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NANCY PÉREZ

  LOS OFICIALES (GUERRA TRIPLE ALIANZA) - Por NANCY PÉREZ


LOS OFICIALES (GUERRA TRIPLE ALIANZA) - Por NANCY PÉREZ

LOS OFICIALES

Por NANCY PÉREZ

Colección 150 AÑOS DE LA GUERRA GRANDE - N° 03

© El Lector (de esta edición)

Director Editorial: Pablo León Burián

Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina

Director de la Colección: Herib Caballero Campos

Diseño y Diagramación: Denis Condoretty

Corrección: Milcíades Gamarra

I.S.B.N.: 978-99953-1-427-9

Asunción – Paraguay

Esta edición consta de 15 mil ejemplares

Setiembre, 2013

(122 páginas)



CONTENIDO

Prólogo

Introducción

Capítulo 1

El reto de consolidar la milicia

El adiestramiento en Cerro León

La organización del ejército

La actuación frente a victorias y derrotas

Capítulo 2

La brava Infantería

La admirada Caballería

La firmeza de la Artillería

La destreza de la Marina

La indumentaria del ejército paraguayo

La alimentación de las tropas

Generales y otros oficiales destacados

Capítulo 3

La invalorable Sanidad Militar

Capítulo 4

El orden bajo disciplina y castigos

La reconocida valentía paraguaya

Obediencia y lealtad en primer lugar

La suerte que corrieron los prisioneros

Conclusión

Bibliografía

La Autora



PRÓLOGO

La Colección 150 años de la Guerra Grande, se ha planteado llamar la atención sobre los colectivos que participaron en aquella trágica contienda. Por lo tanto este volumen sobre Los Oficiales, pretende analizar y describir al grupo de hombres que tuvo a su cargo conducir al ejército paraguayo desde el Mato Grosso hasta Uruguayana y desde Corrientes hasta Cerro Corá.

La periodista y licenciada en Historia Nancy Pérez ha aceptado del desafío de escribir este libro con el fin de poner en perspectiva la realidad de los oficiales paraguayos durante la Guerra contra la Triple Alianza (1864-1870).

La autora describe el contexto en el cual se desarrolla el conflicto para luego explicar en forma detenida la realidad de la Infantería, la Caballería, la Marina y la Sanidad del ejército paraguayo y los oficiales que cumplieron sus tareas en dichas armas sirviendo a la patria en unas condiciones más que adversas.

La obra explica el proceso de formación de los oficiales, así como la situación en la que se encontraba la oficialidad paraguaya al inicio de la contienda. En otro aspecto explica las formas de instrucción y los textos empleados para la formación de los jefes y oficiales del ejército, mucho de los cuáles fueron movilizados en 1864 y que obtuvieron sus ascensos en la graduación militar gracias a méritos de guerra.

Se incluye además breves biografías de los principales jefes y oficiales del ejército paraguayo que combatió durante la Guerra Grande. Este libro aporta una visión que permite valorar en su justa medida a aquellos hombres que abandonaron la chacra, los estudios o las actividades ganaderas para cumplir con el deber de formar parte del cuadro de oficiales del ejército paraguayo.

Cabe agradecer a Nancy Pérez por el trabajo desplegado tanto en Bibliotecas como en el Archivo Nacional de Asunción para la redacción de esta obra que aporta una nueva mirada sobre esa Guerra que marcó hondamente al pueblo paraguayo.

Septiembre de 2013

Herib Caballero Campos



INTRODUCCIÓN

Dentro de la estructura del Estado, la defensa de la soberanía nacional es la función esencial de la profesión del militar, la cual implica además una gran vocación de servicio.

Los oficiales paraguayos que participaron en la guerra contra la Triple Alianza cumplieron ese cometido, no sólo con responsabilidad sino con tremenda valentía en los combates más dramáticos, en los cuales la superioridad del adversario no los hizo retroceder en sus convicciones.

Conocido es que para alcanzar un nivel superior en las ciencias militares, los oficiales van ocupando cargos con mayor responsabilidad dentro de una escala jerárquica y en un proceso de formación continua. Este esquema no fue precisamente el que se aplicó en el Paraguay en aquellos años, donde las importantes bajas que sufría permanentemente el ejército, eran las que imponían la promoción de los más valientes.

Habiéndose iniciado como soldados rasos, mucho pasaron a ser muy pronto responsables del actuar de un conjunto de hombres puestos bajo su mando. Debieron también ocuparse de la instrucción de nuevos contingentes de soldados, de la coordinación y cumplimiento de las misiones y tareas que les fueran asignadas. No era sencillo el compromiso que asumieron los jóvenes oficiales.

Sin academias militares preestablecidas antes de la guerra, la formación de los componentes del ejército se adaptó a los recursos disponibles y a las experiencias obtenidas al fragor de las batallas. Este aspecto no fue un impedimento para que muchos oficiales demostraran una brillante actuación.

Se pretende a través de esta obra llegar a una aproximación a diversos aspectos y episodios de la guerra contra la Triple Alianza que permiten ver cómo era el ejército y conocer el espíritu de sus integrantes. Se aportan datos sobre cómo fueron los reclutamientos, cómo y cuándo se reorganizaron las fuerzas, breves biografías de oficiales destacados, además de incluir el actuar y el aporte de otros grupos humanos que sirvieron de soporte para la sacrificada milicia paraguaya.

Admiración, asombro y respeto. Estos sentimientos despertaron los paraguayos de la Guerra Grande quienes preferían la muerte antes que rendirse. Durante cinco años numerosos fueron los tormentos que azotaron al ejército paraguayo. Cada día de la guerra habrá sido una pequeña batalla que ganar para todos sus integrantes, sin importar la graduación que hayan tenido.

De las miles de hazañas de la oficialidad paraguaya se seleccionan algunas, que se suman a la descripción de aspectos cotidianos de los campamentos, pasajes que dan detalles del manejo del ejército tanto en táctico como en lo moral, los reconocimientos conferidos a quienes se destacaron en alguna misión y las desventuras padecidas durante la fase final de la cruenta guerra.

Muy valiosos para obtener una mirada cercana de los campamentos militares y los integrantes del ejército son los testimonios del inglés George Thompson, los oficiales paraguayos Francisco Isidor Resquín y Juan Crisóstomo Centurión, quienes combatieron en el ejército paraguayo. Más allá de los cuestionamientos que pudieran tener estos textos desde el punto de vista de la precisión de los datos o de las motivaciones que pudieran haber tenido a la hora de escribirlos, siguen siendo hasta ahora fuente de consulta obligatoria. Lo son también los documentos oficiales, conservados en el Archivo Nacional de Asunción.

Para la descripción de las distintas armas que intervinieron fueron igualmente un aporte importante las investigaciones realizada el pasado siglo por Leandro Aponte, Víctor Franco, y Benigno Riquelme García, estudiosos del tema en particular.

A los temas investigados por estos y otros historiadores se incorporan algunos detalles con el deseo de seguir manteniendo vivo el recuerdo del actuar de miles de paraguayos que dieron su vida por la Nación.

 

 

 

CAPÍTULO 2

LA BRAVA INFANTERÍA

La Infantería fue sin duda el arma más sacrificada durante toda la lucha contra la Triple Alianza. Sin importar la hostilidad del suelo, distancia, inclemencia del tiempo o superioridad del enemigo, cumplió con su deber. De hecho, su primera consagración viene precisamente del elogio que recibió de sus adversarios en el desarrollo de la guerra. La derrota nunca amilanó el espíritu de los integrantes de esta fuerza.

La Infantería fue organizada en Cerro León en batallones cuyos componentes recibieron las instrucciones básicas. Se caracterizaron por su voluntad de vencer o morir heroicamente, si fuera imposible la victoria.

Su fusil de chispa, sus bayonetas o machetes le proporcionaron victorias espectaculares de las que se hicieron eco numerosos historiadores y las propias tropas aliadas.

 

 

Fue destacada su capacidad de resistencia, su lealtad a las imposiciones del deber y la nobleza hacia sus camaradas. Desde las campañas de Corrientes y Uruguayana hasta Cerro Corá, durante cinco años de adversidades combatió con admirable valentía. A medida que iba disminuyendo su fuerza, igual protagonizó hazañas. Hacia el tramo final, tuvo que apelar al servicio de voluntarios, niños, ancianos, quienes orgullosos formaron parte de esta arma que cumplió un rol destacado en la defensa de la nación.

Las unidades de infantería, denominadas batallones, estaban a su vez integradas por seis compañías de 100 hombres cada una, cuatro de ellas de granaderos y dos de cazadores.

Los fusileros formaban la infantería de línea y eran considerados materia prima del ejército y la masa central de las batallas. Su instrucción y aplomo se volvían fundamentalmente al enfrentar de pie al enemigo y a cuerpo descubierto, disparando y recibiendo balas a una distancia prudencial, o en algunos casos proyectiles de cañón. Su deber era mantenerse en su formación dando la cara, hombro con hombro, junio a sus compañeros sin desmoralizarse.

Los cazadores formaban la infantería ligera, abrían las avanzadas, encabezaban las partidas de exploraciones y realizaban escaramuzas. Debían ser soldados ágiles, inteligentes y con un juicio independiente, a diferencia de los fusileros que actuaban en masa.

La compañía de los granaderos estaba compuesta por los hombres más fornidos y altos del batallón y la de los cazadores por los más bajos.

Al principio de la guerra la mayor parte de los batallones tenía entre 800 y 1.000 hombres conteniendo a veces más de seis compañías, compuestas cada una de 120 hombres. Tres batallones estaban armados con rifles Witton. Uno de ellos, formado por Carlos Antonio López, había permanecido en Humaitá en donde en vez de raciones de comida se les entregaban a cada hombre tres tiros para que cazaran en el bosque los alimentos necesarios. Eran tiros porque en vez de balas usaban cortados para tirar a los patos. A causa de ello, muchos rifles quedaron inutilizables.

