PortalGuarani.com
Inicio El Portal El Paraguay Contáctos Seguinos: Facebook - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani
MELISSA BALLASCH MORENO

  EL DÍA EN QUE LA HUMANIDAD COMENZÓ A ENVEJECER - Cuento de MELL BALLASCH


EL DÍA EN QUE LA HUMANIDAD COMENZÓ A ENVEJECER - Cuento de MELL BALLASCH

EL DÍA EN QUE LA HUMANIDAD COMENZÓ A ENVEJECER

Cuento de MELL BALLASCH

 

La habitación está llena de sombras:

son las sombras de tu juventud.

Porque la juventud ha volado, ¿lo sabías?...

Sandor Marai

La amante de Bolzano



¿Quién tiene el poder de decidir cuándo se te acaba el tiempo? La historia de mi vida está marcada por el día en que comenzaron a envejecer. Puedo decirles mucho: la muerte es una maldición, una peste, una enfermedad, es el fin del mundo. Y aunque no lo sepan, eso fue cierto una vez. Ahora te diría que la muerte es la más deseada de las bendiciones: es posible luchar con una voluntad indomable, se puede luchar toda la vida, pero sólo la muerte le da sentido al pasado. Solamente cuando ya no se puede dar más batalla es posible darse cuenta de que el intento no fue en vano. Cuando uno ya no puede pedir más, está obligado a mirar hacia atrás. ¿Importó? Puedo contar muchas cosas, pero nunca voy a poder hablar del día de mi muerte: no es parte de mi pasado y nunca va a ser parte de mi futuro. ¿Por qué? Porque nunca va a ser una posibilidad en mi presente. La culpa es eternamente mía, mía y de Ah´lah´ios.

Nosotros no sabíamos lo que era esa palabra, muerte. Ustedes la inventaron, así como yo inventé la culpa. Y muchos me dirán que significa liberación. No siempre fue así. Para mí sólo significa la repentina posibilidad de que todo pueda podrirse en lo que para mí es un instante, y para ustedes, la lentitud de la agonía. La tierra cambia, los paisajes cambian, el clima cambia, incluso el agua. Lo único que existe desde mi primer día en este planeta son las cucarachas. Por eso las mato a todas. No me hace sentir más libre, revientan con un crujido, se pegan, y yo me siento un poco más corrompido. Me condenaron a sentirme así por siempre. A veces más, a veces menos, como un zumbido constantemente aguijoneando un oído. Traté de combatirlo. Es inútil.

Sucedió cuando éramos una raza nueva en el mundo y yo tenía una lanza porque íbamos a pescar. Yo daba las órdenes porque era el único que cuestionaba las órdenes de los demás. Toda tribu necesita un líder. Me obedecían, y adorábamos al sol desde que una bola de fuego cayó del cielo como advertencia. Le dimos un nombre, Ah´lah´ios, porque si podíamos llamarlo de alguna forma era menos aterrador. Los nombres pueden ser cárceles, pueden dominar. El nombre significa, sencillamente, fuego que cae, y ninguno de nosotros pensaba que alguna vez sería más que eso. Un Creador. Porque es necesaria una fuerza que dé su razón de existir a las cosas que vemos.

Yo fui el único. Yo hice algo con esa lanza.

Nosotros éramos pacíficos de una forma que ustedes no entenderían. Ellos lo eran. Nadie había para discutirnos el hecho de que todo lo que veíamos nos pertenecía, por eso no necesitábamos una Providencia. Era más que suficiente. Éramos pocos, nuestros periodos de reproducción eran extremadamente largos. Yo había visto los mismos rostros todos los días, una y otra vez, y nunca había desaparecido uno sólo de ellos. Ni uno. En términos de ustedes: nosotros no moríamos. Lo más curioso es lo que no cambió: les puedo parecer más alto, peludo o jorobado, pero no hay forma de que sepan que no soy uno de ustedes.

En esos días el mundo era nuestro y no teníamos problemas para conseguir alimento. Algo debió de asustar a los peces, algo nuevo, porque sólo conseguimos uno. Después supe que había sido un tiburón, el primero que vi en mi vida. Era toda nuestra riqueza: ese día nació la codicia, uno de sus pecados capitales. Nació el pecado en sí, y con ello, la idea de la creación y el ansia de redención. Tomé el pescado para mí y me dispuse a comerlo, todos bajaron la cabeza y observaron en silencio. Todos excepto uno de ellos. Se me acercó y trató de arrebatarme la cena. No fue rabia lo que sentí; como les dije, nosotros no teníamos una historia de ira a nuestras espaldas. Él había hecho algo que nadie más se había animado a hacer. Sentí curiosidad. ¿Iba a sangrar como los animales que solíamos comer? Y ahí es donde comienza la crueldad. Levanté mi lanza y cuando lo maté fue la primera vez que vi a alguien morir. Por eso me gané el castigo. Los demás me miraron como si yo fuera el mismo Ah´lah´ios arrojando fuego y corrieron. Yo no era una deidad destructora, pero pude oír sus palabras. Muchos de ustedes también, no importa si le llaman Dios, Allah, Yahveh. No era una paloma, no era un anciano con barba, no era un ángel, no era una zarza en llamas. Tampoco era viento ni tormenta. No era más que una voz en mi cabeza, pero allí donde era, era trueno y relámpago.

