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RAÚL AMARAL

  LA TRAYECTORIA DEL CUENTO EN PARAGUAY - Ensayo de RAÚL AMARAL


 LA TRAYECTORIA DEL CUENTO EN PARAGUAY - Ensayo de RAÚL AMARAL

 LA TRAYECTORIA DEL CUENTO EN PARAGUAY

Ensayo de RAÚL AMARAL
 
 
 
 

Desde los remotos tiempos de Ruy Díaz de Guzmán (que no todo es historia lo que dice el recuerdo, parodiando a don Macedonio Fernández) iniciador de la narrativa en lengua hispánica con sus interpolaciones literarias aunque él no se lo propusiera, el relato adosado a la tarea imaginativa ha tenido en nuestro ámbito antiguo prestigio, si bien no acompañado por la necesaria persistencia creativa.
 
La expresión hispánica, y aun la propia temática, se mantiene desde la extensa época preindependiente hasta la silenciosa aparición del romanticismo en lo que va (nada menos) de 1537 a 1870, es decir, hasta los fragores mismos y el trágico final que, en la letra, sólo se evidenciarán a través del periodismo de guerra (particularmente «Cabichuí», «El Centinela» y «Cacique Lambaré», este último extremando a propósito la nota vernácula).
 
Puede señalarse que en el prolongado asedio posromántico (1870-1910) es cuando se verifican los mayores aportes por medio de algunos nombres significativos adheridos al influjo del «color local», vía el inevitable «americanismo literario» de época, de tanta vigencia entre los finales del siglo XIX y comienzos del XX, en el Río de la Plata, subyacente a pesar de la notoria presencia de corrientes europeas en auge, representadas, en mayor medida, por el naturalismo, que aquí recién se presentará en el primer lustro del 900.
 
Pero los autores previos que en el plano de la leyenda más contribuyeron, en tal etapa, a la difusión del relato breve, fueron: Enrique D. Parodi (1857-1917); Diógenes Decoud (1857-1920) y Adriano M. Aguiar (1859-1913), cuyas producciones tuvieron origen en los respectivos lugares de residencia: Argentina y Uruguay. Los tres murieron fuera del país.
 
La narrativa correspondiente al modernismo (1901-1931) tiene, como se sabe, más larga vigencia y comprende dos sectores: a) el propiamente dicho que se extiende desde los inicios del siglo anterior hasta 1920; b) La eclosión posmodernista, señalada entre 1920 y 1930, muy debilitada, por supuesto, en sus últimos tramos.
 
Todo esto tiene que ver con los avatares de la prosa unida al modernismo, que en el Paraguay inauguraron desde el 900 dos ensayistas ilustres: Arsenio López Decoud (1867-1945) y Manuel Domínguez (1868-1935). El tema exótico, con indudable influencia francesa que desde su andarivel posromántico había ofrecido Aguiar (1903) se acentuará con Fortunato Toranzos Bardel (1883-1942) a partir de 1906.
 
Esa orientación será retomada, dentro del grupo de Crónica (1913-1915) por Leopoldo Centurión (1893-1922) y Roque Capece Faraone (1894-1928), entre varios, cuyas narraciones cortas tienen un indudable rasgo historicista heredado. Tal había sido, venida de arrastrón, por la presencia del poeta argentino Martín de Goycoechea Menéndez (1877-1906), influjo que se mantendrá (con el ejemplo de su libro Guaraníes, 1905, subtitulado: Cuentos de los héroes y de las selvas) hasta los años 20.
En la primera versión de Tradiciones del hogar (1921) de Teresa Lamas de Rodríguez-Alcalá (1887-1975) y en no pocas páginas de Cuentos y parábolas (1922) de Natalicio González (1897-1966) se encontrarán las huellas dejadas por el autor de La noche antes. Ha de recordarse que en la década siguiente se edita el primer libro de Gabriel Casaccia (1907-1980): la novela Hombres, mujeres y fantoches (1930), característica de su pre-historia literaria, capítulo en que se ubican los cuentos de «El guajhú» (1938). De «La babosa» (1952) en más, ya todo en su obra será distinto.
 
