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MARTÍN MORENO GIMÉNEZ (+)

  DESMANICOMIALIDADES, 2013 - Por MARTÍN MARÍA MORENO GIMÉNEZ


DESMANICOMIALIDADES, 2013 - Por MARTÍN MARÍA MORENO GIMÉNEZ

DESMANICOMIALIDADES.

CUENTOS, DIVAGUES, DELIRIOS.

Por MARTÍN MARÍA MORENO GIMÉNEZ.

Editorial SERVILIBRO.

Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ.

Ilustraciones: Rebe Ca.

Asunción – Paraguay, Julio 2013

(110 páginas)

 


PRÓLOGO

Cuando la reflexión y la re escritura nos sumerge a pensarnos acerca de lo que hacemos, nuestros relatos cobran otros rumbos. Las palabras arman otros juegos. Se juntan, construyen, se tientan y lo acontecido es una trama nueva. Que vuelve a atrapar, apachurrar y enredar. A cada uno, a cada quien, a todos.

Con mi primera aproximación a la descripción del manicomio, me sentí en los ecos de esos relatos. TAVYRAl RENDA, mi primer libro publicado por la editorial SERVILIBRO, hoy día se comenta en muchos lugares.

Me cuentan, me preguntan... en la plaza, en las clases, en los encuentros o cuando me cruzo con la locura en las calles, las rutas, debajo de los viaductos, en la noche, en todo tiempo.

Más de una vez me pregunté ¿que pasaría si no abría una puerta en esos muros indómitos? Esas historias, quedarían enterradas en la memoria del olvido o en mi manicomio mental, en el tuyo y en el de todos.

Creo que estos relatos ya no son anónimos, ni personales; creo que son la voz de muchos.

Reviví con ellos, y volví visibles a varios desaparecidos sociales, pues ya no los veo en ese cementerio viviente de ánimas en pena, que desaparecieron en el doble encierro: el de la locura y el de la marginación.

No me veo habitar ese sitio de personajes anónimos, en la agonía de esperas eternas, para el alta o el entierro casi clandestino, solitario, en algún lugar ignorado del Cementerio del Este o en la fría morgue del Poder Judicial, a la espera de un familiar lejano o un amigo que haga de enterrador, o para la práctica de disección, en los estudios de anatomía, de algún estudiante de medicina.

Aun así, mis alucinaciones acerca de esta injusticia, no cesaron, me siguen reclamando acerca de mis silencios inoperantes. En mis sueños, muchas veces, flashes de muros invaden mis pesadillas, que no cesan, y ni qué decir cuando alguna situación nueva de violencia se cierne en ese sitio.

Creo que esos espíritus buscan descansar en paz, en estos relatos, al hacerlos tuyos y así nacer en otra vida, en un pensar crítico, en la reflexión, en la acción, en el cambio.

DESMANICOMIALIDADES se refiere a relatos que quedaron pendientes en el primer libro TAVYRAI RENDA.

Al releer lo que había escrito, entendí mejor, acerca de ese mundo imaginario, que traemos en la mano para dar cuenta de nuestro saber y cuando lo contamos, damos cuenta de lo que hacemos, paralizando por un momento este devenir incierto, utópico, en el que los recuerdos nos pueden alegrar, interpelar, paralizar o solamente fluir.

Si TAVYRAI RENDA fue una catarsis, para una construcción específica y colectiva. Hoy día, propongo DESMANICOMIALIDADES, en ese mismo escenario de dolor y ya en otros escenarios del extramuro y la esperanza; como una invitación reflexiva, crítica y transformadora, como fuente de sentido para trabajadores PSI.

Son textos para conversarlos y construirlos juntos, todos los que hacemos comunitaria, psiquiatría, APS, sicología social, redes... o simplemente para compartirlos en otros espacios.

 

 

INDICE

PRÓLOGO

DESABILITACIÓN

JOAQUÍN

W.A. HEROES ANÓNIMOS

 

CAMINO A LA COMUNIDAD

de vuelta a casa

HAVISO

CIERRE DEL PROYECTO HAVISO

CARTA PARA LA LLEGADA

LA PARTIDA

LA SALIDA

LA RECAÍDA

 

CASAS

hogares

CHAT

ATOPA CHUPE

MARCHA PARA LA MITIGACIÓN

RE (DES) MANICOMIALIZACIÓN

 

REDES (CUBRIENDO)

comunidades

RECUERDOS DEL YKUA BOLAÑOS

MANICOMIO JURIDICO

AQUÍ ESTAMOS

SEÑALES

PARADOJAS COMUNITARIAS

PICHORORI Y LA SEÑAL

MANICOMIOS URBANOS

 

MISCELÁNEAS

de una recorrida poemas psico

1.- CONTIGO

2. RETORNO

3. GUAPO CHERA'A

4. SUICIDIO FRUSTRO

5. MONÓLOGOS DEL PRURITO

 

OTRAS

historias

SECUELAS

OTRAS SECUELAS

CUERVOS

LA LÁPIDA Y LA ROSA

Q.E.P.D.

LA FUGA

COLLAGEEPIFÁSICO


 

DESABILITACIÓN

Cuando la trasladaron allí, no llegó por deseo propio, sino porque la trajeron. Dijeron, a los que la recibieron, que no dormía y que gritaba mucho; que molestaba a los vecinos y que los niños del barrio le tenían miedo. Donde ella vivía, no se sabía mucho acerca de lo que le sucedía. Parece ser que, por eso la trajeron y la abandonaron, en ese depósito humano, para que el manicomio sea su nueva morada.

No hubo mucha discusión, para su ingreso. Su diagnóstico fue cantado, con los manuales clasificatorios. Tampoco ella se defendió mucho. La sumisión fue su sabiduría.

En realidad, no entendía nada, sobre lo que le estaba pasando, los que la tenían eran muchos más que ella. Mucho que discutir no había. Es que para eso están los manicomios, para lo que venga y no se entienda. Ávido, presto, presente; para dar cuenta de los indefensos, de los locos y de los que piensan diferente.

A ella no le sorprendió mucho, ese lugar. La habían medicado tanto en su pueblo, que cuando llegó estaba profundamente dormida y siguió así, en los días siguientes. Embotada, aturdida, adormilada. Bamboleante deambulaba y fácilmente, caía al suelo. Era un cuerpo que no resistía la gravedad, que la arrastraba y la postraba por el piso.

Sin comprender, caminaba torpemente, junto a otras compañeras del infortunio del encierro. Semidesnudas, apiojadas, despeinadas, taciturnas, lejanas. Gritando, empujando, golpeando, caminando en círculos, sin rumbos. Marcadas por un territorio de castigo y marginación, bajo segura custodia.

El paso de los días, dio cuenta de su realidad. No era su casa, su comunidad, no era su pueblo. No era su familia. Primero fue la impotencia, por el dolor viviente de las ausencias. Luego las lágrimas, sentidas, perdidas en los días, en las noche.

En la orfandad y el desamparo, en los laberintos de los muros eternos. Allí quedó esperando finalizar su agonía, para enterrar su cuerpo y con él sus esperanzas, en ese tiempo gris, infinito, eterno, lejano.

Pero, para los que la atendían, ese lamento fue considerado una enfermedad.

- Eso se llama depresión, su código es F.XX.1.

Así anotaron en la ficha.

-Y si no entiende de razones.

Se escuchó decir.

-Se diagnostica también retardo mental, su código es FXP.5.

Mientras anotaban, en una hoja arrugada y desperdigada de una carpeta, para enjaular su nueva identidad, asentada en un número como paciente (el 0000).

No es extraño eso, de que los lugares nos determinan. Saliendo de allí, en la calle, en tu casa, en tu trabajo, y para cualquiera de nosotros, llorar significa tristeza. Un dolor afectivo por algo que perdemos. Ah, y eso de no entender lo que nos pasa, afuera en el mundo común de todos, se llama crisis.

Nos pasa a todos, le pasa a cualquiera, cuando nos sobrepasan las circunstancias y no podemos dar una respuesta. Porque no estamos en condiciones, a lo que, en ese momento la vida nos pide. Entonces, nos quebramos, nos confundimos y no sabemos quiénes somos.

Pero el tiempo, la espera, los amigos, la cercanía, la reflexión, las palabras, nos hacen encontrarnos con nosotros mismos: volvemos a ser y existimos juntos.

Así, ese obstáculo tiene sentido y lo superamos, para asumirnos más maduros y comprender la espera de tiempos mejores.

Pero, en ese Hospicio del Terror, estar en crisis, crecer, despertar, volver a ser; son palabras muertas, colgadas, inertes en las telarañas de los calabozos y las jeringas.

A ella se la tenía en un encierro químico con inyectables, pues no paraba de llorar.

Extrañaba su valle, su gente, su perro. Pronto sus tiempos se ahogaron en su llanto y el silencio fue la resignación. Para que el calendario ausente, en las paredes rasguñadas, junto a la rutina, la aplaste en la modorra del hastío.

Nunca más volvió a saber, cuanto tiempo de encierro tenía. Atrás quedaron sus juegos, su gente, sus amigos, su fiesta, sus cerros, sus arroyos, su horizonte, su sol penetrante... sólo le quedaron su noche: sin sueños, sin estrellas, ni luna.

Un día sus lágrimas se secaron. Dejó de llorar y se puso a gritar frente a las murallas, que le devolvían su voz en ecos internos.

En fin, su impotencia tuvo sentidos. Entendió que al frente tenía su norte tapiado, por los muros eternos, que cerraban su visión de horizontes libres.

Le habían diagnosticado resistencia medicamentosa. Por eso le aumentaron la dosis, esta vez ya fue certera: no molestó, ni lloró, ni hizo berrinches. El silencio fue su compañía. Se tornó frágil, sumisa, obediente, colaborativa. En una orfandad, para escribir esta historia, de ausencias, de encierros, de marginación, de dolor, de lejanía, de violencia.

Dejó de llorar y dormida quedó allí, en el piso frío y húmedo del patio, desde donde la llevaron a rastras a su cama. El equipo de internación entendió que la medicación era la adecuada.

Rígida y embotada, se la incluyó en la rutina, del vacío, del hastío. De a poco se fue quebrando, y con el paso del tiempo dejó morir sus expectativas, en la resignación.

La des habilitación estaba en carrera y cobraba sentido. Iniciaba su camino en el claustro eterno de la alienación, sin retorno; para escribir una nueva historia de locas, que daban cuenta de su identidad. Allí quedó, sin gente, sin pueblo, sin historia. Nunca más volvieron a visitarla.

-Es que su pueblo, queda lejos y no hay caminos.

Dijeron por allí.

-Si, queda muy lejos y si viene su papá, y la lleven de vuelta, allá casi no hay comida, ni atención médica.

Buscando dar explicaciones.

-Mejor que se quede, busquen un lugar de larga estancia.

Vaticinaban para su estadía los expertos.

Allí quedó, lejos de todo, lejos de nada, lejos de ninguno.

En ese lugar donde la miseria concibe su propio muro, para la exclusión de los locos, pobres y marginados. En los manicomios, es difícil encontrar un paciente rico. Generalmente los que lo fueron, llegan sin bienes, sin mente, sin familiares, sin amigos y quedan en ese depósito eterno.

Donde se excluye, margina y destruye, cuando lo diferente marca un límite que no se comprende o no se tiene. Con un terror a lo desconocido o a lo que no se puede manejar; para abrirse en ese otro manicomio, que se abre en la cabeza de cada uno.

Entonces, la fuga física es una institución, pero también puede ser un escape simbólico, como un orgasmo o una gran borrachera. De esos que hacen sentir nuevamente la vida, a cada quien, en el fluir de los espíritus. Aunque sea solo por un ratito, para luego volver a la parálisis: por la locura, pero un poco más relajado y quizás amado.

Pero ella no era de esas mujeres de las que se fugan y hacen cosas por allí. Todos sus años y sus días eran neutros, grises, sin matices e iguales de insípidos. Se la veía sumisa, obediente, trabajadora, silenciosa. Nunca escapó, ni se emborrachó, ni cogió, o sea era una buena paciente.