No fue largo. Dijo que mi alma estaba podrida y turbia, que haber tomado la vida de alguien de mi propia clase no tenía perdón, iba a mostrarme un reflejo. Y así, me condenó a ver podrirse a los demás, a ver el mundo derrumbarse una y otra vez. Y sobrevivir a todo. No podía morir, no podían matarme, no podía decírselo a nadie. Cada muerte a partir de eso iba a pesar en mi conciencia, porque yo la había causado.

Empezaron a podrirse desde adentro. Podían contagiarse de más enfermedades de lo que era posible pensar. Muchos murieron así. Los que no, se fueron deshaciendo por fuera. Se les caían los dientes, se les rompían los huesos, se les arrugaba la piel. Uno por uno hasta que me dejaron solo. Y cuando ustedes aparecieron, yo estaba furioso. Yo les enseñé a matar.


Pero el tiempo pasa. El alumno supera al maestro.

Yo nunca volví a escuchar a Ah´lah´ios, o como quieran llamarlo. Sólo quedábamos en este mundo la muerte y yo.

A pesar de la medicina, mientras los siglos se suceden, ustedes envejecen más rápido y mueren más temprano. ¿Por qué? Yo vi crecer algo dentro de ustedes, algo de lo que pueden no haberse dado cuenta: la resistencia. De todas las cosas, la más extraña que les trajo el tiempo fue la idea de que ustedes y el mundo no debían de ser como eran. Tenían un nuevo mantra: yo debería ser. Entonces empezó a encorvárseles la espalda, comenzaron a quedarse ciegos: eso es lo que sucede cuando sólo ves lo que quieres, cuando te acostumbras a mirar sin ver. Su forma de expresar esa resistencia frunciendo el ceño hizo que empezara a arrugárseles también el rostro, además de las manos. Supongo que la vida pesa cuando te pasas los años luchando en su contra y decides llevarla a cuestas. Yo llevo a cuestas muchas vidas distintas para mantener mi secreto, estoy seguro que habrán escuchado de más de una persona que desapareció. Sin explicación. Les parecerá raro que use la palabra condenado para decir que ni siquiera puedo envejecer.

Yo estoy sentado en un banco, en el medio de un parque muy grande. Creo que es primavera. Hay una niña echando migajas de pan a las palomas. Les está dando vida, y las palomas pueden volar. Ella, con el pelo recogido hacia atrás y un vestido blanco, está alimentando a la libertad.


Trato de nunca encontrarme con la misma persona dos veces, eso hace las cosas más fáciles. No vuelvo a mirarla, hasta que ella se acerca y me entrega un trozo de pan para que yo también alimente a las palomas. No sé porqué, pero lo tomo. En todos mis siglos en este planeta, nunca tuve una mascota. No necesitaba ver morir animales también. Me mira antes de irse, e incluso me saluda con la mano.

No hay un rincón del mundo en que no haya estado, un solo lugar donde no haya buscado la paz. Escuché todas las historias que puedan intentar contarme y le recé a los dioses más recónditos que puedan imaginarse. Ninguno se apiadó de mí. No puedo llorar. No puedo cansarme. Mi espada se encorvaría si pudiera. Ni siquiera puedo soñar con que esto termine. Eso es la soledad en su más puro sentido, algo que ustedes nunca van a entender: ver cómo la vida se escurre por el fregadero sin poder taparlo, ver desaparecer a todos como si fueran hormigas. Hubo momentos en que tuve que encerrarme en cuevas escondidas para soportarlo.

Al día siguiente vuelvo a ver a la niña, en otro parque. Acaba de llover y el viento ha echado a un polluelo del abedul más cercano a las verjas rojas. Ella toma al ave entre sus manos y me la trae con los ojos abiertos, expectantes, como si yo pudiera devolverla a su nido. Es un pardillo marrón, diminuto entre mis manos, con una mancha rojiza en la frente. Está tiritando. La niña lo mira preocupada y le acaricia la cabeza. Asiente cuando le pregunto si quiere salvar la vida del animal. ¿Por qué? ¿Por qué querría alguien salvar algo que está destinado a podrirse de todas formas?


