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DAMIÁN CABRERA

  SECUENCIAS AUTÓNOMAS - EL CAMINO DE IDA de RICARDO PIGLIA - Por DAMIÁN CABRERA - Domingo, 24 de Mayo del 2015


SECUENCIAS AUTÓNOMAS - EL CAMINO DE IDA de RICARDO PIGLIA - Por DAMIÁN CABRERA - Domingo, 24 de Mayo del 2015

SECUENCIAS AUTÓNOMAS

EL CAMINO DE IDA de RICARDO PIGLIA

 

Por DAMIÁN CABRERA

 

«En aquel tiempo vivía varias vidas, me movía en secuencias autónomas: la serie de los amigos, del amor, del alcohol, de la política, de los perros, de los bares, de las caminatas nocturnas»: así empieza la última novela de Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1941), una de las voces más reconocidas de la literatura argentina actual. Y cuyo nombre completo, Ricardo Emilio Piglia Renzi, si reparamos en que el del protagonista de la citada obra es Emilio Renzi, nos da una pista sobre lo autobiográfico en su literatura. Partiendo, precisamente, de la tesis de que, en la Modernidad, una cierta hegemonía del «yo» ha generado una tendencia autobiográfica en la ficción, Damián Cabrera analiza El camino de Ida en el siguiente artículo.


 

 

 

PRIMERAS PALABRAS

La noción de secuencias autónomas es empleada por el narrador de El camino de Ida de Ricardo Piglia en dos niveles: por un lado, la imagen busca reforzar el lirismo en la prosa mediante repeticiones diseminadas a lo largo del texto; por otro lado, esta noción fundamenta el propio registro formal de la historia: así, el narrador propone una suerte de tesis sobre la experiencia de la realidad y una idea de las unidades ficcionales como fenómenos susceptibles de experiencia, en el discurso de los diversos personajes y en los argumentos del narrador. Con esta base, es posible leer El camino de Ida como una reflexión poética sobre la narrativa autorreferencial, y como una extensa justificación de la auto-representación en la ficción.

La palabra «Ida» del título de la última novela de Piglia también está constituida por series simultáneas: es, después de todo, no solo un sustantivo propio y un verbo a la vez; también es un sustantivo que puede ser leído por una falta, una consonante en falta; es la palabra «vida» mutilada: una vida secreta, también, que, junto con el camino del título, podría adquirir el aspecto de un programa, una agenda, un guión. El primer título de la novela, provisorio, fue Vida serial; título que alude no solo a los asesinatos en serie causados por el terrorista que mueve la trama, sino también a las instancias vivenciales variadas que son descriptas, narradas y justificadas en la novela.

Emilio Renzi es un personaje/narrador que ya había aparecido en otras obras de Piglia, y constituiría un doble invertido del autor que, a lo largo de El camino de Ida, justifica esta constitución doble, que no solo le permite argumentar razones mentales, estéticas y ontológicas en el relato por medio de las cuales los desvíos en el flujo de la realidad podrían ser leídos como válidos, sino que, mediante estos argumentos, y a través de pistas extra-ficcionales que aparecen en pocos momentos del relato, posibilitan la sospecha de que exista un narrador con un deseo de permear el campo de la ficción.

La novela se desarrolla entre un campus académico en Nueva Jersey, con la atmósfera clara de los barrios universitarios; reflexiones intelectuales de un profesor especializado en los años argentinos del escritor británico-argentino Guillermo Enrique Hudson –con el cual el narrador se identifica a nivel emocional–; las reuniones clandestinas con la directora de su Departamento, Ida Brown; y las acciones terroristas de un individuo con inteligencia superior que mina el tecno-capitalismo matando silenciosamente a sus exponentes más intelectuales a lo largo de más de veinte años, burlando la vigilancia del FBI.

El camino de Ida es una más de las novelas de Piglia en las cuales la ficción está interferida por elementos autobiográficos. Una entrevista concedida al suplemento ADN Cultural del diario La Nación de Argentina se titula «Piglia vuelve a la ficción», y es verdad, pues la ida de Emilio Renzi es un retorno en múltiples sentidos: un volver al origen argentino, pero también una reaparición en un escenario ficticio, pues en este romance el autor recrea sus años de profesor en los Estados Unidos. El camino de Ida es, sin embargo, una recreación de la realidad política y cultural de dos lugares de la cultura occidental en América: la del Norte y la del Sur.

 

SERIES SECUENCIALES

La noción bakhtiniana de novela polifónica sirve para describir una tradición ficcional moderna inaugurada por Cervantes. En esta novela de Piglia se expone un elogio de esa polifonía; estrictamente, no en su desarrollo formal, dado que el narrador en primera persona, Emilio Renzi, es hegemónico, sino mediante las divagaciones de este narrador/protagonista y las expresiones de los personajes que defienden sus dobles vidas, sus vidas múltiples, tanto las reales como las imaginarias; hasta un extremo, cuando lo imaginario en el terrorista Tom Munk se transfiere a la experiencia real. Para Bakhtin, esa polifonía está presente inclusive en la voz de un solo narrador, que nunca es única.

