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ALEJANDRO MACIEL

  POLISAPO - Cuento de AUGUSTO ROA BASTOS y ALEJANDRO MACIEL - Año 2007


POLISAPO - Cuento de AUGUSTO ROA BASTOS y ALEJANDRO MACIEL - Año 2007

POLISAPO

Cuento de AUGUSTO ROA BASTOS

y ALEJANDRO MACIEL

 

 

1ª Edición, mayo 2002

2ª Edición, julio 2002

3ª Edición, junio 2003

4ª Edición, setiembre 2004

5ª Edición, febrero 2007

Augusto Roa Bastos - Alejandro Maciel

Editorial Servilibro

Asunción - Paraguay

Diagramación y Diseño: Claudia López

Diseño de tapa e ilustración: Miguel Pencieri

Edición: 1.000 ejemplares

Edición al cuidado de los autores

Asunción - Paraguay

Febrero de 2007 (62 páginas)

 

Hecho el depósito que marca la ley N° 1328/98

ISBN: 99925 - 831 - 8 - 5

 

 

Los autores dedican este

pequeño homenaje a los,

miles de buenos agentes

de policía que aman su trabajo

A.R.B. y A.M.

 

Para un sapo que duerme de día

Lo mejor es ser policía

Y cuidar a los nenes de noche

Cuando el diablo viaja en coche.

 

 

 

EL POLISAPO (FRAGMENTO)

 

CUENTO DE AUGUSTO ROA BASTOS Y ALEJANDRO MACIEL

 

         Hace un kilo de años, en un charco que había cerca de Horqueta, en el departamento de Concepción en la República del Paraguay, vivía un Sapo que quería ser policía.

         Todas las mañanas, al lavarse la cara antes de ira la escuela decía a su mamá Sapa:

         - Quiero ser policía.

         La madre seguía juntando huevos de caracol para el desayuno. Planchaba el delantal. O batía un poco de crema de leche con azúcar.

         Camino a la escuela el Sapo se cruzaba con la Garza y le decía:

         - Quiero ser policía.

         La Garza se hacía la desentendida y seguía buscando pescados en el estero.

         En toda la comarca, desde el río Apa hasta la cordillera de Amambay, y desde el Gran Chaco hasta Coronel Oviedo, ya le decían "Polisapo" de tanto insistir siempre con la misma música en todas partes.

         Por ejemplo, en la clase de gramática la maestra le pedía que pasara a escribir una oración en el pizarrón y él escribía:

 

        

 

         La "Seño" pedía una palabra aguda y el Sapo escribía "policía".

         Pedía un diptongo y el Sapo escribía "quiero".

         Papá Sapo -que era mecánico- le prestaba su overol azul y una gorra con viseras igual a las que usan los agentes de policía. Cada vez que salía disfrazado las ranas cantaban a coro:

         Poli, poli, Polisapo

         Parece de carne

         Pero es de trapo

 

         Poli, poli, polimiente

         Dice que baila polka

         En Corrientes.

 

         Poli, poli, exagerado:

         Con un chicle hace un globo

         Y viaja sentado.

 

         ¿En un globo? Sí, señora

         En un globo aerostático

         Vuela una hora.

 

         Hasta que llegó el último día del último curso y Polisapo recibió el diploma. Mamá Sapa había estrenado una túnica de gasa plisada para la ocasión; y papá Sapo estaba más agrandado que nunca (el orgullo suele hinchar mucho el espíritu), tanto que no podía prender los botones de su saco. Todo fue muy tierno, incluyendo el llanto de la Yacaré que estaba muy emocionada aunque nadie creía en sus lágrimas.

         Por algo, las sátrapas de las ranas decían:

         Llora mal la Yacaré

         y ni ella sabe por qué.

 

         Al fin, Polisapo podía entrar en la Escuela de Oficiales de Policía.

         Aunque llueva en siete charcas

         Polisapo está de marcha.

