El Ciclo llamado Curso de apreciación del arte pictórico y las conferencias dictadas en la Casa Argentina, la Asociación Cristiana de Jóvenes y el Centro Cultural Paraguayo-Americano daban un panorama elemental de las diferentes alternativas que abría una nueva manera de colocarse ante la realidad.
Pero la labor de Rossi no hubiera sido tan fecunda sin otra presencia clave: la de Josefina Plá (1903-1999). Josefina complementa perfectamente a Rossi; si aquél trae la actualidad brasileña y rioplatense, ésta pone la experiencia local. De alguna manera actúa como una mediadora que conecta al maestro brasileño con el medio. Ella misma no es paraguaya, había nacido en Fuerteventura, España, y llegó a Asunción en 1927 como esposa de Andrés Campos Cervera, pero desde el primer momento se comprometió intensamente con el quehacer cultural del país en sus diferentes manifestaciones y desempeñó un papel fundamental en la renovación de la literatura paraguaya producida en la década anterior. Tiene, pues, una perspectiva globalizante y representa un nexo de la plástica con la poesía y la narrativa, cuya actualización debe considerarse como un factor importante para el advenimiento de la nueva sensibilidad visual. Su participación activa en el Grupo del Cuarenta al lado de escritores como Hérib Campos Cervera, Augusto Roa Bastos, Julio Correa, Óscar Ferreiro, Elvio Romero, Hugo Rodríguez Alcalá y Ezequiel González Alsina (con quienes integraba el cenáculo Vy’a Raity reunido en la casa de Líber Fridman, pintor argentino radicado por un tiempo en Asunción), su experiencia en el campo de la plástica, adquirida al lado de Julián de la Herrería y desarrollada desde su propia actividad de ceramista, y un pensamiento lúcido, le permiten una profunda comprensión del proceso cultural del Paraguay, expresada en numerosos escritos. Joáo Rossi, llegado desde afuera, entendió enseguida la problemática de ese momento; Josefina Plá, como partícipe de la misma, además de entenderla, la sintió desde adentro y vivió las condiciones que la maduraron. Fue ella quien la definió teóricamente y conceptualizó sus requerimientos básicos en postulados que hoy pueden parecer demasiado elementales y contener simplificaciones, pero que expresaban entonces el necesario punto de partida contemporáneo, determinable en términos tajantes y simples: se asumía o no la posición del arte nuevo.
Cuando Josefina Plá plantea la necesidad de “un arte de temática propia con sentido universal” (Plá. 1954) y propone el hecho de “renovar paralelamente con la forma el contenido de la pintura paraguaya” (Plá. 1956. a) no precisa las maneras concretas de implementar su propuesta, pero está señalando con inteligencia las cuestiones indispensables que deberá enfrentar la plástica contemporánea paraguaya desde sus inicios: la necesidad de expresar condiciones históricas propias, la relación con los lenguajes universales, la dialéctica forma/contenido, etc. Josefina Plá debe explicar con paciencia los caracteres del “arte moderno”: su libertad expresiva, su compromiso con la historia y hasta la tantas veces discutida seriedad de sus propósitos. “El hombre actual no puede manifestarse artísticamente con las formas de ayer porque el hombre contemporáneo no es clásico ni romántico ni místico. El artista del cuatrocientos reconquistó el individualismo temático. El de hoy reivindica el individualismo en la visión. Esta libertad de visión ha sido y sigue siendo para sus adversarios de buena o mala fe la piedra del escándalo... El arte contemporáneo no es humorada, no es una actitud arbitraria, una pirueta sustitutiva..., es un hecho espiritual con auténticas raíces en el tiempo y las vivencias colectivas”, escribe en el catálogo de la exposición de Olga Blinder en 1952. Con notable agudeza plantea ya entonces ciertos rasgos del arte de hoy, consciente de su autorreflexividad, de su carácter procesual, de su preocupación por abrirse a diversos significados: “Este arte tenido por críptico es el arte que rasga de arriba abajo el velo de sus secretos, ofreciendo a la vista de todos sus elementos formales en pleno proceso de integración. Naturalmente que por ello mismo reclama, para ser comprendido, nuestra colaboración activa. Es un arte solidario que pide a cada hombre su esfuerzo...” (Plá. 1952). Pero, en general, basta con puntualizar las ideas indispensables sin necesidad de sutilezas teóricas. Tanto Josefina Plá y Rossi como las otras personas que, a distintos niveles, actuaron como divulgadores de los nuevos conceptos (Francisco Torné Gavaldá, Domingo Franchi, Juan Max Boettner y, especialmente, Ramiro Domínguez y luego Miguel Ángel Fernández), subrayan la diferencia entre el arte nuevo y el viejo eludiendo las complicaciones analíticas. Las crónicas periodísticas de la época anuncian simplemente “exposiciones de arte moderno” o comentan la “tendencia netamente moderna” de tal o cual obra. Un periódico publicado el día de la muestra (17 de julio) invita a una exposición que será “exponente del arte moderno, corriente que debe imponerse entre nosotros para alcanzar el nivel artístico de los países más adelantados”.
