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CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS

  VOCES QUE NO SE APAGAN - CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS


VOCES QUE NO SE APAGAN  - CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS

CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS - VOCES QUE NO SE APAGAN

CD 2
 
Entrevista realizada por VICTORIO SUÁREZ
 
Palabra viva de grandes escritores paraguayos
 
 
 
 
 

Nació en Zamora, España, en 1913, y murió en Asunción en el 2004. Poeta, ensayista, dramaturgo, educador y docente. En el año 1940 vino de la madre patria y se instaló en Paraguay, donde cumplió una importante labor cultural, especialmente en el colegio San José, donde tuvo activa participación para la formación del "Círculo Literario" (1945- 1946). Tuvo mucho que ver para el nacimiento de los máximos representantes de la generación del 50 como José Luis Appleyard, José María Gómez Sanjurjo, Ricardo Mazó y Ramiro Domínguez. Fue además uno de los propulsores de lo que posteriormente llegó a ser la Academia Universitaria (19464960), que reunió a los hombres más representativos de la intelectualidad paraguaya bajo el lema "Redimir al país a través de la cultura y no de los tiros". Algunos nombres de la Academia (a más de los ya citados) fueron: Eliseo Da Rosa, Carlos Villagra Marsal, Rubén Bareiro Saguier, Rodrigo Díaz Pérez, Laureano Pelayo García, Lorenzo Livieres y Rubén Talavera. El padre César Alonso recuerda que llegó a Asunción el 10 de febrero de 1940. "Fue un día de tormenta que lo inundó de Paraguay", según él mismo manifestó. Durante su larga permanencia en Paraguay dio a conocer varios poemarios: "Qué cercano tu recuerdo" (1970), "Silencio" (1973), "Rosario y Vía Crucis" (1979), "Antologías" (1984), "Más que tú lo he deseado" (1995). Su producción dramática incluye: "Loa de San Cipriano Obispo" (1941), "San Blas, Misterio Dramático" (1944), Jalones de gloria" (1944). Igualmente, ha desarrollado una importante cantidad de conferencias y ensayos sobre tenias literarios. Fue distinguido con prestigiosos reconocimientos a nivel nacional e internacional. "La Cruz de Isabel la Católica" (España, 1955), "Les Palmes Académiques" (Francia, 1980), "Orden Nacional del Mérito, con grado de Comendador" (Paraguay, 1994) y el título "Doctor Honoris Causa" de la Universidad Nacional de Asunción en 1994. Cuando en 1984 apareció su poemario Antologías (Alcándara Editora No. 29) los editores dieron a conocer la siguiente apreciación: "El silencioso alerta de Dios, la inmemorial conmoción de la belleza, el regreso de los sueños, refluyen con tensa pureza en la poesía de César Alonso de las Heras -nacido en Zamora en 1913-, despojada de pausas y atavíos, quieta palabra desnuda frente a los tumultos de la sombra. La vida completa de Alonso de las Heras en el Paraguay es una entrega encendida: sacerdote, mentor, amigo. Pero desde el clamor del destino propio, su maestrazgo tiende hoy esta Antología con la firme humildad del alfarero que precia sus tinajas, sabiendo que necesariamente juntarán el agua que nos lava y nos calma".

 

 

 

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CÉSAR ALONSO DE LAS HERAS (ZAMORA, ESPAÑA, 1913 - ASUNCIÓN, 2004)

Entrevista de VICTORIO SUÁREZ

(24-V-92 - ABC)

“CUMPLÍ CON MI DEBER CON MUCHO ENTUSIASMO Y ENTREGA”

(GENERACIÓN DEL 50 - LITERATURA PARAGUAYA)

 

  –Padre César Alonso, ¿de qué manera vuelven a la memoria aquellos últimos años del ’40 y el inicio de la década del ’50?

–Es notable, en aquellos años representábamos obras de Lope de Ruega (el abuelo del teatro español), los muchachos del 50 desde un principio trabajaron con mucho entusiasmo. Escribían lo que querían. Anualmente teníamos un concursodenominado “Entrega de flores de lapacho” que significaba, además, la presentación pública de los poetas y sus obras. Uno de los grandes animadores fue José María Gómez Sanjurjo, un hombre que siempre estuvo cerca de los juglares y músicos populares. En una oportunidad presentó a un excelente arpista que matizó una de esas sesiones. Sanjurjo era un poeta límpido; igualmente Ricardo Mazó, poeta de excelente capacidad de síntesis. Recuerdo, por ejemplo, aquel verso que decía: “Hoy mi cantar es breve, así sea tu ausencia”. No olvidemos que aquellos muchachos magníficos y vitales ya tenían una sorprendente producción poética antes de 1950.

 

-Los poetas de la promoción del 50, especialmente los que pasaron por el Colegio San José, aseguran que con César Alonso de las Heras llegan aires de innovación para la estructura poética.

–Honradamente, creo que sí. Al respecto yo había dado una conferencia sobre la Academia Universitaria, que fue continuación de la Academia Literaria. Sucede que los muchachos se entusiasmaron. Yo llegué al Paraguay en 1940. Juan Ramón Jiménez era desconocido, casi igual suerte corría García Lorca. Conste que éste era un abanderado, tras haber sido fusilado miserablemente en España. En definitiva, nunca se estableció el verdadero motivo del crimen, ni siquiera se sabe el lugar exacto donde pereció. Pero, siguiendo el hilo de la historia, puedo decir que en el colegio impuse un método que consistía en la enseñanza del castellano y luego la literatura. Les hacía aprender diariamente una poesía, una fábula, o simplemente una frase. Uno de los primeros poemas que aprendieron fue “Córdoba, lejana y sola”, del poeta granadino. Sorprendentemente Lorca fascinó a los muchachos. Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Manuel Altolaguirre y prácticamente toda la generación del 27 de España acapararon la atención. Posteriormente aparece en el ámbito cultural y literario Miguel Hernández, cuya poesía llegó al Paraguay en la memoria de Josefina Plá, tal como manifestó la misma en una charla que desarrolló en el Centro Cultural “Juan de Salazar”.