 

         Tuvo que hacer un viaje hasta Curva Romero, en Luque, pasando por Asunción, rumbo a la Escuela de Oficiales de Policía. Imagínense todo lo que transpiró el pobre a salto de rana desde Horqueta hasta Yby Yaú donde se quedó a descansar tomando tereré con la Tucura, que es una especie de langosta rojiza, muy comedora de cultivos (los agricultores la consideran una verdadera "plaga") y que tiene un copetín en el cruce de caminos.

         - ¿Y para dónde va el mozo? -quiso saber la Tucura, que era bastante curiosa por cierto.

         - A Luque -dijo Polisapo, muy seguro de sí mismo.

         Había leído en un tratado de autoayuda que el futuro de la gente depende de lo segura de sí misma que sea cada persona. Si uno quiere ser abogado, por ejemplo, necesita estudiar seis años todo lo que tiene que ver con las leyes y los códigos. Es necesario un gran esfuerzo personal que dure sus seis años; mucha paciencia que dure seis años, constancia que dure seis años, dedicación que dure seis años y muchos etcéteras más que se consiguen gracias a la seguridad que cada uno tenga en sí mismo.

         Eso decía el libro.

         Habría que ver si era verdad.

         Pero volvamos a la conversación entre Polisapo y la Tucura en pleno cruce de Yby Yaú, bajo la sombra de un fornido lapacho de flores amarillas.

         - ¡Ah!, entonces tiene que tomar la Ruta Tres hasta Coronel Oviedo -dijo la Tucura-, y de ahí dobla por Ruta Dos hasta Asunción y pasa de largo sin parar en Ñu Guazú, hasta Luque. Derechito, derechito. Llévele mis saludos a la comadre Ura, que vive en Tacuara, de paso cañazo -le pidió la Tucura, mientras se soplaba con una pantalla de caraguatá.

         - ¿Eso queda muy lejos? -preguntó muy preocupado Polisapo.

         - Depende -dijo la Tucura-. Ir cuesta más que volver.

         - ¿Cómo es eso?-se alteró Polisapo, volviéndose más verde que de costumbre. Por lo que le habían enseñado (y él era muy buen alumno) las distancias son las mismas, tanto si uno va como si uno viene de algún sitio.

         - Es una lomada, muy cuesta arriba. Subir -iba diciendo la Tucura mientras cebaba otro tereré- le hará bufar de cansancio, pero al volver podrá bajar rodando como una pelota de fútbol. Es mucho más fácil.

         - ¡Qué macana!

         La Tucura, que era muy cariñosa, le acarició el hombro y lo alivió bastante diciéndole casi en el oído:

         - Tengo una amiga en Carayaó y si necesita algo, ella le va a dar una manito, hijo.

         - ¿Y cómo llego hasta su amiga, en caso de necesidad?

         - Solamente tiene que quemar unas hojas de eucalipto y la Bruja Canidia irá volando en su escoba hasta donde usted la necesite, sobre todo si tiene la mala pata de encontrarse con Lipudia.

         - ¿Quién es Lipudia? -quiso saber Polisapo.

         - ¡Mejor ni me hable de ella! -le contestó muy fastidiada la Tucura-. Lipudia es de lo peor, una Bruja maligna que continuamente anda pescando sapos y ranas para hacer sus buches y tósigos, porque Lipudia vive buscando las mil maneras de amargarle la vida a los demás.

         Una cosa recomiendo

         Se lo juro por mi aguja:

         ¡Cuidado con esa bruja!

 

         Es chismosa y envidiosa,

         Tiene pelos en la lengua

         Y no quiere ira la escuela.

 

         Tiene un gato meterete,

         Rubio; y rabia de ladino.

 

         ¡Es más malo que el destino!

 

         En cambio mi amiga Canidia es muy servicial. En cuestión de segundos llega a Ciudad del Este, por ejemplo. Y eso que tiene un secretario bastante panzón, otro gato que se llama Pancracio. Cada bruja con su gato. Recuerdo que una vez la llamé porque mi casa se incendiaba. Vino en dos minutos, mucho más rápido que todos los bomberos habidos y por haber; hizo llover sobre la casa y no pasó de un chamusco. Espere un ratito -pidió la Tucura.

         Entró en su casita y volvió con una fotografía.

         - Acá está Canidia con su secretario, el Gato Pancracio -dijo, mostrándole la foto.

