EL FANTASMA DE ISLA TIMBÓ
Relato de CAMILO CANTERO
Ahí está. Omnipresente. Omnipotente. Nadie lo ve: todos lo sienten. La leyenda supera el paso de generaciones. ¿Cuándo surgió?. Es la eterna interrogante, pero en las praderas y tranqueras de Misiones los matorrales no pueden ocultar el temor que genera. Él o ella sigue ahí. Tiene autoridad. La que tantos humanos luchan por obtener: autoridad moral. Aquella que no es ninguna concesión graciosa, al contrario es una constante lucha entre el ego propio y el entorno, de manera a proyectar una imagen favorable al propio sujeto. Es una deidad que genera devoción de propios y extraños. Es más, ¡le temen!
Y se la ganó. Hay días o noches en que se viste de hombre, otras de mujer; aunque su preferida es transmutarse en aquella rubia con túnica blanca y sin rostro, que aparece “como si nada-desde la nada” para volver a desaparecer, dejando a su paso un destello luminoso que puso de pelos en punta a más de uno. Sus víctimas preferidas: hombres al mando de volantes con espíritus de donjuán y que no sean devotos, ya sea a su presencia o a algún místico integrante de alguna religión que se practica en cualquier horizonte del mundo.
Todos la temen. Es que da miedo. Algunos llegan incluso al espanto. El manto de oscuridad es su alia do. Pocos son los que se atreven a desafiar su autoridad nocturna. Muchos optaron por ir hasta el pueblo vecino, cuando por motivos de horario, finalmente tenían que descender del bus en el sitio, que en verdad es “su sitio” porque ella desde hace años se adueñó del lugar y esa propiedad nadie discute. El imaginario colectivo es reforzado por experimentados choferes y guardas de las líneas de transporte, quienes con una picaresca sonrisa, finalmente advierten al desdichado sobre la terrible experiencia al que se exponía si se atreviera bajar en el sitio aquel donde cuando cae la noche, ya nada es igual y todo se convierte en místico.
Es que la fama del fantasma de Isla Timbó se ganó su prestigio.
Es un sitio sagrado, temido, respetado. Aún así aquellos incautos o envalentonados que pretendieron vanamente posar sus pies en el lugar donde el “pora” puso su firma, hoy testimonian sobre la rara experiencia que protagonizaron. O aquellos que al solo escuchar algún raro sonido o ver vagamente una imagen que aparecía y desaparecía desde la oscuridad, comenzaron a ganar velocidad y llegar hasta el poblado más cercano: San Patricio, para algarabía de los parroquianos, ya acostumbrados a este tipo de leyendas.
Él o ella sigue ahí. Quizás vino con el primer grupo de obreros de la represa Yacyreta, cuando todo terminaba en ese paraje. Desde ahí, abrieron el esteral y superando la interminable sed de sangre de los mosquitos y mbarigüis construyeron esa obra maravillosa.
El duende vino para quedarse.
Ahí está.
“Nuestro pora”. El paraguayísimo fantasma, que más allá de la mitología está insertada en el ser paraguayo. Los testimonios abundan. La leyenda urbana superó los límites de Misiones y se extendió a lo largo del Paraguay. Ese mismo sitio. Atractivo. Bien construido. Un desvío que cumple con los mínimos requisitos del estándar internacional, pero algo no previeron: es el lugar donde un “fantasma” se adueñó del sitio.
Desde niño escucho su historia. La misma historia ratificada por miles de almas misioneras y de otras tierras. Las pruebas testimoniales abundan y quería relatarla… La historia del “pora” de isla Timbó…. Espero que nunca aparezca en mi camino. Yo por las dudas… le tengo un sacrosanto respeto.
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SEP DIGITAL - NÚMERO 2 - AÑO 1 - ABRIL 2014
SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM
Asunción - Paraguay
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