selva, en siglo y medio no llevaron a cabo ninguna rebelión contra sus sacerdotes, mientras que en el mismo período, hubo frecuentes alzamientos entre los indígenas de las encomiendas. Sólo la aplicación moderada de la ley puede explicar el hecho de que dos sacerdotes eran suficientes para controlar una reducción de seis o siete mil personas.

 

Santa María de Fe

La Virgen, Patrona de la Reducción

 

            EL SISTEMA MILITAR

 

            La organización de la defensa armada de las reducciones contra los ataques de las tribus Chaco y los demás asaltos de los Mamelucos se llevaba a cabo según los deseos expresados por los Reyes de España. Por decreto real, se erigieron arsenales en los que se guardaban armas de fuego y municiones. Cada reducción suministraba ocho compañías con un maestro de campo, el cual generalmente era un cacique, como cabeza, ocho capitanes y otros oficiales. Se mantenía a los indígenas en un alto grado de eficiencia mediante ejercicios y prácticas militares regulares, junto con batallas fingidas. Oficiales españoles instruían acerca de las armas de fuego, pero la fuerza principal de los cuerpos de las Reducciones estaba en la caballería. Los indios de las reducciones marchaban de la misma manera que otras fuerzas de Suramérica: la caballada o caballos de repuesto, seguidos por la vanguardia, formada por lo mejor de la caballería; después, los suministros, con los vaqueros conduciendo al ganado para la comida de los hombres. Para evitar sorpresas, siempre se instalaba el campamento en una llanura. Oficiales españoles comandaban las tropas y las acompañaba un capellán jesuita.

            Los gobernadores españoles llamaron al servicio a los indios de las reducciones más de 50 veces entre los años 1641 y 1735, ya sea contra los indios chaqueños, los portugueses, los ingleses que atacaron a Buenos Aires o colonos rebeldes. Hubo que pagar un precio alto en vidas y recursos. Por otra parte, el gasto y la pérdida de mano de obra no afectó de manera notable a la economía de las reducciones, ya que en contrapartida de los servicios de sus tropas, los indígenas se aseguraron algunas exenciones fiscales, ya que ni fiscalmente ni de ninguna otra manera, las reducciones eran independientes de la Corona Española. No sólo se sancionaba cada fundación con un decreto real, sino que también toda legislación colonial se extendía a las reducciones, a no ser que se les eximiese expresamente. Felipe V no fue el primer rey en reconocer la lealtad de los indígenas de las reducciones cuando declaró en 1743 que en todas sus posesiones reales no tenía sujetos más leales.

 

            RELIGIÓN Y SANA MORAL

 

            Por su parte, los reyes se preocupaban de proteger a los indios de los vicios de los europeos y de las enfermedades contra las que no tenían resistencia natural. Esta fue la razón por la que en el decreto real se excluía a todos los colonizadores de los poblados indígenas, con excepción de San Ignacio Guazú y otros pocos que estaban en la ruta de Asunción a Buenos Aires, y que estaban abiertos a los españoles algunos días y con ciertas restricciones, para comerciar. En mayo de 1724, el obispo de Buenos Aires, después de una visita pastoral, reportaba al Rey que la moral de estas reducciones no era menos encomiable que la del resto y concluía que si los jesuitas intentaban mantener a los colonizadores alejados de los indígenas, tenían buena razón para hacerlo. Después de la expulsión de los jesuitas, los gobernadores mantuvieron la política de la exclusión. En cuanto la religión regía tanto la vida pública como la privada de los indígenas, y se puede afirmar que las reducciones formaron la única mancomunidad teocrática de la Historia cristiana. La inspiración no vino, como se ha dicho algunas veces, de ninguna noción preconcebida de un estado ideal según el patrón de la Utopía de Santo Tomás Moro o la comunidad cristiana comunista descrita en la Ciudad del Sol del dominico Campanella. Por el contrario, el carácter de las reducciones fue determinado por la necesidad de remover los obstáculos para la conversión de los indígenas, que surgían del sistema de las encomiendas: en teoría, se obligaba a los nativos a prestar servicio restringido a los colonizadores españoles en lugar del pago del tributo, pero en la práctica condujo a la opresión. Antes del establecimiento de la primera reducción en Guairá, Felipe II había sancionado la completa libertad de los indios en todas las reducciones que los jesuitas pudieran establecer. Sólo bajo esta condición los jesuitas intentaron la conversión de los indígenas.

            Desde el principio, fue práctica de todos en el poblado la asistencia a la Misa y las devociones vespertinas a diario. La oración y los cánticos acompañaban al trabajo y la recreación. Cada mañana se instruía en la catequesis a los niños y una vez a la semana a todos los adultos. Los oficios religiosos se llevaban a cabo con gran esplendor, acompañados de coros y orquestas masivos. La máxima pompa se reservaba para la fiesta del Corpus Christi. Se ataban loros, armadillos, venados y jaguares a los arcos por los que pasaba la procesión. Se colocaban frutas, vegetales olorosos, peces nadando en recipientes, a lo largo de la ruta, de manera que se viera a todo ser creado reconocer a su creador. El punto culminante venía cuando cuatro bailarines entonaban el Sacris Solemniis y ejecutaban una danza de adoración ante el Santísimo. Las ceremonias de la Semana Santa eran inferiores sólo en relación a las del Corpus Christi. Hay muchos testimonios de obispos en cuyas jurisdicciones estaban las reducciones acerca de la religiosidad y vida edificante de los indios.

 

Santa Rosa

Fresco Capilla de Loreto, el momento de la Encarnación

y la imagen de San Isidro Labrador,

patrono de un nuevo estilo del campesino cristiano.

 

            EL SISTEMA SANITARIO

 

            La buena salud y la limpieza de los indígenas impresionaba a los visitantes de las reducciones: sus facilidades para lavar y para el aseo eran mucho más avanzadas que las que se encontraban en los pueblos españoles. En San Ignacio Guazú, por ejemplo, existen los restos de un túnel de seis pies de alto y tres de ancho que conduce al río: era vaciado regularmente con cubos de agua traídos de la corriente por medio de poleas. En otros sitios, se cambiaba el curso de las aguas para limpiar los retretes.

            La única dificultad crónica que afectaba a los indígenas eran los parásitos, producidos por la gran cantidad de carne semi cruda que consumían, y que se curaba con un emetico (sic) hecho de hojas de tabaco. La viruela, curable entre los españoles, era devastadora entre los indios. Repetidas epidemias severas diezmaron la población de las reducciones: no hay cifras exactas del siglo XVII, pero en el año 1733, por ejemplo, los jesuitas contaron 12.933 víctimas entre los niños solamente.

            No había necesidad de hospitales permanentes. En tiempos de epidemia, se organizaban enfermerías y los pacientes eran atendidos por miembros de las Congregaciones Marianas. Cada poblado tenía sus enfermeros, normalmente hermanos, cuya investigación acerca de las propiedades curativas de las plantas sudamericanas era bien conocida en los grupos intelectuales de Europa. Sus remedios eran en parte indígenas, en parte europeos, siempre pragmáticos.

            En el año 1609, el año en que los primeros jesuitas salieron de Asunción hacia Guairá, dos padres habían entrado en el Chaco pero no habían logrado establecer una reducción permanente. Intentos posteriores de evangelizar a los Guaycurú y otras tribus salvajes terminaron en el asesinato de dos sacerdotes italianos en abril de 1639. Finalmente se logró un comienzo exitoso en la región de Santa Fe en 1732, entre los Abipones, una tribu guerrera que andaba desnuda a través de la espesura en medio del invierno, cubiertos sólo con una piel de jaguar. Hacia el 1768 se habían fundado 15 pequeñas reducciones entre ellos y otros indios, y por primera vez desde la Conquista, se estableció la paz en esta vasta región desconocida llena de pantanos, arbustos y arroyos; se construyeron escuelas, se formaron músicos y se enseñó la agricultura.

            Los padres de la provincia del Paraguay también fueron pioneros en la ruta hacia el norte de Asunción, hacia lo que es ahora la provincia boliviana de Chiquitos, junto al Mato Grosso, un área tan remota que las diez misiones que se establecieron funcionan todavía hoy. En San José, la espléndida iglesia, la casa de los padres y la escuela forman un frente impresionante en la plaza y quizás presenten mejor que las ruinas reconstruidas del Paraná lo que debía haber lucido para los sorprendidos visitantes provenientes de Europa.

            Al mismo tiempo que las misiones de Chiquitos, hubo varias fundaciones en el territorio al sur de Buenos Aires, entre las tribus conocidas colectivamente como Patagones, los cuales se extendían a través del territorio sin árboles entre Buenos Aires y Tierra del Fuego. Eran excepcionalmente altos y vivían de sus caballos, que les proporcionaban alimento, vestido, tiendas, camas, medicina, cuerdas y hondas para piedras que destrozaban en la batalla las piernas de hombres y caballos. Las primeras reducciones fracasaron porque no se podía lograr que las tribus se asentaran. Una segunda misión hacia ellos se estaba preparando cuando los jesuitas fueron expulsados de las colonias españolas de Suramérica.

 

San Cosme. Santa de nombre desconocido.

 

            EL FIN DEL SANTO EXPERIMENTO

 

            Las reducciones del Paraná eran más prósperas que ricas. Las grandes manadas de ganado vacuno, por ejemplo, no representaban una gran riqueza, porque el país tenía tal abundancia de ganado sin dueño que un becerro se podía comprar por medio peso. Más aún, había continuos gastos comunitarios que sufragar. Sin embargo, la misma prosperidad de las reducciones fue en parte la causa de su destrucción. Tanto en España como en el Paraguay se creía que sólo la existencia de oro, extraído secretamente y escondido a las autoridades, podía explicar la aparente grandiosidad. Las negativas, las inspecciones y revisiones no apagaron los rumores. Y junto con otras calumnias, se decía que los jesuitas estaban planeando usar la milicia de las reducciones en un golpe contra el poder del gobierno colonial. Ningún rumor era demasiado increíble para los enemigos de la Compañía en Madrid. En 1760, se usó una conspiración inventada para convencer a Carlos III de que los jesuitas habían decidido eliminarle del trono y reemplazarlo por su hermano más joven. Se tejió una red de mentiras alrededor de la supuesta trama. Se decía que los jesuitas estaban por revelar al mundo que Carlos era el hijo ilegítimo de su madre, la confidente de la Compañía, ésta última preparada ahora para aprobar el asesinato del Rey si este ofrecía resistencia. Esta fue la última de una serie de calumnias que finalmente condujo a la expulsión de España y de las colonias españolas. Es una historia que pertenece más bien a la Historia general de la Iglesia.

