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GALIA GIMÉNEZ GUIMPELEVICH

  HISTORIAS OCULTAS DE MUJERES PARAGUAYAS. TESTIMONIOS DE FELICIA BARRIOS - Por GALIA GIMÉNEZ GUIMPELEVICH


HISTORIAS OCULTAS DE MUJERES PARAGUAYAS. TESTIMONIOS DE FELICIA BARRIOS - Por GALIA GIMÉNEZ GUIMPELEVICH

HISTORIAS OCULTAS DE MUJERES PARAGUAYAS. TESTIMONIOS DE FELICIA BARRIOS

Por GALIA GIMÉNEZ GUIMPELEVICH

 

COLECCIÓN KUÑA REKO

 

Ministerio de la Mujer de la República del Paraguay

Presidente Franco y Ayolas - piso 13 y planta baja

Tel.: (595) 21 - 450 036/8

 

Comité de Género de la ITAIPÚ BINACIONAL

 

Editorial SERVILIBRO

25 de Mayo y México - Plaza Uruguaya Telefax: (595-21) 444 770

Web: www.servilibro.com.py

Asunción, Paraguay Dirección

Editorial: Vidalia Sánchez

Dibujo de tapa: Galia Giménez

Digitalización y corrección: Mercedes Giménez

Asunción, Paraguay –

Noviembre 2012

 

Hecho el depósito que marca la Ley N° 1328/98

 

PRESENTACIÓN

Tengo el agrado de presentar el segundo libro de la Colección KUÑA REKO (VIDA DE MUJERES). Esta obra de Galia Giménez que, da a luz en poco más de cien páginas trece "HISTORIAS OCULTAS DE MUJERES PARAGUAYAS", acontecidas en Paraguay y protagonizadas por mujeres, mujeres que fueron madres. "Mamá, un día, cuando yo sea grande, voy a regresar y te voy a comprar para tu casa". Con la ternura de frases como estas, el libro abriga un testimonio que recoge y comparte, calando hondo con la sencillez elocuente de los relatos, todo un universo de delicadas fibras humanas.

Historias estremecedoras, vividas con sensibilidad y coraje, con mudas lágrimas como sórdida expresión de impotencia ante un peregrinar interior que tiene un fin superior: asegurar la calidad de vida y la felicidad que no podía ser ofrecida. La adopción en el extranjero, por familias adoptivas, fue el mejor escenario para las hijas y los hijos, que arropados de amor intransferible por sus madres biológicas, los acogió en lejanas tierras sin posibilidades de marcha atrás, sin retorno en el paso dado. Sin embargo, las vueltas que da la vida ocasionan el milagro y propicia el reencuentro en el país natal y con las madres "ocultas". A pesar del tiempo y la distancia que se instaló en la relación desconocida a medias, los sentimientos y emociones afloraron sin rencores ni prejuicios de nadie. El sentimiento más importante del ser humano seguía presente. Una vez más venció el amor.

Una interpretación superficial se limitaría a lo efímero o anecdótico de los acontecimientos. Sin embargo la lectura revela todo un mundo pintado en matices vitales para sentir y palpar las razones de los hechos que marcaron las vidas de las personas que los protagonizaron.

El "corazón" de la protagonista principal, Felicia Barrios, cuyo testimonio se recoge, constituye un "Punto de encuentro " de varias vidas retratadas en un instante similar que las une, a pesar de ser diferentes, individuales, irrepetibles. Lo inevitablemente social se trasluce con el contraste repetitivo y reincidente de lo aparentemente individual de las historias, para dejar de ser ocultas o particulares y convertirse en los inefables episodios de unas relaciones sesgadas por las condiciones sociales en que se desarrollan.

El carácter social que subyace rompe el aislamiento meramente episódico tejido en el proceso, y que quizás se le pretenda atribuir. No son causas o condiciones aisladas que resurgen impersonalmente en cada caso, son bien causas sociales, productos de la sociedad, que permean las decisiones personales, aún "las más íntimas y las más secretas" (Pierre Bourdieu).

Las historias se suceden paradojalmente parecidas y diferentes, rodeadas de un marco profundamente humano y social, sin reducirse a una simple compilación. El recuento es un testimonio del por qué y cómo suceden las cosas aun cuando los reveses de la vida colectiva se ocupen de ocultar. Esta identidad literaria nos anima a decir que si bien son trece historias paraguayas, al mismo tiempo tienen mucho de lo humanamente universal.

