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RAÚL AMARAL

  VIRIATO DÍAZ-PÉREZ Y LA GENERACIÓN PARAGUAYA DEL NOVECIENTOS - Ensayo de RAÚL AMARAL


VIRIATO DÍAZ-PÉREZ Y LA GENERACIÓN PARAGUAYA DEL NOVECIENTOS - Ensayo de RAÚL AMARAL
VIRIATO DÍAZ-PÉREZ
 
Y LA GENERACIÓN PARAGUAYA DEL NOVECIENTOS.
 
(RECUENTO DE ÉPOCA: 1904-1911)
 
Documento de RAÚL AMARAL
 
 
A Mary Conigliario de Delpino y
Leticia Díaz-Pérez
en quienes el espíritu de don Viriato
se ilumina y prolonga.
A la memoria de don Antonio Machado
poeta del pueblo español.
Raúl Amaral

 



1. ÉPOCA DE DON CARLOS
 
Tenemos que comenzar con algunas referencias lamentablemente bélicas porque ese ha sido -en ciertos tramos- el destino de nuestra América. Además, porque ellas se relacionan con la tarea cultural que cumpliera don Carlos Antonio López (1792-1862) desde la creación de la Academia Literaria (1841) y en especial a partir de la aparición de El Paraguayo Independiente (1345). Dicho ciclo se completa con el regreso definitivo al país, después de larga ausencia, del doctor Juan Andrés Gelly (1790-1856), acontecimiento que pertenece al mencionado año.
 
Pero don Carlos se ve obligado a desperdigar sus actividades y a conceder poco tiempo a los afanes de la cultura humanística, que es evidente le preocupaban, aunque no alcanzara a concentrarse del todo en ella. La modernización de las instituciones y el cuidado de la política exterior le absorbieron casi del todo.
 
Poco era lo que le quedaba por llevar a la práctica, guiado por sus mejores propósitos, de los cuales apenas si podían ser muestra la cátedra de Latinidad -germen bien que modesto de las humanidades- y en particular la fundación del Aula de Filosofía y su inmediata revista La Aurora (1860), núcleo originario de nuestro romanticismo.
 

2. ACTUACIÓN DE BERMEJO
 
Al contrario de lo que con ligereza suele opinarse, a veces sin muchos elementos de juicio, la influencia de don Ildefonso Antonio Bermejo (Cádiz, 1820; Madrid, 1896) no ha sido tanta ni tan extraordinaria. Su personalidad contradictoria fue analizada y puesta en su sitio por O'Leary.
 
De su paso por Buenos Aires y algún encuentro en la Asunción, da noticias su connacional don Benito Hortelano. Sin embargo, testimonio más concluyente es el de Mitre, que lo conoció. En carta fechada en la capital argentina el 20 de octubre de 1875, acusa recibo de unos libros que le enviara el historiador chileno Diego Barros Arana y a la vez comenta obras de reciente lectura.
 
El tercero de esos comentarios del polígrafo argentino -que no se caracterizaba por su facundia crítica- está destinado a Bermejo y dice así:
 
Veo que este libro (se trata de Episodios) le ha llamado la atención. El autor, a quien conocí, era como usted lo juzga, una inteligencia mediana, muy poco nutrida. Medio literato de zarzuelas, vino al Paraguay a buscar fortuna y allí se le encomendó la redacción del Semanario órgano ciego y servil de la más bárbara tiranía de que haya memoria en el mundo. (Los subrayados son nuestros)
 
Tampoco es complaciente la opinión de otro de los novecentistas paraguayos, Manuel Domínguez, de quien merecen trascribirse los párrafos finales de su recordación de Valera:
 
Fue también el ilustre maestro -y esto nos toca más de cerca- amigo y partidario del Paraguay en la guerra, y eso que no conocía nuestro país sino al través del librillo maldiciente de Bermejo.
 
Los integrantes del segundo sector modernista -que comprende a los nacidos entre 1890 y 1900- se muestran más cerca del reconocimiento que de la censura, a excepción de Arturo Bray (1898-1973), que en un capítulo dedicado al Mariscal López se expresa así:
 
De Madrid hizo venir al escritor Ildefonso Bermejo español nervioso y voluble que tan mal había de pagarnos luego nuestra hospitalidad; al caraí Bermejo no le fue del todo bien por estas tierras; su esposa sufría de ciertas debilidades que hizo (sic) del dramaturgo el hazmerreír de toda Asunción.
 
Efraím Cardozo (1906-1973), perteneciente al tercer sector o posmodernista -el de los nacidos entre 1900 y 1910- al tocar el punto del romanticismo nacional concede a Bermejo condición poco menos que de abanderado. En ese parecer, aunque sin compartir los riesgos de una rotunda afirmación, se ubica Josefina Plá (1909), compatriota -no gaditana sino canaria- del finado Bermejo.
 
Dentro de una corriente similar a la de O'Leary, aunque menos drástica y de más amplio razonamiento -o menor dosis de emotividad- hay que situar el aporte de Francisco Pérez-Maricevich (1937), entre los autores actuales. Con rigor analítico denuncia la «extremada mediocridad» de los conocimientos de Bermejo, la actitud reaccionaria que adopta frente al  «espíritu de su tiempo», a la vez que impugna su «menesterosidad ideológica», agregando que sobre tales bases se asienta el «tradicionalismo» del pendolista hispánico.
 
Antes y después de la venida de éste fallaron dos intentos de residencia en el Paraguay, que de haberse concretado hubieran dado otro rumbo a la cultura nacional: uno es el del sabio francés Amedée Jacques, en 1853, y otro el del polígrafo napolitano Pedro de Angelis, en 1859, cuyas respectivas actuaciones en el Río de la Plata no resisten comparación.
 
Don Carlos procuró paliar los efectos de una indefensión -puesto que hay evidencias de que Bermejo no lo conformaba- mandando becarios a Europa, pero ya era tarde.
 

3. LITERATURA NACIONAL
 
No todo ha de ser semilla en el vacío. Las hojas, entre informativas y batalladoras, que se difunden durante la guerra contra la Triple Alianza (1864-1870), especialmente las de edición bilingüe, suelen destacar la necesidad e importancia de una literatura nacional partiendo, desde luego, del guaraní, aunque de modo incipiente, como se advierte en la colección de El Centinela (1867).
 
Este periódico -uno de los tres, junto con Cacique Lambaré y Cabichuí, que hacen gala del idioma nativo- relaciona ese quehacer, en artículos tan expresivos como «Idiomas» y «Literatura guaraní», con la misma epopeya nacional. En sus columnas se publican también numerosas coplas anónimas humorísticas y no escasos epigramas.
 
Todo eso se perdió con la catástrofe, y tanto es así que al resurgir el país en 1870, tras el calvario de Cerro Corá; el ambiente de la capital -¡ni qué decir el de la campaña!- daba la impresión de ser nada más que el pálido reflejo de algo dispuesto a renacer, penosamente, del pequeño calor de sus propias cenizas.
 
No estará de más la insistencia en el problema de la lengua materna para medir los alcances de ese agrietamiento cultural que los novecentistas se propusieron recomponer. Digamos entonces que el prejuicio contra el guaraní -idioma no desdeñado por los gobernantes históricos, entre ellos el Mariscal López, que solía valerse de él con reiteración- arraigado en ciertas napas sociales, se acentúa después de la guerra, o mejor dicho: con la posguerra.
 
Salvo casos como el del padre Fidel Maíz (1828-1920), que proviene del primer grupo, actuante hasta el 70, la posición de los románticos no es, de manera alguna, positiva. Ese es uno de los legados del que tiene que hacerse cargo el novecentismo paraguayo. La influencia negativa se extiende, en 1906, a los medios docentes y educacionales.
 
Los novecentistas se ubicaron en otro plano, más comprensivo, y en una tendencia destinada al estudio y al conocimiento escrito, según ha sido el ejemplo de Domínguez y Gondra, con sus ensayos de interpretación; de Pane, O'Leary y Mosqueira, con sus poemas vernáculos. 
 

4. SEGUNDO ROMANTICISMO
 
Se inicia así la segunda etapa de nuestro romanticismo, que comprende, por exigencias de época, una más extensa que llegará hasta 1900 en su conjunto, y en casos individuales hasta poco más allá de 1910, en una definida línea posromántica.
 
Es en medio de aquella desolación -no otro término cabe- que arriban los primeros españoles, nuevamente adelantados, no ya náuticos sino culturales. Desde la controvertida Villa Occidental -hoy Villa Hayes- pasan a esta orilla, en 1869, el poeta gallego Victorino Abente (1842-1934) y el periodista y jurisconsulto catalán Ricardo Brugada (1842-1911), y al año siguiente el abogado burgalés doctor Ramón Zubizarreta (1840-1902), quienes se constituyen en los desbrozadores de la histórica maraña.
 
Enseguida empieza a funcionar un ensayo de instituto de enseñanza secundaria denominado Colegio Nacional, notorio precursor del que funcionará después. Por resolución del 14 de agosto de 1872 se autoriza al Poder Ejecutivo a contratar profesores, entre los cuales figuran el nombrado padre Maíz, don Mateo Collar y el doctor Facundo Machaín. Mediante un decreto del 31 de octubre de 1874 se dispone la anexión de una Escuela Normal.
 
Este Colegio, que mantiene su actividad por todo un lustro, deja de funcionar en noviembre de 1877, a raíz del asesinato del doctor Machaín, ocurrido en la cárcel pública el 29 de octubre, donde se hallaba por haber sido defensor de presos políticos.
 
En el citado instituto instala su cátedra el doctor Zubizarreta mientras que Abente comienza su colaboración -prosa y verso- en la prensa periódica. Desde entonces y por espacio de tres décadas, el maestro Zubizarreta entregará sus mejores energías al rescate de la cultura nacional soterrada, al mismo tiempo que Abente ofrenda su inspiración en estrofas patrióticas, ya para siempre paraguayas.
 
Debe recordarse que Zubizarreta compone el plantel de los catedráticos fundadores del segundo Colegio Nacional (1877), siendo igualmente el iniciador de los estudios de filosofía, decano de la Escuela de Derecho anexa (1882) y primer rector de la Universidad (1889), y sumado a esto su decanato de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Dejará discípulos como Cecilio Báez (1862-1941) y Emeterio González (1863-1941), quienes no siguieron su orientación; filosófica -centrada en el krausismo-, aunque tampoco desdeñaron el efecto de su prédica moral.
 
La evidente formación krausista de Zubizarreta lo convierte en propagador de esa corriente filosófica entre 1882 y 1897. En consonancia con ella integra la comisión fundadora del primer Centro Republicano Español existente de Asunción. En sus ensayos jurídicos está expresada su adhesión doctrinal a «la admirable teoría de la Escuela Krausista, que han formulado, haciendo un análisis completo de la naturaleza humana, los eminentes maestros Krause, Tiberghien y Ahrens».
El bilbaíno doctor Ramón de Olascoaga (1865-?) -que inaugura la sistematización de los estudios económicos en el Paraguay- alcanza a forjar, acompañando a Zubizarreta, idéntico ideario, aunque en forma esporádica. Así ha comentado a Joaquín Costa, de cuyo Oligarquía y caciquismo dice que es «obra de un sabio, escrita con valentía, sinceridad y elocuencia». Al referirse a La teoría básica de Rafael Salillas, señala que «todos los sociólogos españoles como Giner, Azcárate, Sales y Ferré, Posada, Buylla, Dorado, Costa, Altamira, Unamuno, etc., son apreciados en Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay, y hablo sólo de lo que me consta». La inclusión de los tres primeros, unidos al prestigio del krausismo español, resulta muy sugestiva.
 

5. OTROS MAESTROS ESPAÑOLES
 
El núcleo se completa con otros no menos capaces que fueron ligándose al quehacer de aquellos iniciadores, debiendo nombrarse principalmente a los siguientes: presbítero. Facundo Bienes y Girón, gramático; doctor Federico Jordán, civilista; Cristóbal Campos y Sánchez, doctor en ciencias naturales, poeta y periodista, origen de los Campos Cervera, familia paraguaya de artistas y literatos; doctor Manuel Fernández Sánchez, médico e historiador, y doctor Carlos López Sánchez, de quien damos noticia enseguida. A excepción del doctor Olascoaga que regresó a España, todos los demás se quedaron y murieron en el Paraguay.
 
El 12 de diciembre de 1898 el Consejo Secundario y Superior resuelve designar director de los Anales de la Universidad Nacional «al Doctor de la Facultad de Filosofía y Letras, don Carlos López Sánchez», quien también tenía a su cargo la Biblioteca de la institución. Agobios de salud lo obligaron a abandonar la revista, que a partir de diciembre de 1900 pasa a ser dirigida por José P. Díaz.
 
La venida del citado profesor español se debió, sin duda, a la influencia de sus correligionarios filosóficos Zubizarreta y Olascoaga, quienes sabiéndolo enfermo y pobre dispusieron ayudarlo. El suyo es otro de los aportes destinados al conocimiento y propagación del krausismo en nuestro medio, antes que el positivismo diera comienzo en 1900, desde la sociología, a su prolongado imperio. Previo a su llegada había publicado un libro de tesis, que le valió incorporarse, en 1896, al plantel inaugural de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, ciudad donde residiera. Huellas krausistas pueden hallarse también en varios de sus escritos conocidos en el Paraguay. El doctor López Sánchez falleció en Asunción el 21 de abril de 1901.
 
A todos estos maestros se debe la resurrección intelectual del Paraguay, aun con las limitaciones que pudiera reconocérseles por su formación romántica, en literatura y espiritualista y panenteísta en filosofía. Ellos proveyeron a la juventud de una sólida base, que puso en manos de los bachilleres en ciencias y letras, desde 1893 a 1903, la responsabilidad de la enseñanza.
 
Ha de recordarse que siendo nada más que bachilleres accedieron a la dirección del Colegio Nacional estos novecentistas: Manuel Domínguez 31 años, del 4 de agosto de 1899 al 10 del julio de 1901, renunciando para asumir el rectorado de la Universidad (se graduó de abogado el 5 de junio de ese año); Fulgencio R. Moreno 29, bachiller el 21 de febrero de 1898: del 16 de julio al 26 de agosto de 1901, en que dimite para desempeñar las funciones de Ministro de Hacienda; Arsenio López Decoud 34, con diploma de alférez   -10-   de fragata en la Escuela Naval Militar Argentina, el 2 de enero de 1888, y de bachiller en el Colegio Nacional de Asunción el 3 de marzo de 1896: del 26 de agosto de 1901 al 6 de abril de 1903; Juan E. O'Leary 32, con bachillerato cumplido el 28 de febrero de 1898, actúa primero como vicedirector desde el 25 de agosto de 1910, pasando luego a ser director del 14 de febrero de 1911 al 16 de junio de 1914. En esas condiciones se desempeñaron igualmente como catedráticos.
 
El caso de Manuel Gondra es aún más sintomático. No siendo ni siquiera bachiller es designado profesor interino de Retórica y Poética y de Nociones de Literatura General, en el Colegio Nacional, según decreto del 5 de mayo de 1893 (tenía por entonces 22 años). Esto da motivo a un serio incidente entre el Consejo Secundario y Superior, encargado de proponerlo, y el Poder Ejecutivo. Gondra renuncia a la cátedra en esas condiciones, pero más adelante se lo nombrará en propiedad.
 
No ha de dejarse pasar por alto la importancia de las entidades privadas en la tarea de complementar este ambiente cultural. Entre ellas debe ser mencionado el primer Ateneo Paraguayo al que se le ha querido dar inexistentes orígenes oficiales y de cuya organización participara el secretario de la Legación Argentina, Arturo P. Carranza, hecho que de por sí invalida aquella presunción. El historiador Pérez Acosta proporciona datos fidedignos sobre sus actividades -realizadas entre 1883 y 1889-, trascribe los nombres de quienes los crearon y ofrece el facsímil del acta inicial. Otros investigadores concuerdan con esta información. La versión de Luis María Argaña sobre un decisivo apoyo del gobierno de entonces contradice la realidad de los hechos, aunque sin probanza alguna. Tampoco se hace referencia a él en ninguno de los tres folletos editados por la institución, ni en los discursos de sus presidentes, contenidos allí.
 
A más de un lustro de su desaparición tiene origen el Instituto Paraguayo, entidad madre cuyas actividades comienzan en julio de 1895. A la edición de la revista se une la organización de cursos libres de música, dibujo y estudios comerciales, constituyéndose en lo que modernamente podría considerarse una universidad popular. En su sala se pronunciaron también conferencias a cargo de intelectuales paraguayos y de otros países, entre ellos el célebre penalista italiano doctor Pietro Gori, quien por sus ideas gozaba de renombre entre los trabajadores.
 

6. EL CICLO HISPÁNICO
 
La parábola hispánica -todo un tramo, que abarca treinta y cinco años- se cierra con la presencia y actuación de Rafael Barrett, desde 1905, y de Viriato Díaz-Pérez a partir de agosto de 1906. Muerto aquél en Arcachon, el 17 de diciembre de 1910, queda en manos de don Viriato, por espacio de medio siglo, la orientación de los conocimientos e ideales que habían sido la norma y que más tarde fueran el punto de convergencia de toda una generación.
 
Se clausura así, con ellos, el ciclo de los grandes maestros españoles (maestros «de saber y de virtud», como se ha dicho de otros de nuestra América)   y es asimismo con ellos que se da por cumplido el entronque de dos generaciones, no del todo distintas pero sí distantes: la española del 98 y la paraguaya del 900, manifestado esto con las debidas licencias y precauciones.
 
La revolución de 1904 se inicia en agosto y termina en diciembre de ese año con un acuerdo denominado «Pacto del Pilcomayo». Barrett ha acompañado a los insurgentes en su cuartel general de Villeta -donde lo encontrara el movimiento armado viniendo de Buenos Aires como corresponsal del diario El Tiempo-, y hecho amistad, como después don Viriato, con los intelectuales que allí actuaban. Y entra en la Asunción con las huestes vencedoras.
 
Uno de aquellos jóvenes, Juan Francisco Pérez Acosta (1873-1968), futuro historiador, es designado el 31 de enero de 1905, por decreto del presidente Gaona, en la Dirección de la Oficina General de Estadística en reemplazo de don Enrique Solano López, quien pasa a correr la suerte de sus correligionarios vencidos. Por la misma disposición se nombra jefe de sección a Herib Campos Cervera (1879-1921) y auxiliares a los ingenieros [sic] Rafael Barrett y Joaquín Boceta, y a Gregorio Taboada. Esto de adjudicar a Boceta condición de «ingeniero», cuando se sabe que sólo era diestro pianista, tal vez se deba al propósito de facilitar su ingreso a un organismo especializado. El aludido había sido compañero de Barrett en sus andanzas desde la capital argentina.
 
Transcurridos ocho meses, por un decreto del 26 de agosto, Barrett es destinado a ocupar la jefatura, que deja el renunciante Herib. Pero a los veinte días, el 15 de setiembre, don Rafael sigue el mismo camino, no sin que previamente se le hayan dado las acostumbradas gracias por los servicios prestados.
 
Su otro paso por la burocracia -que en esos desprevenidos tiempos no exigía ciertos requisitos comunes a los nuestros- se verifica a raíz de su definitivo viaje a Europa. Por mediación de Gondra habrá de cumplir las funciones de agente de propaganda del Paraguay donde llegue a instalarse, empleo que, como en el caso del poeta Freire Esteves, figurará en el presupuesto cuatro años atrás.
 
Según se deduce del epistolario destinado a su esposa, Barrett tenía dinero a cobrar por aquel concepto, motivo que lo llevaba a insistir en el envío de sus sueldos, fijados en pesos oro. A pesar de todo, y no obstante el precario estado de su salud, pudo atender, aunque parcialmente, esa tarea.
 
Estos contactos, breves pero reales con la administración pública, que en nada desmerecen la limpidez de su vida y obra, y que en verdad honran al Paraguay, han sido tan piadosa como persistentemente escamoteados, a pesar de su valiosa calidad biográfica.
 
Regresemos al tema para afirmar que ese aporte hispánico, de suma importancia para el estudio de uno de los elementos básicos en que se concreta la universalidad de nuestra cultura (que no es, como creen algunos narcisistas, un clavel del aire suspendido del arco de un aljibe) no ha sido tratado siempre con la seriedad y hondura que merece. Algunas referencias, por su carácter de excepcionales, deben sin embargo consignarse.
 
Entre ellas, el reconocimiento de Ignacio A. Pane (1880-1920), que es de principios de siglo: «...iban a la patria maestros extranjeros ilustres como Zubizarreta i Olascoaga». Igualmente, en un artículo de Barrett que no figura en sus pretendidas Obras Completas, ni en la primera edición de sus Moralidades actuales (Montevideo, 1910). En cambio una publicación de estudiantes rinde homenaje al doctor Fernández Sánchez con motivo de su muerte, ocurrida el 27 de octubre de 1908. Recuerda que tuvo cátedras de Historia en el Colegio Nacional y de Medicina Legal en la Universidad. Lo evoca como a un «profesor que en dieciocho años de servicios se comportó con la nobleza del caballero español». Y agrega que era «amantísimo con sus alumnos», además de «amigo del Paraguay, donde formó su hogar». Termina diciendo que «fue más que un extranjero, un paraguayo amante de lo nuestro». Por su lado Cecilio Báez cita a Zubizarreta, Fernández Sánchez, Cristóbal Campos (y Sánchez) y Ricardo Brugada (padre).
 
Uno de los pocos que contemporáneamente se han ocupado de este asunto es Silvano Mosqueira -otro novecentista militante- quien ha ofrecido una reseña de la tradición cultural española en el Paraguay, estudiándola a través de sus representantes más caracterizados. Nadie lo había hecho antes que él, ni con su misma generosidad -salvo gacetillas periodísticas, tan fugaces como epidérmicas-, aunque no ahondando mucho, quizá por los escollos propios de una investigación bibliográfica bastante difícil de concretar en los tiempos en que publicara su trabajo.
 
Traza Mosqueira un amplio recuento de la actuación de los españoles, señalando ante todo el sentido de su identificación con el país. Comienza su enumeración con «el primer poeta, considerado como nacional,   -15-   que cantó el dolor paraguayo, y vive aún (...) fue Victoriano [sic] Abente, autor de la Balada y de La Sibila Paraguaya. ¿Qué paraguayo de la generación posterior a la guerra no ha sentido, cual notas punzantes brotadas del alma de sus antepasados, arrullarse sobre su cuna a los melancólicos acentos de aquella elegía?...» (Aclaremos el error: Victoriano era el hermano; el poeta se llamaba Victorino).
 
Reconoce, además, que «el primer Rector de la Universidad Nacional fue el doctor Zubizarreta, padre intelectual de una generación de paraguayos». Y continúa recordando a otros profesores también españoles, entre ellos el presbítero Bienes y Girón, «uno de los primeros y más competentes gramáticos que han pasado por nuestras aulas»; Flaviano García Rubio, Eugenio Bordas, Rafael Lebrón, Manuel de Mendoza, (Federico) Jordán, etc.
 
Luego de la plana mayor enunciada -mayor en cuanto a edades- viene don Viriato, de quien no ignora su trayectoria:
 
Ha llegado al Paraguay en el apogeo de su juventud; en veinte años de convivencia en nuestra sociabilidad ha dedicado lo mejor de su pensamiento y de sus sentimientos a enriquecer nuestra cultura y los prestigios de nuestra intelectualidad, difundiendo por el mundo como producto de nuestro medio, cuanto de bello y noble y de luminoso palpita, en su nutrido espíritu.
 
Párrafos parejamente justicieros dedica a Barrett, que ha escrito en el Paraguay sus libros más admirables aquellos que le han colocado entre los más hondos pensadores del Río de la Plata; y, habiendo llegado al país en 1904, con el exquisito Boceta, en momentos de convulsión política, tuvo oportunidad de conocer y tratar en el entonces campamento revolucionario de Villeta, a las más prestigiosas mentalidades paraguayas. De su paso por el Paraguay, donde propagó sus doctrinas con el fervor de un convencido, la prensa asuncena y la tribuna del Instituto guardan fragmentos que no morirán, y en la alta sociedad, un otro Rafael Barrett, paraguayo nato, lleva la herencia de su sangre, y ojalá también la de su brillante inteligencia.
 
Finaliza Mosqueira afirmando que «la suerte de España no es indiferente a ningún paraguayo» y que no hay escritor o poeta de este país «que no le dedique en sus producciones mentales, una frase o una estrofa de profunda y sincera simpatía».
 
No podría cerrarse este panorama sin tomar en cuenta otro de los flancos de la influencia hispánica, no por indirecta menos persistente: el de los autores españoles que en su época fueron leídos -algunos de preferencia- por nuestros novecentistas. Estas lecturas resultan tanto o más significativas cuanto que la expansión literaria francesa era avasallante, según lo reconociera O'Leary años más tarde.
 
Tres escritores finiseculares concentraron la avidez informativa de la gente del 900: Valera y Clarín, en prosa, y Rueda en poesía. A varios se los leyó con interés, pero ninguno como éstos pudo alcanzar entre nosotros -al filo de ese tiempo, previo a, la llegada de don Viriato- un tan sostenido prestigio. En lo relativo al auge de Blasco Ibáñez y Valle Inclán, ha de afirmarse que él estuvo condicionado por el influjo de sus respectivas visitas, producidas en 1909 y 1910.
 
Aparte de esos cinco podría brindarse una lista de autores que contaron con la preferencia de los intelectuales jóvenes, apareciendo algunos como un residuo de la formación literaria anterior al 900. Veamos hacia dónde se orientaban tales lecturas: Prosa: Jovellanos, Larra, Castelar, Menéndez y Pelayo, Ganivet, Unamuno, Pardo Bazán; poesía: Campoamor, Espronceda, Bécquer y Núñez de Arce; teatro: Zorrilla y Tamayo y Baus.
 
Es de observar la presencia del naturalismo hispánico a través de Clarín, Valera, Galdós, Pardo Bazán, Pereda, Palacio Valdés y Blasco Ibáñez, en comparación con el de origen francés más frecuentado: Balzac, Maupassant, Zola, Daudet, Flaubert, ambos Goncourt. No ha de olvidarse tampoco el intenso ascendiente crítico de Taine. Poéticamente la predilección seguía dirigiéndose hacia Víctor Hugo, aunque sin desconocer a Catulle Mendés, Gautier y hasta a Verlaine, Baudelaire y Mallarmé.
 
El gusto poético de procedencia española se renueva en cierta medida con posterioridad a 1905: Barrett incita a la lectura de Augusto Ferrán, a quien comenta; Díaz-Pérez difunde desde Asunción a Juan Ramón Jiménez, ambos Machado y Villaespesa, tarea que desde Madrid cumple Pedro González Blanco.  
 

7. NOVECIENTOS Y NOVENTAYOCHISTAS
 
Hace algunos años nos tocó recordar, enmedio de un elocuente silencio, a Ramón Zubizarreta, el iniciador. Ahora debemos hacerlo con aquel cuya vida y obra anuncian la vigencia más efectiva y duradera de España en la cultura paraguaya contemporánea con Viriato Díaz-Pérez sin quien no se comprenderá del todo la clase de vínculos -no premeditados ni propuestos- que unieron a los jóvenes paraguayos y españoles que en el 900 presentían que un tiempo distinto empezaba y que era menester prepararse.
 
Porque esta es la oportunidad de insistir en que nuestro novecentismo ha sido mucho más que un conglomerado de personalidades brillantes o de nombres que con el correr de los días prestaron altos servicios al país; sin ellos tampoco se comprenderá del todo, o en su verdadera dimensión, el proceso de la cultura nacional, el lugar que le corresponde en nuestra América y su consecuente universalidad.
 
José Rodríguez Alcalá (1883-1959), que no obstante su persistente condición de argentino -o por causa de ella- era un escritor paraguayo y un novecentista nato, supo destacar la militancia noventayochista de Díaz-Pérez siendo la suya una referencia imposible de soslayar: «Cada uno de nosotros -dice- tenía una noticia de su significación intelectual. Sabíamos que pertenecía a la generación de pensadores que marchó sobre las huellas de la gran generación del 98».
 
En efecto: algunos de los integrantes mayores de esa generación española habían sido, aunque de reflejo, maestros, y en algunos casos compañeros, del grupo o promoción a que perteneciera don Viriato, pudiendo citarse entre los más conocidos a Unamuno, Ganivet y Valle Inclán. Ellos integran allá una primera etapa que entre nosotros se nivela a la de sus coetáneos más notorios: Cecilio Báez, Emeterio González y Delfín Chamorro, que deben ser tenidos aquí como precursores. En calidad de iniciadores se agrega a Arsenio López Decoud y Manuel Domínguez que fueron con Gondra -inmediatamente menor- los adelantados temporales de su generación, habiéndose estrenado en el periodismo en 1891, cuando ninguno de ellos superaba los 25 años de edad.
 

Cuadro comparativo I
 
España - Paraguay

Unamuno, 1864 - Báez, 1862
Ganivet, 1865 - E. González, 1863  - Precursores
Valle Inclán, 1866 - Chamorro, 1863
.............................. - López Decoud, 1867 - Iniciadores
.............................. - Domínguez, 1868
 
Por su parte Baroja, Azorín, Maeztu y Antonio Machado están comprendidos en la periodicidad que incluye a Gondra, Moreno, Blas Garay, Pérez Acosta, Eusebio Ayala y Mosqueira. Al primer sector se incorporan Díaz-Pérez y Barrett en atención a sus orígenes culturales.
 
Cuadro comparativo II
 
España - Paraguay
Baroja, 1872 - Gondra, 1871
Azorín, 1873 - Moreno, 1872
Maeztu, 1874 - B. Garay, 1873
A. Machado, 1875 - Pérez Acosta, 1873
Díaz-Pérez, 1875 - Eusebio Ayala, 1875
Barret, 1876 - Mosqueira, 1875
 

Debe sumarse a este núcleo paraguayo a los que rebasan la línea del 76 sin perjuicio de su comunidad con los anteriores, entre los que nacieron en la década inmediata al setenta. No es extensa la lista de sus componentes: Gualberto Cardús Huerta, 1878; Herib Campos Cervera, O'Leary y Eligio Ayala, 1879; Pane y Ricardo Brugada (h), 1880.
 
Si estudiamos las comparaciones con mayor profundidad llegaremos a la comprobación de que, por analogía, ellas resultan ciertas. La vigencia del 98 español cubre los extremos que van de 1895 a 1905; la del 900 paraguayo comprende desde el año inicial del siglo (o con mayor rotundidad: desde 1902) hasta 1915, que es cuando quedan definitivamente sepultados los modos literarios posrománticos. Puede admitirse una extensión hasta 1935 -por la docencia o el carisma de algunos novecentistas sobrevivientes- o sea hasta el término de la guerra del Chaco, suceso que vuelve a dividir en dos la vida paraguaya. Como se advierte la duración es bastante aproximada: en el primer caso 10 años y en el segundo 13, dentro de las opciones anotadas, debiendo atribuirse la diferencia a las variantes culturales y ambientales, como también a la movilidad de los respectivos procesos, tomados desde su propio marco.
 
Un paralelo -muy condicional- entre Ganivet y Blas Garay, en el orden de las ideas -incorporando a O'Leary y Pane entre los teorizadores del país vuelto a sí mismo- y otro entre Unamuno, el Maeztu joven y los universalistas con Domínguez, Gondra, Moreno y López Decoud, llevaría a constataciones sorprendentes.
 
En otro plano, tocando ya a los antecesores, ha de recordarse que los maestros situados en una España entre expectante y desesperanzada, agitándose entre la moral civil y el voluntarismo, entre la apertura y la negación, lo fueron por diferentes rumbos -a veces sin proponérselo-. Así el sereno don Francisco Giner de los Ríos, el impetuoso don Joaquín Costa y el enigmático y todavía desconocido don Lucas Mallada, más cercanos a Emeterio González y Chamorro el primero, y a Báez los otros dos.
 
Mas, una distinción importante será preciso hacer: mientras en España sólo se necesita la retoma de un proceso que momentáneamente ha detenido su ciclo con el desastre colonial y sus consecuencias internas, en el Paraguay habrá que inventarlo todo para poder redescubrir las raíces de una cultura que ha corrido el riesgo de quedar cercenada desde sus cimientos.
 
De ahí proviene la descoincidencia que se observa en ambas generaciones, relacionada con la conducta que la paraguaya del 900 mantiene frente a la crítica de los males nativos, no debiendo involucrarse en ella, incluso por razones de edad y formación intelectual, a Cecilio Báez, más cercano con sus drásticos juicios a los personeros del 98 español que a sus discípulos nativos, los novecentistas.
 
Esto último no debe asombrar porque al maestro paraguayo le valió hacer su cosecha cultural en tiempos de agudas contradicciones, en las que se manifestaban a la vez un historicismo beligerante -por vía de los románticos literarios- y tímidos preanuncios de cientificismo, por acción de algunos profesores nacionales graduados en el exterior y de extranjeros residentes; un tiempo cuyos extremos van de 1870 a 1900. En este último sector estaba situado Cecilio Báez.
 

8. LOS JÓVENES DE AMÉRICA
 
Nuestros novecentistas, como ocurriera con algunos españoles del 98, se sienten próximos a otros jóvenes que en esta América transitan con edades parejas, y estos son por entonces, casi en su totalidad, modernistas. Conviene tener en cuenta que así como en el caso peninsular sería dudosamente justificable el pretendido enfrentamiento modernismo-noventa y ocho -fuertes antagonismos ha originado la tesis de Díaz Plaja-, en el Paraguay una situación similar, producida con posterioridad a 1910, confinaría en lo irrealizable, por dos motivos: a) Por no haberse planteado la correspondiente quiebra generacional; b) Porque, como ya lo hemos aclarado insistentemente, nuestro modernismo surge dentro del ámbito del novecentismo.
 
Para confirmar aquella opinión daremos a conocer nombres escogidos entre los que nacieran de 1870 a 1880, según la acertada definición de Cardús Huerta -a quien pertenece el hallazgo-, decenio que corresponde al segmento temporal de la actuación novecentista. En lo que trata de nuestra América la elección es esta: Darío, Payró, Jaimes Freyre, y Reyles; Nervo; Pereyra y Rodó; González Martínez y Vaz Ferreira; Valencia; Lugones, Blanco Fombona y Ghiraldo; Herrera y Reissig, Ugarte y Florencio Sánchez; Gómez Carrillo; Arguedas y Franz Tamayo, lista que podría calificarse de completa, aunque en determinados escritores parezca heterogénea y hasta heteróclita, especialmente por el lado de los pensadores.
 
Acudimos nuevamente a los niveles cronológicos por estimarlos como los más apropiados no sólo para comprender una época del Continente sino, y muy especialmente, para ayudar al entendimiento del proceso paraguayo:
 

Cuadro comparativo III
 
Nuestra América - Paraguay
 
Darío, 1867 - López Decoud, 1867
Jaimes Freyre, 1868 - Domínguez, 1868
Reyles, 1868
Nervo, 1870
Carlos Pereyra, 1871 - Gondra, 1871
Rodó, 1871 - Teodosio González, 1871
González Martínez, 1872  - Fulgencio R. Moreno, 1872
Vaz Ferreira, 1872 - Guanes, 1872
Gómez Carrillo, 1873 - Blas Garay, 1873
Valencia, 1873 - Pérez Acosta, 1873
Lugones, 1874 - Eusebio Ayala, 1875
Blanco Fombona, 1874 - Mosqueira, 1875
Ghiraldo, 1874 - R. I. Cardozo, 1876
Herrera y Reissig, 1875 - Cardús Huerta, 1878
F. Sánchez, 1875 - C. Ibáñez, 1878
Larreta, 1875 - Bareiro, 1878
Ugarte, 1875 - H. Campos Cervera, 1879
Ingenieros, 1877 - Eligio Ayala, 1879
Díaz Romero, 1877 - O'Leary, 1879
H. Quiroga, 1878 - Marrero Marengo, 1879
Arguedas, 1879 - R. Brugada (h), 1880
Tamayo, 1879 - Pane, 1880
Frugoni, 1880 - Caballero de Bedoya, 1880
Chiáppori, 1880 - Soler, 1880
 
 
 

9. EL ÁMBITO DEL 900
 
El ámbito en que se mueve aquel recién inaugurado novecentismo paraguayo es en extremo inestable y no sólo por las circunstancias políticas que lo adornan, con dudosa eficacia, sino también por cuestiones patrióticas y de interés público -como la ferrocarrilera- que vienen animando a la juventud desde fines del siglo anterior.
 
Durante los gobiernos de Egusquiza (1894-1898) y de Emilio Aceval (1898-1902) arrecian los mítines liderados por los estudiantes -en mayoría secundarios o flamantes bachilleres-, concentraciones de tipo popular que no coinciden con el indiferentismo histórico (cuando no otra cosa) proclamados desde periódicos adictos al calor oficial o desde los mismos reductos del poder.
 
Una agitación de proporciones se produce en 1898 al prohibirse el uso de cuadernos con la efigie y biografía del Mariscal López en la escuela Normal, medida dispuesta por su director, el pedagogo argentino contratado profesor Francisco Tapia. Esto da origen a un serio incidente con uno de los hijos del prócer, don Enrique Solano López, con quien se solidarizan los jóvenes y el diario La Prensa, dirigido por Blas Garay.
 
El 11 de marzo de 1899 un grupo importante y prestigioso de ciudadanos -entre los que se encuentran los generales Bernardino Caballero y Benigno Ferreira- firma un manifiesto por el que se invita a la población a rendir homenaje a los pueblos argentino y brasileño en reconocimiento por iniciativas producidas en esos países para la devolución de los trofeos y la condonación de las deudas de guerra.
 
Para el 11 de mayo de 1901 se convoca en el Colegio Nacional a los miembros de la juventud estudiosa para programar una procesión cívica, figurando entre los firmantes Ricardo Brugada (h) e Ignacio A. Pane, de 21 años; Juan E. O'Leary y Herib Campos Cervera, de 22, y Gualberto Cardús Huerta de 23. Un mes más tarde, el diario asunceño El Paraguay, redactado sucesivamente por Goycoechea Menéndez y Adolfo Riquelme (1876-1912) en su editorial «Ante el país» hace referencia al General Egusquiza y recuerda «cuando hace pocos días en las calles de la ciudad una juventud viril y exaltada le arrojó al rostro tormentas de indignación, con los calificativos de traidor y legionario».
 
A todo esto habría que sumar la adhesión a la causa de los bóers contra Gran Bretaña y a la de la independencia de Cuba (ésta una herencia romántica), siendo sus intérpretes más entusiastas López Decoud y O'Leary.
 
El 3 de agosto de 1901 se realiza un banquete de proporciones bajo la denominación de El triunfo de la juventud, que organiza López Decoud como homenaje a Domínguez y Moreno por sus respectivas designaciones para rector de la Universidad y director del Colegio Nacional. Además de lo significativo del título, que consagra el triunfo de los novecentistas en los inicios de su actuación pública -está allí lo más representativo de la intelectualidad, encabezada por los maestros Báez y Olascoaga- aquello es un canto a las bondades de la ciencia y del progreso, según cánones positivistas y evolucionistas en auge, no compartidos del todo, desde luego, por el mencionado profesor español.
 
Esa irradiación está en su ápice -los días marchan lentos- cuando en mayo de 1909 pronuncia don Viriato un discurso que por su sentido parece, a ocho años de distancia, más bien una respuesta de ausente (no había llegado aún al país) a las ilusiones proclamadas en dicha ocasión. Así fue que dijo Díaz-Pérez, entre otras cosas, al inaugurarse la Academia de Bellas Artes, entidad privada dependiente del Instituto Paraguayo:
 
Se ha dicho por espíritus superficiales que hace falta a los pueblos, ante todo, el progreso, el bienestar material, que nada tiene que ver con la belleza. Los fanáticos de este progreso -que consiste en convertirlo todo en máquina, incluso la vida- pronuncian las palabras industria y mecánica como únicas palabras salvadoras. ¡Pobres empíricos de una sociología fósil!
 
