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ANTONIO SALÚM FLECHA

  ENFOQUE AL CONFLICTO ANGLO-ARGENTINO, 1982 - Por ANTONIO SALUM-FLECHA


ENFOQUE AL CONFLICTO ANGLO-ARGENTINO, 1982 - Por ANTONIO SALUM-FLECHA

ENFOQUE AL CONFLICTO ANGLO-ARGENTINO

Por ANTONIO SALUM-FLECHA

Publicación del Instituto Sanmartiniano del Paraguay

Asunción – Paraguay

1982 (58 páginas)

 

 

Con la colaboración de

JOSÉ MARTÍN DE AGUIRRE

 

 

PRONUNCIAMIENTO

 

            Convocado el Consejo Directivo del Instituto Sanmartiniano del Paraguay a sesión extraordinaria para considerar la situación creada por la crisis anglo-argentina sobre las islas Malvinas, con la presencia de sus miembros: Dr. Antonio Salum-Flecha, Sra. Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone, Dr. José María Rivarola Matto, Sr. Alfredo M. Seiferheld, Sr. Federico Cooper, Dr. Luis G. Benítez, Lic. Blanca Romero de Viola, Dr. Julio César Chaves, Dr. Jerónimo Irala Burgos y Dr. Alejandro Marín Iglesias, resuelve formular el siguiente pronunciamiento:

            1º) Proclamar la legitimidad de los derechos históricos y jurídicos de soberanía de la República Argentina sobre las islas Malvinas, de cuya posesión pacifica fue despojada mediante el uso de la fuerza en 1833 por el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

            2°) Adherir a la tradicional postura anticolonialista de los Pueblos de América fundada en las luchas sostenidas por los Libertadores José de San Martín y Simón Bolívar, solemnemente ratificada por la XX Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos.

            3°) Instar al fortalecimiento de la unidad y solidaridad hemisférica en base a estos principios, mediante la reorientación del Sistema Jurídico Interamericano en consonancia con la lucha histórica que libra actualmente la República Argentina en circunstancias dramáticas.

            4°) Formular un llamamiento a los pueblos del mundo para que, a través de los procedimientos pacíficos contemplados en la Carta de la ONU, presionen para que en su seno se negocie una solución pacífica y justa de la guerra colonialista que se libra actualmente en el Atlántico Sur.

            5°) Comunicar el contenido de esta Resolución a los demás institutos sanmartinianos del Hemisferio y difundirlo ampliamente en el país por los medios a su alcance.

 

            Asunción, 6 de Mayo de 1982

 

 

            AL LECTOR:

 

            A raíz de los sucesos del 2 de abril, próximo pasado, el Instituto Sanmartiniano del Paraguay, fiel a los postulados del héroe epónimo, se manifestó en favor de la causa argentina, por considerar que ella trascendía las fronteras del país hermano, para transformarse en causa americana.

            Porque el Instituto Sanmartíniano es, ante todo y por sobre todo, americanista, y es y será reiterativo en todo lo que atañe a la independencia y autodeterminación de los pueblos, por quienes lucharon y vencieron el General Don José de San Martín y sus legiones, de las que fueron parte integrante, un coronel, varios jefes y numerosos granaderos paraguayos.

            Si esta no fuese su ideología, nuestro Instituto no tendría razón de ser, ya que la razón de ser del Libertador, su mística sublime, fue la emancipación de América y la unidad continental

            Ciento cuarenta y nueve años atrás, un poderoso imperio europeo, materializó sus ambiciones, largamente acariciadas, de ocupar territorio argentino. La entonces flamante nación no estaba en condiciones de enfrentar, por las armas, al invasor, y aunque tuvo que aceptar la humillación y el dolor del cercenamiento, no cejó en reclamar, reiteradamente, sus legítimos derechos al territorio usurpado.

            Todas sus protestas fueron vanas; todos sus alegatos, conculcados, se estrellaron contra la soberbia indiferencia del agresor, habituado a domeñar pueblos y esclavizar hombres, en provecho propio.

            Pero llegó un día en que el noble pueblo vecino se sintió maduro y apto para rescatar por la fuerza, lo que por la fuerza le había sido arrebatado, y por el derecho no lograba recuperar.

            Vana ilusión, la suya, que olvidó que, en pleno siglo XX, sigue teniendo vigencia la razón de los fuertes, la "violencia institucionalizada"; al decir de un eminente sociólogo cristiano, que no es otra cosa que la presión, inhumana, y alienante, ejercida por los poderosos sobre los más débiles.

            Quizá la Argentina equivocó los medios, en su afán vindicatorio; quizá le hubiese sido más provechoso plegarse a las sinuosidades de las negociaciones crónicas; pero no debemos olvidar que la historia está preñada de locuras sublimes, que lograron lo que la prudencia y la cordura no lograrían jamás.

            El mismo San Martín así lo entendió, cuando viendo a sus hombres lidiar toros, con desprecio absoluto del peligro, manifestó: "La patria necesita de estos locos".

            Pero en la era tecnológica ya no caben los caballeros andantes, y a un país, solo, se le hizo imposible enfrentar a dos grandes potencias, apoyadas en lo económico, por el conjunto de países más desarrollados del mundo.

            Y toda América Latina, en el marco del TIAR, creado "para la defensa del Continente"; así como en la ONU, fue impotente ante el veto de los privilegiados, avalado por su poderío económico-militar.

            Hoy Argentina, y con ella toda Latinoamérica, viven la amargura y el fracaso de la gesta vindicatoria. Hoy, más que nunca, los pueblos americanos saben, que sólo la unión, la fraternidad auténticas, sin falso palabrerío ni retórica, los hará fuertes.

            Ha llegado el momento en que nuestros pueblos deben enmendar los errores de la política que lesiona los intereses de los demás y los aparta de sus legítimos hermanos, para constituir un todo armónico y solidario, que los independice de aquellos que, con la fuerza de las armas o del dinero, los sojuzgan.

            Esa es la gran lección de las Malvinas, aprendida a costa de sangre argentina; amarga lección que América Latina no debe olvidar jamás, si quiere un día ser auténticamente libre y soberana

            Es el mayor y más ferviente deseo de este Instituto, que si nunca se aliará a facciones o banderías políticas, siempre estará con y por la causa americana.

 

            BEATRIZ R.A. DE GONZÁLEZ ODDONE.

            Vice Presidenta.

            Asunción, 9 de julio de 1982

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

            Con una superficie de 11.900 kilómetros cuadrados y 1.200 habitantes estables, más aproximadamente 400 empleados de empresas británicas y 300 funcionarios del Reino Unido, las Islas Malvinas adquirieron dramática notoriedad internacional desde que el 2 de abril de 1982 las Fuerzas Armadas argentinas decidieron reincorporarlas físicamente a la soberanía de su país. Ubicadas a 1.800 km. de Buenos Aires, 925 de Comodoro Rivadavia, 774 de Río Gallegos, las islas están a 13.300 km. de Londres y a 3.000 de Asunción (Paraguay), es decir, a una distancia cuatro veces mayor de la capital británica que de la nuestra.

            Geológicamente, las Malvinas conforman -con las islas Georgias y Sandwich del Sur- una misma unidad geográfica. La Enciclopedia Británica las define como formando "esencialmente parte de la Patagonia, con la cual se hallan conectadas por la meseta submarina". Pese a estas razones geográficas y geológicas, y a otras históricas y jurídicas, el territorio se encuentra en poder británico desde hace siglo y medio. Tras de haber pertenecido a las Provincias Unidas del Río de la Plata, heredera del Virreynato de Buenos Aires y a pesar de insistentes reclamos argentinos -a los cuales se suman las resoluciones de las Naciones Unidas señalando la necesidad de su descolonización- nada había alterado la aparente calma que envolvía a la región. El Reino Unido, inmutable, se negaba a negociar, aduciendo la voluntad contraria de sus habitantes a cambiar de metrópoli.

            Este punto era discutible, ya que similares posiciones fueron planteadas, en cuanto a Gibraltar y Bélice, por Gran Bretaña. El 16 de octubre de 1975 la Corte Internacional de Justicia sentó además jurisprudencia con respecto de una consulta sobre el Sahara Occidental, subrayando "...el principio de individualidad en los diferentes casos de territorios coloniales en los que la aplicación del principio de la autodeterminación de los pueblos depende de la naturaleza del vínculo entre el territorio en cuestión y el Estado reclamante al momento de la colonización". (Adolfo Silenzi de Stagni).

            Este precedente, sin embargo, tampoco alentó perspectivas inmediatas de arribar a un acuerdo. En 1976 el Comité Jurídico Interamericano de la O.E.A. había reconocido a la Argentina "el inobjetable derecho de soberanía sobre las Islas Malvinas". Nada, empero, alentaba posibilidades de un cambio inmediato en aquel statu quo impuesto por el más fuerte.

            ¿Cuáles eran las causas reales del empecinamiento inglés por conservar el dominio de las Islas? Muchos estudiosos afirman que las potencialidades petroleras de la región son superiores a las del Mar del Norte, que con tanto desahogo explota hoy el Reino Unido. El futuro aprovechamiento de esta riqueza acaso explique su postura, y la cooperación incondicional de los Estados Unidos de América, para la reocupación de las Malvinas, una vez más, por la fuerza de las armas. Pero otras razones permanecerían ocultas, hasta que afloraron con intensidad en mayo y junio de 1982.

            Su importancia geopolítica y estratégica explicaría muchas cosas: Desde las Malvinas se domina el estrecho de Magallanes, vale decir, la unión del Atlántico con el Océano Pacífico, el mar del mañana. El Canal de Panamá, en tanto, vuelto de más en más obsoleto, permite tan solo el paso de barcos lentos y de poco calado, comparativamente inferiores a los superpetroleros y graneleros que hoy día se emplean y que ya no pueden atravesar aquel paso artificial. Por lo demás, los buques que transportan minerales, sobre todo hierro, con destino a las industrias del Pacífico, no cuentan sino con la única vía económica y rápida de los pasos del Sur. En caso de conflicto Internacional, el Canal de Panamá aparece por otro lado como muy vulnerable a los misiles intercontinentales, y aun a armas menos sofisticadas.

            El control de las Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur implica, por ello, el control de la ruta del petróleo, incluyendo en distancia aquélla que doblando el cabo de la Buena Esperanza abastece a Europa y América. El papel troncal jugado por la isla de Asunción en el conflicto pasado ha sido el principal y más reciente indicador de la importancia estratégica de lo que el presidente Ronald Reagan calificó de "algunos kilómetros cuadrados de tierras heladas", aludiendo a las Malvinas. Simultáneamente la posesión de estas Islas es una puerta abierta a la Antártida, territorio desconocido que varios países se han repartido en forma más o menos inconsulta. Los detentadores de las islas pueden inclusive intervenir con derecho propio en cualquier tratado de defensa del Atlántico Sur que sea alguna vez suscripto, ya que a partir de ellas se genera el dominio sobre las aguas contiguas que forman parte del esquema de control de la zona.

            Quien posee las islas supervisa también el canal de Beagle y el pasaje Drake, poseyendo la llave para abrir o cerrar el febril tráfico del futuro. Desde aquéllas, el rastreo de satélites puede permitir una alerta electrónica oportuna para la intercepción de proyectiles balísticos de largo alcance. Nada de esto, entendemos, debió pasar desapercibido a los gobiernos de los Estados Unidos de América y de la Gran Bretaña.

            Al tiempo de producirse la ocupación militar argentina del 2 de abril de 1982, no fueron muchas -menester es admitirlo- las voces que se alzaron en el Paraguay en apoyo de tal despliegue militar. Diversos factores, emocionales algunos, históricos y casuales otros, abonaron aquella postura. No así, en cambio, la que hacía al fondo de la cuestión: la soberanía argentina sobre las islas no admitía disenso. Ellas nunca habían dejado de ser argentinas y nadie negaba en el Paraguay esa realidad. Bastaba con echar una mirada al planisferio Sur para advertir lo ilógico del reclamo británico. En aquellos días, personalmente también planteamos nuestras dudas sobre el incidente en sí, más no sobre el derecho íntimo del pueblo argentino a recuperar efectivamente las Malvinas.