            A las 2:30 a. m. del día 3 de julio 1767, los jesuitas de Asunción fueron recogidos para su transporte a Europa. Pero el Virrey de Buenos Aires tuvo que esperar otro año antes de proceder contra las reducciones, ya que tenía que encontrar sustitutos para aproximadamente 140 sacerdotes. El obispo de Buenos Aires, que tenía la jurisdicción eclesiástica sobre un gran número de reducciones no tenía sacerdotes para reemplazarlos. El primer grupo de treinta sacerdotes, reunidos para embarcarse en Cádiz, fueron presas del pánico y huyeron en todas las direcciones. Sólo en abril de 1768 pudo el Virrey reunir, suficientes reemplazos para los jesuitas. Completamente convencido de los informes mendaces de que los jesuitas estaban preparando resistencia armada, marchó para el Uruguay con tres compañías de granaderos y 60 dragones, una fuerza de 1.500 hombres en total.

            En realidad, las treinta reducciones del Paraná tenían una situación ideal para su defensa. Tenían el mayor ejército de Suramérica. A cientos de millas de distancia de Buenos Aires, estaban rodeadas por la selva virgen y por pantanos impasables para tropas entrenadas en Europa. Una palabra del superior de la Misión hubiera sido suficiente para traer tropas de campaña de jinetes que conocían cada pie de pantano y de selva, todos los senderos gastados que serpenteaban por el rojo suelo a través de los llanos, los pasajes, los ríos, los manantiales y los lugares fuertes naturales. Pero los guaraníes habían sido instruidos por los jesuitas que debían obedecer a la Corona Española. E hicieron exactamente eso.

            Sólo hacia julio de 1770 se expulsó a todos los jesuitas, menos uno, el herborizador y médico Segismundo Agperger, quien había nacido en Innsbruck en 1687. Quizás su reputación de Hipócrates de Suramérica ayudó su infeliz caso: postrado en cama, incapaz de moverse y aparentemente moribundo, vivió otros diez años y murió en la Reducción de Apóstoles a la edad de 91 años. Era el último de los jesuitas en el Paraguay. Las historias de estos tienen calidad homérica. Como ha escrito el historiador norteamericano profesor Herbert E. Bolton: "Habían ido a los infieles sin escolta, a lugar a donde los soldados no se aventuraban. Podía suceder que en cualquier momento oyesen los gritos de guerra que hielan la sangre o que viesen el fuego destructor en la noche... El martirio era una posibilidad real...Y cuando los enfrentaba, lo afrontaban con heroísmo trascendental."3

            Cualquier juicio final acerca de los jesuitas en el Paraguay debe recordar que su experiencia quedó incompleta cuando alcanzó su trágico final. Sin embargo, donde echó raíces profundas, como en el área del Paraná, preservó una cultura, lengua y población indígenas; donde duró poco, como en la Patagonia y el Chaco, se exterminaron tribus enteras. Se cubrieron con las reducciones, bajo la supervisión de los jesuitas, grandes regiones del centro de la América del Sur, marcadas con sólo indicaciones dispersas en los mapas modernos, un área donde los viajeros podían ir sin miedo a ser asesinados y al final de cada jornada de viaje pasar la noche en poblados pacíficos, vigilados por oficiales guaraníes. En las extendidas guerras del siglo XIX, todo cayó en ruinas y la población se dispersó.

            De cualquier manera que se considere, el logro de los jesuitas en Paraguay forma un capítulo único en la historia de la colonización europea. En una región remota crearon no sólo una nueva sociedad sino también una civilización comparable a la de los Incas.

 

 

 

1La palabra Reducción, del castellano reducir, se encuentra por primera vez en una instrucción del Gobierno español fechada en Zaragoza el 29 de mayo de 1503. Ordena a los oficiales de la Española que concentren (reduzcan) a los indios en poblados donde se les pueda instruir en un modo de vida cristiana.

2Documentos para la Historia Argentina, vol. XX, 726.

3cfr. Magnus Mörner, The Expulsion of the Jesuits from Latin America (1965), 84.

 

 

Santa Rosa

Arriba- Ángel Gabriel anunciando la Encarnación.

Al fondo del fresco, en el que se lee:

"Verbum caro factum est"

Abajo- San Juan Bautista. En el fresco Jesús trabajando

 

PAUL FRINGS

LA FUNDACIÓN "PARACUARIA"

 

            Paracuaria era el nombre de la Provincia de la Compañía de Jesús que ocupaba el territorio del actual Estado del Paraguay y buena parte de Argentina, Brasil y Uruguay, que fue la región geográfica donde se desarrolló la "Santa Experiencia" de las Treinta Reducciones (1608-1768).

            En esa región, a lo largo de 160 años, unos mil quinientos sacerdotes y hermanos jesuitas predicaron la palabra de Dios. De ellos, 550 eran españoles, 309 argentinos, 159 italianos, 112 de países de lengua alemana, 83 nacidos en Paraguay y 52 portugueses. Hubo también sacerdotes jesuitas de Francia (41), Irlanda (8), Bolivia (22), Perú (20), Chile (92) y de otros países. De todos estos misioneros del Paraguay, 26 sufrieron el martirio.

            En 1768 el rey de España expulsó a todos los jesuitas de sus colonias, como lo había hecho antes el rey de Portugal. Los malos tratos de la prisión y del camino del destierro causaron la muerte a un buen número de ellos. Los 2267 misioneros sobrevivientes de todas las regiones del mundo fueron desembarcados en el puerto de Santa María, cerca de Cádiz.

            El primer Provincial de la Misión Paraguaya fue el P. Diego de Torres, que había sido misionero entre los indios del lago Titicaca y había llevado a la práctica muchas ideas apostólicas que iban a ser útiles en la nueva Provincia jesuítica del Paraguay. La creación de la primera reducción fue iniciativa suya. La amplia visión de sus instrucciones sobre la fundación y desarrollo de las aldeas de los indios proporcionó las directrices para el trabajo de los futuros misioneros.

            En 1976 fue fundada en Frankfurt am Main una sociedad germano-paraguaya con el nombre de Paracuaria. Su finalidad fue la preservación de los valores culturales que todavía quedan en los pueblos de las reducciones Jesuíticas. Con el apoyo de la Unesco y de entidades públicas de Paraguay y Alemania, en colaboración con los jesuitas, dicha sociedad inició un proyecto de restauración en el área del actual Paraguay. Los miembros de la sociedad elaboraron el siguiente plan:

            1. Preservar los valores religiosos y culturales en siete pueblos paraguayos, sometidos a una gran decadencia en el curso de los dos últimos siglos.

            2. Restaurar la antigua tradición de una generosa evangelización de los indígenas.

            3. Apoyar la actual labor evangelizadora a través de la instalación de museos con orientación religiosa, centros catequísticos y nuevos templos.

            4. Fomentar la creación de nuevas formas de empleo para la población, que trabaja casi exclusivamente en actividades agrícolas. La construcción de carreteras, la introducción de pequeñas fábricas, la promoción de la artesanía nativa y el desarrollo del turismo pueden revitalizar la región.

            El Consejo de Paracuaria sabía que organizaciones como Unesco y el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) - por sus estatutos - no podrían responsabilizarse de este proyecto, como tampoco podrían hacerlo por la misma razón el Banco Mundial ni el Banco Interamericano de Desarrollo. El Paraguay, a causa de muchos otros proyectos prioritarios, sólo podría dar apoyo financiero a las metas perseguidas por Paracuaria en una fase posterior. Este apoyo fue dado en forma importante en la restauración de las ruinas de Trinidad y en San Cosme. La ayuda estatal paraguaya fue proporcionada por el Gobierno a través de la Dirección General de Turismo, entidad de supervisión de las obras.

            Las reuniones de la Unesco en Asunción de 1972 y 1974 ayudaron fuertemente en la promoción del proyecto Paracuaria. Un film de media hora fue preparado por el segundo canal de la televisión alemana, como consecuencia de dichas reuniones, y televisado en 1976. Este film fue financiado, por partes iguales, por la Compañía de Jesús en Alemania y por la Unesco en París. En el mes de mayo de 1977 el P. Joseph Kuhl, del Instituto Secular de Schoenstatt de Santiago de Chile, hizo un llamamiento por medio de tres artículos titulados: "Es posible salvar las ruinas de las Reducciones Jesuíticas del Paraguay?" Parte de esta serie fue publicada en periódicos estadounidenses, alemanes y españoles. Dos activos miembros de Paracuaria, el Prof. Dr. W. Bornheim y Stefan Wirtz, se encargaron de otras publicaciones y así contribuyeron a una mejor comprensión del proyecto. En noviembre del mismo año de 1977, la Provincia Jesuítica de Alemania Superior publicó un folleto con el título de: "Cómo salvar el fruto de una Santa Experiencia". Dos años más tarde, en 1979, la traducción alemana del libro de Philip Caraman: "Un Paraíso Perdido - La República Jesuítica del Paraguay" fue editada por la imprenta Koesel en Munich junto con las cinco partes de un Curso para Adultos sobre "Misión y Desarrollo en la Época de la República Jesuítica". Este curso fue dirigido por Heinrich Krauss, autor del film arriba mencionado, y Anton Taübl, que tienen un profundo conocimiento de la materia. Esas publicaciones, junto con muchas otras, han ayudado a recaudar los fondos necesarios para la realización de las metas propuestas. Finalmente deben mencionarse los nombres de los miembros del Consejo de Paracuaria, cuyos esfuerzos y actividades han ayudado a que la iniciativa tuviese un feliz resultado:

            Hermann Josef Abs, Presidente Honorario del Banco Alemán, Frankfurt.

            Wenzel Abs, Síndico del Banco Alemán, Frankfurt.

            Héctor Arena, Departamento Patrimonio Cultural, Unesco, París.

            Werner Bornheim, Conservador de Monumentos Artísticos de la Región Rheinland Pfalz, Mainz.

            Raimund Brehm, Gerente, Munich.

            Walter Caspar, Miembro del Consejo Directivo de Metal Industry Company, Frankfurt.

            Paul Frings, PNUD/CEPAL, Santiago, Chile.