A pesar de lo certero de la flecha nadie se da por aludido, quizá porque las polémicas tienen por entonces otra orientación.
 
Para interpretar la trascendencia de la actitud de don Viriato debe recordarse que por esa época el positivismo es en nuestro medio no sólo la sociología admitida y la educación adoptada (el método a que se refiriera Pane en su conferencia de Santiago de Chile) sino también, aunque en reducida escala, el único dominio filosófico, retraídos o ya ausentes -había muerto Zubizarreta- los propagadores del krausismo. Los principales centros de expansión están, con mayor razón en 1909, en manos de antiguos positivistas, los que, como se verá, pronto comenzarán a desgranarse.
 
Esta corriente de pensamiento insinuada en 1896 al proponerse la reforma del plan de estudios de la Facultad de Derecho concretada en 1900 e impuesta tres años más tarde cuando Báez inaugura la cátedra y formula su programa, reafirma su vigencia en 1913, fecha en que Pane ha de modificar sólo su metodología, hasta que se diluya lentamente con la aparición de aspiraciones ético-sociales surgidas de la experiencia mundial de 1914-1918.
 
Merece destacarse una fugaz propuesta metafísica a incluirse en el plan del Colegio Nacional de 1904, pero este amago no tuvo éxito por ser, sin duda, algo inusitado para la época. Por el contrario, habrá que indicar que tanto Eusebio Ayala como Pane, que desde 1906 suceden a Báez en la enseñanza de la sociología, son igualmente positivas: inclinado el primero hacia el evolucionismo y el segundo hacia una identificada tendencia spenceriana. (El comtismo arraigará particularmente en el sector normalista y del magisterio, sin sus conocidas derivaciones religiosas).
 
Algunas leves reacciones, anteriores a las de don Viriato, no encontraron respuesta, a pesar de haberse dirigido a la crítica de Spencer, como en el caso de Goycoechea Menéndez en 1901 y de Barrett desde 1905. Fue este pensador el primero en exponer el  pragmatismo de William James y en citar a Bergson. Mas, esto no es de extrañar porque ambos, al igual que Díaz-Pérez venían de fuera, de medios donde el reinado del positivismo estaba en pleno cuestionamiento. Así iban produciéndose en nuestro ambiente -más por decantación interna que por presiones ajenas- una serie de reacciones, que aunque no asumieran el fragor de la polémica servirían para ensanchar las apetencias culturales y ofrecerles distintos matices.
 
De todos los novecentistas, únicamente Pane conservará hasta el final sus rasgos, positivistas, si bien cada vez más acentuados sus entusiasmos por el socialismo reformista «a lo Masaryk» (así lo denomina), no muy lejos de ese otro que, sin aditamentos, había interesado a Blas Garay y Carlos García.
 
Una aclaración en el orden literario ayudará a comprender ciertas particularidades vecinales, sin caer por ello en el estricto molde de las comparaciones y sin desdeñar, al mismo tiempo, su utilidad. Digamos al respecto que la mayoría de los positivistas argentinos se mostraron tenazmente impermeables al modernismo (fenómeno que sólo condicionalmente y según individualidades ocurre en el Uruguay), como que, con sus excepciones -desde luego- pertenecían a la generación del 80, hija del naturalismo y del cientificismo. A la inversa, su par en el Paraguay, la del 900, filosóficamente captada en sus comienzos por la expansión positivista tendrá a su cargo, en 1904, la inauguración del modernismo, como veremos con detenimiento más adelante.
 
La única discusión que pudo trascender al público a través de la prensa es la habida entre Fulgencio R. Moreno y el predicador evangélico doctor Juan F. Thomson en torno a El mundo de los átomos, debate producido en 1901 y en el que nuestro escritor manifiesta sus simpatías por el materialismo vulgar (Büchner, Vogt, Moleschott) y no menores entusiasmos cientificistas de los que ha de curarse después.
 
En términos rigurosamente nacionales esa toma de posición frente al positivismo -no extraña, por descontado, en Díaz-Pérez- se verificará por sectores y aun por segmentos temporales muy condicionados. Ella, como hemos advertido en Pane, no rozará a Teodosio González ni a Eusebio Ayala, pero sí a Ramón I. Cardozo y Juan José Soler en lo educativo, zona importante del pensamiento paraguayo por ese entonces.
 
Comprobemos para mayor certeza cómo se van produciendo esos alejamientos del cauce positivista por parte de algunos de los integrantes del 900, labor a la que no permanece ajeno don Viriato. En 1912 Ramón V. Caballero de Bedoya, cuya cultura es esencialmente europea, en el prólogo a Pro-Patria de Cardús Huerta, adelanta preocupaciones por el materialismo histórico, que con posterioridad compartirán Báez, Ritter, Eligio Ayala y Domínguez.
 
En una de las etapas de su formación, logra este último superar su juvenil positivismo y su dependencia de Renan, recayendo, sin muchas exigencias, primero en Boutroux y luego en Maeterlinck. A su vez López Decoud, Gondra y O'Leary, más apegados a los factores literarios y protagonistas ellos mismos, apuntarán vagas preferencias metafísicas y hasta espiritualistas, sin desdeñar su información filosófica. El primero se orientará hacia la Estética de Krause; el segundo llegará a ser impugnador ecuánime de Spencer, y el último, crítico de Schopenhauer por el lado de su negativismo histórico, ha de ser lector, algo más que accidental del «hondo Maeterlinck».
 
 
 
10. POLÉMICA HISTÓRICA
 

La polémica, que se presentía en el aire, viene caudalosa con su carga de tremendismo desde el horizonte de la historia. Al arribo de Díaz-Pérez se han atemperado un tanto los fuegos del escándalo público, pero por debajo de la convivencia social a que obliga la civilidad de las costumbres, subyace, urticante la disensión. El 16 de noviembre de 1902 el estudiante de derecho Juan Emiliano O'Leary -de apenas 23 años- se trenza en impensada y enérgica disputa periodística con el doctor Cecilio Báez, su antiguo y admirado maestro de la víspera.

A medida que la discusión avance irá desarrollándose el disentimiento en torno a la figura del Mariscal López, que en un comienzo no había entrado en la querella. Todo se había reducido a la refutación de la teoría del cretinismodel pueblo paraguayo, expuesta por Báez en consonancia más que con la doctrina positivista con cierto darwinismo social que rozara no pocos aspectos de su prédica.

Pero más que de lopizmoy antilopizmo o de antagónicas posiciones históricas, se trata, nada menos, que de una profunda ruptura generacional, que el tiempo irá definiendo y hasta ubicando en nuevas perspectivas. Para ello la generación que amanece está dispuesta a romper con sus maestros -ahora con el más visible de ellos- porque la tónica y el lenguaje  de la época están requiriendo aprestos más a tono con ella. Y como la historia no ha dejado de ser aquí elemento viviente, se empieza desde ese ángulo, cosa por cierto no demasiado insólita28.

El 9 de enero de ese año -mediante un golpe de Estado- se ha producido el derrocamiento del gobierno de Emilio Aceval, cuyo mandato terminaba el 25 de noviembre de ese año, dejando como saldo trágico el asesinato, en pleno recinto parlamentario, del senador doctor Facundo Ynsfran, una de las esperanzas más firmes para una recomposición institucional. Refiriéndose a su personalidad, así supo calificarlo Freire Esteves:

El doctor Facundo Ynsfran, a la sazón vicepresidente de la República (alude a la anterior presidencia de Egusquiza), sobrino del General Caballero, hombre de energías, médico distinguido y profesor prestigioso de la juventud universitaria, sin vanos ruidos, se elevaba día a día de su rango y adquiría de lleno el primer rol directivo del caballerismo.

 

Una versión personal de los hechos es la que por su lado proporciona el doctor Vicente Rivarola, participante de aquella luctuosa jornada, rechazando acusaciones que se le hicieran. Sus juicios fueron refutados por el doctor Edgar L. Ynsfran, nieto del fallecido estadista29.

Haciéndose eco de las tensiones del ambiente, el Coronel Juan Antonio Escurra -no un caudillejo bárbaro, como suele decirse, sino un estimable jefe militar- al asumir la presidencia de la República, en la  fecha señalada, procede a rodearse de jóvenes intelectuales y a integrar con ellos su gabinete, contándose algunos novecentistas como Antonio Sosa, de 32 años; Fulgencio R. Moreno, de 30; Francisco C. Chaves, 27; Antolín Irala, 25, además del vicepresidente Manuel Domínguez, que tenía 34. El mayor de todos, de 37 años, era el doctor Pedro P. Peña30.

El ya aludido movimiento armado de 1904 -que termina con esa situación- trastorna las bases políticas, mas no las sociales, económicas o culturales, y a su triunfo los carriles impuestos no sufren mayores alteraciones, salvo en el dominio del aparato del Estado y en la continuidad de las exacerbaciones partidarias, en pro o en contra.

El Instituto Paraguayo y su revista, que llevan ocho años de existencia, siguen su marcha. Una vida social activa se cumple en algunos centros de prestigio: el Español, el Círculo, el Recreativo, el Asunceno y el de la Prensa31. Éste es fundado poco menos que de improviso, siendo su primer presidente Adolfo Riquelme -otro novecentista-, igualmente fundador de lo que sería, la Liga Paraguaya de Fútbol32.

En el desempeño de la presidencia de la República, entre diciembre de 1905 y noviembre de 1906, Cecilio Báez procura dar algunas muestras de interés por los problemas de los asalariados y es así como logra arengar a una manifestación obrera en día de efusividades patrióticas. El profesor Francisco Gaona -que fuera militante sindical del magisterio paraguayo- trascribe en un libro suyo el discurso de Báez, de quien dice que «es el primer y único pensador, historiador y político que descubrió la aparición; de la clase obrera en el escenario nacional», olvidándose de  Ignacio A. Pane, Ricardo Brugada (h), Cipriano Ibáñez, Rufino Villalba, y otros no menos políticos y pensadores que compartían peligrosas tribunas y asedios policiales en apoyo de los trabajadores. Carlos R. Centurión -ignorando tal vez el sentido del término- califica a Báez de político de izquierda, cuando la realidad es que, dentro del esquema positivista, no fue otra cosa que un pensador con algunas inquietudes sociales33.

Mientras el joven mandatario de 44 años se entrega a tales meditaciones -más oportunas en la oratoria que en la práctica- en otro lugar de la ciudad y no, muy lejos en la plaza Independencia, otros trabajadores, convocados por una central sindical libre, se reúnen en número de 3000 para escuchar la palabra heterodoxa de Antolín Irala e Ignacio A. Pane, dos respetados líderes republicanos y profesores de la Universidad, al mismo tiempo que se anunciaban contundentes huelgas.

La crítica del profesor Gaona es sumamente severa para con el régimen instaurado por aquella revolución, del cual el doctor Báez seguía siendo -pese a divisiones internas- un acatado doctrinario. Censura Gaona a esa generación intelectual gobernante que «desde el primer momento se mostró hostil ante la clase obrera sindicalmente organizada». Por su parte, intelectuales independientes como el doctor Alfredo Osorio y el profesor Abel Delgado -prosiguiendo una línea iniciada por el predicador libertario y criminalista italiano doctor Pietro Gori, a su paso por Asunción, en 1901- actúan junto a los dirigentes obreros desde antes de 1906, época por la que Barrett no ha adherido aún a la lucha proletaria34.

Por aquel entonces la población puede leer -según la Guía General, que es la publicación más autorizada del momento- 7 diarios, 13 periódicos (10 en la capital y 3 en la campaña) y 6 revistas. Un hecho relacionado con el periodismo, ocurrido durante el mandato de Báez, merece consignarse. O'Leary, en el ejercicio de su actividad de periodista, recibe la confidencia de un representante del pueblo acerca de los motivos que ha tenido el Congreso para tratar y decretar, en sesión secreta, el estado de sitio. La Cámara de Diputados comisiona a su secretario, don Federico Celada, para que con un empleado policial se traslade a la vecina localidad de San Lorenzo de Campo Grande -donde reside O'Leary- para hacerlo comparecer ante dicho Cuerpo legislativo y así pueda éste tomar conocimiento del nombre del diputado que brindó la información.

A su vez el magistrado electo, General y doctor Benigno Ferreira, con la mediación de don Juansilvano Godoi, se reúne con periodistas adversarios, censores suyos unos, y otros no tanto, entre quienes se hallan Daniel Codas, O'Leary, Modesto Guggiari, Pane, Rufino Villalba y Daniel Jiménez Espinosa, que es quien redacta la crónica de la reunión, la cual resulta infructuosa35.

Entre Los Sucesos y La Patria se desata una feroz polémica, con agravios personales, de la que son protagonistas el director de aquel diario, Eugenio A. Garay y Juan E. O'Leary, quien, es acusado de orate lopizta. Éste, en su respuesta, adjudica pro-mitrismoa su contendor36, grave acusación, como la anterior, a los ojos de muchos.

A O'Leary le toca hablar en el cementerio de la   Recoleta ante el panteón del vencedor de Curupayty, en el 40 aniversario de esa batalla. Fuertemente custodiada por la Guardia de Seguridad, la multitud se congrega en el camposanto para rendir homenaje al General Díaz, único prócer hasta entonces no interdicto37. Al año siguiente, en el mismo sitio y por idéntico motivo, en instantes de ser mencionado el Mariscal López -cuya leyenda negra, estaba en todo su hervor- la concurrencia es dispersada a palos y sablazos. Procedimiento persuasivo, sin duda, destinado a solucionar diferencias históricas.

 


 11. VIAJEROS Y CONTORNO CULTURAL

Dan la nota amable, como siempre, los viajeros que vienen del sur en busca del cálido recibimiento de nuestro otoño. Así se anuncia para mayo de ese 1906 la llegada del mencionado Alberto Ghiraldo, según telegrama fechado en Buenos Aires. Los biógrafos de este escritor no consignan dicho viaje. También, aunque por separado, prepara su venida el viejo luchador socialista argentino Adrián Patroni38.

Poco después, mediados de junio, lo hace Roberto J. Payró, redactor de La Nación, conocido hombre de letras y comediógrafo. Su vinculación con el Paraguay ha sido más importante de lo que a simple vista parece. La mayoría de los que sobre él escribieron -incluyendo autores modernos- se han referido, aunque esporádicamente, a su primer viaje de 1886. Sólo a una Cronología lo incorpora González Lanuza. En cambio cita este hecho Germán García, quien recuerda que Novelas y fantasías,  terminado en 1887, se  formó con «narraciones escritas en Asunción del Paraguay, Córdoba y Temperley». Asimismo alude a la influencia del ámbito paraguayo en El Capitán Vergara, obra hasta ahora sin reedición.

En amplio recuento bio-bibliográfico, Stella Maris Fernández de Vidal registra el viaje de 1886, así como la cantidad de libros de Payró hasta su arribo a la Asunción: nada menos que trece, destacándose cinco piezas de teatro. Señala que uno de los cuentos de Scripta se denomina El Palacio de López. Por su parte W. G. Weyland indica el influjo de Zola en los relatos de Scripta y Novelas y fantasías.

Como se advierte, nadie se ha ocupado de esta segunda permanencia, que es contemporánea de la primera edición de El casamiento de Laucha. Y en verdad esta tiene más relevancia que la anterior, en la que pasó desapercibido, quizá por la poca edad de don Roberto: 20 años. En el Paraguay, esta de 1906 tiene su repercusión.

Uno de los principales diarios asuncenos encabeza con su nombre la noticia de su llegada, informa que pasará una temporada en la villa de San Bernardino, lo califica de «reputado escritor argentino» y agrega que es autor de la obra teatral Sobre las ruinas. Con fecha 1.º de julio Payró envía correspondencia a propósito del reciente libro Alberdi a la luz de sus escritos (1905), de su connacional el periodista Mariano L. Olleros, residente en Asunción. Ahí dice don Roberto algo que con los años no ha perdido vigencia: «Los libros paraguayos se desconocen casi completamente en la Argentina». (Falta apenas un mes para la venida de Viriato Díaz-Pérez).

Resulta paradójico comprobar que mientras los  biógrafos de Payró no se enteran de este viaje, los diarios asuncenos no hacen la más mínima referencia al primero. Es de creer que esa fugaz presencia suya habría de estar vinculada a la representación que al año siguiente se hará de algunas de sus piezas. Este propósito queda concretado el 6 de julio de 1907 en que la compañía Zárate-Arellano, procedente de Montevideo, estrena Marco Severi; el 23 subirá a escena con Sobre las ruinas, ofreciendo finalmente El triunfo de los otros. Josefina Plá sólo menciona de pasada esta actuación39.

Silenciosamente, pero no tanto como para que algún cronista no lo sepa, se produce la breve visita del doctor Ernesto Quesada, historiador e internacionalista, el 22 de setiembre, según El Diario de tres días después. El doctor Quesada ha publicado un libro de mucha importancia sobre las relaciones entre ambos países. Este publicista argentino integra, con Adolfo Saldías y Cecilio Báez, el grupo que iniciara, entre 1885 y 1890, el revisionismo histórico rioplatense. Una calle del barrio residencial de Villa Morra, lleva hoy su nombre40.

La Biblioteca Nacional, de la que Viriato Díaz-Pérez llegará a ser director, originada por decreto promulgado el 21 de setiembre de 1887, bajo el gobierno del General Escobar (1886-1890) -y no en 1869, 1909 o 1913, como sin fundamento alguno se ha dicho- «cuenta actualmente con 5424 volúmenes, sin incluir una gran cantidad de folletos, revistas, etc., encuadernados. El número de libros consultados durante el año 1905 fue de 5208 por 5516 lectores», cifras éstas proporcionadas por la Guía General aludida.

Debe indicarse que el único recuento existente  hasta esa fecha lo ha editado la misma Biblioteca Nacional, aunque cinco años antes de una de sus supuestas fundaciones (la de 1909), fenómeno éste que tendrá que estudiar quien se dedique alguna vez a historiar la inédita evolución de nuestra bibliotecografía. En ese folleto se muestran 4592 asientos bibliográficos, de los cuales no llegan al centenar los que corresponden a autores paraguayos. Pero también hay una sorpresa previa: el reglamento de la institución es de 1901.

El mismo año de la venida de don Viriato, con el encabezamiento de Bibliografía Paraguaya, es puesto en circulación, y en grueso volumen el catálogo de la biblioteca privada de don Enrique Solano López. A estos dos aportes locales debe sumársele el que en 1904 hiciera conocer José Segundo Decoud, impreso en los Estados Unidos.

El director de la Biblioteca Nacional, don Juansilvano Godoi, rinde el informe de rigor, que además de difundirse por los periódicos es incluido en la Memoria ministerial y al año siguiente (1907) reunido en opúsculo.

Es necesario aclarar -porque en nuestros días los datos continúan debatiéndose en la confusión- que tanto la Biblioteca Americana como el Museo de Bellas Artes, aunque subvencionados por decreto desde 1910, fueron siempre propiedad de don Juansilvano Godoi, fallecido en enero de 1926, y nunca cedidos al Estado, ni la biblioteca mezclada con la Nacional. Al concretarse la venta del Museo al gobierno, en 1940, los herederos acordaron la donación de la Biblioteca Americana, refundida después en informe montón y sin catalogación alguna, tornándose hoy día  imposible un reconocimiento de su fondo originario41.

Otras bibliotecas tienen también su petite histoire, que vale la pena no desdeñar. La del Colegio Nacional contaba a fines de 1878, o sea dentro del tiempo de su inauguración, con 54 volúmenes, cantidad acrecentada dos años después con los libros de texto adquiridos en Buenos Aires por el doctor Benjamín Aceval, su virtual fundador. En ese 1880 el total ascendía a 680, aumentado en el siguiente a 1003. Una década más tarde tenía 1845 volúmenes. En cuanto a la Biblioteca de la Universidad, se sabe que «sigue cumpliendo con satisfacción el importante rol que [le] corresponde en el mecanismo de la Institución Universitaria, habiéndose enriquecido con la adquisición de importantes obras, especialmente relativas a las ciencias médicas».

Si pasamos a las bibliotecas populares -cuya subsistencia ha resultado aquí problemática- hallaremos las siguientes noticias, que comprenden tanto a la capital como a las zonas rurales: Asunción, Biblioteca Popular Parroquial; Villa Rica del Espíritu Santo, la patrocinada por la Sociedad Unión Estudiantil; Carapeguá, por la Unión Popular; Luque, por la Escuela Graduada. Además, funcionaba en Pilar un Centro de Lectura y Biblioteca, y en la Colonia Cosme, fundada en 1896 por australianos a orillas del Pirapó, otra con 1800 volúmenes.

Indudablemente, a esto se refiere el doctor Báez cuando expresa en uno de sus libros:

Hasta la fecha no existe la idea de crear bibliotecas populares, que tanto abundan en los demás  países, principalmente en la Europa Occidental y en los Estados Unidos.

Aparte de las de la Universidad y del Colegio Nacional, recuerda a las del Congreso, la Casa de Justicia y el Ministerio de Relaciones Exteriores. En lo particular hubo también una en el Instituto Paraguayo, según Pérez Acosta42.

Los cultores de las letras están de parabienes, pues hay tres editores: Hans Kraus, con sus Talleres Nacionales; Manuel W. Chaves, que comparte esos afanes con los de la docencia, imprimiendo con su sello libros y guías de interés general; don Juan E. Quell, de la Librería Nacional, que en 1908 hará conocer la segunda edición (primera local) de los Episodios de Bermejo; Muñoz Hermanos, libreros, bajo cuyo signo han aparecido, en dos volúmenes los Anales diplomático y militar, en realidad memorias de la guerra escritas por don Gregorio Benites, figura ilustre de nuestro romanticismo. Por ese año de 1906 hallábanse funcionando en la capital 13 talleres de tipografía, 5 de los cuales trabajaban para firmas editoras43.

Una editorial, y a la vez comercio de libros, que a fines de siglo tuvo su importancia fue la de A. de Uribe y Cía., que imprimía sus títulos en Madrid. Su colección Biblioteca Paraguaya llegó a completar once volúmenes en cinco autores; Félix de Azara, 2; Patricio Fernández, 2; Mathías Anglés y Gortari, 1; Blas Garay, 1; Nicolás del Techo, 5. Además propició la difusión del capítulo sobre el Paraguay de la Geografía Universalde Elisée Reclus -traducido y prologado por Olascoaga- y Breve resumen de la historia del Paraguaypor Blas Garay ambos fuera de serie.   Juntamente con las librerías que son casas editoras, aunque sin participar de esta actividad, cabe recordar a la de Pedro Trasfí44.

Los anaqueles de esas casas brindan, entre otras y no escasas de procedencia extranjera, obras nacionales de Báez, Héctor L. Barrios, Godoi, Goycoechea Menéndez, Mosqueira, Olleros y José Rodríguez Alcalá. Este último, en el capítulo dedicado a La intelectualidad paraguayahace el siguiente resumen:

Cómo se ha ido formando. Influencia de la política sobre ella. Estado de la instrucción a raíz de la guerra. La piedra angular de la intelectualidad paraguaya. El Colegio Nacional y su obra. La facultad de derecho. Los primeros intelectuales formados en el país.

 En el destinado a Libros y autoresse trascribe este sumario tan ilustrativo como el anterior:

La producción literaria y científica. La trilogía: Báez, Domínguez, Gondra. Los historiadores. Los poetas. Los prosistas. Los pedagogos45.

Antes de finalizar el año, como se ha dicho, los cívicosasumen el poder, pero quienes comandan el grupo son hombres de otra época. Entre los principales dirigentes están; con sus fechas de nacimiento: el General Ferreira (1846) y don Antonio Taboada (1848), que tienen ya 60 y 58 años, respectivamente. Otros no menos significativos son bastante mayores: Pedro P. Caballero, de 52; Amancio Insaurralde y Fabio Queirolo, de 44, la misma edad que Báez. Uno de los más jóvenes es Adolfo Soler, de 37. Quienes se les enfrentan son los nacidos entre 1870 y 1880: Albino Jara, 29 años; Adolfo Riquelme, 30; Gualberto Cardús Huerta, 28; Eusebio Ayala, 31; Ramón Lara Castro, 33. Estos nombres figuran entre los firmantes del manifiesto revolucionario del 4 de julio de 1908.

A pesar de la anotada disparidad de edades, Goycoechea Menéndez, inicialmente, y luego Díaz-Pérez, simpatizarán con esa selecta minoría de intelectuales, a la vez que de políticos imprácticos, que son los cívicos. El primero fue confeso panegirista del General Ferreira, mientras que el segundo, con los años, ha de evocar su amistad con el referido militar y doctor. En carta de 18 de abril de 1954, dirigida desde Villa Aurelia a su amigo el profesor Pastor Giménez, recuerda: «...fui cívico, gran amigo del General Ferreira. Y crea que la caída, el 2 de julio, fue una fecha deplorable para la historia patria».

Digamos finalmente, insistiendo en la comprobación de un evidente fracaso generacional en el plano político y dentro de su época (la presidencia, muy posterior, de Eligio Ayala, ya no pertenecerá a esos niveles) que la mayoría de los novecentistas, en esos diez años de comienzos de siglo, no conocerá las mieles del poder -siempre que hipotéticamente pudieran ser tales- y sí las consecuentes amarguras del destierro, proceso a veces casi inmediato, hasta el recordado 4 de julio de 1908, en que los cívicos son desalojados a cañonazos y empieza a remontar la estrella del mayor Albino Jara, convertido en coronel mediante acelerados y sugestivos ascensos, más un generalato que en última instancia, y afortunadamente, no pudo concretarse.  Jara, un novecentista nato, ha frecuentado las aulas universitarias y hasta atendido una biblioteca.

Acotemos que por aquel 1906 son senadores Teodosio González, Fulgencio R. Moreno y Arsenio López Decoud, y diputado Adolfo Riquelme. Como concejal municipal se desempeña -hecho curioso aunque no infrecuente- el mencionado periodista argentino Olleros, adicto a los cívicos, quien en el transcurso de los meses habrá de regresar a su país, luego de ocho años de residencia en el Paraguay46.


 

12.  VÍSPERAS Y LLEGADA

 

Tal el ámbito cultural, social y político -tan extensa como pormenorizadamente expuesto- al que se incorpora, en el invierno de 1906, don Viriato Díaz-Pérez, venido de Madrid de sus claustros universitarios, de sus tertulias literarias y su periodismo, a esta ensimismada ciudad del sur de Sudamérica, que era la Asunción de entonces, capital de 80000 habitantes para un país agrario de 650000, de acuerdo a la Guía General.

Su paso por las aulas ha sido este: 1890-91, bachiller graduado en el Instituto Cardenal Cisneros, de Madrid; 1898 (23 de noviembre), Licenciado en Filosofía y Letras; 1900 (22 de junio), Doctor en dicha disciplina. El 27 de noviembre de ese año presenta su tesis doctoral: Naturaleza y evolución del lenguaje rítmico, que es aprobada con nota de sobresaliente. Hace sus primeros estudios en la Facultad de Derecho, habiéndosele aceptado su posterior solicitud de  equiparación de asignaturas, pasando así a la de Filosofía. La información proviene de las investigaciones efectuadas por su hijo Rodrigo en el Archivo Histórico de la Universidad Complutense47.

Sus padres eran: el publicista extremeño don Nicolás Díaz-Pérez y doña Emilia Martín de la Herrería, también escritora. Había nacido en la capital española el 6 de julio de 1875. Un escrito suyo titulado Fernán Días en Paradox, está datado ese día y año, y comienza: «Antes de vivir en Paradox, me llamaba Fernán Días». Otro artículo se denomina: La muerte de Fernán Días.

Al final de página del primero hay una llamada en la que se aclara que esos son la fecha y el lugar de nacimiento de don Viriato. Se trata, pues, de un notorio seudónimo, con el que firmara numerosas notas en las revistas paraguayas. Este testimonio personal, de por sí concluyente, invalida la información de una guía biográfica, que lo hace aparecer como naciendo en 1887, a una distancia de doce años48.

Don Viriato es, por consecuencia, en el Paraguay, coetáneo de Eusebio Ayala y Silvano Mosqueira; en nuestra América de Florencio Sánchez, Herrera y Reissig, Larreta y Chocano, y de Antonio Machado en la península49.

La lejanía no ha sido impedimento para que se lo conozca. Su primo Herib Campos Cervera -emparentado por los Herrería- lo ha contactado epistolarmente con Manuel Domínguez, por entonces hombre de consejo y predicamento. El 24 de mayo de 1902 éste le escribe a su amigo Campitos, residente en Madrid, anunciándole que se ha efectivizado la designación consular de don Viriato. Dice así el maestro paraguayo:

 

El simpático señor Viriato Díaz-Pérez es ya cónsul general. Me he empeñado en que lo sea, en la seguridad de que ha de ser un buen amigo del Paraguay. Las cartas patentes las recibirá por intermedio del Ministro Machaín. Felicítale en nombre de tu afso. y s. s. s.

 Al mes siguiente, el 18 de junio, vuelve Domínguez a dirigirse a Campitos, pidiéndole su mediación ante el doctor Díaz-Pérez, a fin de conseguir un libro que le hace falta para completar sus estudios sobre los límites del Paraguay y Bolivia, obra que no se encuentra en Buenos Aires ni en Río de Janeiro. Hay por último un acuse de recibo del 20 de enero de 1903, en el que a su vez Domínguez contesta una carta del 17 de julio del año anterior, por medio de la cual don Viriato le agradece su designación. El destinatario termina con estas palabras:

Nada tiene que agradecer. Bien merecido es el nombramiento. Con su clara inteligencia y su actividad prestará grandes servicios al Paraguay50.

No está de más agregar, con relación a aquellas funciones consulares, que efectivamente, por interés de Domínguez, el día antes, 23 de mayo, se había expedido el decreto correspondiente, que lleva las firmas del vicepresidente de la República, en ejercicio del Poder Ejecutivo, don Andrés Héctor Carvallo, y de Manuel Domínguez, su canciller51.

En el Registro Oficial se incluye otro decreto, de fecha 19 de octubre de 1903, por el que se deja sin efecto el anterior del 24 de mayo de 1902, sin conocerse los fundamentos reales de tal disposición. Los mandatarios no son los mismos porque el documento está rubricado por el Presidente Escurra, refrendándolo su ministro de Relaciones Exteriores, Antolín Irala. En la vicepresidencia continúa Domínguez. Es probable que esta resolución no le haya sido comunicada con tiempo, pues don Viriato figura con su cargo de Cónsul del Paraguay en el ensayo sobre Movimiento intelectual, que es de abril de 190452.

Como puede suponerse, el primero en recibirlo en suelo paraguayo es su inquieto cuñado Herib, ya casado con Alicia Díaz-Pérez, bella joven que resistiera a pie firme los melancólicos asedios del no menos joven poeta Juan Ramón Jiménez, leal amigo de Viriato. Sobre esta hermana no hay más referencias concretas que las contenidas en los recuerdos de Cansinos Assens, en la correspondencia de Rodrigo Díaz-Pérez con el autor de este trabajo y en dos aportes de Óscar Ferreiro, vinculados al segundo Herib53.

Herib, o sea Campitos-diminutivo que heredará el hijo- ha inventado su Rancho de la Filosofía, especie de Jardín de Academus campesino, en San Lorenzo Ñú Guasú (del Campo Grande), donde se extiende el solar de Campos Cervera. Allí se instala Viriato, sahumado aún de evocaciones y reminiscencias madrileñas. De acuerdo al testimonio de Juan Silvano Díaz-Pérez, asimismo escritor, en cartas dirigidas a su hermano Rodrigo desde su exilio en Foroosa (Argentina), el 10 y 26 de agosto de 1966, el arribo de don Viriato -según propia confesión- se produce el 10 de agosto de 1906, pasando de inmediato a residir en aquella localidad.

Se presume que esta permanencia no dura más allá de diciembre de ese año, en que es nombrado jefe del Archivo Nacional y enseguida redactor-jefe de la Revista del Instituto Paraguayo, ocupaciones que, por supuesto lo retenían a fullen la capital. En las citadas cartas se agrega que don Viriato asistió a la toma de posesión del mando por el General Ferreira, el 25 de noviembre. Con firma Juan Silvano Díaz-Pérez, por escucharlo de su padre, la amistad que uniera al joven profesor español con el presidente paraguayo y la circunstancia de haber sido éste quien le proporcionara la primera cátedra que desempeñó en el país54.

Son los tiempos de oro de la población sanlorenzana, cuyos 12 kilómetros de la Asunción se acortaban mediante el pomposamente denominado tranway a vapor, que hacía, desde el puerto dos viajes de mañana y otros dos de tarde, a estar a lo informado por la Guía General.

Frente a la plaza vive O'Leary con su familia y a visitarlo van, entre otros, Fulgencio R. Moreno y el doctor Rodolfo Ritter. Poco más allá, el veterano de la guerra, telegrafista y pintor Saturio Ríos, discurre fuera del mundosu mansa ausencia de razón, en tanto que el Coronel José María Romero, inmediato vecino, con la modestia propia de los héroes verdaderos, narra sus hazañas en aquella contienda.

A escasa distancia han de escucharse las voces y los gritos de siempre: es que dos clubes locales de fútbol, el 10 de Agosto y el South America, empiezan a sacarse más chispas que el famoso trencito. Vence el primero por 1 a 0. En tanto don Viriato sigue leyendo  imperturbable bajo los naranjales de octubre, que han arreciado su lluvia de azahares55.

El domingo 19 de agosto de dicho 1906, el semanario El Liberal- no confundir con el diario del mismo título que se editará a partir de 1912- del cual es uno de los redactores el joven poeta, duelista y fogoso tribuno Gomes Freire Esteves, saluda en términos laudatorios su presencia56. Por razones derivadas de su retraimiento don Viriato tarda en enterarse; al hacerlo contesta con su habitual sencillez, invocando su condición de ex cónsul, que mucho parece enorgullecerlo57. No está de más recordar que en un lejano trabajo: Árboles raros, dado a conocer en La Ciudad Lineal, de Madrid, y que su hijo Rodrigo considera como raro, nuestro autor ya mostraba la obsesión de venir al Paraguay, cuando quizá no existiera todavía la posibilidad de embarcarse58.

Y ahora toca preguntarse: ¿Quiénes reciben aquí a don Viriato? Como no podía ser de otro modo, y con los brazos abiertos, los novecentistas, sus contemporáneos, y, en muchos casos, sus coetáneos. En verdad, él es por entonces ocho años menor que López Decoud, siete que Domínguez, cuatro que Gondra, tres que Guanes y Moreno, de la misma edad que Eusebio Ayala y Mosqueira y por otra parte, tres años mayor que Cardús Huerta, cuatro que su cuñado Herib, O'Leary, Eligio Ayala y Marrero Marengo, cinco que Ricardo Brugada (h) y Pane, once que Freire Esteves y diez que Carlos García, cuya muerte violenta, ocurrida el 13 de enero de 1906, a los 21 años, ha causado honda conmoción.

 

Cuadro comparativo IV

Mayores

Menores

López Decoud, 1867

Cardús Huerta, 1878

Domínguez, 1868

H. Campos Cervera, 1879

Gondra, 1871

O'Leary, 1879

T. González, 1871

Eligio Ayala, 1879

Moreno, 1872

Marrero Marengo, 1879

Guanes, 1872

R. Brugada (h), 1880

Pérez Acosta, 1873

Pane, 1880

 

Soler, 1880

Iguales

C. García, 1885

Eusebio Ayala, 1875

Freire Esteves, 1886

Mosqueira, 1875

 
 

Como Blas Garay (1873-1899) lo había hecho en el sector republicano, Carlos García, desde el liberal, intentará la superación de los lineamientos políticos tradicionales, basados en las banderías y el caudillismo, por otros de matiz doctrinario más en consonancia con el avance del siglo. Un revisionismo ideológico si no drástico por lo menos programático, iniciarán más tarde, e igualmente sin éxito, dos de los más lúcidos exponentes de aquellas corrientes de opinión: Ignacio A. Pane (1880-1920) y Lisandro Díaz León (1889-1928).

Posiciones extremas habían llevado a dirimir por las armas la común intransigencia juvenil: García, próximo a los radicales; Freire Esteves, un poco más cerca de los cívicos. Los dos obsesionados por el triunfo de un socialismo, extraño, que cantara en versos modernistas el segundo de ellos.

Los Sucesos, del mismo día, deplora esa muerte tan sorpresiva como inútil: «Un buen amigo -dice el  suelto titulado La tragedia de hoy-, un excelente y modesto joven, ha muerto esta mañana, fusilado como un salteador de caminos». Rafael Barrett, con experiencia europea en lances de honor, publica en El Diario del 26 de enero su glosa Los prudentes, que de inmediato es respondida por Diógenes con su artículo Los duelistas. Se suscita, asimismo, en el Centro Español, un serio incidente entre Barrett y Miguel Guanes, uno de los padrinos.

José Rodríguez Alcalá evoca así a su coetáneo:

... aquella otra poderosa inteligencia que se apagó en el cerebro de Carlos García al caer éste muerto en un caballeresco duelo, al que lo arrastraron los infaustos apasionamientos de su austero doctrinarismo político.

Ocasional contrincante e involuntario matador, Gomes Freire Esteves desempeñaba, en momentos del suceso, un cargo en la administración pública al que renuncia el 8 de diciembre de dicho año. El 31 del mismo mes se lo designa, por decreto, agente de propaganda en Europa, de donde vuelve para integrar, en febrero de 1910, el núcleo redactor del diario independiente El Nacional. Como se verá después escribió en París poemas de intención modernista superiores a los incluidos en su primer libro de prosa y verso.

Transcurrido el tiempo, Freire Esteves aludirá a aquel dramático acontecimiento, tratando de explicar su sentido:

Era el primer tributo a una serie de fatalidades históricas que estaban para desencadenarse   en la República al embate de ciegas fuerzas sociales que trabajaban el ambiente y de que ni siquiera se daba cuenta la juventud, desde los nebulosos días del triunfo de la revolución. Aquel drama inesperado hubo de dar a la oposición un arma de lucha.

Don Viriato no alcanzó a conocer a Carlos García, pero sí a su hermano Federico (1892-1923), intelectual como aquel y de idéntico y trágico destino. Además de haber puesto prólogo a un libro suyo, hará apoco de su muerte, el 6 de junio de 1923, una sentida semblanza59.

Es en esa realidad desconocida, movediza -a pesar de su aparente quietismo-, que comienza la actuación del joven doctor madrileño. Nuevas luces se anuncian, a cuyo advenimiento él no ha de permanecer ajeno. El movimiento literario, bibliográfico y editorial que se venía registrando, acrecentado por las actividades teatrales y periodísticas, servirá como demostración de que la atonía del ambiente era apenas superficial. Hay que decirlo de una vez por todas, aunque esto desilusione a quienes están acostumbrados a la subestimación crítica de la cultura paraguaya de época.

Semejante suposición ha hecho creer (ya veremos lo concerniente a la poesía) que la narrativa modernista arranca, en nuestro país, de 1913, cuando la verdad es muy otra. Ya el 2 de mayo de 1906 -tres meses antes de la llegada de don Viriato- Los Sucesosse dirige A los jóvenes, invitándolos a participar en un concurso de colaboraciones literarias, que se propone abrir con el posterior pronunciamiento de un juryencargado de la selección. En caso afirmativo los artículos o colaboraciones serán pagados a razón de 50 pesos cada uno.