No hubo piedad para ella, los años de encierro, la ensimismaron y la envejecieron en el silencio de la sumisión. En estos lugares, donde el horizonte se fragmenta por las rejas, pronto se pintan canas, se actúa en el automatismo y la vida se deshace sin dar cuenta: por todo eso, morir en un manicomio es una forma de cura.

 

JOAQUÍN

1.

Aún suenan los ecos en las pesadillas, esas de los silencios y la soledad del largo encierro. Es difícil que eso, así nomás pueda terminar. Diez años de niño atrapado, encerrado, como una gallina, en la trama de una jaula. Bajo seguro resguardo de terceros, en un manicomio de primera.

Sí, allí donde la mierda, se junta con café y caldo, para volver fieles a las moscas verdes, que cada día zumban, como comensales del día a día.

Mientras el tiempo hace su parte, deshojando calendarios ausentes, junto a la modorra, por efecto de las drogas correctoras.

Un abandono: sin piel, sin palabras, sin arrullo, sin nadie. Solo, lejos de los amigos. Meciéndose en el ego de la soledad, sin papá, sin mamá, sin hermanos, sin familia, sin barrio, sin pueblo.

¿Dónde quedaron todos?

Nada quedó, sólo silencios como respuesta.

Era un niño cuando llegó. Sus once años daban cuenta de su corta experiencia. Deambulando de institución en institución. No identificado, no mirado, no visto en su espacio. Eso lo ponía agresivo y daba respuestas aprendidas de lo que le daban: violencia a la violencia.

Así, expulsado, recogido, vuelto a expulsar, de aquí, de allá, de por aquí, de por allá. Alguien recurrió al parlamento y allí un psicólogo elaboró una resolución de internación en el hospicio de la calle luna: la orden se cumplió.

Ingresó, como un niño al que no le quedaba sitio en el mundo y para estas situaciones, los manicomios son la solución: allí, siempre hay lugar. Despojarse de los débiles, para que emerja el poder y la raza superior, es cosa ya conocida. Ya lo había planteado Nietzsche, luego Hitler.

Los paraguayos ya habíamos vivido un genocidio infantil en la Guerra Grande, de la Triple Alianza. Creí que allí había quedado, eso de matar niños: me equivoqué.

Entendí que en todo manicomio, el análisis del error no está permitido y la reflexión no existe. Vale la orden, la internación, el control, para restringir el delirio y someter al internado. En realidad estos lugares se alimentan de la muerte de los sueños y la esperanza.

A Joaquín lo habían trasladado de un Hogar de niños, de allí decían:

-No sabemos dónde tenerlo, no tenemos especialistas.

-El todo el día está encerrado, porque es violento.

-No sabemos qué hacer con él y nadie lo quiere recibir.

Esas fueron las palabras del abandono, para dejarlo bajo segura custodia y por orden judicial. Se había resuelto un caso más, de largos recorridos por instituciones incompetentes. El paquete tenía su depósito. Un gerundio lo acompañaba y le daba vida, en un presente continuo, sin avances ni retornos.

Allí lejos y cerca a la vez, en picara risa, sin motivos, mudo testigo, desde la mirada de niño inocente, traspasado, lejano, incierto. Le han robado los espacios, le han marcado los silencios, le han sacado las palabras, le han quebrado sus tiempos. Celdas negras cuidan sus sueños, de niño perdido, enjaulado para: una cicatriz mental histórica.

Este "niño paquete", como lo describen los semiólogos: niño al que, cuando es alzado en brazos no se acomoda a la madre y puede ser alzado por desconocidos, sin despertar temor. Sin resonancias afectivas, sin piel, ni contacto con la mirada. Casi sin respuesta a los estímulos externos.

2.

Joaquín fue depositado en una especie de gallinero, instalado entre dos salas, cercado por una trama de alambre tejido, que cerró sus espacios y limitó su desplazamiento a círculos permanentes, continuos, periódicos: eternos.

-Es para que tenga contacto con la gente que pasa y para que no se escape, es lo más seguro para él.

Se escuchó decir a uno de los cuidadores.

Como entretenimiento, se sacaba la ropa y estiraba sus genitales, o los golpeaba, logrando sonidos de palmoteo con ellos. Acompañado de gritos. Pasó el tiempo con su desnudez, de una celda a la jaula y de la jaula a la celda. Así, diez años de corral, de encierro, de desnudez.

Pero, no estuvo completamente solo. Pronto otro niño, de su misma edad, fue internado junto con él. Ingresado por vía judicial, a fin de resguardo y tratamiento. Fue su modo de llegada. Pedro fue su compañero de jaula, desdicha y desventura.

Silentes, desnudos, impotentes, cohibidos, lejanos: compartiendo el abandono, en el mutismo de los alambres y muros grises.

Dos niños aislados, sin piel, sin palabras, sin sentidos, sin escuchas, sin movimientos: encerrados en la nada, en el vacío del sentir, del vivir, del estar.

Uno, dos, cinco, diez años: diez días del niño, diez navidades, diez días de reyes, diez días de la madre, diez años sin escuela, juegos, amiguitos, familia, plaza, pelota: diez años de condena.

Allí convivían con su materia fecal, con la que jugaban o comían. Desnudos durante el día y la noche, sin marcas blancas en el bronce de la piel. En una ausencia de contraste de huellas del sol. En la noche los llevaban a una sala de seguridad, con candado: “para que no los violen los otros pacientes".

Fue segura la tutela en ese encierro, a la que se sumó la parodia del tiempo; para dar sentido a la impotencia. Perdidos, en los laberintos de la incertidumbre. En cuclillas eternas, o sentados, hamacándose con el tronco, aleteando con los brazos abiertos, o golpeándose el rostro, hasta sangrar. Gritando, mordiendo la vida, que se mecía en la violencia del maltrato, del olvido, del abandono: quebrando su voluntad en el vacio de la muerte en vida.

El estatus sicótico, fue la defensa psíquica, para desdoblar y disociarse, aguantar, alterar, aguardar: anestesiando esa realidad miserable, con la locura.

3.

Pasó el tiempo, unos 10 años, y una organización no gubernamental realizó una denuncia contra el Estado Paraguayo ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Uno de sus enunciados fue: "Daño irreversible a niños y sobre personas detenidas". Querían poner un límite. Es que habían pasado diez años de silencios cómplices, de denigración, de delitos, de impunidad.

Pronto llegaron medidas cautelares contra el Estado paraguayo, la CIDH exigía la reparación de lo irreparable. La movilización en el Hospital Psiquiátrico, fue insólita, histórica e inmediata. El propio presidente de la república, en una rueda de prensa, armó un circo con lo que sucedía.

Destituyó al director del hospital ante las cámaras y allí mismo buscó un nuevo director. El nuevo director debía cambiar ese escenario de jaulas y violencia, como tratamiento del autismo. Desde ese momento, la vedette del manicomio fue el área de rehabilitación.

4.

La propuesta fue puesta en la sección de rehabilitación: el desafío estaba allí, esperando un cambio más allá de las jaulas terapéuticas. La pregunta de partida fue: ¿cómo recuperar los lazos afectivos perdidos por la desidia?

Las heridas mentales abiertas en ese largo encierro, estaban en la psiquis, en el cuerpo, en el espacio, en los recuerdos y en la historicidad de la impotencia, frente a la violencia. Sí, una marca de historias, en el silencio, la resignación y muchas preguntas: ¿Cómo volver, cómo encontrarse, cómo retornar, cómo comunicar?

Primeramente se iniciaron trabajos de rehabilitación con Joaquín, mientras se evaluaba la situación de Pedro. En la nueva sala designada para él, se presentó Eliane, la rehabilitadora. De contextura pequeña, ágil, vivaz, de unos veinticinco años. Todos los días se la veía junto a Joaquín, firme, apostando al desafío del encuentro, del sentimiento, de la esperanza. Sin experiencia de ser madre, pero de naturaleza fuerte, afectiva, constante, metódica, vinculante: humana.

Luego de unos meses, lo vi a él, sentado en la entrepierna de ella: como si lo estuviera pariendo de nuevo. Esa imagen la tengo fijada, en los recuerdos, como una clara propuesta de maternaje, que exploraba y buscaba contactos, recuerdos, palabras perdidas, que había que recuperarlas: el apego fue la realidad de los dos.

El, mostrándose, contactando, reflejando. Ella, complementando, lenguajeando, en fin, decodificando y complementando necesidades.

En encuentros para sentirse, mirarse, escucharse. Metiéndose juntos, en las profundidades de ese trance histórico, doloroso, silencioso, vacío, secuelado por el abandono y el maltrato de ese lugar de encierros eternos. En realidad, no fue fácil, ni espontáneo, en los primeros acercamientos fue violento con ella: la pegaba, la escupía, la rechazaba. Pero ella, pertinaz y terca, volvía una y otra vez, a buscarlo. Firme y flexible, para intercambiar, contener y así integrarlo en una relación.

Hasta que por fin, él la fue reconociendo en sus espacios y la permitió acercarse. Pronto su presencia familiar, lo tranquilizaba.

La primera parte de la tarea estaba hecha, los lazos embrionarios de esta corta historia, emergían en una matriz social co-constuída, abriéndose a una realidad más allá de los encierros.

5.

Había que buscar cómo sacarlo, de esos muros proscritos. Sabíamos que él tenía una familia: una madre, padre y hermanos. Un día de casualidad, una hermana de él que estudiaba enfermería, se encontró con Joaquín en el manicomio. Ella de pasantía y el de internado. En medio de su autismo y encierro, de su regresión enquistada, la vio y la reconoció. Le sonrió y emitió un gorgoteo diferente. Ella lo miró, como no creyendo y se puso a llorar, mientras el gritaba. Ese llanto y el silencio marcaron la cercanía de la culpa, pesada y eterna, de un mandato familiar, que obligó la realización de este aborto social.

Es que cuando la vida interpela en la existencia de un rostro a rostro, como ocurrió con ella y el, las palabras se diluyen en las lágrimas y el encuentro tiene sentido, que se desatan en llantos. Por eso, ella fue junto a su profesora, a comentar lo que estaba viviendo. Días después comenzaban señales fuertes en el área de trabajo social, para las gestiones de encuentros con su familia, su historia, su sangre.

6.

El resto fue articular lo social, con los deseos, las posibilidades y lo que se tenía. Ya con el ilusión de la familia, se organizó la vuelta a casa. En la medida que se prendía la esperanza, la mejoría progresaba. Joaquín volvió a sonreír, comer, vestirse. Con las visitas a la casa de su familia, se fue trabajando el imaginario de la inclusión y el puente, estuvo construido, en la realidad.

Hasta que llegó el día, en que todo eso quedó atrás, y fue diferente. Despertó, con otras angustias, otra vida. Afuera la camioneta, con logo HP, se disponía a llevarlo a su casa.

Se cumplía uno de los ítems de las medidas cautelares, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, acerca de "daños irreversibles en menores". Que contraste, eso de volver a la casa, con la libertad puesta, frente a los que se quedan. Celdas ocupadas, aseguradas por candados metálicos y mentales, de poderes hegemónicos históricos, para la cadena perpetua de la locura.

De la boca de Joaquín brotaban gorgoteos sonoros, exacerbados por gritos y golpeteos de sus manos, que junto al balanceo de su cuerpo, podían ser comprendidos. Denotaban alegría, dando sentido, aun, en una boca mutilada por espacios de dientes ausentes, que mostraban felicidad.

Llegó a su nueva casa, junto a su antigua familia. La que le vio nacer. Una nueva historia se escribía, para relatar que los milagros, también existen en los manicomios.

Pedro su compañero de vicisitudes de ese hospital de alienados, quedó a la espera...

 

HAVISO

A veces en la vida, nos devienen cosas extrañas. Si, como cosas, que no podemos manejar con nuestro repertorio natural. De distintas intensidades. Algunas tan fuertes, como para quebrantar nuestras rutinas eternas y otras tan intensas, que rajarían los muros de un manicomio. De esas, que rompen los esquemas ancestrales y reclaman atención, por lo diferente.

Un psicólogo diría, eso lo causa el estrés, es la oportunidad del cambio y si la cosa es grave diría: es una crisis.