Puede afirmarse en un orden cronológico no siempre estricto el agrupamiento de 1940, que produjo con posterioridad a seguros narradores como Josefina Plá (1903-1999), Hugo Rodríguez-Alcalá y Augusto Roa Bastos (ambos de 1917), es el que inaugura el rumbo de la narrativa (o «cuentística») que en términos generales habrá de llamarse contemporánea y que se extiende hasta el sector inmediato (1950), donde se da el caso de poetas devenidos narradores: José María Gómez Sanjurjo (1927-1988), José Luis Appleyard (el mismo año y fallecido en 1998), Rodrigo Díaz-Pérez (1924), Rubén Bareiro Saguier (1930) y Carlos Villagra Marsal (1932).
 
Desde el 60 en adelante rigen otras pautas que con las debidas precauciones podrían denominarse «estéticas». Otras influencias, otros gustos y estilos predominan. Su marco referencial excede la simple (y a veces tenaz) enumeración historicista, tan propensa al recuento lineal.
 
También será necesario tener en cuenta la producción indicada entre 1940 y mitad del 60, tan variada (individualmente) en modos estilísticos como en los temas escogidos. En ese aspecto el liderazgo de Casaccia (que no pertenece a ninguna «generación»), Rodríguez-Alcalá (don Hugo) y Roa Bastos, resulta insoslayable, sin quitar valor a quienes pudieran completar la nómina, siempre en alusión a los cultores del cuento.
 
Esta especie de mural literario, ceñido a cánones más informativos que interpretativos, termina cuando empieza el quehacer de la década del 50 y algo más. Lo que viene luego es otra cosa.
 
 
 
I
Y ahora, a la autora (no en verso, por supuesto). Mas, antes será preciso recordar que la literatura calificada como «femenina» entraña un hecho que en cierta manera puede ubicársela en límites contemporáneos, sin demeritar las aportaciones anteriores. Aunque se torna imperioso aclarar que nada hay de concreto sobre la mítica figura de Marcelina Almeida y sus vínculos con el grupo de La Aurora (1860). Todos los indicios apuntan a creer que no era paraguaya (más bien oriental del Uruguay) y que ni siquiera pisó el país.
 
En consecuencia debe considerarse como adelantada en el relato local a la mencionada Teresa Lamas Carísimo de Rodríguez Alcalá, esposa de don José, que cultivó el relato en los comienzos del 900, y madre de Hugo. Por lo demás, la contribución de la mujer al mayor auge de las letras vernáculas (en español) ha sido muy bien expuesta y explicitada por la escritora y narradora Dirma Pardo Carugati en el importante complemento a la reciente y segunda versión de la Historia de la literatura paraguaya por Hugo Rodríguez-Alcalá (Asunción, El Lector, 2000).
 
El libro de cuentos que hoy presenta Lucía Scosceria de Cañellas (proveniente de Nuestra Señora de la Encarnación de Itapúa) confirma su destreza en el oficio, ya que no es mezquina la bibliografía propia que puede ofrecer, dentro de la cual se manifiestan como variantes de una misma vocación sus poemas reunidos en volumen y sus novelas, que se anudan así a sus otras narraciones, cuya culminación provisional es este actualísimo haz que tiene por título t-quiero.com, que viene a configurar la suma de dos experiencias inevitables: la nacida del vivir propio y la de la imaginación.
 
No podrá argüirse que su temática sea monocorde, ni que la estructura de sus relatos pertenezca (salvo apariencias) a otros planos que el que impone el desarrollo del ordenamiento narrativo. Esto se muestra claro en la extensión de sus cuentos, que no están trazados a capricho.
 