            Una de esas aisladas voces que se exteriorizaron con solvencia y persistencia en defensa de los altos postulados americanistas, fue la del Dr. Antonio Salum-Flecha, estudioso de los problemas internacionales. En el tiempo que duro el conflicto, desde las páginas dominicales del diario ABC Color de Asunción -aun a riesgo de dictar cátedra- creó, acaso sin proponérselo, un clima favorable y de comprensión hacia la República Argentina, postura fielmente americanista que buscaba explicar la posición de un país al que estamos ligados por lazos históricos, económicos, culturales y humanos, con los vaivenes y altibajos propios de la azarosa vida latinoamericana.

            Y si es verdad que desde los tiempos del coloniaje nuestro país vivió sujeto a restricciones aplicadas desde el Sur, y si también es verdad que la intención porteña fue sujetar al Paraguay a su esfera, como no es menos cierto que la guerra de la Triple Alianza: fue inicua, como inconsulto ha sido el desvío de las aguas del río Pilcomayo, es también verdad que fue un político argentino quien se levantó para proclamar, tras la guerra del 70, que la victoria no daba derechos, como fue la Argentina la que acogió a centenares de miles de paraguayos en desventura política o económica (como miles de argentinos han formado aquí un hogar), del mismo modo como verdad histórica es que de la Argentina partió hacia acá una ayuda constante durante los tres años de guerra que enfrentó a nuestro país con Bolivia.

            Pero si casi todo ello pertenece al pasado, muchos son los lazos presentes que unen a ambas naciones. El Instituto Sanmartiniano del Paraguay, del que son miembros quienes "... se propongan trabajar por la fraternidad -presente y futura- de las naciones de América, a través del intercambio cultural de los pueblos", se manifestó con claridad cuando el conflicto adquiría su mayor dramatismo. En ese contexto, la publicación de los artículos del Dr. Salum-Flecha, coinciden con sus objetivos, desde un estricto punto de vista americanista.

            El mundo se apresta a asistir, después del conflicto del Atlántico Sur, a horizontes nuevos. Mucho será replanteado y no poco habrá de cambiar; varias generaciones, además, deberán pasar hasta que se recomponga la unidad americana, que tiene ahora más proyecciones de convertirse en latinoamericana o sudamericana, en atención a la localización geográfica del último conflicto y el papel jugado en la emergencia por los Estados Unidos de América. El anterior esquema de enfrentamiento Este-Oeste es ahora compartido por el de Norte-Sur, con derivaciones insospechables. La OEA, el TIAR, la Doctrina Monroe y cuantos otros acuerdos o declaraciones han sido Invocados en defensa de sagrados intereses americanos, han sido gravemente heridos tras el conflicto. Con el advenimiento al poder, en los EE.UU. de América, de un Presidente republicano, éste ha hecho un específico distingo entre gobiernos autoritarios y totalitarios, relegando la política de su antecesor -acaso menos prudente, pero de resultados más visibles- a una nueva de diplomacia a puertas cerradas. La última guerra por las Malvinas ha sido la prueba más palpable de dicha inconsecuencia: muchos gobiernos se han sentido acreedores de la solidaridad norteamericana en cuestiones internacionales y han sido desahuciados. La falta de coherencia y equilibrio en política exterior trajo una ausencia de credibilidad en las relaciones internacionales.

            La sucesión de artículos publicados por el Dr. Antonio Salum-Flecha, que deben ser interpretados en su contexto, y en los días en que fueron escritos, representan un valioso testimonio de una época que merecerá más atención en el futuro, cuando el tiempo restañe heridas y acoja las decisiones, acertadas o erradas, con mayor indulgencia.

 

            Alfredo M. Seiferheld

 

 

LA BATALLA DE LAS MALVINAS

 

            Apenas producida la crisis anglo-argentina, expresé a quienes me interrogaban en los diversos medios capitalinos y a mis alumnos de la Universidad Católica, que la batalla por las Islas Malvinas no había comenzado todavía, no obstante su ocupación militar por la República Argentina y el humillante desalojo sufrido por el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Es más, estimo todavía difícil que llegue a producirse una batalla aeronaval por su posesión, pues aliento la esperanza de que las batallas se librarán únicamente en el campo diplomático: El único conveniente para liquidar un resabio colonialista que se ha prolongado siglo y medio debido a las dilaciones británicas que, con toda razón, hicieron perder la fe sobre un acuerdo pacífico al Gobierno de Buenos Aires. Sin embargo, para que esto proceda, deben producirse algunas situaciones claves en el ámbito diplomático.

            En primer término, partiendo de la base de que es legítima la reclamación argentina sobre las Islas Malvinas, aunque discutible el procedimiento empleado para recuperar su posesión luego del despojo sufrido en 1833, lo que en este momento conviene para posibilitar un acuerdo honorable para ambas partes es que se manifieste inequívocamente la solidaridad hemisférica con la Argentina, para contrarrestar así la amenaza de agresión por parte del Reino Unido. Es decir, que así como la CEE, la OTAN y la Comunidad Británica de Naciones han manifestado su solidaridad con uno de sus miembros sin detenerse a considerar su posición colonialista, corresponde también a la OEA demostrar unidad en torno a uno de sus miembros amenazado, de modo a invocar con toda confianza el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), de 1947. Este solo hecho, por razones obvias, es capaz de detener la agresión británica, no por el temor de enfrentar a la América Latina en el campo militar, sino porque la sola posibilidad de una confrontación de este tipo en el mundo occidental por unas islas precariamente mantenidas por el poder colonial, echaría por tierra toda posibilidad de aunar filas contra el enemigo común -el comunismo internacional- en el futuro inmediato. Dado que, de otra manera, podrían surgir apoyos extra continentales a la Argentina, igualmente válidos para su defensa, de modo a apartarla de sus aliados naturales hasta crear un nuevo espectro político en el ámbito americano.

            Sobre este mismo punto, del que hay mucho más que decir, sólo quisiera ratificar ahora lo que ya expresara a mis alumnos de la UCA. Esto es, que en el momento de la votación en el Consejo de Seguridad de la ONU, el pasado 3 de abril, quizá la URSS no opuso su veto al proyecto de resolución británico, por uno de estos dos motivos: Primero, porque el Gobierno de Buenos Aires no lo demandó directamente al de Moscú. Segundo, porque de solicitarlo más adelante, a la luz de la situación ahora existente, el costo político podría resultar mayor para la Argentina, permitiendo a la URSS ganar a uno de los países latinoamericanos más importante del Atlántico Sur, sin cuyo concurso su defensa sería poco menos que imposible.

            De ahí que la posición que en esta coyuntura lleguen a asumir los Estados Unidos será decisiva para que la confrontación anglo-argentina no vaya más allá de los aprestos bélicos. Y no solamente para eso, sino para que el TIAR no resulte un verdadero fracaso y se produzcan consecuentemente denuncias colectivas en vista de su ineficacia. Será comprensible, en todo caso, la actitud que asuman los pequeños Estados caribeños últimamente descolonizados por el Reino Unido que, por uno u otro motivo, mantienen vínculos más fuertes con aquél que con el emergente del proceso histórico-jurídico que llegó a cimentar el sistema interamericano; o la estricta neutralidad chilena si bien ha llegado el momento para que el diferendo chileno-argentino sobre el Beagle llegue a su término. Quiero decir, hablando claramente, que si Estados Unidos no adopta en esta emergencia una actitud ecuánime y razonable, haciendo valer su peso político para evitar una conflagración bélica entre las partes involucradas, tendría mucho que perder frente a la América Latina.

            Además, la diplomacia estadounidense no debería circunscribirse solamente al ámbito regional, sino extenderse al universal de la ONU, donde podría auspiciar fórmulas aceptables para dejar a salvo el honor y la dignidad de las partes antagónicas que hasta el momento se aferran a las posiciones adoptadas por el pleno respaldo que reciben de la opinión pública de sus respectivos países. Tal podría ser, por ejemplo, patrocinar un proyecto de resolución que confiere a la ONU autoridad sobre las Islas Malvinas mediante el régimen internacional de administración fiduciaria en los términos del Art. 77 inc. c) de la Carta de San Francisco, instando al mismo tiempo a la Argentina y al Reino Unido para que reanuden las negociaciones diplomáticas tendientes a formalizar, en solemne acuerdo, el traspaso de la soberanía y posesión de las Islas Malvinas.

            Proyecto, al fin, que estaría en consonancia con la Resolución 2065 y subsiguientes, así como los numerosos consensos universales, que dejaron establecida la existencia de una disputa por razón de soberanía sobre las islas, a dirimirse entre los Gobiernos, y excluyendo cualquier consulta a las aspiraciones de los isleños, cuyos intereses sí, debieran quedar asegurados. Se sabe, además, que no sólo por razones de derecho internacional no es preceptiva la consulta a las poblaciones cuando está de por medio la transferencia de un territorio -menos aún cuando se trata de restituir al soberano la posesión material- sino que el caso encarta precisamente en lo dispuesto por el párrafo VI de la Resolución 1514 -la Carta Magna de la descolonización- que privilegia tuitivamente el respeto a la integridad territorial de los Estados, cuando como en este caso especial, concurre el crimen colonial sobre los espacios usurpados.

            Pasando ahora a sopesar las diversas reacciones que se exteriorizaron en nuestro medio sobre el diferendo anglo-argentino, estimo que ningún apoyo podría diferirse a la Argentina por motivaciones históricas u otras cualesquiera existentes, pasando por alto las consideraciones geopolíticas y económicas. La solidaridad hemisférica no puede estar supeditada a motivaciones exclusivamente nacionales o emocionales, porque la unidad de América es y debe ser única e indivisible. Sobre todo, cuando debe oponerse a la que exhiben ahora, sin condiciones, los miembros de otras organizaciones internacionales. Entonces, para quienes sólo cuentan los hechos históricos, quisiera recordarles la agresión de que fue objeto el 29 de noviembre de 1859, sin provocación ni motivo alguno, el cañonero paraguayo "Tacuarí", por parte de los cañoneros ingleses "Burzard" y "Grappler", cuando se disponía a abandonar la rada de Buenos Aires para dirigirse hacia Asunción transportando al mediador paraguayo, general Francisco Solano López, y miembros de la Misión Diplomática, que selló la paz de la familia argentina con la firma del Pacto de San José de Flores el 10 del mismo mes. Y ello, a pesar de que entre las naciones civilizadas es reconocido, aún en los puertos del mar, el principio de que un buque de guerra de una nación que está en guerra con otra, no puede salir sino 24 horas después de haber salido el buque del otro beligerante. Derecho que no reconoció Gran Bretaña ni siquiera al buque de un país con el que no existía estado de guerra. Asimismo, ¿quién ignora todavía que fue el imperialismo británico el promotor y principal interesado del Tratado Secreto de la Triple Alianza?

            Por lo precedentemente mencionado, estimo que la batalla de las Malvinas sólo debería tener lugar en el campo diplomático, en el que pueden hallarse fórmulas que, al tiempo de reparar la humillación sufrida por el Gobierno británico, satisfaga el fervor patriótico y el sentimiento nacionalista del pueblo argentino. No se justifica, ni económica ni materialmente, la aparatosa ostentación del poderío naval británico sólo para obligar a una nación sudamericana a devolverle los despojos de su rapiña colonial.

 

            (ABC Color, 11 de abril de 1982)

 

 

LATINOAMERICA VERSUS COLONIALISMO

 

            El inexorable desarrollo de los acontecimientos que conforman el diferendo anglo-argentino y las enmarañadas complicaciones que lo agravan de minuto a minuto hacen que, excepcionalmente, me ocupe una vez más del tema ya abordado el domingo pasado. Al hacerlo, constato que casi todas mis estimaciones iníciales se han venido cumpliendo en el escaso lapso de una semana, de una u otra manera. Veamos en qué y por qué.

