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DELFINA ACOSTA

  LETANÍA DE UN PLANO INCLINADO, poemario de ÁNGELES GONZÁLEZ FUENTES - Por DELFINA ACOSTA - Domingo, 24 de Febrero del 2013


LETANÍA DE UN PLANO INCLINADO, poemario de ÁNGELES GONZÁLEZ FUENTES - Por DELFINA ACOSTA - Domingo, 24 de Febrero del 2013

PALABRAS SUSTANCIOSAS Y ESENCIALES

LETANÍA DE UN PLANO INCLINADO

lleva por título el poemario de ÁNGELES GONZÁLEZ FUENTES.

Por DELFINA ACOSTA

 

Nacida en Turón, Asturias, 1954, la autora es licenciada en Geografía e Historia y titulada en Artes. Ha sido profesora de Expresión Plástica, Geografía y Cultura Clásica en centros de educación secundaria.

Actualmente, compagina la creación artística y literaria con la traducción de escritores franceses.

Ha publicado La rosa de los vientos.

Muchos versos suyos recogidos en el libro que ahora comento se encuentran tocados por la melancolía.

Es que tal vez la española Ángeles González Fuentes observa, desde su condición de artista, con cierta tristeza y desencanto, el mundo y la humanidad, sin lograr encontrar todavía la luz, el equilibrio y la calma interior que los seres humanos necesitamos cultivar diariamente para seguir, para andar por nuestro camino.

De cualquier manera, vale la pena, y cuánto, leer su mensaje poético, pues el mismo es maduro y está lleno de experiencia de vida.

Sentimientos rasgados por un profundo silencio, por una sensación de soledad le asaltaron, se diría, cuando fue trazando estas inquietantes líneas que quedan ya a consideración de los lectores: “Los pájaros dormidos/ han perdido sus picos y sus patas/ entre un plumón esférico y ligero,/ un casi nada,/ por culpa de la nieve./ El silencio ha anegado el firmamento/ y las estrellas caen,/ apagadas y frías/ en un ballet muy lento/ una desgana,/ como si no quisieran”.

 

 

SENSIBLES POR NATURALEZA

La infancia, lo bueno, lo malo, lo alegre, lo que se querría olvidar definitivamente o recordar con sonrisas y risas suele aparecer, hasta con imágenes, voces, nombres (y a veces con mucha frecuencia) en las mentes de las personas en determinados momentos de su existencia.

Igual circunstancia ocurre, por supuesto, con los poetas, seres extremadamente sensibles por naturaleza y proclives a pensar en los tiempos pasados.

Tal vez alimentan de esa manera la ilusión de “cambiarlos” momentáneamente por los presentes.

Los recuerdos de la lejana niñez se le han presentado, enteros y casi “palpables” a Ángeles al escribir estos versos tan dulces como nostálgicos: “Una mesa vacía,/ más bien llena de hambre;/ la bombilla desnuda,/ lágrima de humedad encendida/ colgando de aquel hilo/ frágil como tu vida./ Tenías hambre de queso,/ tenías hambre de escuela./ Ahora que ya eres vieja/ sigues teniendo hambre/ de una infancia/ de tres o cuatro letras/ que aún te resisten,/ ocultas en maletas de cartón,/ pequeñitas,/ con dibujos de setas/ y de un hada madrina/ que tú nunca tuviste”.
A la autora le inquieta, al parecer, la cotidianidad, el paso del tiempo.

La existencia se le presenta difícil, por razones que solamente ella conoce, y entonces, como suele suceder, pierde el valioso sueño.

El insomnio va haciendo mella en su frágil humanidad.

Y sobre él precisamente escribe: “La noche, azogue en remolino y sábanas de almizcle,/ susurra sus arcanos en los oídos dispuestos;/ ventanas y balcones, abiertos a los curiosos astros,/ dejan pasar la vida a borbotones, entre sueños,/ vigilia y otro sueño, el triste despertar”.

Es digno de destacar cómo se conoce a sí misma la escritora y poetisa Ángeles González Fuentes.

Ella escribe puntualmente en torno a sus sentimientos, a sus debilidades, a su fragilidad, para que los lectores también la conozcan y la acompañen, si ello es posible todavía, de alguna manera.

Debería saberse que el poeta, desde que se hizo la palabra, busca revelar a los demás, a quienes quieran escucharlo, la voz o las muchas voces que lo habitan.