 

–¿Cómo funcionaba la Academia Literaria?

–Funcionó con gran libertad. Había un esquema que consistía en un trozo de lectura para que aprendieran a leer como yo les decía en broma: “En alta, clara, sonora, inteligente, inteligible, y, si es posible, estentórea voz”. Un problema que suele tener el paraguayo es la articulación de las palabras, esto es por la configuración del idioma guaraní, sin reprochar nada al guaraní. Los ejercicios eran de lectura. Fueron excelentes lectores de poesía José María Gómez Sanjurjo, Appleyard, Mazó y Ramiro Domínguez, un genio olvidado. Leían mucho y trabajaban. Recuerdo que en una oportunidad Enrique Ibarra llegó con una traducción de Cátulo, y Ramiro con la traducción en endecasílabo de una epístola de Horacio. Lo cierto es que los bachilleres del 45 querían seguir. En el transcurso de ese año nos reuníamos en casas particulares. En una oportunidad nos encontramos en la casa de Rolando Niella. Allí Hérib Campos Cervera nos leyó: “Poesía de los árboles ausentes”, que él acababa de escribir. Recuérdese que Hérib fue alumno del Colegio San José. En principio quedamos como un “Círculo literario”.

 

–¿Estaban creando la Generación del 50?

–No pretendíamos de entrada crear una generación. Eso se fue dando. Con el tiempo tuvimos lo que hemos llamado “intencionalidad”, porque todo lo que escribíamos tenía una intención, ya apuntaba hacia algo. No éramos conformistas. Imagínate, Gómez Sanjurjo era un muchacho siempre rebelde, lo mismo que Mazó. Ramiro Domínguez era un liberal fanático que no se conformaba con nada. Enrique Riera también aparecía en las sesiones de la Academia. Las discusiones se daban de manera acalorada, pero en el fondo existía algo fraternal que nos unía. Yo, en realidad, era uno más entre ellos. Una vez me tiraron con una silla, pero no pasó nada. A pesar de todo, había un ambiente de confraternidad.

 

–¿Qué actitud tenía la gente mayor hacia los jóvenes?

–No existía, en realidad, ningún tipo de confrontación generacional. Nos reprochaban la falta de editez. Se trata de una generación inédita, pero no del todo, pues aquellas presentaciones en público constituían modos de comunicación. Lo importante era la gran madurez que fue experimentando el grupo. Nótese en las poesías de José Luis Appleyard, o en Ramiro Domínguez, buenos poetas que ya tenían contacto con las obras de Luis Cernuda. Un hombre lúcido fue Enrique Ibarra. No cultivó la poesía, pero sus cualidades intelectuales eran admirables.

 

–La promoción del 50 dio a luz un grupo de poetas talentosos y sólidamente formados para el manejo técnico de la poesía. Prácticamente no existe diferencia de calidad; todos escriben magníficamente; claro, con sus respectivos estilos.

–En realidad, los muchachos escribían prácticamente desde el primer curso. El permanente ejercicio de la escritura, unido al talento de cada uno, dio como resultado una abundante y nítida producción poética. Los primeros poemas fueron reunidos bajo el título de “Poesías”. Esta verdadera joya apareció en 1953. Entonces era presidente de la Academia José Luis Appleyard. La Revolución de 1947 causó un gran impacto, de ahí arrancó también mi poema “Paraguay”, un canto de reconciliación en momentos tremendamente difíciles. Pero no hice yo solo el acompañamiento a la promoción del 50. Los sacerdotes Noutz (autor de la letra de “Patria querida”), Oxibar, Pouché y otros cumplieron importantes labores en la formación de esos jóvenes.

 

–¿Siente satisfacción por la pléyade de poetas?

–Evidentemente, ellos demostraron que mi trabajo no fue inútil; pero, repito, ninguno de nosotros pensó que estábamos haciendo algo para la posteridad. Aquello fue algo que en ese momento debíamos hacer. Mi labor ha sido cumplir con mi deber con mucho entusiasmo y entrega. Ciertamente, al horario normal de clases yo dedicaba mucho tiempo más para la corrección de poemas, sonetos, romances o una décima, creaciones directas de los alumnos.

 

–¿Y la Academia Universitaria?

–Fue algo más estructurado y amplio ya que sus componentes eran universitarios y se dio entrada a los ex alumnos de otros colegios. Para 1947 se empezó a invitar a los alumnos del Goethe, del Inter. Así llegaron Carlos Villagra Marsal, Rubén Bareiro Saguier, Lorenzo Livieres, Rubén Talavera, Laureano Pelayo García y Rodrigo Díaz Pérez. Si bien en el 47 estalla la revolución, sin embargo, seguimos con nuestras reuniones. La Academia Universitaria fue un foro de exposiciones, discusiones y críticas saludables. En realidad es erróneo decir Generación del 50, debería ser Generación del 47. En la Academia nunca la política llegó a separarnos. La idea esencial fue, tal como reza el ideario de la Academia: la conquista del Paraguay por la cultura, informada de espíritu cristiano.  

 
 
 
 
 

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