Está en el corazón de quien se sumerge en su lectura, rescatar la sabia mirada que reflejan las historias no tan ocultas.

Gloria Rubin

Ministra

Ministerio de la Mujer de la República del Paraguay

Asunción, Noviembre 2012

 

 

INTRODUCCIÓN

Cuando Felicia comenzó con sus aventuras de búsqueda de madres biológicas, y ella no paraba de contarme, tuve el fuerte impulso de escribir esas historias y más todavía me hubiera gustado filmar y hacer un documental, pero bueno... las condiciones no eran propicias. Las aventuras que vivió Felicia están ahora en un libro, gracias al apoyo de Chony Calderón, Nery Pena y, finalmente, el Ministerio de la Mujer, a quienes agradezco profundamente. Ahora, mucha gente podrá compartir estas historias. Considero que estos testimonios son valiosos no solo por rescatar el trabajo de Felicia, que ama y que lleva a cabo su vocación profesional de trabajadora social, sino por el interés de propiciar un anhelado e importante encuentro de un hijo con su madre biológica paraguaya. Tantas emociones compartidas tuvimos de mujer a mujer, que solo en primera persona pude escribir estos testimonios y le agradezco de corazón. Agradezco también a la doctora Gloria Rubín, ministra del Ministerio de la Mujer, por valorar nuestro trabajo y publicarlo.

Galia

 

Corría el año 2006 cuando una amiga me propuso un trabajo extra y mi vida cambió por completo. De pronto, recuperé la esencia de mi profesión e inclusive el sentido de la vida. La propuesta era encontrar madres biológicas paraguayas de niños norteamericanos. Esto quiere decir que, por motivos diversos, nuestras mujeres tuvieron que entregar a sus hijos a extranjeros. Pero hay un momento en la vida del ser humano que necesita saber quién es y de dónde viene. Esos niños crecieron lejos de los suyos y de su patria, hablando otro idioma, con otras costumbres, con padres del corazón a quienes ellos aman y les aman. Ellos saben que sus raíces están en un pequeño país de Sudamérica llamado Paraguay y algunos de ellos esperan ansiosamente conocerlo. Para mí, se convirtió en un reto la aventura de encontrar esas madres, y cuando empecé a contactarlas, me involucré en situaciones tan increíbles y emotivas que simplemente decidí que debía dejar un testimonio y compartir las historias ocultas de las mujeres de mi país.

 

Agradezco a:

La Lic. Diana Lesme por la confianza que depositó en mí en la búsqueda de madres.

Ami esposo Augusto y mi hijo Martín por el apoyo y tolerancia por mis largas ausencias.

Felicia Barrios

 

Soy hija del corazón y madre del corazón. Creo entender lo complicado y a la vez simple de la adopción. En mi caso, fui hija del corazón en el hogar de Luis y María, criada entre algodones y con amor, pero no me brindaron la identidad que da el trámite de llevar el apellido de mis padres del corazón.

Esa situación fue la que me definió en el desarrollo de mi identidad; me turbó, afectó, pero hoy me ha brindado paz y aceptación de mi realidad. Al ser madre del corazón, entendí la otra parte de la relación: con mi esposo dimos a nuestro hijo toda la legalidad que representan los papeles formales y él lleva nuestro apellido. Sabe quién es, y eso tiene un significado, se llama IDENTIDAD.

En este proceso de ser hija y mamá del corazón, también me ha tocado conocer a mi madre biológica y a la madre biológica de mi hijo. He entendido sus realidades, situación de vida, contexto de ambas y abracé sus historias con amor y generosidad.

Esto me ha llevado a formar con un grupo calificado de profesionales la organización ADOPTION, Padres e hijos del corazón, y ser propulsora de la adopción. En mi entender EL INTERÉS SUPERIOR DEL NIÑO es darle al niño/a, sin tanta burocracia, sin hogares sustitutos, ni búsqueda de un familiar más cercano, un hogar armónico, cálido, y emocionalmente estable, con una comunicación abierta y fluida, con vínculos seguros, con sentido de pertenencia e identidad.

