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RAÚL AMARAL

  EL ROMANTICISMO PARAGUAYO (Ensayo de RAÚL AMARAL)


EL ROMANTICISMO PARAGUAYO (Ensayo de RAÚL AMARAL)

EL ROMANTICISMO PARAGUAYO

Ensayo de RAÚL AMARAL

 

 

1. ETAPA PRECURSORA (1840-1860)

 

El nombre del Dr. JOSÉ GASPAR RODRÍGUEZ DE FRANCIA cubre toda una época que abarca desde la asunción de la Dictadura Suprema, el 3 de octubre de 1814, hasta su muerte, ocurrida el 20 de setiembre de 1840. Es ese mismo Dr. Francia -un típico volteriano de su tiempo, dicho sea en su elogio- que concitara la atención de Carlyle y a quien Augusto Comte incluyera en su CALENDARIO POSITIVISTA en el mes de FEDERICO EL GRANDE, correspondiente a los realizadores políticos. Precisamente con su desaparición un nuevo estilo de vida nace en el Paraguay, puesto que abatida la muralla de silencio en que permaneció durante veintiséis años, otra será la estrategia que habrá de adoptar frente a sus dos desconfiables y poderosos vecinos: los porteños, por un lado, y los herederos de los “bandeirantes”, por el otro.

Tras el enclaustramiento, las puertas abiertas hacia el encuentro del mundo; tras la forzada mediterraneidad, el impulso, el élan vital. Pocos hombres con una existencia de más de cuatro décadas podían justificar en aquel modesto ambiente una actividad que pudiera favorecer alguna modernización de las costumbres junto con la acentuación de hábitos de pensamiento y expresión.

Uno de ellos, FERNANDO DE LA MORA (1785) había desaparecido en las cercanías de 1830 sin dejar rastros. Al sobreviviente MARIANO ANTONIO MOLAS (1780) apenas si le resta vida hasta 1844. Quedan para contar la historia y hacerla, dos personajes notables: JUAN ANDRÉS GELLY (1790-1856), quien luego de una acción intensa en la Argentina, Uruguay y Brasil regresa - ciudadano del Plata- con carga de serena experiencia a su patria en 1845, falleciendo once años más tarde; y CARLOS ANTONIO LÓPEZ (1792-1862), organizador del estado paraguayo y el más alto exponente de su filosofía política, bajo cuyo mandato rige la Carta constitucional de 1844. Una última y tardía figura de esta época será Manuel Pedro de Peña (1811-1867), infatigable polemista que desde Buenos Aires intenta combatir a los gobiernos de ambos López (padre e hijo) pretendiendo imitar las hazañas de los emigrados argentinos contra la Dictadura de Rosas.

Don CARLOS ANTONIO LÓPEZ realiza un gran esfuerzo en esta etapa precursora. En el orden de la cultura funda la ACADEMIA LITERARIA (30 de noviembre de 1841) y más tarde la primera ESCUELA DE DERECHO (1850). Es editado el Catecismo político y social para uso de los alumnos de la Escuela Normal en 1855, año de la llegada del literato español ILDEFONSO ANTONIO BERMEJO (1820-1892), convertido luego en blasfemante enemigo del Paraguay.

En 1856 procédese a la inauguración del AULA DE FILOSOFÍA, de donde sale el núcleo principal de la promoción romántica. Don Carlos crea también el periodismo nacional al iniciarlo con EL PARAGUAYO INDEPENDIENTE (1845-1852), al que sigue EL SEMANARIO (1853-1868). Los estudiantes del Aula de Filosofía redactan la revista LA AURORA (1860).

Asimismo se envían becarios a Europa para perfeccionarse en derecho, mecánica, bellas artes y recibir instrucción militar en Saint-Cyr. En 1845 las prensas del Estado publican el libro ANALES DEL DESCUBRIMIENTO, POBLACIÓN Y CONQUISTA DE LAS PROVINCIAS DEL RÍO DE LA PLATA (mal llamado LA ARGENTINA) de RUY DÍAZ DE GUZMÁN (1560-1629), autor a quien cronológicamente se considera el primer escritor paraguayo. Gelly da a conocer en 1849 su obra EL PARAGUAY, LO QUE FUE, LO QUE ES Y LO QUE SERÁ. Recién en 1868 será publicado en Buenos Aires el trabajo de Molas: DESCRIPCIÓN HISTÓRICA DE LA ANTIGUA PROVINCIA DEL PARAGUAY, escrito en la prisión entre 1838 y 1839. Dignos de mención son los Mensajes presidenciales de don Carlos, reunidos en edición oficial definitiva en 1931, y sus artículos periodísticos que con el título de La emancipación paraguaya aparecieron un siglo después (1943).