Pero para las instituciones, roídas y endurecidas por rutinas eternas, las crisis son consideradas amenazantes y catastróficas. Como un golpe de estado que se gesta en el seno de un cuartel, donde el soldadito, cree, que al terminar la batalla será un general.

¿Cómo sería la crisis colectiva en un manicomio? Fue la pregunta, que abrió esta historia.

El desafío fue puesto, como algo que significaría el fin, para ese reino de psiquiatras y enfermeros. Como el final de una dictadura eterna, abriendo grietas, hendiduras y puertas en sus muros. Bajo riesgo, de ellos, que por allí fluyan vientos diferentes, con aromas de libertad. Algo desconocido para algunos y agradable para otros, por tanto tenebroso, para ese sitio de restricción y encierros.

Sí, en ese manicomio de la antigua calle Luna, hoy Venezuela entre concordia y amistad. A casi 120 años de su fundación, una extraña pareja de fantasmas, la osadía y la libertad, parieron un vástago. Extraño para ese lugar, por eso lo vieron diferente, o quizás fue visto como de esos, a quienes se los llama, con capacidades diferentes. Le pusieron de nombre: HAVISO, que significaba "Habilidades de la Vida Social". Cuando la propuesta dio sus primeros pasos, una casa y un grupo de pacientes estaban prestos para ser acompañados por un grupo de profesionales, y de esta forma iniciar la patriada de la desmanicomialización.

Es que en ese tiempo, la directiva del manicomio, actuaba a presión, a causa de un lío internacional por violación de Derechos Humanos. El Estado Paraguayo estaba con medidas cautelares de protección para con los enfermos internados. Entonces, con el nacimiento de HAVISO, se buscó dar respuestas a esa sanción latente, impuesta por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Se debía resarcir los Derechos Humanos a cada paciente internado, con una reivindicación personal, social y comunitaria. Era una orden del exterior, había que cumplirla.

Gran confusión en la cúpula manicomial, envuelta en la paradoja de definir ¿qué es la libertad, en un espacio de encierros?

En medio del estupor se iniciaron las propuestas. En el corredor de las ideas, de ese lugar, entre delirios, alucinaciones y la eterna restricción, se creó una casa- taller para entrenar a los enfermos mentales a recuperar habilidades perdidas por la manicomialización de su ser.

Mientras en el intramuros, la pregunta colectiva fue: ¿Una casa dentro del hospital?

Cuestionaban los funcionarios, algunos con curiosidad por lo extraño, otros con escepticismo. Pero algunos más frontales, molestos por la propuesta, opinaron:

- Aquí lo que necesitamos es una sala más grande. Cada vez es mayor la demanda de pacientes para internación y ya no tenemos lugar.

Es que, en estos depósitos humanos, donde al igual que la cárcel de castigo, se pone lo que no sirve.

Que con más de un siglo, ha sobrevivido, como el lugar donde la sociedad esconde la basura, para vivir la contradicción, de la protección y el maltrato, como hipocresía propia de los humanoides.

Y ese fue el escenario del proyecto, entre la controversia, la obligación, y los deseos de humanización, se iniciaron las propuestas de los hogares sustitutos. Unas pequeñas casas, para que un grupo de ex internados, acompañados por unos cuidadores capacitados en la propuesta, iniciaron la patriada de ejercer ciudadanía en un barrio, un pueblo, una comunidad. Lejos de los muros y de los encierros, que coartaron cada propuesta de fuga, ya que, aparte del lugar donde estaban, no existía un sitio donde ir, ni existir. La fuga se podía dar solamente en el vagabundeo callejero, en la posibilidad de asentarse en un baldío.

Era visible como, la condición de estar loco y depositado, en el encierro de esas murallas gastadas, les habían sacado la libertad de la mente. Por eso, cuando se abrían los portones, nadie intentaba escapar.

Eso me enseñaron ellos, y desde ese tiempo, en todos los sitios, por donde trabajo, las puertas siempre estuvieron abiertas. Como decía un profesor: "Deje abierto los portones, para que el que esté bien se marche, porque hay que estar mal para quedarse".

Fue algo que nunca olvidé, por eso lo apunto aquí.

Mucha resistencia hubo, para colaborar con el proyecto. Pero lo mismo. Se tuvo el grupo de pacientes, y se inició la propuesta para, ir a vivir fuera del Hospital.

Temprano se iniciaban las tareas de ir a buscarlos a las salas. A veces los enfermeros no los querían entregar, ya que algunos cumplían funciones en las salas, como barrer, baldear, recoger y lavar las tazas. Eso significaría, mayor trabajo para ellos.

En fin se formó el primer grupo. Se fue socializando la propuesta, con ellos, explicándoles detalles acerca de la invitación.

Pasaron un tiempo en HAVISO y luego realizaron la mudanza a la comunidad, fue una realidad diferente para cada uno.

De a poco, y por grupos, fueron a la comunidad, a sus casas nuevas. Primero fue la ciudad de Limpio, luego Luque, luego San Ignacio, luego Barrio Jara de Asunción.

En cada arribo, la constante de la incertidumbre y la esperanza, pintaban el mundo de cada uno. Curiosos, expectantes, ansiosos, temerosos... allí fueron.

Pero cuando llegaron al barrio, otros muros encontraron, el de los manicomios mentales y culturales. Invisibles, tácitos, anónimos, rígidos. Firmes para la exclusión. Esos que se construyen y se dan en las conversaciones, para denigrar, marcar, dominar: los muros mentales. Esos que se levantan, para enfrentar al miedo, de lo que no se puede controlar, ni comprender.

Por eso, el ciudadano común cree que los enfermos mentales deben estar encerrados. Como si el estatus de locura, los condenara a cadena perpetua.

Pero, el desafío estaba puesto y en medio del vetusto hospital se construyó una casa que haría de taller de entrenamiento a un primer grupo de ex pacientes que se integraran al Proyecto HAVISO.

De allí, cada quien partió a los hogares sustitutos. Iniciando una nueva carrera hacia la utopía de la desinstitucionalización, puesta en la participación y la construcción de ciudadanía.

CIERRE DEL PROYECTO HAVISO

En realidad esta es una historia que creí que nunca la contaría, pues da cuenta de cómo una vez más, ese monstruo comedor de sueños, sin piedad, hizo desaparecer los sueños de libertad. Quizás solo sea una pesadilla, pero al momento de esta narración es lo que sucedía.

Pasaron 6 años de historias de hogares sustitutos y llegó el golpe político con la destitución de Lugo.

No comprendí mucho inicialmente, como eso podía afectar a los hogares sustitutos. Tarde me di cuenta de mi error. Ya me lo dijeron antes, esto de trabajar en esto de los sueños y los deseos, es cosa de zurdos, noctámbulos y cazadores de utopías.

Rápida fue la cosa, un tiempo después, el nuevo Ministro en una de sus muchas audiencias públicas dijo:"Mi gestión será fortalecerlos hospitales".

Eso en el campo de la salud mental, significa fortalecer los manicomios, o sea las restricciones y los encierros. Y así fue, ya en los inicios del año 2013 luego de un cambio de tres directores del Hospital Psiquiátrico en un mes, ya con nuevas autoridades, volvieron al poder del manicomio los gremios.

En un tiempo de elecciones, la paz para con las autoridades de turno, era desde ya un voto colaborativo y sin escraches.

Por eso la victoria fue para los trabajadores, enfermeros, psicólogos y psiquiatras; esos que siempre lucharon por los intereses del gremio. Los grandes luchadores. Un poder de sindicatos, que hicieron pelea por sus reivindicaciones, pero nunca por la libertad y dignidad de los internados.

La lógica es algo simple, pues si los pacientes no existieran no habría razón ni trabajo en los manicomios. En esos espacios, existe un colectivo inconsciente histórico, con la creencia que los internados no deben ir a la comunidad. Si eso sucediera, implicaría trabajar en aspectos que hacen al cotidiano de una comunidad, en la incertidumbre que se resuelve con la creatividad y la conversación del colectivo. Diferente a los manicomios, donde el protagonista es el poder, el control, la rutina, la explotación, nunca la incertidumbre, ni la conversación.

Por eso, una de las primeras estrategias, de ese nuevo poder hegemónico, fue destituir a la coordinadora de hogares, cerrar HAVISO y abrir allí un taller de rehabilitación. Sí, como para que los internados se entretengan en un estar eterno, maquillando de humanidad la violencia.

¿Dónde ir, si no hay donde? Preguntó un paciente, refiriéndose a su vecindad, su casa y también su manicomio. Mientras un iluminado, decía: ¿Para qué los vamos rehabilitar, si no tenemos donde enviarlos?

Casi el 70% del presupuesto para la salud mental, está destinado para el Hospital Psiquiátrico, el 30% restante es para las unidades descentralizadas de salud mental comunitaria. Ni que decir, los olvidados enfermos mentales de las cárceles. Constituyéndose de esta manera, un modelo político de atención de la salud mental que prioriza la restricción, el maltrato y la violencia. Así, con sus defensores y detractores, las palabras olvidadas de un ciudadano desaparecido social, internado en el Hospital Psiquiátrico, son una realidad.

 

CARTA PARA LA LLEGADA

Limpio 5 de junio de 2006

A los pobladores de Limpio:

Con respeto y gratitud, nos dirigimos a ustedes, a fin de presentamos como nuevos vecinos de esta comunidad.

Somos un grupo de amigos que encontramos la oportunidad de relacionamos con ustedes a través de este proyecto de Hogar Sustituto, llevado adelante por el Hospital Psiquiátrico, desde el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social y un enlace con el Hospital Materno Infantil de Limpio.

El destino nos trajo la posibilidad, de poder participar en el desarrollo de esta experiencia histórica en Paraguay, junto con cada uno de ustedes. Nuestras esperanzas están puestas en la apertura solidaria de cada uno y creemos que eso puede marcar los rumbos para el respeto hacia cada uno de nosotros y de ustedes.

Nosotros estamos viviendo un proceso en el que debemos trabajar vínculos con cada uno de la comunidad, a fin de ir borrando los prejuicios, que marginan y excluyen, queremos incluirnos desde las actividades de la comunidad como el trabajo, las fiestas, los cultos y las misas.

La casa que habitamos, es un espacio abierto a los vecinos, ofrecemos tereré y conversaciones, así como nuestra amistad, desde un corazón abierto y sincero, para construir los lazos necesarios, para el desarrollo mutuo y cooperativo.

Con la esperanza puesta en este encuentro con la comunidad.

Los vecinos de la nueva casa de Limpio

* Carta que fuera entregada a los vecinos, en ocasión de la llegada de los nuevos usuarios del Hogar sustituto de la ciudad de Limpio.


LA PARTIDA

Aún me suenan, los ecos de las pesadillas vividas en la pesadumbre del largo encierro. Es difícil que eso pueda terminar de golpe y porrazo. Años de vivir y ver, día a día murallas eternas, sin horizontes, sin sueños, sin ilusiones, bañadas en moho por el paso del tiempo. La modorra por las drogas y... la rigidez.

Sedados, robotizados, impotentes por la rutina imperante, que nos envolvía: alienados, inmortales ante el dolor de no existir. Eso que nos saca la razón, para no pensar en cosas diferentes a la de esa blanca pared que encandilada por el sol iluminaba con la impotencia, dejando ver figuras que entretienen por su contraste con el moho.

Sí, esas que daba contorno y sentido a nuestras alucinaciones, que se fueron quedando, para dejarnos locos, alienados, desperdigados en esa condena de incertidumbre. Sin amigos, vecinos, familia, pueblo, historia...

Pero, eso quedó atrás. Ese día desperté, con otros ojos: los de la vida. Las palabras fueron las protagonistas: se escuchó diferente, se quebró la rutina. Había parido un nuevo proyecto, el de la esperanza y la libertad; algo extraño en ese lugar de rutinas eternas.

El ronroneo del viejo motor de la camioneta, con logo HP, calentaba una nueva realidad con su desgastado motor. Se disponían a llevarnos a nuestra nueva casa: ese día madrugamos. Temprano vinieron y acurrucaditos en la cabina nos fuimos yendo: una casa nos esperaba. Atrás quedaron esas historias de rutinas, encierros y locura.