Tres o cuatro batallones estaban armados con fusiles fulminantes y los demás fusiles de chispa. Llevaban además bayonetas para las cuales no utilizaban vaina, porque las mantenían siempre armadas. Solamente el Batallón 6 tenía los machetes que fueron encontrados y tomados en los vapores capturados en la ciudad de Corrientes.

Bajo el mando de los oficiales José María Bruguez y Antonio Luis González sus efectivos habían participado de la construcción de los terraplenes del ferrocarril, la modernización de la fortaleza de Humaitá y de las fortificaciones de Curupayty.

De sus filas surgieron varios técnicos-soldados como Elizardo Aquino, Julián Insfrán y grandes combatientes de la guerra como José Eduvigis Díaz, Manuel Giménez o Paulino Alen.

Eran los "Pety-rai" que a paso redoblado efectuaban cargas imponentes o formaban cuadros suicidas. Se caracterizaban por la indiferencia hacia la muerte, como la demostrada por los niños héroes de Acosta Ñu, o los ancianos e inválidos que entregaron su vida en Cerro Corá.

En esta arma se destacó el Batallón 40 que desapareció en la batalla de Avay en la que 3.500 paraguayos lucharon hasta sucumbir ante 21.000 soldados del Imperio. En una dolorosa retirada soportaron el fuego de 40 cañones y cargas de cinco mil jinetes riograndenses. El general Caballero conducía aquel cuadro, dentro del cual las bayonetas del 40 salvaron el honor militar del ejército paraguayo.

En El Libro de los Héroes, de Juan E. O'Leary se recogen las citas del historiador brasileño J. Arturo Montenegro quien se refirió al accionar del Batallón 40 indicando que:

"En aquella planicie cubierta de cadáveres, de fugitivos, de largas hileras de carros de bagajes, de carretas despedazadas, de cañones desmontados, de destrozos de todo género, se mantuvo valientemente en cuadro el 40 de línea, retirándose así lentamente en dirección a Villeta, cercado por todos lados.

De cuando en cuando el heroico batallón se detenía, para resistir a las cargas violentas que le llevaban regimientos aislados, que operaban en la persecución del enemigo.

El enemigo, llegando al lugar de la lucha, distribuyó en escuadrones a los lanceros de la Brigada de Niedeaurer, lanzándolos simultáneamente, sobre los cuatro frentes del 40.

Un nutrido fuego repelió las primeras cargas, retirándose de derecha a izquierda los escuadrones, para volver enseguida a la carrera. Pero el 40 resistía tenazmente, en medio de una nube de enemigos, que le acosaban por todos lados.

Impaciente, el general, acabó por colocarse a la cabeza de sus tropas, cargando con furia sobre uno de los frentes del cuadro y abriendo una brecha en aquel muro de bayonetas, que ondeaba en la planicie, resistiendo heroicamente.

El batallón perdió entonces su formación, dispersándose los escuadrones y un duelo a muerte se trabó entre los lanceros de la tercera brigada y los infantes del 40.

En aquel horrible entrevero, en que solo se oía el retintín de las armas, dominando el rumor que se levantaba de aquella masa confusa de caballos y hombres que se atropellaban, acuchillándose en furibunda lucha, cayó hasta el último soldado del mariscal López, sin que uno solo aceptase la vida que le ofrecía el enemigo victorioso.”

O'Leary dice que el general Díaz infundió aliento a los integrantes de este Batallón.

Sobre los armamentos utilizados, varias obras hacen mención a las limitaciones que tenían, señalando por ejemplo que los cuerpos de infantería se limitaron a los ya obsoletos fusiles de chispa, de ánima lisa y bala esférica, cuya acción era casi ineficaz por su extremada lentitud y por otros mil inconvenientes. Sólo algunas pocas unidades de infantería llegaron a tener fusiles rayados de retrocarga, sistemas Witton y Minié.

Para tener una idea de las dificultades que ofrecía este armamento, "el fusil de chispa pesaba unos 4 kilos, medía un metro y cuarenta centímetros de largo; disparaba con escasa precisión un proyectil esférico de plomo a un blanco que no estuviera a mayor distancia que unos 60 u 80 metros. La eficacia del disparo dependía del estado de la pólvora, de la mecha, del terreno y hasta del estado del tiempo. Para realizarlo, el soldado tenía en la cartuchera los saquetes de pólvora y en otro compartimiento, los proyectiles. Adicionalmente, un saquito de cuero con pólvora suelta, pendiente del cinturón. El poner a punto el arma para el disparo implicaba unos 12 pesos u operaciones diferentes con todos los elementos mencionados, en posición de pie y a pecho gentil frente al enemigo. Éste, se hallaba enfrascado entretanto en los mismos operativos aunque en la mayoría de los casos, mucho mejor protegido y con mejores y más efectivas armas", según refiere Rubiani.

No obstante otros autores refieren que la fusilería de los paraguayos era temida por los ejércitos aliados, y según Centurión, cuando éstos llegaron a saber los efectos de sus tiros, mi redoblaron su empeño en afinar sus punterías con la esperanza de lograr la desaparición tan siguiera de uno de los magnates aliados, sobre todo del Gral. Venancio Flores, jefe oriental, a quien se consideraba el causante de la guerra, y como "el más dócil instrumento de Brasil".

 

La admirada Caballería

La caballería organizada en Cerro León tuvo una participación activa y eficaz durante la guerra contra la Triple Alianza. Estaba organizada en regimientos constituidos cada uno por cuatro escuadrones de algo más de 100 hombres.

Los regimientos Acá Verá y Acá Carayá fueron las escoltas del Mariscal. Muchos de sus integrantes perecieron a punta de las lanzas enemigas, no sin haber antes haber causado numerosas bajas a los enemigos. Un reducido grupo que llegó hasta el final de la guerra sufrió el degüello antes de que se apagara la vida del Mariscal.

Hombres de la caballería paraguaya formaban parte de la caravana que avanzaba al Amambay, dando ejemplo de suprema lealtad. El Mariscal iba a caballo frente a ellos.

La medalla del Amambay, última con la cual el Mariscal premió al valor, la abnegación y lealtad fue también para unos pocos hombres de la caballería que llegaron a esa instancia.

Esta arma cumplió su misión de explorar antes de iniciar cada batalla, combatir durante ellas, cubrir las retiradas, generar desconcertantes sorpresas al enemigo, despertando gran admiración de todos los integrantes del ejército.

Estos hombres fueron comandados por Bernardino Caballero, Francisco Isidoro Resquín, Vicente Mongelós, Felipe Toledo, Florentino Oviedo, José María Bado, Cirilo Antonio Rivarola, Valois Rivarola y otros a quienes se los considera como representativos de la Caballería en esta contienda. El Mariscal López y su hijo, el coronel Panchito López, también pertenecían a esta arma.

Por la acción registrada en Tatayiba, el 21 de octubre de 1867, la caballería obtuvo el reconocimiento del Mariscal según lo establece el considerando del decreto por el cual creaba la condecoración que consigna "El mariscal López a los valientes de Tatayiba". Este combate estalló cuando fuerzas al mando del mayor Bernardino Caballero fueron atacadas repentinamente por un contingente de caballería brasileña de 5.000 jinetes. Se le preparó una emboscada al destacamento Paraguayo que custodiaba una caballada conducida periódicamente a ese sitio para pastar. Combatieron cuatro horas en condiciones desiguales, hasta que los paraguayos se retiraron hacia Humaitá. Quedaron 400 muertos en el campo de batalla y numerosos heridos cayeron en manos de los aliados. Los brasileños emplearon en este combate rifles nuevos, que tenían el doble de alcance que los fusiles a chispa paraguayos. Por eso, durante toda la batalla los paraguayos buscaron el combate cuerpo a cuerpo, así la definición de la pelea vendría por la utilización de la lanza y el sable.

De Yatai a Cerro Corá, la caballería contagió su bravura a las otras armas del ejército. Esos jinetes descalzos, con sable en mano, eran los más populares y admirados de las fuerzas, según refieren varios historiadores.

"Ya con filoso sable en la diestra o con lanza de tacuara, de moharra angulosa, se opusieron a la magníficamente montada y mejor pertrechada caballería imperial, imponiéndosele no pocas veces, o la rechazaba, luego de desiguales y sangrientos encuentros, en los que su desempeño marcarán pauta de gloria y denuedo", refiere Benigno Riquelme en el libro Ejército de la Epopeya.

Los de la caballería estaban armados con sables, lanzas, machetes y mosquetón o carabina de chispa. Las lanzas paraguayas tenían tres yardas de largo y las de los aliados 12 pies.

La escolta del Presidente estaba compuesta de 250 hombres armados con carabinas de cargar por la recámara sistema Turner; el regimiento de dragones de la escolta, con carabinas comunes rayadas. Como estos no pelearon hasta los últimos meses de la guerra no habían ensayado la utilización de sus armas.

La caballería iba montada en recado que era la silla del país, no usaban freno y para suplirlo utilizaban una cuerda fuerte que servía de rienda dentro la boca del caballo, que era asegurada con un nudo.

En las primeras etapas de la guerra en el Paraguay se contaba con alrededor de 100.000 caballos, de los cuales la mitad no habría podido galopar más de tres millas, porque no tenían buena genética, no recibían buenos cuidados por parte de los soldados, y porque les había atacado una enfermedad en el espinazo que los había diezmado en cantidad.

Los destinados al combate cuerpo a cuerpo usaban sable y lanza. Pocos jinetes portaban pistolas, por escasez de esta arma. El lazo completaba el equipo del jinete.

