Portal Guaraní - EL SILENCIO DE LOS ÁRBOLES - Por Toni Roberto

A veces el silencio en la cuarentena nos lleva a distintos tipos de “nuevos sonidos”, un cuadro habla, una fachada habla, el cielo habla, un árbol habla… el silencio habla… De repente las sensaciones cambian, las miradas son otras y empezamos a ver más allá de lo que vemos habitualmente, por eso hoy en este tercer domingo de esta serie “silencio en el paisaje” me quiero detener un momento en fragmentos de una poesía de Edna Frigato que me enviaran al leer el artículo del domingo pasado:

“Benditos sean los que llegan a nuestras vidas en silencio, con pasos suaves para no despertar nuestros dolores, no despertar nuestros fantasmas, no resucitar nuestros miedos”.

“Benditos sean los que se dirigen con suavidad y gentileza, hablando el idioma de la paz para no asustar a nuestra alma”.

El silencio de los árboles y el cuadro de Soler. Trayendo todo esto a estos “cuadernos”, nos detenemos un rato en aquellos árboles, esos que están ahí frente nuestro y que crecieron en el lugar más insospechado de alguna calle perdida de la ciudad, que ahí junto al viento y en silencio con sus hojas nos hablan, nos cuentan pequeñas historias. En estos “recorridos por el silencio” recordé haberme encontrado con un viejo cuadro del pintor asunceno don Ignacio Núñez Soler y su mirada de esos árboles de la ciudad que crecieron ahí en el medio de añejas calles, en esas “proyectadas” de la antigua ciudad, y que permanecieron para hablarnos de una Asunción de otros tiempos.

Cada árbol plantado o que “naciera” solo en algún lugar es cómo un monumento vivo que cuenta historias como la que me relatara la finada María Luisa Scavone sobre los mangos de Manorá un día del 2006, sentados en su viejo escritorio del sesentoso laboratorio sobre la avenida España, haciendo yo una investigación sobre ese antiguo sitio, me dijo: “¿Querés saber la historia de por qué en esta zona hay tantos mangos?”. Yo, después de un corto silencio, le respondo: “Por supuesto!”. Acto seguido, me cuenta una maravillosa historia relatada por sus antepasados que llegaron a ese viejo paraje ya alrededor de 1920, diciéndome: “Los brasileños en la ocupación de Asunción pensaban quedarse, entonces plantaron una gran cantidad de mangos en toda la zona del viejo paraje”.

Yo, sabiendo que aquella vieja villa fue primero de los Heyn Denis, supuse que fue contada de a oídos por los antiguos dueños a sus nuevos propietarios, los hermanos Scavone, ya en aquella segunda década del siglo XX. Todo esto me vino a la memoria en este “silencio” y por una “asociación de ideas”, al recordar el añoso árbol del viejo cuadro de Soler pintado allá a finales de los años 40. La verdad es que hoy no puedo dar fe de la veracidad de la “historia del mangal”, pero sé que cambió desde ese momento mi visión y entender que todo árbol plantado o que haya “nacido” de forma espontánea en algún lugar de nuestra ciudad tiene una historia. A veces, el recuerdo de un paisaje o de un árbol en un viejo cuadro nos tiene mucho que contar. Desde algún rincón del silencio, parafraseando a Edna Frigato, yo digo: “Benditos sean los árboles que llegan a nuestras vidas en silencio para no despertar nuestros fantasmas, para no resucitar nuestros miedos en esta pandemia”.

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