El propio Piglia es consciente de esta realidad intersubjetiva y de las voces que atraviesan un discurso, específicamente en el texto autobiográfico. En la nota introductoria a la antología Yo, Piglia sugiere que el texto autobiográfico «no se trata de la experiencia vivida, sino de la comunicación de esa experiencia, y la lógica que estructura los hechos no es la de la sinceridad, sino la del lenguaje». Según Piglia, esta ambigüedad que se da entre experiencia y comunicación de la experiencia también se da en otro nivel: mientras el autor comunica su self en el texto autobiográfico, también comunica otros universos.

En El camino de Ida, el narrador comienza el relato describiendo las secuencias autónomas en las cuales se movía al comienzo, como un punto de partida para describir series independientes en las cuales tanto él como los otros personajes estarían inscriptos. Renzi introduce un principio de duda sobre el estatuto de veridicidad de su narración en tanto una condición psicopatológica que sufre, denominada cristalización arborescente, le impide establecer diferencias precisas entre lo real y lo imaginario.

Renzi vivía en el departamento que un amigo le había prestado en Buenos Aires; y, ahora, la oportunidad de enseñar en los Estados Unidos, que, según él, se había presentado por casualidad, dio inicio a una nueva secuencia en su vida en la que, paradójicamente, por tener que vivir en la casa de un académico que, al estar de viaje, le había cedido en alquiler, generaba en él la recurrente sensación de estar viviendo la vida de otro.

Él no es el único que «vivía varias vidas», que se movía en «secuencias autónomas». Los otros personajes se encuentran en condiciones similares, según la interpretación del narrador. Como el agente especial Menéndez, del FBI, que, siendo chicano, «vivía en dos mundos, mexicano como su padre y norteamericano como su madre, y conocía el modo de cruzar de una realidad a otra».

Sobre Ida, el narrador observa que «ella también parecía vivir en series aisladas, con los amigos, colegas, amantes, estudiantes, conocidos de profesión, y cada uno de esos espacios no estaba contaminado por los otros». Esta visión de vida en series de Ida llega al extremo cuando salen a la luz los hábitos sexuales de esta reconocida, respetable y temida académica, fan de los Darkrooms, de los encuentros de swingers y de los clubes de sadomasoquismo.

Mientras tanto, Tomas Munk también «había vivido su vida en secuencias autónomas». Pero el concepto de esas múltiples vidas desarrolladas del terrorista era mucho más sofisticado que la simple «doble vida» en la cual una de las partes está oculta por razones moralistas: «Somos individuos dispersos, escondidos en los bosques, perdidos en grandes ciudades, sujetos en fuga, perdidos en las praderas. Estamos aislados pero somos muchos», le dirá Munk a Renzi, quien encontrara en el concepto anarquista de subjetividad un correlato para esa existencia multifocal de Munk. A través de las diversas experiencias complejas que Munk realizaba, lo que trataba de hacer era «experimentar con las vidas posibles y las vidas ficcionales».

Volviendo a la idea que Piglia desenvuelve en su nota introductoria a la antología Yo, el discurso de la novela persistiría en el registro polifónico no solo en tanto que reproduce voces múltiples: también persistiría en él la expresión de un mundo a través de la comunicación del yo del narrador/autor, y la comunicación del mundo también expresaría, simultáneamente, ese yo. Piglia no solo elige a Renzi para comunicar sus experiencias vividas en el mundo académico de los Estados Unidos a lo largo de varios años, sino que también elige al personaje de Tomas Munk para narrar una porción de la realidad histórica del mundo: la del terrorista Unabomber, que coincide en muchos aspectos con el personaje, pero también el orden político de un tiempo y un espacio; orden político como administración de las experiencias colectivas (polis), pero también como vigilancia, policiamiento, de esas experiencias.

Munk parece haber encontrado en las vidas de la ficción una potencia emancipadora. En sus primeras revueltas como estudiante contra sus profesores, Munk se había mostrado favorable a la idea de que las formulas abstractas tuviesen conexión con la realidad, pero sin que fuesen, necesariamente, reales; es decir, en abandonar la idea de que las realidades pudiesen ser varias, defendiendo la noción de Exemplum fictum. Tanto sus indagaciones teóricas como sus experiencias prácticas sobre la memoria seguían el rastro de lo que él denominaba «memoria incierta y la imagen inolvidable de acontecimientos que nunca vivimos».

Por medio de un libro de Conrad que Ida le había dejado, Emilio Renzi puede reconstituir caminos y establecer relaciones entre las posiciones ideológicas de Tomas Munk y la literatura. Munk se había lanzado en busca de un cambio de vida, y para esto se propuso vivir la ficción, como si el guión de una vida posible ya estuviese, de antemano, dispuesto y solo hiciese falta ejecutarlo. Munk había seleccionado modelos de sujetos aislacionistas y comprometidos con un ambiente natural yendo a vivir solo, en la floresta (hasta se compró un loro para tener con quien hablar, a lo Robinson Crusoe). Al recibir estas noticias, el narrador se siente impresionado, y sin embargo, logra encontrar correlatos en la ficción: «Había optado –como Alonso Quijano– por creer en la ficción».

La doble vida formaría parte de la cultura de los Estados Unidos, según la mirada del narrador, ese país del individualismo, «oh, Batman».

Ricardo Piglia: El camino de Ida. Barcelona, Anagrama, 2013. 296 pp.


damiancabrera@usp.br


Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Publicado en fecha: Domingo, 24 de Mayo del 2015

Fuente en Internet: www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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