            Mi esperanza de que sólo se libren batallas en el campo diplomático para dirimir la crisis se mantiene inalterable, pues me resulta inconcebible que dos miembros del mundo occidental recurran a las armas para solucionar un antiguo pleito colonial, aunque de su resultado pende la cabeza de la premier británica Margaret Thatcher. Motivo, precisamente, por el que ha redoblado sus esfuerzos de buenos oficios el secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, cumpliéndose sobradamente mis apreciaciones de que "la posición que en esta coyuntura lleguen a asumir los Estados Unidos será decisiva para que la confrontación anglo-argentina no vaya más allá de los aprestos bélicos".

            En lo que atañe a la solidaridad hemisférica, por la que también abogué, se ha producido ya en el Consejo de la OEA en torno a la Argentina con excepción de los anglófonos, por lo que el TIAR puede ser invocado con confianza y efectividad. Es más, el Brasil, uno de los más prestigiosos y poderosos miembros de nuestra organización regional, había dado a conocer claramente y con toda anticipación, su posición al respecto, del modo siguiente: Primero, negar entrada en puertos brasileños a la flota británica; Segundo, apoyar a la Argentina en la OEA si llegase a invocar el TIAR, Tercero, no presionar diplomáticamente a la Argentina para que cumpla la Resolución 502 del Consejo de Seguridad de la ONU. Además, el día 13 puso significativamente su flota en movimiento hacia el Atlántico Sur en "maniobras de rutina". El Perú insinuó el envío de aviones Mig a la Argentina y Bolivia movilizó aviones de caza para eventualmente trasladarlos a la nación vecina. En Venezuela, el canciller Zambrano Velasco reiteró en persona su solidaridad con la Argentina y, finalmente, el Parlamento Latinoamericano censuró, el mismo día, la posición del Reino Unido en relación a las Islas Malvinas y reconoció a Argentina, "como auténtica titular de esa región sudamericana". Motivo por el que estimo innecesario el apoyo que pudiera ofrecerle la URSS, aunque se presume ya que submarinos soviéticos navegan por aguas del Atlántico Sur y el buque oceanográfico "Akademik Karipoivich", de la misma procedencia, estaría cumpliendo tareas de espionaje electrónico sobre el movimiento de naves inglesas en la región, mientras navega las costas de la Patagonia. Lo que de ser cierto, constituiría la réplica soviética a la asistencia de Inteligencia estadounidense a la flota británica en aguas del Atlántico.

            Pero donde mis reflexiones hallaron todavía mayor coincidencia con la actualidad, se encuentra en el hecho de que, si bien continúan todavía los buenos oficios de Alexander Haig ante ambos Gobiernos, la posibilidad de una eventual intervención de la ONU pasó a convertirse en una de las alternativas para solucionar la crisis anglo-argentina. En efecto, la agencia EFE transmitió un despacho procedente de Nueva York, el día 13, informando que en reuniones informales de los embajadores hispanoamericanos se barajaban diversas posiciones, "sobre todo la designación de un comisionado de las Naciones Unidas, que se encargara de la administración de las Islas bajo los auspicios del Secretario General, por encargo del Consejo de Seguridad, en busca de una solución de paz".

            Por el momento, uno de los aspectos más llamativos se relaciona con la inversión de la situación política existente entre ambos países, antes de la ocupación militar de las Islas Malvinas. Recuerdo que el nuevo canciller británico, Francis Pym, expresó el pasado 7 de abril, que Argentina debe retirarse de las Malvinas, porque "Gran Bretaña no complace a los dictadores", refiriéndose al presidente Leopoldo Fortunato Galtieri. Expresiones emanadas en momentos en que arreciaba el vendaval político contra el Gobierno conservador de Mrs. Thatcher, motivo que explicaría la perturbación de la reconocida flema inglesa y las tradicionales normas de la cortesía internacional. La frase, evidentemente, se basaba en el hecho de que el gobierno de Galtieri no tenía bases democráticas ni respaldo popular, aunque días después sucedía todo lo contrario.

            El bloque laborista en la Cámara de los Comunes, en cambio, acusó a la primera ministra Margaret Thatcher de haber comprometido seriamente la política externa sin economía nacional. En opinión de sus líderes, no solamente no era suficiente la dimisión del ex canciller Lord Carrington y sus principales colaboradores, sino que no podían ver sin asombrarse cómo el ministro de Defensa, John Nott, comprometía aún más la situación con la Argentina, en una carrera donde pareciera que su afán belicista es el único centro del universo. Y como si ya eso no fuese suficientemente grave, se unieron a los laboristas algunos parlamentarios radicalizados del conservadorismo para pedir al nuevo Canciller, que explicara a los Comunes, en qué situaciones se le ocurre emplear un lenguaje que puede seriamente comprometer los buenos oficios que realiza el secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig.

            Por contrapartida, la posición del Gobierno militar del presidente Galtieri salió fortalecida por la recuperación de las Islas Malvinas, como pocas veces se había visto antes. Al punto de que comenzó a hablarse de la acelerada formación de un gran acuerdo político nacional, variando así radicalmente el espectro político argentino. Es decir, el "dictador" Galtieri obtuvo el respaldo unánime de la nación dispuesta a retener, al precio que fuese, lo que le pertenece mientras la Premier británica sufre los acosos de la oposición y apenas puede mantener la cohesión de su propio partido. Pues si es cierto que la nación británica apoya la recuperación de las Malvinas, por medio de la diplomacia, no todos estiman prudente ni oportuno que sea a costa de la guerra. De ahí que la estrategia británica para forzar una solución pacífica se apoya en una combinación de presiones diplomáticas, militares y estratégicas a la Argentina, incluyendo advertencias hasta a los países americanos que la apoyan decididamente. Me pregunto, entonces, ¿qué hará el Reino Unido cuando la Argentina invoque al TIAR y, sobre todo, que harán los Estados Unidos?

            Pasando ahora a sopesar las reacciones que se han producido en nuestro medio, a favor y en contra de las partes involucradas en el diferendo anglo-argentina, respetables todas ellas, creo oportuno recordar como ciudadano de América, que la Décima Conferencia Interamericana de Caracas de 1954 ha aprobado la Resolución 96, sobre colonias y territorios ocupados en nuestro hemisferio, declarando que es "voluntad de los pueblos de América que sea eliminado definitivamente el colonialismo, mantenido contra el sentir de los pueblos e igualmente la ocupación de territorios". Proclamó, además, "la solidaridad de las Repúblicas Americanas con las justas reclamaciones de los pueblos de América en relación con los territorios ocupados por países extra continentales" y, por último repudió el "uso de la fuerza para mantener los sistemas coloniales y la ocupación de territorios de América". Lo que, dicho en términos más sencillos, el problema que afrontamos actualmente puede condensarse en la frase: Latinoamérica versus Colonialismo.

 

            (ABC Color, 18 de abril de 1982)

 

 

POLITICA INTERNACIONAL Y DIPLOMACIA

 

            Quedó demostrado últimamente el gran interés que suscita en nuestro medio el desarrollo de la política internacional, entre otras cosas, por el número de opiniones emitidas a favor de una y otra de las partes involucradas en el diferendo anglo-argentino por la posesión de las Islas Malvinas, a través de los órganos de la prensa nacional. Y razón, desde luego, por la que desde hace dos años viene funcionando en la capital, con gran efectividad, el Instituto Paraguayo de Estudios Geopolíticos y Relaciones Internacionales.

            Creo oportuno, entonces, exponer siquiera de modo analítico lo que se entiende por política internacional y diplomacia, conceptos que no son sinónimos como a veces se piensa, sino que el segundo es consecuencia del primero. Vale decir, que la política internacional es, en gran medida, el estudio de las relaciones políticas entre los Estados. Lo que resulta del producto de fuerzas, a veces confluentes, a veces antagónicas, de los países que actúan en la esfera mundial. 

            La elaboración de la política internacional comprende tres operaciones: la primera, llamada de orientación general, constituye la formulación y definición de posiciones y comprende los fines últimos, las metas específicas y los objetivos; la segunda, llamada de decisión o conducción, representa la forma y el medio de encauzar las aspiraciones y objetivos mediante el trazado de una estrategia internacional; y la tercera, de acción o ejecución, se ocupa de promover en el exterior los intereses nacionales. Su instrumento es la diplomacia y se proyecta "hacia afuera" y "hacia adentro".

            Para mejor comprender estos conceptos, nada mejor que trasladarlos al campo de las realidades prácticas, tomando como ejemplo a nuestro propio país. Sólo así se podría comprender lo complejo que resulta la elaboración racional de una política internacional -a ser observada por el gobierno del partido que fuese- en base a los siguientes elementos: geográficos, humanos, económicos y políticos internos y externos que son los que conforman su poder nacional, entendiendo como tal la capacidad de los Estados para influir en las actitudes de los demás.

            Al analizar el primer elemento, natural es que se debe tener en cuenta, antes que nada, la situación geográfica del país, los derivados de la mediterraneidad en nuestro caso. Es decir, el hemisferio en que se encuentra, la cuenca a la que pertenece y, sobre todo, los países que tiene como vecinos. Sobre el punto, dijo una vez el diplomático francés Jules Cambon, que "la posición geográfica de una nación es, en realidad, el principal factor determinante de su política exterior". Y si bien es cierto que existen autoridades que disienten sobre la importancia de la geografía en el poder de un Estado, el número de los que aceptan el determinismo geográfico no es nada despreciable. Conviene, sin embargo, aclarar que si la posición geográfica puede proporcionar ventajas o desventajas a los Estados, también éstas pueden ser superadas por factores no geográficos, como el desarrollo económico, la fuerza militar y el liderazgo. ¿Puede ser éste el caso del Paraguay?

            El elemento humano se relaciona con la población: unos 3.200.000 en el Paraguay, teniendo como vecinos a Argentina con unos 27.000.000, Bolivia con unos 6.000.000 y Brasil con unos 120.000.000 de habitantes. El tema es amplio y da para mucha tinta, pero por ahora sólo diré que el hecho de que una población numerosa represente un factor esencial de poder, no quiere decir que cuanto mayor sea el número de sus habitantes, mayor deba ser el poder del Estado. No existe una relación simple y directa entre el número de habitantes y el poder del Estado, sino a sus limitaciones en cuanto a educación, ciencia y tecnología, a más de la capacidad militar, recursos naturales o estratégicos como el petróleo, etcétera.

            En lo que al elemento económico atañe, tiene importancia para evaluar el poder, pero la esfera industrial es la que contribuye en mayor medida al poderío del Estado. No es una casualidad que los Estados Unidos y la URSS sean los más poderosos del mundo, así como los integrantes de la CEE, Canadá, Japón y en vías de serlo la China Popular. La industrialización se puede evaluar por medio del producto interno bruto.

            Los elementos políticos internos y externos se relacionan con la capacidad del Estado para desenvolverse frente a otros y para influir en el concierto internacional. Los objetivos nacionales y la política formulada para la consecución de los mismos estarán bien complementados en la medida en que la estrategia internacional escogida no haya subestimado ni sobrestimado el poder de uno y de los otros.

            Y bien, por esquemática que haya sido la exposición precedentemente mencionada y sólo fragmentadamente referida, por lo menos sirve para explicar -en parte- los innumerables y complejos problemas que se presentan en el orden conceptual de una política exterior. Razón por la que es indispensable el estudio a fondo, por ejemplo, de cada uno de los condicionantes de la política internacional paraguaya. Lo que sólo podría hacerse con pragmatismo, porque en el fondo la realidad no se puede eludir y es inexorable. Y pragmatismo es hacer lo que se puede y no lo que se debe.

            Viene el caso enunciar estos conceptos considerando la forma apresurada, emotiva y hasta temperamental con que numerosas personas han tomado abiertamente partido por una u otra de las partes involucradas en el diferendo anglo-argentino, aparentemente con ánimo a influir en la posición oficial por el mayor o menor grado de simpatía que sienten hacia la Argentina o el Reino Unido, hacia sus gobernantes, hacia los hechos históricos o presentes, las publicaciones aparecidas o lo que fuese, pero sin considerar los factores geopolíticos, económicos, o hemisféricos. Como si la política internacional fuese producto de la improvisación, de las pasiones existentes, de los impulsos del momento o de la simpatía y hasta del grado de amistad que liga a los gobernantes entre sí. Porque aunque el estudio de la política internacional se presta poco al enfoque científico, en el sentido de que no existen reglas o leyes válidas que rigen las relaciones entre los Estados, tampoco pueden soslayarse los aspectos que hemos mencionado precedentemente. En todo caso, a la diplomacia corresponde dar forma a la manera más conveniente de enfocarlas relaciones de una nación con otra en consonancia con los intereses del momento.