En el libro Recuerdos de la Guerra del Paraguay, del general argentino José Ignacio Garmendia se cita: "Ahora atacaba la caballería paraguaya. Pintoresco espectáculo representaban aquellos bravos enemigos vestidos con camisetas rojas y chiripás morteros, jineteando a la criolla en rústicos aperos; colgados del sudado cuello, flameaba al viento de la carrera el grande y sucio escapulario.

Hombres de gran porte, con la tez color cobre y la mirada feroz y aguardentosa; el pesado morrión de cuero tirado hacia atrás, sujeto por la nuez; el brazo musculoso levantado, blandiendo el afilado sable curvo, sacudiendo con entusiasmo sus estandartes embarrados y laureados de agujeros gloriosos; las delgadas piernas, nerviosas y desnudas, oprimiendo los flancos de los potros recién domados, que desenfrenadamente se arrojaban sobre nuestros soldados".

Transcurridos los primeros años de la guerra la flacura de los caballos fue un impedimento de orden operativo de esta fuerza. Los relatos de partícipes de la guerra señalan claramente que su actuar no podía ir más allá de objetivos tácticos muy limitados como golpes de mano o ataques por sorpresa y de breve duración.

Un los meses de julio de 1867 existían todavía los regimientos 2, 4, 6, 7, 8, 9, 10, 12, 13, 15, 19, 21, 23, 30, 31, y 45 de caballería con 300 o 400 hombres. Unos 5.000 en total. De ellos muchos actuaban desmotados y los que tenían caballos difícilmente podrían dar un corto galope.

 

 

La firmeza de la Artillería

Fueron instructores de la especialidad en 1847 el teniente primero del ejército boliviano Antonio Vicente Peña, en 1851 los teniente segundo de la armada imperial brasileña, Francisco Domingo Caminade y Juan Suárez Pinto; y los marineros José Martínez y Francisco Luis Cidadel, contratados a oro para la enseñanza de marinos y artilleros. En 1852, de Praia Vermelha, llegaron el sargento mayor Hermenegildo Albuquerque Portocarrero y el capitán Antonio Carlos Cabrita; estos últimos fueron considerados forjadores de varios jefes del ejército paraguayo.

En los años anteriores a la guerra la artillería no constituía un arma independiente. En la capital los batallones 1 y 2 tenían sus baterías de acompañamiento. En Humaitá se instaló la de sitio y plaza. Posteriormente, se creó un batallón de artillería de marina, como legiones de artillería volante que se convertirían en regimiento de artillería a caballo.

Esta arma tuvo intervención en todas las batallas. Aquí solo se citan algunas en las cuales el peso de la artillería paraguaya se hizo sentir. Estaba dividida en artillería de campaña y de posición con hombres preparados y seleccionados para la guerra. En la primera la unidad táctica era la batería, y en la segunda la compañía. Cada batería de artillería de campaña, a caballo volante o ligera, tenía seis cañones. El regimiento, que era la unidad superior, se componía de cuatro baterías. En la artillería de posición llamada también pesada o de plaza, la unidad superior era el batallón, que tenía 24 bocas de fuego.

Thompson refiere que había tres regimientos de artillería volante que constaban de cuatro baterías de seis cañones cada una, contaba con batería de cañones rayados de acero de a 12, y el resto era de distintos tamaños, forma, peso y metal variando su calibre entre 2 y 32; la mayor parte de ellos habían sido montados en Asunción durante los preparativos para la guerra.

Unos 18 cañones de 8 pulgadas de diámetro, 2 de calibre de 56, y alrededor de 70 de menor calibre, entre los que había muchos de 12 y de 8, constituían el armamento de las temidas baterías de Humaitá. Las chatas estaban armadas con 6 cañones de 8 pulgadas.

La mayor parte de la artillería consistía en cañones de hierro viejo y carcomido, en algunos casos desechados por algunos buques y comprados por Paraguay.

Los soldados de artillería ligera también estaban adiestrados para la caballería, y los de lanza en maniobras requeridas para el batallón, pero además recibían un adiestramiento específico para el manejo de cañones. En total en Paraguay contaban con entre 300 y 400 cañones de todo tamaño.

Todas las barcazas, chatas y lanchones estuvieron dotados de piezas de artillería que actuaron destacadamente contra las fuerzas navales aliadas, manteniéndolas inmovilizadas por meses. Sus cañones eran los llamados "avancarga".

López Decoud menciona que en los comienzos de la guerra se perdieron algunas piezas de artillería en la campaña de Uruguayana, pero en cambio fueron tomadas varias mucho mejores en Mato Grosso y en Tuyutí. Esta arma también utilizó cañones fabricados en el país como los bautizados Cristiano, Criollo, Gral. Díaz y Acá Verá.

El Gral. Stephan Vysokolan, originario del ejército imperial ruso del arma de artillería, nacionalizado paraguayo, afirmó que esta arma actuó en 126 acciones bélicas, 413 combates durante 2.010 días de guerra, desde el 30 de agosto de 1864 hasta el 1 de marzo de 1870. Los cañones constituían en total 400 bocas de fuego distribuidas desde Itapirú hasta Fuerte Borbón.

Bajo el comando superior del general José María Bruguez y la colaboración del mayor Alvarenga y el capitán Pedro Hermosa esta arma tuvo destacada actuación. Angostura fue uní de las batallas en la cual su actuación fue muy valiosa al mantener a raya a los acorazados brasileros. Los cañones paraguayos, como sus proyectiles, eran fruto de la inventiva y capacidad productora. Eran fabricados en el país con mano de obra paraguaya y materia prima extraída de las minas de Ybycuí.

Su comandante, el sargento mayor y luego general Bruguez, con todos sus jefes oficiales y soldados, contrarrestó a la artillería de tierra y naval de sus contrincantes. En junio de 1866 cuando Curupayty no se hallaba fortificada, esta posición estuvo defendida por 6 piezas de artillería ligera bajo la responsabilidad del mayor Albertano Zayas y del teniente Adolfo Saguier. En Humaitá fue el azote de la escuadra brasileña que no se atrevía a pasar hacia el norte. En Estero Bellaco, Tuyutí y Boquerón demostró su firmeza para acompañar a las demás armas en un grandioso esfuerzo común. En Lomas Valentinas con 18 piezas y escasos proyectiles se enfrentó a los disparos de las 35 piezas enemigas.

Hacia el final de la contienda 23 piezas fueron distribuidas para cubrir los pasos de la cordillera de Azcurra, desde Altos a Valenzuela. En Cerro Corá participaron las últimas 6 piezas de artillería y sonaron las últimas dos salvas de los 4 cañones bajo las órdenes del Cnel. Ángel Moreno, defendiendo el paso del Aquidabán. El 2 de marzo de 1870 un limitado resto de cañones al mando del Gral. Francisco Roa, quien deseaba salvarlo de manos enemigas fue alcanzado en la picada de Chiriguelo por los brasileños y, pese a su predisposición a rendirse, fue ultimado con crueldad.

Los indígenas fueron importantes colaboradores para la artillería paraguaya. Su corpulencia y resistencia a las fatigas fue de mucha ayuda, puesto que daban movilidad a las baterías en las diversas maniobras en pleno combate.

Los combates probaron algo más que el heroísmo, certificaron la competencia de los oficiales paraguayos en el manejo de los armamentos.

 

 

 

La destreza de la Marina

Antes de la Guerra contra la Triple Alianza, la marina tuvo como instructor académico al capitán de la Real Armada Inglesa George Morice, quien formó a los primeros marinos. Más adelante fue reemplazado por el capitán Pedro Ignacio Meza.

El historiador Viola también menciona que en el viaje que había realizado López en 1854 a Europa había dejado en una escuela naval de Francia a Nicanor Sánchez y Antonio Ortiz, para que allí se formaran.

López tuvo la intención de modernizar la armada, pero al desatarse la guerra esta fuerza solo pudo ser organizada con 16 vapores en 1864, de los cuales, salvo el Tacuarí eran buques mercantes acondicionados para la guerra. Estos eran apoyados por una pequeña flotilla de veleros, chatas y canoas. Los vapores y algunas barcazas llevaban cañones de 4 a 32 libras, pero los cañoneros eran inexpertos.

Fuera de los maquinistas y fogoneros británicos, prácticamente los que permanecieron a bordo de esos barcos no tenían experiencia. Las tripulaciones eran pequeñas. La mayor parece haber sido la del Ygurey, vapor botado en 1862; que tenía un capitán, dos tenientes veteranos, un sargento, un trompetista y tamborilero, seis cabos, dos pilotos y 51 marineros. La mayoría de los vapores llevaba menos de cincuenta tripulantes, los veleros alrededor de quince y las chatas y canoas siete o menos.

En 1864 la marina tenía un jefe, 24 oficiales, 18 suboficiales, 4 músicos, 31 cabos, 1 guardiamarina, 278 marineros, 128 foguistas, 35 jóvenes marinos, 73 jóvenes de cámaras, 77 marineros reclutas y 24 marineros foguistas. En total esta fuerza tenía 668 hombres.

El armamento que llevaban los tripulantes de los vapores consistía en rifles, fusiles de fulminantes, fusiles de chispa, pistolas de revólver, pistolas fulminantes, pistolas de chispas, espadas lanzas y hachitas. Ni los rifleros ni los artilleros usaron el punto graduado de sus armas sino que levantaban sus punterías algunas yardas sobre la altura del blanco según la distancia. Sin embargo, tiraban mejor que sus enemigos que conocían el uso del punto graduado.