         - Muchas gracias, doña -dijo Polisapo a la Tucura para despedirse.

         Y, metiendo violín en bolsa, siguió viaje.

         Cuando anocheció, empezó a cantar una tonada a la luz de la luna:

        

         "Yo no le canto a la luna

         porque alumbra y nada más,

         le canto porque ella sabe

         subir sin saber bajar.

 

         Si entra al norte de un sueño

         a iluminar la mitad

         hacia el sur ya está saliendo

         por un cielo de verdad.

 

         ¿Adónde se irá esta luna

         cuando de día no está?

         Yo la busco por el campo

         y ella está por la ciudad".

 

         En el camino se encontró con el Ñacurutú, que es el búho con cuernitos de plumas y los ojos como huevos fritos.

         - ¿Para dónde va el compadre, tan apurado? -quiso saber el Ñacurutú.

         - Voy hasta la Curva Romero, de Luque, a estudiar para ser policía.

         - ¡No me diga! -contestó el Ñacurutú, se rascó un momento bajo las alas y después preguntó-: ¿Y tiene buena vista usted?

         - Yo diría que sí.

         - A ver... ¿de qué color es aquel Toyota que va por la ruta?

         Polisapo se puso la mano como visera, respiró hondo, se sacudió la cabeza dos o tres veces. Hizo todo el esfuerzo posible pero no pudo averiguar el color del Toyota que iba a todo trapo por la ruta asfaltada.

         - ¡Está como a dos kilómetros! -se defendió Polisapo-, y además, no puedo ver colores cuando es de noche.

         - ¿No puede ver colores? ¿Y qué clase de policía es el que no puede ver los colores? -dijo muy retobado el Ñacurutú, que es conocido por su mal genio.

         El pajarraco movió la cabeza como haciendo "no, no y no" varias veces y después le aconsejó:

         - Yo que usted me entrenaría. ¿Para qué sirve un policía que solamente ve en blanco y negro? Tiene que hacer ejercicios visuales, compadre. Véndese los ojos de día o use anteojos de sol; y de noche mire los colores de cerca, después de lejos y así cada vez más y más lejos hasta que pueda ver el rojo de la camioneta Toyota 4 por 4 a dos kilómetros por lo menos. No pretenderá que los delincuentes tengan la amabilidad de cometer sus fechorías en pleno día porque usted no puede ver bien de noche.

         Polisapo siguió su camino, un poco entristecido. Como hacía siempre, para ahogar las penas se puso a cantar:

         "¿Para qué sirve un policía

         que no ve en la oscuridad?

         Hay que mirar en la sombra

         para encontrarla verdad".

 

         - Cierto, muy cierto -dijo una Luciérnaga que lo iba siguiendo de cerca sin que él se diera cuenta.

         - ¡Hola socia! -la saludó.

         - Yo creo que, entre los dos, podemos ver en la oscuridad.

         - ¿Cierto? -Polisapo se entusiasmó de nuevo. Él siempre había sido muy servicial y ahora que necesitaba ayuda, ¡zás! aparecía de repente donde menos se la esperaba.

         La Luciérnaga suspiró hondo y alumbró un cartel en la ruta para ayudarlo con sus ejercicios.

         - ¿De qué color es? -preguntó el Bicho de luz.

         - No veo -dijo Polisapo.

         La Luciérnaga se acercó al cartel e hizo un esfuerzo enorme para darle toda la luz que podía. El cartel rutiló y Polisapo, muy contento gritó:

         - ¡Es amarillo! Y señala que hay una curva a la derecha.

         - ¡Perfecto! -dijo la Luciérnaga-. ¿Ves cómo ves?, -agregó, y se despidió de él volando hacia la inmensidad.

         - ¡Gracias, socia! -dijo Polisapo muy feliz porque había descubierto que en asuntos de pillar colores, todo era cuestión de constancia y voluntad.

        

         Para ver hasta el Brasil

         hace falta

         diez paciencias y un candil.

 

         Siguió camino cantando muy alegre hasta que el cansancio lo venció y se acostó a dormir en un totoral.