            El Paraguay, conviene insistir, es un país mediterráneo cuya economía está directamente vinculada a la Cuenca del Plata y dentro de ella con la Argentina, a la que casi vende una cuarta parte del total de sus exportaciones. Nuestro comercio de importación y exportación se hace preferentemente por vía fluvial, incluyendo nuestro aprovisionamiento de petróleo, derivados y hasta combustible refinado argentino. Obviamente, podría también hacerse por carretera a través de la ruta Asunción-Presidente Stroessner-Paranaguá, pero sus costos serán mayores para los productos importados, por lo que éstos necesariamente habrán de incidir en los de nuestro consumo interno. En cuanto a nuestros productos de exportación, podrían también quedar fuera de mercado por el encarecimiento de sus costos por carretera.

            Conviene, pues, observar con atención pero con cautela el desarrollo de ésta o cualquier otra crisis internacional que envuelve a países vecinos, guardando nuestras simpatías o antipatías en nuestro fuero interno para no exacerbar los ánimos de la población y crear fricciones innecesarias entre países vecinos y amigos, cuyas secuelas o resentimientos podrían perjudicar el curso normal de nuestras relaciones diplomáticas y comerciales en perjuicio de todo el país. Dejemos que la política internacional y la diplomacia sean manejadas con el conocimiento y la prudencia pertinentes por los órganos naturales del Estado.

 

            (ABC Color, 25 de abril de 1982)

 

 

EL TIAR Y LA DOCTRINA MONROE

 

            El conflicto anglo-argentino debe servir, entre otras cosas, para que América tenga conciencia sobre las dificultades que existen para concretar su unidad y alcanzar la anhelada aunque difícil solidaridad hemisférica. Y es que, definitivamente, hasta ahora por lo menos, está visto que cuando en una controversia internacional se ven envueltas naciones de diferentes situaciones militares y de gravitación mundial, las ventajas serán siempre para la mejor situada. Aspecto en el que, infortunadamente, los Estados Unidos no contribuyen a moderar el desnivel a pesar de su enorme gravitación y poderío, tanto militar como económico. Y no solamente ahora, sino de siempre.

            Oportuno es recordar, por eso, que cuando el presidente James Monroe enunció la controvertida doctrina de su nombre, en el mensaje dirigido al Congreso de la Unión, en diciembre de 1823, esta no se utilizó precisamente para preservar los intereses de los países iberoamericanos, sino para imponerles su propia hegemonía; con el pretexto de sustraerlos de la colonización europea. Y eso, a pesar de afirmarse en el mensaje presidencial, que "los continentes americanos, dada la condición libre e independiente que han alcanzado, no deben ser considerados en adelante como sujetos a colonización futura por ninguna potencia europea". Para fundamentarlo, bastará mencionar las demostraciones navales europeas ante países sudamericanos, como la acción combinada de las flotas del Reino Unido, Alemania e Italia en 1902, para establecer el bloqueo pacífico de los puertos venezolanos, el secuestro de sus aduanas y finalmente la guerra con motivo de su deuda pública impaga. Hecho que, para ser todavía más irritante, se realizó con la anuencia del propio presidente estadounidense Theodore Roosevelt, quien arguyó entonces que su país no garantiza la impunidad de ningún gobierno americano, en caso de eludir éste el cumplimiento de sus obligaciones financieras, siempre que "el castigo no tomara la forma de una adquisición territorial por un Estado no americano...".

            Además, varias décadas antes, como una manera de reafirmar su hegemonía hemisférica, el presidente James Buchanan despachó desde Nueva York, el 17 de octubre de 1858, una poderosa escuadra de 19 unidades contra el Paraguay, al solo efecto de exigirle una "justa satisfacción" por supuestas ofensas inferidas al pabellón estadounidense y exigir el pago de una indemnización a la Compañía de un súbdito expulsado años antes por el Gobierno de Don Carlos Antonio López.

            Volviendo al conflicto anglo-argentino, el Secretario de Estado estadounidense, Alexander Haig, expresó en la XX Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores Americanos, que "no sería apropiado ni efectivo tratar esta disputa dentro de la estructura de seguridad colectiva que el Tratado de Río implica", a pesar de la amenaza que para la Argentina y la paz mundial entrañan la presencia de la flota británica en la zona de seguridad del TIAR. Y como si eso no fuese suficiente, el Departamento de Estado sentó poco después la tesis de que la Resolución de la Reunión de Consulta aprobada por 17 votos con solamente 4 abstenciones, en la que entre otras cosas reconoce los derechos argentinos sobre las islas Malvinas, es sólo "la expresión de los países que la votaron". Con lo que no solamente resta valor a lo resuelto en dicho cónclave, sino que se desentiende de ella para tomar por el contrario directamente partido por el Reino Unido y aplicar a su vez sanciones a la Argentina, abriendo así un grave precedente sobre su participación en el sistema interamericano, mientras endosa de paso, la división Norte-Sur. Lo que sencillamente implica, que si su miembro más poderoso resta autoridad moral a lo que carece de fuerza coactiva al punto de hacerle frente, no tendría razón de ser su presencia en la OEA, donde no dispone del derecho al veto. De ahí que conviene recordar, una vez más, que el TIAR fue suscrito en Río de Janeiro por 21 repúblicas americanas el 2 de setiembre de 1947, en cuyo artículo 3°, primera parte, se establece que "un ataque armado por parte de cualquier Estado contra un Estado americano, será considerado como un ataque contra todos los Estados Americanos, y en consecuencia, cada una de dichas Partes Contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque, en ejercicio del derecho inmanente de legítima defensa individual o colectiva que reconoce el Art. 51 de la Carta de las NN. UU.".

            Dos años después, el 4 de abril de 1949 se suscribió en Washington DC, el Tratado del Atlántico Norte (NATO), en cuyo Art. 5° también se establece que, "un ataque armado contra una o más de ellas, en Europa y Norteamérica, se considerará como un ataque contra todas ellas, y, por consiguiente, están de acuerdo en que si ocurre tal ataque armado, cada una de ellas, ejercitando el derecho de defensa propia individual, o colectiva, reconocido en el Art. 51 de la Carta de las NN. UU., ayudarán a la parte o partes atacadas, tomando, individualmente o de concierto con las otras partes, aquellas providencias que juzguen necesarias, inclusive el empleo de la fuerza armada, para restablecer y mantener la seguridad de la zona atlántica... ".

            Ambos tratados, en realidad, tienden a complementarse, pues mientras el primero establece una zona de defensa del Atlántico desde el Trópico de Cáncer hasta el Polo Sur, en las latitudes y longitudes expresamente mencionadas en el Art. 4° del TIAR, en el Art. 6° de la NATO se establece que el ataque armado debe ocurrir al norte del Trópico de Cáncer, en territorio de cualesquiera de las partes en Europa o Norteamérica o islas que están bajo la jurisdicción de cualesquiera de las partes en la zona del Atlántico Norte, o contra sus barcos o aviones.

            Entonces, siendo los Estados Unidos miembro de ambos tratados, debía necesariamente interponer sus buenos oficios para evitar una gravísima escisión entre las naciones del Atlántico Norte y del Atlántico Sur, considerando que las primeras apoyan al Reino Unido, su aliada de la NATO y asociada de la CEE; y las segundas a la Argentina, integrante del TIAR y asociada de la ALADI. Y aunque no puede desconocerse la importancia de la NATO por defender al mundo occidental contra una eventual agresión soviética, tampoco Estados Unidos puede olvidar que es un Estado americano y forma parte del sistema jurídico interamericano, mucho más antiguo que los nuevos sistemas de alianza surgidos al término de la Segunda Guerra Mundial.

            El canciller argentino, Nicanor Costa Méndez, demandó precisamente a la XX Reunión de Consulta, que la OEA exija el inmediato retiro de la flota británica de la zona de seguridad continental definida en el Art. 4º del TIAR, por pertenecer a una "potencia extra continental". Pero, probablemente para evitar comprometer a los Estados Unidos y demás naciones amigas, el embajador argentino ante la OEA, Raúl Quijano, declaró que "Argentina no solicitará a los países americanos signatarios del TIAR, que la defiendan militarmente de la Gran Bretaña", conformándose con su apoyo político y la solidaridad hemisférica.

            Entonces, lo que por ahora resalta es la nueva interpretación estadounidense sobre la aplicabilidad del TIAR y su teoría de que lo resuelto por la OEA es "sólo la expresión de los que la votaron", restándole valor moral a sus resoluciones. Por lo que, como en el caso de la doctrina Monroe, su posición depende de que los intereses norteamericanos o el de sus aliados de mayor gravitación no se vean afectados en el conflicto existente. Y si se comprende que esta vez el Reino Unido es más importante para Estados Unidos que la Argentina, yo me pregunto lo que podría suceder, cuando un país pequeño de Latinoamérica se ve envuelto en un conflicto con otro mayor del mismo hemisferio, visto que la gravitación y poderío militar o económico son factores determinantes para una toma de posición. He aquí el gran interrogante que se abre en el futuro inmediato para las naciones pequeñas ante el precedente que acaba de producirse.

 

            (ABC Color, 2 de Mayo de 1982)

 

 

IBEROAMERICA Y LOS ANGLOSAJONES

 

            Habiendo alcanzado la crisis anglo-argentina las características de una guerra no declarada, con abundante efusión de sangre, extremadamente grave para la paz mundial, reconozco con pesar que no sólo se desvanecieron mis esperanzas de que la batalla para dirimir la soberanía de las Islas Malvinas se librara solamente en el campo diplomático, sino que no se cumplieron mis apreciaciones del artículo intitulado "La batalla de las Malvinas" del pasado 11 de abril, en el que expresé: "Lo que en este momento conviene para posibilitar un acuerdo honorable para ambas partes es que se manifieste inequívocamente la solidaridad hemisférica con la Argentina, para contrarrestar la amenaza de agresión por parte del Reino Unido". Empero, he de aclarar también que eso tiene su explicación, pues sobrevinieron hechos no previstos y mucho menos imaginados, como la actitud asumida por los Estados Unidos al término de la Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos.

            Por eso conviene recordar que en el mismo artículo manifesté: "...que corresponde también a la OEA demostrar unidad en torno a uno de sus miembros amenazados, de modo a invocar con toda confianza el TIAR de 1947. Este solo hecho, por razones obvias, es capaz de detener la agresión británica, no por el temor de enfrentar a la América Latina en el campo militar sino porque la sola posibilidad de una confrontación de este tipo en el mundo occidental por unas islas precariamente mantenidas por el poder colonial, echaría por tierra toda posibilidad de aunar filas contra el enemigo común -el comunismo internacional- en el futuro inmediato. Dado que de otra manera, podrían surgir apoyos extra continentales a la Argentina, igualmente válidos para su defensa, de modo a apartarla de sus aliados naturales hasta crear un nuevo espectro político en el ámbito americano".

            Y, efectivamente, al invocar la Argentina el TIAR, obtuvo una respuesta positiva al logar 17 votos a favor, ninguno en contra y cuatro abstenciones, explicables todas ellas, menos la de Colombia. Pero el Gobierno estadounidense no solamente no acató dicha resolución, sino que poco después declaró terminados sus buenos oficios ante los oponentes y, en vez de influir sobre el agresor potencial para que se abstuviera de atacar, decidió apoyarlo, y, encima, decretó sanciones económicas contra su aliada latinoamericana. El efecto, obviamente, no podía ser otro. Asegurado el Reino Unido el valioso respaldo y la ayuda material de los Estados Unidos ignoró orondamente la fuerza moral de la resolución interamericana e inició las acciones bélicas con el ataque a Puerto Argentino el domingo 2 de mayo. En ese mismo momento se produjo el resquebrajamiento del sistema interamericano, dividiéndose nuestro hemisferio entre latinoamericanos y anglosajones. Con lo que se abría un nuevo capítulo en la azarosa historia americana y convergía una nueva confrontación mundial entre los países industrializados y los llamados en vías de desarrollo.