Allí se publican, luego de la edición de su novela Ignacia, entre abril de 1906 y julio de 1907, numerosos relatos de José Rodríguez Alcalá, así como de Leonardo Solar, Heriberto Ferrer (no identificados) y Fortunato Toranzos Bardel.

Otro certamen, aunque esta vez para la producción teatral, lo organiza la Compañía de Zarzuelas Sanchiz; del mismo da cuenta El Diariodel 18 de setiembre a pesar de llevarse a cabo un mes más tarde. El 20 de noviembre se da a conocer el resultado con el primer premio obtenido por La cámara oscurade Alejandro Guanes. También recibe recompensa la comedia de Augusto Loredo: Luchar por una casaca, según noticia de Los Sucesos del 28 de enero de 1907. Esta obra fue editada, no así la anterior.

En cambio, otra pieza similar: Enciclopedias, de Héctor L. Barrios, no obtiene premio, pero es incorporada por el autor a su libro Guijarros (1906). Tres días después de aquella fecha dicho diario recuerda que había sido presentada a un concurso abierto por la Compañía Iglesias, En ese 1906 suben a escena 16 obras, y 28 en 1907.

No dudamos que todo esto contribuirá a aclarar la finalidad de la lucha que ha comenzado a librarse y que no será -como se ha venido diciendo- en oposición al modernismo, sino contra ciertas formas de decadentismo, literario y social, en lo que podía tener de aleación exótica. Y precisamente tal inquietud se produce cuando aquella generación demuestra estar preparada -en una de sus alas más tenaces y aguerridas- a combatir los resabios del desarraigo y las  consecuencias de una reiterada frustración nacional.

La atracción de las modas lejanas es fuerte y de alguna manera los novecentistas -pues de ellos se trata- no la desdeñan. Por eso podría justificarse su ademán prevenido -que mantuvo por más tiempo que el necesario la vigencia del posromanticismo- al que conviene relacionar, igualmente, con esa aspiración de que en la drástica tarea de rescatar o resucitar al Paraguay de entre sus ruinas guerreras, ninguna novedad que los sustrajera de lo propio debía distraerlos. Sin embargo el modernismo en sí, como movimiento de raíz americana (no tanto por sus luces francesas) ha de iniciar pausada, subterránea y hasta inadvertidamente su penetración, mucho antes de lo que se ha afirmado sin discernimiento alguno60.

 

13. EL MODERNISMO Y SUS ADELANTADOS

El ambiente queda conmovido ante la presencia de Goycoechea Menéndez, en un comienzo más por lo que significa su persona que por el impacto de su literatura, Esto último se producirá después al sumar sus temas históricos en las vísperas del tercer revisionismo (debe reconocerse que es, a su modo, un precursor), notándose recién con el tiempo no muy prolongado, el contagio de su prosa, o, mejor dicho: de su estilo.

Desde un primer momento el poeta atrae la atención -un poco por ciertos rasgos originales de su carácter- en particular de sus coetáneos, los novecentistas. Ni bien llegado canjea floreos con Domínguez desde La Patria, donde bajo fuerte impresión de simpatía  lo reciben y prohíjan don Enrique Solano López y O'Leary, quien ha evocado su repentina presentación en aquella, fría tarde de junio de 1901. Enseguida ingresa a la redacción de El Paraguay, escribe sobre motivos patrióticos paraguayos y pronuncia en la sala de actos del Instituto -tribuna de alto prestigio- una rara conferencia sobre su país, joya bibliográfica hoy en olvido.

Nacido en la capital de la provincia argentina de Córdoba el 14 de agosto de 1877, era por consecuencia comprovinciano de Lugones -que le llevaba tres años- y, como éste, discípulo del poeta posromántico y promodernista Carlos Romagosa. Dos pequeños volúmenes constituían toda su obra: Los primeros (1896), una serie de semblanzas, donde aún se advierten concesiones ambientales y que a pesar de todo mereció el beneplácito de Groussac, lo que no es poco decir, y Poemas helénicos (1899), prosa exótica y artística elogiada, por Pierre Loüys, que lo ubica en la nueva tendencia. En Buenos Aires se suma al grupo de intelectuales que, herederos de Darío, acaudilla, humorística y un tanto irónicamente, el célebre alienista José Ingenieros.

Insólita resulta su aparición en el Paraguay. Inquieto, fumista, brillante, participa de la revolución de 1904 (dicen que en la sanidad), se va, vuelve, inventa su vida y otras vidas y al fin se aleja. El 27 de octubre de 1905 -le ha durado mucho el anclaje, sin retorno a su tierra- pone en manos de O'Leary, con expresiva dedicatoria (lo llama hermano en el arte y el ideal) el primer ejemplar de Guaraníes, primer breviario modernista que circula impreso entre nosotros y editado aquí, en el que anuda relatos y poemas en prosa.

El 1.º de diciembre, de paso para París, envía una postal desde Lisboa. Durante su permanencia hace conocer algunas poesías que no alcanzan la altura de sus otras producciones. Mientras tanto, como cumpliendo un rito ambulatorio, el poeta sigue de París a La Habana, en escasos meses. En su ausencia, Los Sucesos -del que ha sido redactor- le publica Safo, el 6 de abril de 1906, e, Ibis Alba, el 21 del mismo mes y año. A su vez El Diario del 14 de febrero ha transcripto de La Democracia, de Montevideo, La noche antes, su más bella y honda prosa poética sobre el martirologio de Cerro Corá, que aún en nuestros días ningún paraguayo podrá leer sin emoción.

Al celebrarse el primer aniversario de la inauguración de Los Sucesos, en agosto de aquel año, se lo recuerda como a «escritor brillante y delicado». Conocida la noticia de su muerte, que ocurriera en Mérida del Yucatán, México, el 4 de julio de 1906 -a consecuencia de la tifoidea contraída poco después de llegar procedente de Cuba- el periódico traza su panegírico con estas palabras: «Nuestra hoja está de duelo, lo está por sí misma, porque guardaba estrecho parentesco espiritual con aquel artista», y agrega: «Ya nuestras tradiciones paraguayas no tendrán quien las cante en períodos de oro, que valen por la más ricamente cincelada estrofa». Señala que «nuestras leyendas ejercieron sobre él una sugestión irresistible» y recuerda que cruzó todo el territorio nacional hasta el Aquidabán, «en cuya orilla evocó el episodio final de la gran contienda del 65». Termina diciendo que «su muerte nos abruma».

Por su parte El Diario del 21 de agosto, al recoger la información venida de México, lo trata de   «amante y admirador de las tradiciones y las glorias nacionales»; en su edición del 23 de octubre lo califica de «raro molde humano, en cuyo cerebro había palpitaciones geniales, episodios murguescos sublimes», eso en alusión a su inveterada bohemia. Se cierra el suelto con la afirmación de que «en el pensar y vivir fue Goycoechea Menéndez el reverso de sus comprovincianos». En tanto los jóvenes de El Liberal, recordando quizá sus contradicciones, se empecinan, aun el 26 de agosto, en no creer en su muerte.

Es Goycoechea Menéndez el más seguro suscitador del modernismo que como novedad literaria y movimiento intelectual permanecía como incubado desde los tiempos en que Francisco L. Bareiro, allá por 1898, se exhibía como un entusiasta lector de Azul -revelado por Gondra- y un algo incipiente, y después decaído, de Prosas Profanas. Transcurridos tres años, las perspectivas han de ser otras. A ello contribuirán algunos periódicos (especialmente Los Sucesos) y, en forma decisiva, la posterior actuación de Barrett, que cubre desde distinto nivel la ausencia del poeta argentino61.

Como quedara dicho, entre fines de 1904 y enero de 1905 Barrett entra en la Asunción, pero antes habrá que recapitular sobre su fugaz estada en Buenos Aires. Así lo recuerda Manuel Gálvez, en cuya revista Ideas -que dirigía con Ricardo Olivera- colabora nuestro escritor a la aparición del primer número, el 1.º de mayo de 1903. Por esa fecha se realiza su visita a la casa de Gálvez, que éste relata en sus memorias. En el prólogo al epistolario del maestro (una denominación de los obreros montevideanos, que mucho agradecía), su viuda doña Francisca López Maíz, dice que «vino  con el doctor Bermejo a Buenos Aires, en 1904» y que el director de El Tiempo, de aquella capital, don Carlos Vega Belgrano, le ofreció la corresponsalía de ese diario en la Asunción. Añade que estuvo aquí, sin puntualizar si antes o después de la revolución. No olvida su vinculación con el General Ferreira y los jóvenes intelectuales en Villeta.

Un reciente autor, Vladimiro Muñoz, confirma, recogiendo declaraciones del propio Barrett, el dato proporcionado por Gálvez; fija en octubre, (de 1904) la llegada al Paraguay y su desembarco en Villeta. Hace saber que sus primeros escritos se publicaron en Los Sucesos y La Patria, en este diario firmó con el seudónimo de Teobaldo. Ratifica su colaboración en Rojo y Azul -el combativo semanario de Rufino Villalba- aunque ignora las que acogieron El Diario y El Cívico. Tampoco alude a los cargos administrativos que desempeñara y a los cuales nos hemos referido en detalle.

La posición de Barrett con respecto al modernismo está manifestada en su respuesta a dos artículos difundidos por la prensa asuncena a raíz de su comentario a tres obras de Vargas Vila, encabezada con el apellido del escritor colombiano, a quien califica de «periodista obstinado y ruidoso, de ideas descarnadas pero firmes; de idioma bárbaro y pobre». En la otra contestación que titula Vargas Vila y el decadentismo, hay algunas menciones concretas -estos artículos deben situarse entre 1905 y 1907- expresadas de modo muy particular.

No puedo concluir la maravillosa Sonatina   de Rubén Darío sin que se me llenen los ojos de lágrimas. Mis nervios funcionan.

Y más adelante agrega que:

es indispensable estudiar la lengua, poseerla a fondo en su espíritu íntimo y familiar, en su historia y en su rumbo. Es indispensable servirla, amarla, acariciarla con adoración constante. Ella responderá un día, y de su genio brotará el genio del vate. Así hizo Rubén, y así hizo en la oscuridad, durante años, Ramón del Valle Inclán, gloria de un país despedazado por oradores campanudos.

En El poeta en el Palacio reprocha la visita hecha por Darío a Alfonso XIII, recordando que «donde hay un poeta y un rey, Su Majestad es el poeta». Advierte que las Prosas Profanas «cantarán mucho después que haya callado el Borbón poliglota», y al final deja deslizar su reproche, incluido el poema que lo emocionaba tanto:

Voluble Rubén, no traiciones a tu Dulcinea; haz memoria de que tu princesita está triste; no abandones, por los vulgares dueños de la tierra, a los dueños sagrados que engendró tu fantasía.

Asimismo se detuvo Barrea a interpretar a otros modernistas, entre ellos Lugones -que no le placía mucho-, Delmira Agustini y Herrera y Reissig, a quien estima como poeta puro.

En esta extensa transcripción no están, por supuesto, todas sus ideas y pensamientos sobre el modernismo, pero sí las que puedan ayudar a fijar una actitud, aun cuando convenga anticipar que lo expresado no es lo único que se halla en sus obras.

Hemos extraído esas menciones para relacionarlas, precisamente, con esa otra influencia ejercida por Darío y en especial por la Sonatina, en los tramos iniciales del modernismo paraguayo y de manera excepcional en Toranzos Bardel, según se deduce del estudio de su soneto Gótica, que citamos en próximas páginas62.

Goycoechea Menéndez y Barrett son, cada cual su lado (no hay hasta ahora indicios de que hayan podido encontrarse), son como los orientadores de un interés que ya se adivinaba en el gusto de los periódicos locales que, tijera en mano, extraían de las publicaciones de canje versos y prosas modernistas, o de autores extranjeros tenidos por raros, aunque con mucha precaución en cuanto a los poetas. Esos autores son, en su mayoría, franceses, y vienen siendo leídos desde comienzos del siglo, pudiendo citarse entre ellos a Coppée, Mendés, Flaubert (muy significativo), Zola.

Si hacemos un recuento objetivo de la bibliografía que, dentro de sus limitaciones podía por aquella época consultarse en la Biblioteca Nacional, llegaremos a la conclusión de que la lista no resulta del todo magra, advirtiéndose que si bien se equilibran los españoles con los franceses, no sucede lo mismo con los de nuestra América, donde por dos modernistas se adelantan varios románticos y hasta algunos neoclasicistas.

 

Cuadro comparativo V

España

Francia

América

Duque de Rivas

Balzac

Románticos:

Bécquer

Chateaubriand

Arboleda

Espronceda

Lamartine

R. Obligado

Campoamor

A. Dumas

Gutiérrez González

Larra

Loti

Peza

Núñez de Arce

Michelet

R. Palma

Galdós

Renan

Neoclásicos:

Valera

Taine

Bello

Menéndez y Pelayo

Voltaire

Acuña de Figueroa

   

Modernistas:

   

L. Díaz

   

M. Ugarte

 

Uno de los españoles mencionados que tuvo sostenido predicamento o al que se le leyó con interés, fue Valera. En una referencia accidental de 1902 Pane lo ha nombrado: «Valera, todavía, que forja de un paraguayo el protagonista de su novela Genio y figura». Años después ha de recordarlo nuevamente, aunque formulando reparos:

Don Juan Valera, el más cercano y claro continuador de Jovellanos bajo este aspecto, no pudo explicarse la devoción y el heroísmo del paraguayo, sino atribuyéndolo a los jesuitas y al doctor Francia. No niego la parte de éstos, pero es innegable también que el insigne escritor ha tomado el rábano por las hojas.

Domínguez, estéticamente más avanzado que Pane -si no más informado- parece haber leído a Valera  con mejor espíritu interpretativo, según se deduce del ensayo que le dedicara el mismo año de su muerte63.

Las preocupaciones en materia estilística y de estética literaria son reiteradas en los comienzos del novecentismo, si bien no alcanzan a formar un cuerpo de doctrina, resolviéndoselas en aportes individuales y hasta esporádicos, de acuerdo a la característica formativa de esa generación. Los propósitos de ellas derivados hay que buscarlos por el lado de una lenta y a la vez perentoria liberación idiomática, aunque no en los límites de una ruptura total.

Por de pronto pueden descubrirse algunos signos: en López Decoud están preanunciados en sus trabajos de comienzos de siglo, en su discurso de recepción a Valle Inclán (1910) y en su ensayo sobre Óscar Wilde (1915). Ricardo Brugada (h) lo calificó de «escritor pulcro y galano de filiación modernista», lo que configura todo un hallazgo para la época, en que fue dicho.

En ese orden de predilecciones toca ubicar también a Domínguez, a quien O'Leary tuvo por «un verdadero maestro de la prosa, del que nos quedan muchas páginas de magnífica belleza, que resistirán a las injurias del tiempo». Páginas estas que apuntan a una concepción del estilo, manifestada en un comienzo con cautela, como en sus Cartas sobre Menéndez y Pelayo -donde lo ideológico se impone a lo literario- para luego modificar sus tendencias como en los ensayos dedicados a Valera y a Poe y en su saludo a Valle Inclán. Esa revisión está confesada en la conferencia sobre Renan (1925), escrita cuando sus lecturas habían traspuesto los límites del modernismo.

No es poco lo que en este aspecto se hallará en  Gondra, extensamente en su crítica a Darío (1898); los reparos formulados a Blas Garay (1.899): «tampoco participaba del severo casticismo peninsular que informaba su producción literaria»; en el discurso de homenaje a Alberdi (1902), en su interés por la «evolución semiótica de las palabras» y por la renovación de la lengua española (aparte de ser un diestro guaraniólogo), en sus citas de Taine, Guyau y D'Annunzio, circunstancia esta última indicada por Pane en 1902.

Sería oportuno recordar en cuanto a Garay, que su calidad de escritor no era desconocida por Gondra -antes bien: celebrada- pero en lo que a su estilo se refiere la disidencia queda evidenciada con el testimonio de uno de los más jóvenes, José Rodríguez Alcalá, quien, por el contrario, elogiaba lo que Gondra había censurado:

Por la impecable corrección de su estilo, Blas Garay llegó a ser uno de los más castizos escritores del Río de la Plata.

 

Claro que entre Gondra y Rodríguez Alcalá mediaban 12 años, en sus respectivas edades y una distinta orientación en las fuentes de su literatura.

Debe tenerse a López Decoud, Domínguez y Gondra como a los adelantados, aunque sólo al primero, cincelador de una prosa en verdad artística, puede considerársele en aproximación al modernismo, que para la mayoría pasó desapercibida, no así para Ricardo Brugada (h), según ya hemos indicado64.

En todos ellos están, sin embargo, no sólo sobreentendidos sino marcadamente explícitos, los primeros anuncios de superación de los viejos cánones retóricos y hasta el gusto por una expresión más fluida y ágil, que es una de las líneas por donde se encauza la rebelión novecentista y una forma, por algunos, de soslayar un enfrentamiento directo con Cecilio Báez y concurrir a la vez a una postura generacional.

Se trataba, asimismo, de reaccionar contra los dogmas severos y solemnes que habían heredado de los antiguos maestros españoles, intención de un distinto enfoque idiomático, que O'Leary confesará muchos años después.

A través de todo ese disentimiento se comprueban dos cosas: a) Que la insurgencia del 900 no abarca solamente el tema histórico, sino que se extiende a otros campos; b) Que las preocupaciones enunciadas, de las que en momentos de su arribo son pontífices principales López Decoud, Domínguez y Gondra -centradas en los problemas de la estética literaria- sintonizan con no pocas que trae don Viriato y que casi enseguida pone de manifiesto, como se confirma en su ensayo sobre Ruskin. No en vano Domínguez le dedicará su carta sobre El Cuervo y Las Campanas.

Díaz-Pérez ha supuesto en claro el sentido de sus acuerdos y desacuerdos con Barrea, sobre todo con el de la última militancia. La formación intelectual de ambos proviene de fuentes opuestas: de las humanidades la del primero, de las ciencias exactas la del segundo. Don Viriato tiende hacia las religiones orientales y los estudios ocultistas, don Rafael hacia un cristianismo de tipo tolstoiano, carente de dogma, una especie de guía moral, dentro del libre albedrío. Aquel es un demócrata ecléctico, este un anarco-individualista entregado a un proselitismo sin violencia.

Cerca de Maeterlinck están las predilecciones de  Díaz Pérez, y de William James las de Barrett, aunque esto no se acompase mucho con una postura libertaria ortodoxa. Uno de los dioses mayores de don Viriato es Ruskin; en otra medida Anatole France acapara la atención de don Rafael. Aparte de estas diferencias, perceptibles aún en ciertos rasgos de la sensibilidad de ambos, los unirá una amistad sin sombras y una comprensión nacida en el ámbito cultural y social en que, lejos de España, les toca actuar.

Dos veces se ocupa Barrett de Díaz Pérez; en las mismas los reparos no ocultan el elogio. Pero no se trata de disensiones personales sino de líneas de pensamiento no concordantes en algunos puntos. La primera (De historia) corresponde a un panegírico hecho por don Viriato a la Historia General de Chile de Barros Arana. Interesa conocer esa opinión porque ninguno de los dos son historiadores profesionales, o por lo menos entregados con exclusividad a esa disciplina. Luego de reconocer que Díaz-Pérez es «un joven inteligente, ilustrado en extremo», expresa su desconfianza hacia los excesos de la documentología, quizás indispensable, a su criterio «pero no fundamental». En cambio una cierta concepción interpretativa no le es desdeñable.

El siguiente trabajo -siempre de acuerdo con el propósito de información que caracteriza a sus artículos- no es ya una glosa de circunstancias sino la interpretación de «un clarísimo estudio sobre Ruskin», ensayo entre los de mayor aliento de los concebidos por don Viriato. Desde el comienzo aclara Barrett que «no he tomado la pluma para elogiar al joven publicista, ya que lo hacen a maravilla sus propios escritos, sino para arriesgar algunas observaciones sobre la arquitectura   moderna». En el título de ese comentario puede encontrarse la raíz de la divergencia, amable y si se quiere circunstancial: La piedra y el hierro. La arquitectura moderna parece haber abandonado la voluntad de arte que debe distinguirla. Díaz-Pérez se une así a la crítica formulada por Ruskin.

Al contrario de lo que cree don Viriato, supone Barret que «el siglo tiene una potente originalidad», que está dada por el hierro. Censura a Ruskin que no haya adivinado esa originalidad, pues si la piedra nos ha protegido, el hierro nos arma». Además, «la piedra inerte no responde como el hierro a nuestras palabras de hoy».

Hierro, electricidad, energía, forman, en el decir de don Rafael, «la estética de la multitud y de la velocidad (que) representa lo nuevo», señalando que en las realizaciones de la piedra «el obrero ha sido desterrado del arte». También lo será en el uso del hierro (pensamos nosotros), aunque él lo considere «nuestro milagro actual». No debe olvidarse que Marinetti produce, en ese mismo año, su manifiesto futurista, donde se condensa la parafernalia ya enunciada. ¿Lo habrá leído Barrett?

No fiaba tanto don Viriato de aquella euforia que el siglo XIX (el gran siglo, como lo llamó O'Leary) dejaría en herencia al XX, por lo menos hasta 1914, euforia mecanicista asentada en una serie de conquistas materiales, cuya sustancia última pondría al desnudo la primera guerra mundial65.

Retornemos al modernismo y a nuestro espacio cultural para recordar que hay por entonces oportunidad de leer a Gutiérrez Nájera, uno de los favoritos de O'Leary. Antigua preferencia se tenía por él desde  antes y aun después del 900, como lo prueban los poemas transcriptos por El Tiempo y El Cívico, en distintas épocas. No debe omitirse el hecho de que llegaban con frecuencia revistas argentinas, entre ellas Buenos Aires, donde Darío publicara su semblanza del poeta mexicano. También, en términos modernistas, suscitaría entusiasmos Díaz Mirón de quien El Tiempo de Asunción trascribe su poema A Eva, el 27 de agosto de 1892.

Volviendo a O'Leary -tenido por poeta de mucho porvenir- agreguemos que su camarada Ignacio A. Pane, escudado esa vez en el seudónimo de Pepe Costa, consigue desentrañar las influencias, o el efecto de lecturas, que empiezan a manifestarse en él. Entre otras cita las de Manuel Acuña, Flores (Manuel María) y Díaz Mirón, además de «algo de la profundidad de Bécquer», aleación no del todo sorprendente en el círculo poético originado por los novecentistas. Pero, además de la mención de Díaz Mirón, hay otra que toca a las cercanías del influjo modernista, y Pane lo advierte al expresar de O'Leary que

... por contraste con la fogosidad de su alma se complace en sentir las delicadezas de Gutiérrez Nájera y lo proclama primer poeta americano66.

 

Aparte de los que se nombran más adelante, los diarios locales dan a conocer prosas de autores de nuestra América, en mayoría ríoplatenses y vinculados al modernismo: Díaz Romero, Ghiraldo, Gómez Carrillo, Monteavaro y Ugarte67.

El ruidoso don Salvador Rueda (1854-1933) significará  para algunos un verdadero modelo. Los extremos del interés se expanden a lo largo de quince años, que culminan en las vísperas de la llegada de don Viriato. Posteriormente reaparecerá -como ha de verse- inciensado por los integrantes de La Colmena. En el intermedio, Gondra se ha ocupado de él al comentar a Darío, no escapándosele aquellos matices musicales de su obra poética: «poseedor del sentido musical más delicado que conozco en las letras españolas del día, ejecuta sus caprichosas sinfonías, dicho esto sin perjuicio de calificarlo de «colorista brioso al que le falta más corrección y sobriedad en las líneas para ser el primer paisajista español»68.

En un estudio que no pretende ser exhaustivo, aunque sí minucioso, hemos recorrido aquellas páginas de Poe que imantaron a los novecentistas paraguayos, anunciando que sus relatos venían publicándose aquí desde 1902. Analizamos, igualmente, algunas traducciones: las de Díaz-Pérez, Guanes y Barrett, así como el breve ensayo epistolar de Domínguez sobre El Cuervo y Las Campanas. Ahora hemos de agregar el artículo que le dedicara Héctor L. Barrios -contemporáneo de la versión de Barrett- y otras prosas del romántico norteamericano difundidas por la prensa asuncena en las vísperas del viaje de don Viriato.

A esto habrá que sumar el ascendiente de D'Annunzio, que se ha contado entre las predilecciones intelectuales de Gondra, quien en su ensayo sobre Darío menciona el éxito teatral de la Cittá Morta, además de adjetivar de admirabilísima a otra pieza suya: Gioconda. Estima que esto

es un incentivo para los nuevos de España y América,  que se sienten llamados a revolucionar la escena como han revolucionado la lírica. Falta sólo que, como el genial italiano, puedan invadirlo todo...

 

Pane ha reconocido esta inclinación de Gondra aunque explicando hacia dónde se orientaba su preferencia:

... le gusta, sí, D'Annunzio, que es su genio, pero no por ser el colorista de Il fogo, sino el psicólogo exacto.

Un fragmento de Laudi, en versión anónima, se conoce desde 1903: el dedicado a Guido Boggiani. En su Coronario -años después- habrá de incluir, traducido, dicho poema, completándolo con oportunos comentarios, realizados en 1915. Todo hace pensar que aquella versión pertenece a nuestro polígrafo69.

Nietzsche, otro de los dioses mayores, muerto en agosto de ese 900, no es tampoco un desconocido, y no únicamente por sus escritos sino por haber vivido aquí su hermana Elizabeth. Su esposo -nada simpático al filósofo- se suicidó, por negocios fallidos, en 1889, y está sepultado en el cementerio alemán de San Bernardino, villa veraniega fundada por colonos de esa nacionalidad. Fue autor de un libro de propaganda sobre el Paraguay.

A poco del fallecimiento de Nietzsche se publica la glosa de uno de sus libros, reproduciéndose luego pensamientos contenidos en varios de ellos. En este aspecto debemos creer más en la atracción ejercida por el autor de el origen de la tragedia que el de la voluntad   de poder. Entre algunos de los novecentistas habrá terreno propicio para una captación de mayores alcances, entre ellos Eligio Ayala, que lo estudió mediante lecturas directas durante su residencia en Europa (1911-1920) especialmente en Suiza y Alemania. Con todo hacia el tiempo de su gestión presidencial (1924-1923), su vitalismo irá adquiriendo algún matiz bergsoniano, del Bergson de La evolución creadora, cuyo élan vitallogrará interesarlo.

Aquel rasgo de la filosofía alemana no confina sólo allí. Ha de recordarse el vuelco de Moreno hacia Fichte, en 1911 (el de los Discursos a la Nación Alemana) y al cumplirse el mismo año el de Ramón V. Mernes (1884-1920) hacia la concepción kantiana de la filosofía del derecho. Todo esto dicho sin ánimo de abstraer el avasallante poderío de las ideas provenientes de Francia, aun antes del advenimiento del positivismo en el Paraguay, por atajos iluministas las más de las veces.

A propósito de Nietzsche y del 900 hispánico -fecha en que don Viriato culmina sus estudios universitarios- no habrá de soslayarse su propio aporte. Entre aquel año y el 904 hace su incursión por los temas nietzscheanos, sin adentrarse en ellos. Pero no resultará descaminado reconocer que Nietzsche estaba en el ambiente, tanto de España como de América.

Indica Gonzalo Sobejano que en el N.º 20, del 27 de marzo de 1904, sale en la revista Alma Española

un artículo de Viriato Díaz-Pérez titulado Zaratustra en Madrid. Contra lo que tal título podría hacer sospechar (un comentario al eco del famoso libro en los medios intelectuales de la corte),  el artículo no es más que una entrevista con un anciano habitante del extrarradio madrileño a quien Díaz-Pérez transfigura en Zaratustra. Como indicio de la vulgarización de héroe nietzschano a comienzos de siglo...

 

Alude igualmente a las frecuentes citas de Nietzsche que hace la revista literaria Helios -a la que tiene como principal del modernismo- en la que colabora con asiduidad don Viriato. Más adelante aclara que el personaje de aquel artículo era un viejo trapero. Dice también que Díaz-Pérez menciona en su nota a «tres nietzschanos importantes: Martínez Ruiz; Baroja y Maeztu».

A pesar de esa referencia -quizá por no saberlo- no incorpora Sobejano a don Viriato a su minuciosa lista de traductores españoles del filósofo. Sin embargo, éste figura entre los autores que han contado con versiones hechas por Díaz-Pérez, según la presentación de la Revista del Instituto Paraguayo70.

A modo de curiosidad añadiremos que la primera vez que Darío cita al Paraguay es precisamente en su artículo: Los Raros. Nietzsche, publicado por La Nación de Buenos Aires el 2 de abril de 1894.

No exageramos al afirmar que Rubén Darío está, por ese tiempo, al alcance de los lectores, y que es leído no tanto en sus poemas como en sus correspondencias, parisinas o belgas, tomadas de periódicos de Buenos Aires y que reproducen los de Asunción71.

Sintomático resulta comprobar que casi enseguida de la aparición de Cantos del Vida y Esperanza (1905), el diario Los Sucesos daba a conocer el soneto Urna votiva, allí incluido y escrito en 1898. Por  su lado El Liberal incluye, a dos columnas, las odas Al Rey Óscar y A Roosevelt, que también integran aquel libro72.

Halla cabida igualmente, el soneto Occeánida, de Los crepúsculos (1905), del manual samainiano de Lugones, a quien Díaz-Pérez introducirá más tarde con un ensayo sobre estética que lleva su presentación. Conjuntamente es reproducida una prosa: Caballerías de la Patria, ubicada dentro de la temática reciente de La guerra gaucha. Uno de los comentaristas del poeta, Juan P. Ramos, a la vez que reconoce en Los crepúsculos la indudable influencia de Samain, aclara que dicho libro fue como un «descanso poético» entre la fuerza expresiva de Las montañas del oro (1897) y la pirotécnica de Lunaria sentimental (1909)73.

Es ofrecido, asimismo, uno de los cíclicos poemas de Chocano, extraído de su libro Alma América (1906): Leyenda colonial (Crónica del virrey conde de Nieva) y algunos otros, preferentemente sonetos74.

Según se demuestra, las letras paraguayas de comienzos de siglo y con ellas los escritores, en su espíritu receptivo, están formalmente al día, por lo cual en esa actividad no resulta muy lógico seguir insistiendo en el atraso ambiental existente, sí, en otro orden de cosas.

Sienten el impacto de las nuevas corrientes algunos poetas locales, todos ellos novecentistas, que será preciso enumerar para que no se continúe diciendo (o copiando) con la temeridad que sólo puede producir la ignorancia, que fue en 1913 y con la revista Crónica que insurgió el modernismo en el Paraguay,  o, como aseguran publicistas y profesores foráneos, que lisa y llanamente no lo hubo. No hay que asombrarse, pues de idéntica «evaporación» ha sufrido el romanticismo nacional, declarado a capricho fuera del tiempo y el espacio.

Han bregado por la inexistencia de nuestro modernismo -incluso su aparente retraso significaría eso- Max Henríquez Ureña y Enrique Anderson Imbert, dos investigadores e historiadores de prestigio, a quienes sólo podría adjudicárseles falta de información. Se suma a la impresión de la llegada tarde, para ambos movimientos, Ernesto Giménez Caballero, que residiera temporalmente en el Paraguay. En cuanto al romanticismo, corresponde a Enrique de Gandía la tarea de considerarlo nonato. Tales imaginaciones han sido refutadas y aclaradas por el autor de este trabajo en ensayos que se insertan en la bibliografía final75.

Señalemos, aireando el panorama, que las etapas previas pueden computarse así: a) La que va de la crítica de Gondra a Prosas Profanas de Darío (1898) a los primeros sonetos de Marrero Marengo (1904), notoriamente influido por Rueda; b) La que se extiende desde esa fecha hasta 1910, que es cuando se conocen los poemas iniciales de Molinas Rolón. Esto, a su vez, podría merecer otras correcciones o agregados, siempre dentro de aquellos términos. En este esquema no podría soslayarse la fundación de la Revista del Centro Estudiantil (1908), capitaneada por Luis de Gásperi (1890-1976). Un año antes, aunque fuera de nuestro ambiente, se había producido uno de los aportes iniciales al modernismo, proveniente de autor paraguayo: el de Eloy Fariña Núñez.

Los cantos finales de Guanes (Las Leyendas; la traducción de Ulalume de Poe) se desplazan de 1909 a 1910. En este último año surgen, estrenándose, los poemas de Molinas Rolón y las prosas de Adriano Irala. Cierra el ciclo la Antolojía Paraguaya de José Rodríguez Alcalá, que aunque terminada en 1910 sale recién en 1911, quizá para permitir la inclusión de la carta de Díaz-Pérez a Villaespesa. Dicha recopilación, que debe ser considerada como una verdadera introducción al modernismo nacional -no será este el menor de sus méritos- es anunciada por El Monitor de Asunción a fines de enero de ese año76.

Tiene razón O'Leary: la etapa que abarca de 1904 a 1909 puede interpretarse como preparatoria, sin negar que los signos modernistas resultan más evidentes que en el tramo 1898-1904, en el que sólo se detectan lecturas. A su finalización, como ya se ha indicado, Guanes habrá producido lo mejor de su inspiración, reduciéndose posteriormente a una poesía de circunstancias o a epigramas de sentido político.

El Colegio Nacional ha tenido en este aspecto cierta condición rectora. Calificado por O'Leary de alma máter del Paraguay moderno, y también de cuna por Juan Stefanich -uno de sus discípulos- se da en realzar su importancia en el desarrollo de la tendencia modernista, enmarcada en un acento generacional novísimo -similar a la que José Rodríguez Alcalá adjudica a la de 1907-, aunque en realidad se había manifestado en 1902. Este es el mismo caso, pues O'Leary exalta en 1914 lo que se insinuara en 1909; sus palabras son demasiado elocuentes:

La Musa nacional despierta. Desde hace un lustro va saliendo de nuestras aulas colegiales una serie de jóvenes escritores, cuya personalidad artística se acrecienta rápidamente. (...) Desde ya tenemos algunos poetas en la novísima generación que han llegado a una perfecta madurez artística. Saludemos, pues, a la generación que surge.

Habrá que retroceder un poco para justificar este hallazgo del maestro: hasta cinco años antes de la fecha por él señalada, que a la vez son los inmediatamente anteriores al arribo de don Viriato77.

Queda para un estudio más detallado el conocimiento del proceso interno del modernismo paraguayo en sus fuentes novecentistas, aunque no podrían evitarse algunas precisiones más. Para una mejor especificación del tema, señalaremos la presencia de tres sectores -más que grupos-, a saber:

a) El que lo rechaza en forma total, cobijado en un posromanticismo pasatista, más sentimental que literario, con reminiscencias de color local, que al producirse el 900 ha agotado sus temas y, a la vez, sus estructuras, prolongándose sólo en individualidades (en el plano histórico la superación se debe en mucho a Garay Domínguez y Moreno);

b) El que lo acepta de modo condicional, pero con el convencimiento de que la inoculación modernista es ya irreversible, aunque esto no ocasione confesiones públicas, siendo este el caso de Guanes,  Marrero Marengo, Toranzos Bardel y Freire Esteves, verdaderos avanzados poéticos;

c) El tercer sector está representado: de un lado por quienes disienten de sus exotismos decadentes y en cambio acogen sus innovaciones poéticas, siendo ejemplo de ello Roberto A. Velázquez, y del otro por los tenaces antimodernistas que, como O'Leary y Pane en 1916 y 1919, aunque tardíamente y a pesar de todo sentirán su impacto.

Superada la zona a) por pertenecer ella a la actitud posromántica, típica de una época que había cumplido su ciclo (1870-1900) y que en lo literario no podía ofrecer más que sobrevivientes, detengámonos en b) para centrar allí alguno de los motivos de la repulsa. Primer destinatario había sido, tres años antes del siglo, Francisco L. Bareiro. Está bien precisado en las evocaciones de O'Leary confiadas a Natalicio González, que él, con mucha anticipación a la polémica de 1902.

había emprendido una campaña sonada poético-satírica contra los excesos del decadentismo, que intentaba introducir en las nacientes letras patrias don Francisco L. Bareiro. Bajo el seudónimo de «Diego de la Escosura» publicó parodias de versos decadentes, satirizando a sus apóstoles

 

Largamente aconsejado por Gondra, no insistirá Bareiro -lector atento de Azul y esporádico de Prosas Profanas- en aquellos escarceos juveniles, pues sólo tiene 20 años en tiempos de tales entusiasmos. Su  primer soneto Humaitá (1907), más un segundo del mismo título, publicado en conjunto tres años más tarde y agregado a estos el dedicado a José de la Cruz Ayala -que figura en la Antolojía de José Rodríguez Alcalá - no revelan mayores audacias.

Es de sospechar que la gratuita fama de decadentista y aun de modernista esto no suena tan mal, como hemos visto en Ricardo Brugada (h) al referirse a López Decoud- de que gozara Bareiro, proviene de una sobreestimación muy propia de los novecentistas, en cuyas filas se contara. No es improbable pensar que circunstancias locales indujeran a tomarlo así, o que su breve camafeo Espuma, escrito el Valparaíso en 1898 (es decir: una década después del alejamiento de Darío de Chile y con quien, como es lógico, nunca se encontró) ayudara a alentar la esperanza de una precocidad que no pudo concretarse.

Más aún: quien se detenga a comparar los sonetos que entre 1904 y 1907 escriben Marrero Marengo y Toranzos Bardel, los poemas de Freire Esteves y Velázquez y otros del propio Guanes, podrá llegar a la conclusión de que las ilusiones puestas en Bareiro no se materializaron ni siquiera en la forma de un precursorato. Se trata de uno de nuestros tantos fallidos fragmentarios anhelados desde la muerte de Blas Garay, a los 26 años, símbolo también de una esperanza trunca. Don Viriato, que al fin de cuentas pertenecía al mismo agrupamiento generacional y que desde su atalaya hispánica se guiaba -no podía ser de otro modo- por opiniones nacidas aquí, no pudo sustraerse a esa idea de lo que Bareiro sería en el porvenir, a juzgar por la opinión contenida en su Movimiento intelectual.

La aversión a lo decadente, como sinónimo de literatura enfermiza (¿había leído alguien a Max Nordau?) se manifiesta en sueltos anónimos o no claramente identificables. En un comentario al libro de poemas Púrpuras y Palideces, del rioplatense Carlos López Rocha, firmado con una tímida «A» y aparecido en El Cívico del 9 de marzo de 1906, la crítica se dirige en especial a su prologuista Julio Herrera y Reissig, quien es tildado de:

joven escritor uruguayo ventajosamente conocido, que por desgracia ejercita su vasta preparación literaria en un decadentismo ultra, género que no prosperó en las letras y del que ha abjurado Rubén Darío, su más ardiente y fervoroso cultor en épocas pretéritas de juveniles deslices.

 

A pesar de sus inclinaciones innovadoras, Los Sucesos del 19 de abril de 1907 da cabida a una sátira firmada por «Ab», con el título de La musa verde. En otra colaboración anónima, del 21 de junio, se trascribe a Darío, «considerado como un gran vate por algunos modernistas», concretándose en el ataque al desprecio que el articulista cree advertir hacia las tradiciones griega y latina. Termina diciendo que «por la prescindencia que de ellas se tiene en las nuevas creaciones literarias, debe influir, desgraciadamente, en nuestros escritores modernistas», importando esto último una auténtica revelación, ya que había conciencia de que existían aquí como tales. Finalmente, Roberto A. Velázquez, en su ensayo sobre Goycoechea Menéndez, critica este aspecto de la obra del escritor argentino.