Estos relatos reales y conmovedores, escritos por Galia Giménez, que lágrima a lágrima los he leído, me confirman que estoy en el camino correcto: la adopción temprana y con trámites rápidos son componentes vitales para la identidad del niño/a.

La construcción de la identidad se respalda en el conocimiento de la verdad acerca de sus orígenes para piensan mucho en ella, que nunca las olvidan, que oran al Señor para que estén bien. Una de las expresiones que más dejó huellas en mi corazón venía de una joven llamada Yasy. Ella sabe que significa luna su nombre, y le decía en una carta a su madre biológica que en las noches, al contemplar la luna, se suele preguntar si su madre contemplará la misma luna en ese momento, en algún lugar de Paraguay...

Hay que tener sensibilidad y al mismo tiempo mucha fortaleza para lidiar con todo esto. Así fue que sentí la necesidad de contar con una compañera, una amiga, que comprenda y sienta la situación, y que se comprometa a realizar este trabajo con seriedad absoluta. Así fue como apareció en escena Felicia Barrios, mi colega, trabajadora social, mi amiga querida de tantos años, buena mujer, madre de un niño maravilloso, afortunado e inteligente, llamado Félix Martín.

Felicia Barrios se convirtió en estos 6 años de trabajo en una experta buscadora de personas, no solo dentro de nuestro país sino hasta tuvo que cruzar fronteras. Ella, con su forma de ser, tan buena gente, sensible y solidaria, capaz de convencer al corazón más duro para acceder a un encuentro tan deseado, logró muchos emocionantes encuentros.

Mi admiración por su trabajo... ¡Felicidades, hermana! Mi amor sincero para vos...

Gladys

 

 

MARGARITA

Estaba lista para partir a lo desconocido el día que terminé de leer la carta de un joven de tan solo quince años de edad, quien le escribió y le envió fotos a su madre biológica paraguaya. Volví a leer una y otra vez y me producía una mezcla de fuertes sentimientos. Decía en la carta que le agradecía por haberle dado la vida, le contaba algunas de sus actividades, sus metas, sus ilusiones. También le pedía le envíe una foto para besarla todas las noches, que le conteste algunas preguntas que él las lleva muy dentro y le pide un encuentro para poder conocerse.

No dejé pasar mucho tiempo y me encaminé a la búsqueda de esa madre. Los datos que me proporcionaron fueron el nombre completo, lugar-Ciudad del Este, oriunda del interior y que tenía alrededor de 41 años. Llegué muy temprano a la ciudad con una dirección inexacta en la mano. Recorrí preguntando en casas, principalmente antiguas, despensas y puestos en la calle, pero nadie conocía a Margarita. Eran las once de la mañana cuando ya me sentía agotada y sin esperanzas de encontrarla. Entonces me dirigí nuevamente a la ruta principal y vi a una señora que probablemente esperaba el micro, pero que yo sentía que a mí también me estaba esperando. La saludé amablemente y enseguida entablamos conversación. Le pregunté si conocía a Margarita... y al instante me indicó su dirección exacta. Fue increíble el encuentro, alegremente le agradecí y me dirigí al lugar. Cuando llegué, ubiqué la despensa indicada, anexo carnicería, y una inmensa alegría me invadió. Pero, al mismo tiempo un cierto temor, pues no me quería imaginar cómo reaccionaría Margarita al conocer la noticia. Vi a una señora atendiendo a un cliente y a una niña de unos diez años dentro del almacén. Cuando la despachante terminó de atender, me acerqué a ella, la saludé amablemente, confirmé que era Margarita y empecé, nerviosa, pero con delicadeza, a encarar el tema. Le hablé de que el niño que alguna vez ella dio en adopción le escribió una carta, que le envió unas fotos y que él era hermoso. Margarita se puso tan nerviosa y noté que su rostro reflejaba mucho temor. Me dijo que eso no tenía porqué saberse y que si su actual pareja se enteraba, la iba a matar. Traté de calmarla, diciéndole que nada le iba a pasar y que nadie quería hacerle daño. Ni una palabra mía la convencía, ya ni me escuchaba, cada vez repetía una y otra vez que le diga al muchacho que ella se fue a España. Traté de enseñarle la carta y las fotos, pero retiraba mi mano, sin siquiera mirar. Estaba tan angustiada que yo veía en sus ojos que lo único que quería era que me retirara del lugar lo más pronto posible, sobre todo por temor a que llegara su marido. Sin embargo, de pronto, me pidió un número telefónico y me dijo que se comunicaría cuando pudiera. Le escribí mi número, me retiré del lugar, pero triste, pues no pude lograr con ella ningún diálogo y no tenía respuesta alguna para ese joven tan especial, ansioso de obtener alguna información. Así que tomé el micro de regreso a Asunción, con una sensación de fracaso, con el pensamiento de que tal vez yo no debería haber aceptado ese trabajo, pero tenía también una gotita de esperanza de que algún día me llamase.