El 12 de noviembre de 1864 el cañonero Tacuarí capturó al Marqués de Olinda, embarcación perteneciente a una empresa privada que hacía la carrera Corumbá-Montevideo. Esta embarcación se incorporó a la flota nacional para prestar servicios en la guerra.

Para la marina paraguaya una de las batallas más recordadas es la de Riachuelo, en la que para enfrentar a la escuadra brasilera se organizó en tres divisiones:

La primera compuesta por el Yberá, Marqués de Olinda y Jejuí al mando del Tte. de Navio Pedro Vicente Gill; comandante de la división. El teniente de Navio Ezequiel Robles y el teniente de Marina Aniceto López estuvieron al mando de las otras dos embarcaciones.

La segunda compuesta por el Ygurey, como nave capitana, Salto Oriental y el Yporá, bajo la jefatura del capitán Remigio Cabral.

La tercera comandada por el capitán Ignacio Meza quien navegaba en el Tacuarí - buque insignia-, el Paraguay y el Pirabebe bajo el mando de los tenientes José María Alonso y Toribio Pereira.

El actuar en esta batalla naval se extendió incluso al interior de la República, tratando de ayudar a las fuerzas terrestres. Pese a la superioridad del enemigo causó importantes bajas hundiendo buques de los aliados o capturando naves en arriesgados abordajes.

Cuando la guerra se encaminaba hacia el final sacrificó tres de sus embarcaciones para obstaculizar el paso de la escuadra brasilera, pero este esfuerzo no fue suficiente, puesto que una lluvia persistente y torrencial elevó el nivel del río permitiendo al enemigo ingresar hacia el norte.

Antes de esta acción fue desembarcada casi la totalidad de efectivos de la marina para ser reincorporados a la artillería del ejército. Solo quedaron en las naves los que cumplirían la triste misión de destruir esas embarcaciones.

Los hechos acontecieron así: con Asunción ocupada por los aliados, los buques de López, sin material bélico, se dirigieron hacia el norte por el río Paraguay. Una división de la escuadra brasileña, compuesta por el acorazado Bahía y los monitores Halagaos, Seara, Para, Piahuy y Santa Catalina y los cañoneros Ybahy y Mearim, parten aguas arriba con el propósito de capturar al resto de los barcos de la marina paraguaya, el 5 de enero de 1869. Sobre todo deseaban recapturar al Amhambay, que había sido asaltado y tomado por los paraguayos en Mato Grosso en 1865.

Para trabar la marcha de sus perseguidores, la marina paraguaya hunde en un recodo el buque Paraguarí. Los demás barcos siguen navegando por el Manduvirá y cerca de Arroyos y Esteros hunden el segundo barco, el Yberá y una chalana, lo que imposibilitó el paso ya que en la margen opuesta existía un banco de piedras.

Solo pequeños barcos perseguidores podían seguir navegando, dejando los buques acorazados en la desembocadura del río Manduvirá con el río Paraguay. Luego encuentran el tercer barco hundido en la margen opuesta en un lugar llamado Lagunita de las Salinas, impidiendo el pasaje para llegar al Yhaguy.

Los barcos brasileños de mayor porte no lograron maniobrar y navegaron hacia atrás hasta llegar a la desembocadura con el Manduvirá. La falta de profundidad, los obstáculos y lo sinuoso del río les obligaron a abandonar dos barcos en río Paraguay, frente a la iglesia de Olivares.

Las naves paraguayas que quedan aún a flote son: Rio Apa, Paraná, Yporá, Salto del Guairá, Pirabebé y el Anhambay, llegando a un lugar que entonces era conocido como Capilla de Caraguatay.

Al conocerse el ingreso de los buques brasileños al Manduvirá, el mando paraguayo encomendó a un batallón de marina que se uniera a un regimiento, para cerrar el paso dé retorno a las naves aliadas, en el paso Garayo. Cuando las embarcaciones traspasaron el sitio, los soldados paraguayos echaron en el mencionado paso carretas encadenadas, gran cantidad de piedras arrancadas del cerrito cercano, y gruesos trozos de ramas y madera cortadas de los bosques aledaños. Pero la naturaleza no ayudó a este plan. Una fuerte tormenta hizo crecer el río dando paso a los acorazados brasileños, que sin pérdida de tiempo emprendieron la marcha aprovechando esta ventaja, bajo los disparos de las tropas paraguayas, que no lograron hacerles daño alguno.

Los navíos brasileños remontaron el Manduvirá hasta frente a la Capilla de Caraguatay, con la idea de apoderarse de las naves paraguayas, varadas en aquel puerto. Ante la superioridad numérica de la fuerza aliada y en cumplimiento de órdenes de López, los marinos que las custodiaban, les prendieron fuego y huyeron por la rinconada de Saladillo para incorporarse a las fuerzas de López, el 18 de agosto de 1869.

El capitán de Fragata Romualdo Núñez, el capitán de Fragata Francisco Bareiro, el teniente primero Toribio González y el subteniente José Tomás Espora llegaron hasta Cerro Corá.

 

 

 

La indumentaria del ejército paraguayo

La vestimenta de los soldados de la infantería era similar a la de las demás armas.

Consistía en una camisa, calzoncillos y pantalones blancos, camiseta de bayeta grana (en vivos blancos y azules. Sobre la camiseta usaban un cinturón blanco y no llevaban calzado. Solo los jefes y oficiales de alto rango llevaban botas y vestían lujosos uniformes de estilo francés.

El gorro paraguayo era el segundo distintivo del uniforme. El de la infantería era similar al de la infantería de la guardia imperial francesa, pero con pico. Eran colorados con vivos negros o negros con vivos colorados. Cuando ya no quedó paño en el país el gorro fue sustituido por uno de baqueta.

La caballería y la artillería usaron un morrión negro con un penacho. Los de caballería tenían una flor de lis y los de artillería una escarapela tricolor.

Al regimiento de la escolta armado con rifles Turnes los llamaban Acáa Carayá, cabezas de mono, porque llevaban un yelmo de cordobán con guarniciones de bronce, en cuya extremidad superior estaba cosida una cola de mono negro.

Los granaderos tenían una larga cola negra de caballo que caía desde el yelmo a la espalda del soldado. Este regimiento llevaba una túnica punzó y pantalones blancos y cuando estaban de servicio, botas ganaderas.

Los dragones de la escolta usaban altos morriones cuadrados como el resto de la caballería, pero tenían una ancha faja de bronce alrededor de la extremidad superior por lo cual eran llamados Acá Verá, cabezas relucientes. El soldado paraguayo llevaba consigo el morrión, peine, dinero, cigarros, fósforos, aguja, hilo, botones, tabaco de mascar y pañuelo.

El cuero fue utilizado para múltiples fines como fabricación de carpas, morriones, cananas, implementos de la artillería y el chiripá que formaba parte del uniforme de campaña.

Los uniformes de los oficiales y de los marinos consistían en una camiseta negra con vivos colorados, la que fue reemplazada cuando el paño se hizo escaso, por la de los soldados. Los soldados que tuvieron participación hacia el final de la guerra ya prácticamente no tenían distintivos; conservando únicamente el quepi y la espada.

Mediante la cría de ovejas fue posible proporcionar a los hombres en las trincheras ponchos y frazadas, aunque finalmente estos animales terminaron faenados y convertidos en charque y guisos, según nota Whigham.

Igualmente refiere que las alfombras del Club Nacional y de la Estación del Ferrocarril de Asunción fueron cortadas para hacer ponchos para los soldados, confeccionados en un taller textil montado en el Teatro Nacional para confeccionar uniformes.

En los últimos años de la guerra aquellos uniformes que alguna vez lucieron brillantes y coloridos se habían deteriorado hasta convertirse en pálidos harapos. En esos años hubo producción de algodón, coco y karaguata para suministrar fibras con alguna abundancia. El vicepresidente Sánchez no tenía reparos en exigir a las mujeres cosechar el algodón, hilarlo y tejer unos duros, pero útiles lienzos para camisas, pantalones y colchas poyvi.

Una circular de marzo de 1867 emitida por el gobierno sobre el "poibi"(sic) para uso del ejército, remitido a los jefes y jueces de campaña, refiere que:

"Siendo necesario proveer de vestuario a las tropas del ejército nacional en campaña, remito a ustedes, algodón para que con el vecindario mande hilar poibi, manden tejer debiendo destinarse el hilo inglés para el urdido y el poibi para trama, previniendo a ustedes que en caso de no ser suficientes la cantidad de algodón y no haber a cargo de ustedes algodón de cuenta del Estado, procederán a comprar de los particulares pagando el precio corriente que otros paguen, sin violentar en nada a los dueños o interesados: para el caso de la compra del algodón, si ustedes, no tienen dinero a su cargo de cuenta del Estado, diríjanse a la pagaduría general, pidiendo la cantidad que para ello hayan de precisar. Recomiendo a ustedes la posible brevedad de las operaciones de la hilanza y tejido, pues el invierno se acerca, debiendo participarme cuando la obra esté adelantada en su mayor parte para que antes de la remisión a esta se determine de ello lo que sea conveniente. El lienzo deberá tener 20 pulgadas de ancho".

Como en el ejército francés, los oficiales salían de la tropa y los jóvenes de familias pudientes que servían tenían que dejar sus calzados porque no era permitido utilizarlos a ningún soldado. Además, todo el que llevaba traje militar en el Paraguay era de hecho superior a cualquier particular e incluso los jueces tenían que descubrirse ante la presencia de un alférez.

Sobre la vestimenta del Mariscal López, Thompson hace referencia a la utilizada por el jefe del ejército paraguayo el 12 de setiembre de 1866 en la entrevista mantenida con Mitre en Yataity Corá.