Sin embargo, no pueden dejarse de lado los nombres de algunos poetas que integran, sin ninguna duda, el primer grupo modernista, siendo posible elegir a cuatro de entre los más relevantes, descontado Guanes por tener una ubicación poética definida y ser él mismo coetáneo de los novecentistas. La producción de aquellos no es muy frondosa, pero permite apreciaciones de grupo, brindándosele así cierta solidez.

Como hemos adelantado, su impulso decisivo se produce entre 1904 y 1907, en el tiempo que media entre las vísperas y la llegada de don Viriato al Paraguay. Dichos poetas son: Ricardo Marrero Marengo, Fortunato Toranzos Bardel, Roberto A. Velázquez y Gomes Freire Esteves. El primero integra el núcleo de Los Sucesos, el segundo y el cuarto el de El Liberal; en tanto que el tercero -que se ampara en el seudónimo de Daniel Aubert- no muestra inclinación a las compañías.

Ha sido expuesta ya la influencia de Rueda en Marrero Marengo desde 1904. Efectivamente: hay una línea que la determina y que se transparenta en sus sonetos Arturo Reyes y Ley eterna, en lo que va de aquel año a 1907. Se proyecta en él la atracción del modernismo español, que en nuestro poeta puede iniciarse con Rueda y terminar en Manuel Machado, amigo de don Viriato. Surgen y desaparecen, en la producción de Marrero Marengo, algunas débiles concesiones románticas, sin por ello desalojar los temas de intención modernista.

Esa es una de las características más palpables de nuestro novecentismo: la inserción de un tiempo o movimiento determinados en los tramos finales del que  le ha precedido, como una forma de certificar la necesaria continuidad, fenómeno que, desde luego, no se observa en el esquema adoptado para la historia. Esta actitud se evidencia igualmente, aunque con velada irresolución o timidez, en algunos románticos como Adriano M. Aguiar (1860-1912) y Delfín Chamorro (1863-1931). El aludido diario recogerá si no variadas, por lo menos elocuentes, efusiones amatorias de Marrero Marengo, en fáciles estrofas sentimentales, al mismo tiempo que sus versos marcadamente modernistas.

El 27 de junio de 1907 Los Sucesos publica un interesante comentario suyo a Les Ñandutís Bleus de Casablanca, al que pondera como libro paraguayo. Suyos son, asimismo, los párrafos de una epístola, incluidos en la edición del 25 del mes siguiente y enviados a José Rodríguez Alcalá con el propósito de narrarle la vida que está llevando en Buenos Aires. Informa allí que la Compañía Estévez-Arellano -mencionada al referirnos a Payró- que actúa en esos momentos en la Asunción está patrocinada por una sociedad de escritores, cuya presencia ejerce Leopoldo Lugones, «una eminencia literaria argentina». La mayoría de los mejores poemas de Marrero Marengo pueden leerse en la Antolojía de Rodríguez Alcalá, compartiendo preferencias con Alejandro Guanes e incorporado allí poco menos que exhaustivamente.

Un paréntesis nos permitirá resumir a los dos más jóvenes (ambos de 20 años) para luego tratar la obra de Toranzos Bardel con algún detenimiento. Sin más orden que el de su prolongación vital, ubicamos a Velázquez primero y a Freire Esteves después.

Los más conocidos poemas de Roberto A. Velázquez -bachiller a los 16 años, en febrero de 1902-  son, indudablemente, de su época estudiantil. También le pertenecen algunas prosas que, desde luego, no rebasan ese límite. De ahí provienen las inseguridades que se insinúan en su expresión lírica, particularmente en Su ausencia, donde, a pesar de todo, se pueden descubrir leves indicios modernistas. Preside estos versos como acápite, un fragmento del Bouquet de Darío: «Yo al enviarte versos de mi lira arranco...».

Musa, Silfos, Orfeo, Eurídice, Andrómaca y la «augusta Penélope bella» figuran en ese cuadro -en el que se evidencian algunos de los recursos del modernismo- que en posteriores poemas, hasta 1910, ha de iluminarse mejor como en A la Níobe seductora y Alabando a la Impoluta. No persistió en ese campo, a pesar del juicio afirmativo de José Rodríguez Alcalá, quien con acierto le adjudica una tendencia simbolista que resulta evidente en esos poemas.

Sus incursiones en prosa comienzan con una conferencia sobre La modestia, subtitulada (modestamente): «Ensaya de disección ético-psicológica». Los sucesos del 15 de octubre de 1906 da cuenta del sumario, entre cuyos temas incluye uno final: «Rubén Darío y los snobistas». El siguiente trabajo es un estudio relacionado con Goycoechea Menéndez, a quien, a la manera rubendariana, moteja de raro.

Gomes Freire Esteves reduce, al igual que su compañero, la actividad poética a una manifestación juvenil. De los 19 años es su único libro, que también lleva prosas, varias de ellas luciendo lastre romántico. A él pertenece Fugaz (1904), poema por el que desfilan nenúfares, anémonas de mar, «idilios de acuarela», «azuladas neblinas», «religiosas princesas del crepúsculo», aunque el autor no logre despojarse del todo  de un perceptible tono grandilocuente, a la manera de Vargas Vila.

A su espíritu vindicativo corresponde Sueños y a su etapa de París Elogio de María de Médicis, cuyos rasgos parnasianos son indudables. La política -como ha quedado dicho- lo absorbe por largos años, interrumpiendo -devenido nacionalista el antiguo liberal- ese quehacer con un breve regreso a la literatura: su prólogo a Cantos del solar heroico de Leopoldo Ramos Giménez, en 192078.

Sorprende en la Antolojía de Rodríguez Alcalá la ausencia de Toranzos Bardel (23 años en 1906), un tanto marginado del movimiento intelectual asunceno por su condición errante de inspector de escuelas, no obstante que varios de sus sonetos hubieran justificado una inclusión que hoy se echa de menos.

En su poesía, o mejor dicho: en su evolución lírica, se observa la vigencia alternada de elementos posrománticos y modernistas, nada insólita, según hemos prevenido. Mas, su caso resulta bastante complicado por la bifurcación de tres situaciones distintas, que deben ser prolijamente separadas en su trayectoria de poeta, pues en prosa su identificación no presenta mayores dificultades.

Hagamos la separación de sus modos de firmar y de los temas que los acompañaron, según cada situación expresada:

a) Fortunata Toranzos (h) -tenía el mismo nombre que su padre- autor de poemas románticos: Arpa muda, becqueriano; A mi madre; Mirtos, fechado en mayo de 1905; Pasionarias;

b) Fortunato Toranzos Bardel -agregado ya para siempre el apellido materno- que aún a mediados de 1906 sigue adherido a la temática del posromanticismo local con Albas y ocasos y Los ojos;

c) Desde setiembre de ese año y hasta el final, con su nombre y apellidos completos, su poesía muestra un vuelco fundamental, no sólo a través de la adopción estricta del soneto como forma de expresión, sino por la exhumación de ese mundo de símbolos que por momentos rozan la mitología y no pocas veces el ocultismo. (Recalará en la teosofía, donde militaron don Viriato y Guanes). Nadie reconocería en el primer delicado y vacilante Toranzos a este Toranzos Bardel que se siente seguro de su universo imaginativo y de un léxico propicio, dentro de lo que el profesor Juan Carlos Ghiano ha denominado ortografía decorativa, a 1a que tan propensos se mostraron los modernistas; así: Horas de Pafos, Amrú, El Zahra, palacio de Abderramán, El Sakhra, Los premios de Mahoma, La Gehenna, El Alferin, Motasen, La Torre de Kutab, Wadalat, Mozna, Okadh, y dos dedicados: De Rure Albo a Barrett, y Kahina a Díaz-Pérez. Fueron publicados sucesivamente entre fines de 1906 y principios de 1907.

Algo más: su soneto Gótica guarda sugestiva y estrecha analogía con la Sonatina de Darío. Lo hizo conocer El Liberal de Asunción el 30 de setiembre de 1906. (Es conveniente retener esta fecha). La trascripción de los dos cuartetos servirá para confirmar la similitud a que aludimos, siendo nuestros los subrayados:

¡Oh! Lucila adorada, la preciosa princesa

que en mis sueños de gloria con mi lira enamoro,

¿qué hay en tu alma de azur? Tus manitas, que adoro,

 ya mi dicha no tienen en sus nácares presa.

Di, Lucila, ¿qué pide tu boquita de fresa?

¿Las visiones de un ángel o los mimos de un moro,

 

o mis rosas de amor? -Nada, nada: el tesoro

dad a mi ser de un Orfa de sonrisa que besa.

Sólo por desconocimiento de pruebas tan concluyentes -ésta y otras que se han citado- ha podido este poeta ser desaprensivamente situado en el grupo de la revista Crónica (1913-1914), en cuyas páginas colaboró. No sólo es Toranzos Bardel precursor de todos los que lo integraron sino hasta de mayor edad que ellos; veamos: le llevaba 9 años a Molinas Rolón, 10 a Leopoldo Centurión, y 11 a Pablo Max Ynsfran y Capece Faraone. Más cercano está -por otro lado- de Fariña Núñez, dos años menor que él, con quien guarda indudables coincidencias estéticas.

La tesis sostenida a puro pálpito proviene del error de tomar como punto de partida las colaboraciones incluidas en Crónica y hasta su tardío libro de poemas, editado en 1935, ignorando los precedentes de su juventud, que hemos señalado. Por ese camino, propenso al equívoco, han caído los poetas y críticos Francisco Pérez-Maricevich y Roque Vallejos, a quienes se hace necesario corregir para que sus aseveraciones no se propaguen en detrimento de la verdad.

Con relación a sus temas, la prosa de Toranzos Bardel se destaca por una versatilidad que va unida a su propio interés. Así puede indicarse que los relatos folclóricos o nativistas, aunque coincidentes en determinadas épocas, poseen una estructura y un léxico más simples que aquellos de intención artística. Se muestra aquí más acorde con los lineamientos de la prosa modernista.

Ejemplo de lo primero son los capítulos de Alma guaraní, libro póstumo de leyendas de la tierra, donde se han deslizado modestos errores de fecha. Aclaremos: si el poeta -nacido en Buenos Aires en 1883- vino con su familia a los 4 años de edad, o sea en 1887, no podía haber escrito páginas datadas en 1889, 1899 y 1900. Basten muestras: Ybaga, que en ese volumen figura como de mayo de 1900, se publica en «Los Sucesos el 28 de febrero de 1907; El urutaú, fechado en marzo de 1900 aparece en El Nacional el 18 de marzo de 1910; Luisón de octubre de 1900 sale en El Monitor el 13 de mayo de 1911. No integra el volumen Yacy yateré, que recoge Los Sucesos del 26 de octubre de 1906.

Más cercano a la prosa modernista se lo encuentra en Rollinat, que El Liberal elogia y difunde en sus ediciones del 9, 16 y 23 de setiembre de 1906, y particularmente en el folletín La Odalisca, dado a conocer por Los Sucesos entre el 30 de enero y el 4 de febrero de 1907. No es muy caudaloso -antes bien: parco- en el ejercicio de la crítica, en la que surge comentando La literatura centroamericana, a través de la obra del poeta costarricense Pío Vázquez, artículo que, publicado en Los Sucesos del 20 de diciembre de 1906, le da oportunidad de citar a un clásico de nuestra  América: el jesuita guatemalteco Rafael Landívar, célebre autor de Rusticatio Mexicana79.

Extraídos los elementos secundarios de la obra de Guanes, visibles en su producción anterior a 1900, y producida la decantación de la de los siguientes: Toranzos Bardel y Fariña Núñez, en un lapso de apenas diez años, tendremos con ellos a los tres poetas fundamentales del primer modernismo paraguayo, todos anteriores a 1913. Entre aquellos y los del grupo de Crónica debe ubicarse a Molinas Rolón, iniciado en 1910, pero que alcanza nombradía desde la mencionada revista.

Un segundo modernismo principia en esa época (1913) y continúa hasta la aparición de un tercero (o posmodernismo), formado desde 1923 y encabezado por otros bachilleres, cuyo vocero fue la revista Juventud. Ésta clausura sus ediciones en 1926, pero la nucleación se ha ensanchado, incorporando a un pequeño sector mundonovista. Sus efectos literarios se prolongarán más allá de la posguerra del Chaco (1935). Todas esas épocas admiten poetas-guías y poetas-epígonos, en cuanto a la extensión y calidad de sus creaciones. Hemos trabajado intensamente alrededor del primer grupo por estimar que con ellos se inicia la literatura modernista en el Paraguay.

Viriato Díaz-Pérez -a eso está destinado este análisis- que traía en sus alforjas a Villaespesa, Valle Inclán, ambos Machado y Juan Ramón Jiménez, todos amigos suyos, y con el recuerdo fresco aún de las revistas plenas de modernidad, en cuyas redacciones participara, no podía considerarse ni sentirse aquí extraño al naciente fervor.

Agreguemos que Villaespesa es el destinatario de  la Epístola que antecede a la Antolojía de Rodríguez Alcalá; que a Valle Inclán volverá a encontrarlo durante su visita a la Asunción, en setiembre de 1910, y a evocarlo en su carta: «Y estuvo Valle Inclán. ¡Figúrate qué cosas diría en estos mundos, dadas las que nosotros le oíamos en ese!»; que tuvo la confianza de ambos Machado: de Antonio, que le dedicó la primera edición de Soledades (1903) y de Manuel, un poco más próximo.

De la vinculación de su padre con Manolo Machado, Rodrigo Díaz-Pérez hace, saber, en minuciosa nota aclaratoria, que se debió a don Viriato el título del conocido poema Adelphós, con el que apareció en el N.º 7 de la revista madrileña Electra (1901). Don Viriato figura también entre los amigos de Juan Ramón Jiménez que van a visitarlo al Sanatorio del Retraído, nombre o apodo literario de la clínica del doctor Simarro, donde aquel se alojaba. Diez años más tarde, el autor de Platero y yo lo recuerda en carta a Hugo Rodríguez-Alcalá, llamándolo Viriato el heroico, y durante su permanencia en Buenos Aires -octubre de 1948- le escribirá tratándolo de Querido Viriato. Como se ve, había dejado en España, además de la camaradería intelectual, profundos afectos80.


 

14. LA COLMENA LITERARIA

Retrotraigámonos, después de esta prolongada incursión por el modernismo paraguayo, a la recepción de que es objeto don Viriato, quien casi enseguida es rodeado por los novecentistas. En primer término hallamos a Domínguez, que ha sido, en cierto modo y a  la distancia, su protector, y que lo aguarda en su casa -donde menudean las pláticas- con una cordialidad desbordante. José Rodríguez Alcalá -apodado Pepet por sus compañeros y amigos, no Pepe como correspondía, quizá para actualizar al personaje aquel de La loca de la casa, de Galdós ha evocado esas tertulias de mediados de 1906 presididas por Domínguez, oportunidad en que éste:

reunía en su hogar a los hombres de letras, ya para alentarlos en los afanes y desmayos de la iniciación, ya para que ellos -los consagrados- tuvieren auditorio propicio.

 

Narra después cómo, tras el alborozado anuncio de Herib Campos Cervera, hace su aparición el visitante, al que describe:

Un hombre alto, vestido de negro, cenceño, con lentes, cabellos y mostachos también negros. El perfil de su rostro hízonos recordar a Eça de Queiroz; su porte todo, a Miguel de Unamuno, por su aire de protestante.

 

Agrega que don Arsenio López Decoud:

ensayó en vano el suntuoso ceremonial de su señorío para saludar al doctor Díaz-Pérez; en vano, porque este expugnó enseguida, con su cordialidad, la reserva aristocrática de ese gran señor, nieto del patriarca don Carlos.

Y cierra la semblanza diciendo que Viriato, como le llamarían todos en adelante, distaba mucho de ser aquí un desconocido.

Por la misma época, en correspondencia con su hijo Hugo, el 22 de diciembre de 1949, Rodríguez Alcalá rememora los tiempos en que en torno a su mesa -todavía de soltero- solía reunir a una capillita integrada por Barrett, don Viriato, Herib, Ruck Uriburu y Ricardo Mujía, estos últimos de la Legación boliviana. Acota que nunca logró hacer concurrir al poeta Alejandro Guanes.

Hasta poco antes de embarcarse para América le ronda a don Viriato el nombre de Domínguez. Es a raíz de una carta que el 22 de mayo de 1906 -dos meses y medio antes- recibe de su maestro y amigo don Miguel Morayta, historiador, catedrático, político militante del Partido Republicano y autor de numerosas obras de la especialidad. Morayta trata a Díaz-Pérez de querido amigo y, tuteándolo, le agradece que haya cumplido el encargo del «eximio doctor Manuel Domínguez», quien le ha hecho llegar por su mediación un ejemplar de su ensayo histórico sobre La Sierra de la Plata (1904). Se reconoce encantado por la lectura de ese estudio y señala que es «imposible tener tanta erudición en lo fundamental y tanta sobriedad en el relato». Termina expresando Morayta:

No hallo palabras bastante elocuentes para encarecer los profundos estudios que en él da muestras. Espanta la lectura que suponen las pocas páginas de su precioso estudio.

 

Hasta el último momento se conservará aquella lejana amistad. Todavía un año antes de su muerte,  ocurrida el 29 de octubre de 1935, Domínguez ha de calificar de ilustre a don Viriato. Han transcurrido nada menos que treinta y tres años desde los comienzos de su amistad81.

El auge de una más intensa vida intelectual, que hemos observado, es reconocido por el mismo José Rodríguez Alcalá:

La actividad literaria apenas sensible hace algunos años, va en aumento, y como quiera que día a día se refuerzan las filas de los hombres de pensamiento, cabe esperar que no ha de trascurrir mucho tiempo sin que la intelectualidad produzca en este país todo cuanto debe y necesita para mantener bien alto su prestigio.

Así, en ambiente que las circunstancias culturales van tornando propicio, se hace posible la creación de La Colmena, el 17 de octubre de 1907, agrupamiento sin autoridades (excepto las morales e intelectuales), sin estatutos y de fuertes inclinaciones gastronómicas, como que inicia su cometido con una comida. Rodríguez Alcalá sitúa entre los más entusiastas, desde un principio, a Barrett, Casabianca y Marrero Marengo, sin dejar de reconocer en Díaz-Pérez al fundador:

... por la virtud de sus cualidades humanas, realizó el milagro de constituir -hace cuarenta y tres años- el primer cenáculo literario formal -¡primero y último!- cuya fugaz historia escribí en páginas que andan por ahí en dos libros; aquella Colmena en la que fraternizaron hombres de pensamiento de las más diversas y opuestas  posturas ideológicas abriendo así un paréntesis de convivencia, cordial en la lucha cotidiana.

 

Esa entidad -de alguna manera hay que llamarla- cumple la proeza de reunir a un selecto grupo de novecentistas cuyas edades andan entre los 40 años de López Decoud y los 24 del propio Rodríguez Alcalá, equilibradas por dos presencias mayores: don Juansilvano Godoi y Jean-Paul Casabianca.

Fuera de los ribetes pintorescos, esfumados con el correr de los años, queda de aquella Colmena su principal virtud, atribuida esencialmente a Díaz-Pérez: la capacidad de aglutinamiento, por una parte, y por la otra el hecho de que el novecentismo logre, a través de ella y más allá de sus individualidades, un papel protagónico que no ha sido debidamente captado (mejor dicho: se lo ha ignorado) por los historiadores de nuestra cultura, salvo Carlos R. Centurión, que se limita a trascribir in extensola crónica de Rodríguez Alcalá82.

Si resulta sugestiva la participación de un romántico tan definido como Godoi -aunque no de extrañar por sus antiguas predilecciones intelectuales- a modo de nexo entre el pasado y el presente, no menos cardinal debe considerarse la de Casablanca, un apasionado del simbolismo francés, que ese año publicará su primer libro.

Entre los concurrentes se hallan historiadores como Domínguez y Moreno; preocupados por los temas de estética literaria o artística, como López Decoud, Díaz-Pérez y Cipriano Ibáñez; críticos y cronistas como Ramón V. Caballero (primogénito del héroe), Mosqueira, Ricardo Brugada (h) y Rodríguez  Alcalá; poetas como O'Leary, Pane y Marrero Marengo. Nucleados bajo las banderas de la generación del 900 están los colmenistas, cumpliendo, de algún modo, una lejana y trunca aspiración romántica.

Aquella cena inaugural justificadamente memorable, tiene un agasajado, comensal ausente, o con más seguridad invisible: el poeta andaluz Salvador Rueda sobre quien acaba de publicar Díaz-Pérez un documentado ensayo que termina con esta sugestiva frase:

¡Pobre Rueda, ingenuo cantor de la luz y del sonido, mimado hoy por la febrilidad y el nerviosismo y castigado por ese dios enemigo de los que trabajan y sienten allá en el torbellino de las grandes ciudades! ¡Y por... la envidia!

 

Tenido por uno de los precursores del modernismo español, Rueda venía siendo leído -como hemos visto- desde las cercanías de 1890. Rodríguez Alcalá hace una referencia humorística al motivo de aquel acontecimiento:

Nuestra primera digestión se la hemos dedicado al egregio poeta andaluz, para quien todos tuvimos palabras de admiración y de cariño.

 

A la hora del brindis, por esos entonces con champagne,

Díaz-Pérez se puso de pie: iba a leer una carta de Salvador Rueda. Silencio sepulcral en la asamblea ¡queríamos escuchar la inspirada palabra  del ilustre y querido poeta andaluz! Con voz magnífica, Díaz-Pérez lee la hermosa epístola.

 

Luego O'Leary ofrece un soneto suyo destinado a don Salvador -que con los años retribuirá generosamente, en prosa y verso, tanto a él como al Paraguay- y propone que se le envíe la cartulina del menú firmado por todos. Domínguez, que tiene a su cargo la dedicatoria, recoge en dos líneas el sentido poético del escritor hispano: A Salvador Rueda, amante de la luz y del sonido.

Además de haber influido palpablemente en Marrero Marengo -según anotamos- esa predilección se desplazará hacia la final etapa elegíaca de O'Leary (1915), que tiene en Rueda a un evidente mentor. Basta comparar el Canto VIII, fechado por este el 27 de setiembre de 1906, con el poema ¡Muerta! del poeta paraguayo, escrito nueve años más tarde. Las semejanzas nunca son casuales, sino consecuencia de un proceso íntimo que a veces se demora en aflorar: al año siguiente (1916) empiezan a insinuarse los anuncios modernistas en la poesía de O'Leary, como se patentiza en su soneto: Don Quijote en el Paraguay. Una supuesta aproximación al José Asunción Silva de Día de difuntos no pasa de ser una especulación sin base alguna83.

Detengámonos ahora en Jean-Paul Casabianca y consignemos que ha seguido esparciendo, imperturbable, sus fêtes galantes, cultivador de un simbolismo tras el cual surge, de vez en cuando, el ímpetu romántico temperamental. Mucho es la que escribe y publica en español y en francés, aunque en poesía prefiera ser traducido. Con una cultura más vasta o sedimentada  pudo haber significado lo que Emilio Vaïsse en Chile, o con un espíritu bohemio y desaprensivo de los convencionalismos sociales, lo que Charles de Soussens en la Argentina. Se limitó a enseñar su idioma nativo en el Colegio Nacional y a alimentar las noticias de sociedad en los diarios locales, chroniqueurameno y galano al fin de cuentas.

Sus dos libros: versos y alguna prosa el primero -ya mencionado- y en prosa el segundo: Horas tropicales, y muchas colaboraciones sueltas en los periódicos, contienen temas de nuestra tierra: sus gentes, sus mujeres su historia. Canta al país en varias composiciones líricas, siendo las más celebradas: Ode au Paraguay, recreada, más que vertida por Pane; Au Paraguay, que dedica a Domínguez; Le Maréchal López, destinado a O'Leary, y la traducción del Nocturno de Silva esfuerzo cumplido entre nosotros.

Aunque Díaz-Pérez en su reseña al libro inicial de Jean-Paul, no se refiera a su versión del Nocturno (en general encomia su fluidez y su expresión) con viene destacar los valores que la singularizan, pues no se trata sólo de una traducción literal sino hasta rítmicamente sostenida con la mayor fidelidad. Su valía aumenta si se recuerda que ha sido realizada en 1901, a sólo cinco años de la muerte de Silva y cuando no habían surgido todavía (ese año llega Goycoechea Menéndez) síntomas ciertos de modernismo en nuestras letras.

En lo que hace a este asunto convendrá aclarar que se trata de ese Nocturno sobre el cual formula atinadas precisiones Max Henríquex Ureña: o sea que con ese título hubo un solo poema -universalmente conocido-, el que publicara a mediados de  1894 la revista La lectura de Bogotá y que se difundió hasta alcanzar celebridad después del suicidio de Silva, ocurrido en 1896.

Después de enseñar desde la cátedra la lengua de su amado Verlaine, Jean-Paul (firmaba sus escritos, indistintamente D'Aile o con su apellido: Casabianca) decide jubilarse y regresar a su país. Rodeado de profesores y estudiantes, en la Escuela Normal, lo despide O'Leary con palabras que interpretan el espíritu universalista de su generación y a la vez sus ideales de cultura:

... noble extranjero consagrado durante veinte años a difundir la rica lengua de Francia entre nosotros. Espíritu selecto y cultivado ha sido, indudablemente, un factor eficaz de nuestro resurgimiento intelectual, vinculándose perdurablemente, a la historia del pensamiento paraguayo en esta hora de nuestro auspicioso despertar.

 

Y continúa O'Leary:

Para hacer su elogio basta decir que es el autor de esa Oda al Paraguay, que el doctor Pane vertió en robustos versos castellanos, canto admirable que sólo pudo haber escrito un poeta de verdad y un hombre que ama profundamente a nuestra tierra.

El feliz pero cortísimo ensayo de convivencia y cultura representado por La Colmena recuperaba, por lo menos para los países vecinos, una imagen del Paraguay que se suponía remota al mismo tiempo que parecía encontrar ambiente propicio aquella esperanza  de Juansilvano Godoi, dicha algo más tarde pero pensada mucho antes. Concretaba ella todo un programa -encuadrado en la retórica y la estética que le eran consustanciales- que hoy puede contemplarse como muy alejado, en el fondo, del que proponían implícitamente en actos y escritos sus oponentes y -por instantes- admiradores novecentistas. Dijo así el viejo romántico en un 1909 de aire no del todo demasiado manso:

El resurgimiento de la República [lo] hemos de encontrar en los altos ideales preconizados por la idea nueva del siglo en que nos toca actuar. Estas primeras manifestaciones de la cultura superior colocarán muy pronto al pensamiento paraguayo en condiciones de hacerse escuchar en los conciertos de la civilización mundial.

 

Para esa época cada novecentista había podido encarar, sin trabas morales ni materiales, su propio destino. Don Juansilvano seguiría su rumbo por casi dos décadas más, y por medio siglo don Viriato.

Pero La Colmena -conviene advertirlo- no alcanza a vivir el año. Apenas si logra subsistir hasta diciembre de 1907, en que se realiza otra cena, esta vez para despedir a López Decoud que se propone viajar a Europa. De cualquier forma no le hubiera sido posible superar la dispersión -bien que drástica- que vino luego a raíz de las jornadas cuartelarias del 2 al 4 de julio de 1908 y sus inmediatas consecuencias victoriosas.

Cierto es que detrás de los insurgentes del 2 de  julio hay intelectuales brillantes (Gondra, Cardús Huerta, Eusebio Ayala, entre otros), pero no es menos cierto que con el transcurrir de los meses no pocos de ellos tendrán que hacer frente a situaciones distintas de las que habían previsto: consentir en el ostracismo o ser arrastrados por las mismas oscuras y ya incontroladas fuerzas que habían contribuido a desatar84.

Las páginas de El dolor paraguayo del novecentista y colmenista Rafael Barrett -alma latina y hasta hispánica, a pesar de su ascendencia paterna y de su estampa- y su candente hoja Bajo el terror, así como el mea culpa que en muchos de sus pasajes entrañan los discursos parlamentarios de Cardús Huerta (dichos catorce años más tarde), simbolizan acusaciones ilevantables contra tanta innecesaria violencia.

Con relación a don Rafael -tenido aquí por gringo- señalemos que don Viriato recuerda que «a pesar de su apellido inglés y de sus rubios cabellos, era absolutamente español». A esto debe sumarse la circunstancia de ser su madre una Álvarez de Toledo85.

En carta sin fecha, pero que es inmediatamente posterior a una del 16 de diciembre de 1908, enviada desde Montevideo, don Rafael relata a su esposa un entredicho habido con el representante británico, y al respecto reflexiona: «Decididamente soy muy poco inglés. No simpatizo con ellos. El ministro de acá me recibió mal y le contesté peor. Es un bruto». Y en una correspondencia del 14 de octubre de 1910, desde Francia, ratifica: «Soy de raza latina»86.



 

15. LOS AMIGOS

Además de las coincidencias generacionales, estéticas, literarias y en algún caso hasta ideológicas que lo vinculan a no pocos novecentistas, don Viriato estará unido a alguno de ellos -más próximos a sus años- por una amistad que, en ocasiones, trasciende la simple camaradería. Se advierte que siente respeto por aquellos que, dentro del grupo son considerados mayores: López Decoud, Domínguez y Gondra, sin que esto disminuya, a la vez el compañerismo que desde un principio lo inclinara hacia O'Leary, Rodríguez Alcalá, Barrett o Mosqueira. Vamos a detenernos en el primero de los citados por ser uno de los representativos de aquellos momentos.

No ha transcurrido el año de la llegada cuando abre sus puertas -mejor dicho: sigue con otros dueños- la Librería de O'Leary y Cía., insólito comercio de propiedad de don Juan y don Viriato. Por las causas que más adelante expondrá Rodrigo Díaz-Pérez, aquella rara conjunción termina pronto, algo después de La Colmena, bajo cuyos auspicios espirituales había nacido. Sin embargo, conviene no desdeñar la evocación de José Rodríguez Alcalá:

Cuando estaba por desaparecer el antiguo negocio de libros fundado por los bien recordados hermanos Uribe, los señores O'Leary y Díaz-Pérez, escritores los dos, decidieron ponerse al frente de la casa con el propósito de imprimirle nuevos impulsos y hacer de ella un centro de difusión de las mejores lecturas.

 

Y es así como se constituyó en el punto de reunión de «todos cuantos en Asunción gustan de hablar de libros y de otras cosas de la inteligencia», contribuyendo asimismo a la actualización bibliográfica.

Asegura por último el testigo:

Por lo demás, cuidadosamente atendida por sus dueños, la librería O'Leary está al día de la producción intelectual del mundo entero y recibe, por lo tanto todas las obras que se publican en Europa y en América.

 

Dicho negocio propendía igualmente al incremento de las actividades artísticas, exponiendo en sus vidrieras obras de pintores locales como Héctor da Ponte, quien el año anterior había editado un libro. Agreguemos, para completar el panorama de la época, que aunque de distinto nivel estético, aquel artista respondía a la tradición inaugurada por Boggiani y de la que serán continuadores, como precursores unos y como avanzados otros, Juan A. Samudio, Pablo Alborno, Modesto Delgado Rodas y Julián de la Herrería. Al dar la noticia de la muestra de cuadros de da Ponte, Rodríguez Alcalá menciona las exposiciones que aquel ha organizado en 1900 y 1902 y a su calidad de fundador de la primera Academia de Pintura87.

Volvamos a la amistad de don Viriato y don Juan, a quien sus cofrades llamaban familiarmente Juancito. Rodrigo Díaz-Pérez ha ofrecido un testimonio personal de mucha valía que trascribimos en su totalidad:

Yo lo recuerdo a papá abrazarse hondamente con don Juan Emiliano O'Leary en la casa de don Juan, en la calle Brasil casi Mariscal López. Se querían entrañablemente. Papá siempre lo distinguió y vos sos el único que lo sabe de verdad como yo. Por otro lado, Viriato era un alma sentimental y fue O'Leary uno de sus primeros amigos en el Paraguay. Lo que sucede después es pura leyenda de aldea y como bien indicas, hay que pasarlo. Poseo al respecto un archivo que vale oro: don Viriato y don Juan Emiliano hablando de pesotes comunes. ¡Hasta tenían una cuenta bancaria conjunta! Y una librería que casi anduvo, pero como ambos eran de la oposición no consiguieron un miserable crédito oficial para tramitar un agrandamiento del negocio y se fundieron88.

 

Otro hecho que no debe caer en el olvido es el siguiente: a raíz de una enérgica y combativa presentación de O'Leary a la traducción de la Oda al Paraguay de Casabianca, realizada por Pane para la Revista del Instituto Paraguayo, aquel es desautorizado por sus expresiones en materia histórica. El prólogo, bajo el título de Dos palabras, destila alguna violencia, pero ha de reconocerse que contiene no pocas verdades. Sus términos están encuadrados, por lo demás, en los lineamientos de su revisionismo, iniciado polémicamente el año anterior. Mas, para comprender el fondo de la cuestión hay que aclarar que, salvo excepciones, los dirigentes del Instituto -del cual es órgano oficial la Revista- son hombres maduros cuya posición en la materia guarda evidentes analogías con la de los románticos,  aunque de vez en cuando hagan demostraciones de tolerancia. Por otro lado, la personalidad del doctor Báez -destinatario de buena porción del ataque- influía mucho no sólo en la publicación sino en el ambiente.

Dos números después aparece la Desautorización, por no estar de acuerdo dicho trabajo con la índole de la revista «y haberse sustentado en ella, en contravención a las disposiciones de la Comisión respectiva, respecto a la forma de fiscalizar los materiales». Agrega que según manifestaciones del entonces titular doctor Domínguez, la Dirección ha sido sorprendida en su buena fe. Este incidente motiva la renuncia del Director, su reemplazo por Belisario Rivarola y el consiguiente alejamiento de O'Leary89.

Pues bien: cuando don Viriato, a partir del número 55 de 1907, se hace cargo de la redacción, su primer deseo es el de obtener el retorno de O'Leary a las viejas páginas y lo consigue. Es así que se publica la traducción de dos sonetos de don Pedro II del Brasil, acompañados de sustanciosa introducción. Expresa allí O'Leary:

El lector apreciará la belleza de los dos sonetos, en los que palpita toda la amargura del proscrito. En cuanto a la traducción, sólo hemos de decir que tratando de seguir en lo posible al original, nos hemos preocupado más de dar la impresión de sugestiva melancolía que anima a ambas composiciones.

 

Y termina calificando de «hermosos» los poemas (O Adeus y Terra do Brazil) del monarca desterrado.  Años después son reproducidos por el diario asunceno Patria como adhesión de ese vocero republicano «ante el aniversario de la proclamación de la república brasileña».

Informa un autor actual, Germán Arciniegas, que don Pedro II, a su vez, «traducía o leía latín inglés, griego, alemán; desde la infancia español, francés e italiano. Estudió el tupí, guaraní, provenzal, hebreo y sánscrito». Todo eso (incluso el tupí-guaraní) no le impediría llevar a cabo una guerra de exterminio contra el Paraguay, cuyo Presidente no se había mostrado, en su actuación pública y privada, menos culto que él, como le constaba al propio general Mitre90.

Hay más: en mayo de 1923 -pasados dieciséis años- el director de El Liberal, doctor Luis de Gásperi, otro de los silenciados padres del modernismo paraguayo y luego jurista eminente, logra el concurso de don Viriato para orientar la sección literaria, a la que entonces el periodismo concedía la debida importancia. Cuatro días después de haber asumido sus funciones, don Viriato ofrece integrar el cuerpo de colaboradores -antecediendo a otros- a su viejo amigo O'Leary, quien por más de una década quedará unido a ese diario, sin perjuicio de seguir escribiendo en Patria, órgano opositor y contenedor de aquel. Así lo anuncia la dirección, titulando la noticia con su nombre. Transcurrida una semana se incorpora don Juansilvano Godoi, suegro de Díaz-Pérez y figura prominente de las letras nacionales.

En ese tiempo aparecen prosas de Blas Garay y Fulgencio R. Moreno, sobre temas históricos; un soneto de Ángel I. González y unos curiosos poemas en idioma vernáculo, de los que es autor Silvano Mosqueira,  que también ofrece sus Becquerianas en guaraní91.

No ahorra O'Leary sus aportes en prosa y verso, pero lo curioso es que figuran seguidamente es esa página correligionarios suyos de tan definida militancia republicana -adversaria de la liberal gobernante- como Arturo Brugada y Natalicio González, o como el escritor Roque Capece Faraone, que ha hecho pública una apasionada adhesión al Partido Nacional Republicano, mediante una carta abierta que Patria se apresura a publicar en todas sus líneas. En aquella página del sábado de El Liberal  aparece por primera vez el artículo de O'Leary en elogio de Natalicio, que a los dos años pasará a servir de prólogo a su primer libro de poemas92.

En el archivo de Díaz-Pérez se conserva, a su vez, una importante correspondencia cruzada con Eligio Ayala, reveladora de la amistad y comunión intelectual que los uniera y que venía de los tiempos en que el novecentismo paraguayo iniciaba su andanza93.

Para demostrar cómo don Viriato sabía medir la trascendencia generacional del novecentismo, aun en sus extremos más polémicos, convendrá exhumar la crítica estimativa (acojámonos a esta feliz adjetivación de Luis Emilio Soto) con que valora, por sobre maliciosas dudas y chuscadas locales, la aparición de Arado, pluma y espada, meditación sociológica publicada en Europa por Gualberto Cardús Huerta. Las agitaciones políticas en que éste se viera envuelto desde su juventud y que no le impidieron completar una brillante carrera (bachiller a los 19 años, abogado a los 23), más la acerada independencia de su carácter y un dilatado apartamiento de los medios intelectuales, han sido causa de que la personalidad de Cardús Huerta no fuera apreciada en toda su dimensión.

Aunque sus inquietudes culturales no son distintas de las de su generación, reiterados viajes y vastas y buenas lecturas le proveerán de elementos apropiados para dominar algunos temas que como los de la economía y la sociología habrían de sugerirle páginas que todavía hoy pueden recorrerse con interés.

No evitaremos decir que la misma sociedad chistosa, anecdótica y superficial que pretendiera desdeñar, o no entender, el pensamiento teórico de Eligio Ayala, Pane o Mernes -tres de los raros paraguayos con acceso a la especulación filosófica, en la que raudamente se detuvieron Domínguez y Moreno- intentaría subestimar el quehacer de Cardús Huerta confinándolo a un silencio próximo al olvido, que dura hasta nuestros días.

Don Viriato, liberado por su procedencia y formación de atavismos tribales o resentimientos de vecindario, y presto siempre a reconocer el destino de la inteligencia allí donde la hubiera, no se deja engañar por la presión ambiental traducida en chascarrillos y retruécanos, pudiendo asegurarse que no sólo ha comprendido, sino que hace justicia al pensador novecentista.

No obstante los dos años de retraso habidos entre la aparición del libro (1911) y su comentario (1913), don Viriato se ocupa con detenimiento de Arado, pluma y espada, espera que quizá se haya motivado en el deseo de aprovechar las páginas de una revista propia para emitir su juicio.

Trata Díaz-Pérez al autor de «distinguido intelectual» que «abandonó todo eufemismo procediendo  a un análisis de su país completamente limpio de lisonjas». Advierte que, sin embargo, no hay en él la queja amarga de un Schopenhauer, un Nietzsche, un Pompeyo Gener o «la fina ironía de Heine». Pasa a enumerar enseguida a quienes especialmente en España, no ahorraron críticas a los males nacionales.