Pasaron dos semanas y Margarita no me llamó. Entonces, un día regresé al lugar, decidida a convencerla. La encontré aún más nerviosa, con rabia y miedo; ANTES DE QUE SE ENTERE EL SEÑOR PREFIERO PEGARME UN TIRO, me dijo, y si el muchacho se encuentra bien, para qué me busca, es mejor que no lo haga. Mi situación es muy difícil. El señor tiene muy mal carácter y yo no tengo quien me ayude, fue su respuesta. Yo también comencé a ponerme nerviosa y preocupada por ella. Entonces, le propuse ir a conversar a otro lugar, sin testigos.

- Qué es lo que quiere saber, continuó.

- Si lee la carta tendrá una respuesta, respondí.

En un arrebato me pidió la carta, se la di y rápidamente la dobló y guardó en la cintura de su pantalón. Le prometí que ya no la molestaría, pero si me podía dar una foto suya, para enviarle al muchacho... Como una flecha entró y salió del fondo con una foto pequeña y ajada que ya no era actual. Esta vez me fui más preocupada por ella, pues se encontraba fuera de sí, muy aturdida, con la única información de que, además, era madre de dos niñas, una de once y la otra de siete años. Increíblemente, la mayor era muy parecida al muchacho. Luego de comunicarme con el muchacho, me fue muy difícil explicarle porque no quería que tuviera una mala impresión de la mujer que le dio la vida. El joven comprendió los motivos que le impedía conocer a su madre biológica, pero le era difícil asimilar y se puso triste.

Pasó el tiempo, supe que seguía una terapia y que, a pesar de todo, había decidido venir al Paraguay, por lo menos para conocer el lugar donde vivía su madre biológica y tal vez observarla desde lejos. Es increíble cómo ese sentimiento de conocer el origen de uno es poderoso. Pasaron volando los días y el joven, sus padres adoptivos, más otros niños y niñas que habían nacido en el Paraguay, también adoptados por estadounidenses perfectamente organizados, llegaron a nuestro país a conocer sus orígenes.

Más adelante, mi joven, sus padres y un traductor emprendimos el viaje a Ciudad del Este. Lloviznaba fuertemente en la ciudad, más la angustia que yo llevaba recordando la actitud de Margarita, los nervios me traicionaron y tuvimos que recorrer como dos horas sin que yo pudiera ubicar la casa. Entonces, decidí bajar del taxi en el que íbamos y comencé sola a recorrer el barrio bajo la lluvia, hasta que por fin ubiqué la despensa de Margarita. Acordamos que ellos entrarían sin mí, como para comprar algo. Primeramente, entró el traductor y directamente se encaminó al mostrador a comprar algo, el padre, algo discreto, demoró su entrada, mientras el hijo dio un impulso y entró a la despensa. Directamente se dirigió a la sección de carnes, justo allí donde atendía Margarita. Madre e hijo se encontraron de pronto, frente a frente, y un silencio mortal nos rodeó. Sentí que mis manos temblaban, que ellos se estaban mirando directamente a los ojos sin decir una sola palabra. Margarita estaba paralizada, blanca como un papel; de pronto, giró y se dirigió hacia la calle. No hay duda, ella lo reconoció. No hicieron falta las palabras. Inmediatamente, el traductor habló con la hija de Margarita, compró una gaseosa y todos comenzaron a salir afuera. Entonces, yo desperté, corté de un tirón la emoción que me invadía y me acerqué a la entrada. Margarita ya estaba en la vereda, sumamente angustiada, yo diría que hasta horrorizada, inquieta, sin dejar de moverse y al enfrentarse conmigo me dijo bruscamente: "Voy a buscar la manera de encontrarme con él, aunque sea un momento. ¡Ayy! ¡Mi corazón me va a salir! ¡Es que el señor está en la casa!!". Entró nuevamente a la casa y regresó con un pedazo de papel con un número telefónico. Me pidió que la llamara en ese mismo momento y que ella inventaría cualquier pretexto para ir hasta la esquina que nos iba a indicar y así poder encontrarse con su hijo. Rápidamente todos subimos al taxi y fue complicado llegar al lugar, tuvimos que bajar, caminar un trecho, porque había un puente