–La vida es linda. Si yo le salvo, vive porque le salvo y va a cantar en las ventanas de las personas tristes.

Y toda su canción va a ser una oda para ti. Eso es lo que todos quieren, hacer del mundo un lugar diferente de aquel al que llegaron. Van a desaparecer y quieren dejar una huella. Nosotros no conocíamos eso, ustedes inventaron el concepto del tiempo. Y se engañan, porque lo único que pueden controlar es el presente. Se dedican a tratar de importar, y la muerte les arrebata hasta eso. Es lo único seguro y definitivo que tienen en su vida. La muerte se lo lleva todo. Excepto los recuerdos.

–Si le salvo, yo le doy vida. Es pequeñito. Quiero salvarle porque quiere vivir. Todos queremos vivir, y necesita mi ayuda o se muere –continúa ella.

–Se va a morir igual –digo. Tengo la voz tan seca y dura como el alma. Sus ojos se llenan de lágrimas. Es demasiado joven para entender que sobrevivir es el peor de los castigos que pueden inventarse.

–Pero va a vivir antes de morirse –susurra ella, acariciando con sus dedos la pequeña cabeza animal. El pardillo tiembla entre mis manos, emite un leve chillido y de repente se queda quieto. Puedo reconocer una despedida cuando la veo.

¿Ves? Estoy a punto de contestarle, pero me trago la palabra cuando veo cómo se transfigura su rostro. Después de un par de pucheros rompe en llanto, toma al polluelo y se aleja corriendo.


Quiero salvarle porque quiere vivir. ¿Es eso lo que todos piensan? La humanidad cambió mucho a través del tiempo, pero algo permaneció desde el comienzo: siempre trataron de explicarse su existencia a través de un falso sentido de inmortalidad, una vida después de la vida. No existe algo semejante. La niña sale del parque y yo empiezo a seguirla. Algunos de ustedes lo entendieron, se dedicaron a dejar algo detrás, un legado, sin esperar tener algo más adelante. Huellas. Cicatrices, en verdad. No llegaron pensando que vinieron para llevarse algo. Experiencia. Ella va a cruzar el camino. Y muy pocos se dieron cuenta de que el tiempo es una ilusión creada por su mortalidad. Todo es un eterno ahora. Ella corre hacia las vías del tren para atravesarlas, seguía aferrando al ave con fuerza. Yo corro detrás de la pequeña. Es posible que ella tenga razón. La vida y la muerte se convirtieron en dos lados de la misma moneda, y viéndolo así es complicado distinguir cuál es más importante. Constantemente se están quedando sin tiempo, y eso les empuja a hacer las cosas que de otro modo no harían, pero sólo la muerte permite darle un significado a esa historia. Esa lista de objetivos pendientes creció y creció, hasta que empezaron a tenerle miedo a la muerte. Y esa se convirtió en su mayor debilidad cuando podía haber sido la inspiración más poderosa. Están terriblemente asustados por algo que no pueden evitar, porque ni ustedes que lo viven lo entienden mejor que yo. Si ella tiene razón, dejen de tener miedo. Si una vida merece ser salvada porque alguien quiere vivirla, merece correr el riesgo de vivirla. El miedo es lo único de lo que se van a arrepentir cuando miren atrás, hasta yo sé eso. Van a terminar en el mismo lugar. Tardé segundos en llegar hasta las vías del tren. Veo los faros encendidos, me encandilan; oigo el chirrido de las ruedas tratando de frenar, me perfora los oídos; los gritos. Quiero salvar a esa niña porque quiere vivir, darle la oportunidad de la que privé a cada uno de ustedes. Por primera vez me estoy preguntando qué les hice a ustedes, y me entran ganas de llorar, pero no por mí. Mis brazos la empujan hasta el otro lado de las vías. La gente me señala.

Y por un breve momento pienso que la luz al final del túnel no es más que ese tren.

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DEL DOCUMENTO FUENTE


(Hacer click sobre la imagen)

 

SEP DIGITAL - NÚMERO 7 - AÑO 2 - MARZO 2015

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

Asunción - Paraguay

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA


(Hacer click sobre la imagen)







Leyenda:
Solo en exposición en museos y galerías
Solo en exposición en la web
Colección privada o del Artista
Catalogado en artes visuales o exposiciones realizadas
Venta directa
Obra Robada




Buscador PortalGuarani.com de Artistas y Autores Paraguayos

 

 

Portal Guarani © 2024
Todos los derechos reservados, Asunción - Paraguay
CEO Eduardo Pratt, Desarollador Ing. Gustavo Lezcano, Contenidos Lic.Rosanna López Vera

Logros y Reconocimientos del Portal
- Declarado de Interés Cultural Nacional
- Declarado de Interés Cultural Municipal
- Doble Ganador del WSA