            Las hostilidades se incrementaron dramáticamente con el correr de las horas, mientras el mundo comenzaba a percatarse de lo que había acontecido. Alexander Haig había desempeñado el rol de mediador, aunque nadie ignoraba, y menos los argentinos, que sus exigencias y presiones se dirigían solamente hacia ellos y no hacia los británicos. Había creído erróneamente que podía influir en el seno de la XX Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos para evitar que apoyasen a la Argentina y, al no disponer del derecho al veto para paralizar la Resolución del 28 de abril, descubrió abruptamente su juego diplomático al anunciar, 48 horas después, que Estados Unidos apoyaba al Reino Unido y decretaba sanciones económicas contra la Argentina por no aceptar su fórmula de paz. Es decir, que este país había estado prácticamente sometido a un ultimátum, en el sentido de que de no aceptar sus propuestas sería sancionado.

            El caso es que Estados Unidos, al abandonar su precaria y ya discutida neutralidad, no solamente sancionaba a la Argentina sino a toda Latinoamérica, pues desacataba flagrantemente una resolución emanada de una asamblea democrática, ignorando sus compromisos interamericanos. Por ello, difícil es suponer que una cancillería como la de Estados Unidos no haya previsto la reacción que necesariamente debía producir semejante actitud en nuestro ámbito. Porque aunque sus intereses están más directamente ligados con los del Reino Unido, su neutralidad, como la que había simulado hasta entonces, era la que más convenía para preservar, inclusive, los intereses del mundo occidental, ahora seriamente comprometidos por las divisiones que acaba de provocar. Algo que no era ajeno al propio Alexander Haig, pues él mismo reconoció al semanario estadounidense "Time" que las implicancias del conflicto alcanzarían tres planos: las relaciones interamericanas, las relaciones norte-sur y las relaciones este-oeste.

            De ahí la importancia de desentrañar los efectos perseguidos por la Administración Reagan al adoptar tan insólita postura. Y si sólo observamos que a partir de dicho anuncio comenzó la agresión británica, inclusive torpedeando un crucero argentino fuera de las 200 millas de exclusión total, cabe suponer que los estrategas anglosajones habían confiado sobre todo en los efectos psicológicos que produciría en el Gobierno de Buenos Aires el solo anuncio del apoyo estadounidense al Reino Unido. Esto es, la imposibilidad de que una potencia regional -ya presionada económicamente por la CEE- pueda resistir en el campo militar a una potencia mundial apoyada por una superpotencia. Y, desde luego, que después del "aperitivo" en las islas Georgias del Sur, sería mucho más placentera la "comida" en el archipiélago de las Malvinas.

            Las acciones, en consecuencia, debían ser contundentes y fulminantes para que la rendición argentina no se hiciera esperar. El resultado, sin embargo, fue totalmente inesperado tanto para el Reino Unido como para los Estados Unidos. En una batalla aeronaval lealmente sostenida en el área del bloqueo, los británicos pierden el "Sheffield" y otras aeronaves. A partir de ese momento cambia el tono de la diplomacia británica y renacen otra vez las esperanzas de lograrse una solución negociada del conflicto. Pero lo que dudo que pueda solucionarse es la lamentable escisión producida en el sistema interamericano. Quizá la secuela más amarga, pues, de concretarse ella, constituiría una pérdida de dimensiones históricas para los Estados Unidos.

            Es así que con toda razón se habla ahora en nuestro hemisferio de transformar la OEA en un organismo regional iberoamericano como el que existió anteriormente pero sin los Estados Unidos y los nuevos Estados anglófonos del Caribe, que también forman parte de la Mancomunidad Británica de Naciones, por cuyo motivo se sienten más ligados al Reino Unido que a la OEA. Es decir, se piensa en una escisión entre iberoamericanos y anglosajones, visto que sus intereses se contraponen, pues al producirse una controversia entre un Estado iberoamericano y el Reino Unido, el hermano mayor abandona a los demás para inclinarse hacia su madre patria. Situación que podría repetirse cuando un Estado iberoamericano llegue a sostener un conflicto con otro anglófono sostenido por el Reino Unido. La situación, ciertamente, es sólo hipotética, pero a esta altura de los acontecimientos, es siempre mejor prevenir que curar. Además, no está mal pretender que ahora Iberoamérica sea para los iberoamericanos.

 

            (ABC Color, 9 de mayo de 1982)

 

 

LA UNIDAD IBEROAMERICANA

 

            La contradictoria postura de los Estados Unidos frente a la resolución de apoyo a la Argentina emanada de la XX Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, uno de los principales órganos de la OEA, hace indudablemente necesaria la reestructuración de todo el sistema interamericano para adaptarlo a la situación creada. Algo sin precedente en la historia del organismo regional, pues los Estados Unidos, en vez de acatar la resolución adoptada, se inclina hacia el agresor potencial brindándole, además, ayuda militar y política, mientras sanciona al recurrente. Actitud por demás decepcionante porque endosa una agresión colonialista, condenada en conferencias interamericanas, y en transgresión a disposiciones expresamente contempladas en la Carta de la OEA, como el inc. f) del artículo 30 que expresa: "La agresión de un Estado americano constituye una agresión a todos los demás Estados americanos", a más de lo que prescribe el artículo 30 del TIAR.

            Lo que extraña es que tal situación se haya producido en el ámbito americano, precisamente en el que más ha madurado el concepto de unidad continental y que con legítimo derecho se ha constituido en el precursor de la organización mundial. Porque sabido es que la civilización y la historia conocieron la nueva conducta universal sólo después de reunirse el Congreso Anfictiónico de Panamá, en junio de 1826, punto de partida de la historia del panamericanismo. El que fuera convocado por el Libertador Simón Bolívar y reunido a representantes de Colombia, Centroamérica, Perú y México, signatarios del histórico Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua que, según resulta de los documentos y protocolos del mismo, contenía todos los elementos que caracterizan a la desaparecida Sociedad de Naciones, y armoniza fundamentalmente con los fines a que responde la constitución de la "magna vivitas", asamblea general de los Estados miembros; mantenimiento de la paz; garantía de la independencia y de su integridad territorial; justicia internacional organizada; solución de los conflictos por medios pacíficos de los buenos oficios, la conciliación, la investigación y el arbitraje, sanciones a los agresores; codificación del derecho internacional; prohibición de tratados incompatibles con el pacto de asociación; opiniones consultivas e interpretación de los tratados; abolición de la piratería y el corso; universalidad de las relaciones, etc. Documento que, como se observa, es también precursor del TIAR, suscripto en Río de Janeiro en 1947, y éste de la OTAN, suscripto en Washington DC en 1949.

            Infortunadamente, esta nueva conducta universal que emplea un lenguaje nuevo y hasta extraño para el mundo de entonces, porque está impregnada de fe y se la proclama con vehemente convicción, sólo prosperó 63 años después de Panamá, en cuyo transcurso se pudo conocer los estragos que produce en el hemisferio la falta de unidad continental. Entre los que se cuentan: la captura de las Islas Malvinas por los británicos, la guerra entre los Estados Unidos y México, las demostraciones navales europeas contra las naciones hispanoamericanas, la invasión y dominación de Nicaragua por William Walker y sus expediciones filibusteras; el bombardeo de El Callao y Valparaíso por los españoles; la acción militar combinada de Francia, Gran Bretaña y España contra México y el establecimiento de la monarquía en este país bajo la protección del ejército francés; la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay; la guerra de Bolivia y Perú contra Chile, y otros infaustos aunque aleccionadores hechos más.

            Felizmente, a tan obscuro período siguió otro de notable convivencia entre los Estados Americanos, sólidamente afirmado en diez trascendentales conferencias interamericanas realizadas entre 1889 y 1954, que son las que en definitiva construyeron el sistema jurídico ahora resquebrajado. Así fue que en la IX Conferencia Internacional Americana de Bogotá, de 1948, se aprobó la Carta de la OEA, en cuyo artículo 5° se enumeran los principios americanos entre los que figura el de la seguridad colectiva, como lo prescribía el artículo 3° del TIAR y el artículo 5° de la OTAN. Además, cabe consignar, que en la X Conferencia Internacional Americana de Caracas, Venezuela, de 1954, se aprobó la Resolución 96, sobre colonias y territorios ocupados en nuestro hemisferio, declarando la voluntad de los pueblos de América de que sea definitivamente eliminado el colonialismo, mantenido contra el sentir de los pueblos e igualmente la ocupación de territorios.

            Posteriormente, durante la Tercera Conferencia Interamericana Extraordinaria de Buenos Aires, del 15 al 27 de febrero de 1967, se aprobó el "Protocolo de Buenos Aires" en el que se reforma la Carta de la OEA, a fin de imprimir al sistema interamericano un nuevo dinamismo que, por lo ya referido, requiere todavía nuevos reajustes para perfeccionarse el vital mecanismo de la seguridad colectiva, del modo como se prescribe en el inc. c) del artículo 2°, que manda "organizar la acción solidaria de estos (la paz y la seguridad del Continente) en caso de agresión". Porque, como acaba de verse, la agresión no solamente puede provenir del Este, sino también del Oeste. Motivo por el que ya se dice en el Brasil, que la estrategia geopolítica del continente sudamericano tendrá que ser "inventada de nuevo", de modo a contemplar situaciones hasta ahora no previstas por sus especialistas.

            De ahí la necesidad de que, en el futuro inmediato, pasen a ser temas de análisis y estudio en congresos o seminarios iberoamericanos de juristas, militares, geopolíticos, estrategas o analistas de política internacional, etc., temas tan delicados y sugestivos como la reacción hemisférica ante la presencia hostil en su zona de seguridad de flotas extra continentales para reconquistar posiciones coloniales. Algo que no puede ser observado impasible o pasivamente por potencias sudamericanas como la Argentina, el Brasil, Chile, Perú o Venezuela. Y si no ha llegado el momento de pensar en un equilibrio continental para hablar, asimismo, en igualdad de condiciones, con los Estados Unidos de América sobre los asuntos de interés hemisférico. Lo que sólo sería factible de concretarse alguna vez la idea de una Unión o Confederación de Estados Sudamericanos y renaciera la Federación Centroamericana con la eventual inclusión de Cuba, Haití y la República Dominicana, previa superación de los antagonismos políticos existentes y de las controversias limítrofes subsistentes entre nuestros Estados. Sólo así Iberoamérica podría ser interlocutora válida en los asuntos mundiales y su voz escuchada con respeto en los foros internacionales, pues está visto que la unión moral entre los Estados iberoamericanos no es suficiente.

            Acaso un auspicioso paso para el efecto no constituye ya la significativa actitud iberoamericana asumida por el presidente brasileño João Baptista de Figueiredo, quien ha acortado su visita a los Estados Unidos como expresión de solidaridad con la Argentina y de disgusto por el alineamiento de Washington con el Reino Unido. Lo que, traducido en términos más sencillos, podría entenderse que el Brasil anhela que Iberoamérica sea intérprete activo y no pasivo de la historia en el quehacer mundial. Y ello, como integrante del mundo libre y en consonancia siempre con la amistad hacia los Estados Unidos.

 

            (ABC Color, 16 de mayo de 1982)

 

 

¿QUIENES SON NUESTROS AMIGOS?

 

            El conflicto anglo-argentino hizo el mágico efecto de que perdiéramos interés o, por lo menos, que siguiéramos prestando atención a los auténticos focos de tensión mundial, como sin duda lo son las situaciones en Afganistán, Polonia, Oriente Medio y Centroamérica, como parece haber sucedido también en Estados Unidos y Europa Occidental, aunque en otro sentido. En nuestro medio, este fenómeno no resulta tan simple como pudiera parecer, sino que tiene connotaciones mucho más profundas en el marco de las confrontaciones Este-Oeste y Norte-Sur, que conviene analizar brevemente para extraer algunas aleccionadoras conclusiones.