Se estaba cumpliendo uno de los ítems de las medidas cautelares firmadas por el Estado Paraguayo ante la Comisión Internacional de Derechos Humanos, habilitar casas sustituías y en contrapartida achicar el manicomio.

Iniciaba un tiempo de ideas y discusiones políticas sobre cómo hacerlo, sin que las prácticas manicomiales sean exportadas a estos hogares. Temiendo siempre a los tentáculos de ese hospital de alienados, que podrían reproducirse en estas casas convirtiéndolas en pequeños manicomios.

En el viejo manicomio, una mezcla de rabia, culpa, dolor y alegría, frente al contraste de la libertad de volver a casa. Atrás quedaron la cadena perpetua, la locura y los muros eternos.

 

LA SALIDA

Era una casa que se construyó, en el patio de ese hospital del pueblo, lejos del ruido de la ciudad. Donde la gente, ve a la gente y quiere como gente. Allí ella llegó, con su bolso moteado, enganchado en su brazo y la idea de no volver donde estuvo, por que tan mal pasó, que quiso borrar ese lugar del mapa de sus recuerdos.

Junto con un grupo de compañeros ex pacientes del manicomio, ya no como los locos de allí, sino como Juana, Perla, Luis, igual que la gente del pueblo. Con la idea puesta, para hacer una historia diferente a la de los encierros eternos, en la dolorosa larga internación.

En las conversaciones previas con el grupo, acerca del proyecto, cada quien se había vuelto a encontrar con sus deseos. Volver a soñar la posibilidad de salir adelante, es esperar, imaginar, proyectar. Por eso, esto de ir a un hogar sustituto en vez de las frías salas o celdas, remplazaba a las pesadillas eternas, por sueños necesarios que desafíen nuevos propósitos.

Es que la vida, a veces, se quiebra con pequeñas locuras. Pero, cuando estas se juntan entre ellas, hacen una más grande y allí la cosa se vuelve cultura: en un exilio loco, en un sin retorno tilingo.

Que confusión, cuando el loco que nos habita desborda y las palabras no cierran en los abrazos insuficientes. La impotencia, se torna violenta y termina con una inyección de haloperidol intramuscular, para aplacar la incapacidad de todos.

Eso es marca registrada en toda internación y traza la linealidad sin retorno, en un más allá del delirio, en la soledad de los calabozos y de los encierros químicos, donde el espíritu indómito de la locura, claudica en el vacío eterno de un manicomio.

Hubo un día, de esos diferentes, de esos que ocurren y marcan la diferencia en la historia. Y más allí, en la patria de las rejas y los silencios. Ese día, las palabras evocaron libertad, no sólo para abrir candados, sino para proyectar salud en cada cual.

Jacinta tuvo su día, la llevaron a lo que parecía una consulta y le explicaron cómo sería mudarse de allí. Una casa que iba a ser suya y de otros compañeros del hospital.

Para ella no fue una sorpresa. Sus emociones, hace rato se habían subyugado, al hastío producido por la medicación y la rutina; vaya a saber donde quedaron, la risa y el llanto, la esperanza, la incertidumbre.

Por eso, mientras le contaban acerca del proyecto de la casita, ella miraba lejos, en ese horizonte gris y fragmentado por las rejas.

Es que los años de encierro, no sólo decoloran la piel, por las sombras, sino que, con el paso del tiempo, los sentimientos se cubren de tonos grises, hasta quedar obscuros y vacíos, como muertos internos que deambulan por el mundo de las ideas, lejos de los caminos y de las luces, de los deseos.

Pero ese día la consulta fue diferente, pues ella participó activamente, con la exposición de sus deseos. Su mirada esbozó una mueca de sonrisa y sin mediar palabra alguna, asintió con la cabeza, en silencio. Eso se consideró como un consentimiento, y se la incluyó en la propuesta de entrenamiento en las actividades cotidianas del manejo de un hogar.

A ella la habían elegido por que se manejaba sola. De su familia hacia años no se sabía nada. Además era pulcra, autónoma, sin complicaciones en la convivencia con compañeros.

La casa para el hogar sustituto quedaba lejos, se planteaba como algo distinto, soñado, imaginado, que solo lo comprenderíamos si recordáramos el momento en que nacimos, inspirando confiadamente en la vida, que nos llamaba, para vivir. Compartiendo con mamá, con la familia, con la comunidad. Las historias se forman después, de acuerdo a lo que nos toca vivir, a cada quien: en situaciones y relatos diferentes. Junto con la gente, que nos presta sus mundos, para sernos y existir en la historia que nos identifica. En nudos, que se van atando despacito, para forjarse en el alma y la razón, la sensación de pertenecer, de vivir, sufrir, odiar, amar, existir.

Por eso toda la esperanza estaba puesta en ese lugarcito de pueblo. Lejano por cierto, para realizar esa patriada de la desmanicomialización, tomando distancia, lejos de los tentáculos del manicomio.

Lejos, como para escapar de ese cementerio de elefantes, donde cada quien, como paquidermos viejos, llegan de a uno, en su tiempo, a esperar la muerte síquica, social, física.

Cuando llegó la hora de la partida, la euforia de todos fue el fondo exacto para iniciar el retorno a la comunidad. Y así, enfilaron hacia el pueblo.

Una camioneta llena de bártulos, enseres, cosas y expectativas de crecer. Atrás y lejos las paredes enmohecidas por el tiempo, rasguñadas por uñas quebradas, de intentos y también de deseos muertos.

Ese día al frente y hacia adelante, con sueños y proyectos. Un sólo propósito: contar una historia diferente, personal, libre, sin dolores, ni señalamientos.

Hasta que al fin llegaron, juntos, lejos ya del hospital. Una mezcla de esperanzas, miedos, incertidumbres, pero con un compromiso claro, con el deseo de volver a sentirse persona y no un internado numerado, codificado.

Arribaron cerca al medio día, con un calor intenso. Se vieron llegar en ese extraño pueblo, de paradojas y vacas, donde ellas gozan del estatus del desarrollo. Cualificando la región de tinte ganadera. Solo que ese gozo vacuno, termina en un matadero de Asunción, para exportar la carne a Europa y lo sobrante pueda ser saboreado en el pueblo, como batiburrillo.

Muchos del pueblo no conocían las intenciones, ni los propósitos de ese proyecto de hogar sustituto. Para ellos, esa casa era algo así como una sucursal pequeña del manicomio, lo llamaban psiquiátrico'/'. Incluso algunos jueces quisieron internar a pacientes en crisis, por orden judicial, y se les tuvo que explicar lo que significaba la propuesta.

Cuando el grupo llegó, los recibieron curiosos, con su mundo de creencias y rumores acerca de la peligrosidad de la locura: una barrera puesta a la propuesta, un muro cultural, de prejuicios y actitudes, como para encerrar y marginar.

Para todos, ese fue el primer desafío. Había que confrontar, hablar, interpelar con la mejor onda. Fue estratégico. Prensa, susurros, chistes, todo fue válido.

Sin darnos cuenta, se nos había plegado la gente que trabaja en el hospital, del comité de salud y de las iglesias. El resto, se fue acercando con el correr del tiempo. Luego ese muro de creencias simbólicas de exclusión, simplemente desaparecieron.

Es que ellos, recién llegados, allí estaban, perennes en el tiempo. De a poco fueron participando en lo que sea. En los encuentros culturales, en la plaza del pueblo, en los actos religiosos, en las procesiones, en las marchas, incluso en las votaciones. Primero con desconfianza, luego con recelo, para luego terminar en alguna fiesta, bailando como en su patria chica.

No es fácil paliar la experiencia dolorosa de años de encierro y abandono. Por eso, para Jacinta su nueva vida de pueblo fue un bálsamo. Nuevos amigos le armaron realidades diferentes, y eso le fue despejando su alma dolida. Recordó nombres, detalles de su historia. Mientras los días pasaban se dio cuenta que su vida tomaba sentido en lo que hacía en la casa: la limpieza, el reloj, el calendario, las anécdotas.

Pronto la gente del pueblo los fue viendo, los adoptó y los incluyó como hijos de allí. O sea, no hace falta pagar o estar loco para ser. Allí te quieren, sí, simplemente te quieren y ya está: existís como ellos.

 

CHAT

1.

Panchito tenía doce años, cuando su padre lo traía al consultorio del hospital psiquiátrico. Pequeño, motudito, inquieto, travieso, buscando, trepando, siempre de la mano de su papá, para que no se escape, para que no se pierda, para que no juegue. Apenitas escuchaba cuando eso y no hablaba nada, solo emitía unos sonidos inentendibles, tratando que lo entiendan, con su carita llena de muecas y la mirada impotente de ojos negros, grandes, curiosos, versátiles.

Le habían recomendado consultar por que no podía quedarse quieto. Por eso iban y venían desde su lejano Capitán Miranda, cuarta línea, a unos cuatrocientos kilómetros de Asunción, tan lejos, pero tan lejos, que era notoria la esperanza de resolver la incomunicación del hijo. Ese niño, precisaba con urgencia acceder al mundo de las palabras; curioso, lleno de inocencia, buscando la novedad, la ilusión, el juego. Muchos fueron los viajes. Ir y volver, varias veces, sin resultado alguno.

Lo que para sus padres fue una peregrinación de impotencias, para este niño fue un aprendizaje a viajar, ver lo diferente, apostar a lo incierto. Fueron como cinco años de visitas a la capital, donde estaban los especialistas. El cada vez escuchaba menos; hasta que un día, quedó completamente sordo. Vacío de ruidos y en la imposibilidad de construir ideas con las palabras imaginadas.

Atrás quedaron los costos, que obligan pagar pasajes ida y vuelta para dos, estadía en la capital, estudios médicos y la limitación de que el adulto que lo acompañaba no pueda trabajar en ese el tiempo.

Había que vender la vaca, a veces el chancho o las gallinas. Caro, caro, carísimo y nunca el problema se pudo resolver. Y no pasaba solo por los viajes, también necesitaba que le compren un audífono. ¡Ah! y la rehabilitación del lenguaje. Por eso, de a poquito fueron quedándose allá lejos. Su gente en la resignación de la impotencia y él en el silencio inocente de un sordomudo.

Pero lo mismo fue aprendiendo. Su padre lo incluyó en los trabajos de la chacra, junto con la familia. De a poco, por aproximación o espejeo, fue adquiriendo destrezas en las labores del campo. Es que para el manejo de estas herramientas, se perfecciona mirando, usando, probando, haciendo, acoplando el cuerpo a ellas, hasta que va saliendo y el surco tiene sentido de siembra, cosecha, alimentación, esperanza. A él, muy pronto se lo vio trabajando junto con sus padres y hermanos en la chacra de la familia y en la zafra del algodón.

En ese lugar, donde la tierra colorada es resbaladiza como la manteca y todo lo que se entierra en sus entrañas, crece, crece y crece, para dar de comer al que lo planta.

En las pequeñas capueras, para los pobres o en los latifundios, para volver millonario a los sojeros que apuestan a la mega producción, borrando bosques, contaminando, cercando y aislando a los lugareños más humildes.

En algún momento se pensó que esa sordera, era consecuencia de la exposición temprana a los agrotóxicos. Pero en ese lejano lugar de muchos pobres y escasos, muy escasos ricos, lo que interesa es el bien producido, ah y también el PIB, que al final va a parar a una sola cuenta bancaria, para ampliar las diferencias que subyacen en la pobreza, la impotencia y el olvido.

Pero no todo fue malo para Panchito, él tuvo su sillita en la escuela de la compañía, y hasta allí llegó, para empezar a leer y hacer cálculos. Algo debió de haber aprendido en ese lugar de juegos, encuentros y aprendizajes, donde no se reflexiona tanto sobre la necesidad y el hambre, sino sobre quién es el más veloz, el que escupe más lejos, el que mete más goles y el tenía esa cualidad, por eso era apreciado en el equipo de la escuela. Varias veces goleador de su equipo campeón, imbatible. El siempre atento, veloz y certero: terror de los arqueros.