Pero así como a los románticos argentinos los asedia la fiebre del progreso que con reminiscencias saint-simonianas predicara ESTEBAN ECHEVERRÍA en su Dogma, denominado Socialista, a don Carlos, que nunca salió de su tierra, quiere el destino llevarlo a idéntica tarea.

Esta etapa, sin literatos puros que mostrar, es de un practicismo sin concesiones: se dictan reglamentos para la administración pública y para las aduanas; créanse la marina mercante y las fundiciones de hierro que funcionaron en Caacupé e Ybycuí; procédese a inaugurar el ferrocarril; son del Estado las Estancias de la Patria y los extensos yerbales; se moderniza el ejército y la armada; viajan al Río de la Plata y a Europa misiones diplomáticas; representantes extranjeros pasan a acreditarse ante el gobierno de Asunción; técnicos de diversas nacionalidades actúan en arsenales y astilleros y enseñan a jóvenes paraguayos.

El presidente López, por la representación personal de su hijo mayor, participa brillantemente como mediador de las negociaciones entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires, que culminan el 11 de noviembre de 1859 con el conocido PACTO DE SAN JOSÉ DE FLORES.

Enciende sus luces el lujoso y exclusivo Club Nacional, refugio de la élite asuncena. Y en 1854 llega con un niño en brazos -anónimo nieto del anciano mandatario- la joven dama irlandesa ELISA ALICIA LYNCH (1835-1886), cuya presencia pone una nota romántica, de marcado tono europeo, en el ambiente afanoso pero severo impuesto por don Carlos.

 

2. ETAPA ROMÁNTICA (1860-1870)

Alguien une con su vida ejemplar aquella época y la inmediata, que es la del romanticismo propiamente dicho: el maestro argentino JUAN PEDRO ESCALADA (1787-1869), contemporáneo de Gelly y de don Carlos, arribado al Paraguay a los veinte años. Se constituye así en partícipe intelectual de la promoción de Mayo y de la de los precursores, a la que por razones de edad pertenecía y pasa a ser mentor de los muchachos románticos, discípulos suyos, a muchos de los cuales acompaña entre los horrores de la guerra y la triste marcha de la “residenta”, mezclado con las huestes vencidas. Juan Pedro Escalada, cuya abnegada actividad docente es en absoluto ignorada en su patria de origen, está incorporado a la historia de la cultura y educación paraguayas.

Dos años antes de la muerte de don Carlos comienza en firme la vida pública de los románticos paraguayos, agrupados -según se ha afirmado- en las páginas de la revista La Aurora, fundada el 1º de octubre de 1860. Esa etapa termina con la guerra.

El nacimiento de sus principales integrantes puede situarse entre 1825 y 1850 y tres son los sucesos que la determinan: la presidencia del mariscal FRANCISCO SOLANO LÓPEZ (1862-1870), la denominada Epopeya Nacional de 1864 a 1870, y en este año la convocatoria de la Convención Constituyente, que dicta la Carta Magna vigente por espacio de siete décadas.

Romántico temperamental, de autenticidad indudable, es FRANCISCO SOLANO LÓPEZ (1827-1870), tanto en el juvenil retrato pintado por David (casaca negra, corbatón, jopo y bigotillo) como el que lo muestra con el trajinado uniforme de las últimas campañas. Romántico por sus impulsos, por sus amores, por su forma de apostar a la vida y a la muerte y por su trágico final a orillas del Aquidabán-nigüí en el imponente escenario de Cerro Corá, donde se abre para él y su hijo mayor, solitaria sepultura.

Su misma prosa, la de las Proclamas y cartas compiladas en 1957, lo señala en medio de variadas sensaciones y aunque su estilo deja traslucir cuidada elegancia, la sobriedad que se advierte es la dictada por la proximidad de don Carlos, cuyos tiempos eran marmóreos y solemnes.

De los tres jóvenes que le suceden sólo el primero ha de cultivar esporádicamente el verso: JOSÉ DEL ROSARIO MIRANDA (1832-1903), nacido en el pueblo de Barrero Grande –hoy ciudad de Eusebio Ayala- que tantas glorias ciertas ha dado al Paraguay. Miranda fue miembro de la Convención Constituyente y vicepresidente de la república, además de publicista y diplomático. Sus poemas son íntimos y en ocasiones descriptivos; su corrección formal es demostrativa de que había asimilado bien las lecciones de sus maestros.