"López se vistió con un traje del todo nuevo, que se compañía de un kepi, una casaca sin charreteras, un par de botas ganaderas y otro de espuelas, y para completarlo un par de guantes: las botas y las espuelas no las abandonaba nunca, porque pretendía imitar a Napoleón. Sobre el traje militar agregó a su poncho favorito, que era de paño grana, forrado de vicuña, ribeteado con un galón de oro y la abertura ricamente bordada también de oro".

En Cerro Corá, presintiendo su fin, el mariscal López procedió a cambiarse toda la ropa, según refiere Juan Silvano Godoi. Al enterarse del avance brasileño se puso una camiseta de seda y otras prendas de vestir de fino hilo bordados, blusa y pantalón de casimir nuevos y botas de charol con espolines de plata.

 

La alimentación de las tropas

Al inicio de la guerra, la ración era una vaca diaria para 80 hombres. Cuando comenzó a escasear el ganado la misma ración debía alimentar a 200 y hacia la etapa final a 500. Los soldados recibían mensualmente una libra de yerba, un poco de tabaco, sal y maíz, cuando había, para hacer alguna sopa. Durante la guerra la sal era escasa, al igual que los vegetales. Los cambios en la alimentación y la mala nutrición llevaron a muchos soldados a la muerte.

Sobre este punto el capitán Richard Burton, inglés que realizó dos viajes al Paraguay en 1868 y 1869, señalaba que el paraguayo era eminentemente vegetariano, puesto que la carne escaseaba “en esta tierra sin ganado[...] se enferma con la dieta carnívora, lo que explica en cierta forma, las terribles pérdidas en el campo de batalla''.

Desde el inicio de la guerra el ganado era arreado en expediciones enviadas específicamente para tal efecto según refieren varios partes militares elevados por Resquín al ministerio de Guerra y Marina.

A fines de 1864 las estancias estatales tenían 273.430 cabezas de ganado, 70.971 caballos, 24.133 ovejas y 587 mullas. Muchos de estos animales ya habían sido llevados a Humaitá y a otros campamentos militares. Para los últimos meses de 1866 el vicepresidente Sánchez puso atención en el ganado que se encontraba en manos privadas, que el Estado compró en cuotas y pagó en papel moneda. No obstante el vicepresidente también ordenó a los funcionarios rurales presionar a los estancieros privados para ofrecer su ganado como donaciones patrióticas, pero hacia fines de 1868 y viendo el desarrollo de la guerra los propietarios de ganado ya no esperaban recibir nada a cambio de los vacunos tomados. Salvo contadas excepciones el Estado se había apropiado de los animales disponibles en todo el país. Ganado y caballos eran arreados hasta el teatro de las operaciones.

De ello da cuenta Resquín, quien en varios partes militares remitidos al ministro de Guerra y Marina informa sobre expediciones enviadas específicamente para arrear ganado para alimentar a las tropas.

En 1867 Saturnino Bedoya firma una circular sobre abastecimiento de carne al ejército que fue remitida a los pueblos Caapucú, Quyquyó, Mbuyapey e Ybycuí. En ella se menciona que: "Habiendo tenido aviso que el abasto de los ejércitos se encuentran sin reses suficientes para el consumo diario de las tropas, me dirijo a los señores jefes de milicias de los partidos expresados en la nota marginal ordenándoles para que despachen con más actividad y urgencia las mitas en remesas para dicho consumo de los ejércitos. Esta disposición motiva que las remesas que marchan por la costa del rio han cesado por las grandes crecientes y como de los partidos del mando de ustedes hay menos dificultad para la marcha de dichas

remesas". Menciona el documento que debían responder a lo ordenado en la brevedad posible.

López Decoud destaca que uno de los grandes tormentos de la guerra y que aquejó a los soldados fue la falta de sal, llegando a emplearse en su reemplazo la ceniza de timbó.

En Humaitá, sin verduras ni sal, la tropa recibía siempre la misma alimentación carne vacuna que consumían hervida o asada o cocinada en su propio cuero. Con el transcurrir de los meses las porciones fueron volviendo cada vez más pequeñas. La caza de alguna presa en el monte o pescados de ríos y lagunas daban alguna variación a la dieta de los soldados.

Pese a la inadecuada alimentación las tropas no sufrieron de hambre extrema, salvo en dos periodos, que fueron la retirada de Humaitá a la línea de Pikysyry de abril a noviembre de 1868 y desde setiembre de 1869 hasta finales de marzo de 1870.

 

 

Generales y otros oficiales destacados

Para conocer más en detalle el origen y la vida de los oficiales paraguayos, cuyos nombres recoge la historia en distintos episodios de la Guerra contra la Triple Alianza se incluyen algunas breves biografías. Comienza con los generales sigue con otros que alcanzaron altas jerarquías prestando sus servicios en la Infantería, Artillería, Caballería o la Marina.

 

 

General Wenceslao Robles: Fue el organizador y primer comandante de Cerro León y en los días previos a la guerra fue designado comandante de Humaitá. Fue comisionado además como comandante de las fuerzas del sur y en tal carácter inició la ocupación de corrientes el 14 de abril de 1865.  Según el Cnel. Juan C. Centurión, Robles era adusto y repulsivo y trataba con despotismo cruel a los soldados bajo su mando. Lejos de la vida de los cuarteles y con la responsabilidad de tomar decisiones solo frente al enemigo, Robles se habría visto sobrepasado y abrumado bebiendo cognac de la mañana a la noche, según las referencias que hace Centurión de este alto jefe militar.

Acusado de mal desempeño en sus funciones, fue destituido, arrestado y sumariado y finalmente condenado. El fusilamiento se produjo en Paso de Patria, el 8 de enero de 1866. Los subordinados Juan Francisco Valiente, el alférez Manuel Gauna y el soldado José Villalba corrieron la misma suerte.

 

 

General Francisco Isidoro Resquín: Nacido en Asunción. Tenía 42 años y el grado de coronel cuando le tocó ser segundo comandante de la campaña del norte, encomendada al general Vicente Barrios a fines de 1864. Al retorno de esta misión fue ascendido a general y enviado a sustituir a Robles.

Tuvo a su cargo conducir a las tropas paraguayas en su retorno al país, tras la desastrosa campaña de Uruguayana. Tuvo participación en la primera batalla de Tuyutí el 24 de mayo de 1866 y luego le cupo asumir la jefatura del estado mayor del mariscal López. También participó de la Batalla de Lomas Valentinas y acompañó a López hasta Cerro Corá donde fue tomado prisionero y trasladado al Brasil. Retornó al país y organizó el ejército de la posguerra, bajo el gobierno de Juan Bautista Gill.

 

 

General José María Bruguez: Nacido en Asunción en 1827. Contaba al inicio de la guerra con 37 años. Tenía gran talento para el arma de la artillería lo cual lo convirtió en baluarte del ejército paraguayo. Se dice que fue la pesadilla de la escuadra brasileña. Peleó en la batalla de Riachuelo, en Estero Bellaco, Tuyutí y Boquerón del Sauce.

Protegió la retirada del mariscal en Humaitá y preparó su instalación en San Fernando al noreste de Pilar. Sin causa explicada y sin haber sido juzgado, el más ponderado jefe de la artillería, fue pasado por las armas por orden superior el 26 de agosto de 1868.

 

 

General Bernardino Caballero: Nació el 20 de mayo de 1839 en Ybycuí. Hijo de Juan Caballero de Añazco y Melchora Melgarejo. Tenía 25 años cuando se iniciaba la Guerra contra la Triple Alianza. Como muchos de sus contemporáneos fue incorporado a la milicia y participó como sargento de campaña en la Campaña de Mato Grosso. General Bernardino Caballero Volvió del norte y le toco marchar al sur. Participó en todas las batallas: Estero Bellaco, Tuyutí, Boquerón del Sauce y en la defensa de la fortaleza de Humaitá.

Participó en todos los combates hacia el final de la lucha, menos en la batalla final y decisiva de Cerro Corá. Cae prisionero del ejército brasileño y retorna al Paraguay en 1870. Integró varios gabinetes hasta 1880 cuando asumió la Presidencia de la República para terminar el mandato de Cándido Bareiro, a raíz de su fallecimiento. Luego fue electo por un mandato que completo. Falleció el 26 de febrero de 1912.

 

 

General Vicente Barrios: Cuando se inició la guerra tenía 40 años. Nacido en asunción pertenecía a una familia asentada en el país desde la época colonial. Ostentaba el grado de teniente coronel cuando integró la comitiva paraguaya que acompañó al general Francisco Solano López a Europa en 1853. Contrajo matrimonio con Inocencia, hermana de López. Fue designado comandante de la Campaña del Norte y a su retorno fue ascendido a general. Luego fue designado ministro de Guerra y Marina reemplazando a Venancio López.

Tras la segunda batalla de Tuyutí, en la cual actuó al frente de las tropas paraguayas el 3 de noviembre de 1867, fue acusado de estar en connivencia con el enemigo.

En diciembre de 1868 fue fusilado en San Fernando.

 

 

General José Elizardo Aquino; Nacido en Zárate Isla del distrito de Luque. Al inicio de la guerra contaba con 39 años. Intervino en el combate de Riachuelo y junto con Bruguez, su jefe, hostigó a la escuadra brasileña con la artillería montada. Por su actuar recibió su despacho de teniente coronel y fue el primer oficial en recibir la Orden Nacional del Mérito condecoración creada en abril de 1865.

Como coronel combatió en 1866 en Yataity Corá y luego en la batalla de Boquerón del Sauce donde fue herido de gravedad. Fue socorrido y trasladado a Paso Pucú, donde recibió la visita de López quien le concedió el ascenso a general de Brigada. Sin embargo no resistió y falleció el 19 de julio de 1866

 

 

Coronel Ignacio Genes: Nacido en Pilar. Con 288 hombres seleccionados del ejército paraguayo en 8 canoas, comandó el intento de asalto a los acorazados brasileros el 2 de marzo de 1868. Sufrió heridas en esta incursión y en el combate de Lomas Ruguá.