Creció, pasó el tiempo, sus padres lo vieron felices cuando esbozaba letras y números en su cuaderno. Por eso las peregrinaciones a la impotencia cesaron. No así las esperanzas, que también con el tiempo, quedaron en letras muertas. En el consultorio del hospital psiquiátrico nadie supo más de él. Unos 10 años pasaron, hasta que, un día la comisaría policial recibió una denuncia.

Los vecinos denunciaron a un hombre de barba larga y sucia que deambulaba por la calle, mirando por todos los lados, hablando solo, con una vestimenta que apestaba.

-        Comisario, hay un hombre extraño, muy sucio, que habla solo y lleva una bolsa grande de cosas. Da mucho miedo a los niños y los perros se pasan ladrándole, nosotros también le tenemos miedo.

Era la voz de la esposa de un político influyente, a quien conocían en la comisaría, por sus actividades de beneficencia. Por tanto, esa voz, sonó como orden.

-        Positivo, vamos a verificar señora.

Fue la respuesta inmediata, para salir a buscarlo.

Y fueron hacia allí con la camioneta policial colorada. Esas antiguas, de la década del 70 - 80 que llamaban caperucita. Siniestra y misteriosa en tiempo de la dictadura. También paradójica para los niños, pues en el cuento, era el lobo y no caperucita la que cazaba.

En Paraguay todos conocían a esta caperucita, que metía terror a la noche, en el virtual toque de queda para esconderse y guardar silencio. Este era un cuento para adultos.

También el que aullaba o andaba en actividades obscuras o el que tenía cierta relación con la luna, como los lunáticos, debían ser cazados por la caperucita. Por eso en ella salieron a cazar al hombre de la bolsa, que deambulaba por la calle.

Pronto lo reconocieron, fue fácil, pues sus formas no eran del común. Como diría un estadístico, se desviaba de la norma. Vestido zaparrastrosamente, sucio, lleno de piques, mirando de aquí para allá, zigzagueante. Ebrio como estaba, comprendió con el primer golpe. No dio vueltas, no se resistió; entendió lo que pasaba, alzó sus cosas y subió a la camioneta. El cachiporrazo fue certero y convincente.

Pronto, el tufo a suciedad y guarapo inundó el vehículo que lo movilizó rápidamente para deshacerse de él en el patio del hospital psiquiátrico.

-        ¡Allí trajeron un paciente!

Gritó un enfermero y fueron a buscarlo. El baño de admisión fue la sentencia, para que le saquen la ropa.

Desnudo, manguera, jabón, ducha, peluquería, corte, rostro afeitado; tiraron su gran bolsa, con sus cosas a la basura y allí el amanecer, lo parió en el manicomio.

Despertó en su desnudez, limpio de toda roña que era su compañía. Dolorido por el cachiporrazo, por la violación.

Afuera de esas rejas y muros, quedaron su historia de caña, silencio y vagabundeo.

Se sentía otro, no era él. Comenzó a caminar y mirar en esa sala llena de moho a sus otros compañeros internados que hablaban solos, miraban lejos, le tocaban. El no los escuchaba, solo los veía. Su angustia desesperada fue la antesala de la crisis de locura.

Es que, estar en ese pozo de miseria, contra su voluntad, más el alcohol que por años fue su fiel compañero, justo en ese momento le condicionaba la lealtad, con el síndrome de abstinencia.

En realidad el no quiso dejar el alcohol, pero dejó de ingerirlo por causa de la internación. No tenía acceso a comprarlo y a la espirituosa, cuando se la abandona, la abstinencia, arma el calvario para la locura.

La suspensión forzosa, fue la propuesta terapéutica, para proteger este ciudadano. Ya en la primera noche gritaba cosas inentendibles. Perseguía seres imaginarios, hacía como que trabajaba la tierra y golpeaba a algunos compañeros.

Creía estar con Rocío, el buey del arado, de la familia. Solo que allí en ese manicomio de surcos imaginarios, él lo hacía, sembrando en medio de la desgracia de ese encierro, de locos y abandonados.

En los días siguientes, ya en consulta, el doctor lo miró, por encima de sus gruesos lentes. Lo vio en el abandono de su silencio e incomprensión. Le preguntó su nombre, a lo que él no respondió, le realizó unas preguntas más y el silencio fue su respuesta. Vio en sus gestos aletargados su situación de abandono, lejanía y vacío.

-        Es un crónico, con síntomas catatónicos.

Comunicó eso al enfermero y escribió cosas inentendibles en una ficha verde, con el nombre de N.N. (No nato, no nacido). Sin familiares. Traído por la policía. Indicó una medicación y lo envió de vuelta ese pozo de sapos sin esperanza.

Como ciudadano no existía. Loco, mudo, sin documentos y denunciado. Por eso allí lo dejaron, en ese corral de pena, injusticia e impotencia. Pasaron horas, días, semanas, años, dolores, esperanzas, noches, medicación, encierro, aislamiento. Fabricaron en él un modo de destrucción lenta e imperceptible. Para matarlo en cuotas, hasta secarlo y derribarlo, en el vacío, hasta desaparecer en la locura. Meses después diagnosticaron, síntomas negativos y actitudes catatónicas, que agregaron a la ficha, diagnosticando su silencio. No hubo más preguntas sobre por qué no hablaba.

Pasaron dos, cuatro, ocho años. El se acostumbró a la rutina de encierros. Asistía a una especie de carpintería en el área de terapias. Se pasaba lijando madera, siempre sonriendo.

Un día a la mañana, yendo hacia el taller, se encontró con una enfermera que lo reconoció, de la época en que era un niño y venía con su padre a las consultas. Cuando lo vio fue a su encuentro.

Fue una fiesta para ambos. Muchos la miraron. No es común esta actitud humana en ese lugar de silencios y rutinas eternas. Dicen los estadísticos, que siempre debe existir una anormalidad, para poder comparar con la norma.

Y       así les fue; seña va, seña viene; mueca va, mueca viene. Comprensiones y entendimientos cómplices, que iban y venían. Un desafío al silencio virginal de ese corral de mutistas.

Para él, esa enfermera obstinada por el dolor ajeno, fue la llave para salir. Siempre volvía y volvía a venir para tratar de hacerse entender. Cuando se dio una oportunidad para que el pueda cambiarse de sitio, allí lo llevó. Hablo por él y lo presentó como candidato. Ella lo conocía desde hacía 20 años. Del tiempo en que ella trabajaba en el área de la consulta externa.

Conocía de su historia, sabía de la existencia de su padre, que lo acompañaba en la consulta. Por eso buscaron la ficha vieja del archivo y de NN pasó a llamarse Francisco. Se pusieron a buscar a los familiares, nadie sabía de ellos. Unos dijeron que se mudaron a otro pueblo, otros dijeron que el padre había fallecido y la mamá se fue a vivir a la frontera.

Pero no todo fue malo, en la evaluación para el proyecto HAVISO se lo declaró autónomo, sin problemas con la justicia y sin familia. Por eso fue incluido, sin impedimentos en la propuesta de habilitación de un hogar sustituto.

Iniciaba un tiempo nuevo, en los talleres de HAVISO (Habilidades de la Vida Social), sí, en esa proposición de casa virtual en el medio del hospital. Allí se sintió incluido y se lo veía, día a día, noche a noche, junto a un grupo que intentaba hacer la primera experiencia de salir del manicomio, para vivir en un hogar sustituto.

Pasó el tiempo y llegó el gran día, el pueblito en el que se construyó la casita los esperaba. Debían partir de esa casa virtual intramanicomio, hacia el hogar sustituto. Una casa de verdad, con vecindad y sin candados, como las celdas del manicomio.

Primero fue difícil, la comunidad les tenía miedo, y no habían espacios donde estar para ir incluyéndose en la vecindad. Además el fantasma del encierro circundaba. Es difícil salir de una forma de convivir, por las lealtades construidas. Pero todos sabíamos que eso no podía ser, ya que las promesas eran manicomios nunca más.

2.

Ya en la casa, dejó sus cosas en la cama y salió corriendo a mirar el patio. Respiró profundo el aire de libertad y vio una invasión de gente en el patio. Muchos curiosos, mucha gente del hospital que los había llevado. Los acompañantes, las autoridades, la gente de la comunidad, emocionados todos, por lo que estaba sucediendo. Hasta que llegó la tardecita y se retiraron todos. Así llegó la primera noche, que los encontró juntos. El grupo y los acompañantes, sentados alrededor de la mesa, hicieron su primera cena en casa. La emoción fue atravesada por el silencio, que de repente, se rompió en una oración. Todos estaban muy cansados, fueron a sus dormitorios, todos durmieron.

Pasaron los días y para él, todos los días eran iguales, no tenía noción de los calendarios. Pero entendía acerca de lo que le pasaba y pensaba que eso, era mucho mejor que ese pozo de encierros.

De a poco le fueron suspendiendo la medicación y no pasaba nada, o sea no sicotizaba. Al contrario, mejoraba su sociabilidad y destrezas manuales.

Pronto se comprometió con las actividades de grupo en el hogar: actividades de la casa, salidas a la comunidad, fiestas. Caminando por las calles, conociendo lugares, participando de la vecindad.

Siempre sonriente al dirigir la vista, un mecanismo común en los sordos, con buena onda. Cuando se cruzaba con personas de tinte narcisistas o histriónicos, les hacía felices, les hacía creer que eran hermosas. Pero si eran desconfiados, algo así como paranoicos, les hacía creer que les perseguía.

A otros, como los dependientes, les despertaba compasión, por la proyección subjetiva y le daban algún dinerito. Ah y a los fóbicos, les daba miedo, porque no sabrían seguramente como manejarse con él.

Lo que en realidad pasaba con él, es que trataba de ver las palabras. Era como si estas volaran sin que sus orejas las atrapen. Por eso era muy visual. Buscaba descifrar los mensajes, en los movimientos de la boca y los gestos, para compensar la imposibilidad de escuchar.

Al año siguiente le inscribieron en la escuela de adultos y hacia allá fue. Siempre mirando y sonriendo a la maestra que le fue dando ejercicios, para averiguar, qué nivel de conocimientos tenía. Comenzó de cero con él. Aprestamiento, círculos, cuadros, palitos, líneas, números. Sí, todo estaba intacto en su memoria.

El conocimiento se iba desenterrando de su historia. Había sido sepultado por el alcohol, el encierro, el maltrato, las sobredosis. Allí en la escuelita nocturna estaba reparándose, reaprendiendo.

3.

Llegó un tiempo de preguntas y curiosidad. Había reaprendido a escribir y leer. Pronto le llamó la atención del uso de teléfonos celulares. Esto de la tecnología es algo que se mete rápido, sin darnos cuenta nos estamos comunicando desde nuestro fono de bolsillo, con el otro lado del mundo. Algo así como desde el ombligo a las uñas de los pies. En la casa tenían teléfonos celulares, los acompañantes, las psicólogas. El veía, sin comprender, como hablaban o como que miraban el aparatito, para leer los mensajes.

Un compañero del hogar, trabajaba en una especie de delivery. Su trabajo lo hacía en una bicicleta y usaba su celular, para levantar pedidos.

A Pancho le costaba comprender eso de que uno hable solo, con el aparatito en el oído. Eso no estaba del todo integrado en su historia.

Cuando veía gente que hablaba sola, recordaba a sus compañeros de la internación, con sus eternos monólogos. Por eso les miraba y sonreía, debía ser por compasión.

Un día una de las profesionales del equipo técnico, estaba escribiendo un mensaje en su celular. El, al ver lo que hacía, se acercó, a mirar que hacía. Ella le puso el aparato, en las manos y le fue mostrando acerca de su uso. Sonreía mientras lo manipulaba y lo miraba. Sin éxito intentó ponerlo en su oído, como los hacen todos. Pero grande fue su sorpresa cuando al oprimir botones, brotaban letras en la pantalla. Feliz se puso. Descubrió que además del lápiz, se podían hacer letras con botones, en ese aparatito.

