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MONTSERRAT ÁLVAREZ

  ESTATUAS DERRIBADAS - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 14 de Junio de 2020


ESTATUAS DERRIBADAS - Por MONTSERRAT ÁLVAREZ - Domingo, 14 de Junio de 2020

ESTATUAS DERRIBADAS

 

Por MONTSERRAT ÁLVAREZ 

 

montserrat.alvarez@abc.com.py

Esta semana, mitos y monumentos han comenzado a caer: un gesto nuevo y de incalculable importancia por anónimo ha revelado la voluntad inédita de reescribir los capítulos de la historia relegados a las sombras, y de escribir esos otros que el relato hegemónico soslaya. En varias ciudades del mundo los manifestantes que protestan por el asesinato de George Floyd han grafiteado pedestales y derribado estatuas de esclavistas, racistas y genocidas glorificados por la historiografía oficial.

La efigie en bronce del «hijo ilustre de Bristol» que amasó su fortuna traficando esclavos, Edward Colston, ha rodado por las calles de esa ciudad inglesa hasta terminar arrojada a las aguas del río Avon. En Richmond, Estados Unidos, han derribado la estatua del general confederado W. C. Wickham. En Londres, la del esclavista escocés Robert Milligan. «Este hombre mató a quince millones de personas» se lee al pie del monumento ecuestre de Leopoldo II, rey de Bélgica, en Bruselas. «Hijo del esclavismo y del lucro colonialista» dice una pintata en el de Robert Dundas, segundo vizconde de Melville, en Edimburgo, y en el pedestal de la estatua de Winston Churchill, en Londres, han escrito con spray la frase (rigurosamente cierta) «Era un racista».

Se acusa a los manifestantes de vandalizar monumentos, cuando es la monumentalización del vandalismo lo que se está poniendo ahora en cuestión. De negar el pasado, cuando es la historia oficial la que lo niega. Y cuando no es el pasado, sino un relato parcial, impuesto como único, del pasado lo que gracias a estos gestos se pone al fin en debate público. Y en la furiosa voluntad de enmienda de ese relato oficial, y en el airado rechazo de todas sus omisiones y distorsiones, y en el afán de exponer y decir a voces lo que ese relato calla, los gestos iconoclastas de esta semana ya no se han limitado a protestar contra las inequidades del presente, sino contra sus raíces. Ya no denuncian solo los efectos, sino que repudian las causas. Ya no protestan solo por problemas acotados al contexto de una circunstancia actual, como fallas que cabría paliar con reformas y mejoras, sino que apuntan al orden que estos problemas integran como parte de sus fundamentos mismos.

Derriban mitos y exponen los trapos sucios de la historia los manifestantes. Entretanto, mienten historiadores y políticos. Mienten historiadores como Andrew Roberts al tildar de «ignorantes» a los que escribieron «racista» en la estatua de Churchill; miente al decir que «Churchill fue el mayor antifascista de la Historia. Sin Churchill, Adolf Hitler, un auténtico racista, habría matado a mucha más gente por motivos racistas» (1). Que Churchill mató tanta gente como Hitler y «por motivos racistas» (para usar esa expresión simplista) es un hecho documentado y, aunque no forme parte del relato popular, un historiador debería saberlo, pero, más allá de eso, el racismo de Churchill no es una peculiaridad personal al margen de las políticas que, desde su función y como muchos otros, implementó, sino parte de la legitimación ideológica de esas políticas y, por ende, fenómeno sociohistórico que no cabe

soslayar y que se soslaya sistemáticamente, como el culto a la «democracia» liberal soslaya que el estado democrático moderno representa desde sus inicios los intereses a los que somete en el modelo económico capitalista a la mayoría productora. Se equivoca la ministra del Interior británica Priti Patel al decir que estos actos de «vandalismo» son una «distracción de la causa por la cual la gente realmente protesta» (2), pretendiendo esconder que lo cierto es exactamente lo contrario: que esta es la toma de consciencia de los motivos históricos reales del hecho que motiva la protesta.

Pintar la violencia como ruptura del «orden» vigente es parte habitual de la legitimación de ese orden. El repudio de los saqueos realizados en medio de las protestas no responde solo al afán de defender la propiedad; la reducción del sentido de los poderosos gestos de la profanación de estas estatuas, símbolos de un poder inicuo, a mero «vandalismo» no solo responde al respeto por la historia. Ambas reacciones buscan presentar una indignación justa y una toma de consciencia lúcida como simple desenfreno inconsciente y contribuir así la construcción del disidente como enemigo interno. No es inocente que omitan tanto las distorsiones de la historiografía oficial como los saqueos (no llamados tales) y la violencia institucionalizada del orden que defienden y representan.

Hay en los gestos iconoclastas que han recorrido esta semana varias ciudades del mundo el aliento de un cuestionamiento estructural, que excede el detonante de un acontecimiento aislado. Derribar estatuas, grafitear pedestales es desmentir un relato que olvida los saqueos («lootings» mucho más violentos que los que tantos –no solo Trump– condenan en estas protestas) y el exterminio, legitimados mediante la jerarquización de las poblaciones –por «razas», entre otras cosas–, que han permitido la formación y el desarrollo de las modernas naciones «democráticas».

La hegemonía de las élites –sobre todo desde el siglo XVI, con un discurso forjado en gran medida en relaciones coloniales– se ha sostenido en parte en una ilusoria complicidad entre sectores de la población (personas de sexo masculino, personas de «raza blanca») definidos como «superiores» más allá de las diferencias socioeconómicas: frente a los definidos como «inferiores», un obrero blanco compartiría, según este esquema, ciertos privilegios con la élite que lo explota. Hoy, golpeados por crisis, recesiones y precarización, muchos creen amenazados sus (para ellos, «justos») privilegios, y preservan sus ilusiones de superioridad redoblando la apuesta supremacista con reacciones de tintes fascistas. Y a pesar de eso, y a pesar de la pandemia y del encierro, millones de personas se levantan porque hemos visto a un policía asesinar a un hombre negro desarmado en la vereda de una calle de Mineápolis. Rompiendo el espurio pacto supremacista de «blancos», salen a protestar a las calles del mundo, por él, todas las «razas». Que sea el comienzo del fin de todos los innobles pactos que apelan al miedo y al egoísmo de quienes prefieren definirse como privilegiados antes que reconocerse como iguales.

Notas

(1) https://www.abc.es/internacional/abci-manifestantes-contra-racismo-derriba-estatua-esclavista-bristol-reino-unido-202006081403_noticia.html

(2) https://www.elindependiente.com/politica/2020/06/09/sin-churchill-hitler-un-racista-habria-matado-a-muchos-mas-por-motivos-raciales/

montserrat.alvarez@abc.com.py

 

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Domingo, 14 de Junio de 2020

Página 3

 www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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