En orden admirativo son mencionados: Ganivet, «aquel colosal genio trágicamente desaparecido»; el «genial Costa»; Unamuno, Posada, Pi y Margall, Altamira, «el maestro Giner de los Ríos», todos los cuales «fueron no ya amables, sino siquiera justos muchas veces con el querido solar...». Por esa causa piensa que «la obra del doctor Cardús Huerta es profundamente española». Luego se detiene a señalar que mediante esa «revisión de valores históricos nacionales y todo el pasado de la raza, el presente y aun algunas posibilidades, se tambalean en una especie de crepúsculo de los ídolos de marcado tinte iconoclasta».

Esto tendrá, en cambio, su compensación en el reconocimiento del crítico, a quien le es dado creer que «a pesar de todo» del ensayo surge «algo altamente patriótico, de un patriotismo elevado y moderno. Porque Cardús -afirma- ama hondamente a su patria, que él quisiera de mágica substancia virgen, maleable, para modelarla nuevamente gigantescamente». Y para acentuar más la convicción de su novecentismo termina señalando que «el autor es uno de los hombres del Paraguay moderno».

Desgraciadamente diversos y acuciantes quehaceres, apareados a su no mucha propensión al desbroce sociológico, impidieron a don Viriato brindar más adelante algún estudio comparativo -que hasta ahora no se ha hecho- del pensamiento de Cardús Huerta con   el de Báez, Teodosio González y Eligio Ayala (en el plano de la crítica social, ahondando en los españoles) y algún paralelo eficaz entre las tesis sustentadas en Arado, pluma y espada, y la aguda introspección generacional que habrá de manifestarse en las páginas de Contra la anarquía donde, como en el intermedio de Pro-Patria, alcanzan nivel no desdeñable las controvertidas opiniones del autor, elevadas a escala doctrinaria94.

 

16. EL PERIODISTA EN SU LETRA

 

En cuanto a la primera actividad de don Viriato, en nuestro medio, digamos que fue la de periodista literario, oficio que no le resultaría extraño por haberlo practicado y ejercido en su país.

Se sabe que ha participado en la redacción de revistas españolas que en buena medida estuvieron relacionadas con el modernismo, entre ellas Electra (1901), donde comparte afanes con Valle Inclán, Maeztu, Baroja, Villaespesa, Manuel Machado y Juan Ramón Jiménez. Allí se publican poesías de autores premodernistas y modernistas, como Salvador Rueda. Entre 1901 y 1902 es editada Juventud, a la que se considera «como el depósito de la ideología del 98», en la que colaboran Baroja, Unamuno, Maeztu y Azorín.

Entre 1903 y 1904 surge Helios, nacida del grupo que encabeza Juan Ramón Jiménez, y en la que figuran -además de Darío, Unamuno y Azorín- ambos Machado, Rueda y Jacinto Benavente. En ella hace conocer don Viriato la primera versión de sus   notas y traducción de El Cuervo de Poe. Contemporáneamente aparece Alma Española (1901-1904), motejada de «rebelde y liberal», agregándose que «la voz ideológica de la revista responde al programa de Giner de los Ríos, del Instituto Libre de Enseñanza»; en ella escriben Valle Inclán, Maeztu, Azorín, Unamuno y Baroja, así como Darío, Benavente, los Machado y Juan Ramón Jiménez.

En su obra sobre el modernismo, Ricardo Gullón dice de Helios que fue «la mejor revista» de esa tendencia, calificándola de «seria, bien organizada y bien escrita diferente de las demás». Ofrece una extensa lista de colaboradores, entre los cuales está Díaz-Pérez, y nombra a escritores que fueron amigos de éste como Cansinos Assens, Pedro González Blanco, Juan Ramón Jiménez, Antonio y Manuel Machado, y hasta a su maestro, el krausista don Urbano González Serrano.

Otros autores se han referido igualmente a este intenso movimiento periodístico-literario, en especial Guillermo de Torre, quien escribiría un capítulo entero sobre El 98 y el modernismo en sus revistas95.

Tal quehacer se extenderá por largos años en la vida de don Viriato, pudiendo suponérsele consustancial a ella. Probablemente, allá en las vísperas de su viaje, no pensara que tan pronto vendría a prolongarlo en el Paraguay.

Aparte de una esporádica colaboración en El Cívico en los comienzos (setiembre de 1906), dedicada a los archivos españoles, y de una conferencia que pronuncia con el patrocinio del Centro de Estudiantes de Derecho96, puede asegurarse que todos sus esfuerzos serán entregados a la Revista del Instituto Paraguayo, que tenía ya diez años de existencia.

Un inocultable predominio de novecentistas se advierte por esa época en su plantel, habiéndose destacado como directores, entre otros, Moreno, Eusebio Ayala y Domínguez -sin contar los integrantes de las comisiones internas como Gondra, Teodosio González y Adolfo Riquelme-, nombres que le concederán un definido matiz generacional, aun cuando su anterior orientación, centrada en el historicismo y en la literatura de extracción romántica, le adjudicara una filiación que en verdad estaba lejos de nivelarse con la de muchos de sus componentes. Pero eso no es suficiente indicio como para sostener que haya podido subsistir por sí una generación del Instituto97.

Algunos ensayos de marcada propensión histórico-sociológica se habían dado a conocer en la Revista, prevaleciendo, a manera de contrapeso, los de interés documental. Hasta esa fecha -fines de 1906 y principios de 1907- han colaborado en prosa o verso, con excepción de Eligio Ayala, los novecentistas más significativos: López Decoud, Domínguez, Gondra, Moreno, Garay, Barrett, Goycoechea Menéndez, Marrero Marengo, O'Leary y Pane.

La lista completa puede leerse en un trabajo de la profesora argentina Mafalda Victoria Díaz Melián, el que hubiera podido ser útil si no adoleciera de los notorios errores que contiene, cometidos, sin duda, por carencia de familiaridad con el asunto y por el soslayamiento de indispensables fuentes paraguayas. Mayor confianza merecen las páginas que a ese tema dedicara Juan Francisco Pérez Acosta, a quien le tocó asistir a la vida, pasión y muerte del Instituto, sobreviviéndolo por largos años98.

La predilección por los distintos asuntos en una  y otra época, 1896-1906 y 1907-1909, servirá para establecer la diferencia entre ambas, no muy difícil de comprobar. En la de 1896 a 1906 se nota, además de una marcada disposición historicista -según hemos indicado-, otra hacia la etnografía, lingüística y literatura, y una tercera hacia las ciencias naturales influencia indudable de Bertoni y Boggiani.

Otra particularidad consiste en el aporte de firmas extranjeras. Entre los distintos autores que integran el índice, la mayoría corresponde a italianos y españoles, y en menor medida a franceses. La situación se modifica a partir de 1907, al asumir don Viriato la jefatura de redacción. Los temas relacionados con la lingüística, la literatura y la documentación histórica (anteriormente un tanto relegados) pasan al frente restringiéndose el apogeo de las ciencias naturales, que hallan ubicación en publicaciones especializadas (agronomía y agricultura) que edita el sabio Bertoni. Los autores italianos poco menos que desaparecen -ha muerto Boggiani, que podía incentivarlos para quedar centrada la atención en los españoles, que mantienen su sitio, y particularmente en los franceses, más numerosos que antes.

La sección bibliográfica, que en el decenio inicial no era exigente ni se hallaba muy poblada -tal vez hayan contribuido a esta deficiencia problemas de canje y de comunicación postal- crece en proporción a la universalidad que van adquiriendo las páginas de la revista y a una especie de proyección de su imagen, más allá de las fronteras nacionales, marginando la timidez de los comienzos99.

A pesar de los buenos auspicios y de la prestigiosa actividad del Instituto que la patrocina, lo cierto es que la revista languidecía, corriendo el riesgo de desaparecer. Quienes la impulsaban hallábanse sumergidos también en los negocios públicos y no podían dedicarle el tiempo que una presentación más exigente demandaba. Hay que añadir a esto la necesidad de ensanchar el horizonte cultural acudiendo a una visión más amplia y, por sobre todo, con una más efectiva experiencia en la materia ya que la cuestión no podía reducirse a un procedimiento de buena voluntad.

Como los novecentistas que agrupa el Instituto tienen siempre la ventaja -por encima de otros agrupamientos anteriores o posteriores- de saber enfilar el rumbo o de rectificarlo si es preciso, no se vacila en acudir a quien no sea paraguayo y en este caso a un recién llegado, para que en sus manos la revista tenga otra fisonomía y otro carácter, dentro de lineamientos que son ya inconfundibles. Además de las razones anotadas, se deduce del entusiasmo con que es acogida la presencia de don Viriato, el deseo manifiesto de poner a la publicación a cubierto de algunas erupciones, propias de un ámbito en exceso sensibilizado, las que -como hemos visto- no han dejado de proliferar.

Con la esperanza y expectativa de quienes lo reciben se incorpora don Viriato, como integrante de una cofradía intelectual en marcha y no como un extranjero (palabra esta extraña al lenguaje universal de los novecentistas y de uso poco frecuente, cuando no cuidadoso) sino como un compañero -hay que remarcarlo- que de tal se lo trata desde un primer momento. Le había tocado a Pane confesar, en 1902, el reconocimiento debido al magisterio de los predecesores: «Verdad es que todo nuestro progreso intelectual  ha sido obra de maestros extranjeros». (Se ha comprobado con cuánta avidez los anheló don Carlos Antonio López y procuró atraerlos el Mariscal).

Para aquella generación lo extraño -países, personas- no existía en la dimensión de la inteligencia. Así lo señala Moreno al defender al doctor Ritter de ataques xenófobos: «Sólo la savia extranjera vivificará nuestra cultura». Y Ritter, polígrafo ruso residente desde principios de siglo, ha de hacer profesión de fe nacional y será el primero aquí en hablar y escribir sobre Proust, a tres años de su muerte, recordación que constituye todo un acontecimiento.

López Decoud, cuya raigambre paraguaya nadie osará desmentir, le dice a Manuel Ugarte al presentarlo en el Teatro Nacional:

Habéis observado que nuestro bagaje intelectual es pequeño, pero os puedo asegurar que nuestra inteligencia colectiva está abierta a todas las incitaciones del Arte y de la Ciencia.

Habrá que sumar también, a los muchos testimonios de O'Leary, desperdigados a lo largo de su obra, el capítulo dedicado al Mayor Sebastián Bullo, donde se hace justicia, como pocas veces ha ocurrido en este país, al héroe italiano de la guerra contra la Triple Alianza.

Tampoco aquella generación, cuyos miembros nacieran en los diez primeros años de la posguerra, signada por el dolor y la tristeza, engendrará ningún espíritu revanchista, pues como se dijo en 1907 por la voz de Domínguez: Los odios murieron con los muertos. (La virulencia de O'Leary no será más que exaltación  patriótica). Cada uno de los países aliados en aquella contienda recibiría de los novecentistas paraguayos amplias demostraciones de comprensión, unida a un ánimo confraternal que alcanzará -eso sí con exclusividad- a los respectivos pueblos. Ese es el sentimiento que se evidencia en todos ellos, debiendo citarse especialmente a López Decoud, Domínguez y O'Leary, que celebrarán en prosa y en verso tanto a la Argentina y el Uruguay como al «libre Brasil republicano».

No es de extrañar, entonces, que la presencia de don Viriato haya sido saludada no sólo sin prevención, sino hasta con la ansiedad de una renovada camaradería. La campaña contra Barrett, realizada por un oculto Juvenal y respondida por aquel con su lapidario: ¡No mintáis!, que aún hoy tiene valor antológico, debe considerarse en verdad como una de las excepciones que confirman la regla, mucho más si se recuerda que su autor era hijo de padre y madre españoles.

Dos años después de muerto Barrett, Herib Campos Cervera (padre) firmará una página rencorosa, que recoge un diario asunceno recién fundado por Eugenia Garay. Las Cartas Íntimas del escritor español, en las notas aclaratorias de su esposa, contienen severas recriminaciones hacia el «pequeño Herib», y alguna recomendación de indulgencia por parte del maestro hacia ella100.

Este extenso intermedio ha tenido el propósito de exponer las ideas del novecentismo paraguayo en su concepción de lo foráneo. Pensamos que él puede contribuir con palpable elocuencia, a darle una interpretación al sentido del recibimiento de que será objeto  don Viriato, acorde con la conciencia que por ese tiempo se tenía de lo extraño.

Regresemos ahora al periodismo literario. En el N.º 54 de la Revista del Instituto Paraguayo, que todavía pertenece a la serie de 1906, su presencia es admitida con no escasas alabanzas. Se lo presenta como a «español de los buenos», recordándose que la prensa local celebró su arribo en términos conceptuosos. Y agrega la nota que

no sólo es un joven de espíritu abierto, miembro prominente de la vanguardia intelectual de la España moderna, sino también es amigo de nosotros, que gustó, a través de la distancia geográfica ya que en el orden moral desaparecen los linderos sangrientos de nación con nación entre todos los que rinden a la verdad de las cosas del Paraguay: le estudió y le amó. Y que gran parte de su tiempo nos consagró, ora en calidad de cónsul general que fue del Paraguay en Madrid, ora, sobre todo, como investigador de lo pasado en sus relaciones con la Historia Nacional.

 

Y sin más preámbulo es incluido en el grupo redactor de la revista

deseando que se incorpore resuelta y activamente a robustecer nuestra intelectualidad colaborando en la formación de la mentalidad paraguaya pues encontrará en esta tierra la acogida que se merece por su talento. Esto sin contar que la ciencia tiempo ha que ha franqueado la muralla china de las nacionalidades.
 

En las páginas siguientes se trascribe el trabajo de don Viriato sobre Obras y manuscritos referentes al Paraguay que se encuentran en algunas bibliotecas españolas101.

El impacto producido -no se trata sólo de un maestro que viene a enseñar sino de un camarada dispuesto a compartir trajines e ideales comunes- se refleja en una nueva presentación, hecha al incorporarse como redactor-jefe de la Revista.

Con el título de Un nuevo compañero la Dirección reconoce que hacía falta un integrante que contribuyera a regularizar la marcha de la publicación, pues

no existe todavía el medio ambiente, indispensable para sostener la nota intelectual a la altura e intensidad que demanda la cultura actual del mundo. Es que el sonido no repercute en el vacío. No hay eco.

 

Se alude a su llegada y a las primeras funciones que le toca ejercer, demostración de que ha sido escrita a comienzos de 1907:

Ayer no más vino de España a visitar a un miembro de su familia. Desde muchos años atrás venía ocupándose de nuestro país. Se halla en tierra guaraní en el desempeño de un cargo muy estimable: jefe de la Sección Archivo Nacional.

 

Agrega que «se inició en la vida intelectual presentado por el famoso periodista Nakens», haciendo mención de las distintas publicaciones españolas de interés general en las que colaborara. Coincide así  mismo en recordar su participación como periodista literario:

Ha sido cofundador de algunas revistas de arte independiente. Estuvo en Electra con los Machado, Valle Inclán, Maeztu y Villaespesa; en Juventud con Aguilaniedo; en Helios, órgano de la intelectualidad española intransigente, con Martínez Sierra, Juan Ramón Jiménez y Pedro González Blanco, y Alma Española. Dirigió Sophia y accidentalmente La Ciudad Lineal.

 

También se hace saber allí que tradujo obras de Ruskin, Nietzsche, Annie Besant, Mabell Collins, etc. Aquella nómina confirma en un todo la que hemos ofrecido anteriormente.

Como la dedicación de don Viriato se advierte hasta en la transformación gráfica y en la disposición de las distintas secciones, además del ingreso de otros colaboradores, la revista se adelanta a manifestar que «desde el presente número, se presenta mejor ataviada»102.

Encuéntrase allí el trabajo sobre Rueda, extenso y minucioso, en el que se aclara que son notas escritas en enero de ese 1907, cuando el autor ha fijado residencia en el país. Dicho ensayo se subtitula Con motivo de un libro nuevo, y hay en él, aunque de pasada alguna profesión de fe modernista, sin perjuicio de compartir las críticas que se le han hecho, patentizada en la forma de dirigirse al autor:

Aparte de que usted ataca por hipertrofia del Yo a Rueda, como Gondra atacó a Rubén por el egotismo, énfasis y presunción de las Palabras  liminares de sus Prosas Profanas (que aparte de su deliciosa petulancia a mí me placen. ¡Cómo no!)103.

 

Varios de los novecentistas anteriores continúan colaborando, con el agregado de dos recientes: Ramón V. Caballero (después: de Bedoya) y Roberto A. Velázquez, en el ensayo104. Se suman contribuciones -extraídas de páginas europeas-, de Anatole France, Remy de Gourmont y Maurice Maeterlinck, cuyo espiritualismo deslumbrará por los años 20, a Domínguez y O'Leary, y que difundiera Díaz-Pérez, tanto en la Revista como en su conferencia universitaria del 13 de setiembre de 1913105.

Por su trascendencia debemos detenernos en la consideración de dos colaboraciones: la real de Pedro González Blanco (1883-1961) y la presunta de Paul Groussac (1848-1929). Vamos a tratar inicialmente de la primera por abarcar una etapa importante del proceso literario de España y por los vínculos afectivos e intelectuales que unían a su autor con don Viriato, desde los días de bohemia madrileña.

La importancia de este trabajo reside en tres causas: a) La afinidad literaria habida entre González Blanco y don Viriato; b) El propósito de éste de dar a conocer a los más recientes críticos y ensayistas europeos, en particular hispánicos; c) La intención, paralela a la anterior, de acercar al Paraguay los gustos estéticos y las ideas del mundo moderno.

La información que trae González Blanco -ceñida a este carácter- no dejará de tener trascendencia en nuestro ambiente; en tal sentido su extensión: cuatro números y un total de 38 páginas impresas,  está justificada. Convengamos asimismo en que ella es brindada en el instante en que se produce la captación del modernismo en el sector novecentista y en el año (1908) en que inicia su aparición la Revista del Centro Estudiantil, avalada por una incipiente modernidad literaria que asumen, entre otros, el ya mencionado Luis de Gásperi y Adriano Irala. A ese tramo corresponde la irrupción generacional a que se refiriera Juan E. O'Leary.

Diez años justos han pasado desde la crítica de Gondra a Darío y el interés por los temas modernistas, en lugar de diluirse o decrecer -como suponen indocumentados historiadores nacionales y extranjeros- ha ido en aumento a un ritmo que ya no hallará pausas. Cuando el primer número de Crónica sea entregado al público en abril de 1913, el modernismo no significará entre nosotros mayor novedad.

Lo que se muestra a partir de esa fecha forma parte, en algunos prosistas y poetas, de una exacerbación imitativa, aunque se agreguen ciertas expresiones no carentes de originalidad, como en el caso de Molinas Rolón, un simbolista distinto de Velázquez. Pues si bien no intenta novedades estróficas o combinaciones métricas al margen de las ensayadas en aquel movimiento, en cambio se interna, con insólita valentía, en el mundo de la metáfora, audacia que pone al descubierto una riqueza de imaginación no común en poetas inmediatamente anteriores (1904-1909) o en los que llegaron después.

El nombre de Darío -familiar para Gondra, Domínguez, López Decoud y Pane, entre 1898 y 1908 figura en el estudio de González Blanco agasajado por algún adjetivo: «El gran Rubén Darío renovador de la lírica española». A la vez Rodó es citado como uno de los mayores críticos. Reconoce el escritor español que de América fueron a su país «ciertos ecos del simbolismo y el decadentismo, las modalidades que más importancia tienen en la literatura española actual». Y añade que en España esperaron que América enviara estas novedades francesas, implícita alusión a aquel galicismo mental que Valera descubriera en el Azul de Darío.

Nada desconocidos -por el contrario: bastante conocidos- son los nombres de nuestra América que González Blanco incorpora a sus citas: Gutiérrez Nájera, Silva, Casal, Darío, Lugones, Leopoldo Díaz, Nervo y Díaz Romero, todos ellos leídos, en mayor o menor medida, como se ha visto, por nuestros novecentistas. Y en la recordación, porque no los trascribe ni comenta, está el secreto: «... no me pararé a estudiar la obra de esos grandes poetas que han precedido a nuestros coetáneos en los atrevimientos modernistas». Más claro, imposible.

Dos de los poetas aludidos con prolijidad en ese recuento han compartido afanes intelectuales y tenido amistad con don Viriato, quien será aquí el primero en hacerlos conocer. Dice al respecto González Blanco que «Antonio Machado, hermano del autor de Alma, es la figura más culminante de la poesía española en la actualidad» y que «Juan Ramón Jiménez es el sucesor de Bécquer en la poesía española».

Por último, yendo a Groussac, conviene aclarar que de las iniciales P. G. la profesora Díaz Melián intuye, sin pruebas, el nombre y apellido de Paul Groussac, los que aparecen en dicho Índice con el encabezamiento traspuesto. El ensayo del que sería autor:   A propósito de americanismos no lleva noticia alguna de si se trata de un trabajo original o de una trascripción. Después de todo, no dejaría de ser significativo (si se comprobara su autenticidad) ese aporte del nada complaciente crítico, tanto como su figuración en la revista106.

Entre los de nuestra América la Revista del Instituto registra a dos de vasta y variada nombradía: el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (aludido por Gondra en su ensayo, aunque es dudoso que haya sentido atracción por su literatura) y el argentino Leopoldo Lugones. La colaboración de este último parece sugestiva dado el celo con que siempre vigiló sus prerrogativas intelectuales. Esta es la causa de que nos inclinemos a aceptar su autenticidad, vinculando a esto la propia presentación de Díaz-Pérez.

Agreguemos que esa es la época de más estrecha comunión entre el poeta argentino y el paraguayo Eloy Fariña Núñez, quienes compartían afanes periodísticos en El Diario de Buenos Aires, según carta de éste dirigida a don Viriato el 22 de enero de 1918, confirmatoria de dicha amistad y de la no poca influencia que ejerciera Lugones sobre su joven compañero (Fariña Núñez tenía 23 años)107.

A todo lo especificado como labor de don Viriato debe añadirse la incalculable capacidad de trabajo del joven jefe (31 años recién cumplidos), quien participa con su firma, sus iniciales y hasta con seudónimo, en la totalidad de los números desde el 54, hasta el 64 y final, en un lapso riguroso de tres años: 1906-1909. En eso pone gran parte de sus afanes de estudioso, tanto como en las notas y traducción de El Cuervo de Poe (origen de una carta-ensayo de Domínguez)108,  asimismo el intenso ensayo sobre Ruskin y la mencionada presentación a Lugones, que puede considerarse todo un hallazgo en la historia del modernismo nacional. Con esto se inician las citas bibliográficas sobre su obra en el Paraguay109.

Escudado en su conocido personaje Fernán Días, redacta don Viriato, en esa y otras publicaciones, comentarios, gacetillas bibliográficas y hasta trabajos de investigación, creando a la vez, en la del Instituto, una útil Revista de Revistas, demostrativa no sólo de la manifiesta necesidad de información -estar al día, que se le ha llamado después- sino de una más intensa comunicatividad con los medios culturales y literarios del exterior. Que este no era un procedimiento casual ni atenido a las circunstancias propias de una renovación, lo prueba, el hecho de que fue repetido en las dos revistas que posteriormente dirigiera: la Revista del Paraguay y la Revista Paraguaya110.

Apreciada como un milagro, esa resurrección gráfica y periodística de la Revista del Instituto fue debidamente interpretada por uno de los diarios asuncenos de prestigioso plantel profesional, muchos de cuyos integrantes eran hombres de letras. Dicha nota coincide también con la esperanza que la dirección de la revista había puesto en el cometido de don Viriato, puesto prácticamente al frente de ella, aunque otros -que se avinieron a descansar en su capacidad- figuraran como responsables directos.

Dice Los Sucesos, después de reconocer que es un «interesante volumen» el que acaba de llegar a la mesa de redacción, en comentario alusivo al N.º 56:

Bajo la dirección del ilustrado escritor doctor Viriato Díaz-Pérez, la Revista del Instituto Paraguayo ha sufrido una transformación tan radical como beneficiosa para el éxito de la publicación. La Revista del Instituto Paraguayo no es más aquel folleto antiestético que nadie leía porque, en realidad, raras eran las ocasiones en que tenía algo digno de causar interés; el doctor Díaz-Pérez ha convertido aquella revista en una publicación interesantísima, cuyo sólo aspecto puede predisponer a la lectura111.

En materia bibliográfica hemos señalado que su primera colaboración estuvo referida a un trabajo de compulsa que realizara en España y que aun en nuestros días viene a reforzar el tema de la bibliografía paraguaya accesible en entidades del exterior. Debe indicarse que, no obstante aquellas lejanas comprobaciones, no existen catálogos de inmediata frecuentación que permitan conocer las obras de y sobre el Paraguay que pueden consultarse en bibliotecas extranjeras, salvo aquellas muy contadas que proceden a la edición de índices112.

Una vasta compilación documental -que puede considerarse de excepción- será la que brinde diez años más tarde y que por su plan y características sólo podría comparársele la Historiografía Paraguaya de Efraím Cardozo (México, 1959). Se trata del primeramente denominado Polibiblión Paraguayo, que en las informaciones del Congreso Americano de Bibliografía e Historia, efectuado en Buenos Aires en julio de 1916 y al que fuera presentado, aparece con la denominación, quizá más ajustada, de Polibiblia Paraguaya113.

Tales faenas culminarán en 1925 -otra década más- con su crítica a un trabajo bibliográfico del profesor argentino Narciso Binayán, quien había estado en el Paraguay en 1920. Él mismo publica, luego de dos años, en una revista universitaria especializada, su Bibliografía de bibliografías paraguayas. Don Viriato comenta este trabajo a casi un lustro de su aparición estimándolo como «el mejor ensayo existente hasta el momento sobre la materia, pero no completo», olvidando generosamente la importancia de su propio aporte114.

Salvado el paréntesis, podemos afirmar que don Viriato, en las dos publicaciones que fundara -luego de la desaparición de la Revista del Instituto, ocurrida en 1909- requiere con más dedicación firmas de novecentistas, según se advierte en la Revista del Paraguay, que dirige en 1913 con Ramón Lara Castro (1873-1960). Esta es la primera revista que denominaríamos suya -aunque compartida- que edita en el país115.

Por su lado la Revista Paraguaya que sale en noviembre de 1925 (las décadas siguen caracterizando a estas movilizaciones) y desaparece en 1928 lo encuentra sin acompañantes. Para editar y dirigir esta publicación -de más amplitud y mayores ambiciones que la anterior- don Viriato emprende solo su trabajo, que por ser un poco más intenso le toma, con intermitencias, dos años y dos meses de incesante actividad. Pero no es con el cargo de director que figura allí sino de redactor-jefe, aunque sin otras autoridades visibles.

Hemos incluido noticias sobre estas dos revistas rebasando en mucho el límite de época que nos fijáramos  por anticipado, porque una comparación con la del Instituto Paraguayo en sus últimos tiempos, y aún entre ellas, puede contribuir a la adopción de ciertas conclusiones sobre la evolución observada en la tarea de don Viriato como periodista literario en el Paraguay.

En lo que hace a estas dos publicaciones habrá que manifestar que el cotejo de los ensayos que incluyen, tanto como de los respectivos índices, sería de evidente importancia para la extracción de datos referentes al desarrollo de la cultura nacional, evitándose así divagaciones inútiles e injusticias notorias116.


 

17. UN ARTÍCULO PRECURSOR

Don Viriato se incorpora a la historia literaria del país con un artículo inaugural: Movimiento intelectual en el Paraguay, que hace conocer en 1904, o sea cuando aún se halla, en el desempeño del consulado. Aunque sería riesgoso adelantar una creencia, puede inferirse que, de acuerdo a lo que indican las comprobaciones, se trata de una de las primeras -sino la primera- aportaciones europeas al estudio tanto de la literatura como de la cultura paraguayas, en su conjunto. Se difunde en Madrid dos años y tres meses antes de su venida. Durante años se hace la sombra sobre su contenido, que esta edición comentada contribuirá, por supuesto, a actualizarlo, con escrupuloso respeto de su versión inicial.

Debe interpretárselo como un esfuerzo verdaderamente meritorio, mucho más si se tiene en cuenta  que el material informativo relacionado con el tema era, a la vez que exiguo, poco menos que ignorado. No es seguro que don Viriato haya podido consultarlo todo -incluidas las menciones orales de su cuñado Herib- pero se deduce del texto cuáles pudieran haber sido sus fuentes. Ha de advertirse que sobre literatura paraguaya, en su estricto sentido, poco era lo que podía obtenerse y no sólo en Europa117.

Es de justicia recordar en este aspecto a José Segundo Decoud -fundador de la Universidad Nacional, personalidad influyente de la posguerra- como suscitador del primer indicio concreto de interés por las disciplinas literarias en la etapa que va de 1870 a 1890. Prueba de ello es la carta que acerca del tema enviara a una publicación local en 1882.

Dos años más tarde, el 28 de noviembre de 1884, pronuncia una conferencia de carácter literario en la sesión nocturna del primer Ateneo Paraguayo. Con el título de Discurso su contenido pasa a integrar el tercer fascículo de composiciones editado por dicha entidad en 1888. La versión definitiva de ese trabajo circuló como segunda edición un año después118.

El siguiente aporte de época es el que ofrece, comentando el anterior, el historiador argentino doctor Arturo P. Carranza, en extensa nota que, aunque sin firma, ha sido posible identificar como suya. El artículo tiene un título parecido al del folleto: Las letras en el Paraguay119.

Si hemos de referirnos al material poético digamos que ese mismo año aparece, sin mayores estridencias, la primera antología compilada por Pane, con prólogo de Cipriano Ibáñez y en modesto folleto de 40 páginas. Su orientación es netamente posromántica120.

Por su parte los elementos bibliográficos de consulta son verdaderamente magros, no en calidad sino en número. Uno de ellos es el ya citado Catálogo Alfabético de la Biblioteca Nacional, y otro análogo será editado en el extranjero y en inglés, como complemento de una anterior aportación, hecha en 1902 por José Segundo Decoud121.

Menciones relacionadas con la evolución cultural del país hasta 1904 tampoco hay muchas. Se las halla en el discurso de Gondra, dicho en la recepción al doctor Báez. Es esta una pieza de singular importancia como recuento cultural desde el 70, transcripta in extenso sin título y sin aclaración de origen. Debe situársela en alguno de los dos regresos de Báez de sus misiones en el exterior: México, 1901, o Montevideo, 1902. No figura en el folleto que José Antonio Pérez consagrara a Báez, ni en la recopilación póstuma de Gondra, hecha por Natalicio González. Es dudoso, por tal motivo que la haya conocido a tiempo don Viriato o que hubiera tenido noticias de ella122.

Igualmente, en la conferencia pronunciada por Pane el 26 de noviembre de ese año en el Ateneo de Santiago de Chile y que tiene edición en opúsculo, se formulan idénticas precisiones, aunque más detalladas123 y por último los respectivos capítulos del libro Ricardo Brugada (h), referente a las relaciones con el Brasil e impreso en 1903 en Río de Janeiro124. Estos dos son la consecuencia de las funciones diplomáticas que sus autores cumplían, por esa época, en Chile y en el Brasil.

Díaz-Pérez se anticipa a manifestar que, aunque  desconocido, el proceso literario del Paraguay existe y que a pesar de los resultados de aquella guerra -que califica de epopéica- puede el país dar ejemplo de intelectualidad. Destaca los logros alcanzados por la enseñanza y pasa a citar a los principales escritores.

A la cabeza de ese movimiento está, a su juicio, Manuel Domínguez, «gloria no sólo de su país, sino de América». Añade que en España podría ser comparado con Pi y Margall o Valera. Se acoge a la opinión de su maestro González Serrano, para quien Domínguez es uno de los pocos escritores de espíritu y habla europeos.

En contraposición con aquella opinión debe recordarse que, sin mayor conocimiento de su obra, el historiador y crítico Luis Alberto Sánchez ha tratado a Domínguez de «aristocratizante, blanquista y europeizante». Esto último es lo que, precisamente, dio lugar al elogio de González Serrano y aun al de Morayta. El pensamiento del maestro paraguayo debe ser interpretado a la luz de su generación, de la cultura universalista que esta adoptara y no a través de una condición cosmopolita que no cultivara. Por lo demás, mueve a sospecha la acusación de blanquista, sabiéndoselo orgulloso de su raza (como él la llamaba), que no era otra que la hispano-guaraní. Tampoco debe olvidarse que si Domínguez era contemporáneo de Arguedas, Zumeta o Bunge, en cuanto a la captación de ideas, también sabía serlo de Korn, Rodó y Vaz Ferreira.

Habría que fijar muy bien, por medio de estudios comparativos, que de hecho estamos proponiendo, el supuesto influjo del aristocratismo de Renan   en el ideario de Domínguez, y aun en su esteticismo literario. Es de creer que ya por 1925 -a unos quince años de la edición del libro donde Sánchez ubica su parecer- aquel estaba de vuelta de sus viejos amores renanianos, como alcanzará a confesarlo en la conferencia sobre sus ideas y su estilo.

A propósito de Renan -alrededor de cuya ética quizás hubiera más de una coincidencia de época con Domínguez- habrá que retrotraerse al ensayo en que, por 1903, dice don Viriato:

Yo creo que el calumniado Renan no sólo no fue tan dañina como dicen para con la Iglesia, sino que casi siempre fue -consciente o inconscientemente- el mayor de sus auxiliares modernos.

Aunque esa no haya sido la base de la doctrina en que el maestro paraguayo se apoyara para combatir a Menéndez y Pelayo, por ejemplo, según se infiere de sus mismas expresiones125.

Sin embargo, alaba Díaz-Pérez esas polémicas cartas, centradas más bien en el hecho ideológico-religioso (por donde don Marcelino podía ser algo más vulnerable) antes que en el puramente literario, epístola que encontraron en Cecilio Báez -su destinatario- pareja respuesta. La embestida de éste se orienta a censurar, con una energía que carece de la elegancia con que Domínguez recubre la suya, a una España reaccionaria y bastante remota, abstraída del pensamiento moderno. Con el transcurrir de los días, el autor de El Alma de la Raza se encargará de modificar, lúcidamente, cualquier actitud negativa, no obstante  que nunca se resignara del todo a apearse de sus añejos modelos franceses126.

Encomia don Viriato el sentido de las discusiones con Boggiani, tal vez deslumbrado por el despliegue de Domínguez en su incursión por el campo, entonces no muy frecuentado, de la filología guaraní, en el que Gondra había adelantado algunos ensayos. Nuestro polígrafo finaliza su cita afirmando que «Domínguez es un símbolo del Paraguay»127.

El doctor Báez recibe el calificativo de «ilustre crítico», al mismo tiempo que lo considera, con los españoles Zubizarreta y Olascoaga, «el padre de la intelectualidad paraguaya», opinión que antes de la polémica de 1902 sustentaba por igual la mayor parte de la juventud estudiosa.

A Gondra en tanto -expresa- puede tenérselo como distinto de los anteriores, figurando entre «uno de los más originales y eruditos de América», hallándolo semejante a Darío en sus anhelos de cultura moderna, y específica que son conocidos sus estudios de crítica que contaran con la opinión de Clarín y la admiración de Rueda. Tres años más tarde, hallándose ya en el Paraguay y en su ensayo sobre el poeta español, al referirse al comentario de un señor Wilson, le dice, refiriéndose a Gondra:

 

Remito a usted a un estudio famoso conocido en España y América con el título de En torno a Rubén Darío debido a Manuel Gondra (Ministro del Paraguay en Río de Janeiro) quien, como usted sabrá, es uno de los críticos más ilustres de este país y acaso también de Sudamérica.

 

Por la reseña se ve que Díaz-Pérez sabía de la segunda y definitiva versión de la Revista del Instituto y no de la primera de 1898, que no tiene esa denominación.

Se ocupa de O'Leary como de uno de los jóvenes que más renombre ha alcanzado. Evocador de las glorias de su patria «es el poeta nacional del Paraguay». Nadie como él ha cantado al indio. No está de más recordar lo que años más tarde dirá de la poesía indigenista juvenil de O'Leary el escritor argentino Héctor Pedro Blomberg:

Él cantó con el más profundo acento al guaraní legendario. (...) Su poema El alma de la raza, aunque inspirado en la forma del Tabaré de Zorrilla de San Martín, no deja de ser original en el fondo, y constituye una de las obras señeras de la literatura paraguaya.

Hay que advertir que el haber literario édito de O'Leary no era muy caudaloso en 1904: unos Recuerdos de Gloria y dos poemas -entre ellos el que se menciona- concretados en opúsculos128.

Por su actuación poética son incluidos Pane y Francisco L. Bareiro, distinguiéndose éste -según don Viriato- por su originalidad y elegancia. También profetiza sobre el mismo:

Verdadero temperamento de artista, su obra es lo de un precursor influido por las auras de una espiritualidad exquisita y santa.

 

El tiempo no daría curso a tales esperanzas. Hay allí una generosidad derivada del criterio de Gondra en su carta del 98, pues el mayor caudal de Bareiro era, por 1904, su aludido poema Espuma y un soneto a José de la Cruz Ayala (el difunto y añorado Alón), de corte posromántico, que José Rodríguez Alcalá incluye en su Antolojía juntamente con el primer soneto dedicado a Humaitá, que es de 1907.

Cuando Bareiro (Panchito para sus amigos) publica el segundo de la serie -unido al anterior y significativamente destinado a don Arsenio López Decoud- se reavivan las ilusiones sobre su retorno poético, pero a partir de entonces (1910) el poeta calla definitivamente. Queda así, como un anhelo trunco, el reconocimiento hecho por Rodríguez Alcalá a esa calidad lírica que no habría de concretarse: «... una de las muchas esperanzas de las letras paraguayas que retardan, esquivas, la hora de ofrecerse gloriosamente realizadas».

También Gondra -que lo llama «mi joven amigo», «querido amigo»- le hará llegar frases como estas:

 

... todo lo que de usted he leído ha sido para mí la revelación de que hay en su alma una hermosa virtualidad artística. (...) La naturaleza lo quiere a usted poeta y de usted depende el serlo. (...) Sus dotes naturales son excelentes: imaginación, sentimiento, sentido del ritmo; lo esencial.

Vemos, pues, que, de esta opinión parte don Viriato para emitir la suya. Está avalada, además, por el respeto que Gondra le merecía como crítico y que recoge el parecer unánime de la generación del 900129.

Evoca a Herib Campos Cervera y su reciente viaje a España, donde entrevistara a Galdós, Núñez de Arce y Salvador Rueda. Es él quien publica el primer trabajo sobre Domínguez difundido allá. No sería extraña a esta referencia, así como a los nombres manejados por don Viriato, una carta que dos años atrás ha mandado Herib a su contemporáneo Adolfo F. Antúnez -residente en la Asunción-, quien aunque no cultiva las letras suele colaborar en los periódicos. Hay allí párrafos de no escaso interés, aunque no se aclara si el López mencionado es don Enrique Solano López, don Arsenio López Decoud o el Dr. Venancio V. López, primos entre sí y además intelectuales. Dice Herib entre otras cosas:

 

Creo que con hombres de la talla de Domínguez, Moreno, Fleytas (sic), Báez, López y otros en el gobierno se podrá dar un paso más hacia la senda florida del progreso. Si la época de la ineptitud confabulada ha muerto es de esperar que no tendremos una etapa de egoísmo intelectual que todo lo quiera para sí y practique, como es de costumbre en otros países inferiores al nuestro, la conocida ley del embudo.

Don Viriato hace figurar, igualmente, a Ricardo Brugada (h) como periodista y no olvida a Moreno y López Decoud. El primero ha hecho conocer ya su libro sobre el Brasil, además de opúsculos informativos y políticos. Moreno ha publicado un ensayo donde expone sus ideas económicas, de intención proteccionista en algunos aspectos, pero en modo alguno embarcado en un nacionalismo que por entonces se  hubiera considerado extemporáneo, según ha pretendido Natalicio González. López Decoud, a pesar de su intensa militancia de periodista y orador, sólo había escrito un breve libro, el citado Sobre feminismo, ensayo de matiz sociológico, en el que no están ausentes las predilecciones positivistas -menciona a Comte- aun cuando el autor no aparezca adhiriendo de lleno a esa corriente130.