            Kuno von Geyr Schweppenburg, agricultor, Müddersheim.

            P. Antonio González Dorado, Provincial de los Jesuitas, Asunción, Paraguay.

     Helmuth Hoff, Embajador de la República Federal de Alemania en Asunción, Paraguay.

            Jacob Laubach, Editor, Matthias-Grünewald-Editions, Mainz.

            Hans Meinel, Secretario General de la Comisión Alemana de la UNESCO, Bonn.

            Monseñor Herbert Michel, Arquidiócesis de Colonia.

            Werner von and zu Mühlen, agricultor, Nieheim.

            Siegfried Salzburger, Director de Banco, Nueremberg.

            P. Vitus Seibel, Provincial de la Provincia Jesuítica de Alemania Superior, Munich.

            Monseñor Emil Stehle, Secretario General de Adveniat, Essen.

            P. Josef Übelmesser, Procurador de Misiones de la Provincia Jesuítica de Alemania Superior, Nueremberg.

            Jean Baptist Weck, jefe de Departamento, Unesco, París.

            Stefan Wirtz, Universidad de Munich, Instituto socio-económico, Munich.

 

 

            VISITA A LAS REDUCCIONES DEL PARAGUAY

            (RUTA JESUÍTICA)

 

            La primera visita debería hacerse al museo que recuerda el nombre del Obispo Juan Sinforiano Bogarín y que está junto a la catedral de Asunción. Numerosos objetos de interés son exhibidos allí y se dan informaciones a los turistas que deseen hacer una excursión de un día, ya sea en autobús, taxi o automóvil propio, a las primeras cuatro reducciones situadas a lo largo de la ruta que atraviesa el Departamento de Misiones, o bien prefieran hacer el tour completo que abarca todas las reducciones del Paraguay.

            La Ruta No. 1 lleva, por una buena carretera asfaltada, desde Asunción hasta Encarnación, pasando por San Lorenzo y Yaguarón. A 160 km de distancia está el pequeño pueblo de Florida a orillas del río Tebicuary. Allí hay un restaurante que invita a la primera parada para el desayuno. El camino continúa hasta San Ignacio que está a 226 km de Asunción. Después de visitar el museo, sólo queda el punto más lejano de la jornada, Santiago, a 32 km más al sur. Aquí puede ser admirada una gran cantidad de pinturas maravillosas y de tallas en madera, tanto en la iglesia como en la casa parroquial y en el museo. Son el testimonio de un período espléndido y dramático de la historia de la Iglesia en los siglos XVII y XVIII. El jardín del museo invita al descanso y allí se ofrece alimento. En el viaje de vuelta, Santa Rosa obliga a una parada a causa de su capilla dedicada a Nuestra Señora de Loreto, con sus frescos únicos, su torre y la plaza central. Una encantadora carretera lleva a Santa María de Fe, que es el punto final de este viaje de un día.

            Este corto recorrido es especialmente conveniente para historiadores y especialistas en arte religioso guaraní, porque proporciona una visión de las diferentes características arquitectónicas preservadas en las casas de los indios, de las estatuas de los santos y de los retablos fabricados en los talleres de la época de las misiones, que se conservan en los museos.

            Los turistas que prefieran visitar todas las reducciones del Paraguay deberían pernoctar en San Ignacio y continuar al día siguiente en dirección al sur hasta San Cosme y San Damián, adonde se llega por una carretera lateral. Después pueden seguir de nuevo por la carretera principal hasta Trinidad y Jesús que quedan a una distancia aproximada de 400 km de Asunción.

            Los turistas que quieran prolongar su viaje hasta las Cataratas de Iguazú encontrarán un hotel pintoresco, llamado "Tirol", en el camino que conduce desde Trinidad al muelle del ferry que hace el transporte de Paraguay a Argentina a través del río Paraná. Al día siguiente podrán ir a las famosas cataratas de Iguazú, a una distancia de 300 km. En Iguazú hay aviones que conectan con las líneas internacionales y autobuses que hacen el viaje de regreso a Asunción. Esta segunda opción permite una rápida visita a Itaipú, a 20 km de distancia, que es la mayor planta hidroeléctrica del mundo.

 

Imágenes de San Pedro y San Pablo

 

            SAN IGNACIO GUAZÚ

 

            Como se ha dicho, saliendo de Asunción, la Ruta No. 1 lleva al pueblecito de Florida, después de cruzar el río Tebicuary, que antiguamente era la frontera del distrito que todavía hoy se llama Misiones. Aquí las reducciones se desarrollaron lejos de cualquier influencia colonial. Al sur del Tebicuary las treinta reducciones se extendían hasta los territorios que actualmente forman parte de Brasil, Argentina y Uruguay, equivalente a las dimensiones de la Suiza actual.

            Seis de las ocho Reducciones situadas en territorio del Paraguay moderno han sido parcialmente reconstruidas y sus esculturas y pinturas restauradas. Esta reconstrucción y restauración se han realizado en gran parte con la ayuda de la Fundación Paracuaria. Nada como una visita a Florida para explicar más convincentemente la gran importancia que el río tuvo en otro tiempo. Para cruzar esta frontera era necesario el permiso del Gobernador o del Provincial de los jesuitas.

            Continuando por la carretera principal, después de 66 km se llega a San Ignacio. Esta fue la primera reducción de la "República Jesuítica". Hoy tiene aproximadamente 7000 habitantes. Pequeñas industrias de productos agrícolas, un hotel que lleva el nombre del cacique Arapizandú, algunos restaurantes y estaciones de venta de gasolina dan un cierto aire moderno a la ciudad.

            La plaza principal está presidida por una gran estatua del Beato Roque González de Santa Cruz, fundador de varias reducciones, que fue martirizado en el año 1628. Cerca de dicha plaza está la nueva iglesia parroquial construida en 1932. La antigua iglesia, construida en 1694 como centro espiritual de la Reducción, se fue arruinando después de la expulsión de los jesuitas en 1768 y hoy sólo queda como testigo su antiguo pavimento. La enorme iglesia se elevaba antiguamente sobre los tejados de las casas del pueblo, y su interior estaba decorado con frescos espléndidos y magníficas estatuas de santos. Muchas otras estaban guardadas en la sacristía. Había una capilla dedicada a la Virgen Madre de Dios, Nuestra Señora de Loreto, y otra a Santa Bárbara.

            En 1609 los padres jesuitas Marcial de Lorenzana y Francisco de San Martín accedieron al pedido del cacique Arapizandú y fundaron la primera reducción en las proximidades de la confluencia de los ríos Paraná y Paraguay. Se llamó San Ignacio y fue terminada dos años más tarde por el Beato Roque González que era natural de Asunción. El P. Roque, un misionero particularmente activo y celoso, trabajó en San Ignacio y después en otras reducciones, fundadas o visitadas por él, y fue un extraordinario colonizador, arquitecto, médico, sacerdote y predicador. Gracias a su impresionante personalidad y sus cualidades excepcionales en la fundación de reducciones, en 1613 podía comunicar a su superior en Asunción que San Ignacio ya estaba terminado. Cada familia indígena tenía su casa. La iglesia, el colegio y la casa de los Padres también fueron construidos por los indios bajo la dirección de los Padres. Más aún, pastos y campos fueron distribuidos entre los indios.

            En noviembre de 1628, Roque González y dos compañeros jesuitas dieron su vida por la fe en el territorio de los Indios del Tapé, junto al río Uruguay. La aldea que actualmente se llama San Ignacio Guazú no fue construida hasta 1668, cuando los habitantes de la reducción se desplazaron hacia el norte, ubicándose en el sitio actual. Este lugar pareció más saludable y estratégicamente más ventajoso por estar localizado en una llanura elevada de tierra roja. En sus cercanías posteriormente se construyeron las reducciones de Santa María de Fe, Santa Rosa y Santiago. Desde entonces las cuatro reducciones permanecieron siempre unidas.

            Algunas casas de los indios todavía rodean la plaza de San Ignacio. Han sobrevivido a pesar de los ataques de otros indios hostiles y de los efectos del tiempo. La casa que parecía estar en mejores condiciones y que antaño ofreció albergue a numerosos misioneros de países de lengua alemana, ha sido completamente restaurada, en conformidad con algunos diseños antiguos. Tabiques y habitaciones de construcción posterior han sido derribados, algunas viejas vigas de madera de lapacho han sido substituidas por otras nuevas, muchas tejas han sido restauradas y otras han sido fabricadas según el modelo de las originales. Dos puertas, esculpidas en relieve por los indios guaraníes, han sido ajustadas a sus dinteles y otras diez más han sido labradas por un carpintero local imitando las primitivas. Un museo ha sido instalado en las primeras cuatro habitaciones y las esculturas restauradas han sido ordenadas en ellas con criterio catequético. Cada sala representa un tema sobre los siguientes tópicos:

            - Sala de la Creación (Palabra de Dios, San Miguel derrotando a Luzbel, Rafael y Tobías).

            - Sala del Misterio Pascual (Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo).

            - Sala de la Iglesia (Apóstoles y Santos).

            - Sala de la Compañía de Jesús (Fundador y Santos).

            El tesoro más importante del museo es la pequeña capilla con su retablo barroco reconstruido pacientemente con los fragmentos que se hallaban dispersos. En el centro del retablo hay una estatua preciosa del Niño Jesús, como de diez años de edad y denominada el Niño Jesús Alcalde. Esta representación prueba que en las reducciones Dios era considerado soberano también en las cosas temporales. Se piensa en preparar espacio para una biblioteca y para una sala de conferencias. Las esculturas restauradas y su ordenación catequética son una excelente introducción a la fe cristiana y el museo ha merecido aplausos durante cursos, seminarios y encuentros de grupos profesionales. Desde julio de 1978 vienen dándose cursos regularmente, de preparación para el bautismo, para el matrimonio y para la confirmación.

            Animados por programas de radio y televisión y por artículos de periódicos los turistas están llegando en número siempre creciente. El museo está localizado entre la casa parroquial, de construcción reciente, y la Casa de Ejercicios, que fue restaurada en 1980. Poco después de la vuelta de los jesuitas a Paraguay, en enero de 1927, Monseñor Juan Sinforiano Bogarín les pidió que se hiciesen cargo de la parroquia de San Ignacio, extensa y casi abandonada. Actualmente seis sacerdotes y hermanos de la Compañía de Jesús trabajan en ella. Adveniat, organización episcopal de los católicos alemanes, dio importante ayuda para la construcción de la casa parroquial y para la primera casa diocesana de ejercicios. Algunas iniciativas particulares han conseguido resultados de largo alcance. Una de ellas fue la llegada de Tito González Díaz que, en 1976, partió de Chile y se estableció en San Ignacio. Este artista de gran talento había pasado muchos años en Sevilla y en otras ciudades de España y América Latina, donde estudió en talleres famosos especializados en restauración de esculturas de madera policromada de los siglos XVII y XVIII.