            Sabido es que Iberoamérica, salvo Cuba y, Nicaragua, venía acompañando con pleno convencimiento la posición de Estados Unidos y el bloque occidental en su confrontación con la URSS y el bloque oriental, asistiendo inclusive las acciones de Washington en la vital área centroamericana. Pero he aquí que, súbitamente, Iberoamérica descubre que sus amigos del norte en realidad no lo eran en la medida que suponía y que los enemigos de sus amigos podrían algunas veces comportarse como amigos. Es así como Iberoamérica, siendo parte integrante del Mundo Occidental, se ve insólitamente enfrentada por la CEE y la OTAN que sin mucho trámite apoyan incondicionalmente a uno de sus miembros, el Reino Unido, primero contra la Argentina y luego contra todo el sentir iberoamericano. Posición que poco después asume también Estados Unidos, miembro inclusive del sistema interamericano y por tanto nuestro aliado. Y lo que es más sorprendente todavía, aquellos gobiernos a los que venía enfrentando política e ideológicamente, como Cuba y Nicaragua, pasan a ofrecerle el apoyo que el otro le niega, cualesquiera fuesen sus motivaciones, lo que desde luego merece analizarse por separado.

            Como consecuencia de esta curiosa inversión de posiciones, surge el interrogante de lo que podría suceder todavía. Y si ampliamos un poco más el espectro centroamericano, he de recordar que hasta el desencadenamiento de la crisis anglo-argentina, casi toda Iberoamérica venía acompañando el esfuerzo estadounidense por evitar el triunfo de los movimientos marxistas en la guerra civil salvadoreña, quienes son asistidos política y militarmente por Cuba y Nicaragua. Por entonces, Washington trataba de obtener el apoyo o por lo menos la comprensión de gobiernos iberoamericanos para fundamentar su actuación en el área, ya contestada por México, Cuba, Nicaragua y Grenada en nuestro hemisferio, y por Francia, Alemania, Holanda y otros de Europa Occidental. Entonces, el país con mayor predisposición para colaborar política y militarmente con Estados Unidos era precisamente Argentina, pero apenas Washington desacató la resolución del órgano de consulta de la OEA para alinearse con el Reino Unido y aplicarle sanciones económicas, las cosas cambiaron radicalmente. Superando las dificultades políticas e ideológicas existentes, Cuba y Nicaragua ofrecieron rápidamente - y del modo más efectivo posible- todo tipo de ayuda al Gobierno de Buenos Aires, creándose así una situación totalmente nueva en el ámbito americano y quizá más allá de él también.

            Para más, cuando la CEE estuvo a punto de levantar sus sanciones económicas a la Argentina es nada menos que el secretario de Estado, Alexander Haig, quien presiona a su homólogo italiano Emilio Colombo para que no opusiera su veto a la prórroga solicitada por el Reino Unido, que al final sólo fue posible por una semana más. Actitud que extraña y desconcierta porque pareciera existir en él un dejo de amargura por el fracaso de su gestión mediadora entre los oponentes circunstanciales y un reiterado menosprecio hacia el sentimiento iberoamericano, ensanchando todavía más la brecha ya existente entre su país y los nuestros. Pienso, entonces, que si Estados Unidos y sus aliados de la OTAN hubieran empleado en su oportunidad igual tenacidad y energía para presionar a la URSS y sus satélites, probablemente habría fracasado la invasión soviética de Afganistán, acelerado el rescate de los rehenes estadounidenses de Teherán y disminuido o terminado la represión del Gobierno Jaruzelski al pueblo polaco. Pero cuando el cúmulo de energías es derivado contra su aliado iberoamericano, al que, para más, acompaña todo el subcontinente, existen motivos más que suficientes para que nuestros estadistas reflexionen seriamente sobre la consistencia de la amistad y la efectividad de las alianzas pactadas con las naciones del norte, pues demostrado está que sus intereses no son convergentes sino antagónicos.

            Entonces, en la crítica coyuntura actual, me pregunto con quiénes contará desde ahora Estados Unidos para continuar desarrollando su política centroamericana, considerando que países como Argentina y Venezuela no tienen ya motivos políticos para continuar prestándole su colaboración frente a Cuba y Nicaragua. Se podrá alegar, con razón, que la problemática centroamericana -sobre todo de El Salvador- debe preocupar a todo el hemisferio. Pero también ha de reconocerse que ella afecta mucho más a Estados Unidos porque se trata de proteger su patio trasero, en el que se juega su propia seguridad en toda la estratégica área del Caribe que, como se sabe, desde hace ya algunas décadas está amenazada por la Cuba de Fidel Castro.

            Por tales hechos, la pérdida de nuestro interés por los auténticos focos de tensión mundial es un fenómeno de profundas y graves connotaciones políticas y emocionales, pues puede tener consecuencias imprevisibles en el sentimiento iberoamericano para hacer frente al único y verdadero enemigo que son la URSS y sus satélites. Pero al unirse las ricas naciones del norte para imponernos soluciones militares al solo efecto de retenerse enclaves coloniales europeos, ignorando nuestras aspiraciones y hasta menoscabando nuestra unión moral, ¿qué motivos existen para continuar alineadas contra quienes, precisamente, en momentos críticos nos tienden la mano como acabamos de ver? Hecho que, sin duda alguna, merece profundas y serenas reflexiones por parte de los estadistas occidentales y, quizás, hasta algún género de reparación para superar la crisis de credibilidad ahora existente en el mundo iberoamericano hacia Estados Unidos, la CEE y la OTAN. Porque de no ser así; podría adquirir dimensiones dramáticas y proyecciones insospechadas el interrogante que ya inunda los órganos de opinión en nuestras naciones: ¿quiénes realmente son nuestros amigos?

            En mi opinión, la sola duda resulta ya contraproducente, por lo que situaciones como las que ahora nos afligen deben disiparse cuanto antes y nunca más repetirse. En el interés de todos está que, por lo menos entre amigos de ideales y con mayor razón si somos aliados, sepamos comprendernos más y ser menos intransigentes en la búsqueda de soluciones ecuánimes para dirimir nuestras diferencias circunstanciales. Europa Occidental y América toda se complementan mutuamente y difícil es suponer que uno de los dos continentes pueda existir separadamente si tuviera que hacer frente a la URSS y el bloque oriental. Nuestros amigos están en el norte, pero para seguir siéndolos deben comportarse como tales y también como aliados cuando lo son. Iberoamérica ya no debe ser considerada solamente como "furgón de cola".

 

            (ABC Color. 23 de mayo de 1992)

 

 

LAS SECUELAS DE LA GUERRA ANGLO-ARGENTINA

 

            El vertiginoso desarrollo de la cada vez más encarnizada guerra no declarada entre la Argentina y el Reino Unido, que ha alcanzado ya dimensiones insospechadas para el mundo, está llamado a producir necesariamente cambios substanciales en las relaciones interamericanas y en las de Iberoamérica con Europa Occidental, así como un vuelco espectacular de nuestros países hacia el bloque de países no alineados. Perspectiva que irá acrecentándose a medida que dura la conflagración por las islas Malvinas y perdure el incondicional apoyo de Estados Unidos y Europa occidental al Reino Unido, facilitando la asistencia de países socialistas a la Argentina y, consecuentemente, la indeseable internacionalización del conflicto. Efectivamente, a esta altura de los acontecimientos y de la intensificación de las pasiones emergentes entre los pueblos y gobiernos de las partes beligerantes, como consecuencia de las pérdidas de vidas humanas y de los materiales bélicos, ninguna duda cabe ya del resentimiento de los países iberoamericanos hacia los Estados Unidos por la responsabilidad que le cupo en el desencadenamiento de la contienda. La que comenzó apenas anunciara Washington su desacato a la resolución de la XX Reunión de consulta de Cancilleres Americanos y su apoyo al Reino Unido, rematado con la aplicación de sanciones económicas a la Argentina. Posición que riñe con la historia de las relaciones interamericanas y la retrotrae al obscuro período comprendido entre 1826 y 1889, precisamente en el que se consume la usurpación de las islas Malvinas por los británicos y se constata los efectos negativos de la falta de unidad entre nuestras naciones. De ahí que, cualquiera fuese el resultado de esta infortunada guerra colonial, habrán de pasar muchos años para que de algún modo pueda restaurarse la confianza y la unidad entre Iberoamérica y los Estados Unidos.

            En lo que a las relaciones entre Iberoamérica y la CEE respecta, gravemente dañadas por las injustas e ilegales sanciones aplicadas a la Argentina en apoyo a la agresión militar del Reino Unido para recapturar las islas Malvinas, de las que fue desalojado el pasado 2 de abril, aunque podrían ser ellas restablecidas oportunamente, no será fácil que vuelvan a ser las que fueron. La unidad a ultranza demostrada por miembros de la CEE contra una nación sudamericana, al más puro estilo de la "Santa Alianza" gestada en 1815 entre Rusia, Austria y Prusia en aras de la confraternidad indisoluble de los reyes, para prestarse mutuo auxilio en toda ocasión, no resulta precisamente una evocación constructiva para el efecto. Sobre todo, si, se tiene en cuenta que a ella adhirieron también España, Francia y moralmente Inglaterra, para así precaverse mutuamente contra cualquier revolución e intervenir contra los movimientos liberales y nacionalistas. Ahora, las naciones europeas occidentales, con las muy honrosas excepciones de España, Italia e Irlanda, manifiestan su incondicional solidaridad con el Reino Unido para facilitarle la recaptura de un enclave colonial en el hemisferio americano. Lo que una vez más sucede a pesar de la mentada doctrina Monroe, enunciada en 1823 por el quinto presidente estadounidense, para evitar que los continentes americanos sean en adelante considerados como susceptibles de colonización por ninguna potencia europea. Doctrina que, como ya se sabe, ha sido aplicada solamente para imponer la hegemonía estadounidense en el hemisferio y ahora, insólitamente, para que, con su propio apoyo, una potencia europea pueda restablecer a sangre y fuego su poder colonial.

            Sin embargo, la heroica y ya legendaria resistencia argentina, consagrada a la faz del mundo por la hazaña de los pilotos de su Fuerza Aérea, reconocida por el propio adversario, vino a constituir un factor no previsto por los fríos estrategas y políticos anglosajones, y sus aliados europeos, que menoscabaron la mística voluntad de luchar de quienes defienden la heredad territorial. Así es como sufrieron tremendo fiasco los que pensaron que la sola presencia de la Royal Navy en las proximidades de las islas Malvinas produciría la rendición argentina, entre los que se cuenta el contralmirante John F. Woodward, y de quien pretendía forzar un desventajoso acuerdo diplomático, haciendo continua alusión al tiempo que se agotaba ante el avance de la flota británica hacia el Atlántico Sur. Nadie pensó entonces que las lejanas aguas de las rocosas y casi desérticas islas podrían convertirse en cementerio para las orgullosas unidades de la Royal Navy, aeronaves, infantes de marina y hasta de los famosos miembros de la Special Air Service (SAS), quienes tampoco imaginaron que serían protagonistas de una anacrónica guerra colonial cuando sólo esperaban realizar un exótico y placentero crucero militar a cambio de una generosa retribución monetaria.

            En cuanto a la asistencia de países socialistas a la Argentina, por efecto de las sanciones occidentales, tiende a justificarse cada vez más por tratarse de su propia supervivencia y de la falta de alternativas válidas para evitarla. Con lo que se repetiría el craso error de los Estados Unidos cuando la Cuba de Fidel Castro recurrió a la URSS para hacer frente a las adversidades del momento. Sólo que esta vez el error sería mucho mayor, porque mientras Cuba es una isla, la Argentina es una potencia sudamericana con una importancia geopolítica y estratégica insoslayable, cuya sola resta para la defensa occidental en el Atlántico Sur constituiría un fracaso de dimensiones catastróficas para cualquier administración norteamericana. Y no se crea que la situación podría cambiar mediante la desestabilización -ya intentada- de la actual Junta Militar, pues a ella acompaña en la empresa de recuperación de las islas Malvinas la totalidad de los partidos políticos y movimientos de opinión existentes en el país. Ningún gobierno posterior, democrático o no, que se precie de patriota y pretenda subsistir en el poder podrá olvidar la deuda de sangre contraída con quienes están escribiendo páginas de heroísmo y de gloria sólo comparables con las que ya protagonizaron durante el siglo pasado San Martín y sus huestes libertadoras en el territorio sudamericano.