La profesional se dio cuenta del hallazgo y organizó un plan para que el aprenda el uso del celular. Habló con el cuidador del hogar acerca del plan y organizaron juntos, una estrategia para que Pancho aprendiera el manejo del teclado en el teléfono. Consiguieron un celular, usado y barato, sin chip, para que practique. Se mostró constante, entusiasmado, curioso, contento. Se pasaba practicando.

Entendí de él, que tanto lo existencial como la virtualidad, son realidades tangibles para el desarrollo de las ideas y las acciones.

Para Pancho, eso de pasar de su antiguo silencio catatónico, que después fue de sordera, al redescubrimiento de las palabras escritas en la escuela, y que estas, puedan ser escritas y leídas en otro aparato, fue un paso increíble. Comunicar, comunicarse, encontrar otras aristas que hacen a la comunicación, fueron su nueva exploración.

Recordé acerca de mis primeras experiencias como psiquiatra, de la década de los ochenta. Esto de la catatonía, parecía la muerte y que sólo el choque eléctrico -como lo decían antes- lo podía salvar.

Aprendí con Francisco que, más allá de los silencios, la intimidad de la persona, hace a su dignidad y la curiosidad abre la búsqueda de develar el misterio que hace a la relación.

Un tiempo después, recibí un mensaje en el celular. En la pequeña pantalla, leí.

-        Hola Doctor, soy Pancho.

-        Qué tal, como estás.

Le respondí.

-        Muy bien, hasta luego.

Fue su respuesta.

Y así quedé con él, no continué el chateo, por respeto a su saldo.

ATOPA CHUPÉ

Flores, aromas, junto al celo animal cortejan y derraman la primavera en el pueblo: tierra roja, humedales e historias de indios rebeldes y hostiles. Un territorio donde las vacas marcan la economía del mercado, para que unos pocos que las tienen, las disfruten y las vendan al mejor postor. Mientras una mayoría las mira, las desea y trabaja cuidándolas, para el sustento de su familia. En ese lugar, a unos 260 kilómetros de Asunción, se construyó un hogar sustituto.

Para acogerlo, el Hospital Distrital cedió una parte de su predio. En principio temíamos que se asocie el hogar con una casa de resguardo de enfermedades, cuando la propuesta para ese sitio era de salud. Pero, era lo que teníamos y había que conformarse con eso. En fin en comparación con el manicomio, ese lugar era un paraíso.

Se construyó la casa, que se inauguró con una fiesta. Hacia un tiempo que el pueblo había sido acompañado por un médico que había llegado hasta allí para trabajar las redes comunitarias. El Dr. Agustín, en su pasar por ese lugar había abierto y entrelazado redes en la comunidad.

Pero, paradójicamente tanto fue su trabajo que se formaron dos asociaciones de familiares de sufrientes psíquicos. Cada cual se disputaba los espacios políticos en el área de la salud mental. Eso fue bueno y malo a la vez, según el momento en que se realizaban las actividades.

En fin la casa estaba construida en ese pueblo y esperaba al primer grupo de ex internados.

De a poquito, fueron llegando desde el Psiquiátrico. Despacito, en andares silenciosos, mirando abajito, sonriendo tímidamente a la gente.

Con el pasar de los días, fueron recorriendo y ocupando espacios en el pueblo: la plaza, la iglesia, las calles, la gente, la fiesta. El tiempo los fue ubicando y fueron parte del cotidiano del pueblo: la gente los saludaba y ellos les devolvían el saludo.

Con este grupo se había trabajado la propuesta de mudarse allá, lejos de Asunción. Un desafío con la esperanza puesta en el proyecto de rumbear para allá y salir de la condena social de la alienación.

Esa casa fue la oportunidad para el retorno y para la reconstrucción de sus identidades.

Cada tanto voy a visitarlos. Hacia allá voy en una camioneta a la que llaman Unidad Móvil de Salud Mental. Para mí, ese día es diferente, un corte a la rutina: levantarse a las 3:00 AM, ir hasta el Ministerio de Salud, abordar la camioneta e intentar continuar durmiendo sentado mientras viajamos al lugar donde debemos trabajar. En ese viaje, el sol siempre despierta y encandila a todos, como jugando con nuestra somnolencia. Todas las veces que puedo, le disparo con mi cámara y capto momentos eternos. Busco atraparlo y no puedo, pues cuando miro la imagen atrapada, ya no me calienta: no es igual.

De allí, tengo los amaneceres más insólitos en la memoria de mi cámara, horizontes que se muestran en bocetos oscuros de líneas negras que luego estallan en colores, matizados y abiertos de luz, en paisaje vivaz, rápido, móvil, libre. Así es siempre, cuando vamos hacia allá.

Hermoso es mirar libre desde esa ventanita del móvil. Siempre pienso y comparo con los muros añosos e impenetrables del manicomio, en el que la restricción sin límites enclaustra las interpelaciones del delirio, matando ilusiones y utopías.

Esa idea me da sentido a estos viajes.

Ese viaje era distinto a los demás, debía encontrarme con Cirilo y tratar de entender con él lo que le había sucedido.

Hacía unos día que sin ningún aviso se había marchado de la casa, dejando un montón de culpas y preguntas del por qué lo hizo.

Me llamaron por teléfono, me dijeron que se había "escapado" de la casa. Al escuchar, esas palabras me interpelaron. Es que soy un iluso, siempre me hago pregas afirmativas: uno se escapa, cuando está preso, pero de la casa de uno, uno se va, si, simplemente se va.

Pero esa fue la palabra que escuché, y obsesivo como soy, debía darle sentido.

Por eso cuando fui para allá, le busqué y le encontré; como siempre, de andar lento, bien cuidadoso, silencioso, esbozando una sonrisa, dispuesto a escuchar:

- Mbaeteko pió? (¿Cómo estás? en guaraní) -Bien, yetu'u... (trancado en guaraní)

Me contestó, mientras miraba el piso.

- ¿Qué pasó? ¿te fuiste pió a buscarle?

Como buscando abrir más la comunicación.

- Me contaron que te fuiste de la casa.

Continué diciéndole.

- Si me fui a buscar a mi tío, ahasa muralla ari (salté sobre la muralla) y me fui, apete opyta (aquí cerca queda).

Para un paraguayo de tierra adentro, apete es aproximadamente 15 kilómetros.

- ¿Y después?

Le dije como proponiéndole, para que me cuente más sobre su viaje.

Siempre pensé que no escapó, sino que peregrinó, desafiando la locura y el delirio, que tanta represión tuvo en su encierro.

En ese momento, estaba entrenando certezas. Pensaba que él había hecho una peregrinación, más allá de las secuelas de los encierros que había sufrido. Para mí, buscar en los caminos sentidos de vida, es dar motivo a la existencia misma.

Creo que Cirilo salió a buscar su verdad.

- Llegué a San Juan Potrero. Continuó contándome. Y le pregunté a un joven que estaba parado al lado de su moto. Le dije el nombre de mi tío y le pregunté si le conocía. El me respondió que sí. Le pregunté si me podía llevar hasta allí y me dijo que sí.

En Asunción un joven en moto, en un lugar donde no hay gente, puede ser un motochorro (ladrón) y despierta desconfianza. Eso en tierra adentro, es una esperanza para el transporte o un mototaxi.

- Me subí con él y me llevó junto a mi tío.

Me continuó contando, y ya sorprendido le pregunté.

- ¿Te cobró?

-No, me llevó nomas y llegué a la casa de mi tío. Demasiado ko me hallé.

La historia que me había contado la psicóloga, aquella noche de la desaparición de Cirilo, tuvo sentido. Ella intuitivamente, recordando las palabras de él, fue a buscarlo a Potrero Jhu con la ambulancia del hospital:

- Yo siempre desconfié que iba a ir a ese lugar y pedí el vehículo para buscarlo. Estaba tan contento, me recibió y me dijo: atopa, atopa chupe (le encontré).

No era un residuo psicótico delirante, sino un síntoma de salud. Se iniciaban los primeros contactos con los familiares de Cirilo. La red del hogar había crecido.

RECUERDOS DEL YKUA BOLAÑOS

Una de las maneras de reconocer las redes, es comprenderlas cuando son convocadas. Están allí. Eternas, milenarias, ancestrales. Un cotidiano las hace, una rutina las alimenta. Los ritos la fortalecen. La necesidad la hace emerger, tanto en la alegría, como en la pérdida.

Sí, como eso que da sentido, a lo sucedido, que ayuda a creer y cuestionar o creer en los mitos, que enmascaran nuestras contradicciones. Así se mantienen, para cuando se las necesite.

Tensas algunas, vaya a saber por qué crisis, laxas otras, meciéndose en el cotidiano de una vecindad. Así dormidas, despiertas. Ruidosas, silenciosas. Limpias, sucias. Conocidas, misteriosas.

Existen y se dan fe, en la acción, en la reflexión, en las propuestas.

Hasta hoy cierta ropa colgada en el ropero, me da mala espina, como que están impregnadas de humo. En las noches los sonidos estridentes del las sirenas, no sólo me despiertan del sueño, sino los recuerdos de cuando éstas, cada tanto irrumpían los silencios de los muertos velados, por su gente y los vecinos.

Me pregunto cuánto de muerte quedó en cada uno de nosotros, para no indignarnos y olvidarnos de tamaña injusticia.

Gente buscando a su gente. Irrumpiendo calles, escudriñándola para dar sentido a su impotencia o consuelo a su desaparecido. Corriendo, arrastrados, impotentes. Rostros sin rostros, pétreos, impávidos, lejanos. Ante la muerte, el dolor y la confusión.

Un duelo eterno, dejaba su impronta a un barrio. La historia de catástrofes y el dolor colectivo, ñande mbo kurusú.

Trinidad ya no es la de antes, nunca tanta muerte, ni tanta desgracia, nos tuvo juntos. Un llamado en la desgracia, nos convocó. El siniestro tenía un nombre: Ykua Bolaños.

Aún quedan recuerdos y ecos de esa historia, cuando en medio de la catástrofe, Sebastián contó que soñó con una araña.

¿Qué le pasa a este tipo? dije. La araña, la muerte, la catástrofe y este con un bicho, en sus sueños. En ese momento el psicoanálisis de sueños, no me cerraba.

Hoy, traer esos ecos, me abren las ideas. Para compartir y contar en otros espacios, para otras redes, otras conversaciones, otros encuentros.

Nos contó que durmió poco. Realmente nadie podía dormir. Era un momento en que, lo que nos convocaba era un pena colectiva. El fantasma de la muerte, paseaba las calles, recolectando adeptos.

Pero el siguió con sus sueños. Que se fue dibujando con el cuento. Justo cuando se iba a afeitar. Allí, un insecto colgado, entre el espejo y su rostro. Lo miraba y nos miró también a nosotros en el relato.

Colgada, oscilante, frágil y segura. Moviéndose al son de sus ocho patitas negras. Buscando asirse.

Proponiendo construir, simplemente hacerlo. Será su casa, su trampa, su comida, su territorio, su historia.

Una araña (ñandú), y en medio de toda la catástrofe, "eso" estaba allí, en lo que se tejía (ñandutí).

Curioso como soy, salí a preguntar. Una señora, me mostró desde enhebrar la aguja y cómo hacerlo.

-        Para hacer el ñandutí, necesitamos de un bastidor, como este. Me mostró un recuadro de madera.

-        Esto se llama bastidor. En él se tensa la tela que es de lienzo. Aquí se hace el tejido. Debe estar almidonado, limpio y estirado. Me dijo.

El lienzo es una tela fuerte, de tramas abiertas. Fresca y cálida a la vez, de acuerdo al uso, deja ver lo que hay por debajo y facilita el bordado por sus tramas libres. Cuando me enseñó dibujó unos círculos con un vaso y me dijo:

-        Miró que, bien, se hace así con el hilo, re hilvanó ara por el borde de tu dibujo. Siguiendo el borde dibujado con el vaso. Después, se cruzan los hilos por el medio.

De esta manera, cada hilvanada, hacía que el hilo repetidamente cruce por el centro. Mi profesora trataba de hacer lo más lento posible, para que yo entendiera.