que dificultaba el camino. Al rato, apareció Margarita, todavía angustiada e inmediatamente me tiró estas palabras:

"Si él quiere que yo siga con vida, que se vaya Nomás". Intenté calmarla, sin poder creer el miedo que se apoderaba de la pobre Margarita.

-¡Él vino de tan lejos! Y lo único que quiere es darte un abrazo, mañana ya regresa a Estados Unidos -le dije calmadamente. Entonces sucedió el milagro, parecía ablandarse e inmediatamente llamé al muchacho. Margarita estaba petrificada, no podía moverse; entonces, Richard, el muchacho, se acercó y le dio un fuerte abrazo. Automáticamente ella correspondió, temblorosa lo observó y me dijo: "¡Qué lindo es!" Luego, Richard le entregó un presente y en ese momento el padre adoptivo se acercó y preguntó si les podía sacar una foto. Ambos posaron abrazados, sonó el clic de la cámara y todo había terminado. Recordé las palabras de Margarita que me había dicho en mi primera visita: "Si el señor se entera me va a echar y yo no tengo adonde ir con mis hijas". Yo no sé si el reencuentro o la situación tan penosa de Margarita es lo que más me afectaba, pero me emocioné. Padre e hijo intercambiaron miradas y el padre le hizo un gesto de apoyo, como diciéndole que todo iba a estar bien. Cuando ya regresábamos a Asunción, el padre me dijo que este encuentro era muy importante para su hijo porque tenía muchos interrogantes. Bueno, le dije yo, lo principal es que ya se dio el primer paso y tal vez en otra oportunidad se pueda dar otro encuentro más tranquilo, sin miedos y sobresaltos. Viajábamos en silencio, despacio, de vez en cuando Richard le murmuraba algo a su padre y solo él sabía lo que le pasaba por la mente y lo que sentía su corazón.

 

 

 

ANGELA

La siguiente mujer a quien yo debería buscar se llamaba Ángela y el dato que llevaba era que vivía en la compañía Thompson de Capiatá. Mediante solo algunas averiguaciones, fue más fácil dar con ella. Me encontré golpeando las palmas frente a una casa tan precaria que parecía abandonada. Yo seguía golpeando y nadie salía, llegué a pensar que nadie habitaba esa casa, que a lo mejor se mudaron. Antes de tomar la decisión de marcharme, me dirigí a la despensa más próxima a preguntar y la dueña me confirmó que la casita estaba habitada y que la señora simplemente salió, pero ella no sabía adonde fue, ni cuando regresaría. Me instalé frente a la casa y decidí esperar. Al rato se acerco un señor que se encontraba trabajando en una construcción cercana. Inmediatamente me preguntó si que necesitaba, a lo cual yo respondí que deseaba conversar con la señora de la casa. Entonces me contó que Ángela y su pequeño hijo se fueron a Ypane, al cementerio, porque era el aniversario de la muerte de su hermana y que probablemente no tardaría en regresar.