            Pero si ya la situación creada es extremadamente grave por el error de la Administración Reagan, a quien fríamente se responsabiliza por la sangre derramada en defensa de la patria agredida, patria americana, al decir de Simón Bolívar, mucho más lo es la posibilidad de que Iberoamérica se aparte de los Estados Unidos y el Mundo Occidental para inclinarse al bloque de países no alineados. Lo que si por desgracia llegara a concretarse, obligaría necesariamente a un replanteo total de la geoestrategia política y militar occidental en todo el hemisferio americano, duplicándose la contribución de hombres y material bélico de los Estados Unidos en desmedro de Europa Occidental, para defender las vitales rutas del Atlántico Sur. De ahí que la respuesta de Washington a la nueva resolución de la segunda etapa del órgano de consulta de la O.E.A. puede resultar decisiva para determinar su vinculación con ella y el TIAR. Ya no puede dudarse que la unidad continental en torno a la Argentina facilitará la cooperación militar interamericana contra el agresor que, si por desgracia debiera enfrentar también como hasta ahora a las armas estadounidenses, implicaría necesariamente que ya nada nos une y todo nos separa. Las secuelas de la guerra, entonces, serían todavía peores que la guerra misma.

 

            (ABC Color, 30 de mayo de 1982)

 

 

EL DESPERTAR IBEROAMERICANO

 

            El conflicto anglo-argentino, convertido en desbordante torbellino de pasiones, ha dejado al descubierto situaciones jamás imaginadas y mucho menos deseadas. Empero, si amargas son las conclusiones resultantes y aleccionadoras sus consecuencias para Iberoamérica, también deja al descubierto llamativas fallas de la diplomacia estadounidense y actitudes incoherentes de sus ejecutores -con la historia y los pactos regionales- que bien podrían servir para evitar sus efectos negativos en el futuro inmediato, por lo menos en lo que dice relación con la política hemisférica.

            Desde el primer momento, en esta misma columna, el pasado 11 de abril, en el artículo intitulado "La batalla de las Malvinas", sostuve que "si Estados Unidos no adopta en esta emergencia una actitud ecuánime para evitar una conflagración bélica entre las partes involucradas, tendría mucho que perder frente a la América Latina". Sostuve, asimismo, que "la batalla de las Malvinas sólo debería tener lugar en el campo diplomático, en el que pueden hallarse fórmulas que, al tiempo de reparar la humillación sufrida por el Gobierno británico, satisfaga el fervor patriótico y el sentimiento nacionalista del pueblo argentino. No se justifica, ni económica ni materialmente la aparatosa ostentación del poderío naval británico sólo para obligar a una nación sudamericana a devolverle los despojos de su rapiña colonial".

            Infortunadamente, así no lo entendió Alexander Haig, el duro general estadounidense, quien antes de sentirse y actuar como diplomático, actuó como militar con jurisdicción de mando sobre la Argentina y los demás países iberoamericanos. La ecuanimidad que yo esperaba jamás fue percibida por los miembros del Gobierno argentino, quienes sospecharon de su declarada neutralidad al sentir todo el peso de sus presiones para el retiro de sus fuerzas de las Malvinas. Posición que ni siquiera fue modificada al enmendarle oportunamente el inicial error argentino de sostener que todo era negociable menos la soberanía de las islas, por el que las negociaciones diplomáticas debían conducir inexorablemente al reconocimiento de la soberanía. Es decir, errores existieron entre las partes, pero en magnitudes y consecuencias diferentes. La eventualidad de que pudiera existir un gran perdedor, los Estados Unidos, en el caso de ponerse al lado del Reino Unido para así alentar el desencadenamiento de las hostilidades bélicas, no podía ser solamente una deducción mía sino del propio Alexander Haig y su equipo de asesores, si es que los escuchaba.

            La duda de que así fuese, surge al trascender públicamente la disputa telefónica registrada entre Jeanne Kirkpatrick, embajadora ante las Naciones Unidas, difundida primero por la revista "Newsweek", citando inclusive fuentes oficiales, y luego por el diario "The New York Times". Según estas, la señora Kirkpatrick, entre otras cosas, culpó al general Haig por "haberla apartado del proceso de la toma de decisiones, pese al hecho de que ella es la única de los altos funcionarios norteamericanos que tiene experiencia con Latinoamérica". De donde se puede deducir que el director de la política exterior sólo quiso escuchar a los que pensaban como él, si es que inclusive eso llegó a hacer, excluyendo deliberadamente a quienes en realidad conocían a fondo las sensibilidades latinoamericanas. Si bien, en su concepto, "los latinos eventualmente volverán a prostituirse con nosotros porque son, en su mayoría juntas de derecha, y juntas de derecha no se llevan bien con los comunistas. . ."

            Aunque pareciera inverosímil que el general Haig se hubiera expresado con tales términos sobre los países latinoamericanos, no me cabe la menor duda de que lo haya hecho habida cuenta de su comportamiento durante el desarrollo de la crisis, exteriorizando con hechos patentes su total menosprecio hacia nuestros sentimientos y hasta las consecuencias emergentes para la unidad hemisférica al desacatar resoluciones del órgano de consulta de la O.E.A.. Además, la versión ampliamente difundida por tan conocidos órganos periodísticos no fue desmentida por ninguna de las partes involucradas en la reveladora disputa telefónica de 45 minutos. Por el contrario, la embajadora Kirkpatrick fue recibida por el presidente Ronald Reagan para tratar sobre el tema, en inusual audiencia por tratarse del feriado correspondiente al Memorial Day, el lunes 31 de mayo, apoco de difundirse la versión periodística de marras. Pero ya antes, en otro de sus arrebatadores arranques de sinceridad, dio a conocer públicamente su despecho al declarar el domingo 30 en Nueva York que "en nuestro Gobierno no hay mucha gente interesada en América Latina", admitiendo haber disputado ásperamente con el Secretario de Estado la política de Estados Unidos de tomar partido por la Gran Bretaña en la guerra con la Argentina.

            Entonces, la posición de la embajadora Kirkpatrick, aunque no ha sido oportunamente considerada y acogida en esta ocasión por el ocasional ocupante de la Casa Blanca, no es sin embargo una voz solitaria en los Estados Unidos, puesto que en el mismo sentido se han expresado miembros del Congreso y otras personalidades políticas o de gravitación en diversos ámbitos de la nación. Razón por la que no habría que generalizarse la opinión del equipo Haig, ni extremar las reacciones emocionales ya suscitadas en nuestro medio para alejarnos del gran país del norte, sino sencillamente alertarnos para pensar más seriamente en la perentoria necesidad de trabajar por la unidad de los países iberoamericanos, superando para el efecto aquellos obstáculos que nos separan. Si nuestra patria es América, como lo proclamó Simón Bolívar, más vale convenir que no tienen razón de ser nuestras disputas territoriales, nuestras diferencias políticas o rivalidades militares. Debemos tener plena conciencia de que desunidos jamás seremos debidamente considerados en el ámbito mundial y seguiremos siendo presa fácil de los imperialismos predominantes en todos los tiempos.

            Entonces, si la crisis anglo-argentina ha servido para recordarnos los estragos que produce para la preservación de nuestros intereses políticos, económicos y territoriales la falta de unidad iberoamericana, o tan siguiera para ser tenidos en cuenta por el miembro más poderoso de nuestra organización regional, también debe servir para que aceleremos el proceso de nuestra integración económica y emprendamos con mayor empeño todavía el proceso de nuestra integración política. Estoy seguro que seremos mejores amigos de los Estados Unidos cuando podamos hablarles en igualdad de condiciones, oponer nuestro propio sistema de seguridad colectiva para disuadir nuevos intentos de agresión extra continentales y hacer meditar seriamente al Estado o grupo de Estados que pretendan imponernos sanciones económicas en defensa de anacrónicos intereses colonialistas. Sólo así evitaríamos que otros Haig lleguen a sostener en el futuro que nuestras sensibilidades no cuentan y son fácilmente superables porque volveríamos a "prostituirnos", se sobreentiende, por un puñado de dólares.

            En conclusión, si la crisis anglo-argentina ha venido a descubrir los defectos de nuestra asociación con una superpotencia, ha tenido también la virtud de producir el despertar iberoamericano frente a las realidades de un mundo complejo, en el que sólo cuentan las grandes potencias detentadoras del derecho al veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y, por tanto, con capacidad suficiente para paralizar los anhelos de una substancial mayoría de ilaciones si no contemplan sus propios intereses.

 

            (ABC Color, 6 de junio de 1982)

 

 

¿RECUERDAN VIET-NAM?

 

            Observando los acontecimientos diplomáticos y militares registrados durante la última semana en el panorama mundial, recordé la prolongada guerra de Viet-nam, donde se estrellaron, primero Francia y, después los Estados Unidos, estos últimos a pesar de su impresionante poderío militar y económico. Los lectores, con toda razón, podrían preguntarse a qué viene la evocación de Viet-nam en este momento, cuando árabes e israelíes luchan en El Líbano, y se intensifica la lucha entre argentinos y británicos en las rocosas y hasta hace poco apenas conocidas Islas Malvinas en el Atlántico Sur. Trataré, pues, de explicarme, dentro de las limitaciones de espacio en esta columna, comenzando por los acontecimientos diplomáticos.

            En el Consejo de Seguridad de la ONU, hacia fines de la semana pasada, el Reino Unido, acompañado por otro tambaleante veto estadounidense, vetó el proyecto de resolución hispano-panameño de un alto el fuego en la guerra de las Malvinas. Las negociaciones preliminares para evitar este resultado negativo duraron varios días, pero, lamentablemente, no pudieron prosperar por la intransigencia británica al exigir una capitulación incondicional de la Argentina, alentada por el desembarque de sus tropas en Puerto Darwin y Goose Green en la Isla Soledad y la creencia de ocupar fácilmente Puerto Argentino, último baluarte de importancia en el archipiélago. Además, parecía haberse pretendido la rendición del gobernador militar argentino, general Mario Benjamín Menéndez, o permitirle que aceptara una retirada entre 10 y 15 días para no "humillar a nadie", antes de que el presidente Ronald Reagan viaje para asistir a la cumbre de Versalles, cerca de París, y realizara las visitas oficiales a Roma, Londres y Bonn. Así de simple eran las cosas.

            Simultáneamente, la reunión de los países No Alineados de la Habana, de 94 miembros, respaldaba en su sesión del día 5 de junio a la Argentina, deploraba la presencia militar británica en el Atlántico Sur y exigía el "fin inmediato" del respaldo estadounidense al Reino Unido. Resolución que, como puede apreciarse, era incluso de tono más fuerte que la adoptada por la XX Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos del pasado 29 de mayo.

            Horas después, en e1 campo militar se produjo un hecho que sustrajo momentáneamente el interés mundial del conflicto anglo-argentino al anunciarse que las fuerzas combinadas israelíes de tierra, mar y aire invadieron El Líbano en acción de represalia por el atentado sufrido en Londres por su embajador Shlomo Argov, rebasando fácilmente las fuerzas de paz de la ONU en la zona. Llamó mi atención cómo esta vez el Consejo de Seguridad se reunió con inusual rapidez y aprobó, por unanimidad, el domingo 6 de junio, una resolución solicitando a Israel que retire sus tropas "inmediata e incondicionalmente" de El Líbano. Claro está que, para evitar el veto estadounidense, la resolución reafirma la integridad territorial del país invadido, pero urge también a un alto el fuego en el territorio libanés y "en la frontera entre El Líbano e Israel". Empero, en la sesión del día 8, cuando el Consejo de Seguridad consideraba una resolución que condenaba el desconocimiento de la anterior y exigía la detención de las hostilidades en un plazo de seis horas, ésta quedó paralizada por el veto estadounidense frente a 14 votos afirmativos. Con lo que queda fehacientemente demostrado cómo Estados Unidos utiliza diferentes ópticas para el tratamiento de los asuntos internacionales, sin consideración a los principios que dice sustentar sino a su interés político. Lo que resalta todavía más cuando, según un despacho de la agencia UPI fechado en Londres el 9 de junio, Alexander Haig hasta tuvo un problema de identidad al hablar con periodistas que lo indagaban a bordo de su avión acerca de la invasión israelí a El Líbano. "Nosotros no sólo perdimos un avión y un helicóptero ayer; se dice que otro avión fue derribado, un segundo helicóptero y varios vehículos militares", dijo al referirse a las pérdidas israelíes. De donde se infiere que toda Iberoamérica es para Haig mucho menos importante que el Reino Unido, e inclusive que Israel.