Embarcada pues en la tarea de hacerse oír, la autora, fiel a la sinceridad, nos va entregando los siguientes versos: “Vena negra,/ con letras de una madre/ tatuadas con la púa/ de la desesperanza/ que le cambió hasta el nombre;/ vena que fluye densa/ a intervalos/ de mineral y agua,/ cartas que nadie espera/ pudriéndose en el cieno/ del olvido,/ picoteadas por aves que tachonan/ de estrellas palmeadas/ el enlodado cielo/ de los que no volvieron/ a ver, nunca, su casa”.

Animada a ratos por una chispa de esperanza, deja que su imaginación vuele libremente.

¿Qué no suele hacer cualquier ser humano con la imaginación, en determinados momentos, y mucho más aún los artistas, los versificadores, los tocados por la llamada vara mágica de la creatividad?
Embargada –acaso– por un deseo de volar, y acompañando con su mirada el vuelo de las aves, la autora nos presenta esta hermosa estampa poética: “Empiezan a volar algunas garzas/ entre las nubes que se van al sur,/ ese batir de alas que produce un alivio/ de abanico de plumas/ desplegando sosiego./ Nuestra ventana mira/ cómo vuelan los pájaros,/ los volátiles mapas en triángulos palmeados,/ llevados por remeras, clausurando/ o abriendo, en otro lado/ las estaciones nuevas”.

Es probable que la autora de Letanía de un plano inclinado conozca a profundidad la dureza del corazón de algunos hombres y mujeres.

Ha observado mucho, quizás más de lo que debería el mundo, y ha tomado firme conciencia y conocimiento de cuan inútilmente se llama tantas veces a la puerta de las gentes, pues en los momentos de extrema necesidad muy pocas son las personas que se atreven a abrirla con generosidad.

Sin embargo, ella todavía conserva la ilusión (y más vale que así sea) de que el ser humano se arrepienta de sus numerosos males y vuelva a amar a su prójimo.

Con tal razonamiento, con el pensamiento clavado en un haz de luz, tratando de mantener latente en su alma la llama de la sensibilidad, escribe las siguientes líneas: “No ladrarán los perros/ en el anochecer del monte umbrío./ Ya no tendrá sentido alguno/ el vuelo de las chovas./ Y gritarán las piedras/ los dolores de entonces,/ haciendo que salten afligidos,/ los arrepentimientos/ dentro de los oídos”.

Cierta inquietud existencial, algún sentimiento de despojo, el hecho de tomar finalmente conciencia de cuan efímeros y fugaces son nuestros pasos por la vida, la sensación de orfandad, le han tocado hondamente a la autora cuando se atrevió a descorrer el telón de estos versos. Los mismos tienen distintos matices y por consiguiente pueden ser interpretados de diferentes formas: “Como pez descamado con incuria, el tejado/ ya no puede abrigar nuestras miserias,/ elegidas o impuestas, pero nuestras./¡Qué estúpidos los hombres, qué infames argumentos! Será un invierno eterno/ y en él, el alma nómada/ se desvanecerá como el futuro perfecto,/ “habremos sido humanos”, ¡ quizá!/ pero solo seremos,/ aturdidos espíritu serrando por la tundra yerma del desconsuelo,/ en busca/ del domesticado tedio/ intentando arrancar el sosiego, con los dientes,/ de los carámbanos/ huérfanos de un alero./ Y nos preguntaremos: ¿Dónde estaba mi casa?/¿Dónde estaba el mercado?/La escuela ¿dónde estaba?/¿A qué tejado se fueron los gorriones?”

 

 

 

POESÍA PARAGUAYA

 

BÚSQUEDA

Deambulo buscando

esa tierra.

¿Dónde estará?

El fondo del río

hurgo

a ver si lo encuentro.

En el chisporroteo de la luz de la luciérnaga

me agazapo también,

buscando

y jamás la encontré.

En el temblor

del aleteo de la perdiz me sumerjo

buscándola.

El sol cae implacable sobre mí,

y la busco

y la sigo buscando

y jamás la encontré.

Los cantos rodados trizan mi piel

mis pies sangran a borbotones.

Dónde estará

esa tierra,

la tierra sin mal

¿Será que la niebla

la cubre?

 

Feliciano Acosta

 

Fuente : Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Publicado el Domingo, 24 de Febrero del 2013

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 

 

 

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