-¿Sera que puedo pasar a esperarla? ahí en el patio nomás, necesito hablar con ella, le dije. El señor me acompañó, me ofreció una silla y me explicó que había nomás un perro bravo. Yo ya me encontraba ahí y estaba dispuesta a esperar, cuanto fuera necesario. Ahí me quedé, ya eran las tres de la tarde y un profundo silencio me comenzó a inquietar. Yo miraba hacia el marco de la puerta que cubría una tela negra en constante movimiento por el viento, hasta me daba la impresión de que algún fantasma aparecería de pronto de ese oscuro espacio. Eran ya las cinco de la tarde, cuando de pronto me asustaron unas vocecitas de niños que se fueron acercando y después se disiparon. Luego, frente a mí apareció Ana, de unos nueve años, con una mochila abultada y gastada a los hombros y un cabello larguísimo que se alborotaba con la brisa de la tarde. Me miró sorprendida, pero enseguida iniciamos una charla y le expliqué que esperaba a Angela y entonces ella me dijo que era su mamá. Anita resultó ser una niña alegre y muy sociable. Lo único que yo deseaba era que regresara pronto su madre y que fuera igualita a ella. La niña luego entro tras la cortina oscura y me avisó que se cambiaría de ropa y que ya regresaría. Cuando salió, se dirigió al patio y comenzó a recorrer, pero a medida que pasaba el tiempo y el sol iba cayendo, ella paseaba cada vez más inquieta, de alguna manera contagiándome. Entonces se decidió y se acercó a mí.

-No viene ko mi mamá y ella no me dejo nada para mi merienda...

-Ah! Le dije sonriente, tranquilizándome, le di algo de plata y le dije que comprara algo en la despensa. Feliz, salió corriendo y al ratito regresó con galletas y fiambre que luego de comer se puso más que contenta.

Comenzaba ya a obscurecer, cuando por fin escuchamos pasos y ruidos entre los matorrales que cercaban el caminito por donde aparecerían. Ana fue corriendo al encuentro de ellos y al ver a su madre le reclamó la tardía, agregando que también había alguien esperándola hace mucho tiempo. Ángela le explico que ya no tenían para el pasaje y que tuvieron que regresar a pie. Mientras se iba acercando, prendió un foco y una tenue luz nos alumbró. La mire y vi que era una mujer pequeña, delgada, de pelo largo y opaco. De inmediato se acercó a mí y me saludo amablemente. Vi su rostro demacrado que reflejaba cansancio. Enseguida me pregunto cuál era el motivo de mi visita. Entonces le tomé por el hombro y le acerqué la silla donde yo estaba sentada para preguntarle si ella tuvo un niño que dio en adopción y que por ahora tendría unos quince años. Ángela se sentó, se tomó la cara con las manos y lloró amargamente.

- Che memby! , dijo

- Jaikena kotýpe, le dije, ahechukata ndéve mba' epa agueru.

- Atĩeterei ngo nde hegui, señora, che mboriahu eterei.

La tranquilicé y le dije que esa era su casa y que no tenía por qué avergonzarse de nada. Pasamos a la piecita, nos sentamos donde pudimos y le leí la carta que

su hijo le envió. Ángela lloró desde lo más hondo de su ser, no pudo contenerse, le pasé las fotos de su hijo y las acarició como si fuera el mismo. Noté que las manos de Ángela eran todavía jóvenes pero muy ásperas y sin embargo acariciaba esas fotos con tanta ternura. Me contó que ella y su familia llevaban una vida tan dura que cuando apareció el bebé, junto con su madre, decidieron entregarlo a otra familia para que tenga una vida mejor. Cuando nos encontramos mi mamá y yo, lo recordamos, y siempre llegamos a la misma conclusión: hasta qué punto la miseria puede llevar a uno a cometer este tipo de acción. Porque yo ya tenía otros hijos y después creí que podía formar una familia y tuve otra vez otros hijos. Me contó también que todo este tiempo sufrieron bastante porque la gente hablaba mucho, llegaron a decir que ella había matado a su hijo. Ángela llevo todo este tiempo en silencio su dolor, pero todos notaban su tristeza, hasta sus hijos le preguntaban que le pasaba. Ángela no podía creer lo que le estaba sucediendo, estaba confundida, todo era como un sueño poder tener noticias de aquel niño que ella alguna vez entregó. Se sorprendió mucho también de que la carta estaba llena de afecto, sin reproches y daba la sensación de que eso le causaba aún más dolor. Salimos afuera a respirar un poco de aire y la encontré tan frágil, indefensa, pero muy tierna. Antes de despedirme, le sugerí que reúna a sus niños y les cuente la historia que ella escondía hace tanto tiempo, pero no como algo triste, sino como una noticia muy feliz. Nos despedimos, diciéndome que lo pensará porque tenía miedo que sus hijos la condenen.