            En cuanto a la paradojal situación producida en la Isla Soledad donde, asegura Londres, las fuerzas inglesas completaron un cerco en torno a Puerto Argentino, hace ya más de una semana que la premier Margaret Thatcher ordenó por primera vez el asalto final sin que nada sucediera. Recientemente, una vez más, anunció que dejó en manos de los comandantes la decisión del anunciado asalto final, aferrándose así a una definición militar del conflicto con la Argentina, aunque ésta no descarta todavía una solución diplomática basada en la retirada recíproca de fuerzas, de modo a entregar a una administración internacional provisoria el gobierno de las islas, mientras se negocia el problema de soberanía.

            Sin embargo, la estrategia británica, a pesar del fracaso registrado, persiste en presionar psicológicamente a la Argentina para obtener su capitulación al reafirmársele el apoyo estadounidense, de la CEE y de la OTAN. Al mismo tiempo, para mantener a salvo de la temible Fuerza Aérea argentina a las unidades de su ya mermada Royal Navy, usualmente las mantiene fuera de su alcance internándolas solamente cuando la densa niebla lo permite. Sobre todo ahora que, según los indicios existentes, por la avería de sus portaviones no cuenta con la imprescindible cobertura aérea para proteger a sus fuerzas navales y terrestres en sus cabeceras de puente. Y en el propio frente de operaciones, las condiciones meteorológicas dificultan todavía más la movilidad de las fuerzas blindadas británicas, la artillería, sus infantes y paracaidistas, sacudidos por el fuerte viento polar, las lluvias y el terreno fangoso. Pero apenas mejora el tiempo y se despeja la niebla, la fulminante acción de la Fuerza Aérea argentina también infringe nuevas y devastadoras pérdidas a la Royal Navy, a sus fuerzas de desembarco y a las tropas que asedian a Puerto Argentino. Entonces, como es obvio suponer, la lucha promete ser ardua, prolongada y sangrienta como lo fue la guerra de Vietnam, pudiendo provocar un grave desgaste al Reino Unido, obligado, como está ahora, a renovar intermitentemente naves de guerra y de transporte, hombres, aprovisionamientos, combustibles y material bélico, incluidos aviones y helicópteros, para la lucha contra la Argentina, a 12.870 kilómetros de su territorio, en un continente hostil en cuyo trayecto sólo cuenta para su apoyo logístico a la isla de la Ascensión. Situación todavía peor a la experimentada por los Estados Unidos para sostener sus fuerzas en Viet-nam, donde por lo menos contaba en el sudeste asiático con países amigos como Malasia, Formosa y Japón, entre los principales. Y todo esto, sin siquiera tener la seguridad de que una vez producida la esperada victoria militar pudiera retener el archipiélago indefinidamente.

            Así, la cruenta guerra del Atlántico Sur, en donde ya probablemente murieron más combatientes que habitantes tiene las Islas Malvinas; en modo alguno dará dividendos al Reino Unido. Aun produciéndose una derrota argentina, ni Occidente ni Estados Unidos pueden esperar nada de una resentida Iberoamérica. El propio David Owen, líder parlamentario del Partido Socialdemócrata británico, expresó el 1° de junio que es un error pensar que todo el conflicto de las Malvinas se arreglará con la toma de Puerto Argentino. "Una continuada posesión de las islas por parte de Gran Bretaña -dijo- casi con seguridad garantizará una batalla continuada y una guerra continuada". Entonces, ¿no es el momento ya de recordar a la Thatcher lo que sucedió en Viet-nam?.

 

            (ABC Color, 13 de junio de 1982)

 

 

LA EVASIVA PAZ DE LAS MALVINAS

 

            Los vertiginosos acontecimientos que condujeron a un intempestivo cese del fuego para negociarse los términos de la capitulación argentina en la desigual lucha sostenida contra las fuerzas del Reino Unido en Puerto Argentino, hizo pensar a muchas personas que se había llegado ya al fin de la lucha por la soberanía de las Islas Malvinas. Las cosas, sin embargo, como ya he advertido antes, no siempre resultan tan simples como pueden parecer a primera vista. Veamos por qué.

            Antes, sin embargo, quisiera señalar que si bien era previsible el desenlace militar de la guerra no declarada, lo que realmente sorprendió fue la circunstancia en que llegó a producirse, dado que todavía se esperaba mucho de la encarnizada resistencia argentina, sobre todo, por la capacidad operacional de su eficiente Fuerza Aérea, a la que correspondió la mayor carga de la contienda. Razón por la que resulta comprensible la reacción emocional del pueblo argentino y de sus Fuerzas Armadas al conocerse el fin de la lucha, a sólo 24 horas de haberse anunciado la avería del crucero británico "Glamorgan" y las consiguientes bajas. Circunstancia sólo revelada posteriormente en el último comunicado del Estado Mayor Conjunto (EMC) en el que se reconoce la neta superioridad en medios y tecnología de las fuerzas británicas recién utilizadas en su ofensiva final. Hecho que, para ser más notorio todavía, fue revelada por la propia TV de Londres, propalándose que "el Gobierno de Margaret Thatcher contó con una ayuda de los Estados Unidos que fue decisiva para su victoria militar en la guerra del Atlántico Sur", según se reveló en una "historia secreta" del conflicto...

            Entonces, no tenía razón de ser el sacrificio estéril de los bravos combatientes argentinos en el frente de operaciones como parecían desearlo otros jóvenes que manifestaron con violencia en la Plaza de Mayo para protestar por la capitulación. Estoy convencido de que a las Fuerzas Armadas argentinas correspondió un rol extraordinario que sorprendió no sólo a sus avezados adversarios, sino a todo el mundo. Lo expresaron corresponsales de guerra británicos que estuvieron en el teatro de operaciones, quienes según un despacho de la agencia TELAM procedente de Londres el 14 de junio, coincidieron en destacar el heroísmo y la capacidad combativa de los soldados argentinos que defienden Port Stanley. "Avanzar un metro en el frente equivale a sufrir muchas bajas humanas y de equipos", afirmó Leslie Dowd, quien señaló además en su despacho que "la resistencia argentina es terrible". Asimismo, otro periodista recogió declaraciones similares del propio general Jeremy Moore. De ahí la sorpresa registrada por el acelerado desenlace en la capital malvinense.

            Pues bien, pasando ahora al fondo de la cuestión planteada, es decir, si el fin de la lucha armada en el archipiélago implica asimismo el fin del conflicto anglo-argentino sobre el problema de soberanía, desde ya me aventuro a expresar que éste se acentuaría todavía más de concretarse el restablecimiento de su anterior administración colonial, y que la lucha de reivindicación sólo pasa a una nueva fase. Bastará mencionar que el entonces presidente Leopoldo F. Galtieri, en su mensaje al país el día 15, si bien reconoció que el combate en Puerto Argentino "ha finalizado", no aludió a una rendición definitiva de las tropas argentinas. Previamente, el brigadier Basilio Lami Dozo, comandante en jefe de la F.A. declaró que no hubo capitulación , sino que "es un episodio"... Además, está también el comunicado N° 166 del E.M.C. del día 16, en el que se especifica que se "concertó con el comandante de las fuerzas inglesas el cese del fuego, decisión que comprendía exclusivamente las acciones que se desarrollaban en el área de Puerto Argentino". Es decir, existía la impresión de que la lucha podría continuar todavía y quizá por eso en Londres se esperaba ansiosamente una garantía escrita de la Junta Militar, en la que conste que las hostilidades han terminado en todo el Atlántico Sur. Un despacho de AP, LATIN-REUTER, TELAM, AFP y EFE, fechado en Londres el mismo día, expresa que "los británicos temen que aunque las fuerzas argentinas se han rendido en las Falklands, los buques británicos sean atacados en el Atlántico Sur.., el Gobierno espera que la recuperación de Port Stanley el lunes en la batalla final por las Falklands sea el fin de todas las luchas con Argentina y no el comienzo de una guerra de desgaste en la que submarinos, buques de guerra y cazas de combate hostiguen las islas y los buques británicos". Lo que, de ser así, como ya expresé anteriormente, podría convertirse en una versión argentina de la guerra de Vietnam, aunque es poco probable que el nuevo Gobierno lo consienta estando pendiente la vía diplomática.

            Corresponde ahora analizar brevemente la situación argentina, tanto en el plano interno como en el externo.

            En el primero, no puede extrañar a nadie la reacción que el episodio militar ha producido en sectores de la población al verse frustrados los esfuerzos desplegados para retener a las Islas Malvinas bajo la soberanía argentina. Como suele suceder, la derrota ocasiona críticas a quienes se consideran responsables y vítores de euforia a quienes obtuvieron la victoria. Empero, las situaciones nunca son estáticas sino cambiantes, según el curso de los acontecimientos posteriores... Las críticas, como las expresadas por el líder de una fracción interna del radicalismo, Raúl Alfonsín, en el sentido de que "el Gobierno debe irse ya", tienen su contrapartida en otras basadas en la moderación y la prudencia como la del presidente de la agrupación, Carlos Contin, quien manifestó que "a las Fuerzas Armadas, vencedoras o con un revés en las Islas Malvinas, las hemos de recibir en triunfo porque han recuperado el prestigio del país". Expresiones que muy bien pueden condensar el estado de ánimo predominante en todo el país. Convendría, entonces, en mi opinión, que la Junta Militar considere seriamente si no ha llegado el momento de constituir un gobierno de unión nacional con la participación de líderes de los principales partidos políticos para dar consistencia cierta y definitiva a la nueva política internacional argentina y preparar el camino para el reencuentro con la democracia en un lapso de tiempo determinado.

            En el segundo, estimo que la nueva política exterior argentina necesariamente tendrá en cuenta la postura asumida por los Estados Unidos en el conflicto con el Reino Unido, así como las sanciones de la CEE y la actitud de la OTAN; y por contrapartida, el respaldo recibido de los países iberoamericanos, del bloque de los No Alineados y del mundo socialista. Lo que podría proyectarse en la concertación de nuevas alianzas y en la obtención de nuevos mercados para los productos argentinos o la adquisición de material bélico para sus Fuerzas Armadas, por lo menos hasta que la legítima rebeldía argentina obtenga la justicia -ahora escamoteada por la alianza de las grandes potencias- para el logro de sus aspiraciones nacionales. Por otra parte, el sacrificio en vidas humanas que acaba de consumarse constituye, sin duda, un hecho histórico que desborda sobradamente las fronteras argentinas para convertirse en una causa continental que sólo podrá enmendarse mediante una reparación igualmente histórica por parte de quienes impidieron que se extirpara el último vestigio colonial en tierra americana.

            Para terminar, sólo me cabe señalar que el Reino Unido, si no pudo hacer solo la guerra, menos podrá hacer la paz. Y para lograrla, necesariamente deberá hacer concesiones por sí mismo o presionado por las necesidades de la alianza occidental.

 

            (ABC Color, 20 de junio de 1982)

 

 

 

INDICE

 

Pronunciamiento del Instituto Sanmartiniano del Paraguay.

A los lectores

Prólogo

La Batalla de las Malvinas

Latinoamérica versus Colonialismo

Política internacional y diplomada   

El TIAR y la Doctrina Monroe         

Iberoamérica y los anglosajones

La unidad iberoamericana     

¿Quiénes son nuestros amigos?        

Las secuelas de la guerra anglo-argentina

El despertar iberoamericano

¿Recuerdan Viet - Nam?

La evasiva paz de las Malvinas

 

 

 

 

 

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