Fue tomado preso por los aliados en enero de 1870. Fue ascendido a general al término de la guerra.

 

 

General José Eduvigis Díaz: Nacido en Pirayú. Tenía 31 años cuando se inició la guerra y ejercía el cargo de jefe de policía. El 9 de marzo de 1865, López le asignó la creación del Batallón 40 que ganó gran prestigio y llegó a contar con 1.000 plazas. Tuvo una vertiginosa carrera militar. A inicios de la guerra era capitán, pero rápidamente ascendió a sargento mayor y luego a coronel. El 25 de mayo de 1866 recibió los galones de general de brigada. Le tomó un año y seis días llegar a esa jerarquía.

En ese tiempo participó r-ii casi todas las batallas, tales como Isla Carayá, Estero Bellaco, Tuyutí, Yataity Corá, Boquerón del Sauce y la victoria de Curupayty, punto culminante de su carrera y de las armas paraguayas. Falleció a consecuencia de la herida recibida el 7 de febrero de 1867.

 

 

General Francisco Roa: Nació en Yataity en 1827 y al inicio de la guerra tenía 37 años.

Fue un destacado elemento en la artillería. Fue condecorado con la medalla de Riachuelo.

Comando el regimiento de artillería después de la primera batalla de Tuyutí.

Luego se le encomendó integrar el consejo de guerra que juzgó y condenó al obispo Palacios, el general Barrios, el coronel Alem, José Berges y Benigno López, entre otros, en diciembre de 1868. Fue ascendido a general en San Estanislao y en Cerro Corá con una precaria artillería fue comisionado a defender las posiciones de las últimas fuerzas del Mariscal en la boca del Chingúelo. El 2 de marzo de 1870, fue sorprendido por una columna brasilera cuando conducía 9 piezas de artillería y algunas carretas. Entregado, fue muerto de inmediato.

 

 

General José María Delgado: Nacido en Pirayú, según algunos autores, o en Itauguá según otros. Entre los sobrevivientes de la guerra fue el único que no se involucró en la vida política en el período de la posguerra. Se inició en la lucha como soldado y fue ganando ascensos tras su actuación en los campos de batalla. Era de la caballería y tenía buen dominio del sable. Participó de la batalla de Tuyutí con el grado de sargento mayor. El 2 de agosto de 1868 integró un consejo de guerra junto con los coroneles Felipe Toledo, Francisco Fidel Valiente y el sargento mayor Antonio Barrios.

Camino a Cerro Corá fue ascendido a general de Brigada en agosto de 1869. En esa batalla final fue tomado prisionero por los brasileños. Habría fallecido en Villa Hayes en 1904.

 

 

Teniente Coronel Antonio de la Cruz Estigarribia: Comandante en jefe de la división paraguaya sobre el río Uruguay. Capituló en Uruguayana el 18 de setiembre de 1865.

No se supo más de él hasta que salió a la luz una nota al emperador Pedro II en la que se ofrecía a pelear contra López.

Sargento mayor Pedro Duarte: Oriundo de Pilar y nacido en 1829. Fue primero sargento mayor, comisionado a Villa Encarnación, y luego jefe de la expedición del sur. Sin asistencia de Estigarribia, el sargento Duarte fue derrotado en la batalla de Yatay, el 17 de agosto de 1865. Fue tomado prisionero y después de la guerra llegó al grado de general de brigada. Terminada la guerra se dedicó a la política, fue diputado y ministro de Guerra y Marina.

 

 

Coronel Patricio Escobar: Oriundo de San José de los Arroyos, tenía 21 años cuando se inició la contienda. Participó en la campaña del sur, llegó a ser ayudante del Mariscal, quien lo ascendió a capitán. Colaboró en la evacuación de Humaitá. Tras la batalla de Itá Ybaté, Escobar que acusaba once heridas condujo a algunos sobrevivientes, entre ellos niños y mujeres, al campamento de Azcurra a través de 35 kilómetros de tierra anegadizas del estero Ypekuá. Llegó a general y fue electo en 1886 como Presidente de la República.

Coronel Paulino Alem: Con el grado de subteniente formó parte de la misión que López realizó en Europa en 1853. Iniciada la guerra ascendió a coronel y fue designado comandante de la fortaleza de Humaitá en reemplazo del Gral. Díaz, tras su fallecimiento. Resistió ante varios ataques e intentó suicidarse el 20 de julio de 1868. Pese a que sobrevivió a este episodio fue arrestado y procesado, para finalmente ser fusilado en Potrero Mármol el 21 de diciembre de ese mismo año.

 

 

Coronel Francisco Martínez: Tuvo a su cargo la fortaleza de Humaitá tras el intento de suicidio de Alem. Cuatro días después de ese suceso dirigió el abandono de esta fortaleza en la que la población civil y militar remanente se dirigía a Timbó. Una parte del contingente incluido Martínez fue sitiado hasta que este capituló en Isla Po'í el 5 de agosto del 1868. Fue tomado preso y remitido a Buenos Aires.

Coronel Juan Francisco López Lynch: "Panchito" como era conocido, era el hijo mayor del Mariscal López. Fue promovido al grado de mayor cuando había cumplido 14 años. Inteligente e interesado en aprender, el joven se había formado con el coronel austrohúngaro Francisco Wisner de Morgenstern en matemática, historia y ciencias. Latín, español y conocimientos generales le fueron enseñados por los sacerdotes Fidel Maíz y Manuel Antonio Palacios. Su madre le enseñó inglés y francés y el general Francisco Isidoro Resquín lo formó en administración militar. Murió en Cerro Corá.

 

 

Coronel Hilario Marcó: Como combatiente fue herido en la primera batalla de Tuyutí. Integró el consejo de guerra que dispuso la muerte de varias personalidades, civiles y militares en Potrero Mármol el 21 de diciembre de 1868. A causa de una conspiración denunciada en San Isidro de Curupayty, un nuevo fusilamiento tuvo al propio Marcó como víctima.

Coronel José Vicente Mongelós: Oriundo de Caapucú, se presentó en el campamento Cerro León en 1864 con 16 años. Más tarde y con el regimiento 10 de caballería marchó a la expedición de Corrientes con el grado de alférez. De retorno al Paraguay peleó en Estero Bellaco como ayudante del Gral. Díaz, ocasión en la cual resultó con heridas. Ello no le impidió que 22 días después estuviera nuevamente en el campo de batalla en Tuyutí. Luego participó en otros combates, como los de Yataity Corá, Boquerón del Sauce, la defensa de Humaitá y la segunda batalla de Tuyutí.

Como capitán y ayudante del Mariscal, peleó en Ytororó y Avay. Cuando el ejército tuvo que ser reorganizado en el campamento de Azcurra en enero de 1869, Mongelós fue designado comandante de una división de caballería. Con 21 años fue ascendido a coronel en San Estanislao pero cinco días después de alcanzar esta graduación fue fusilado, el 29 de agosto de 1869. El motivo fue que López se había enterado de una conspiración en su contra en la cual el Alférez Aquino debía asesinarlo. Aquino era parte del Regimiento Acá Verá, comandado por Mongelós, y aunque el Mariscal sabía de su inocencia no le perdonó la vida al considerar que desatendió su obligación de velar por su seguridad.



Coronel José María Aguiar: Cuando ostentaba el grado de capitán había acompañado a López a Europa. Iniciada la guerra ya contaba con los galones de teniente coronel y comandaba una fuerza de caballería. Desde la primera batalla de Tuyutí quedó con una pierna inutilizada tras recibir una herida. Postrado en una carreta fue muerto en Cerro Corá.

 

 

Coronel Juan Crisóstomo Centurión: Nació en Itauguá el 27 de enero de 1840. Estudió en Inglaterra y a su retorno es incorporado al gabinete privado del presidente Francisco Solano López. Escribió en "El semanario". En la guerra no solo peleó como soldado hasta ganar sus presillas de coronel, sino también como juez militar, aplicando la ley de su tiempo, las cláusulas de fierro  de las Siete Partidas y las Ordenanzas Españolas. Fue redactor y director del periódico El Cabichui. En diciembre de 1869 estuvo a punto de ser fusilado por intrigas, pero su alegato convenció a Solano López, quien de inmediato lo designó jefe del Estado Mayor. Llegó hasta Cerro Corá, la batalla final de la trágica guerra, donde fue herido y hecho prisionero por las fuerzas brasileñas.

Coronel Juan Bautista Delvalle: Uno de los jóvenes oficiales que fue becado a Europa actuó durante toda la guerra y se rindió a las fuerzas brasileñas hacia el final, pero resultó degollado el 4 de marzo de 1870.

 

 

Teniente Andrés Herreros: Oficial de marina paraguayo, fue uno de los becados a Europa. Falleció a comienzo de la guerra, junto con el alférez Pedro Garay y 23 soldados a causa de la explosión de un material bélico incautado de los brasileños en Mato Grosso.

 

 

Capitán de Fragata Remigio Cabral: Participó en acciones navales y en la batalla de Riachuelo. Ostentaba el grado de capitán de Fragata cuando el 5 de agosto de 1868 fue tomado prisionero por las tropas aliadas en Isla Poi.

Sargento Francisco Pineda: Oriundo de San Lorenzo, sentó plaza como soldado raso en Cerro León. Sus compañeros lo apodaron "Pombero" por su habilidad para robar las centinelas del enemigo, como para infiltrarse en sus filas y traer informaciones precisas. Era comisionado con frecuencia a esta tarea, la cual cumplía siempre solo y con invariable éxito.

