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MARIO RUBÉN ALVAREZ BENITEZ

  YPANE SYRY - POR MARIO RUBÉN ÁLVAREZ - Sábado, 02 de Febrero de 2019


YPANE SYRY - POR MARIO RUBÉN ÁLVAREZ - Sábado, 02 de Febrero de 2019

YPANE SYRY

 

POR MARIO RUBÉN ÁLVAREZ

 

alva@uhora.com.py

En este empecinado oficio de escribir acerca de la manera en que nacieron las letras y músicas del repertorio popular paraguayo, uno no se encuentra muchas veces únicamente con un nombre, con una identidad, sino que también con una memoria palpitante de lo que fue buena parte del itinerario de la música y de los músicos de nuestro país.

Tal es el caso de Fulvio Pastor Sánchez Barreto. Dicho así, para la gran mayoría no significará nada. Escribiendo Yuli Sánchez, sí. Y agregándole que era intérprete del acordeón, más todavía. Esta precisión es muy importante para no confundirlo con el ya fallecido guitarrista Yoli Sánchez.

Nacido en Concepción el 30 de marzo de 1942, viviendo hoy en el barrio Panambi Retâ (Lambaré), por la trayectoria que le permitió ser protagonista y al mismo tiempo testigo de lo sucedido en torno a la música paraguaya, es uno de sus grandes referentes vivos de la actualidad. Aunque –por razones de salud– retirado del arte musical, sus recuerdos están intactos.

Pariente de los Barreto de Peguahomi –cerca de Belén– cuyo representante más ilustre es el músico, compositor y poeta Adrián Barreto, tenía de sobra a quienes salir.

“Desde niño me gustó la música. Escuchaba a mis tíos y me encantaba eso. En la guerra civil de 1947 el negocio de mi papá –que era liberal– fue saqueado. Y nos vimos obligados a mudarnos a Asunción”, rememora entre sorbo y sorbo del tereré que compartimos una mañana en su casa.

Ya en la capital, trabajando de ordenanza en la Aduana, tuvo un encuentro casual que finalmente marcaría su destino en la vida: en la vidriera de un céntrico local comercial sus ojos se clavaron en un deslumbrante acordeón Hohner de 32 bajos.

“Le conté a mi hermano mayor, Alberto, que era técnico de cocinas Volcán en Pérez Ramírez, que quería demasiado el acordeón que vi. Otros dos hermanos míos trabajaban también allí.

–Ha rembopuse piko –me preguntó.

–Sí, ambopuse hendy –le respondí.

“Allí quedó la conversación. Algunos días después, cuando regresaba a casa, encontré sobre la mesa, con su estuche y todo, el flamante instrumento que yo tanto quería. ‘Un me de plazo reguereko reaprende haguâ mbohapy músika ha jaha serenátape che chíkape. Si no, avendéta ndehegui (Tienes un mes para aprender tres piezas para que le llevemos serenata a mi novia. Si no, venderé tu acordeón’), me advirtió. Fui junto a don Bernardo Ávalos para que me enseñe. No me dio pelota. Entonces che jeheguiete a’aprende (Aprendí solo). Al mes cumplí lo que me pidió”, rememora el maestro.

Ensayaba día y noche hasta que el azar le dio la mano. “Al acordeonista Papi Orrego le rompieron el brazo derecho. Él estaba al tanto de que yo, con mis 13 años, sabía tocar porque ya me había escuchado. Fue a casa a buscarme para suplirle. Él me enseñó más. Ijargel, ndojeraivoi (Era intratable, siempre tomado). Con una regla me pegaba cuando erraba. Fuimos a tocar a Radio Comuneros. La primera vez achuchupaite ha ajavypa (Tuve miedo y no me salía nada). Para la segunda, me dio de tomar una raya de whisky. Y toqué sin equivocarme!”, recuerda.

Al prescindir Orrego de sus servicios, Yuli ya había avanzado bastante en su aprendizaje. Por entonces, un hombre generoso le había regalado otro Hohner, de siete cambios.

Ya estaba inmerso en la música. Formó parte de un conjunto de jazz e integró el conjunto del dúo Aguilera-Brítez. Para aprender más, se hizo alumno de don Emilio Bobadilla Cáceres. Viajaron a Buenos Aires. Allí grabaron discos. Y pasó a ser parte del conjunto del dúo Quintana-Escalante durante diez años. Con ellos grabó 32 discos.

“Salí de ellos porque yo ya tenía fama propia como acordeonista y me pagaban muy poco. Con los hermanos Aponte –Felipe, Ramón y Celso– de Tebicuary, formé mi conjunto. Tradición, lo llamé. En el sello Asunción, de doña Palí (Pabla Torres de Blanco), en Buenos Aires, grabamos tres discos”.

En uno de esos discos, en el lado 2, el segundo tema se llama Floripón poty. “Esa es una composición instrumental mía, sin letra. Ese nombre está equivocado. Uno no se explica por qué pasaron estas cosas y, sin embargo, pasaron. Mi polca en realidad se llama Ypané syry. La compuse entre 1966 y 1967. De niño, con mis hermanos y amigos, andábamos por las orillas del río Ypané, que pasa muy cerca de Concepción. Íbamos a cazar pajaritos, a bañarnos, a jugar. Recordé que cada vez que se acercaba más al río Paraguay, el agua corría más veloz. Esa rapidez reproduje en mi obra. Es bastante difícil de tocar. Uno tiene que ser muy buen fuellista para ejecutarla”, cuenta el músico y compositor que antes de retirarse –debido a un derrame que le privó de sus facultades de intérprete– fue durante muchos años organista.

Relata finalmente que don Herminio Giménez lo admiraba. “Me gusta cómo tocás: limpio como un vaso de agua, sin suciedad y sin apuro, me decía. Le grabé con mi acordeón su jeroky popo”, concluye Yuli Sánchez. Da la impresión de que su repertorio de vivencias en relación con la música paraguaya apenas había comenzado.

 

Fuente:  ULTIMAHORA.COM (ONLINE)

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Sábado, 02 de Febrero de 2019

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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