Vi que los hilos formaban un círculo y se entrecruzaban en el centro, semejando una pequeña rueda de carreta. Cuando se terminó de completar el círculo, me dijo:

-        Ahora hay que atar todos estos hilos cruzados en el centro.

Los ató. Luego, de esa pequeña pausa, comenzó con una gran visión a atar hilo por hilo, como intercomunicándolos, delimitando los trazos en distintas distancias para hacer los dibujos deseados.

Lo que acabo de escribir es lo que aprendí para comprender.

Un abrazo para ti Sebastián.

 

MANICOMIO JURÍDICO

Un imperio que no cierra y nos atrapa, para someternos, y colapsar en el silencio, la impotencia. Muros invisibles de pasillos y coima. Mostrando lo paupérrimo de matar la indignación, para dejar al silencio, como protagonista en los encierros.

Pasaron 6 años de la Catástrofe del Ykua Bolaños y las cicatrices de la mente marcan al alma. Allí están, firmes, endurecidas, rígidas, siempre dolorosas.

En el olvido, al olvido, la memoria no lo ha dejado partir, la injusticia hizo de las suyas, la rabia dio cuenta de nuevo a cada uno.

Un festival de la memoria hizo que el teatro, la música y la poesía, den cuenta de los que se fueron. Allí este cuento fue un protagonista más. Pidieron que lo lea al día siguiente y así fue.

 

SOMOS LOS QUE ESTAMOS...

Son seis años de ese incendio, que no sólo quemó y mató a nuestra gente, sino chamuscó las esperanzas. Con el tiempo, la gente se fue encontrando, como pequeños fueguitos en el firmamento que al amanecer forjan en el horizonte el sol. Reuniéndose, conversando, llorando, consolando, buscando restos y respuestas, para así intentar llenar los vacíos que dejaron los ausentes.

Para que el dolor, las heridas, las pérdidas, que desangran al alma, dejen de palidecer en cada expiración, y suspiros, por la espera.

En los espacios vados de la casa, de la sala, del comedor, la cama, la cancha, la canchita, o en el chupi, la escuela, la calle, las veredas. Allí, donde estaban, pero ya no estaban. 

Cómo entender que la justicia no llega. Si, la injusticia, emerge como fuego nuevo de las brasas del incendio, haciendo cenizas de las esperanzas y la credibilidad.

Hoy eso no los paralizó. La gente sumó su indignación, juntó fuerzas para sostener la lucha. En un momento en que el monstruo de la injusticia se tomó violento.

Escuché decir, en la vereda de enfrente:

-        Palo y bala carajo. Para que aprendan.

Como si pensaran que con eso las ideas se iban a sacudir y cambiar. Palo les dieron a todos. Para dispersar y cambiar como querían los de de arriba.

Es difícil acomodar las ideas como debe ser cuando los recuerdos se vuelven una obsesión doloroso, rígida, imborrable, parásita, tóxica. Cuando en la noche, las pesadillas dan cuenta de la perdida, por la memoria guardada, por cada tumba, por cada fallecido. Sí, esas que nos despiertan, transpirados, perturbados y nos paralizan los afectos, sin sentimos, sin sentirles, como muertos vivientes. No nos ven, no nos oyen, no nos dicen nada. Como si la prudencia, estuviera con los agresores, pisoteando nuestra lucha. Por eso estamos aquí, juntos, hacia la reivindicación.

Ni golpes, ni balines de goma, ni cachiporrazos, ni mangueras con agua, dispersarán la pertenencia a la lucha. El orden público, lo da la gente, no la autoridad.

Hoy sangrando las viejas heridas, otra vez juntos, como los fueguitos de las estrellas que se juntan cada noche, para hacer el sol de la mañana y así alumbrar los caminos de la utopía, hada la justicia, la reivindicación, la salud, la vida.

1 de agosto de 2010,

Leído en el acto de la memoria 

 

AQUÍ ESTAMOS

Centro Comunitario, en algún lugar del Bañado Sur.

Algunas señales, como la tortilla y la mandioca, que se compra allí abajo antes de comenzar, como tereré rupá. Eso que ya no se come a partir del 20 de cada mes, porque yetu'uma y no hay plata. Dos jarras marcan el territorio de la conversación, alrededor de la mesa, las palabras se van soltando.

Nos reunimos y allí estábamos, junto con la Dra. Fulgencia y las promotoras de salud de los tres barrios de la zona.

Expectantes, me abren la esperanza de la escucha, eso me motiva, me compromete y me amedrenta; un cháke me dice, que allí debemos estar y dar.

Uno de los puntos de partida al iniciar, fue la conversación sobre las cosas planteadas el año pasado, cuando iniciábamos las tareas de conversar sobre los temas de la salud mental en este territorio. Recordamos los temas desarrollados el año pasado, como la salud mental, la salud integral, la comunidad, la comunicación, la persona y como estos temas se integran a las propuestas de las Unidades de Salud de la Familia.

El tema emergente fue el de una mujer de 18 años con un embarazo gestado por abuso sexual. La adolescente padecía de un trastorno mental (retardo mental). Ella al parecer, entendía su situación de gestación, y con un palo, utilizándolo como rodillo, pasaba con fuerza sobre su abdomen, como buscando aplanar y eliminar la criatura que la habitaba.

Su madre, que vive con ella, padecía de limitaciones en la comprensión de lo que les pasaba.

Juntos fuimos realizando un análisis de las redes familiares que acompañan a esta adolescente. Pudimos ver que cohabitan el espacio el abuelo (alcohólico), la hermana de la madre y su pareja (alcohólico), junto a sus tres hijos. El padre de la adolescente embarazada vive a pocas cuadras y pasa una cuota.

Una vez que visualizamos la red familiar, tratamos de distinguir los aspectos saludables, así como los aspectos de riesgo. Dando a entender que existen aspectos que podrían ser trabajados.

Distinguimos dos polos operativos: un afectivo, en el que la tía se mostraba abierta a soluciones y otro de respaldo económico, que era el su padre biológico. Seguidamente revisamos cual era la red de apoyo de la tía, o sea, la vecindad afectiva.

Les preguntaba, qué personas de la vecindad podrían apoyarla. De esta manera, creo que fuimos avanzando, más allá de la estigmatización de un trastorno mental a un compromiso de la familia y la vecindad.

Otros comentarios llamativos se referían a la ausencia de los aspectos legales ante estas dificultades. Escuché frases como:

- Se realiza la denuncia, y allí se queda.

- Kuña Aty está aquí, pero nos queda lejos para llevar a la paciente, perdemos todo el día en llegar y volver.

En el caso de la mujer.

-        No tenemos un contacto con las CODENI, ni con la Secretaría de la Niñez.

En el caso de los niños.

En algún momento me pregunté en voz alta. Y también escuché las palabras de la Dra. Fulgencia sobre ¿qué pasa con los vecinos? Es como si cada una/o quiere hacer todo pero les desbordan las necesidades de la comunidad.

En la medida que avanzamos en la reunión creí pertinente, revisar cuanto se ha avanzado en lo que respecta al trabajo con la vecindad.

Hablamos sobre los logros del año anterior, en el sentido de los valores que se maneja ron, y fueron los de confianza de la gente hacia ellas, por el trabajo comprometido que demostraron.

Entonces les planteé la posibilidad que presenten sus resultados a la comunidad, de modo que se vayan armando comisiones vecinales sobre emergentes de la salud y temas psicosociales.

Se identificaron como temas prioritarios la violencia, la violencia intrafamiliar, la negligencia infantil, el consumo de alcohol y drogas, así como el tráfico de las mismas.

Dejando un claro importante que tiene que ver con la articulación de la instituciones públicas, que tendría que dar respuestas a las problemáticas señaladas por la comunidad.

Quedó como propuesta la reunión con los vecinos y nías vecinas donde se mostrarían los datos de la problemática existente en la comunidad.

Al salir los 42 grados del tinglado, contrastaban con el fresco tereréyeré, marcando la pauta para no calentarse.

 

SEÑALES

Fuimos hacia allá para la hora acordada de la reunión. Un barrio pegadito al río, cerquita del centro. No hay calles, el mapa lo hizo la gente. Con sus historias, de vida, de casas, de pasillos, de pequeños almacencitos, de huellas de pies, crucecitas, carretillas y bicicletas. Luego, ya con las motos y los carritos, construyeron el empedrado, borrando el topépoí(caminito).

Cuenta la gente que cada cual fue llegando, marcando, alambrando, agarrando la tierra. Haciendo caminitos por las pisadas, barrios, canchitas, escuelas, para que con el tiempo se hicieran capillas, clubes, comisarías, prostibulitos y centros de distribución de crack.

Pero allí no es sólo historia de caminos y gente, sino también de movimientos de agua, de injustos abrazos del río que Maneco plasmara con su canto de crecidas de río, para el escape en la desazón. Hacia la arribada, cuando el agua los despierta a la mañana, mojando los pies y los muebles. Sin dejarse morir por esa incertidumbre ya conocida de cada año.

Y       por allí fuimos caminando, en medio de aromas de jazmines mezclados con olores ácidos y pestilentes de chiqueros, gallineros y cloacas a cielo abierto. Cerdos, gallinas, caballos, perros y gatos, son las mascotas de cada uno y de todos.

Tienen nombres y dueños, pero, fácilmente son víctimas de secuestro. Sí, desaparecen en robos, que son normales y cotidianos, en ese lugar.

Caminando por las veredas, a cada pasito, una crucecita. Alguien que amó al fallecido lo clavó, en el suelo. Allí siempre, alguien te ama. Por eso tantos recuerdos en la calle. Clavados en la memoria de todos, por ese que cayó muerto, en ese lugar: por algún peajero, por celos, por cuentas pendientes o por el tráfico del crack.

Cerquita quedaba la casa de doña Ramona, allí debíamos encontrarnos con unas promotoras de salud del barrio, para la primera reunión de coordinación de actividades.

Para ellas las palabras, los encuentros, la ronda de tereré es un rito. Todas miran el primer trago hasta que la bombilla chifla en el vacío. Como una señal, para abrir la conversación. Sin comentarios la tortilla del tereré rupá.

Todo eso da la confianza, la cercanía y el apoyo de cada una. Un círculo en el que los deseos emergen de las necesidades compartidas, para que la ilusión cree el proyecto colectivo.

Hace tiempo que estas mujeres están trabajando con la gente de la comunidad. Acompañando, gestionando, buscando, esperando. Habían llegado a ese lugar de a poco, hace unos 60 años. Hoy son más del millón y medio, formando varios barrios, en la rivera del río. Allí se muestran casas de madera, de material cocido, de hule. Hacinadas, precarias, a pocas cuadras del centro de Asunción, un contraste entre lo rico y cosmopolita, frente a la pobreza indigente.

Allí están juntos, también esperando para salir adelante, trabajar, estudiar y ponerse a la altura de la dignidad, como gente que son.

Cuenta la gente, que lo fuerte del lugar para el sostén económico, es el consumo y el tráfico de drogas. Allí todo es botín, todo vale, la vida, lo material y el sexo: para vender, traficar o cambiar por droga.

Cuentan que el tráfico de crack se mueve por territorios. Son zonas anónimas, la gente del lugar compra y consume localmente. Pero no hablan de ello, sólo se juntan para disfrutar o tomar valor para efectuar un robo, en los estrechos pasillos, donde aprietan a la víctima. Del centro de la ciudad también vienen a buscarla para consumo personal, para la reventa y también llevan a domicilio por "servicio de delivery".

Cuentan que, la policía recibe un porcentaje de las ganancias. Cada tanto se los puede ver llegando a esas casas, "para averiguaciones", dicen, pero en realidad lo que vienen a buscar es la comisión. Por eso los traficantes nunca son detenidos. En realidad los que no pagan van detenidos y salen en la televisión.

Dicen que es peligroso y que lo cotidiano de allí, son los asaltos y la violencia. La venta de drogas es libre, en la calle, en la canchita Marakana'i, en la esquina, debajo del árbol, debajo del puente.