 

 

 



Conclusión

Más allá de la naturaleza corporativa de todo ejército, puede encontrarse en la valentía de los paraguayos que actuaron en la Guerra Grande, la característica que les dio un perfil común y particular a sus integrantes. De la diversidad de sus hombres se generó una singular amalgama teniendo en cuenta que entre sus miembros se encontraban campesinos, extranjeros, jóvenes de familias de buena posición social y económica, veteranos, civiles, indígenas, esclavos y hasta mujeres y niños se sumaron a sus filas en diversos episodios. Prácticamente, la nación entera se involucró en la lucha.

Como tema de estudio, la Guerra contra la Triple Alianza ha generado abundantes trabajos de investigación de historiadores de distintas partes del mundo. La mayoría no ha dejado de mencionar el valor y la temeridad de oficiales y soldados paraguayos durante el desarrollo de la contienda. Varias anécdotas rescatadas por los propios protagonistas de ambos bandos confirman esas virtudes en los miembros del ejército conducido por Francisco Solano López.

Valentía y lealtad en las condiciones más adversas son sustos a favor. Pero también debe mencionarse como factor negativo que a causa de la escasa formación militar y la falta recursos disponibles, predominó en muchos casos la impericia, que se tradujo en miles de muertes y derrotas.

El combatiente paraguayo también se tuvo que enfrentar a la desproporción de las fuerzas en numerosas batallas en las cuales se sacrificó un alto porcentaje de vidas, tal como lo señalara el Dr. Manuel Domínguez, quien por ejemplo afirma que en Piribebuy quedaron fuera de combate, entre muertos y heridos, el 66% de las tropas, en Tuyutí el 70%, o en Avay el 78%. Incluso refiere otros combates en los cuales las bajas llegaron al 98%.

Con errores tácticos o no, muchas batallas devoraron a los mejores hombres, pero también la delación, la intriga y supuestos hechos de traición apagaron la vida de valiosos oficiales del ejército.

También son cuestionables el capricho y la obstinación de los conductores de los ejércitos, puesto que la guerra representó un prolongado e innecesario desgate para ambos bandos, como hace notar la obra del estadounidense Thomas Whigham. El enemigo estaba dispuesto a derrotar a López y el Mariscal paraguayo y sus oficiales, dispuestos a resistir. Radicalizados cada uno en sus posturas, se perdieron oportunidades de negociación que podrían haber dado por concluida la guerra antes de llegar a tanta destrucción y al aniquilamiento total del ejército paraguayo.

Dicho por Rodolfo Ritter y recogido por Herrera como un pensamiento "justo y acertado": "En esa resistencia desesperada al triple invasor -resistencia trágica, sin esperanza y tanto más magnífica- el nervio, el cerebro, el corazón fue Francisco Solano López".

El Mariscal no cedió ante un ejército que mostraba signos de agonía conformado en su mayoría por ancianos, adolescentes, heridos, todos ellos mal nutridos y fatigados. Eran soldados "espectros", prácticamente sin armas a los que les costaba mantenerse en pie. Muchos coinciden en que el ejército paraguayo buscó más la muerte que una victoria, puesto que pretender revertir los acontecimientos con las debilitadas fuerzas que tenía en la etapa final era algo imposible.

Lo cierto es que aun cuando la muerte acechaba permanentemente, no solo por el peligro de balas de un enemigo superior en armas y número, sino también por las enfermedades, la extenuación o el hambre, el ejército paraguayo no se rindió, se reconstruyó como pudo y se mantuvo leal al Mariscal, que emprendió una lucha titánica que selló con su muerte.

La actuación de estos oficiales y soldados paraguayos siguen siendo hasta hoy la fuente inspiradora de los componentes de las Fuerzas Armadas de la Nación y en el ámbito de los cuarteles, la consigna "Vencer o Morir" la postura más admirada en la defensa heroica del Paraguay.



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Otras fuentes:

ARCHIVO NACIONAL DE ASUNCIÓN BIBLIOTECA Y MUSEO DEL MINISTERIO DE DEFENSA BIBLIOTECA NACIONAL DE ASUNCIÓN


 

 

ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO ABC COLOR SOBRE EL LIBRO


Los oficiales es el tema del tercer libro

ABC Color y El Lector presentan hoy el tercer título de su nueva colección bibliográfica sobre la Guerra Grande. Se trata de “Los oficiales”, libro en el cual su autora, Nancy Pérez, analiza profundamente el papel de este colectivo bélico en filas paraguayas.

 

Las memorias de Crisóstomo Centurión son una fuente ineludible./ ABC Color

 

Las tropas disponibles al inicio de la guerra siguen siendo materia de discusión. Algunas fuentes documentales dicen que a principios de 1865 existía un total de 38.173 hombres. El inglés George Thompson y Juan Crisóstomo Centurión hablan de 80.000.

El historiador norteamericano Thomas Whigham sostiene que este último dato corresponde a las fuerzas permanentes antes de la movilización general. Insiste en que el factor clave no era cuántos hombres estaban en armas sino cuál era la reserva que existía. En ese contexto, López podría contar con un tercio de la población del país, que representaban 150.000 hombres aproximadamente.

Un problema para el ejército paraguayo sería la carencia de oficiales entrenados. Ocurría lo mismo con la oficialidad menor: no había suficientes sargentos y cabos.

A pocos meses de la toma de Corrientes, la plana mayor estaba conformada por el general de división, Francisco Solano López, el brigadier Wenceslao Robles, nueve coroneles, ocho teniente coroneles, un capitán de fragata y 12 sargentos mayores.

El mayor Antonio E. González, quien hizo una revisión de las memorias de Juan Crisóstomo Centurión, reproduce un documento, cuyo original obra en el Archivo Nacional de Asunción, y que indica que al día siguiente de la invasión del Mato Grosso, había solo 17 oficiales con rango de coronel, teniente coronel, o sargento mayor. Los capitanes, capitanes graduados, tenientes primero y segundo, tenientes graduados, alféreces primero y segundo; y alféreces graduados sumaban en total 418.

Luego venían los sargentos primero que totalizaban 64, los sargentos segundo, 486; los cabos primero, 187; y los cabos segundo, 1.661.

Incorporando a los urbanos que carecían de preparación militar, como también a los jefes y oficiales retirados que habían prestado servicios bajo la dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia y en los tiempos de Carlos Antonio López, más de 73.000 estaban listos para pelear en 1865.

Por otra parte, desde el principio de la guerra, el Mariscal se mostró inclinado a arrestar y ejecutar a los oficiales que fracasaban en las misiones que les encomendaba. Esa suerte corrió el general Robles, quien al retornar de Corrientes fue fusilado. El ejército que este comandó vino extremadamente fatigado y solo retornaron sanos 14.000 hombres y unos 5.000 heridos. La diarrea y la disentería habían causado estragos en las filas. Este problema se repitió a lo largo de toda la guerra.

La autora del libro, Nancy Pérez, cursó sus estudios universitarios en la Facultad de Filosofía de la UNA. Obtuvo primero el título de licenciada en Ciencias de la Comunicación y posteriormente de licenciada en Historia. Realizó estudios de posgrado, asimismo, concluyó el curso de doctorado.

Publicado en fecha: 22 de Setiembre de 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py

 


UNA MIRADA A LOS CONDUCTORES DE LOS SOLDADOS

Nancy Pérez es autora de “Los oficiales”, el libro que aparecerá el domingo 22 con el ejemplar de nuestro diario y que constituye el tercer título de la colección “A 150 años de la Guerra Grande”, publicada por la editorial El Lector y ABC Color.

 

Bernardino Caballero es uno de los que se forjaron como oficiales en el campo de batalla.

El libro que aparece mañana está dedicado a los oficiales de la guerra./ ABC Color

 

En esta entrevista, la autora habla de su obra y de los protagonistas del libro: los oficiales paraguayos que combatieron, al frente de sus soldados, contra la Triple Alianza.

–¿Por qué un libro sobre los oficiales?

La historia recuerda a numerosos oficiales paraguayos –especialmente generales– en la Guerra, destacando sus hazañas, pero la idea fue brindar una mirada más cercana a estos hombres responsables de dirigir al ejército, resistiendo adversidades y combatiendo a un enemigo superior en cantidad de soldados y en armamentos y recursos.

–¿Qué características tenían los oficiales paraguayos?

–Se destacaron por dos virtudes: valentía y lealtad. Incluso los conductores de los ejércitos aliados, al igual que historiadores nacionales y extranjeros que realizaron una revisión de los acontecimientos de la guerra, han puesto su atención en estos dos aspectos.

–Parecería que incluso iban más allá del deber, ¿no?

–Causa asombro cómo el oficial paraguayo cumplía la orden de su superior, aun cuando no existía la mínima posibilidad de generar un triunfo o cambiar el curso de los acontecimientos.

–¿Cómo se formaban los oficiales si el país no contaba con una Academia Militar?

–Por falta de academia militar, los oficiales paraguayos se formaron en los cuarteles, leyendo publicaciones de época, con prácticas en el uso de armas, estudiando legislación militar, que formaban parte del legado del ejército español colonial.

–No hubo profesionalización.

–Hubo intención de profesionalizar la milicia mediante becas a jóvenes enviados a Francia, pero la guerra truncó la posibilidad de contar con el concurso de militares mejor preparados. Ya durante las acciones bélicas la mayor parte de la oficialidad fue emergiendo de la tropa y formándose en medio de las hostilidades.

–¿Cuáles eran las principales dificultades que tenían los oficiales?

–Un desafío para los oficiales fue liderar a hombres reclutados para la guerra que no tenían preparación militar. En las fases finales, tuvieron que comandar a un ejército conformado en su mayoría por heridos, ancianos y niños.