         Lo despertó el Caracol Planorbis que se levanta con el primer rayo de sol y, como tiene la casa a cuestas no se puede decir que sale a pasear. Digamos que hace una caminata matinal para conservar la salud.

         - ¡Arriba cuate! -saludó el Caracol, convidándole un mate.

         - ¿Qué tal? -respondió Polisapo.

         Y entre mate y mate le contó que iba levantando polvareda rumbo a Luque,

porque quería ser policía cueste lo que cueste.

         - ¿Alguien te enseñó a caminar sin hacer ruido? -quiso saber el Caracol que anda como sobre algodón sin hacer el mínimo "tris" o "trás".

         - Para decir la verdad, no -confesó un poco dolido Polisapo.

         Jamás hubiese esperado encontrarse con gente que le hiciera tantas preguntas incómodas sobre lo que sabía o no sabía hacer.

         - Supongamos -empezó a decir el Caracol, mientras daba vueltas alrededor de él- que estuvieras persiguiendo a un ladrón. Si tus pasos hacen más barullo que el delincuente, él te lleva ventaja. Es muy simple.

         - ¿Y cómo hago entonces? -quiso saber Polisapo.

         Y el Caracol, que era músico en la Orquesta Sinfónica, le contestó con una canción, impostando su vozarrón de tenor, como Luciano Pavarotti:

 

         "Un paso atrás, otro adelante

         con ritmo de molto andante.

 

         Treinta pasos apurados

         al compás de un valseado.

 

         Caminar y andar silbando

         con música de malambo

         no es de tipos que se cuidan

         ni de agentes de policía.

 

         - ¡Gracias, compañero! -exclamó muy contento Polisapo.

         Y siguió viaje, muy campante.

         Al llegar a Coronel Oviedo se encontró con una señora un poco rara, con vestido negro y un bonete lleno de signos extraños, como estrellas y cometas, que tenía un gato negro de mascota y cargaba una bolsa en el hombro. La bolsa se movía.

         - ¡Por fin encontramos un batracio, Esteban! -dijo la fulana que era nada más y nada menos que la peligrosa Bruja Lipudia.

         - ¡Sonamos! -se dijo Polisapo para sus adentros.

         A Esteban -que era verdaderamente un gatote fulero- se le pararon todos los

pelos del lomo y ya estaba a punto de arrojarse sobre él cuando Polisapo, aparentando tranquilidad, levantó una mano y dijo:

         - ¡Alto amigo!

         Después se dirigió a Lipudia y le preguntó:

         ¿No es usted la última "Miss Amambay"? Creo que la vi por la televisión... en el programa de "Mis Paraguay".

         Polisapo iba ganando tiempo para quemar disimuladamente hojas de eucalipto, como quien tira basura en el fuego.

         La Bruja Lipudia se puso muy romántica, recostada contra el tronco de un inmenso árbol de paraíso, se peinó los cabellos con una mano y le dio un empujón a Esteban para ordenarle que se quedara en su lugar.

         - Bueno..., no sé si me eligieron -dijo con la voz emocionada-. Yo me presenté en el concurso pero los jueces eran unos babosos. De hecho, a uno de ellos lo convertí en cerdo con un conjuro. Hasta hoy come maíz en su pocilga, je, je... -terminó diciendo Lipudia mientras se frotaba las manos de satisfacción. Y empezó a cantar:

 

         Soy una chica de shopping

         Ab-so-lu-ta-mente divina

         Quiero ser Miss Paraguay

         Y también Miss Argentina

        

         Quiero ser modelo top

         Y andar por las pasarelas

         Vestida como una reina

         Como lucen las estrellas

 

         Soy una chica de shopping

         Y me sobran pretendientes

         Tengo un novio en Canadá

         Y otro en el Medio Oriente.

 

         - Los concursos -comentó Polisapo poniendo los ojos en blanco- se ganan o se pierden porque no dependen de nosotros. En cambio, los desafíos que nos proponemos en la vida, son mas fáciles de cumplir porque dependen de la fe que tengamos en nosotros mismos y en nuestros amigos, y del esfuerzo personal que hagamos. Ahí, por ejemplo -dijo Polisapo señalando el cielo- viene mi amiga Canidia a rescatarme de las garras de su secretario.