Resumen parecido al de don Viriato hará Rubén Darío en las vísperas de su nombramiento como cónsul en París, firmado el 3 de setiembre de 1912 por el presidente Schaerer y refrendado por su ministro José P. Montero, designación debida, desde luego, a los esfuerzos de Gondra. Dura en sus funciones hasta el 30 de junio de 1914 en que presenta su renuncia, que le es aceptada. Acerca de las rentas producidas por ellas -la digresión no está de más- hay una carta de Alberto Gerchunoff al poeta, la que en su párrafo más interesante expresa:

Hablemos de nuestras cosas. Me dice usted que el consulado paraguayo resultó honorífico. He ahí algo que nosotros, líricos y todo, no hubiéramos imaginado.

Ese recuento es incluido inicialmente en Mundial, revista que Darío dirigía en la capital francesa, y luego en volumen póstumo de título equívoco: Prosa Política, que lleva un subtítulo cierto: Las Repúblicas Americanas, estando cada capítulo dedicado a los respectivos países del continente131.



 

18. EL CAMBIO DE LOS AÑOS

Menos optimista se mostrará don Viriato en su Epístola a Villaespesa, fechada en enero de 1911. En ella nombra a Blasco Ibáñez y Valle Inclán, y a sus visitas al Paraguay. Lo mismo a Unamuno y al «imponderable Santos Chocano»; a Vargas Vila, «tan lleno de buena intención como de baratijas literarias»... Después confiesa al amigo poeta:

Quería ver en alguna forma tu nombre al frente de las ingenuas y sencillas melodías que forman esta serie de canciones de un joven, y lejano país.

 

Recoge don Viriato la creencia, común en aquel tiempo, de que el Paraguay ha carecido de poetas y trata por ello de explicar la causa: «Tuvo que rehacer su nacionalidad destrozada por una catástrofe sin igual». Pero hay que hacer notar que tampoco concede mayor vigencia al teatro y la novela, llegando a la conclusión de que en realidad no existen.

Y explica ese estado de cosas como propio de la posguerra nacional y sus consecuencias, nada propicias -tal es su conclusión- a las exaltaciones intelectuales:

 

[el país] yacía hace unos lustros en el letargo en que cayera después de los más heroicos esfuerzos que registran las gestas modernas: su lucha sin fortuna contra tres naciones coaligadas.

 

Piensa, en consonancia con su formación ideológica y con la visual de la época, que todo el pasado conspiró negativamente y que la vida y la libertad volvieron a partir de 1870.

En su concepto, ésta de José Rodríguez Alcalá es «la primera antología que ve la luz en tierra guaraní». Convengamos en recapitular que Pane ha publicado la suya siete años antes y que contemporáneo de aquella recopilación es el Parnaso Paraguayo (1911), de Manuel Fleytas Domínguez, tan mentado como desconocido y cuyas noticias no van más allá de su denominación.

Percibe Díaz-Pérez, y así se lo hace saber a su amigo, que aquí se vive en plena era del patriotismo. La música tiende al himno; la palabra al discurso; la poesía a la oda. ¡Como nuestro pasado poético cuando cantaba Quintana y los viejos lloraban recordando los días de la Independencia!

Romanticismo temperamental y terrígena, el nuestro, de origen hispánico, que por entonces está iniciando su despegue. Pues, aunque ciertos poetas hagan algunas concesiones, puede afirmarse que las odas van quedando confinadas a la inspiración de Pane y O'Leary, quienes también habrán de evolucionar. Si se comparan las demostraciones del viejo estro con poemas de Guanes, Marrero Marengo, Toranzos Bardel, Freire Esteves y Velázquez -que hemos enumerado- podrá comprenderse que el énfasis patriótico no encierra todo el rumbo de la poesía de esa época. Otras voces, embarcadas en tal modalidad, afloran  como de bastante menor tono para considerarlas con derecho a una exégesis crítica.

En la mayoría de los escritores paraguayos -esa es su convicción- no existen ambiciones literarias, porque en caso de haberlas tenido algunos de ellos hubieran alcanzado consagración continental. El obstáculo que ha malogrado este intento -anota Díaz-Pérez- no es otro que la política que «transforma los más bellos anhelos». Y le advierte a Villaespesa: «La mayor parte de los poetas que leerás, aunque viven, pertenecen al pasado, fueron poetas; hoy son políticos». (Tal vez golpeaba su sensibilidad el ejemplo de Francisco L. Bareiro, que tantas esperanzas literarias concitara, convertido primero en intendente municipal y luego fugaz ministro del coronel Jara, dejado para siempre de las Musas).

Sin embargo, algunos a pesar de todo se mantienen con cierta pureza poética: Guanes, Marrero Marengo, el romántico maestro Chamorro, entre los incorporados a esas páginas. Otros se apagarán silenciosa y voluntariamente, como Roberto A. Velázquez, Frieire Esteves o Jiménez Espinosa.

En la exposición de los maleficios políticos coinciden con Díaz-Pérez los que como Barrett se entregan a la lucha social o los que como Rodríguez Alcalá no se sienten propensos a tales entusiasmos. También Goycoechea Menéndez, a menudo contradictorio, fue su censor, no obstante haberse dedicado a ellos con la fugacidad propia de su ánimo. Hasta Pane, sumado a una bandería nada indefinida, está de acuerdo en que la política -la empírica y vernacular, se comprende, no la de ideas, en la cual cree- es la fuente de no pocas frustraciones personales y nacionales.

Los resultados posteriores, en cuanto al porvenir cultural del país -corriendo a cada paso el albur de nublarse por estancamiento- les darán en parte la razón. La exigente diosa terminará fagocitándose nada menos que a tres maestros, entre los más dotados para el ejercicio de las humanidades: Báez, Domínguez y Gondra. En cambio López Decoud supo resistir, aunque a medias sus asedios, teniendo por defensa una orgullosa e inalterable actitud estética, que al final se convertiría, afortunadamente, en su ética132.

Ciñéndonos a un estricto precepto literario hemos de anotar que la modificación de algunos puntos de vista queda evidenciada al cumplirse los cinco años de la actuación de don Viriato en nuestro medio. De este modo, observa a O'Leary con óptica distinta a la de antaño, situándolo como «poeta nacionalista (no ya nacional) que «ha cantado a las razas primitivas y olvidadas». Asegura que su nota dominante es la energía, trasmitida igualmente a su prosa133. Asimismo pone de resalto la influencia de Zorrilla de San Martín, lejanamente descubierta por Pane134.

La valoración de Guanes -por el contrario- se ha acrecentado, y tanto es así que -de acuerdo a su parecer- su sola presencia justifica toda la antología. Previene sobre su característica más descollante: la carencia de color local y el hecho de que «gusta cantar el misterio de las cosas». En verdad, es el único, entre los surgidos del novecentismo, en quien se revelan inquietudes religiosas y aun esotéricas135.

Tampoco el futuro de Guanes, en lo que se vincula con su vocación poética, daría validez a la promesa que en él se insinuaba. Once años después de su  muerte, acaecida en 1925, es editado un conjunto de poemas suyos -los extraídos de la Antolojía de José Rodríguez Alcalá- al que se le incorporó como anticipo un artículo recordatorio de Domínguez escrito en 1926. El título del libro ha sido tomado del prólogo.

Se mezclan en aquella colección sus producciones posrománticas con algunos preanuncios modernistas, así como simples versos ocasionales, que confunden el panorama antes de aclararlo. Entre lo más rescatable puede mencionarse: El Domingo de Pascua, Las leyendas, Allan Cardec; sus traducciones: Ulalume de Poe, Los frutos de oro y Las palmeras de Casabianca, y un original: Glosa de las siete palabras, que sólo figura en el Índice de Buzó Gómez. Ha quedado soslayada -ignoramos con qué propósito- su poesía epigramática y satírica, que cultivara desde sus días juveniles y hasta el final.

Sus aproximaciones a la teosofía se concretan en notas periodísticas, publicadas enseguida de su fallecimiento con introducción de don Viriato136.

A pesar de dichas expectativas generacionales, puede decirse hoy que Bareiro y Guanes -ambos abandonaron el contacto público por la misma época: 1910- son dos fragmentarios, aquel con más aguda persistencia que éste, por escasez de obra. Díaz-Pérez reconoce que los demás «pocos son y poco han escrito», y añade:

 

Hase llegado a decir por algunos que no había Parnaso paraguayo. Los que así hablaron eran paraguayos, parte interesada.

 

Aunque esto escape a la órbita rigurosamente novecentista, cabe acotar que tampoco descuidó Díaz-Pérez la incorporación de integrantes de un núcleo cuando le tocara redactar el ensayo sobre Literatura del Paraguay para la Historia Universal de la Literatura -compilada por Santiago Prampolini- cuya cronología termina en 1939.

Circunscribiéndonos al espacio que abarca los cinco primeros años de la vida paraguaya de don Viriato, podremos ofrecer una breve lista de sus trabajos más trascendentes, incluidos en la Revista del Instituto Paraguayo, con excepción del último. Ellos son: 1907: «Para un crítico de Salvador Rueda» y «Notas y traducción de El Cuervo de Edgard A. Poe»; 1908: «El gran esteta inglés Sir John Ruskin y sus Siete lámparas de la Arquitectura»; 1909: «Civilidad y Arte», juntamente con Juansilvano Godoi; 1911: «Un paraguayo olvidado: José María de Lara»137.

La crítica desplegada en torno a los novecentistas le fue -como hemos visto- favorable, no sólo en el Paraguay sino en España, donde los hombres de la generación a que perteneciera iban trabajando su obra rectora, mientras la voz de este ausente, reducida a un profuso epistolario, se tornaba por instantes inaudible a través de la distancia y los años, teniendo que trazarse sus propios caminos de altura; confinada como estaba en este rincón mediterráneo. Por haber comprendido ese destino en toda su amplitud merece destacarse la palabra de José Rodríguez Alcalá, quien no obstante ser el más joven logra captar, en 1907, la trascendencia de otra de las tareas que desde un comienzo emprendiera don Viriato a impulso de su voluntad:    la de unificador de conciencias y opiniones, por encima de las rivalidades políticas y personales:

 

Viriato Díaz-Pérez, el exquisito intelectual a cuyo nombre va unida toda una tradición literaria, ha conseguido en el pequeño mundo de los que en Asunción nos dedicamos a escribir, lo que muchos de nosotros habíamos intentado más de una vez sin resultado.

 

Luego se refiere al espíritu de conciliación que lo caracterizó desde su llegada:

 

Díaz-Pérez y nosotros habíamos estado deplorando los distanciamientos que separan a quienes debieran estar fraternalmente unidos, y recordando horas de inolvidables expansiones cerebrales, cuya evocación le ponía triste, Viriato nos hablaba del Ateneo y de los cenáculos literarios de Madrid.

A su vez el doctor Báez, en 1910, habría de reconocer que Díaz-Pérez «es joven, ilustrado y laborioso»138.

Desde España lo recuerda Cansinos Assens, quien en una ficha de un libro Nueva Literatura (1900) hace figurar a don Viriato como residiendo en el Paraguay un año después de su llegada. Agrega que «... era una figura familiar en los círculos literarios de comienzos de siglo» y lo sitúa como «el amigo discutidor y locuaz de Villaespesa, de los Machado, de Pedro Blanco, de todos cuantos entonces eran jóvenes y escribían». Asimismo ofrece esta imagen anterior a su viaje:

 

... teósofo, ocultista, políglota, tenía una fama ya algo imponente de sabio, y empezaba a sentir la asfixia de la España monárquica, cuando se le abrió impensadamente la amplitud de América139.

En carta enviada desde Bogotá por el maestro y escritor colombiano Baldomero Sanín Cano a su compatriota Santiago Pérez Triana -residente en Madrid, colaborador de Helios y uno de los entusiastas del modernismo- alude, entre otras cosas, a este propósito que trasunta mucho interés y de tanto o más valor si tenemos en cuenta que se trata de una referencia indirecta y que está fechada en 1904:

Tenía el mayor deseo de tropezar con Viriato Díaz-Pérez, a quien sólo conocía de nombre. Tiene gracia, no hay que darle vueltas, pero tiene otra cosa que no es menos rara en el día y es la almendra o como dicen allá, con palabra innoble: enjundia.

 

Y agrega, en letra manuscrita: «¡Su Zaratustra me sabe!»140.

Por contraposición, casi la mayoría de las historias literarias o de la cultura paraguaya -varias de ellas recomendadas actualmente como texto en la enseñanza secundaria- lo mencionan con datos equivocados, copiándose las unas a las otras, cuando no dan en silenciar, sin más trámite, su intensa labor de polígrafo141. Excepciones a la regla pueden considerarse las extensas citas contenidas en las dos versiones de Carlos R. Centurión142.

Internándonos en el cursus honorumdiremos que además de las cátedras, logra don Viriato funciones públicas vinculadas a su especialidad. A cuatro meses de su llegada, el 13 de diciembre de 1906, es designado, por decreto, jefe del Archivo Nacional, en reemplazo de Tomás Airaldi, cargo en el que permanecerá por más de dos décadas143.

El 22 de mayo de 1911 pasa a interinar la Dirección General de la Biblioteca, Museo y Archivo Nacional por ausencia de su titular, don Juansilvano Godoi, que se ha ausentado en misión diplomática al Brasil. La jefatura del Archivo es ocupada por quien llegaría a ser un meritorio paleógrafo: José Doroteo Bareiro144.

Sufre don Viriato transitorio eclipse burocrático al resolverse su reemplazo por don Constantino Misch, dándosele las gracias por los servicios prestados. Paga así su derecho de piso americano y por añadidura su antigua amistad con los cívicos. Esa es una de las pocas veces, por aquellos tiempos, en que se ve envuelto en los vaivenes de la política mal llamada criolla145.

El decreto a que aludimos es del 3 de marzo de 1912 y lleva las firmas del presidente de la República doctor Pedro P. Peña y de su ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, doctor Rogelio Urízar. Dicho gobierno dura apenas del 28 de febrero al 22 de marzo, fecha ésta en que es derrocado. La nueva situación produce el 2 de abril otro decreto, por el que se repone a don Juansilvano -regresado del Brasil- en la Dirección General, dejándose sin efecto, por consecuencia, la designación de Misch. Seis días después don Viriato vuelve a sus antiguas tareas en el Archivo146.

Un acontecimiento nada común merece consignarse pese a estar fuera del marco novecentista, como una prueba de la confianza que seguía mereciendo don Viriato de sus compañeros de generación. A esa disposición habría de suceder otra de indudable trascendencia para el país. Efectivamente: originado en el Ministerio de Relaciones Exteriores se da a conocer el decreto N.º 20098, del 26 de febrero de 1925 -con las firmas del presidente de la República doctor Eligio Ayala y de su canciller doctor Manuel Peña- por el que se aumenta el personal de la Comisión Nacional de Límites y el número de paleógrafos, designándose en ese carácter al doctor Díaz-Pérez, con una asignación mensual de 1300 pesos de curso legal.

La importancia de esta resolución -nada extraña al espíritu emprendedor de aquel mandatario- reside ante todo en el hecho singular de que en no pocos de sus aspectos los trabajos de aquella Comisión tienen el sello de confidenciales -el problema territorial con Bolivia empezaba a agudizarse- y que no obstante esa calidad fueron realizados por quien no había llenado aún requisito alguno de ciudadanía, es decir: que continuaba siendo legalmente nada más que un residente, español. Hasta exactamente un año más tarde don Viriato proseguía actuando en el mencionado organismo oficial147.


 

19. CIUDADANO PARAGUAYO

Poco antes de celebrarse los veinte años de su arribo y como una rúbrica puesta a su identificación con esta tierra, don Viriato se convierte en ciudadano paraguayo, circunstancia cuya magnitud puede medirse por el hecho de que en ese tiempo no existían tratados recíprocos de doble nacionalidad. Mas es de pensar, conociendo la índole de sus ideas, que se ha tratado no sólo de un acto de fe sino de la afirmación de una conducta.

Hombres de todas las tendencias -en un rasgo por entonces frecuente de civilidad- saludan con júbilo este ingreso decisivo a la ciudadanía por parte de quien, sin vanas ostentaciones, les había acompañado, en los momentos buenos y malos de la vida nacional, con espíritu abierto y constructivo. En todo momento don Viriato estuvo dispuesto a seguir la suerte del país, que en muchos tramos de esos veinte años fuera a la vez azarosa e incierta. Quema así sus naves remotas, aunque España no haya dejado de latir con su corazón, y más que como el aliento de una presencia activa, como una irrecuperable nostalgia.

A ejemplo de sus predecesores, los grandes maestros hispánicos, supo ser español y paraguayo, sin renunciar a su universalidad cultural. Pero en el riesgo de aquella actitud debe verse mucho del deseo de definir un camino, a sabiendas de que aún en el plano de la cultura, con haber avanzado bastante en la extensión de media centuria, nuestro ambiente -empobrecido y modesto, aunque de indesarraigable dignidad social- no podía resultar favorable para comparaciones extramuros. Sin embargo, don Viriato, alma desprejuiciada después de todo (¿Quién que Es no es romántico?) prefería al Paraguay como refugio de sus meditaciones. ¿Será por eso que, Juan Ramón Jiménez, su amigo de juventud, a quien él dedicara expresiva página allá por el 900, dio alguna vez en llamarle el heroico148?

Para una mejor comprensión de aquel suceso hagamos historia. El Poder Legislativo, por Resolución N.º 777, del 15 de abril de 1926, concede la ciudadanía paraguaya al ciudadano español doctor Viriato Díaz-Pérez, documento que refrendan los titulares de ambas Cámaras: don Manuel Burgos, por el Senado, y el doctor José P. Guggiari, por la de Diputados. Dos días después es promulgada por el Presidente Eligio Ayala149.

En el parlamento destacan el significado de ese gesto el senador y comandante don Atilio Peña y el diputado doctor Luis de Gásperi, cuyos discursos se incluyen en el Apéndice. La elocuencia de este último, en especial, se revela como la interpretación que los discípulos y continuadores del novecentismo paraguayo le dan a la lealtad y al magisterio de don Viriato.

Silvano Mosqueira ha consagrado páginas de ponderación a este suceso en verdad simbólico, mucho más si se recuerda que en 52 años de residencia nuestro polígrafo nunca volvería a España y que todo su desplazamiento consistiría en algún esporádico viaje a Buenos Aires.

Por el mencionado autor se sabe que el 24 de junio de ese año, amigos de todos los sectores se reúnen en el Hotel Comercio para agasajar al reciente compatriota, oportunidad en que habla a nombre de aquellos el doctor Juan Monte, haciéndola el estudiante Enrique  A. Sosa por los alumnos del Colegio Nacional.

Mosqueira informa -en su detallada crónica- que la reunión constituyó «una verdadera fiesta de la cultura paraguaya». Y seguidamente afirma que esa ley de ciudadanización le parecía un pleonasmo porque

 

el doctor Díaz-Pérez es ya nuestro compatriota desde hace veinte años o sea el día en que, encontrando aquí corazones amigos que lo acogieron, no se sintió nunca extranjero entre nosotros, y conviviendo nuestra vida social y administrativa y colaborando en nuestra lenta evolución intelectual, aquí derramó a manos llenas y desde aquí propagó, como producto de nuestro medio, lo mejor y más luminoso de su alma y de su cerebro.

Después recuerda que don Viriato se casó con una «dama de abolengo ilustre, con raíces en nuestra historia» y que «al formar su hogar paraguayo nos dio la sangre de su espíritu y de su corazón». Y termina manifestando que

 

nosotros, por espacio de veinte años, nos hemos habituado a ver y escuchar en él a un caracterizado representante de la moderna mentalidad hispánica y un propagador de los ensueños e ideales culturales de la madre patria150.

 

La respuesta de don Viriato tiene un sobrio aunque evidente sentido confesional. Considera al de la ciudadanía un acto corriente, pues desde mucho tiempo  atrás sentíase unido a esta nueva patria, hija a su vez de una patria grande y común. Y este concepto es bien distinguido por él:

Hay una patria natural, de nacimiento; hay una patria sentimental, que es la de nuestros anhelos espirituales; hay una patria positiva que es la de nuestros hijos, la de nuestros amigos, la de nuestros compañeros. Por ésta es por la que he optado151.

Esto último lo de recordar a sus camaradas novecentistas ha de tenerse por muy valioso. En cuanto a lo otro, a la tierra de quienes forman su hogar, no debe olvidarse que don Viriato ha asentado el suyo al casar el 30 de setiembre de 1909, en el recinto del Museo de Bellas Artes (el padre de la novia, masón; el novio, teósofo) con una de las hijas de don Juansilvano Godoi, Leticia Juana Godoi Rivarola, nacida durante el destierro de su progenitor en Buenos Aires (1877-1895).

Con ella tendrá cinco hijos, cuatro varones y una mujer, todos ellos paraguayos. Había contraído matrimonio a los tres años y un mes de llegar al Paraguay. El poeta Alejandro Guanes, amigo de la pareja, le dedicó un Epitalamio que termina así:

 

Los naranjos florecidos/ su perfume al aire dan/ y en sus ramos coloridos/ liban miel entre zumbidos/ las abejas de Guarán152.

 

A los cuatro meses de aquella ciudadanización, el 26 de octubre de 1926, moría Leticia y comenzaba para don Viriato la profunda soledad. Uno de los hijos que permanecieron junto a él será el poeta Rodrigo Díaz-Pérez, a quien se debe la mejor y más valiosa compilación de elementos documentales para una biografía de su padre. Finalmente dos de ellos, Fernán Nicolás y Haydée, colaboraron en el ordenamiento del material bibliográfico incluido en la edición de sus obras. Han fallecido ya Herman, y Juansilvano153.

Casi al final de este recuerdo debemos admitir que una interrogación nos ha asediado durante todo su recorrido: ¿Por qué se quedó aquí don Viriato? En un sentido concreto podría argumentarse que porque echó raíces vitales muy pronto, casándose a los tres años de su arribo; que aquí tenía una larga parentela formada por sus primos segundos, los Campos Cervera; que se le hizo tarde el recordar que quizá no fueran más que espuma las ilusiones que habían alentado Herib y Alicia para hacerlo venir; que ya no le restaban muchos lazos familiares por cuidar en España. Eso, que en lo humano podría significar mucho, tal vez no lo fuera tanto desde el punto de vista intelectual, el más aproximado para interpretar el mundo anímico en que se movía.

Mas, en el otro extremo, dentro de una comparación de ámbitos, es de suponer que no dejaba de haber alguna diferencia entre el Madrid literario y universitario del 900 y el humilde recinto -poco más que aldeano- que era San Lorenzo del Campo Grande al iniciarse el siglo; que es probable le bastara en los primeros tiempos alguna correspondencia y que para atemperar en algo sus evocaciones madrileñas convinieran en acompañarle algunos cercanos amigos: Mariano Carmena y los integrantes del clan Molano, el  último de los cuales murió aquí. Todos ellos intelectuales que cultivaban las letras y el periodismo.

La mano de don Viriato puede verse en el proyectado desplazamiento de catedráticos españoles al Paraguay. Según información, el cónsul en Madrid había comunicado, en diciembre de 1906, al Ministerio de Relaciones Exteriores que «varios profesores de filosofía y letras de la Universidad local se reunieron en su despacho y resolvieron ofrecer sus servicios al gobierno de la República para la Universidad de Asunción». Esto coincide también con el regreso del doctor Olascoaga a la península. Lamentablemente esa iniciativa no pudo realizarse.

Al final sólo le quedaría el consuelo de algunas visitas para paliar en algo su añoranza. Así fueron llegando sucesivamente, para pronunciar conferencias, por mediación de don Manuel Gondra: Blasco Ibáñez, en 1909; Valle Inclán y Adolfo Posada, en 1910154.

¿Y después? Alicia se ha evaporado con un halo de color y tragedia, y Herib, el animador de otras épocas, fracasada la aventura periodística de La Verdad, arrastrará su bohemia por tierras lejanas, perdiéndose para siempre. (Hasta sus últimos días O'Leary guardó fidelidad a la memoria de este entrañable compañero de juventud).

Para más colmo tuvo don Viriato que contemplar algunas de nuestras excitaciones insurreccionales -a nivel de color local- bien distintas al debate ideológico a que estaría acostumbrado en el Ateneo de Madrid, aunque allá en la España finisecular y de principios de siglo muchas cosas confinaran en la prisión de Nakens o en el fusilamiento del ilustre profesor Francisco   Ferrer. Vio también, como en el reverso de una medalla, la otra cara de la tristeza, de la mezquindad o de la intolerancia, que por cierto no podría ser adjudicada con exclusividad a ningún asentamiento nacional. Pesados al mismo tiempo los dos platillos, con sus pro y sus contra, no se hallaría a simple vista una adecuada explicación.

A don Viriato, humanista en la más amplia acepción, diserto en lenguas vivas y muertas, frecuentador de tertulias y cafés literarios, colega de españoles del 98 y del modernismo -que hoy figuran inamovibles en la historia intelectual de su país-, periodista y escritor de publicaciones de no desdeñable nombradía y autor ya de algunos libros, poco le hubiera costado en ese breve lapso que va del 10 de agosto de 1906 al 30 de setiembre de 1909, enfilar la proa hacia otro destino, más acorde con las ambiciones que lógicamente podía conservar.

Sus mismos compañeros paraguayos, conscientes de las limitaciones del medio -apenas si disimuladas por el infatigable quehacer de una minoría representativa- no estaban muy seguros de la prolongación de su permanencia, según lo dejó expresado el propio José Rodríguez Alcalá:

Ojalá se quede perennemente entre nosotros este intelectual en quien está representada la más alta cultura europea; pero aun cuando se marchara, la obra fundada por él subsistirá porque su recuerdo le serviría de escudo contra las veleidades disolventes. De la arena de nuestra incipiente intelectualidad no se borrarán jamás las huellas   que va dejando el paso de este digno heredero de ilustres blasones literarios155.

 

No estaríamos descaminados si afirmáramos que lo que verdaderamente contribuyó a esa decisión de don Viriato fue la cálida y espontánea acogida que le brindaron los novecentistas -para quienes nunca sería, repetimos, un extraño o un extranjero-, hospitalidad que hizo extensivo todo el ambiente intelectual. Esa apetencia por retener a alguien que con los antecedentes de su cultura mucho podía significar para el progreso de nuestras letras y aun de nuestra enseñanza; ese interés, esa efusión, ese allanar todas las vallas para que el joven profesor madrileño pudiera cumplir aquí su tarea, debieron haberle tocado el corazón a la hora de las definiciones.

Lo que vendrá más adelante con el estallido de la guerra mundial no hará más que rubricar esa decisión. Y tanto es así que entre las luces de la España moderna -que lo era a pesar del desastre colonial- y la grave y dulce penumbra de Villa Aurelia, en los aledaños de Asunción, prefirió a este país. Hay que decirlo y refirmarlo por si alguien no hubiera aprendido a reconocer la valentía de esa elección.

Pudo él haber repetido, en los instantes propensos al abatimiento o a la meditación, aquellas palabras del Barrett perseguido y enfermo, pero todavía creyente, palabras que sirven para todos los tiempos:

¡Paraguay mío, donde ha nacido mi hijo, donde nacieron mis sueños fraternales de ideas nuevas, de libertad, de arte y de ciencia que yo creía posibles -y lo creo aún ¡sí!- en este pequeño   jardín desolado, ¡no mueras!, ¡no sucumbas! ¡Haz en tus entrañas de un golpe, por una hora, por un minuto, la justicia plena, radiante, y resucitarás como Lázaro!156

No estaría de más ahondar otro poco, insinuando si en aquellos conceptos del Hotel Comercio -lo menos parecido a la exuberante oratoria de moda- no podría encontrarse la directriz y síntesis de una motivación última que lo llevara a consustanciarse con genes e ideales del Paraguay, que sintiera similares a los suyos. Mirando por encima del pasado fue que alcanzó a ensayar como una justificación de su tránsito de veinte años y exhumar las razones -quizá finales de ese paso importante de su vida:

Me he sentido como hijo de esta tierra, amando su historia, que tantas veces he denominado extraordinaria y única; afectado en ocasiones ante sus desdichas; interesado en el estudio, del misterio de sus razas aborígenes que merecería la consagración de muchas vidas; protestatario ante las injusticias que azotaron su pasado; respetuoso frente al espectáculo de aquellos momentos pretéritos con los que dio exotismo y personería a la historia del continente; fustigante como humano a la vista de los errores también humanos; rehabilitador de sus hijos olvidados y preteridos; amante del estudio de esa filosofía cristalizada que es su lengua autóctona; y de los ritmos quejosos de sus cantos vernáculos e indianos; vencido sentimentalmente en la comprensión de sus mujeres; consagrado, entre las ironías de la vida, a corresponder  sin cálculo a los dones del ambiente, mediante mi restringido y único haber: el del espíritu.

Todo lo que allí se manifiesta aparece como el resumen de una jornada cumplida, una exposición de propósitos ya concretados, con una meta puesta en cada intención. Pero es, al mismo tiempo que una rendición de cuentas ante la propia conciencia, su mejor radiografía moral.

No clausuraremos esta incursión por su existencia juvenil sin antes advertir que aquellas ideas que don Viriato sustentara sobre el idioma vernáculo no eran la consecuencia de una actitud improvisada o complaciente, y tanta es así que supo hallar ocasión de confirmarlas. Efectivamente: en calidad de miembro fundador ingresa con el N.º 3, en 1942, a la Academia de la Lengua y Cultura Guaraní. Había con ello cerrado un ciclo157.

Don Viriato, vivirá 32 años más desde la fecha de su nacionalización, hasta que un 25 de agosto de 1958 -traspuesto el portal de los 83- consiga desprenderse de este mundo para habitar aquel que sus visiones ocultistas y teosóficas le tenían a lo mejor, preparado. Y como se sabe que cualquier tiempo de avance ha de ser a la vez el de la despedida -de la que por supuesto no están excluidas las edades- le tocó sobrevivir la de su generación y ver, al igual que O'Leary, como las cosas, las personas, las costumbres, iban siendo otras y si no incomprensibles, por lo menos distintas.

Los novecentistas habían participado -como actores directos- en una época de oro de la cultura nacional, no importa cuáles fueran las frustraciones materiales  o políticas. De ahí que el espectáculo que algunos tuvieron que contemplar después -sin fuerzas ya para dominar los acontecimientos o dirigirlos- hería, junto con sus sentimientos, la convicción de que aquello no era más que el reflejo de una soledad interior cada vez menos posible de ser interpretada en toda su dimensión.

Con ellos, con los grandes maestros de la cultura paraguaya contemporánea, se apagaba para siempre un magisterio de medio siglo, que ha quedado sin continuadores ni legatarios. Dolorosa pero cierta verdad. De los discípulos que dejaron sólo algunos estuvieron a su altura hasta que las euménides se apoderaron de ellos y fueron yéndose de a poco, aquí o en el exterior, fragmentados o truncos en su destino. Su contenido bibliográfico, con no ser escaso, no llega a satisfacer la misión que, con menos bagaje, se impusieron y lograron los novecentistas. La presencia, en un pasado no muy remoto, de pensadores de valía, no hace sino acrecentar esta orfandad.


 

20. LA POSTERIDAD

La posteridad, de ordinario no muy agradecida ni justiciera, le ha destinado a don Viriato una calle del barrio de Santo Domingo, perpendicular a la Avenida Santísimo Sacramento; según Ordenanza Municipal 6117, del 13 de abril de 1967. Lejos, por cierto, de aquel en que discurrieran su saber y su ética, su ciencia y su filosofía158.

Otra lleva su nombre en San Lorenzo del Campo  Grande, paralela a la que recuerda a su compañero y amigo Juan Emiliano O'Leary, denominaciones ambas que rigen desde hace más de setenta años por voluntad del pintoresco propietario y planificador del predio, su cuñado Herib159.

En fecha más actual, el 7 de agosto de 1975, a iniciativa del Club de Leones y por resolución de la comuna de San Lorenzo, fue inaugurada la Biblioteca Pública Municipal «Viriato Díaz-Pérez», coincidentemente con el año en que se cumplía el bicentenario de la fundación de la ciudad y el centenario del natalicio de don Viriato160

Tal será el corolario de su otro camino, andado desde dos décadas a partir de su ausencia. Es en ese tramo que vienen siendo editadas, con honrosa regularidad y con sentido gráfico acorde a sus predilecciones estéticas, sus obras completas, que los jóvenes podrán alcanzar en sus prosas y en sus versos, descubriendo en estos su oculta vena lírica.

Porque todo un acierto ha significado la inclusión de su volumen de poemas y prosas poéticas en esa serie, ya que es este un aspecto poco menos que desconocido de sus afanes literarios. La mayoría de las producciones allí reunida pertenece a la época de su residencia europea, la de su juventud entre los 20 y 27 años. Aunque hasta el momento no haya nuevas muestras éditas, puede afirmarse que nunca se atemperó en él ese fervor por temas y gentes de poesía.

A pesar de su amistad y estrecha vinculación con Villaespesa y Manuel Machado -dentro de lo característico del modernismo español, a cuya expansión concurriera- no se advierte en esas páginas que van de 1897 a 1908, pues, hay algunas escritas en el Paraguay,  una decidida influencia, de aquellos, en relación con su poesía de ese tiempo.

Por el contrario, un halo de melancolía, una tendencia a la expresión fina y contenida -casi bordeando la elegía- lo acercan más al Antonio Machado de Soledades (1903) y al Juan Ramón Jiménez de las Pastorales de ese año, que a la pirotecnia verbal y al anecdotismo de los primeros.

La reiteración de los versos inicial y último de cada estrofa nos retrotrae a la evocación de aquel poema «Siempre», del modernista boliviano Ricardo Jaimes Freyre. En la prosa poética, en cambio, habría que buscar precedentes en lengua francesa: Baudelaire, Aloisyus Bertrand y Rodenbach, sin quitarle por eso su acento propio.

 

 

NOTAS

 

11

RAÚL AMARAL: El novecentismo paraguayo, ob. cit., p. 6-8 y 9-10. (N. del A.)

 

12

Fuentes: Registro Oficial de la República del Paraguay correspondiente al año 1899. Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1900, p. 167; Ibíd. Correspondiente al año 1901. Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1902, 212-213, 222 y 279; Ibíd. Correspondiente al año 1903. Asunción, 1904, p. 150; Ibíd. Correspondiente al año 1910. Asunción, s. a., p. 107; Ibíd. Correspondiente al año 1911. Asunción, Talleres Gráficos del Estado, 1914, p. 355-356 y 401. También: «Diplomas (de bachilleres) expedidos por el Rectorado (de la Universidad)», en: Anales de la Universidad Nacional, Asunción, Año III, t. III, N.º 3-4, p. 236, 237 y 238, marzo de 1903 «Diplomas de Doctores en Derecho y Ciencias Sociales», Ibíd., p. 241.

Para el caso Gondra: Registro Oficial de la República del Paraguay correspondiente al año 1893. Asunción, 1895, p. 3; «Memoria de la Enseñanza Secundaria y Superior de la República durante el Curso Académico 1893-1894», en: Revista de la Universidad Nacional, Asunción, Año II, t. III, p. 1 y 2, marzo de 1894; Anales, N.º cit., p. 238. (N. del A.)

 

13

RAÚL AMARAL: «El primer Ateneo Paraguayo en la cultura nacional», en: Revista del Ateneo Paraguayo, Asunción, v. 3, N.º 5, p. 5-7, junio de 1973; EFRAÍM CARDOZO: Apuntes, ob. cit., p. 357; GOMES FREIRE ESTEVES: Historia contemporánea del Paraguay. Buenos Aires, s. e., 1921, p. 56; JUAN F. PÉREZ ACOSTA: Núcleos culturales del Paraguay contemporáneo. Buenos Aires, s. e., 1959, p. 21-24.

LUIS MARÍA ARGAÑA: Perfiles políticos. Asunción, Asociación Nacional Republicana, 1977, p. 126.

Para una historia del Instituto Paraguayo: JUAN F. PÉREZ ACOSTA, Núcleos, ob. cit., p. 31-52, 114-127. (N. del A.)

 

14

Registro oficial correspondiente al año 1905. Asunción, Tipografía de El Cívico, 1906, p. 108, 678 y 732.

RAFAEL BARRETT: Cartas íntimas. Montevideo, Biblioteca Artigas, Colección Clásicos Uruguayos, 1967, p. 100, 104, 108, 116, 117, 118 y 121.

Registro Oficial correspondiente al año 1908. Asunción, 1908, p. 206. (N. del A.)

 

15

IGNACIO A. PANE: El Paraguai (sic) intelectual. Santiago de Chile, Imprenta Mejía, 1902, p. 17; R(AFAEL) B(ARRET): «Moralidades actuales. Los inmigrantes españoles», en: Los Sucesos, Asunción, 4 de diciembre de 1906; «Doctor Manuel Fernández Sánchez» (suelto sin firma) en: Revista del Centro Estudiantil, Asunción, Año I, N.º 3, p. 6, noviembre de 1908; CECILIO BÁEZ: Resumen, ob. cit., p. 207 y 221; SILVANO MOSQUEIRA: «Los españoles en el Paraguay», en: Siluetas femeninas. Asunción, La Colmena, 1903, p. 113-116.

Catálogo de la Biblioteca Nacional del Paraguay. Asunción, Impr. y Enc. de El País, 1904; JUAN E. O'LEARY: «Recuerdos e impresiones de Francia», en: Francia-Paraguay, Asunción, Año I, N.º 2, p. 4-16, noviembre de 1950; RAÚL AMARAL: El novecentismo paraguayo, ob. cit., p. 6-8. Cfr.: WALTER T. PATTISON: El naturalismo español. Madrid, Gredos, 1961; GUSTAV SIEBENMANN: Los estilos poéticos en España desde 1900. Madrid, Gredos, 1973.

Sobre Augusto Ferrán: RAFAEL BARRET: «Un poeta», en: Obras Completas. Buenos Aires, Americalee, 1943, p. 582-584 (Corresponde al libro póstumo: Al margen. Montevideo, Orsini M. Beztani, 1911); Cfr.: JOSÉ PEDRO DÍAZ; Gustavo Adolfo Bécquer. Vida y poesía. Madrid, Gredos, 1964, p. 97-98. (N. del A.)

 

16

RAÚL AMARAL: Ramón Zubizarreta, conf. cit. (N. del A.)

 

17

JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: «Una semblanza de Viriato Díaz-Pérez», en: VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: Las piedras del Guayrá. Palma de Mallorca, 1973, p. 8.

Sobre la vinculación de ambas generaciones: RAÚL AMARAL: «Paraguayos del 900 y españoles del 98», en: ABC Color, Asunción, 26 de marzo de 1972. (N. del A.)

 

18

PEDRO LAÍN ENTRALGO: La generación del 98. Madrid, Espasa-Calpe, 1967; también: Visión de España en la generación del 98. Antología de textos. Introducción y selección de José-Luis Abellán. Madrid, Novelas y Cuentos, 1968; EMILIA DE ZULETA: «La generación del 98», en: Historia de la crítica contemporánea española. Madrid, Gredos, 1966, p. 110-146. (N. del A.)

 

19

RAÚL AMARAL: «Blas Garay y el sentido nacional de la historia», en: La Tribuna, Asunción, 1.º de diciembre de 1968; JORGE BÁEZ: La torre del silencio y otros ensayos. Asunción, s. e., 1955, p. 32-38; JUSTO PASTOR BENÍTEZ: Páginas libres. Asunción, El Arte, 1956, p. 82-98.

