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MONTSERRAT ÁLVAREZ

  VIVIAN MAIER LA NIÑERA QUE ESCONDÍA UN TESORO EN EL CUARTO DE SERVICIO - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 28 de Julio del 2013


VIVIAN MAIER LA NIÑERA QUE ESCONDÍA UN TESORO EN EL CUARTO DE SERVICIO - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 28 de Julio del 2013

VIVIAN MAIER LA NIÑERA QUE ESCONDÍA UN TESORO EN EL CUARTO DE SERVICIO

 

Por MONTSERRAT ÁLVAREZ

 

El estreno del documental sobre la artista, Finding Vivian Maier, anunciado en febrero de este año, se espera de un momento a otro, en los próximos meses del 2013.

 

 

El 2013 quedará en la memoria general del siglo XXI como el año en el cual todos pudimos conocer la figura de esta excepcional fotógrafa que vivió y murió en el más perfecto anonimato, y en el cual quedará claro, al mismo tiempo, que nadie la conoció mientras estuvo viva ni la conocerá nunca tras su muerte. El cuarto solitario que Vivian Maier habitó se queda, así, clausurado. Definitivamente cerrado con llave para nosotros, la posteridad, tras su muerte, como lo estuvo durante toda la vida de esta oscura niñera, de esta humilde empleada, para sus contemporáneos.

 

 

Pero todo lo que su enorme legado fotográfico pueda decir acerca de qué miraba Vivian Maier y de cómo lo miraba ya ha comenzado a difundirse. Ha comenzado desde que, en 2007, en un remate, un lote de obras suyas fuera comprado por poco más de USD 300 como parte de una búsqueda de materiales gráficos acerca de cierto barrio de Chicago, para una investigación que nada tenía que ver con ella, pero que permitió así, de oblicuo modo, que fuera descubierta por esta caprichosa casualidad. Ha comenzado en diversas formas, inicialmente con una serie de exposiciones y con un libro, Vivian Maier: Street Photographer (Powerhouse Books, 2011, 144 pp.), editado precisamente por su inicialmente distraído, posteriormente asombrado y por último, actualmente, obsesionado descubridor, John Mallof; exposiciones y libro a los que pronto seguirá la película, cuyo estreno ya se está anunciando desde febrero de este año. Muchos, sobre todo en las diversas ciudades (todas ellas de Estados Unidos y de Europa hasta el momento, según tengo entendido) donde las exposiciones itinerantes de su trabajo, recibidas con atronador impacto crítico y con un creciente ruido mediático, sobre todo entre el 2011 y el 2012, ya han creado expectativas en una vasta audiencia, esperan con ansia Finding Vivian Maier.

 

 

Finding Vivian Maier (Descubriendo a Vivian Maier) es el anunciado documental producido y dirigido por John Maloof y Charlie Siskel, que podrían haber inventado para ella un piropo cinematográfico. Algo como “Tu vida es un guión” o “Tu vida parece la parte de atrás de un DVD”. Un piropo que en pocos casos habría sido tan exacto como en el de esta mujer callada y misteriosa que, después de vivir de su trabajo de niñera durante cuarenta años, murió a los 83 años sola, desconocida y en la más negra miseria.

Descubrió su vasta obra por azar, en 2007, John Maloof, quien, en busca de material para ilustrar un libro de historia que en ese momento estaba escribiendo sobre el barrio de Portage Park, compró en una subasta de Chicago un archivo fotográfico que había sido abandonado en un almacén. Al revisarlo y ver que no le sería útil para su investigación, decidió revenderlo por internet. Y, al verlo en la red, el crítico de arte e historiador de la fotografía Allan Sekula se puso en contacto de inmediato con él para advertirle que se encontraba en posesión de un sorprendente tesoro y para detenerlo antes de que lo siguiera dispersando a lo tonto por unos cuantos dólares como si fuera un montón de postales retro.

 

 

No era un montón de postales. Era un corpus fotográfico dotado de una impronta tan individual, de un estilo y de un humor tan personales, de una intensidad y de una puntería tan salvajes, de un sentido tan lapidario de la composición, de una penetración tan punzante, de una sensibilidad para el enigma de la materia tan intrigante, de una rareza y de una audacia tales y, en fin, de todas las diversas e impactantes aristas del talento de una personalidad compleja y poderosa en tan alto, descarado y libre grado, que, a partir de ese momento, se desató –inicialmente en Mallof y Sekula y, a partir de ellos, en el público internacional– una expansiva onda de asombro cuyas repercusiones comienzan a llegar a todas partes.

Vuelto en sí de ese inicial estupor y ya consciente tras la admonición de Sekula de lo prodigioso de ese regalo del azar, y del valor y la potencia de aquellas instantáneas callejeras tomadas en los años cincuenta y sesenta, cargadas de explosivo talento, Maloof decidió buscar a la persona que las había tomado.