Niños, jóvenes, adultos tienen un cotidiano de fumar y ser fumados, volar, desaparecer, confundir, no estar, aguantar. Un anestésico a esa realidad paupérrima, de pobreza y desesperanza. Por eso el tráfico se realiza abiertamente, como en los países de primer mundo donde se liberó la venta de estupefacientes. Con el efecto del crack, viven el gozo de los del primer mundo, allí también hay adictos.

Los que sufrimos somos nosotros, al verlos flacos, pálidos, confusos, riendo, caminando, hablando solos, sin rumbo; bajo el riesgo de que seamos víctimas de robo, asalto y muerte.

Aun así, allá abajo en las casitas, el misterio y el desafío, esperan por un cambio, que invita a descender, caminar, intercambiar. Pues siempre hay gente que siente, piensa, orienta, ayuda, se preocupa, protesta y busca mejores horizontes para su comunidad.

En fin allá en el fondo, la esperanza no ha muerto.

 

1.      CONTIGO

Ventilan las voces

Que me quieren dañar

Ese mal del pasado

No me puede dejar


Me habla en la radio

En la noche, en el patio

En el día, en la pieza

Allí, allá, en la oscuridad


Insectos, víboras, vampiros

Bichos dentro de mí

Maléficos en mi cuerpo

Corroen, comen, escapan


Veinte años de fugas

Soliloquios, manicomios

Internaciones, asquerosidades

Encierros, medicamentos


Cansada, estresada, caída

La paciencia se fue

Sin sueños, con pesadillas

El grito, la descompensación


Hola alucinación

Hola temblor

Me acuesto, bailo.

Un clonazepan

Todo sigue igual...


2.      RETORNO

Cuando salga me iré

Allá voy a trabajar

Como mamá

Como hija

Como doctora


Visitaré los pacientes

Retornaran de poco


Así hablo sola ahora

Es mi alucinación

Hola juicio

Dame tesapé


3.      GUAPO CHERA'A

Conocido convulsionador

Por su ignorancia y la suya

Sin medicación alguna

Sin escolaridad

No lee

No escribe

No habla

Pero... Hace las cosas de la casa.


4.      SUICIDIO FRUSTRO

Entre la vida y la muerte

Dejó el barco y subió a la parca

La excusa fue llegar

Ya juntos, pastilla tras pastilla

Desgranaron el viaje

La muerte lo llamaba


Donde la poesía

Es eterna y sin dolor

Un paraíso de sueños

Sumiso a Orfeo

Llegó allá y cuando la vio

Tembló y tuvo frío.

Se preguntó

¿Esa es la muerte?


Pétrea, densa, profunda

Rubia, bellísima

Le indicó la sonda

fue un vómito viviente

Y en sus sueños,

La dulce compañía


Despertó solo, sin nadie

Ella se había marchado

Junto a su dolor

El alta fue su salida

La vida lo esperaba.


5.      MONÓLOGOS DEL PRURITO

El mundo se secó con tu ausencia, erosionó

su suelo quebrado y ya no humedeció. Mi

orfandad, cobró sentido y se dejó secar, para

dejarla estéril.


Solo, en el abandono de las lágrimas saladas,

que resecaron aún más mi piel, para que el

escozor me vuelva a la realidad dolorosa del

rascado.


Una sensación rebelde, una costra, una

escoriación, para resolver la culpa indómita

de mi inconsciente culposo.


Qué compañía, la de los insomnios de noches

eternas, de pesadillas, de rascados eternos e

inconclusos, cotidianos, pertinaces.


Un picazón, que calma mi dolor de la

laceración sangrante; uñas, peine, palito,

pared.


Sí, todos juntos, buscando dar lugar al dolor,

al existir, al vivir, en una cuestión de piel.


 

SECUELAS

Mamá se murió, nos quedamos en la miseria, pues ella era la que trabajaba. Allí conocí la maldad de papá. Éramos seis, yo era la mayor y tenía una gata. El no nos dejaba jugar. Decía que éramos cabezudos y que hacíamos mucho ruido. Papá era un hombre joven y lindo, quedó solo y nunca pudo recuperar su alegría, ni hacer pareja.

Un día, estábamos jugando entre los hermanos. Haciendo mucho ruido. Nos dijo "preparen sus cosas, les voy a mudar a un asilo, van a saber allí lo que es ser huérfano".

Nos asustamos mucho, preparamos nuestras ropas, en dos maletas grandes. Vi a mis hermanitos muy asustados.

Busqué a mi gata y no la encontré. Pregunté a papá, por ella y me dijo que la había regalado. No tuve tiempo de llorar, porque en eso llegó el vecino. Fue quien nos llevó hasta el asilo de huérfanos. Paró en frente del orfanato y nos bajamos en la vereda. Era un gran edificio, que en la entrada tenía un cartel que decía "Hogar de niños".

El entró y nosotros nos quedamos solos, en la calle, en silencio. Luego de unos veinte minutos volvió. A mí me pareció una eternidad. Nos dijo:

- No hay lugar y hay que esperar.

Desde ese momento, nos portamos bien.

 

OTRAS SECUELAS

Papá siempre nos pegó, desde chiquitos. Y nos pegaba más si estaba borracho. A esa edad, yo entendía que él podía hacerlo, porque era mi papá.

Hace un año, llegó luego de una de sus salidas, no sé si tomó o no, pero estaba argel. Primero me miró mal y sin decir nada, vino hacia mí. Pronto entendí lo que iba a hacer. Entonces le prendí uno por su cara. Se quedó mirándome, le volví a dar otro y otro más, hasta que me tranquilicé.

Desde esa vez, no volvió a pegarme, creo que ahora nos entendemos.

 

CUERVOS

Buscó entender y comprendió. Al mirar hacia arriba vio el cielo cubierto de aves negras, que planeaban en el aire caliente del viento norte. Miles, desparramadas en el azul brillante y soleado. Negras pequeñitas allá en lo alto, planeando en círculos, silenciosas, arremolinándose. Flotando entre nubes, un contraste negro y blanco, en la lejanía. Para la oportunidad reciente y la mirada final.

Hasta allí llegó. Más no pudo. En realidad no sabía por dónde iba, las cosas se fueron dando y cuando las cosas se dan, simplemente allí están. Acostado boca arriba, mirando de frente a esa jauría voladora, hambrienta, expectante. En lo alto, habían olfateado su carne por expirar y danzaban al son de su muerte, en una coreografía fatal. Amenazantes, flotando en el aire, anunciaban su faena final.

El aire caliente del viento norte sostenía la presión del aire, para que sin mucho esfuerzo cada ave flote y se sostenga en su vuelo. Si, ese mismo aire, que a cada uno nos produce malestar, agitación, pánico; así como sensación de muerte y locura. En el campo, cuando la gente ve volar a los cuervos, creen que ellos viven en esos remolinos calientes, que son hechos por el aliento del diablo.

Mientras él, arrastrado por el deseo de seguir, de pronto la divisó. Grande, omnipotente, inmortal. Primero con miedo, luego con resignación.

Parada frente a él, esperándolo, allí estaba, cubierta por una arpillera despeluchada, que ocultaba su cuerpo esquelético ensamblado en el vacío, se desplazaba sobre la arena.

De repente, miró a lo alto, hacia los cuervos, y de entre sus trapos sacó una batuta, que la acomodó en su mano cadavérica como para iniciar una sinfonía final.

El homenajeado era él, y paradójicamente también centro del banquete.

Era la muerte, que con la mano alzada, empuñaba la batuta para dar la señal. Eso puso a cada cuervo en alerta, para que en cada señal y en vuelo armonioso bajaran a dar el picotazo que le apetecía. Pedazo a pedazo, pedacito, salpicón. Grito, dolor, silencio, resignación.

Hasta que dos picotazos hicieron que sus ojos explosionaran, para que la oscuridad marque el final, la soledad, la perplejidad.

Hacía rato que el dolor se había marchado; la confusión, era la constante. Allí en la oscuridad gritó el nombre de ella, de su madre, Cipriana. Nadie lo escuchó, pues estaba solo, tampoco, volaron los pájaros.

Mordiéndole la vida, cada picotazo, fue enunciando un sin retorno, de la muerte, de la partida: el fin.

 

LA LAPIDA Y LAROSA

Allá arriba, la noche acogió la soledad de la luna y ella le dio su luz; para esconderse detrás de sus nubes y hacer el amor con el cielo, sin que nadie los vea, ni sepan. Solitos los dos, parieron fueguitos en el firmamento y llenaron de reflejos ilusos, la letanía eterna del mar.

Liviana en el viento, posó sus pies en la arena y caminó deshilando su pelo, entre las olas que irrumpían su silencio. Salpicando espuma, mojando, borrando esas mismas huellas, que se hospedaron en su memoria. Allí en esa costa donde la encontró. Cuando la vio, el misterio se develó en su sonrisa. Agradeció a la marea, por dejarla junto a él y tomándola de la mano caminó con ella, sin rumbo, ni destino, entre las penumbras de la niebla y los faroles. Lejos de todo, lejos de nada. Meciéndose en lo que nacía, en aquel lugar, de mar, de otoño, de aire salobre, de costa, de sorpresas.

Cuando la miró, vio algo en sus ojos y el abrazo abrió el beso fugaz y eterno, como huella indómita para el olvido. Allí, solos, sin trasgresión, sin nada que disentir, complacientes en un amor que invocó la noche, para abrirles su lecho en el último peldaño de ese cielo estrellado parido por la luna.

Esos mismos vástagos incandescentes que iluminaron sus cuerpos para el encuentro, sensual, tierno, eterno, apacible. Mecido por la vida y la muerte, por el inicio, por el fin. Vaivén de tiempos, de nubes y sueños que nunca se van, lejos de relojes y calendarios que condenan, para obligar su final.

El amanecer dio cuenta de la noche, cuando las luces del alba declararon la partida. La realidad tuvo un sitio, desnudos de poder, impávidos e interpelados, los encontró. Sus historias repetidas de memoria los esperaban. Esas de días y noches sin misterios, de rutinas eternas que lapidan sensaciones, sentimientos y abren preguntas sobre verdades de encierro.

Pronto ella se fue, lo dejó, con los recuerdos del mar y sus noches de luna. Las estrellas la buscaron en vano. Se había perdido en el crepúsculo, entre el trigo de su piel. La soledad desnudó su silencio, que se pareó con el viento para que nazcan otras voces que llenen de ecos el vacío, y así cubrirlos de esperanza, para que nazca la primavera.

El comprendió de su ausencia, enjuagó la arena con sus lágrimas y triste, se arrodilló para cavar un hoyo con sus manos. Buscó enterrar sus recuerdos de esa noche, de luna, mar y ella. Colocó la lápida, blanca, de mármol y escribió: "por siempre te amaré". Quedó un rato más mirándola, para fijarla en su memoria, dejó una rosa roja a su lado y se marchó.

Nunca más nadie supo de él. Cuentan los lugareños que en las noches de luna, en la arena amanecen huellas nuevas, de dos personas, que caminaron juntas, y a las que nadie vio. Una leyenda local habla de los espíritus del amor, de esos que nunca se van y esperan los eternos retornos, jugando en la costa a sus encuentros en la noches de luna.

Cuando se pasa por ese lugar y es noche de luna, algo extraño e insólito sucede, al mirar hacia allí. Un remolino de arena se expande frente a uno y despierta en la mente de cada quien, historias de amores inconclusos. De esos endulzados de aromas y sentires, de recuerdos, sutiles, francos, perdidos, remotos, lejanos: perturbando hasta al más regio de los obsesivos.

Hasta hoy en esa orilla, se divisa la lápida que dejó y cada día una misteriosa rosa inmortaliza esta historia, junto al aroma y al gusto salobre del mar. Cuentan que es el que se filtraba del perfume de la piel de esa mujer que nunca más volvió y se la puede sentir, al sorber cada copa de vino, en ese bar de la orilla. Haciendo en cada quien, recobrar el gusto por los besos. Esos que se mecen en las historias de los recuerdos, acunado por los silencios prudentes y sonrisas cómplices. Para que los encuentros furtivos y tácitos, movilicen la añoranza por los encuentros de piel, caricias y besos en cualquier lugar de la costa de ese mar invisible, que nos acompaña.

 

 

 

 

 

 

 

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