Sobre Ganivet: MELCHOR FERNÁNDEZ ALMAGRO: Vida y obra de Ángel Ganivet. Madrid, Revista de Occidente, 1953; JAVIER HERRERO: Ángel Ganivet, un iluminado. Madrid, Gredos, 1966; MIGUEL OLMEDO MORENO: El pensamiento de Ganivet. Madrid, Revista de Occidente, 1965. (N. del A.)

 

20

JOAQUÍN COSTA: Oligarquía y caciquismo. Colectivismo agrario y otros ensayos. Madrid, Alianza, 1973; FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS: Ensayos. Madrid, Alianza, 1969; LUCAS MALLADA: Los males de la patria y la futura revolución española. Madrid, Alianza, 1969. (N. del A.)

21

RAÚL AMARAL: El novecentismo paraguayo, ob. cit., p. 2-5. (N. del A.)

 

22

JUAN SANTIAGO DÁVALOS: Cecilio Báez como ideólogo. Asunción, Alcor, 1967; RAÚL AMARAL: Formación filosófica de Fulgencio R. Moreno, ob. cit. del mismo autor: El novecentismo paraguayo, ob. cit., p. 9-10. (N. del A.)

 

23

ENRIQUE ANDERSON IMBERT: Historia de la literatura hispanoamericana. México, Fondo de Cultura Económica, 1970, t. I, p. 397-486; RICARDO GULLÓN: Direcciones del modernismo. Madrid, Gredos, 1971, p. 78-103. (N. del A.)

 

24

GUALBERTO CARDÚS HUERTA: Contra la anarquía. Asunción, Caballero y Cía. Editores, 1922, p. 16. La definición es esta «Digo a mi generación por mencionar a los hombres nacidos del 70 al 80, en la década de escombros...»; LUIS ALBERTO SÁNCHEZ: Historia comparada de las literaturas americanas. Buenos Aires, Losada, 1974, t. III, p. 177-194, 211-241; del mismo autor: ¿Tuvimos maestros en nuestra América? Buenos Aires, Raigal, 1956; 1.ª ed.: Balance y liquidación del 900. Santiago de Chile, Ercilla, 1941. (N. del A.)

 

25

FRANCISCO TAPIA: El tirano López arrojado de las escuelas; en contraposición: El incidente López-Tapia (sin autor), Asunción, 1893; «Comisión Patriótica», en: El Pueblo, Asunción, 13 de marzo de 1899; «Honrosa tradición de la juventud paraguaya», v. ARTURO BRUGADA: «1811 - 14 y 15 de mayo de 1922», en: Patria, Asunción, 13 y 16 de mayo de 1922; «Invitación a la juventud», en: El Paraguay, Asunción, 18 de setiembre de 1901; «Ante el país», Ibíd., 8 de octubre de 1901; ARSENIO LÓPEZ DECOUD: «¡Date, lilia!», en La Prensa, Asunción, 1.º de junio de 1901; JUAN E. O'LEARY: «¡Cuba libre!», en: La Patria, Asunción, 21 de agosto de 1902. (N. del A.)

 

26

«Inauguración de la Academia de Bellas Artes. Discursos», en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año X, N.º 63, p. 911-921, 1909; JUANSILVANO GODOI y VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: Civilidad y Arte. Asunción, s.e., 1909, p. 10; CECILIO BÁEZ: Introducción general al estudio de la sociología positiva. Asunción, Anales de la Universidad Nacional, 1903; IGNACIO A. PANE: El método y las ciencias sociológicas. Asunción, La Enseñanza, 1913; del mismo autor: Concepto de filosofía. Asunción, La Enseñanza, 1915; MARTÍN DE GOYCOECHEA MENÉNDEZ: «El pensamiento argentino», en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año III, N.º 30, p. 186-196, agosto de 1901; RAFAEL BARRETT: Obras completas, ob. cit., sobre Bergson: p. 345, 542, 543, 545; sobre William James: p. 135, 342, 543, 558, 591; BLAS GARAY, DANIEL CODAS y FRANCISCO L. BAREIRO: Nuevas ideas en nuestra política. Asunción, 1899.

RAÚL AMARAL: Formación filosófica de Fulgencio R. Moreno, ob. cit. p. 4; El novecentismo paraguayo, ob. cit., p. 7-10; Paraguayos del 900 y argentinos del 80. Asunción, Comuneros, 1978. (N. del A.)

 

27

RAÚL AMARAL: Formación filosófica de Fulgencio R. Moreno, ob. cit.; El novecentismo paraguayo, ob. cit., p. 9-10. (N. del A.)

 

28

RAÚL AMARAL: «O'Leary y la crítica histórica». Conferencia pronunciada por Radio Charitas, Asunción, 7 de octubre de 1973; JUAN E. O'LEARY: Apostolado patriótico. Asunción, s. e., 1930, p. 17-24; CECILIO BÁEZ: La tiranía en el Paraguay. Sus causas, caracteres y resultados. Asunción. Tip. El País, 1903; del mismo autor: Cuadros históricos y descriptivos. Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1906: «La campaña periodística de 1902», p. 267-270; JUAN SANTIAGO DÁVALOS: Cecilio Báez como ideólogo, ob. cit.; JOSÉ ANTONIO PÉREZ: El doctor Cecilio Báez. Su actuación dentro y fuera del país. Asunción, El Cívico, 1907. (N. del A.)

 

29

GOMES FREIRE ESTEVES: Historia contemporánea del Paraguay, ob. cit., p. 85-86; VICENTE RIVAROLA: Memorias diplomáticas. Buenos Aires, Ayacucho, 1952, t. I, p. 19-27; EDGAR L. YNSFRÁN: En torno al asesinato del doctor Facundo Ynsfran. Asunción, 1951; «NÉMESIS»: «Facundo D. Ynsfran», en: La Unión, Asunción, 9 de enero de 1952.

BENIGNO RIQUELME GARCÍA: «Científicos paraguayos», en: Cuadernos Republicanos, Asunción, N.º 12, p. 31-37, 30 de agosto de 1976. (N. del A.)

 

30

JUANSILVANO GODOI: El Coronel Juan Antonio Escurra. Asunción, s. e., 1903; JUSTO PRIETO: Paraguay, la Provincia Gigante de las Indias. Buenos Aires, El Ateneo. 1951, p. 188-189; JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: La administración del Coronel Escurra. Asunción, El País, 1904. (N. del A.)

31

JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: «Sociabilidad», en: El Paraguay en marcha. Asunción, Editor Manuel W. Chaves, 1907, p. 115-122; Ibíd.: «Centros de cultura», p. 356-376.

Sobre el Círculo de la Prensa: CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de las letras paraguayas, ob. cit., t. II, p. 299-300; del mismo autor: Historia de la cultura paraguaya. Asunción, Biblioteca «Ortiz Guerrero», 1961, t. I, p. 580-581; JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ, ob. cit., p. 348-349, 351, 353-354. (N. del A.)

 

32

Sobre la fundación de la Liga Paraguaya de Fútbol: 77 años de fútbol en el Paraguay. Asunción, Veloz, 1977, p. 12; sobre los comienzos del fútbol en el Paraguay: FRANCISCO ANDREU BALDO: «Borja sería la cuna del fútbol paraguayo», en: Paraguay en América. Buenos Aires, Año I, N.º 5-8, p. 27-28, setiembre-diciembre de 1969. (N. del A.)

 

33

«El Día de la Patria», en: Los Sucesos, Asunción, 16 de mayo de 1906; CECILIO BÁEZ: «El movimiento de las clases obreras y el discurso del Presidente de la República», en Cuadros históricos y descriptivos, ob. cit., p. 291-298; FRANCISCO GAONA: Introducción a la historia gremial y social del Paraguay. Buenos Aires, Arandú, 1969, p. 190-194; CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de la cultura paraguaya, ob. cit., t. I, p. 464; JUAN SANTIAGO DÁVALOS: Cecilio Báez como ideólogo, ob. cit. (N. del A.)

 

34

FRANCISCO GAONA, ob. cit., p. 184-186, 189. (N. del A.)

 

35

MANUEL W. CHAVES: Guía general del Paraguay. Año 1906. Asunción, El País, 1906, p. 174; JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: El Paraguay en marcha, ob. cit., p. 337-354; DANIEL JIMÉNEZ ESPINOS A.: «La conferencia con el General Doctor Benigno Ferreira. Sus antecedentes», en: Los Sucesos, Asunción, 12 de junio de 1906.

Sobre el incidente con O'Leary: «En el Congreso». en: Los Sucesos, Asunción, 6 de julio de 1906; «Los reportajes y las revelaciones», en: El Diario, Asunción, 23 de julio de 1906. (N. del A.)

 

36

«¿Quosque tandem?» y «Tiés mare, Juancito aunque te falta padre)», en: Los Sucesos, Asunción, 8 y 10 de mayo de 1906. (N. del A.)

 

37

«La manifestación de ayer», en: El Diario, Asunción, 24 de diciembre de 1906. Con relación a la misma se trascribe una carta de Pane al Jefe del Estado Mayor del Ejército, coronel Manuel J. Duarte: «Del doctor Pane», en: El Diario, Asunción, 25 de setiembre de 1906. Para los acontecimientos del año siguiente: Apoteósis del General Díaz, Asunción, 1907 (sin autor). (N. del A.)

 

38

«Alberto Ghiraldo en la Asunción» (suelto sin firma), en: El Cívico, Asunción. 18 de abril de 1906.

Sobre Ghiraldo: JUAN MÁS y PI: Alberto Ghiraldo. Asunción, 1909; JOSÉ DE SAN MARTÍN: Alberto Ghiraldo. Buenos Aires, 1918; HÉCTOR ADOLFO CORDERO: Alberto Ghiraldo, precursor de los Nuevos Tiempos. Buenos Aires, Claridad, 1962.

Sobre Adrián Patroni: DIEGO ABAD DE SANTILLÁN: Gran Enciclopedia Argentina. Buenos Aires, Ediar, 1960, t. VI, p. 240. (N. del A.)

 

39

Obras de ROBERTO J. PAYRÓ en las que se hace referencia al Paraguay: Scripta, Buenos Aires, Peuser, 1887; Novelas y fantasías, Buenos Aires, 1888; El Capitán Vergara. Buenos Aires, Jesús Menéndez, 1925, 2 v.

EDUARDO GONZÁLEZ LANUZA: Genio y figura de Roberto J. Payró. Buenos Aires, Eudeba, 1965, p. 6; GERMÁN GARCÍA: Roberto J. Payró. Testimonio de una vida y realidad de una literatura. Buenos Aires, Nova, 1961, p. 26; STELLA MARIS FERNÁNDEZ DE VIDAL: Roberto J. Payró. Bibliografía Argentina de Artes y Letras. Buenos Aires. Fondo Nacional de las Artes, 1962, p. 65; WALTER G. WEYLAND: Roberto J. Payró. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1962, p. 9; RAÚL AMARAL: «El tema paraguayo en las letras argentinas». Conferencia pronunciada en la Casa Paraguaya de Buenos Aires el 18 de octubre de 1966.

«Roberto J. Payró» (suelto sin firma), en: El Cívico, Asunción, 18 de junio de 1906; «Carta de Payró», Ibíd., 5 de julio de 1906.

Sobre la representación de obras de Payró en Asunción: Marco Severi, Sobre las ruinas y El triunfo de los otros, en: Los Sucesos, Asunción, 4, 24 y 26 de julio de 1907; JOSEFINA PLÁ: Cuatro siglos de teatro en el Paraguay. Asunción, Departamento de Cultura y Arte de la Municipalidad, 1966, p. 201-202. (N. del A.)

 

40

ERNESTO QUESADA: Historia diplomática nacional; la política argentino-paraguaya. Buenos Aires, 1902.

JUAN E. O'LEARY: «Ernesto Quesada y el Paraguay», en: Revista Americana de Buenos Aires, Año XI, N.º 25, setiembre de 1934; OSVALDO KALLSEN: Asunción y sus calles. Asunción, s. e., 1974, p. 248.

Con el título de: «Palabras de un gran argentino. El doctor Ernesto Quesada hace justicia al Paraguay», en: Patria, Asunción, 2 de julio de 1923, se trascribe una carta que enviara a O'Leary el 15 de junio de ese año. (N. del A.)

 

41

MANUEL W. CHAVES: Guía general, ob. cit., p. 46; Catálogo de la Biblioteca Nacional del Paraguay, ob. cit.; Reglamento de la Biblioteca Nacional. Asunción, 1901.

Bibliografía Paraguaya. Catálogo de la Biblioteca Paraguaya «Solano López». Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1906; JOSÉ, SEGUNDO DECOUD: A list of Books, Magazines Articles and Maps, Relating to Paraguay. Washington, Government Printing Office, 1904 (La 1.ª versión es de 1902).

«Biblioteca, Museo y Archivo Nacionales. Memoria presentada al Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública por su director don Juan Silvano Godoi, el 12 de marzo de 1906», en: El Cívico, Asunción, 23, 24 y 26 de marzo de 1906; también: Memoria de la Dirección General de la Biblioteca, Archivo y Museo. Asunción, 1907.

«TRASEAS»: «Biblioteca Americana y Museo de Bellas Artes», en Los Sucesos, Asunción, 6 de octubre de 1906; «NIGROMANTES»: «La Biblioteca Pública Nacional», en: Los Sucesos, Asunción, 29 de noviembre de 1906.

«Decreto del 10 de marzo de 1910 ordenando el pago de una subvención al Museo de Bellas Artes y Biblioteca Americana», en: Registro Oficial correspondiente al año 1910. Asunción, s. a., p. 41; «Biblioteca Americana/ Será donada al Estado toda vez que este adquiera el Museo Godoi» (suelto sin firma), en: El Liberal, Asunción, 16 de abril de 1926; JOSEFINA PLÁ: Apuntes para una historia de la cultura paraguaya. Asunción, s. e., 1967, p. 55-56; AVELINO RODRÍGUEZ ELÍAS: El Museo de Bellas Artes. Asunción, 1940. (N. del A.)

 

42

ALFREDO VIOLA: El Colegio Nacional, su creación y sus primeros años de vida. Asunción, s. e., 1977, p. 17. Memoria del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública. Asunción, 1890, p. 89; «Memoria de la Enseñanza Secundaria y Superior correspondiente al Año 1899-1900», en: Anales de la Universidad Nacional, Asunción, Año II, t. II, N.º 5, p. 340, diciembre de 1900; también: El Cívico, Asunción, 21 y 29 de junio y 25 de julio de 1906.

CECILIO BÁEZ; Resumen de la historia del Paraguay, ob. cit., p. 219-220; JUAN F. PÉREZ ACOSTA: Núcleos culturales, ob. cit., p. 45. (N. del A.)

 

43

Sobre las ediciones de Manuel W. Chaves, en: JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: El Paraguay en marcha, ob. cit., p. 499, 496 y 498; otros editores, p. 528-529; MANUEL W. CHAVES: Guía general, ob. cit., p. 236. (N. del A.)

 

44

MANUEL W. CHAVES, ob. cit., p. 232. (N. del A.)

 

45

CECILIO BÁEZ: Ensayo sobre la libertad civil. ob. cit.; Estudios de Jurisprudencia, Historia, Ciencias Sociales y Políticas, ob. cit.; La tiranía en el Paraguay, ob. cit.; HÉCTOR L. BARRIOS. Guijarros. Asunción, El País, 1906; JUANSILVANO GODOI: Monografías históricas. Buenos Aires, Lajouane, 1893; Mi misión a Río de Janeiro. Buenos Aires, 1897; Alberdi por el señor Olleros. Asunción, 1906; MARTÍN DE GOYCOECHEA MENÉNDEZ: Guaraníes. Asunción, 1905; SILVANO MOSQUEIRA: Ensayos. Asunción, 1902; MARIANO L. OLLEROS: Alberdi a la luz de sus escritos en cuanto se refieren al Paraguay. Asunción, 1905; JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: Ecos del alma. Asunción, 1903; Gérmenes. Asunción, 1904; Ignacia. Asunción, 1906.

JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: El Paraguay en marcha, ob. cit., p. 304-321, y 323-335. (N. del A.)

 

46

MANUEL W. CHAVES: Guía general, ob. cit., p. 114, 116 y 128.

ALFREDO L. JAEGGLI: Albino Jara, un varón meteórico. Buenos Aires, s. e., 1963, p. 21; GUALBERTO CARDÚS HUERTA: Contra la anarquía, ob. cit., p. 13-16; coronel CARLOS GOIBURÚ: «Breve reseña histórica de la Revolución», en: El Monitor, Asunción, 28, 29 y 31 de marzo, 3 y 5 de abril de 1911; GOMES FREIRE ESTEVES: Ob. cit., p. 128; RAFAEL BARRET: «Bajo el terror», en: Obras Completas, ob. cit., p. 209-210. (Su texto es de 1908, habiendo circulado inicialmente en hoja impresa).

Fuentes de información sobre los estudios de Jara: Memoria del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública correspondiente al año 1891. Asunción, 1892, p. 99; «Estadística del Colegio Nacional de Segunda Enseñanza », ob. cit., p. 87; Memoria de la Enseñanza Secundaria y Superior correspondiente al Curso Académico 1895-1896. Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1896, p. 36; «Memoria del Colegio Nacional», en: Memoria de la Enseñanza Secundaria y Superior correspondiente al Curso Académico 1896-1897. Asunción, 1897; «Diplomas expedidos por el Rectorado», en: Anales de la universidad Nacional. Asunción, Año III, t. III, N.º 3-4, p. 235-240, marzo de 1903. (N. del A.)

 

47

MANUEL W. CHAVES: Guía general, ob. cit., p. 36 y 76.

Estudios de Viriato Díaz-Pérez: Carta de Rodrigo Díaz-Pérez a Raúl Amaral, Madrid, 16 de junio de 1978. También: RODRIGO DÍAZ-PÉREZ: «Notas adicionales», en: VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: Naturaleza y evolución del lenguaje rítmico. Palma de Mallorca, 1979, p. 73-76. (N. del A.)

 

48

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: El viejo reloj de Runeberg. Palma de Mallorca, 1973, p. 75, 81-85. También ¿Quién es quién en el Paraguay?, Asunción, F. Monte-Domecq, 1945, t. III, p. 101. (N. del A.)

 

49

RAÚL AMARAL: El novecentismo paraguayo, ob. cit.; Las generaciones en la cultura paraguaya. Asunción, Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, 1976; López Decoud y su generación. Asunción, Cuadernos Republicanos, 1976; «Paraguayos del 900 y españoles del 98», art. cit. (N. del A.)

 

50

Las referencias están contenidas en fotocopias enviadas por Rodrigo Díaz-Pérez a Raúl Amaral. (N. del A.)

 

 

51

Registro Oficial correspondiente al año 1902. Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1903, p. 199-200 (v. texto en el Apéndice Documental). (N. del A.)

 

52

Registro Oficial correspondiente al año 1903. Asunción, 1904, p. 772-773. (N. del A.)

 

53

ÓSCAR FERREIRO: «Herib Campos Cervera». Conferencia pronunciada en el Unión Club el 28 de agosto de 1970, en: Revista del Ateneo Paraguayo. Asunción, v. 3, N.º 3, p. 27 34, marzo de 1971; del mismo autor: (Herib Campos Cervera). «Su vida. Su obra», en: Hoy. Suplemento dominical, Asunción, 27 de agosto de 1978, p. 10 y 12. (N. del A.)

 

54

Fotocopias enviadas por Rodrigo Díaz Pérez a Raúl Amaral. (N. del A.)

 

55

MANUEL W. CHAVES: Guía general, ob. cit., p. 182. Carta de Rodrigo Díaz-Pérez a Raúl Amaral, Ann Arbor, Michigan, 25 de diciembre de 1977. Noticia de ese encuentro: «Sociales. Foot-Ball», en: El Diario, Asunción, 29 de octubre de 1906. (N. del A.)

 

56

«Viriato Díaz y Pérez» (suelto sin firma), en: El Liberal, Asunción, Año I, N.º 38, 19 de agosto de 1906 (Texto en el Apéndice Documental). (N. del A.)

 

57

«Del doctor Díaz Pérez/ Una hermosa carta». Fechada en San Lorenzo el 30 de agosto de 1906, en: El Liberal, Asunción, 19 de setiembre de 1906. (Texto en el Apéndice Documental). (N. del A.)

 

58

Carta de Rodrigo Díaz-Pérez a Raúl Amaral, Ann Arbor, Michigan, 27 de junio de 1978. (N. del A.)

 

59

JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: El Paraguay en marcha, ob. cit., p. 313; CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de la cultura paraguaya, ob. cit., t. I, p. 573; MANUEL W. CHAVES: Guía general, ob. cit., p. 174; Registro Oficial correspondiente al año 1906. Asunción, 1907, p. 1921; GOMES FREIRE ESTEVES: ob. cit., p. 103; VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Con motivo de un libro en prensa», en: FEDERICO GARCÍA: Mosaico. Asunción, s. e., 1918, p. 5-11; VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Cómo eran, en: Las piedras del Guayrá. Patina de Mallorca, 1973, p. 35-46. (N. del A.)

 

60

JOSEFINA PLÁ: Cuatro siglos de teatro en el Paraguay, ob. cit., p. 198, 236-237; HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ: Alejandro Guanes. New York, Hispanic Institute in the United States, 1948, p. 26-27; RAÚL AMARAL: «El modernismo literario en el Paraguay», en: Cuadernos Americanos. México, Año XXXII, t. CLXXXVII, N.º 2, p. 205-222, marzo-abril de 1973; del mismo autor: «Rubén Darío, Valle Inclán y el modernismo paraguayo», en: Cuadernos Americanos, México, Año XXXII, t. CLXXXIX, N.º 4, p. 195-210, julio-agosto de 1973. (N. del A.)

61

RAÚL AMARAL: «Goycoechea Menéndez, una revisión necesaria». Disertaciones leídas por Radio Charitas, Asunción, 10 y 17 de mayo de 1974; del mismo autor: «El modernismo literario en el Paraguay» y «Rubén Darío, Valle Inclán y el modernismo paraguayo», arts. cits.; JUAN E. O'LEARY: «Martín de Goycoechea Menéndez», en: MARTÍN DE GOYCOECHEA MENÉNDEZ: Guaraníes (2.º ed.). Asunción, Imprenta Ariel, 1925, p. VI-LXIX; MARTÍN DE GOYCOECHEA MENÉNDEZ: «El pensamiento argentino», art. cit.

Sobre las relaciones de Goycoechea Menéndez con José Ingenieros: DELIA KAMIA: «La Syringa», en: Sociedades literarias argentinas (1864-1900). La Plata, Universidad Nacional de La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 1967, p. 211-213, 215-216, 222. Un capítulo se denomina: «Filosofía novecentista de la Syringa». Delia Kamia es el seudónimo de la doctora Delia Ingenieros de Rothschild, hija del escritor.

Sobre el maestro de Goycoechea Menéndez: CARLOS CARREÑO: Carlos Romagosa, portaestandarte del romanticismo en América; Córdoba, 1957; ARTURO CAPDEVILA: «El caballero don Carlos Romagosa» y «Romagosa, su tragedia y una sombra más», en: Lugones. Buenos Aires, Aguilar, 1973, p. 105-112, 259-269. (N. del A.)

 

62

MANUEL GÁLVEZ: Amigos y maestros de mi juventud (2.ª ed.). Buenos Aires, Hachette, 1961, p. 62; HÉCTOR RENE LAFLEUR, SERGIO D. PROVENZANO y FERNANDO PEDRO ALONSO: Las revistas literarias argentinas (1893-1960). Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1962, p. 39 y 51.

RAFAEL BARRETT: Cartas íntimas, ob. cit., p. 4-5; VLADIMIRO MUÑOZ: El pensamiento vivo de Barrett. Buenos Aires, Rescate, 1977, p. 22, 25, 27 y 28.

RAFAEL BARRETT: Obras completas, ob. cit., p. 564-571, 629-630.

ENRIQUE ANDERSON IMBERT: La originalidad de Rubén Darío. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967, p. 85-86; JUAN CARLOS GHIANO: Análisis de Prosas Profanas. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968, p. 30; ARTURO MARASSO: Rubén Darío y su creación poética. Buenos Aires, Kapelusz, 1973, p. 52-57; PEDRO SALINAS: La poesía de Rubén Darío. Buenos Aires, Losada, 1968, p. 105-135. (N. del A.)

 

63

FRANÇOIS COPPÉE: «Los zuecos de Wolff» (cuento), en: El Cívico, Asunción, 6 de enero de 1902; del mismo autor: «El padrino», Ibíd., 7 de febrero de 1902. CATULLE MENDÉS: «El mayor de los suplicios» (folletín), en: El Cívico, Asunción, 14 de febrero de 1902; del mismo autor: «El espejo» (cuento), Ibíd., 1.5 de febrero de 1902; «El Dios Amor» en: Cri-Kri, Asunción, Año I, N.º 30, p. 6, agosto 6 de 1905. GUSTAVE FLAUBERT: «Salambó» (folletín), en: El Paraguay, Asunción, 30 de noviembre de 1901. JEAN PAUL D'AILE (Casabianca): «Emilio Zola», en: El Paraguay, Asunción, 30 de setiembre de 1902. Catálogo de la Biblioteca Nacional del Paraguay, ob. cit.

IGNACIO A. PANE: «Los cantos extranjeros al Paraguay», art. cit., p. 389; del mismo autor: «Prólogo», en: MOISÉS S. BERTONI: Resumen de prehistoria y protohistoria de los países guaraníes. Asunción, Juan E. O'Leary Editor, 191 4, p. 15; MANUEL DOMÍNGUEZ: «Juan Valera», art. cit.

Sobre los elementos foráneos o exóticos en el modernismo:

RICARDO GULLÓN: Direcciones del modernismo, ob. cit., p. 78103; NOE JITRIK: «El vocabulario modernista», en: Historia de la literatura argentina (varios autores), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968, t. II, p, 577. (N. del A.)

 

64

ARSENIO LÓPEZ DECOUD: «Sobre feminismo», en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año IV, N. º 32, p. 168-193, diciembre de 1901; Cfr. del mismo autor: Sobre feminismo. Barcelona, 1901 «La conferencia del Valle Inclán», en: El Diario. Asunción, 24 de setiembre de 1910; Oscar Wilde. Asunción, La Mundial, 1915.

Sobre López Decoud: RICARDO BRUGADA (h): Brasil-Paraguay, ob. cit., p. 239; NATALICIO GONZÁLEZ: «Arsenio López Decoud», en: Solano López y otros ensayos. París, Editorial de Indias, 1926, p. 67-83; RAÚL AMARAL: «Ética y estética de López Decoud», en: Alcor, Asunción, N.º 10, p. 5-6, junio de 1960.

MANUEL DOMÍNGUEZ: «Marcelino Menéndez y Pelayo (1899)», «Juan Valera» (1905), «El Cuervo y Las Campanas» (1908), «Valle Inclán» (1910), «Renan, sus ideas y su estilo» (1925), en: El milagro de lo eterno y otros ensayos. Buenos Aires, Emedé, 1948, p. 125-160, 161-164, 171-180, 213-218, 197-212. Cfr. del mismo autor: Estudios históricos y literarios. Asunción, Emedé, 1957, p. 119-155, 159-161, 173-181, 223-227, 207-220.

Sobre Domínguez: JUAN E. O'LEARY: «Prólogo», en: MANUEL DOMÍNGUEZ: El alma de la raza, ob. cit., p. VI-XI; del mismo autor: «Domínguez», en: Guarania, Asunción, Año III, N.º 25, p. 5, 20 de noviembre de 1935. J. NATALICIO GONZÁLEZ: «Prólogo», en: MANUEL DOMÍNGUEZ: El Paraguay, sus grandezas y sus glorias. Buenos Aires, Ayacucho, 1946, p. 32-36; RAÚL AMARAL: «Domínguez y la estética literaria». Disertación leída por Radio Charitas, Asunción, 29 de octubre de 1973.

MANUEL GONDRA: «En torno a Rubén Darío» (1898-1899), «Blas Garay» (1899), «Alberdi» (1902), en: Hombres y letrados de América. Asunción, Guarania, 1942, p. 201-210, 241-248, 249-250.

Sobre Gondra: ARSENIO LÓPEZ DECOUD: «Manuel Gondra», en: La Prensa, Asunción, 9 de marzo de 1900; RICARDO BRUGADA (h): Brasil-Paraguay, ob. cit., p. 237; IGNACIO A. PANE: El Paraguai intelectual, ob. cit., p. 23-24; JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: El Paraguay en marcha, ob. cit. p. 326, 329; J. NATALICIO GONZÁLEZ: «Manuel Gondra», en: MANUEL GONDRA: ob. cit., p. 7-23; RAÚL AMARAL: «Manuel Gondra, el humanista». Disertación leída por Radio Charitas, Asunción, 8 de marzo de 1957. (N. del A.)

 

65

JUAN E. O'LEARY: «Recuerdos e impresiones de Francia», en: Francia-Paraguay. Revista del Comité France-Amérique. Asunción, Año I, N.º 2, p. 4-16, noviembre de 1950.

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «El gran esteta inglés Sir John Ruskin y sus Siete lámparas de la Arquitectura», en: Revista del Instituto Paraguayo. Asunción, Año X, N.º 60, p. 632-695, 1908. Cfr. del mismo autor: John Ruskin y sus Siete lámparas de la Arquitectura (4.ª ed.), Palma de Mallorca, 1974.

RAFAEL BARRETT: Al margen, en: Obras Completas, ob. cit., p. 537-538, 585-587. (N. del A.)

 

66

MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA: «Para entonces», en: El Tiempo, Asunción, 13 de enero de 1893; «Mi-a de flores», en: Cri-Kri, Asunción, Año I, N.º 20, p. 8, 28 de mayo de 1905; «Non omnis moriar», en: El Cívico, Asunción, 1 de agosto de 1906. Cfr. del mismo autor: Obras, con prólogo de Justo Sierra. México, 1896, 2 v.

Sobre Gutiérrez Nájera: RUBÉN DARÍO: «Galería de los modernos/ Gutiérrez Nájera», en: Buenos Aires, Año II, N.º 47, 1.º de marzo de 1896.

«PEPE COSTA» (Seud. de Ignacio A. Pane): «Juan E. O'Leary», Asunción, La Patria, Asunción, junio de 1901. (N. del A.)

 

67

EUGENIO DÍAZ ROMERO: «El camino de las sombras felices», en: Los Sucesos, Asunción, 5 de mayo de 1906. ALBERTO GHIRALDO: «Del delito» en: El Cívico, Asunción, 5 de Abril de 1906. ENRIQUE GÓMEZ CARRILLO: «De París. Una mujer admirable: Isabel Eberhardt», en: El Diario, Asunción, 21 y 23 de julio de 1906; del mismo autor: «De París. Del parecido de los retratos», en: El Diario, Asunción, 26 de setiembre de 1906. ANTONIO MONTEAVARO: «Werther y Ofelia», en: Los Sucesos, Asunción, 6 de julio de 1906; MANUEL UGARTE: «Preludio», en: El Cívico, Asunción, 23 de marzo de 1906. (N. del A.)

 

68

SALVADOR RUEDA: «Al brindar un vaso de vino» (soneto fechado en Madrid el 12 de julio de 1891), en: El Tiempo, Asunción, 21 de agosto de 1891; del mismo autor: «A medianoche», en: El Cívico, Asunción, 9 de abril de 1906.

MANUEL GONDRA: «En torno a Rubén Darío», en: Hombres y letrados de América, ob. cit., p. 215. (N. del A.)

 

69

EDGAR ALLAN POE: «Los crímenes de la calle Morgue» (folletín), capítulos 1-12, en: El Diario, Asunción, 3-12 de enero de 1906; «El misterio de María Roget» (folletín), capítulos 1-13, Ibíd., 13-27 de enero de 1906; «La carta robada» (folletín), capítulos 1-6, Ibíd., 5-10 de febrero de 1906; «El retrato oval», Ibíd., 12 de febrero de 1906.

HÉCTOR L. BARRIOS: «Edgar Poe», en: Guijarros, ob. cit., p. 25; RAÚL AMARAL: «Edgar Allan Poe y la generación paraguaya del 900». Conferencia pronunciada en el Centro Cultural Paraguayo-Americano, Asunción, 12 de setiembre de 1975.

GABRIELE D'ANNUNZIO: «A Guido Boggiani» (Fragmento de Laudi del Cielo, del Mare, de la Terre e degli Eroi), en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año V, N.º 44, p. 90-96. 1903.

MANUEL GONDRA: «En torno a Rubén Darío», en: Hombres y letrados de América, ob. cit., p. 213; IGNACIO A. PANE: El Paraguai intelectual, ob. cit., p. 23.

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Boggiani y el canto de D'Annunzio en Laudi», en: Revista Paraguaya, Asunción, Año II, N.º 34, p. 115-126; también: «El episodio de Boggiani en el poema de D'Annunzio», Ibíd., p. 129-136. Cfr. del mismo autor: Coronario de Guido Boggiani, Palma de Mallorca, 1977, p. 37-55, 56-74. (N. del A.)

 

70

NIETZSCHE: «De los predicadores de la muerte», en: El Liberal, Asunción, 12 de julio de 1906; Ibíd.: «De la canalla», 9 de setiembre de 1906; Ibíd.: «La mujer», 23 de setiembre de 1906.

Sobre Nietzsche: «Un libro de Nietzsche» (suelto sin firma), en: El Paraguay; Asunción, 2 de octubre de 1901.

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «El irreverente Nietzsche» (Fechado en Madrid en 1900), en: Las ideas no se matan. Palma de Mallorca, 1976, p. 69-73; «Nietzsche et 1'hygiénie moderne», en: Espronceda en la 'Revue Hispanique'. Palma de Mallorca, 1976, p. 73-75; «Zaratustra en Madrid», citado por GONZALO SOBEJANO, en: Nietzsche en España, Madrid, Gredos, 1967, p. 92-93 y 133.

Sobre Nietzsche y su cuñado: BERNHARD FÖRSTER: Deutsche colonien in dem oberen La Plata. Gebiete eingehender praktische Pruefungen. (Colonias alemanas en las regiones superiores del Plata, con especial consideración de las del Paraguay) Arbeit en und Reissen, Leipzig (G- Fock), 1886; también: ARTURO NAGY: «Suicidio en San Bernardino», en: La Princesa de Salerno y otros relatos. Asunción, Editorial del Centenario, 1971, p. 59-63.

Otros autores: ELIGIO AYALA: Mensajes del Presidente de la República. Asunción, Imprenta Nacional, 1924-1928, 4 v.; del mismo autor: Migraciones (Escrito en Berna, 1915). Santiago de Chile, s. e., 1941; RAMÓN V. VIERNES: Lo jurídico. Teoría cósmico-integral de lo fijativo-exigencial. (Tesis universitaria, 1911), Asunción, 1917.

Fuentes complementarias: RAÚL AMARAL: Formación filosófica de Fulgencio R. Moreno, ob. cit.; del mismo autor: «Formación filosófica de Manuel Domínguez», en: La Tribuna, Asunción, 16 de noviembre de 1962.

FRANCISCO BAZÁN: Eligio Ayala, el pensador. Asunción, s. e., 1976, p. 55-72, 125-157; RAÚL AMARAL: «Eligio Ayala y la cultura paraguaya», en: Paraguay en América, Buenos Aires, Año I, N.º 5-8, p. 54-55, setiembre-diciembre de 1969. (Este artículo apareció sin firma). (N. del A.)

71

RUBÉN DARÍO: «De París. En el país de Bohemie. El 'Glatigny' de Mendés», en: El Diario, Asunción, 6 de julio de 1906; «De Bégica. Antuerpiana. Al pasar», Ibíd., 28 de julio de 1906. (N. del A.)

 

72

RUBÉN DARÍO: «Urna votiva», en: Los sucesos, Asunción, 3 de enero de 1906; «A Roosevelt», en: El Liberal, Asunción, 29 de julio de 1906; «Al Rey Óscar», Ibíd., 19 de agosto de 1906.

RUBÉN DARÍO: Antología poética. Prólogo y selección de Guillermo de Torre. Buenos Aires, Losada, 1973, p. 114 y 140; Antología poética. Selección, estudio preliminar y notas de María Isabel Siracusa. Buenos Aires, Kapelusz, 1973, p. 120-122; Poesía. Prólogo de Ángel Rama. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977, p. 249, 255 y 291.

Sobre los poemas mencionados: JUAN CARLOS GHIANO: Análisis de Cantos de Vida y Esperanza. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968, p. 21 y 25; ARTURO MARASSO: Rubén Darío y su creación poética, ob. cit., p. 187 y 196; PEDRO SALINAS: La poesía de Rubén Darío, ob. cit., p. 253-280.

Sobre Gondra y Darío: ARSENIO LÓPEZ DECOUD: «Manuel Gandra», art. cit.; CECILIO BÁEZ: Resumen de la historia del Paraguay, ob. cit., p. 213. (N. del A.)

 

73

LEOPOLDO LUGONES: «Oceánida», en: El Liberal, Asunción, 9 de setiembre de 1906; del mismo autor: «Las caballerías de la Patria», en: El Liberal, Asunción, 3 de mayo de 1906.

Sobre Lugones: JUAN P. RAMOS: «Leopoldo Lugones y su obra poética», en: Historia de la literatura argentina, dirigida por Rafael Alberto Arrieta. Buenos Aires, Peuser, 1959, t. IV, p. 35-40; RAÚL AMARAL: «El Paraguay en la obra de Leopoldo Lugones». Disertación leída por Radio Nacional del Paraguay el 18 de febrero de 1963; del mismo autor: «Lugones ante el novecentismo paraguaye». Disertación leída por Radio Cháritas, Asunción, 13 de junio de 1974. (N. del A.)

 

74

JOSÉ SANTOS CHOCANO: «Leyenda colonial», en: El Cívico, Asunción, 10 de marzo de 1906; «Amor muerto», en: Los Sucesos, Asunción, 24 de agosto de 1906; «Desde la cumbre», en: El Cívico, Asunción, 30 de agosto de 1906.

Sobre Chocano: LUIS ALBERTO SÁNCHEZ: «Chocano, poeta de América», en: La literatura peruana. Lima, Ediventas, 1965, t. IV, p. 1178-1182. (N. del A.)

 

75

ENRIQUE ANDERSON IMBERT: Historia de la literatura hispanoamericana, ob. cit., t. I, p. 435; MAX HENRÍQUEZ UREÑA: Breve historia del modernismo (2.ª ed.). México, Fondo de Cultura Económica, 1962, p. 381; ERNESTO GIMÉNEZ CABALLERO: Revelación del Paraguay. Madrid, Espasa-Calpe, 1958, p. 120; ENRIQUE DE GANDÍA: «Prólogo», en: PASTOR URBIETA ROJAS: Estampas paraguayas. Buenos Aires, Difusam, 1942, p. 14.

RAÚL AMARAL: El romanticismo paraguayo, ob. cit.; del mismo autor: «El modernismo literario en el Paraguay» y «Rubén Darío, Valle Inclán y el modernismo paraguayo», arts. cits. (N. del A.)

 

76

RICARDO MARRERO MARENGO: «A Salvador Rueda», en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año IV, N.º 48, p. 111-112, 1904; ELOY FARIÑA y NUÑEZ (sic):

«Respuesta a la enquêtesobre modernismo», en: El Nuevo Mercurio, París, N.º 10, p. 1137-1139, 1907; GUILLERMO MOLINAS ROLÓN: «Canto a la Raza», en: Revista del Centro Estudiantil, Año III, N.º 10, p. 14-15, agosto de 1910; Ibíd., Año IV, N.º 4, p. 23, 25 y 26, junio de 1911.