            Los últimos seis años Tito González Díaz ha estado trabajando en San Ignacio y ha restaurado aproximadamente 200 estatuas, todas ellas de las antiguas reducciones. Además ha reconstruido armarios, altares, púlpitos y bancos que estaban abandonados. Ha hecho un trabajo de mérito incalculable recogiendo fragmentos de artesanía que escaparon a la destrucción general de los últimos doscientos años. Además ha ido perfeccionando la técnica de recuperar la primitiva pintura de las estatuas. Algunas de las estatuas mayores estaban cubiertas hasta con cuatro manos de pintura, que las afeaban y que eran difíciles de remover. Es por consiguiente comprensible que Tito González, aunque ayudado frecuentemente por cuatro discípulos, haya tenido que ir despacio. Con toda paciencia él explica al visitante impaciente todas las dificultades que ha tenido que enfrentar.

            Tito González se ha ocupado también de esculpir, substituyendo partes de las imágenes definitivamente perdidas. Estas substituciones, sin embargo, aparecen intencionalmente diferentes de las partes originales.

            En resumen, Tito González Díaz ha conseguido dar nueva vida a objetos artísticos del pasado gracias a un trabajo lleno de dedicación que le ha forzado frecuentemente a vivir lejos de su familia. Los museos de San Ignacio, Santa María y Santiago, así como el oratorio de Santa Rosa, son testigos elocuentes de su esfuerzo. Es interesante constatar que, a medida que el restaurador iba siendo conocido como artista y como persona, fue ganándose la confianza de la gente de las aldeas, que le entregaron numerosas estatuas, hasta entonces escondidas, que fueron restauradas y devueltas a su sitio apropiado en las iglesias. También los habitantes de San Ignacio merecen reconocimiento por haber restaurado la iglesia con su esfuerzo y con su dinero. Han fundado un centro de juventud en una casa de indios del tiempo de las reducciones.

 

            SANTA MARÍA DE FE

 

            Una modesta carretera lleva de San Ignacio a Santa María de Fe, que está situada a una distancia de 10 km y que bien merece una visita. El camino pasa por colinas y arroyos de una fértil región abundante en pastos, campos de arroz, plantaciones de algodón y, por eso, ofrece una visión interesante de la vida agrícola del pueblo.

            En Santa María de Fe da la bienvenida a los visitantes un precioso museo con espléndidos objetos del pasado. Aquí también el pueblo ha ofrecido su contribución al desarrollo de la aldea.

            La antigua casa de indios, ubicada sobre la plaza del pueblo, acogía en su interior hasta 1980 las dependencias de la municipalidad, la oficina de correos y algunas familias del lugar. Todo este amplio bloque fue oportunamente comprado en su mayor parte con la ayuda de los ciudadanos de Hays, Kansas, EE. UU., y donado a la diócesis para ser transformado en museo. La ciudad de Hays tiene actualmente a Santa María de Fe como ciudad hermana.

            El Hermano Mateo compró los materiales necesarios, contrató e instruyó obreros, substituyó las maderas podridas del tejado y retiró veintiún pilares de ladrillo, situados en el corredor, reemplazándolos por otros de madera de lapacho, según el modelo primitivo utilizado en esta reducción. Rehízo el pavimento y finalmente fue capaz de restaurar el tejado con tanto cuidado que pudo aprovechar el 80 % de las tejas primitivas. Además de restaurar la casa, instaló provisoriamente luz eléctrica en todas las salas mediante un generador. Junto al museo fue levantada la casa parroquial. También la iglesia fue limpiada y pintado de blanco por los habitantes del lugar.

            La renovación de un conjunto de edificios, que comprende la iglesia, el museo, la casa parroquial y el centro catequético ha dado nuevo aliento al pueblo de Santa María.

            En el mes de julio de 1981, cuando fue inaugurado el museo, cincuenta y seis estatuas restauradas podían ser admiradas en el museo y en la iglesia. Algunas de ellas son extraordinarias. San Roque, por ejemplo, un peregrino que se dedicaba al cuidado de los enfermos y que siempre fue muy venerado por los guaraníes, tiene su estatua en la recepción del museo; muestra al Santo acompañado de su perro que, según cuenta la leyenda, le proveía de alimento. Una pequeña cómoda de sacristía complementa los muebles artísticos de esta primera pieza. La siguiente sala y la capilla guardan tres grandes esculturas de San Miguel con armadura de guerrero, venciendo al demonio y matando al dragón. Otra pieza aloja un grupo del Nacimiento con ocho figuras.

            Entre las más bellas esculturas del museo merecen destacarse las de San Pedro, Santa Bárbara y Santa Lucía. Hay también algunos santos jesuitas, por ejemplo San Ignacio y San Francisco de Borja, San Francisco Javier, San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kostka. Hay además dos esculturas de los padres de la Virgen, San Joaquín y Santa Ana. Otra muestra a San José con el Niño Jesús en los brazos. Pero son consideradas más importantes las esculturas que recuerdan la Pasión del Señor. Entre ellas sobresalen la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la oración de Getsemaní, la flagelación, la crucifixión y la resurrección, que muestran claramente la influencia de los escultores guaraníes. Una estatua de 2.31 m de altura de la Virgen María embellece la iglesia; es la patrona del lugar, bajo la advocación de la Natividad de María.

            Hace dos años llegaron tres hermanas de la Compañía de María. Ayudan al párroco en la ciudad y en las once aldeas distantes que forman parte de la parroquia y que vienen llamándose "compañías" desde el tiempo de las reducciones. Ya existían entonces como puestos avanzados ligados a la reducción. Santa María cuenta con aproximadamente 2000 habitantes. Otros 3.000 viven en las "compañías".

            El pueblo de Santa María no sólo ha recibido un museo donde pueden admirarse el esplendor del pasado, sino que también se ha animado a tomar iniciativas dignas de la laboriosidad de sus antepasados.

            Como San Ignacio, la reducción de Santa María de Fe no fue inicialmente fundada en el sitio actual. En 1647 el P. Manuel Berthod escogió un área junto al río Apa, al norte de Asunción. Pero en 1669 la reducción tuvo que ser evacuada a un lugar más seguro donde poder librarse de los ataques de los Paulistas, que tenían su base de operaciones en São Paulo y hacían incursiones para cazar esclavos, y de los indios Guaycurús, una violenta tribu chaqueña. El sitio escogido resultó ventajoso por sus condiciones más propicias para la agricultura. Las ruinas de una fuente labrada en aquella época todavía se conservan. Fue construida por los jesuitas para proveer agua potable a la población y para los campos.

            La población, que en 1682 era de 3650 habitantes, aumentó a 5000 en 1690. Cuando en 1696 se declaró una peste, la superpoblada reducción estaba bajo la dirección de que fue, sin duda alguna, el misionero más impresionante procedente de países de lengua alemana. Ese sacerdote fue el P. Antonio Sepp von Seppenburg, nacido en Kaltern en el sur del Tirol. Inmediatamente aisló los enfermos y los albergó en casas separadas construidas con esta finalidad. Un año más tarde adoptó el mismo sistema en San Ignacio. En su diario de viajes él afirma expresamente que fue el sarampión y no la peste la enfermedad que castigó las Reducciones. De cualquier forma, entre 1690 y 1700 provocó la pérdida de 2500 habitantes que murieron o abandonaron Santa María. Estos datos pueden deducirse de una publicación que trata de la historia y del desarrollo urbanístico del Paraguay, escrita por Ramón Gutiérrez, famoso historiador y arquitecto.

            El P. Sepp cuenta también que "la epidemia ataca primero la garganta y la cierra de tal manera que ningún alimento sólido o líquido puede llegar al estómago. Como consecuencia las vísceras se inflaman, el humor se seca y los pulmones y el hígado se queman hasta convertirse en carbón. El estómago rechaza cualquier tipo de alimento y finalmente las entrañas empiezan a sangrar hasta la completa descomposición. Más aún, esta furia no perdona los ojos ni los oídos. A unos priva de la vista y a otros del oído. Mata no sólo a los viejos sino que también es cruel con los niños en gestación, porque la epidemia provoca abortos y nacimientos prematuros y frecuentemente mata a madre e hijo a la vez. La pestilencia era tan violenta que algunas veces veinte, treinta o más eran enterrados el mismo día."

            El P. Sepp trataba la enfermedad con sangrías, dietas y jugo de limón para refrescar el hígado. Para la sangría utilizaba huesos afilados o cuchillos. Para la enfermedad de los ojos usaba una pasta hecha de harina y azúcar y curaba los oídos con algodón empapado en vinagre. Cuando la epidemia empezaba a recrudecer, el P. Sepp dividió los indios de la reducción y los distribuyó por Santa Rosa, Santiago y San Estanislao.

            A fines del siglo XVII Santa María era famosa por su iglesia que dicen que era la más bonita de todas. Tenía un órgano y nueve campanas. En ella se daban muchos conciertos. En 1910 la vieja iglesia cayó en ruinas. Diez años después fue construida una nueva. Hay esperanza de que una mejor educación y la revitalización del interés religioso den sus frutos en las nuevas generaciones.

 

            SANTA ROSA

 

            En 1698 esta reducción fue fundada con gente evacuada de Santa María. A una distancia de aproximadamente 25 km al sur de San Ignacio, el sitio goza de un clima particularmente saludable y es rico en plantaciones de árboles frutales. En 1981 la carretera fue asfaltada hasta la iglesia. La reducción se llamó Santa Rosa en honor de la gran santa latinoamericana, Rosa de Lima.