¿Quién había mirado así las cosas? ¿Quién había mirado y congelado a esos borrachos ahítos que se quedan así durmiendo ante nosotros para siempre en una tarde soleada ya extinta hace miles de años dentro de un coche polvoriento, o tirados en un zaguán o en una acera? ¿Quién miró y comprendió, y señaló con esa foto al mundo los secretos de ese brazo crispado, sin rostro, que encierra en sí toda la fuerza de la creación pero la disimula y la reprime con las cadenas de la sociedad escondiendo la mano (se adivina el puño bien cerrado, apretado) con tan falsa indolencia al fondo del bolsillo? ¿Quién ha entendido la belleza absurda, inmensa, sobrecogedora de esos dos viejos torpes y gordos que caminan lenta y neciamente hacia el tópico barato de un ocaso dominguero sin ver la cámara, dándole la espalda, sin ver nada fuera del milagro incomprensible de su propia unión, ignorantes de todo lo demás, amantes absolutos? ¿Quién ha tenido el valor de disparar con su cámara a esas mujeres ancianas con uniformes serviles, gesto altivo y mirada desafiante? ¿Quién era esa persona que dominaba con un tiro letal de su veloz revólver la matemática de la composición como si la tuviera incorporada al ojo y a la mano, y que no temía romperla cuando buscaba ir más allá del punto hasta el que puede llegar el objetivo de una cámara? ¿Quién salía de cacería así para atrapar la presa del instante, quién era ese cazador solitario? ¿Y quién, tras tan denodada y sostenida caza, había visto terminar así ese registro de toda una vida, de tantas décadas de tantas otras vidas, prácticamente perdido, en la basura?

 

 

Y Maloof empezó su investigación, gracias a la que ha tenido lugar la recuperación actual del cuantioso archivo de Vivian Maier, esa niñera de origen francés que pasó toda su vida entre su Chicago natal y Nueva York trabajando para sobrevivir, como niñera, y fotografiando obsesivamente las horas muertas y las horas vivas en los suburbios y el centro, las casas y las aceras de esas dos ciudades, cobrando como piezas de sus mil excursiones incontables escenas que cubren cuatro décadas, desde los años cincuenta hasta los noventa del pasado siglo XX.

Mientras Maloof comenzaba la búsqueda, y sin que él ni nadie lo supiera, Vivian Maier aún vivía, sobrevivía o malvivía en el mismo pequeño departamento en el que murió muy poco después, en el año 2009, en total soledad.

Supervivencia y soledad son en rigor en este casi dos términos meramente aproximados y seguramente muy remotos a lo desconocido. Vivian Maier había construido un mundo paralelo secreto y oculto del cual nos queda expuesta solo la parte que podemos inferir en su obra fotográfica. Lo primero que Vivian Maier pedía cuando entraba a trabajar en alguna casa, “al servicio de” alguna familia, era un cuarto propio y con cerradura y llave en la puerta. Ya nunca podremos saber qué sucedía realmente entre las cuatro paredes de su vida con esta mujer inteligente y extraña, como nadie tampoco lo supo, al parecer, jamás mientras estuvo viva.

Vivian Maier ha encarnado la magia de la desdicha de esta forma, al elegir por vocación la invisibilidad y el silencio que normalmente, para las empleadas domésticas, son algo inevitable y no algo decidido por ellas; que son el destino, dentro del seno del hogar burgués, de los trabajadores que están excluidos de él viéndose sin embargo obligados por la necesidad a estar adentro. El discreto, no comunicado –inapetente, yo diría, de tal comunicación–, pero profundo y sincero desinterés o desgano de Maier por ser parte de un mundo “feliz” que, ciertamente, no la hubiera admitido aun en caso de que ella lo deseara, tiene la fuerza espléndida de una ironía póstuma a mis ojos, y se trata de un gesto tanto más brutal y más elegante cuanto que ni siquiera fue deliberado, sino que fue del todo natural e involuntario.

 

 

En la zona de los cuartos de servicio, cuyos habitantes no son parte de esa familia en la que su voz sería, por ello una, intromisión, solo se permite desarrollar un talento, uno solo, un mudo, único e insospechado don: la mirada, la capacidad de observar. Pero eso era justamente lo que deseaba cultivar Vivian Maier.

El área de servicio es como la periferia de la vida doméstica en el hogar burgués, pero el arte de Maier era y es un arte de las periferias. Su sonrisa, que está presente a veces de modo literal y otras veces solo (“solo” es un decir) como un enfoque, es decir, como de un modo intelectual o indirecto, a mi juicio –y sin que ella tuviera, lo cual lo hace todo aún más divertido y más perfecto, el menor interés en devolvérselo–, le devuelve con creces su desdén a una sociedad infatuada, celosa de sus toscos privilegios y en exceso pagada de sí misma.

Vivian Maier vivió y murió con ese secreto. El secreto de su absoluta superioridad. De su superioridad final, lapidaria, brillante, terrible, respecto a los que, estoy casi del todo segura, la habrán compadecido bondadosamente (“ay, pobre mujer, tan sola, sin familia, sin nadie que la cuide, sin amor, sin dinero”, etcétera; todo lo que, también estoy segura, habrá sido completado por un tácito “mientras que nosotros tenemos un hogar, hijos, un buen matrimonio, lavarropas, amigos”, etcétera). Ahora cabe entender esa sonrisa y esa mirada firmes, tranquilas, casi condescendientes, “del que sabe” algo que todos ignoran, esa sonrisa y esa mirada distantes, contentas, reflexivas, que, como vemos en muchos de sus –contados– autorretratos, distinguen el rostro de Maier. Claro que sabía. Siempre supo. Completamente sola e indigente en sus últimos años, pobre e ignorada durante su larga y fatigosa vida, Vivian Maier (1926-2009) se yergue al fin para siempre como la verdadera triunfadora en esta lucha, la única que ha sabido salir de ella con riqueza y con genio, con dignidad y airosa.

 

Fuente: SUPLEMENTO CULTURAL del diario ABC COLOR

Domingo, 28 de Julio del 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 

 

 

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