«Bibliografía. Antología Paraguaya», en: El Monitor, Asunción, 27 de enero de 1911. (N. del A.)

 

77

JUAN E. O'LEARY: «Bienvenida a la delegación uruguaya», en: Paraguay-Uruguay. Compilación de Adriano Irala y Santino U. Barbieri. Buenos Aires, s. e., 1913, p. 62; JUAN STEFANICH: «El Colegio Nacional, cuna del Paraguay moderno», en: 23 de Octubre de 1931. Buenos Aires, Febrero, 1959, p. 146-157; «POMPEYO GONZÁLEZ» (Seud. de Juan E. O'Leary): «Presentación a La cumbre del Titán», en: Crónica, Asunción, Año 1, N.º 21-22, p. 324-325, 28 de febrero de 1914; HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ: Alejandro Guanes, ob. cit., p. 36 y 40. (N. del A.)

 

78

NATALICIO GONZÁLEZ: «Juan E. O'Leary», en: Solano López y otros ensayos, ob. cit., p. 101; MANUEL GONDRA: «En torno a Rubén Darío», en: Hombres y letrados de América, ob. cit., p. 201, 202-204, 240; FRANCISCO L. BAREIRO: «Humaitá», en: Los Sucesos, Asunción, 22 de junio de 1907; «Humaitá» I-II, en: El Nacional, Asunción, 4 de octubre de 1910; otros poemas del mismo autor: «Espuma» (1898) y «José de la Cruz Ayala» (s. a.), en: JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: Antolojía Paraguaya, ob. cit., p. 89-90.

RICARDO MARRERO MARENGO: «Arturo Reyes», en: Cri-Kri, Asunción, Año I, N.º 1, p. 6, 17 de julio de 1904; del mismo autor: «Ley eterna», en: Los Sucesos, Asunción, 12 de abril de 1907; JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: ob. cit., p. 98-104. «DANIEL AUBERT» (Seudónimo de Roberto A. Velázquez): «Su ausencia», en: Los Sucesos, Asunción, 10 de mayo de 1906; ROBERTO A. VELÁZQUEZ: «Un raro. Goycoechea Menéndez», en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año X, N.º 59, p. 543-548, 1908; JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: Antolojía Paraguaya, ob. cit., además de dichos poemas incluye: «Canción Helénica», p. 120-124.

GOMES FREIRE ESTEVES: Yo-Un año terrible (Prosa y verso). Asunción, 1905. Además de ese poema: JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ, ob. cit., p. 105-112; SINFORIANO BUZÓ GÓMEZ: Índice de la poesía paraguaya. (2.ª ed.) Buenos Aires, Indoamericana, 1952, p. 99-101, incorpora «Elogio de María de Médicis». (N. del A.)

 

79

FORTUNATO TORANZOS BARDEL: Temas y modos de firmar: a) El Liberal, 1, 14 y 21 de enero de 1906; b) El Cívico, 18 de junio de 1906, y El Liberal, 26 de agosto de 1906; e) Los Sucesos, septiembre de 1906 a febrero de 1907. Del mismo autor: Piedras Vacilantes. Asunción, 1935; Alma Guaraní. Asunción, América-Sapucai, s. a.

EDUARDO STEINER: «Toranzos Bardel», en: FORTUNATO TORANZOS BARDEL: Alma Guaraní, ob. cit., p. I-XXXI. FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH: «Letras Paraguayas/ Fortunato Toranzos Bardel», en: Última Hora, Asunción, 17 de enero de 1976; ROQUE VALLEJOS: Curso rural de narrativa paraguaya. Asunción, s. e., 1973, p. 41. (N. del A.)

 

80

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Epístola a Francisco Villaespesa», en: JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: Antolojía Paraguaya, ob. cit., p. III-IV; RODRIGO DÍAZ-PÉREZ: «Notas», en: VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: El viejo reloj de Runeberg, ob. cit., p. 98-99; JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: «Miscelánea» (Dedicada a Valle Inclán), en: El Sol, Madrid, 26 de enero de 1936; del mismo autor: Cartas literarias. Madrid, Bruguera, 1977, p. 130.

Las fotocopias de la dedicatoria de Soledades, del artículo de El Sol, de Madrid, y de la carta de Juan Ramón Jiménez, de 1948, fueron enviadas por Rodrigo Díaz-Pérez a Raúl Amaral. (N. del A.)

81

JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: «Una semblanza de Viriato Díaz-Pérez», en: La Tribuna, Asunción, 25 de junio de 1950. Cfr.: VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: Las piedras del Guayrá, ob. cit., p. 718; HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ: Alejandro Guanes, ob. cit., p. 31.

Carta de Miguel Morayta a Viriato Díaz-Pérez, en: MANUEL DOMÍNGUEZ: El alma de la raza, ob. cit., p. 279. Cfr. 2.ª ed., Buenos Aires, Ayacucho, 1946, p. 235; Carta de Domínguez al doctor Eladio Velázquez, del 30 de setiembre de 1934, titulada: «No se matan a puñaladas las ideas», en: El milagro de lo eterno y otros ensayos, ob. cit., p. 111. (N. del A.)

 

82

JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: El Paraguay en marcha, ob. cit., 324, del mismo autor: «Semblanza...», ob. cit., p. 11; El Paraguay en marcha, ob. cit., u. 366-376, CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de las letras paraguayas, ob. cit., t. II, p. 308-313; del mismo autor: Historia de la cultura paraguaya, ob. cit., t. I, p. 585-539. (N. del A.)

 

83

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Para un crítico de Salvador Rueda», art. cit. Cfr. del mismo autor: Los impresionistas españoles. Palma de Mallorca, 1974, p, 77-98; JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: El Paraguay en marcha, ob. cit., p. 370.

JUAN E. O'LEARY: «¡Muerta!», en: Letras, Asunción, Año I, n.º 3, p. 138, setiembre de 1915. Cfr. del mismo autor: A la memoria de mi hija Rosita, Barcelona, 1918; «Don Quijote», en: MICHAEL A. DE VITIS: Parnaso Paraguayo. Barcelona, Maucci, s. a., p. 139.

SALVADOR RUEDA: «Canto VIII», en: Antología de la poesía española. Buenos Aires, Librería del Colegio, 1966, p. 35-37; JOSÉ ASUNCIÓN SILVA: Nocturno y otros poemas. Buenos Aires, Eudeba, 1968, p. 53. (N. del A.)

 

84

JEAN (CASABIANCA) D'AILE: Les ñandutís bleus. París, s. e., 1907, p. 29-35, 65-67; Horas tropicales. París, s. e., 1914; «Le Maréchal López», en: Patria, Asunción, 3 de mayo de 1921.

JUAN E. O'LEARY: «Discurso. El acto realizado en la Escuela Normal», en: Patria, Asunción, 9 de mayo de 1921; «FERNÁN DÍAS» (Seud. de VIRIATO DÍAZ-PÉREZ): «Bibliografía. Jean Casabianca. Les Ñandutís Bleus. París, 19 07», en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año IX, N.º 57, p. 344-347, 1907.

MAX HENRÍQUEZ UREÑA: Breve historia del modernismo (2.ª ed.) México, Fondo de Cultura Económica, 1962, p. 135-141.

JUANSILVANO GODOI y VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: Civilidad y Arte, ob. cit., p. 21; GOMES FREIRE ESTEVES: Historia contemporánea del Paraguay, ob. cit., p. 108-110; GUALBERTO CARDÚS HUERTA: Contra la anarquía, ob. cit.; RAFAEL BARRETT: El dolor paraguayo. Montevideo, Orsini M. Bertani, 1911; otras ediciones: Obras Completas (2.ª ed.). Buenos Aires, Americalee, 1954, t. I, p. 183-281; El dolor paraguayo. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978. (N. del A.)

 

85

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «El recuerdo de Rafael Barrett», en: Nuestra América, Buenos Aires, Año IV, t. V, p. 253-259, febrero de 1922. Cfr. del mismo autor: Las piedras del Guayrá, ob. cit. p. 50. (N. del A.)

 

86

RAFAEL BARRETT: Cartas íntimas, ob. cit., p. 55 y 113. (N. del A.)

 

87

JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: El Paraguay en marcha, ob. cit., p. 58, 525 y 527; HÉCTOR DA PONTE: Notas de Arte. Asunción, 1906; JOSEFINA PLÁ: Treinta y tres nombres en las artes plásticas paraguayas. Asunción, s. e., 1973, p. 12, 25, 26, 30, 54. (N. del A.)

 

88

Carta de Rodrigo Díaz-Pérez a Raúl Amaral, Ann Arbor, Michigan, 17 de marzo de 1977. (N. del A.)

 

89

JEAN PAUL (CASABIANCA) D'AILE: «Oda al Paraguay», en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción. Año V, N.º 40, p. 11-18, 1903; La Dirección: «Desautorización», Ibíd., Año V, N.º 42, p. 336, 1903. (N. del A.)

 

90

JUAN E. O'LEARY: «El Emperador Don Pedro II, poeta»: Traducción directa del portugués, en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año IX, N.º 56, p. 113-117, 1907. Cfr.: «Los sábados de Patria», en Patria, Asunción, 16 de noviembre de 1918.

GERMÁN ARCINIEGAS: El continente de siete colores (2.ª ed.) Buenos Aires, Sudamericana, 1970, p. 511-514. (N. del A.)

91

«El doctor Viriato Díaz-Pérez/ Su incorporación a El Liberal», (suelto sin firma), en: El Liberal, Asunción, 17 de agosto de 1923.

«Don Juan E. O'Leary», Ibíd., en: El Liberal, Asunción, 21 de agosto de 1923; «Don Juan Silvano Godoi», Ibíd., en: El Liberal, Asunción, 28 de agosto de 1923.

JUAN E. O'LEARY: «A mis hijos» (poema), en: El Liberal, Asunción, 25 de agosto de 1923, «Mates dolorosa» (elegía), Ibíd., 29 de setiembre de 1923; «Voltaire y Unamuno. Don Quijote y San Ignacio de Loyola» (ensayo), Ibíd., 20 de octubre de 1923; «La Gasparina» (cuadro dramático en un acto), Ibíd., 17 de noviembre de 1923.

BLAS GARAY: (Observaciones críticas sobre los límites de la Antigua Provincia del Paraguay», en: El Liberal, Asunción, 22, 24, 27, 30 y 31 de agosto de 1923; FULGENCIO R. MORENO (título y tema similares al anterior), en: El Liberal: Asunción, l.º de diciembre de 1923.

ÁNGEL I. GONZÁLEZ: «Soneto», en: El Liberal, Asunción, 26 de setiembre de 1923; SILVANO MOSQUEIRA: «Beckerianas (sic) en guaraní» (Peteí che aicuaáva-pe), en: El Liberal, Asunción, 25 de agosto de 1923. (N. del A.)

 

92

ARTURO BRUGADA: «Sarmiento en el Paraguay», en: El Liberal, Asunción, 20 y 31 de octubre de 1923; «Don Ignacio Ibarra», Ibíd., 17 de noviembre de 1923; «Don José Falcón. Actuación pública», Ibíd. 29 de diciembre de 1923.

J. NATALICIO GONZÁLEZ: «El guaraní encierra el Paraguay eterno», en: El Liberal, Asunción, 20 de octubre de 1923; «Noche campesina» (poema), Ibíd., 10 de noviembre de 1923.

ROQUE CAPECE FARAONE: «Carta» (Adhesión al Partido Nacional Republicano), en: Patria, Asunción, 12 de mayo de 1921; «El amor de los poetas», en: El Liberal, Asunción, 29 de setiembre de 1923.

JUAN E. O'LEARY: «Natalicio González, poeta», en: El Liberal, Asunción, 10 de noviembre de 1923; J. NATALICIO GONZÁLEZ: Baladas guaraníes. París, Editorial de Indias, 1925. Cfr. CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de las letras paraguayas, ob. cit., t. III, p. 49-54. (N. del A.)

 

93

Carta de Rodrigo Díaz-Pérez a Raúl Amaral, Ann Arbor, Michigan, 8 de abril de 1977. (N. del A.)

 

94

GUALBERTO CARDÚS HUERTA: Arado, pluma y espada. Barcelona, Imprenta Doménech, 1911; Pro-Patria. A propósito de una traducción. (Barcelona, s. e., 1912); Contra la anarquía, ob. cit.

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Seis obras descriptivas del Paraguay moderno», en: Revista del Paraguay, Asunción, Año I, N.º 2, p. 169-173, marzo-abril de 1913. Cfr. del mismo autor: Un paraguayo olvidado. Palma de Mallorca, 1975, p. 105-134. (N. del A.)

 

95

«Lo que representó la revista Electra en el moderno resurgimiento literario español», en: El Liberal, Asunción. 14 de agosto de 1924. Cfr. nueva publicación del mismo artículo con el agregado de: «Con datos de un actuante», en: El Liberal, Asunción, 12 de abril de 1926; también del mismo autor: El viejo reloj de Runeberg, ob. cit., p. 63-74. Contiene nota aclaratoria final de Rodrigo Díaz-Pérez, p. 96-99.

DOMINGO PANIAGUA: «Revistas españolas contemporáneas», en: Bibliografía anotada del modernismo. Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, Biblioteca Central, 1970, p. 92-98; RICARDO GULLÓN: Direcciones del modernismo, ob. cit., p. 234; GUILLERMO DE TORRE: Del 98 al barroco. Madrid, Gredos, 1969, p. 47-57, 62-70. (N. del A.)

 

96

«Crónica social. Conferencia», en: Los Sucesos, Asunción 1.º de diciembre de 1906. Aquí se le da el tratamiento inicial de Díaz y Pérez, que los periódicos simplificaron enseguida, quizás a instancias del interesado. Debe aclararse que éste no firmaba así. (N. del A.)

 

97

JUSTO PASTOR BENÍTEZ: «Los hombres del Instituto», en: Páginas libres. Asunción, El Arte, 1956, p. 82, 99-106. Cfr.: RAÚL AMARAL: Las generaciones en la cultura paraguaya, ob. cit. (N. del A.)

 

98

MAFALDA VICTORIA DÍAZ MELIÁN: Índice de la Revista del Instituto Paraguayo 1896-1909. Paraná, Instituto Nacional del Profesorado Secundario, 1970; JUAN F. PÉREZ ACOSTA: Núcleos culturales, ob. cit., p. 41-42, 125-127. (N. del A.)

 

99

MAFALDA VICTORIA DÍAZ MELIÁN: ob. cit. (N. del A.)

 

100

IGNACIO A. PANE: El Paraguai intelectual, ob. cit., p. 20; FULGENCIO R. MORENO: «El Economista Paraguayo», en: El Nacional, Asunción, 13 de agosto de 1910.

RODOLFO RITTER: «Lopizmo, antilopizmo, patriotismo», en: FIDEL MAÍZ: Desagravio, Asunción, La Mundial, 1916, p. 128-135; «Marcel Proust», en: El Liberal, Asunción, 12 y 14 de setiembre de 1925; «O'Leary historiador», en: El Diario, Asunción, 23 de octubre de 1926.

ARSENIO LÓPEZ DECOUD: «Presentación de Manuel Ugarte», en: Revista del Centro Estudiantes de Derecho, Asunción, Año I, N.º 1, p. 84, 30 de octubre de 1913; JUAN E. O'LEARY: «Bullo», en: El libro de los héroes. Asunción, La Mundial, 1922, p. 145-168.

Sobre los novecentistas paraguayos y los países signatarios de la Triple Alianza: RICARDO BRUGADA (h): Brasil-Paraguay, oh. cit.; del mismo autor: Uruguay-Paraguay. La guerra de la Triple Alianza. Córdoba (Arg.), Los Principios, 1915; MANUEL DOMÍNGUEZ: «Paraguayos y argentinos ante un héroe», en El milagro de lo eterno y otros ensayos, ob. cit., p. 113-115; ARSENIO LÓPEZ DECOUD: «Discurso en la Legación Argentina», en: Confraternidad Paraguayo-Argentina. Asunción, 1907.

Paraguay-Uruguay, ob. cit. Contiene discursos alusivos de: Domínguez, p. 54-57; Pane, 58-62; O'Leary, 62-66, y López Decoud, 142-149.

Sobre la polémica: RAFAEL BARRETT: «Lo que he visto», en: El Nacional, Asunción, 21 de febrero de 1910, fecha en San Bernardino; «JUVENAL»: «Lo que Barret no ha visto», Ibíd., 22 de febrero de 1910; RAFAEL BARRETT: «No mintáis», Ibíd., 5 de marzo de 1910; «JUVENAL»: «Distinguid», Ibíd., 7 de marzo de 1910.

HERIB CAMPOS CERVERA: «Barrett», en: El Colorado. Asunción, Año I, N.º 1, 20 de junio de 1912; RAFAEL BARRETT: Cartas íntimas, ob. cit., p. 47, 49 y 52. (N. del A.)

101

«Del doctor Díaz Pérez» (suelto sin firma), en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año VI, N.º 54, p. 233-234, 1906. (N. del A.)

 

102

«Un nuevo compañero» (suelto sin firma), en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año VI, N.º 55, p. 337-339, 1907. (N. del A.)

 

103

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Para un crítico de Salvador Rueda», art. cit., p. 340-358. Cfr. del mismo autor: Los impresionistas españoles, ob. cit,. p. 77-98. (N. del A.)

 

104

JUAN F. PÉREZ ACOSTA: Núcleos culturales, ob. cit., p. 125-126. (N. del A.)

 

105

MAURICE MAETERLINCK: «La cólera de las abejas», en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, t. X, p. 291-297, 1907.

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Dogmatismo, ciencia y misterio», en: Revista del Paraguay, Asunción, Año I. N.º 3-4, p. 274-293. Cfr. del mismo autor: Las ideas no se matan. Palma de Mallorca, 1976, p. 39-61.

MANUEL DOMÍNGUEZ: «La visión de lo invisible» (Conferencia del año 1929), en: La traición a la Patria y otros ensayos. Asunción, Dirección de Publicaciones de las Fuerzas Armadas de la Nación, 1959, p. 249-266; JUAN E. O' LEARY: «Maeterlinck y el misterio de ciertas vidas», en: El centauro de Ybycuí, París, Le Livre-Libre, 1929, p. 131. (N. del A.)

 

106

PEDRO GONZÁLEZ BLANCO: «La literatura española del momento actual». 1.ª parte: I-II «Poesía»; 2.ª parte: «Características particulares. Novela»; 3.ª parte: «Novela» (cont.). Teatro. Crítica», en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año X, N.º 61, p. 762-763; N.º 62, p. 823-830, 1908; N.º 63, p. 927-934; N.º 64, p. 1019-1042, 1909 (Fecha en Madrid, julio de 1907).

P. G. (¿Paul Groussac?): «A propósito de americanismos», en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, t. XI, p. 1043-1068, 1909. Cfr.: MAFALDA VICTORIA DÍAZ MELIÁN: ob. cit., p. 6. (N. del A.)

 

107

ENRIQUE GÓMEZ CARRILLO: «Progresos artísticos en Sudamérica», en: Revista del Instituto Paraguayo, t. X, p. 279-290, 1907; LEOPOLDO LUGONES: «Nuestras ideas estéticas», Ibíd., t. XI, p. 833-846, 1908. (N. del A.)

 

108

RAÚL AMARAL: «Edgar Allan Poe», conf. cit. (N. del A.)

 

109

V(iriato) D(íaz) P(érez): «Leopoldo Lugones», en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, t. X, p. 847-850, 1908.

MANUEL DOMÍNGUEZ: El Paraguay, sus grandezas y sus glorias, ob. cit., p. 259 (La referencia es del año 1920); RAÚL AMARAL: «El Paraguay en la obra de Leopoldo Lugones». Disertación leída por Radio Nacional del Paraguay, 19 de febrero de 1963; del mismo autor: «Lugones ante el novecentismo paraguayo». Disertación leída por Radio Charitas, Asunción, 13 de junio de 1974.

Sobre «estética lugoniana»: BELISARIO TELLO: El poeta solariego. Buenos Aires, Theoría, 1977, p. 59-68. (N. del A.)

 

110

MAFALDA VICTORIA DÍAZ MELIÁN: ob. cit. En ningún momento aclara que Fernán Días sea un seudónimo y que pertenezca a Díaz-Pérez. (N. del A.)

111

«Revista del Instituto Paraguayo/ Un interesante volumen», en: Los Sucesos, Asunción, 31 de julio de 1907 (Suelto sin firma). (N. del A.)

 

112

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Obras y manuscritos referentes al Paraguay que se encuentran en algunas bibliotecas españolas», en: Revista del Instituto Paraguayo, Año VI, N.º 54, p. 235-244, 1906. Cfr. del mismo autor: Un paraguayo olvidado, ob. cit., p. 93-104. (N. del A.)

 

113

RAÚL AMARAL: «Nociones de bibliografía general y elementos de bibliografía paraguaya». Curso dictado en la Biblioteca Municipal de Asunción, octubre-noviembre de 1975. (N. del A.)

 

114

NARCISO BINAYÁN: «Bibliografía de bibliografías paraguayas», en: Humanidades, La Plata, t. III, p. 449-457, 1922; VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Sobre una 'Bibliografía de bibliografías paraguayas'», en: Revista Paraguaya, Asunción, Año II, N.º 2, p. 26-37. 27 de febrero de 1926. (N. del A.)

 

115

Revista del Paraguay: Historia-Ciencia-Arte. N.º 1, enero-febrero, p. IV, 1-112; N.º 2, marzo-abril, p. 113-222; N.º 3-4, mayo-agosto, p. 223-372; N.º 5-6, setiembre-diciembre, p. 373-512, todos de 1913. (N. del A.)

 

116

Revista Paraguaya: Año 1, N.º 1, noviembre-diciembre de 1925, p. 1-80; Año II, N.º 2, enero-febrero de 1926, p. 1-88; N.º 3-4, marzo-junio de 1926, p. 1-171; N.º 5-6-7, julio de 1926-enero de 1927, p. 1-138; Año III, N. º 8-9-10, febrero-setiembre de 1927, p. 1-129; N.º 11-12, octubre de 1927-enero de 1928, p. 1-38; N.º 13-16, febrero-agosto de 1928, p. 1-79. (N. del A.)

 

117

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Movimiento intelectual en el Paraguay», art. cit. (N. del A.)

 

118

JOSÉ SEGUNDO DECOUD: «Carta del señor Decoud», en: Revista Paraguaya, Asunción, 1882, p. 2; del mismo autor: La literatura en el Paraguay (2.ª ed.) Buenos Aires, Peuser, 1889.

RAÚL AMARAL: «El primer Ateneo Paraguayo en la cultura nacional», art. cit. (N. del A.)

 

119

ADOLFO P. CARRANZA: «Las letras en el Paraguay», en: Revista Nacional, Buenos Aires, t. XII, p. 343-359, 1890. (N. del A.)

 

120

IGNACIO A. PANE: Poesías Paraguayas. Asunción, s. e., 1904. (N. del A.)

121

JOSÉ SEGUNDO DECOUD: A list of books, magazine articles, and maps relating to Paraguay, ob. cit., (Libros: comprende ediciones de los años 1638 a 1903. (N. del A.)

 

122

MANUEL GONDRA: («Discurso de recepción al doctor Báez»), en: BENIGNO RIQUELME GARCÍA: Cumbre en soledad. Vida de Manuel Gondra. Buenos Aires, Ayacucho, 1951, p. 71-78; JOSÉ A. PÉREZ: El doctor Cecilio Báez. Su actuación dentro y fuera del país; ob. cit.; MANUEL GONDRA: Hombres y letrados de América, ob. cit. (N. del A.)

 

123

IGNACIO A. PANE: El Paraguai intelectual, ob. cit. (N. del A.)

 

124

RICARDO BRUGADA (h): Brasil-Paraguay, ob. cit., p. 185-197. (N. del A.)

 

125

MANUEL DOMÍNGUEZ «Valle Inclán», en: Letras, Asunción, Año I, N.º 5, p. 229-231, mayo de 1916; del mismo autor: «Renan, sus ideas y su estilo», en: El milagro de lo eterno y otros ensayos, ob. cit., p. 197-211.

LUIS ALBERTO SÁNCHEZ: Balance y liquidación del 900. Santiago de Chile, Ercilla, 1941; 2.ª ed. con el título de: ¿Tuvimos maestros en nuestra América? Buenos Aires, Raigal, 1956, p. 89.

RAÚL AMARAL: «Formación filosófica de Manuel Domínguez», art. cit. J. NATALICIO GONZÁLEZ: «Prólogo», en: MANUEL DOMÍNGUEZ: El Paraguay, sus grandezas y sus glorias, ob. cit., p. 36-40.

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «La estatua de Renan». Madrid, 1903, en: Las ideas no se matan, ob. cit., p. 75-80. (N. del A.)

 

126

MANUEL DOMÍNGUEZ: «Marcelino, Menéndez y Pelayo» (Cartas dirigidas al doctor Cecilio Báez y fechadas en marzo de 1899), en: Revista del Instituto Paraguayo, N.º cit., p. 227-259, 1902, Cfr. del mismo autor: El milagro de lo eterno y otros ensayos, ob. cit., p. 125-160; Estudios históricos y literarios, ob. cit,. p. 119-155.

Respuesta de CECILIO BÁEZ: «Estudio sobre la historia de España». Carta al señor doctor Manuel Domínguez (1899), en: Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año II, N.º 18-20, p. 81-110, 1899; «Estudio sobre la historia de España. Segunda parte», Ibíd., Año IV, N.º 43, p. 376-417, 1903. Cfr. del mismo autor: «Estudio sobre la historia de España», en: Estudios de Jurisprudencia, Historia, Ciencias Sociales y Políticas. Asunción, Talleres Nacionales de H. Kraus, 1903, p. 297-328. (N. del A.)

 

127

GUIDO BOGGIANI: Discusiones sobre geografía etnográfica y etnografía histórica. Asunción, 1899; RAÚL AMARAL: «Guido Boggiani y la generación paraguaya del 900», ob. cit. (N. del A.)

 

128

JUAN E. O'LEARY: «El alma de la raza», en Revista del Instituto Paraguayo, Asunción, Año II, N.º 18, p. 305-311, 1899 (Separata dedicada al doctor Manuel Fernández Sánchez); «¡Salvaje!», Ibíd., Año IV, N.º 36, p. 435-438, 1902 (Separata dedicada al doctor Manuel Domínguez, autor del prólogo); Recuerdos de gloria. 24 de mayo. Prólogo de Ignacio A. Pane. Asunción, s. e., 1904.

HÉCTOR PEDRO BLOMBERG: Poetas que cantaron al indio en América. Buenos Aires, Estrada, 1950, p. 159. (N. del A.)

 

129

JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: Antolojía Paraguaya, ob. cit., p. 87; MANUEL GONDRA: Hombres y letrados de América, ob. cit., p. 202-203. (N. del A.)

 

130

HERIB CAMPOS CERVERA (padre): «Carta» A Adolfo F. Antúnez, en: El Paraguay, Asunción, 5 de diciembre de 1902.

RICARDO BRUGADA (h): El Paraguay y Chile, Asunción, 1902; Política paraguaya: Benigno Ferreira. Asunción, 1906.

FULGENCIO R. MORENO: La cuestión monetaria en el Paraguay, ob. cit.; NATALICIO GONZÁLEZ: «Moreno y sus ideas económicas», en: Guarania, Asunción, Año III, N.º 28, p. 25, 27, 29 y 30, 20 de febrero de 1936.

ARSENIO LÓPEZ DECOUD: Sobre feminismo, ob. cit. (N. del A.)

131

República del Paraguay. Registro Oficial correspondiente al año 1912. Asunción, Imprenta Oficial, 1922, p. 239; Ibíd. año 1914. Asunción, Talleres Gráficos del Estado, 1914, p. 428.

ALBERTO GERCHUNOFF: (Carta a Rubén Darío), en: ALBERTO GHIRALDO: El archivo de Rubén Darío. Buenos Aires, Losada, 1943, p. 432.

RUBÉN DARÍO: «La República del Paraguay», en: Mundial, París, Año 11, N.º 13, p. 5-10, mayo de 1912. Cfr. del mismo autor: Prosa política (Las Repúblicas Americanas). Madrid, Mundo Latino, s. a., p. 106-109. (N. del A.)

 

132

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Epístola», en: JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: Antolojía Paraguaya, ob. cit., p. III-VIII.

Sobre Manuel Fleitas Domínguez; apenas si hay fugaces menciones en SINFORIANO BUZÓ GÓMEZ: Índice de la poesía paraguaya, ob. cit. p. 8; CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de las letras paraguayas, ob. cit., t. II, p. 245; del mismo autor: Historia de la cultura paraguaya, ob. cit., t. I, p. 372 y 528. (N. del A.)

 

133

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: ob. cit., p. VII. (N. del A.)

 

134

«PEPE COSTA» (Seud. de Ignacio A. Pane), art. cit. (N. del A.)

 

135

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ, ob. cit., p. VII. (N. del A.)

 

136

ALEJANDRO GUANES: De pasa por la vida. Asunción, 1936; SINFORIANO BUZÓ GÓMEZ, ob. cit. (2.ª ed.), p. 63-65.

MANUEL DOMÍNGUEZ: «De paso por la vida». Fechado en enero de 1926 en: El milagro de lo eterno y otros ensayos, ob. cit., p. 181-183. Cfr. del mismo autor. Estudios históricos y literarios, ob. cit., p. 185-187; VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Prólogo», en: ALEJANDRO GUANES: Del viejo saber olvidado. Asunción, 1925; HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ: Alejandro Guanes, ob. cit., p. 27. (N. del A.)

 

137

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Para un crítico de Salvador Rueda», en: Los impresionistas españoles, ob. cit., p. 77-98; «Notas y traducción de El Cuervo de Edgard A. Poe», en: Lejana luz... Palma de Mallorca, 1974, p. 49-57; «El gran esteta inglés Sir John Ruskin y sus Siete lámparas de la arquitectura», art. cit., también: John Ruskin y sus Siete lámparas de la Arquitectura, ob. cit.; «Un paraguayo olvidado: José María de Lara», en: Un paraguayo olvidado, ob. cit., p. 21-38. (N. del A.)

 

138

JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: El Paraguay en marcha, ob. cit., p. 366 y 368; CECILIO BÁEZ: Resumen de la historia del Paraguay, ob. cit., p. 223. (N. del A.)

 

139

RAFAEL CANSINOS-ASSENS: «Noticia de la vida y la obra del polígrafo español Viriato Díaz-Pérez», en: La Libertad, Madrid, N.º 17, julio de 1932. Reproducido en: VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: Ensayos-Notas. Dos capítulos, Palma de Mallorca, 1972, p. 5-12; también: CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de las letras paraguayas, ob. cit., t. II, p. 303-308. (N. del A.)

 

140

BALDOMERO SANÍN CANO: Carta a Santiago Pérez Triana. Bogotá, 17 de mayo de 1904. (Fotocopia de Rodrigo Díaz-Pérez). (N. del A.)

141

a) Historias de la cultura paraguaya.

VÍCTOR AYALA QUEIROLO: Historia de la cultura en el Paraguay. Asunción, s. e., 1966. (No lo menciona).

LUIS G. BENÍTEZ: Historia Cultural. Reseña de su evolución en el Paraguay. Asunción, s. e., 1973, p. 163.

EFRAÍM CARDOZO: Apuntes de historia cultural del Paraguay, F. V. D., Colegio de San José, (1963), p. 374. CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de las letras paraguayas, ob. cit., t. II, p. 301-303.

CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de la cultura en el Paraguay, t. I, p. XXX, 582-585.

Historia cultural del Paraguay(Sin mención de autor), 6.º curso. Asunción, Don Bosco, 1978 (No la cita).

JOSEFINA PLÁ: Apuntes para una historia de la cultura paraguaya. Asunción, s. e., 1967, p. 49 y 58.

RAFAEL ELADIO VELÁZQUEZ: Breve historia de la cultura en el Paraguay. 6.ª ed., Asunción, s. e., 1978, p. 278.

ALFREDO VIOLA: Curso de historia de la cultura en el Paraguay. Asunción, s. e., 1977, p. 112.

b) Historias de la literatura paraguaya.

AURORA ÁLVAREZ GONZÁLEZ y ROSARIO ARMENDÁRIZ AGORRETA: Panorama de la literatura paraguaya. Asunción, Loyola, (1967), p. 53-54 (Ed. mimeo).

HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ: La literatura paraguaya. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968, p. 30; Literatura paraguaya. Asunción, Comuneros, 1971, p. 48; Historia de la literatura paraguaya. Madrid (Asunción), Ediciones S. M. (Colegio de San José), 1970 (1971), p. 55.

c) Diccionarios y biografías.

CHARLES J. KOLINSKI: Historial Dictionary of Paraguay. Metuchen, N. J., The Scarecrow Press, 1973, p. 85.

CARLOS ZUDIZARRETA: Cien vidas paraguayas. Buenos Aires, Nizza, 1961, p. 148-149.

d) Ensayos varios.

JUSTO PASTOR BENÍTEZ: El solar guaraní. Buenos Aires, Ayacucho, 1947, p. 221; 2.ª ed. Asunción - Buenos Aires, Nizza, 1959, p. 187-188; Páginas libres. Asunción, El Arte, 1956, p. 96 y 111.

RUPERTO D. RESQUIN: La generación paraguaya 1928-1932. Buenos Aires, Paraguay en América, 1978, p. 47.

ROQUE VALLEJOS: La literatura paraguaya como expresión de la realidad nacional. Asunción, Don Bosco, 1967; 2.ª ed. Ibíd., 1971. (No lo menciona); Antología de la Prosa Paraguaya. Generación del 900. Asunción, Ediciones del Pueblo, 1973, p. 69-71. (N. del A.)

 

142

CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de las letras paraguayas, ob. cit. t. II, p. 301-308; del mismo autor: Historia de la cultura paraguaya, ob. cit., t. I, p. 582-585. (N. del A.)

 

143

República del Paraguay. Registro Oficial correspondiente al año 1906. Asunción, 1907, p. 885. (N. del A.)

 

144

República del Paraguay. Registro Oficial correspondiente al año 1911. Asunción, Talleres Gráficos del Estado, 1920, p. 103-104. (N. del A.)

 

145

República del Paraguay, Ibíd., p. 236. Cfr.: GOMES FREIRE ESTEVES, ob. cit., p. 120-125. (N. del A.)

 

146

República del Paraguay. Registro Oficial correspondiente al año 1912. Asunción, Imprenta Nacional, 1922, p. 47, 65 y 67. Cfr. GOMES FREIRE ESTEVES, ob. cit., p. 125-129. (N. del A.)

 

147

República del Paraguay. Registro Oficial correspondiente al año 1925. Asunción, febrero de 1925, p. 107. (N. del A.)

 

148

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ: «Jiménez». Madrid, 1900, en: El viejo reloj de Runeberg, ob. cit., p. 27.

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: Cartas literarias, ob. cit., p. 130.

Fechada en Washington el 1.º de mayo de 1946 y dirigida a Hugo Rodríguez-Alcalá, entonces residente en Asunción. (N. del A.)

 

149

República del Paraguay. Registro oficial correspondiente al año 1926. Asunción, abril de 1926, p. 282. (N. del A.)

 

150

SILVANO MOSQUEIRA: Nuevas semblanzas. Civilización arábiga. Asunción, La Colmena, 1937, p. 103-105. (N. del A.)

151

SILVANO MOSQUEIRA: ob. cit., p. 109. (N. del A.)

 

152

Fotocopias de Rodrigo Díaz-Pérez; ALEJANDRO GUANES: «Epitalamio», en: JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: Antolojía Paraguaya, ob. cit., p. 44-46. (N. del A.)

 

153

RODRIGO DÍAZ-PÉREZ: Notas aclaratorias a las siguientes obras: Ensayos-Notas. Dos capítulos, p. 89-95; Las piedras del Guayrá, 117-120; La Revolución Comunera del Paraguay, t. I, p. 9-10; El viejo reloj de Runeberg, p. 95-99; John Ruskin y sus Siete lámparas de la Arquitectura, p. 81-82; El Archivo Nacional de Asunción, t. II, p. 153-155; Naturaleza y evolución del lenguaje rítmico, 73-84.

HAYDÉE y FERNÁN NICOLÁS DÍAZ-PÉREZ; «(A) Datos biográficos y actuación cultural (España)»; «(B) Actividades oficiales y técnicas en el Paraguay», en: Espronceda en la «Revue Hispanique», p. 115-125. (N. del A.)

 

154

CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de las letras paraguayas, ob. cit., t. II, p. 305-306; Historia de la cultura paraguaya, ob. cit., t. II, p. 3, 102.

RAÚL AMARAL: «Rubén Darío, Valle Inclán y el modernismo paraguayo», art. cit., p. 201-205; RAFAEL BARRETT: Cartas íntimas, ob. cit., p. 119; VIRIATO DÍAZ-PÉREZ; «Vicente Blasco Ibáñez», en: El Diario, Asunción, 24 de agosto de 1909. Cfr. del mismo autor: Los impresionistas españoles, ob. cit., p. 99-106; (Folleto sin mención de autor): Las conferencias de Blasco Ibáñez en el Paraguay. Asunción, 1909; ADOLFO POSADA: La República del Paraguay. Impresiones y comentarios. Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1911.

«Noticias generales/ Profesores de filosofía y letras», en: Los Sucesos, Asunción, 29 de enero de 1907. (N. del A.)

 

155

JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ: El Paraguay en marcha, ob. cit., p. 368.

Sobre Herib Campos Cervera (padre): CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de las letras paraguayas, ob. cit., t. II, p. 210; del mismo autor: Historia de la cultura paraguaya, ob. cit., t. I, p. 503-504; NATALICIO GONZÁLEZ: «Las poetas del Paraguay», en: Guarania, Asunción, Año I, N.º 2, p. 19-20, enero-febrero de 1948; JUAN E. O'LEARY: «Palabras de O'Leary en el homenaje a Andrés Campos Cervera», en: Patria, Asunción, 15 de julio de 1955.

La Verdadcirculó entre setiembre de 1908 y diciembre de 1909. (N. del A.)

 

156

RAFAEL BARRETT: «Baja el terror», en: El dolor paraguayo, 1.ª ed., p. 222; Ibíd., Caracas, Biblioteca Ayacucho, ob. cit., p. 119; Obras Completas, ob. cit., 2.ª ed., t. I, p. 281. (N. del A.)

 

157

SILVANO MOSQUEIRA: Nuevas semblanzas, ob. cit., p. 109; AMADEO BÁEZ ALLENDE: Academia de la Lengua y Cultura Guaraní. Asunción, s. e. 1976, p. 4 y 18; CARLOS R. CENTURIÓN: Historia de las letras paraguayas, ob. cit., t. III, p. 402-404; del mismo autor: Historia de la cultura paraguaya, ob cit., t. II, p. 124-125. (N. del A.)

 

158

OSVALDO KALLSEN: Asunción y sus calles, ob. cit., p. 240. (N. del A.)

 

159

Referencias escritas del Capitán de Marina (S. R.) don Juan Speratti a Raúl Amaral, en San Lorenzo del Campo Grande, 28 de febrero de 1979. (N. del A.)

 

160

Ibíd., anterior. (N. del A.)

 

 

 
 
 
MOVIMIENTO INTELECTUAL
 

Viriato Díaz-Pérez y la generación paraguaya del novecientos.
 
(Recuento de época: 1904-1911)
 
Estudio de RAÚL AMARAL
 
Aclaración previa: RODRIGO DÍAZ-PÉREZ
 
Palma de Mayorca, 1980
 
Versión digital: BIBLIOTECA VIRTUAL CERVANTES, 2003
 
 
 
 
 
 
 
 
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