Pasaron como diez días y una tarde sonó el teléfono en mi casa. Era Ángela, quien emocionada me contó que se había armado de valor y le contó a sus hijos la existencia de un hermano y también las causas por las cuales ella lo tuvo que entregar en adopción. Me dijo también que los chicos lo tomaron muy bien, que estaban contentos y que no tenían nada que perdonarla. Que ahora se sentía más libre y que ya no tenía que esconderse para llorar, que sus hijos se convirtieron en compinches y todos sueñan con conocer al hermano lejano. Que ella también quiere conocerlo, pedirle perdón y explicarle las circunstancias que la llevó a ella a entregarlo. Con sensación de alivio y alegría terminamos esa conversación. Pasó algún tiempo, organizamos el encuentro y el día esperado al fin llegó. Apareció Ángela con sus tres hijos, el mayor de 24, la siguiente diecisiete y la menor de 9 años. Al encontrarnos me dio un gran abrazo. La noté contenta, pero también angustiada, me dijo:

- ¡Me aprieta el pecho y tengo un nudo en la garganta!

Trate de contenerla, insistiendo en que no tenía de que preocuparse, que ellano estaba sola y que el encuentro le haría muy bien a ella y su hijo. Pasamos a la sala donde estaba planeado el encuentro, me di cuenta que todos estaban esmeraditos y que se pusieron su mejor prenda para este acontecimiento. Puntualmente apareció primero la traductora con algunas compañeras del trabajo social y no pasaron ni diez minutos, cuando apareció el joven esperado con su madre gringa. Todos se pusieron de pie de su sobresalto y las dos mujeres corrieron a abrazarse con lágrimas sin decir una sola palabra. Seguidamente Ángela abrazo a su hijo fuertemente sin dejar de llorar, luego los demás hermanos se acercaron y los rodearon con sus brazos emocionados. Después fueron tomando asiento, Ángela sin dejar de llorar comenzó a pedir perdón, explicó los motivos por los cuales había tomado esa decisión y que nunca le había olvidado. El joven y su madre adoptiva la escuchaban atentos, mientras sonaba un extraño idioma yopará de castellano y guaraní.

Durante el encuentro el joven permanecía silencioso, escuchando atentamente, solo de vez en cuando respondía a algunas preguntas de su madre biológica.

De a poco, siempre entre sollozos Ángela sacó todo lo que guardaba dentro hacía tanto tiempo. Dijo que ella deseaba lo mejor para sus hijos y que eso la atormentaba mucho. De pronto, la hija de unos 17 se acercó a él y con cariño le dijo que si él se hubiera quedado con ellos iba a estar mal, entendería lo que es pasar hambre y frio, que no tendría medicamentos si estuviera enfermo y jamás hubiera tenido todas las oportunidades que tiene con su familia adoptiva. También le dijo que le agradecía mucho el haber buscado a su madre, que por favor no le tenga rencor, ni que le reprochara porque ella era buena y que simplemente la vida le jugó una mala pasada. Estoy muy feliz de saber que tengo un hermano menor y ya te quiero mucho, concluyo la muchacha. La madre adoptiva estaba tan conmovida por las palabras de la muchacha que lloraba sin cesar y entonces fue Ángela quien se acercó a consolarla. Pasaron algunos minutos, las tensiones se fueron disipando, pero inesperadamente la hija menor de Ángela comenzó a llorar desconsoladamente. La calmamos de a poco y luego el joven se acerco a Ángela y le dio un regalo. Ella muy conmovida lo tomo y al ver que era una cadenita de oro, enseguida me mostró, compartiendo conmigo su sorpresa y emoción. Yo tenía la sensación de que a Angela le parecía vivir un sueño y que no quería despertar. Ahí estaba frente a ella aquel hijo que tanto añoró, que ya era todo un hombrecito y que tan solo en algunos minutos el volvería a desaparecer. Pero ya no sería igual, el contacto estaba hecho y mi misión estaba cumplida.

 

 

 

INDICE

Presentación

Introducción

Margarita

Ángela

Catalina

María Concepción

Alicia

María Asunción

Teresa

Mery/Elida

Agripina

Aurora

Máxima

Marina

Eladia

 

 

Felicia Barrios Spezzini, nació en Villarrica. Se graduó en la Universidad Nacional de Asunción como Trabajadora social, con una larga experiencia en el área de infancia. También es artista plástica y ha hecho diferentes exposiciones de sus trabajos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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