            En 1728 la aldea contaba con una población de 6300 habitantes. El P. Francisco de Robles que trabajó allí de 1713 a 1732 puso todo su empeño en decorar la iglesia que, como decía el P. Cardiel, era la más ornamentada de todas las iglesias de las reducciones. El conjunto barroco que representa la Anunciación consta de una talla de la Virgen, el Arcángel Gabriel vestido de príncipe y la paloma, símbolo del Espíritu Santo. Es una de las reliquias más impresionantes de las reducciones. El grupo está ahora colocado en la capilla de Nuestra Señora de Loreto. La antigua capilla de Loreto también sufrió grandes daños a causa de las goteras y por haber sido usada como almacén. El interior está decorado con frescos. El más importante de los frescos muestra al Padre Eterno rodeado de ángeles con San Miguel triunfando sobre los demonios. El Padre Eterno preside el misterio de la encarnación según el texto de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Otro fresco representa el traslado de la Casa de Nazaret a Loreto, del que nos habla la leyenda. Un último fresco en la parte posterior de la capilla está en muy malas condiciones de conservación. Sin embargo, puede distinguirse en él la figura de Jesús trabajando en la carpintería de San José.

            La suntuosa iglesia de esta reducción, dilapidada con el correr del tiempo, fue completamente destruida por el fuego en 1883. Se salvó un altar lateral que ahora hace las veces de altar mayor de la nueva iglesia construida en 1904. En total pueden admirarse 17 esculturas de madera. La alta torre y el oratorio de Loreto no fueron atacados por las llamas. En 1981 el Hermano Mateo renovó el tejado del oratorio y completó el piso de piedra imitando la parte antigua que se conserva. Puertas y ventanas fueron ajustadas a sus marcos y las paredes externas fueron pintadas de blanco.

            Ya en 1978 el restaurador chileno Abel Buvinic había empezado a restaurar los frescos de Loreto, pero fue obligado a abandonar la tarea por problemas de su vista. El problema más serio es que gran parte de los frescos ha sido destruida por la lluvia. Los pocos detalles que aún podrían ser restaurados pierden por eso la armonía artística y el contexto original. El Prof. Dr. Werner Bornheim, conservador de monumentos de la región Rheinland Pfalz, sugirió que estos frescos fuesen restaurados por un grupo de peritos. Pensaba él que el trabajo de dos especialistas alemanes durante dos años sería suficiente. Pero su propuesta no pudo llevarse a cabo por diversas razones. Consecuentemente Bernardo Ismachowicz y Tito González Díaz han colaborado para terminar la restauración dentro de lo que permite el actual estado de los frescos.

            Además del grupo de la Crucifixión, que muestra a Cristo entre los dos ladrones, también se ha procurado la conservación de la torre con ayuda del Gobierno. Santa Rosa conserva otros objetos de interés; por ejemplo, un archivo parroquial con los nombres indios usados en el siglo XVIII. La traducción de estos nombres demuestra que estaban inspirados en fenómenos naturales.

            El pequeño colegio actual de los PP. Jesuitas, que educa a 550 alumnos, también debe mencionarse al hablar de Santa Rosa y sus 5000 habitantes.

 

Santiago. Antiguo de la capilla bautismal.

 

            SANTIAGO

 

            La primera reducción de este nombre fue fundada en 1651 y al principio se llamó San Ignacio de Caaguazú. Es bastante probable que su fundador fuese el P. Manuel Berthod, cuatro años después de haber fundado la aldea de los Indios Itatines, llamada Santa María de Fe.

            Las dos reducciones habían sido fundadas en las márgenes del río Apa, 600 km. al norte de Asunción. Pero los indios estaban continuamente expuestos a los ataques de los Mamelucos, brasileños cazadores de esclavos, que también eran conocidos por el nombre de Bandeirantes. No había posibilidad de defensa, pues el río que constituía la frontera facilitaba la invasión de los brasileños que llegaban en barco. Por otra parte, a los indios de las reducciones les estaba prohibido en esa época el uso de armas de fuego. La situación cambió más tarde y el permiso les fue concedido cuando la corona española sintió la necesidad de las tropas auxiliares que eran reclutadas en las reducciones. Por eso el Provincial de los Jesuitas, los misioneros y los caciques, después de pensarlo detenidamente, decidieron trasladar las dos aldeas a lugar más seguro. Tierra fértil y sitios convenientes fueron encontrados junto al río Tebicuary, 200 km al sur de Asunción. Los dos grupos se establecieron en sus nuevas aldeas en 1669. Santa María de Fe conservó su nombre original, pero la reducción de San Ignacio de Caaguazú lo cambió por Santiago. Santiago Apóstol se convirtió en el santo patrón de la nueva fundación, porque en España era venerado como defensor de la cristiandad contra los moros.

            De acuerdo con el P. Furlong, las dos reducciones poseían 23000 cabezas de ganado vacuno, 2568 caballos salvajes, 940 caballos de silla, 700 mulas y tres grandes rebaños de ovejas cuando los jesuitas fueron desterrados en 1767. El inventario hecho en el momento de la expulsión detalla también numerosas piezas de vestuario y eso lleva a la conclusión de que Santiago debía de haber llegado a un buen estado de desarrollo.

            La reducción poco a poco pasó de 2000 habitantes, que tenía al tiempo de su fundación, a 4128 en 1740. De esa fecha hasta 1767 no se registran los cambios. Pero en 1781 sólo quedaban unos mil habitantes, porque los demás habían huido o habían sido vendidos como esclavos.

            La moderna ciudad de Santiago, 32 km al sur de San Ignacio, conserva numerosas esculturas en madera del tiempo de la reducción. La iglesia, que estaba en ruinas, fue reconstruida en 1935 por el P. Vericat SJ.

            Después de una visita a Santiago, el señor Jakob Laubach y su esposa Rosemarie, de Mainz, Alemania, formaron una sociedad de amigos dentro de su propia familia, con sus amigos alemanes y con los habitantes de Santiago. Gracias a su ayuda financiera, 60 estatuas de santos pudieron ser restauradas por Tito González Díaz.            `

            En 1981 una donación concedida por el Prof. Herbert Gruenewald de la Bayer, AG, Leverkusen, ofreció la oportunidad de instalar un museo donde las esculturas están expuestas. No fueron necesarias grandes sumas de dinero, porque el mismo Padre Gaona supervisó el trabajo y fabricó los ladrillos y las tejas en la olería que él mismo había fundado, ocho años antes, con la ayuda de Misereor, para remediar el desempleo de la población.

            Recientemente Santiago se ha hecho más importante, porque la gran represa hidroeléctrica de Yacyretá, que suministrará energía a Argentina y Paraguay, está siendo construida en sus proximidades. Desde 1981 una carretera asfaltada une la Carretera No 1 del Paraguay con Santiago y Ayolas, junto al río Paraná, que es el lugar donde se levantará la represa.

            La principal obra del museo es una escultura que representa al patrón Santiago matando sarracenos. Esta obra es considerada por el Prof. Bornheim una pieza única entre los muchos ejemplares del mismo tema. La gran figura del apóstol, vestido de gaucho, cabalgas obre los enemigos de los indios Itatines que él había rescatado de la violencia de los cazadores de esclavos.

            Hay también un impresionante grupo escultórico del Nacimiento, aunque las figuras de 70 centímetros de los pastores y reyes recuerdan tipos más bien europeos que indígenas.

            Muchas otras esculturas pueden mencionarse; por ejemplo, un gran Cristo, la figura arrodillada de un santo no identificado, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Luis Gonzaga, un Cristo sufriente, una Virgen Dolorosa y un San Juan Bautista. Todos ellos, esculpidos en los talleres de los indios, fueron en otro tiempo muy reverenciados.

            La moderna iglesia de Santiago tiene un retablo precioso con pinturas colocadas en marcos labrados a mano. De todos los cuadros que se conservan de las treinta reducciones Guaraníes, son los únicos que mantienen su lugar primitivo. El tríptico del retablo de Santiago tiene como tema el bautismo. A la izquierda San Francisco Javier bautiza un asiático. En el centro Jesús recibe el bautismo de Juan y a la derecha, según el relato de los Hechos de los Apóstoles, 8.27 el diácono Felipe bautiza al funcionario de la Reina de Etiopía.

 

            SAN COSME

 

            El nombre completo de esta reducción es San Cosme y Damián. Sus habitantes tuvieron que trasladarse cuatro veces hasta que en 1760 se establecieron en el sitio actual. Sus edificios y objetos son de los últimos siete años de la dirección jesuítica en el Paraguay.

            En 1632 el P. Adriano Formosa fundó la reducción en un área que actualmente está en territorio brasileño. Y le dio el nombre en honra de los santos hermanos Cosme y Damián que, por el año 300 de nuestra era, sufrieron el martirio en Sicilia y desde entonces han sido venerados como santos. Seis años después, la aldea fue transferida a las proximidades de Candelaria, en la margen sur del río Paraná para huir de los continuos ataques de los Paulistas. Cien años más tarde los habitantes fueron evacuados a la margen norte del Paraná, acercándose así a Itapúa o Encarnación. Pero menos de dos décadas después se trasladó otra vez al sitio actual, 60 km al oeste.

            La finalidad de estos cambios era por una parte escapar de los brasileños, cazadores de esclavos, y de los estancieros locales, y por otra huir de las frecuentes inundaciones y encontrar un clima más saludable y tierras más fértiles.

            Comparando datos demográficos, se llega a la conclusión de que sólo una parte de los habitantes seguía a los sacerdotes en estas migraciones. Algunos preferían emigrar a otras reducciones vecinas. Cuando se realizó el tercer cambio, sólo 1200 de los 2300 habitantes se trasladaron. La cuarta y definitiva aldea registró un gran crecimiento; entre los años 1761 y 1768 la población india pasó de 1593 a 3346 habitantes.

            El inventario elaborado, como en todas las reducciones, en el momento de la expulsión de los jesuitas, demuestra la riqueza económica de San Cosme. Indicaba que había en San Cosme: 25044 cabezas de ganado vacuno, 2945 caballos salvajes, 638 caballos domados, 1792 bueyes y 8050 ovejas. Menciona también el inventario 2300 plantas de mate.

            El misionero más insigne de San Cosme fue el P. Buenaventura Suárez, natural de Santa Fe, Argentina, que trabajó durante la segunda y tercera etapas. Este sacerdote publicó sus observaciones astronómicas en 1740 en su famoso tratado sobre "Las influencias lunares durante un siglo". Este libro fue el resultado de investigaciones personales y de contribuciones que recibió de otros eminentes astrónomos. En él figuran tablas del horario correspondiente a los diferentes grados de latitud.