Esta idea de una “modernidad” opuesta, un poco ingenuamente, a las formas tradicionales, actúa como un elemento diferenciador y dinámico. Hasta entonces no se daba una conciencia de enfrentamiento entre las actitudes renovadoras y los viejos planteamientos con un sentido de cambio y ruptura: los nuevos elementos no eran asumidos como conquistas históricas, sino que se integraban con facilidad en los esquemas anteriores sin cuestionarlos ni superarlos, y terminaban diluyéndose en ellos. Cuando Samudio y Alborno introducen técnicas impresionistas y hasta posimpresionistas, se cuidan bien de impugnar los códigos estilísticos establecidos. Los artistas “intermedios” (Bestard, Bandurek, Echagüe Vera) ya son mucho más abiertos a la utilización de recursos pictóricos y de significados contemporáneos, pero tratan de conciliarios con las reglas que regían la representación naturalista. Sólo en forma casi secreta los códigos son transgredidos, siempre en géneros “menores”, más inofensivos y menos comprometedores. En el momento en que en 1950 los artistas crean el Centro de Artistas Plásticos,evidentemente el conflicto aún no se manifestaba: Holden Jara era el presidente y Joáo Rossi, el secretario. La posición artenovistadio un paso importante en su proceso de definición cuando, en ocasión de la muestra de Olga Blinder, publicó el catálogo firmado por Joáo Rossi y Josefina Plá que declaraba inequívocamente sus objetivos renovadores, pero recién en 1953 se produce el enfrentamiento. La discusión que apresuró el mismo giró en torno a la selección de los participantes que concurrirían a la II Bienal de Sao Paulo (la primera a la que era invitado el Paraguay); los tradicionalistas obtuvieron mayoría y la delegación paraguaya abundó en descriptivos paisajes nativos, rostros de indios y lapachos en flor. Esto provocó la reacción de una pequeña facción que, encabezada por Josefina Plá, se manifestó en disidencia y fundó el Grupo Arte Nuevo.Este movimiento no se organizó en una institución formalmente establecida y constituyó más una posición renovadora que un programa sistemático: “No tuvo estatuto ni reglamentos -dice Josefina Plá-; no había reuniones fijas: era una simple voluntad unívoca que se manifestaba constantemente en la unanimidad de la acción” (Plá. 1983,26). Por eso resulta difícil establecer con exactitud quiénes fueron sus integrantes y cuál su radio de acción. De entrada, el grupo estaba formado por Josefina Plá, Olga Blinder, Lili Del Mónico y José Laterza Parodi (1915-1981), quienes actuaron como sus promotores. Pero, con mayor o menor intervención directa, se alinearon en la misma postura y participación de muchas de las actividades del grupo artistas como Edith Jiménez, Leonor Cecotto, Francisco Tomé Gavaldá (1917), Mariano Grotovsky, Ruth Fischer (artista norteamericana que vivió en Asunción hasta 1956), Aldo Del Pino, Joel Filártiga (1932) y Raúl De Laforet (1913-1977); y se acercaron con interés, expectativa o curiosidad, y a distancias diferentes, Pedro Di Lascio, Luis Toranzos, Carlos Colombino (1937), Guillermo Ketterer, Herminio Gamarra Frutos y Leonardo Torfs. Otros artistas coinciden en esta posición, habiendo llegado hasta ella por caminos propios: Hermann Guggiari (1924) vuelve a Asunción después de varios años de destierro en Buenos aires y trae desde allá su experiencia de actualización; Ignacio Núñez Soler (1891-1983) accede a la contemporaneidad, probablemente sin proponérselo, a través de un primitivismo sui generis,crecido en forma marginal y solitaria y “descubierto” por Joáo Rossi.
La primera exposición organizada por el Grupo Arte Nuevomanifiesta con claridad algunos aspectos de este momento de despegue. El título de la muestra, Primera Semana de Arte Moderno Paraguayo,evoca sin duda la experiencia brasileña de 1922, a la que debe no poca influencia, y revela la vocación de ruptura del grupo. La exposición realizada del 17 al 24 de julio de 1954, presentaba trabajos de Josefina Plá, Olga Blinder, Edith Jiménez, Lili Del Mónico, Ruth Fischer, Joel Filártiga, José Laterza Parodi y Mariano Grotovsky; un grupo bastante heterogéneo cuya convergencia debería buscarse sólo en esa común actitud cuestionadora de las formas tradicionales. El hecho de que las obras no fueran aceptadas en las pocas salas que, ocasionalmente, funcionaban entonces como galerías es significativo; demuestra el desinterés de las instituciones por canalizar las nuevas expresiones artísticas, que adquieren desde su nacimiento cierto carácter marginal. Ignorados por las entidades que entonces, eventualmente, organizaban las muestras de arte, los artistas debieron recurrir a aquel último recurso que, en las primeras décadas del siglo, era usado por los expositores rechazados por los “salones sociales”: las vitrinas de los negocios céntricos2.
La muestra se desarrolló, en el mejor de los casos, ante la indiferencia del público. La obra expuesta aparecía como extravagante y suscitaba el rechazo y la burla, quizá no tanto del desprevenido transeúnte que caminaba por la calle Palma como el espectador con pretensiones cultas y exigencias academicistas.