Aparte, de «El Destello del Trueno», lo que continúa tiene un elocuente sentido de oralidad (después de todo ésta responde, hasta nuestros días, a la mejor tradición paraguaya) y se rige por una intercalación de sucesivas situaciones que cambian, en los lindes del lenguaje literario, de acuerdo, incluso, a la exposición de estados de ánimo trasmitidos, en forma que el relato lo permita, de la primera a la tercera persona.
 
Igualmente hay que agregar que la incorporación de un anecdotario no siempre convencional favorece la claridad del intento que lleva a la comunicación con el lector, en un afán receptivo que se sostiene sin desmayos en todas sus páginas. No se trata de una «claridad» premeditada (uncida a los actuales estragos de la «cultura light») o siquiera la famosa cortesía, razonada por Ortega como una de las obligaciones del filósofo, sino de ésa que parte de la necesidad del cómo decir antes que el qué decir.
 
Y si algún dejo «emocional» (más que «emotivo») deja rastrearse entre la trama literaria, preciso será reconocer que también su percepción queda a cargo del lector, más que del crítico. No está de más añadir que en eso ha consistido la maestría y a la vez el magisterio de Borges al encarecer (en prosa y en verso) la trascendencia del lector (en él paradojalmente el que escribe y el que lee), supremo artista de lo propio y de lo ajeno, en una especie de secreta y silenciosa entrega.
 
Tanto el cuento: «El Destello del Trueno» como «Voz ronca al teléfono», «La cita» y «No podrá ser» se identifican más que con lo mágico, con lo fantástico, sabiéndose ya que aunque aparentes hijos de una misma madre, suelen asumir su plena autonomía vital. Nuestra América es al respecto un terminante ejemplo venido del norte y vuelto del sur.
 
En lo que se ha señalado sobre las propensiones a una más afianzada extensión, relacionada con los intereses del relato, cabe apuntar que «Feliz cumpleaños», «París, París» y «Primera comunión» certifican la capacidad de la autora para arribar a los lindes del cuento largo, que al fin de cuentas no suele ser más que una variante de la novela corta, según universales ejemplos.
 
Algo más: personas y paisajes funcionan aquí (repetimos) como elementos no vertebrales, pero sí necesarios, sin ceñirse a ellos con exclusividad. El shock psicológico o el trazo pictórico (por llamarlos de alguna forma) son elementos dependientes implícitos y por ello mismo no determinantes en cuanto al curso del relato.
 
Si bien no hay «pintoresquismo» ni forzoso «color local» en su obra (el que puede descubrirse pertenece a las gradaciones del texto y no son otros que las impuestas por la misma autora), dicho esto para permitir un nuevo recuento: el de la «marca» del interior en nuestras letras. Habrá que celebrar que desde una de «villas» seculares los dones de la vocación y del trabajo (el ostinato rigore de Leonardo) hallen en Lucía a una desvelada vigía de sus propios sueños.
 
La autora ha creído oportuno incluir tres relatos finales «electrónicos» en tiempos que para ella satisfacen las expectativas de la narración. Aunque ellos no son un suma y sigue, sino un mundo distinto en el amplio universo de la imaginación, pueden, sin deterioro del conjunto, incorporarse a un experimento que tiene mucho de aproximación a la destreza literaria y un poco del aire propio de lo que en épocas que parecen remotas se denominaba «comedia de enredos» aunque no siempre detenida en la expresión teatral.
 
Alguien creerá que se trata de un divertissement adherido al auge de la globalización. De la persistencia y del horizonte aplazarse por la autora dependerá en mucho su caracterización dentro de su propia obra. O sea, en particular, sin dudas, habrá de venir.
Raúl Amaral 
 
(Isla Valle de Areguá, febrero de 2001)
 
 


Edición digital: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Basada en la edición de Encarnación [Paraguay], El Mercurio, 2001.

 
 
 
 
 
 

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