            El P. Suárez mantuvo correspondencia con Nicolás Grammatici de Madrid y Augsburgo, con Nicolás L'Isle de San Petersburgo, con Pedro de Peralta de Lima y con el jesuita P. Ignacio Koegler, de Pekín. Todos estos colegas comentaron y confirmaron sus cálculos horarios. El libro fue publicado en Lisboa en 1748, en Barcelona en 1753, en Quito en 1787 y en Corrientes, Argentina, en 1856.

            Suárez construyó lentes e instrumentos ópticos; fabricó también binóculos que permutó por instrumentos astronómicos especializados, a través de Buenos Aires. Murió en el año de 1750 en la reducción de Santa María la Mayor, en Argentina, donde había trabajado los últimos años de su vida.

            Merecen también destacarse cuatro sacerdotes de lengua alemana que tuvieron gran influencia en el desarrollo de San Cosme en los dos últimos lugares donde estuvo situada, dentro del territorio del Paraguay. En 1742 el P. Adolfo Scal llegó a San Cosme y ocho años después se le juntó su conciudadano el P. Johann Gilge. Los dos habían nacido en Silesia. En 1751 pudieron dar la bienvenida al P. Josef Unger, natural de Eger, y diez años más tarde el P. Taddaeus Enis completó la pequeña comunidad. El P. Enis se distinguió como líder de los indios en sus batallas contra los portugueses y especialmente en la conquista de la colonia de Sacramento, Uruguay. Los últimos años que vivió en el Paraguay los pasó enseñando agricultura en San Cosme. El y el P. Seal fueron hechos prisioneros al tiempo de la expulsión y murieron durante el viaje de regreso a Europa, en 1768 y 1769 respectivamente. Los padres Gilge y Unger consiguieron llegar a su país de origen y murieron, después de soportar muchos sufrimientos, el primero en 1790 y en 1792 el último.

            San Cosme pertenece hoy a la diócesis de Encarnación. Está situada en una serie de colinas que bordean el Paraná, frente a la isla de Yacyretá. La represa hidroeléctrica proyectada en ese lugar por los gobiernos de Paraguay y Argentina ha provocado un cambio radical en las actitudes tranquilas de la población. El proyecto de Yacyretá exigió la construcción y pavimentación de una carretera para satisfacer las necesidades de un tránsito creciente. Ahora se puede llegar a San Cosme, desde Encarnación, en cuarenta y cinco minutos. La iglesia de la Reducción fue seriamente dañada por un incendio en 1899, pero hace cinco años fue restaurada, gracias a Adveniat y a la Arquidiócesis de Colonia. Esta iglesia parroquial restaurada fue solemnemente consagrada en marzo de 1978. El Nuncio Apostólico presidió la ceremonia, asistido por Monseñor Juan Bockwinkel, Obispo de Encarnación. Desde entonces en ella se celebra misa regularmente todos los domingos. Muchas de las quince estatuas, que se conservan, fueron restauradas por peritos del Departamento de Turismo.

            Junto a la iglesia está el antiguo colegio de los jesuitas. El tejado ha sido arreglado con ayuda estatal. Cuando la aldea lo necesite, el Ministerio de Educación terminará la restauración en forma adecuada.

 

San Cosme.

Representación de la Trinidad en la Historia de la Salvación (Donación)

 

Trinidad

Cuadro cuzqueño, en el que aparecen el Padre y el Espíritu Santo

conformando a Cristo en su Pasión.

 

Tinidad

Dios Padre con ornamentos pontificales

 

Trinidad

Ángeles del antiguo altar

 

            TRINIDAD

 

            Esta reducción sólo fue fundada en 1706. Su nombre completo era La Santísima Trinidad. Los primeros indios Guaraníes que aquí se establecieron vinieron de San Carlos, una aldea situada más al sur y densamente poblada.

            Una carretera, recientemente construida que deberá continuar hasta las cataratas de Iguazú, conduce desde Encarnación hasta esas impresionantes ruinas, seriamente deterioradas, a 30 km de distancia en dirección noroeste. Trinidad, que en 1728 tenía 4000 habitantes, está ahora reducida a 300.

            Por los antiguos memoriales, se sabe que el trazado urbanístico de esta aldea era considerado el más bonito y perfecto de todas las Reducciones, a causa de la arquitectura de la iglesia y del colegio, así como la de las casas particulares y plazas. Todo había sido planeado y construido por Juan Bautista Primoli, hermano jesuita natural de Milán. Había llegado a Buenos Aires en 1717 y dedicó los últimos años de su vida a trabajar en Trinidad, de 1744 a 1756. La obra fue terminada en 1760 por el hermano español José Grimau.

            La iglesia de Trinidad estaba construida con piedra de sillería y tenía 58 m de longitud por 11 m de altura. Su interior tenía tres naves. Se añadieron dos sacristías, un púlpito policromado, una torre ricamente adornada y muchas campanas. Varios frescos cubrían las paredes y corredores, cuyos marcos de piedra pueden verse todavía. Además de los frescos, numerosas esculturas en madera y piedra adornaban los altares y las paredes. Un relieve en piedra, bien conservado, que representa treinta ángeles tocando instrumentos musicales, es aún testigo de antiguas glorias. Su enorme cúpula debió de dar a la iglesia un aspecto grandioso.

            La reducción se hizo famosa por su fundición de campanas y por otros varios talleres donde se fabricaban órganos, arpas y estatuas. El inventario de 1768 habla además de tres grandes haciendas de ganado, dos extensas plantaciones de mate, campos de caña de azúcar, un ingenio, apiario, molino de aceite y una olería.

            En la última década, el interés y los esfuerzos en conservar esta Reducción se han combinado con programas nacionales e internacionales. En la reunión de la Unesco de 1972 hubo opinión unánime sobre la necesidad de salvar Trinidad. Aceptando la invitación de la OEA (Organización de los Estados Americanos), el arquitecto e historiador de arte Graziano Gasparini, de Venezuela, emitió un parecer que habría de ser el impulso para la decisión del BID (Banco Interamericano de Desarrollo) de apoyar la restauración de Trinidad con una donación de US$ 500.000. El memorial definitivo del BID fue incluido en un programa turístico de gran escala, publicado en ocho volúmenes en 1976. El proyecto turístico incluye Argentina, Brasil y Uruguay y se refiere particularmente a las misiones jesuíticas y a las cataratas de Iguazú. El presupuesto total es estimado en 228 millones de dólares. Al Paraguay se le pidió la contribución de 2,3 millones.

            Se hizo evidente que el proyecto no podría recibir el apoyo necesario ni de Washington (BID) ni de las otras naciones interesadas en él. El pedido de asistencia técnica dirigido al PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) tampoco fue atendido.

            Con la convicción de que una política de pequeños pasos consigue más que los programas utópicos, la organización germano-paraguaya Paracuaria elaboró un proyecto para realizar los trabajos más urgentes en Trinidad. El primer paso fue la restauración del nuevo testero del crucero y la sacristía del este. También ese proyecto habría sido abandonado si no hubiese sido por la ayuda concedida por Adveniat y la Arquidiócesis de Colonia.

            Con recursos propios, Paracuaria reforzó las altas paredes de la portada que amenazaban ruina. Este trabajo de consolidación continuó después en las naves laterales. Para eso fue necesario retirar los escombros que alcanzaban la altura de cinco o seis metros.

            En todos estos trabajos de consolidación Paracuaria contó con la asistencia técnica del ingeniero Roberto Vera-Vierzi, un perito altamente preparado. Con contribuciones y personal técnico de la Dirección General de Turismo del Paraguay, que además efectuaron la supervisión, fue esta obra ejecutada. El Arquitecto principal del conjunto Trinidad fue el Prof. Roberto Di Stefano de la Universidad de Nápoli uno de los mas altamente reconocidos expertos en este campo de la Unesco. A estos esfuerzos se debe que la Iglesia el monumento más importante de Trinidad, se haya salvado para las generaciones futuras.

            En 1981, Paracuaria dio el último paso con la instalación de un museo lapidario en una sala situada al lado de la iglesia. Estatuas de piedra, objetos de decoración y otros, que fueron encontrados entre los escombros, están allí reunidos. Concluidas las actividades de Paracuaria, el Departamento de Turismo del Paraguay continuará los trabajos. Unesco ha dado una ayuda generosa para la restauración del relieve de los ángeles de la portada; entre los escombros fueron encontrados algunos fragmentos que faltaban. Cambios de proyectos y otros problemas fueron causa de demoras. Es por eso que Paracuaria no pudo proceder a la restauración de algunas casas de indios y otros edificios que están aún apareciendo entre las ruinas de Trinidad. A pesar de todo, el esfuerzo de Paracuaria ha despertado el interés y el ánimo de las autoridades locales. Un trabajo lento pero continuo conseguirá un día restaurar este tesoro cultural en todos sus detalles.

            Trinidad todavía posee quince importantes esculturas de madera que han sido restauradas por Bernardo Ismachowicz en Asunción. La obra de recuperación de imágenes, perdidas durante años bajo los escombros de la derruida Iglesia ha sido acertadamente dirigida por el Arqueólogo paraguayo Sr. Gómez Perasso. Por otra parte, la Sra. Zoraida Mesquita de Cáceres, restauradora de la Dirección General de Turismo, ha catalogado minuciosamente todo el material recobrado al mismo tiempo que con acertadas técnicas ha garantizado su conservación y restauración.

            El Obispo de Encarnación, a cuya diócesis pertenece Trinidad, tiene gran interés en devolver a esta Reducción su significado religioso. Ha aceptado, por eso, varias sugerencias. La portada restaurada y las naves laterales, todavía sin tejado, se prestan para fiestas, peregrinaciones, concelebraciones, conciertos y teatro religioso.

            El actual proyecto de un puente sobre el río Paraná, conectando Posadas y Encarnación, ofrece nuevas posibilidades a la recuperación de la importancia de Trinidad y sus ruinas.

 

            JESÚS

 

            Concluyendo esta descripción de las reducciones, hay que mencionar el pueblo Jesús. Esta reducción está a unos 25 km de Trinidad; las dos aldeas se comunicaban antiguamente por señales. La iglesia de Jesús nunca fue terminada; la construcción muestra todavía hoy las condiciones de 1767, cuando los jesuitas fueron obligados a abandonar la aldea. Paracuaria fue de opinión de que nada útil podría hacerse aquí antes de definir el uso que los edificios tendrán en el futuro. De todas maneras, se restauraron alrededor de 30 imágenes. El Obispo de Encarnación ha establecido ya algunos contactos con representantes de órdenes contemplativas para fundar una comunidad en este lugar.