–Ya no era prácticamente un ejército.

–Con las bajas tras cada batalla, todo era más difícil. La necesidad hizo que soldados que se destacaron en su actuación fueran ascendidos, lo cual significaba para muchos oficiales tener que desprenderse de sus mejores elementos.

–Varios oficiales se formaron en el campo de batalla y ascendieron por méritos de guerra, ¿quiénes fueron?

–Uno de los más destacados es Bernardino Caballero, quien sobrevivió y fue presidente de la República. El italiano Sebastián Bullo se alistó como civil y llegó al grado de mayor. El Cnel. José Vicente Mongelós, de Caapucú, se había presentado en el campamento Cerro León en 1864 con 16 años.

Publicado en fecha: 21 de Setiembre de 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py



VALIENTES, AUNQUE CON ESCASA FORMACIÓN

El tercer volumen de la colección “A 150 años de la Guerra Grande” referirá a uno de los capítulos más importantes de la defensa nacional: la formación de la oficialidad paraguaya. La historiadora y periodista Nancy Pérez preparó para tal efecto el libro “Los oficiales”, que aparecerá el domingo 22 con el ejemplar de nuestro diario.

 

Francisco Solano López inició en 1864 la organización de su ejército

en el célebre campamento de Cerro León./ ABC Color

 

Esta nueva serie producida por la editorial El Lector y ABC Color comenzó con dos libros, “Causas de la guerra”, de Ricardo Caballero Aquino, y “Los aliados”, de Juan Bautista Rivarola Paoli.

En el próximo volumen, Nancy Pérez relata cómo a inicios de 1864 el mayor Francisco Fidel Valiente, comandante militar de distrito de Pirayú, recibió la orden de estudiar la posibilidad de instalar un campamento capaz de albergar una tropa numerosa que pudiera ser allí adiestrada.

Valiente eligió el valle de Cerro León, a 72 kilómetros al sudeste de Asunción, donde se comenzó a acopiar materiales para la construcción de edificios del futuro cuartel. El 31 de marzo llegó al lugar el presidente de la República, general Francisco Solano López, acompañado del general Wenceslao Robles, entre otros oficiales, para fiscalizar y aprobar las obras que para entonces estaban bastante adelantadas.

El 11 de abril se designó como comandante del cuerpo militar de Cerro León al general Robles. Como instructores fueron designados inicialmente los coroneles Bernardino Denis y Francisco Pereira, el mayor Francisco Fidel Valiente y el capitán Bernardino Paraná, entre otros oficiales subalternos.

Varios manuales militares fueron utilizados para la instrucción de las tropas en Cerro Corá y los demás campamentos. Estos eran editados en la Imprenta Nacional. Algunos de ellos fueron: “Reglamento para la instrucción de Infantería”, “Curso del arte y de la historia militar”, en tres tomos; “Instrucción del recluta de Caballería”; “Orden general del ejército y ordenanza militar para la escolta del supremo gobierno”.

 

ASCENSOS MASIVOS

Ya durante la guerra, se enfrentó la necesidad de ascensos masivos ante la baja de los oficiales. La primera promoción importante de sargentos data del segundo semestre del año 1865, periodo en el cual fueron ascendidos 150 ciudadanos, entre ellos, figuras destacadas en el desarrollo de la guerra, como Bernardino Caballero y Sebastián Bullo. Fue tras el retorno de los restos de la malograda expedición de Uruguayana y de la división del sur del general Robles, cuando se requirió de una reorganización del Ejército.

El mariscal López promovió a la primera remesa de oficiales proveniente del grupo de sargentos, de la cual surgieron los nombres de José María Fariña, Aniceto López y Ezequiel Román, José de Jesús Martínez, Valois Rivarola, Eduardo Vera, José Dolores Molas, Vicente Mongelós, Florentín Oviedo, en los cuerpos de línea.

La campaña de Mato Grosso y la de Corrientes permitieron valorar la actuación de numerosos jóvenes paraguayos que habían dejado en las chacras herramientas de trabajo para acudir con entusiasmo a los entrenamientos militares en Cerro León. Dejando de lado en algunos casos las formalidades del escalafón, muchos fueron ascendidos en el transcurso de las batallas.

Publicado en fecha: 20 de Setiembre de 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py


EL DOMINGO 22 (SETIEMBRE, 2013) APARECERÁ EL TERCER TÍTULO: “LOS OFICIALES”

Este es el próximo título que presentarán El Lector y ABC Color en el marco de la Colección A 150 años de la Guerra Grande. En el libro, que aparecerá el domingo 22 con el ejemplar de ABC Color, la periodista e historiadora Nancy Pérez traza un perfil de los oficiales paraguayos que condujeron a las tropas en aquella conflagración.

Para alcanzar un nivel superior, los oficiales van ocupando y ascendiendo dentro de una escala jerárquica y en un proceso de formación continua. Este esquema no se aplicó en el Paraguay, pues las bajas permanentes imponían la promoción de los más valientes.

Un problema para el ejército paraguayo sería la carencia de oficiales entrenados. Ocurría lo mismo con la oficialidad menor: no había suficientes sargentos y cabos.

Los oficiales paraguayos no habían pasado por una academia militar. Esta fue una gran diferencia respecto a los argentinos y brasileños.

En la primera fase de la guerra, los que tenían alta jerarquía, como el general Wenceslao Robles, y los ascendidos al mismo rango, Vicente Barrios y Francisco Isidoro Resquín, se formaron en los cuarteles, con la lectura de publicaciones de la época, prácticas de técnicas guerreras, estrategias y legislación militar, usos que formaban parte del legado del ejército colonial.

Paraguay tuvo un reducido número de oficiales extranjeros. Por ejemplo, el coronel Francisco Wisner de Morgenstern, austro-húngaro que llegó al Paraguay en 1845 y falleció en la posguerra.

Otro héroe extranjero muy recordado es el coronel ingeniero Luis Federico Myzkowsky (abuelo de Julio Correa), polaco, que arribó en 1850 y fue una de las pocas pérdidas paraguayas en Curupayty.

En la lista figuran, además, el coronel Dionisio Lirio, español radicado desde 1855 y fallecido en Cerro Corá; el sargento mayor Sebastián Bullo, italiano que vivió en Villarrica y murió en el segundo ataque a Tuyutí; y el coronel inglés George Thompson.

Publicado en fecha: 18 de Setiembre de 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py



VISIÓN RENOVADA SOBRE OFICIALES PARAGUAYOS EN LA GUERRA

El tercer título de la nueva serie bibliográfica, presentada por ABC Color y El Lector, aparecerá el domingo 22, con el ejemplar de nuestro diario. Se trata del libro “Los oficiales”, escrito por la periodista y licenciada en Historia Nancy Pérez.

La Guerra Grande fue escenario de sacrificios extremos. Los oficiales, aun sin gran formación, dieron muestras de heroísmo al igual que los soldados./ ABC Color

En el libro, la autora se refiere al cuadro de la oficialidad paraguaya en aquel conflicto que enfrentó a nuestro país contra la tríplice formada por Argentina, Brasil y Uruguay.

Al respecto, en el prólogo de la obra, el doctor Herib Caballero Campos señala que la colección “150 años de la Guerra Grande” se ha planteado llamar la atención sobre los colectivos que participaron en aquella trágica contienda.

Por lo tanto –afirma– este volumen sobre los oficiales pretende analizar y describir al grupo de hombres que tuvo a su cargo conducir al ejército paraguayo desde el Mato Grosso hasta Uruguayana y desde Corrientes hasta Cerro Corá.

La periodista y licenciada en Historia Nancy Pérez –dice Caballero Campos, quien además es director de la Colección– ha aceptado el desafío de escribir este libro con el fin de poner en perspectiva la realidad de los oficiales paraguayos durante la Guerra contra la Triple Alianza (1864-1870).

La autora describe el contexto en el cual se desarrolló el conflicto para luego explicar en forma detenida la realidad de la Infantería, la Caballería, la Marina y la Sanidad del ejército paraguayo y los oficiales que cumplieron sus tareas en dichas armas sirviendo a la patria en unas condiciones más que adversas.

La obra explica el proceso de formación de los oficiales, así como la situación en la que se encontraba la oficialidad paraguaya al inicio de la contienda. En otro aspecto, expone las formas de instrucción y los textos empleados para la formación de los jefes y oficiales del ejército, muchos de los cuáles fueron movilizados en 1864 y obtuvieron sus ascensos en la graduación militar gracias a méritos de guerra.

Se incluye, además, breves biografías de los principales jefes y oficiales del ejército paraguayo que combatieron durante la Guerra Grande.

OFICIALES SALIDOS DEL PUEBLO

Este libro aporta una visión que permite valorar en su justa medida a aquellos hombres que abandonaron la chacra, los estudios o las actividades ganaderas para cumplir con el deber de formar parte del cuadro de oficiales del ejército paraguayo.

En su gran mayoría, la oficialidad paraguaya salía del pueblo mismo, como el caso de Bernardino Caballero, quien de soldado raso fue ascendiendo a general por méritos de guerra, y tras el conflicto llegaría nada menos que a presidente de la República.

Por su parte, la autora del libro, Nancy Pérez, expresa que de las tantas hazañas de la oficialidad paraguaya se seleccionan algunas, que se suman a la descripción de los aspectos cotidianos de los campamentos, pasajes que dan detalles del manejo del ejército tanto en lo táctico como en lo moral.

Los reconocimientos conferidos a quienes se destacaron en alguna misión y las desventuras padecidas durante la fase final de la cruenta guerra también integran el libro.

Publicado en fecha: 17 de Setiembre de 2013

Fuente en Internet: www.abc.com.py

 

 

 

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