         Efectivamente, en el cielo límpido a la luz de la luna, apareció como un cometa la Bruja Canidia con su secretario, el Gato Pancracio, volando montados de lo más cómodos sobre una escoba de capií.

         Aterrizaron como lo haría un avión Boeing 737, suavemente, sobre la hierba.

         - ¿Qué necesitan? -preguntó Canidia.

         Polisapo le explicó que el pérfido Esteban y la Bruja Lipudia lo querían convertir en ingrediente de un caldo pernicioso para hacer vaya a saber qué maldad a quién.

         Canidia esparció por el aire un polvo celeste y al instante, la Bruja Lipudia y su secretario, que ya estaban tramando algo con una flecha, quedaron paralizados y reducidos al tamaño de jejenes, rezongando y maldiciendo a diestra y siniestra.

         - Suba, Polisapo -invitó Canidia-, porque en unos minutos ellos van a recuperar su tamaño y son muy peligrosos.

         Y salieron los tres volando por los aires en la escoba. Polisapo nunca había volado y se sintió muy feliz cuando el viento le hacía cosquillas.

         Una luna inmensa y mansa les sonrió desde lo alto.

         ¡Si vieran lo hermoso que es el paisaje de Paraguay visto desde arriba y a la luz de la luna!

         Polisapo, que era definitivamente un Sapo cancionero y un poco romántico, le regaló su:

 

         CANCIÓN DE LA LUNA MOROCHA

 

Había una vez en Holanda

Una bruja que odiaba a las plantas,

A los niños que lloran de día

Y a los perros, abuelas y tías.

Y odiaba la bruja envidiosa

A la luna porque era una diosa.

Tantas cosas odiaba esa bruja

Que su odio teñía sus blusas.

 

Una noche de lluvia cerrada

Hizo un caldo de arañas y paltas,

Puso todo su odio en la sopa

Y su anillo, su escoba y su ropa.

¡Ahora quiero que seas morocha!

Maldecía a la luna en su choza.

Y la luna por obra del mal

Se ponía a llorar sin parar,

Fue tomando el color de las ollas

Quemadita de pies a corona.

 

Otra cosa distinta pasaba

Con la luna del cielo de España.

Era sorda y seguía cantando

Mientras la maldición fue pasando.

Hace bien apagar el oído

cuando vienen palabras sin tino.

Luna negra en lo negro del cielo

Ya no alumbra mejor que el lucero.

 

Eso pasa a la gente que escucha

Maldiciones que lanzan las brujas.

 

         Canidia lo dejó frente a la Escuela de Oficiales de Policía. Polisapo fue muy orondo a ver al Director, pero como éste no estaba en ese momento, lo atendió su asistente.

         - No, señor. Le falta estatura -dijo el Carpincho, que era el auxiliar del comandante de la Policía Nacional.

         - ¡A la pucha! -se quejó Polisapo. Se miró en un espejo y, siendo tan enano, efectivamente, no servía para efectivo policial.

         - ¡Déme tres meses! -pidió Polisapo. Juró que en ese tiempo se mataría haciendo la misma gimnasia estiradora que había conseguido que su amiga la Curiyú tuviera dos metros.

         Viendo que tenía tanta determinación el auxiliar del jefe, el Carpincho, aceptó el trato y vio partir a Polisapo con una sonrisa a plena boca.

         Ni qué decir que buscó cielo y tierra a la Víbora Curiyú para pedirle consejos:

         - Hay que hacer veinte flexiones, treinta ejercicios de elongación y una rutina de cinco horas con los fierros -dijo la Curiyú, que era una bicha tirando a moderna y hablaba con una jerga gimnástica. Por ejemplo, llamaba "fierros" a las pesas, "elongación" a los tirones, "man" a los muchachos y cosas por el estilo.

         - No hay problemas -dijo, muy decidido Polisapo, soñando con tener la misma estatura que José Luis Chilavert cuando terminaran las sesiones.

         Y ese mismo día empezó la gimnasia aeróbica con la música de la polka "María Escobar" de fondo.

 

.......................... (Continúa).................................

 

 

 

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