 

 

Santiago.

Santiago Matamoros, patrono de la reducción.

 

 

WERNER BORNHEIM GEN. SCHILLING

SOBRE EL ARTE DE LOS EDIFICIOS CONSTRUIDOS

POR LOS JESUITAS EN PARAGUAY

 

            Entre los edificios históricos de Sudamérica levantados por las órdenes religiosas ocupan el primer lugar los construidos por los jesuitas en Argentina, Brasil y Paraguay. Actualmente se calcula que existen allí en total unas 32 edificaciones especialmente dignas de atención. Las fundaciones de las otras órdenes, como por ejemplo de los franciscanos, no tuvieron una densidad de expansión semejante a la alcanzada por los establecimientos de los jesuitas que florecieron desde el siglo XVII. La expulsión de la orden puso brusco fin a todo esto. Sólo quedaron ruinas.

            Desde 1972 se ha vuelto a despertar el interés por el arte barroco de las reducciones jesuíticas. En 1977 se fundó "Paracuaria", gracias a los esfuerzos incansables del Dr. Paul Frings. La Unesco, el Icomos - International Council of Monuments and Sites - y el gobierno paraguayo contribuyeron con su ayuda. La iglesia católica colaboró no sólo en calidad de conservador de monumentos sino también, como le compete, en la misión pastoral.

            La llamada "República de los jesuita" en Paraguay, que en realidad no fue nunca un estado de estructura política, viene despertando el interés de un amplio público desde hace algún tiempo. Sus ideas y las ideologías modernas parecen tener algunos puntos de contacto, sobre todo en el campo sociológico-social. El país suramericano más central y más alejado del mar se ve enfocado con frecuencia, como muchos de este continente, de manera superficial y con la lente de una característica arrogancia europea occidental, sin que la mayoría tenga un conocimiento claro de toda una serie de condicionamientos. Precisamente este país ha vuelto a poner en marcha un experimento extraordinario.*

            A pesar de los crecientes esfuerzos no existen estudios sucintos de carácter general sobre el tesoro artístico. Se puede iniciar gradualmente una panorámica de tal tipo siguiendo las tres categorías clásicas de la historia del arte de acuerdo con los principios clasificatorios de la arquitectura, pintura y escultura.

            El edificio que forma parte de la fundación de Santiago, realizada en 1669, se halla completamente destruido y sólo se conservan escasos restos de los muros. Junto al material masivo del nuevo edificio, levantado a principios del siglo XX, se hallan restos de adobes cubiertos por las lianas. En esta construcción se encuentra el campanario de hormigón y forma barroca, frecuente en el país, del llamado estilo de los jesuitas. La nueva iglesia está construida siguiendo el tipo normal semejante al de la basílica: el recinto se halla dividido en tres naves por dos filas de pilares de madera. El techado de tales edificios se hacía, hasta avanzado nuestro siglo, con hojas de palma o, en los de tipo más modesto, con cañas de junco.

            También en la última fundación de los jesuitas de San Cosme y San Damián, que data de 1758, malogró la expulsión de la orden la terminación del segundo complejo, levantado en el Periodo de "piedra" de la fundación y construcción. Sólo se conserva una parte en forma de ele. La constituyen el ala principal, destinada al alojamiento de los guaraníes y convertida posteriormente en iglesia provisional, y el colegio que se le une en ángulo recto. Actualmente se conservan algunas salas con artesonados pintados. Una galería de arcadas sustentadas por pilares, que servía simultáneamente de unión entre el ala de las viviendas y el colegio, rodeaba un gran patio a manera de claustro. Del antiguo edificio se ha renovado una parte en calidad de parroquia para la pequeña aldea y un poblado obrero, de creación reciente, en sus cercanías. Este poblado de 3.500 casas para familias de obreros se relaciona con la construcción de un centro de energía e industria en el río Paraná. Ya comienza a crecer paulatinamente el interés por la iglesia entre los trabajadores que van acudiendo al centro industrial. Como cabe observar a menudo un compromiso de conservación de monumentos cosecha sus frutos.

            El interés que gradualmente despierta en el público la restauración parcial de La Santísima Trinidad traspasa las fronteras del Paraguay. En esta labor participan especialistas argentinos. Su país ha restaurado la antigua reducción de los jesuitas de Ignacio Mini, semejante en su estilo a La Trinidad, como ruina sometida a cuidados. En La Trinidad se pretende ir más lejos: se quiere crear un centro para el servicio religioso. Este edificio se cuenta entre los más característicos de un proceso evolutivo iniciado en Roma por los jesuitas hacia 1570 con la construcción de Il Gesu. En Santa Rosa señalan los restos del campanario un ejemplo notable de una distribución del barroco tardío. Entre los eslabones de esta evolución constituye el ejemplo más reciente de Jesús, que nunca fue terminado, una realización noble y tardía del modelo originario. La piedra, bellamente trabajada, presenta entalladuras revocadas con mortero, lo que no se da en las construcciones más antiguas.

            La Trinidad era, por así decir, una ciudad conventual. Generalmente se ajustaban las reducciones de los jesuitas a un tipo en el que la iglesia y el monasterio se integraban en uno de los lados del cuadrado que circundaba una gran plaza rectangular. Hoy en día se le englobaría bajo el término de "construcción urbana". Las raíces de tales ideas arquitectónicas se remontan al siglo XVI y siguen siendo objeto de interés para la investigación. En Europa resulta difícil lograr que estas constelaciones reaparezcan en la realidad.

            En Santa María de la Fe, por ejemplo, se aboga ahora de manera sistemática por el desarrollo de la aldea. Paracuaria asumió, entre otros costes, la compra de un motor eléctrica para proveer de energía a la aldea. Tales ayudas aparentemente pequeñas ponen en movimiento a organismos enteros. Lo mismo puede decirse de San Ignacio Guazú.

            Santa María, con la Plaza de Armas, se corresponde con el tipo, en su época probado y eficaz, de la fundación colonial: el templo, generalmente situado en un lugar elevado, se halla al borde de una plaza rectangular enmarcada por edificios de un piso. La plaza, centro de un parque, está vallada para impedir el paso a animales. Las calles, trazadas en forma reticulada, parten de la plaza mayor y se pierden al cabo de un corto trecho en el campo o en la sabana. Un monumento, con frecuencia una cruz, se levanta en su centro. Precisamente en medio de esta soledad ofrecen tales lugares un refugio tranquilizador de reunión que, ciertamente, ejercían en tiempos pasados una mayor sensación de amparo. Estos lugares sobrevivieren dos o tres siglos y a toda costa deberían conservar su carácter de centros. Las opiniones de los estudiosos disienten en lo que se refiere a sus primitivos modelos europeos; esto es aplicable también a la Península Ibérica de donde han desaparecido la mayoría de los modelos originarios. La historia de cómo se pobló el país antes de la colonización es aún oscura. Pero con la adopción por Sudamérica del sistema ibérico de municipios se conserva en este país una forma característica europea en una variedad que hace tiempo ha desaparecido entre nosotros.

            La pintura surgida en relación con estos edificios requiere aún numerosos estudios. En algunos lugares pueden rastrearse restos ornamentales y decorativos, incluso sistemas. La capilla de Nuestra Señora de Loreto, en Santa Rosa, es un ángulo recto que posteriormente fue provisto de una ronda exterior de factura típicamente colonial (también se carece todavía de estudios competentes sobre este tipo). En la capilla se conservan pinturas extraordinarias de, por lo menos, dos fases artísticas. La extensión global de la pintura interior es aún perceptible y a ello se añaden escenas concretas entre las que figuran representaciones de ángeles que se cuentan entre las mejores en su género en el continente. También éstas incitan a rastrear la huella que las influencias internacionales dejaron sobre acontecimientos locales. Lo mismo cabe decir de los restos aparentemente escasos de retablos y cuadros, pero seguramente también este tipo de pintura alcanzó una amplia difusión, como por ejemplo en Chile.

            No se citan de manera especial en el presente trabajo los soberbios altares dorados de factura española, pero sí hay que llamar la atención sobre la profusión de esculturas. Uno se siente afectado aquí de manera especial por una tensión particular de culturas anteriores soterradas, por el encuentro de tradiciones autóctonas y de ultramar así como por las nuevas creaciones. La talla de la Virgen María predomina. Conforme a lo normal se trata en la mayoría de los casos de la Virgen de la contrarreforma. Las variantes son múltiples y la escala va desde el barroco mediterráneo de reminiscencias renacentistas hasta la irrupción de las fisonomías indias. Las imágenes muy populares de los ángeles se animan con mantos de ricas incrustaciones o simples vestidos, con gesticulaciones apasionadas o con una dulzura a la Bernini. El Santiago a caballo existente en Santiago procede de ideas góticas. Y así cientos de imágenes de diferente calidad llaman a emprender una clasificación histórico-artística. Se ha comenzado a registrarlas en inventarios, así como a exponerlas nuevamente en los templos o en los museos fundados recientemente junto a las iglesias y no al margen de las mismas. Ha de ser litúrgicamente posible que permanezcan en los templos las imágenes devotas de las esculturas concebidas con espíritu religioso. La moderna liturgia precisa obrar aquí con suma prudencia. La expresividad tanto del objeto de arte como de la talla sencilla de la piedad popular abriga, tanto ayer como hoy, una fuerza increíble.

            La restauración, comenzada entretanto, del friso de piedra de los ángeles en La Trinidad sólo se puede llevar a cabo con extremo cuidado. Este friso es, desde hace tiempo, objeto de estudio de un amplio sector de la historia del arte. Pero la increíble cantidad de estatuas de madera, en lo esencial aún intactas, constituye una mina única en su género. Esto es aplicable también a su versión en colores que, desde el punto de vista de la historia del estilo, resulta apasionante. Ciertamente los peligros aumentan con lo que se llama recuperación. Sirvan de ejemplo los muebles de las sacristías, como es el caso en Santa María de la Fe. Se está, pues, ante toda una serie de cometidos. Se invita a la ciencia después que la práctica ya marcha a la cabeza.

 

* Véanse mis artículos: Denkmalpflege an Jesuitenbauten in Paraguay, in: Kunstchronik, 32, 1979, 205-210; Ruinen des heiligen Experiments, in: Rheinischer Merkur/Christ and Welt, 1980, Nr. 15.

 

 

Trinidad. Puerta restaurada 

 

EPILOGO

 

            El 25 de julio de 1982 se celebró en St. Georgen (Frankfurt) la tercera asamblea del Consejo de Administración de "Paracuaria". Los miembros de esta asociación se habían propuesto en 1976 salvar los bienes culturales del antiguo Estado jesuita en las fronteras actuales de Paraguay. Tras seis años de actividad se pudo llegar a una cierta conclusión.

            Más de una vez en los años pasados se hizo pública la siguiente pregunta: ¿No sería mejor emplear los medios previstos a fin de alimentar a hombres hambrientos en lugar de restaurar viejas ruinas y estatuas?

            La respuesta a este interrogante no ha sido fácil. Desde el primer momento, el lado artístico e histórico de la conservación de obras artísticas y monumentos arquitectónicos quedó unido en un contexto más amplio. Y esta mayor dimensión de las cosas se presentó por sí sola en las reducciones de Paraguay. Habría tan sólo que recordar...

            Hace 370 años, cuando estos pueblos fueron fundados por los indios en el corazón del continente sudamericano, el Provincial jesuita, Diego Torres, elaboró una Carta Magna para esta empresa misionera. Sus proyectos podrían resumirse en 3 palabras claves: Evangelización, Protección de los indios y Desarrollo cultural. Los responsables de "Paracuaria" no han perdido de vista este objetivo triple, a pesar de que éste haya entrado bajo unas condiciones y relaciones muy diferentes a las de aquellos misioneros y hombres de los primeros momentos.

            Las reducciones, junto con sus escuelas iglesias, algunas de las cuales llegaban a tener las dimensiones de catedrales europeas, fueron en un tiempo expresión y signo de aquellas comunidades populares, florecientes y llenas de vida. En ellas se reunían los indios al amparo de los misioneros para protegerse de la explotación. La caída de estas obras de arte y edificios estuvo acompañada por la caída de las comunidades populares, las cuales existen hoy en estos lugares. "Paracuaria" no solo pretendía la restauración de estatuas, sino que quería también dar un empuje a la revivificación de los poblados actuales.

            Por medio de los necesarios trabajos, ha podido resurgir de hecho la artesanía en estos poblados. Junto a los trabajos de restauración empezaron pequeños proyectos de desarrollo de comunidad de una forma consciente y certera. Finalmente, estos poblados han ganado sobre todo en atractivo de cara al turismo. El estado de Paraguay se ha esforzado también en mayor medida en fomentar las regiones distanciadas de Asunción, la capital del Paraguay, construyendo carreteras y hoteles. Esto representa la creación de nuevos puestos de trabajo y el surgimiento de un nuevo potencial económico para la población.

            El aspecto pastoral de la empresa nos parece sin duda más importante. Casi todas las medidas llevadas a cabo se encuentran en estrecha relación con la asistencia espiritual que existe actualmente. Los museos catequéticos recién fundados están unidos a una Parroquia o a una Casa de ejercicios. Con ello están disponibles los medios y posibilidades para una renovada catequesis popular. P. Antonio González Dorado, hasta hace poco Provincial de los jesuitas en Paraguay, dijo en la mencionada asamblea lo siguiente: "Todos Ustedes han ayudado a elaborar un Catecismo que ha surgido de entre piedras y esculturas, un Catecismo sobre todo para los pobres. Este Catecismo puede ser y convertirse en punto importante para la asistencia espiritual. Todavía es necesario mucho trabajo para que la Gracia de Dios pueda extender sus fuerza testimonial evangélica a través de su obra a un pueblo que siempre está dispuesto a dejarse influir por el Evangelio y ser así mismo cada vez más misionero." El resurgir pasa por los pueblos. De una manera espontánea, han surgido en algunos pueblos viejas y olvidadas costumbres, procesiones y devociones. El legítimo orgullo basado en la herencia del pasado y la recién aparecida consciencia de su antigua magnitud es para estos hombres el principio motor de una nueva dignidad y esperanza en el futuro.

            Con ello se han hecho todos conscientes de que es más fácil poner una piedra encima de otra que construir una nueva comunidad viva o resurgir a una nueva vida.

 

 

            Josef Übelmesser

 

 

IMÁGENES DE LAS OBRAS Y REDUCCIONES JESUÍTICAS

(FOTOS EN BLANCO Y NEGRO)

 

 ASUNCIÓN

1 - Fachada nuevo Museo Bogarín, al lado de la Catedral de Asunción

2 - Museo Bogarín, imágenes de S. Luis Gonzaga, Arcángel S. Miguel, S. Francisco Javier

 

3 - Reproducción de medallas. Casa de la Moneda, Santiago, Chile

4 - Típica imagen de Cristo Crucificado con el Espíritu Santo

y un ángel que recoge del costado la sangre del Señor

5 - Ingreso al Museo Bogarín

 

 

SAN IGNACIO GUAZU

6 - Vista del río Tebicuary, frontera de la antigua zona de las reducciones jesuíticas

7 - Vista aérea de San Ignacio, la antigua plaza de la reducción con la iglesia

 

8 - Museo de San Ignacio

9 - Lápida a los 26 mártires jesuitas de las reducciones, labrada por Tito González

 

10 - Fotografía P. Plattner, primer museo S. Ignacio 1933

11 - Angel de la Guarda acompañando al niño

12 - Detalle del Angel de la Guarda

 

13 - Santa Ana, modelo de educadora de las niñas

14 - Santa Rosa de Lima, canonizada en la época de las reducciones

15 - San Miguel Arcángel, patrono de las Congregaciones de Indios en las reducciones

16 - Detalle del diablo vencido por la fuerza de San Miguel Arcángel

 

17 - San Francisco de Asís, antes y después de su 18 restauración

19 - Santo Domingo de Guzmán

20 - Capilla del Niño Jesús Alcalde

 

21 - Tella de ángelo del antiguo altar mayor

22 - Anagrama de María

 

 

SANTA MARIA DE FE

23 - Fresco de la cúpula de la Iglesia de los jesuitas en Dillingen (Alemania),

representado al P. Sepp, misionero de las reducciones guaraníes

 

24 - Vista aérea actual museo y casa parroquial (1981)

25 - Imágenes en Santa María en la época de la visita de P. Plattner 1933

 

26 - Armario tallado. Sobre una talla del Niño Jesús, otra un misionero típico del periodo reduccional

27 - San Roque, patrono de los pobres y de los enfermos en épocas de epidemia

28 - Cristo „Ecce Homo"

29 - Santo vestido como soldado romano

 

30 - Santa Ana

31 - San Joaquín

32 - San Francisco Javier

33 - San Miguel Arcángel venciendo al demonio representado por un dragón

 

34 - Jesús orando en el Huerto de Getsemaní

35 - Santa Bárbara

36 - Sarcófago con Cristo yacente para la pro-cesión del Santo Entierro

 

37 - Adoración Pastores y reyes magos, con la presencia de María

38 - Jesús en el burro para la procesión del Domingo de Ramos

 

 

SANTA ROSA

39 - Vista aérea Santa Rosa con antigua plaza de la reducción.

Derecha una manzana de antiguas casas de indios, al fondo torre de la antigua iglesia,

y la actual parroquia con la capilla de Loreto

40 - Capilla de Loreto

 

41 - Altar mayor de la Parroquia con S. Rosa

42 - Torre antigua iglesia reduccional

43 - Conjunto de la anunciación. En el fondo fresco al milagro del traslado de la casa de Nazareth hasta Loreto

 

44 y 45 - Ángeles músicos, simbolizando la armonía del mundo europeo y guaraní

46 - Fresco en la Capilla de Loreto, Jesús como carpintero ayudado por los ángeles

 

47 - Angeles en postura de adoración

48 - Jesu Cristo, la Virgen y los Apóstoles Pedro y Pablo

 

 

 

SANTIAGO

49 - Vista aérea Iglesia parroquial y museo,

ubicados en la antigua plaza de la reducción

50 - Altar del batisterio, con bautismo de Jesús.

San Felipe bautizando al ministro de la Reina de Etiopía,

y a San Francisco Javier bautizando en Oriente

 

51 - Silla para la celebración de las Misas cantadas

52 - Virgen de las Angustias

53 - Cristo muerto

54 - Sarcófago con el Cristo muerto del día del Santo Entierro

 

55 - Cristo con la cruz a cuestas

56 - San Ignacio en éxtasis, visión de la Storta, imagen antes de la restauración

57 - San Pablo

58 - San Luis Gonzaga

 

59 - San Juan y el niño Jesus, en dos versiones, antes de la restauración

60 - Cristo resucitado. Antes de la restauración

61 - San María de la Cabeza, esposa de San Isidro Labrador

 

62 - Pastores

63 - Pastor tocando la guitarra

64 - Pastora del Nacimiento

 

 

 

SAN COSME Y SAN DAMIAN

65 - Vista aérea Iglesia y colegio

66 - Iglesia restaurada

 

67 - Águila bicéfala de los Habsburgos

68 - Reloj de sol, patio del colegio

69 - Cristo a la columna para ser flagelado

70 - Río Paraná desde la sacristía de San Cosme

 

 

 

TRINIDAD

71 - Plano de Trinidad

72 - Vista aérea reducción Trinidad

 

73 - Torre exenta de la primera Iglesia

74 - Puerta lateral y el escombro natural

 

75 - Exterior del crucero y lugar donde encontraba la segunda sacristía, actualmente desaparecida

76 - Presbiterio y crucero, y tumbas abiertas de antiguos caciques

 

77 - Reconstrucción por proceso de anastilosi del arco derecho del crucero

78 - Ángel

 

79 - Lápida de uno de los sepulcros

80 - Altar lateral cubierto de escombro, antes de la restauración

81 - Cabezas de ángeles y otras piezas de 1a Iglesia de Trinidad, actualmente en la sacristía

 

82, 83 y 84 - Friso de los ángeles músicos

 

85 y 86 - Jesu Cristo en el conjunto de la Trinidad  antes y después de su restauración

87 y 88 - Dios Padre, del conjunto de la Trinidad antes y después de su restauración

 

 

JESÚS

89 - Nave de la Iglesia en situación de la expulsión de los jesuitas

90 - Imágenes de la reducción

91 - Actual ruta a la antigua reducción

 

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