La oratoria sagrada distingue al Padre FIDEL MAÍZ (1828-1920), de vida apasionada y novelesca; sacerdote de no común cultura, las consecuencias de la guerra lo inducen a confinarse voluntariamente en su pueblo natal de Arroyos y Esteros, para cuyos escolares escribe una cartilla geográfica; también publica ETAPAS DE MI VIDA (1919).

GREGORIO BENITES (1834-1909), natural de Villa Rica del Espíritu Santo tiene trascendente actuación como diplomático en Europa, donde cumple misiones difíciles durante la guerra. Allí se vincula con Alberdi, de quien fue amigo entrañable y al que honró con una devoción sin sombras.

Es autor de un ensayo biográfico sobre el prócer, de algunos opúsculos y de un libro importante para juzgar esa etapa: ANALES DIPLOMÁTICO Y MILITAR DE LA GUERRA DEL PARAGUAY (2 ts., 1906).

El único intelectual que con más dedicación orienta su inquietud hacia el plano literario - compartiéndola con ejercicio del periodismo- es NATALICIO TALAVERA (1839-1867), nacido en Villa Rica del Espíritu Santo, cronista y poeta a quien OLEGARIO V. ANDRADE llamó el TIRTEO DEL PARAGUAY. Primer corresponsal de guerra, sus informaciones del frente de batalla se transmitían por telégrafo y eran publicadas en El Semanario. No muy abundante resulta su labor: una biografía del general Díaz, ciertos apólogos, algunos escritos de intención moral y pocos poemas, entre los que se destaca Reflexiones de un centinela en la víspera del combate. Muere de breve mal -en plena primavera- durante el cumplimiento de sus funciones y su tumba se pierde para siempre en el cementerio campesino de Paso Pucú (Hallados en el año 2003, sus restos fueron trasladados a su ciudad natal (N del E.)).

Otros tres pueden incluirse en los años cuarenta: el coronel JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN (1842-1902), que nació en Itauguá y que siendo uno de los becarios obligados a regresar de Europa antes de la guerra pasa a desempeñarse en la secretaría del Mariscal, tanto por su cuidada instrucción como por su dominio del inglés. Con posterioridad al 70 llega a ser ministro de Relaciones Exteriores. Dicta conferencias desde 1886 (LOS ESTUDIANTES DE LOS LÓPEZ) y en 1894 comienza la edición de sus Memorias, en tres volúmenes. Asimismo es suyo un Viaje nocturno (1877) dado a conocer con el seudónimo de J. C. ROENICUNT Y ZENITRAM, anagrama de sus apellidos: CENTURIÓN y MARTÍNEZ. Cabe citar luego al Dr. BENJAMÍN ACEVAL (1845-1900), autor de la ley que dispone en 1877 la fundación del Colegio Nacional, de tan prolongada influencia en la cultura paraguaya.

Fue ministro de Estado, plenipotenciario y exitoso representante en el Laudo Hayes, por el que el Paraguay recuperó la zona denominada Villa Occidental. Años después de su muerte se distribuyó un tomo recordatorio que contiene elocuentes demostraciones de su promoción y de la subsiguiente.

JOSÉ SEGUNDO DECOUD (1848-1909) ve transcurrir su adolescencia en Concepción del Uruguay y Buenos Aires. Quizá por presión del ambiente y por determinaciones familiares adopta posición contraria a su país durante la guerra de la Triple Alianza. Ocupada Asunción el 5 de enero de 1869, inicia su acción en el periodismo desde el diario LA REGENERACIÓN. Es convencional constituyente y en numerosas oportunidades ministro de Estado. Dos de sus obras merecen mencionarse: LA LITERATURA DEL PARAGUAY (1889) y RECUERDOS HISTÓRICOS (1894), aparte de folletos sobre temas educacionales y económicos. Integra con Juan Bautista Gill el primer grupo masónico organizado por los oficiales brasileros en Asunción. Es autor de la ley de fundación de la Universidad Nacional, inaugurada en 1890.

El que encabeza la nómina de los nacidos antes de 1850, es JUANSILVANO GODOI –así gustaba firmar- nacido en 1846 y fallecido en Asunción a comienzos de 1926. Romántico de jacquet, galera, pistolón y bastón de estoque, supo vivir siempre a lo gran señor, en medio de bataholas revolucionarias, que nunca le fueron propicias. Su prosa cargada de artificios y desmayos sentimentales contrasta con su ejecutoria de hombre enérgico, emprendedor y generoso. Desterrado en Buenos Aires desde 1879 hasta 1895, en que regresa gracias a la amnistía concedida por el Presidente Egusquiza. Es así que vuelve a su tierra, de la que jamás quiso separarse hasta el extremo de que todos sus hijos nacieron en el Paraguay.

En el grupo ínfimo que lo aguarda a su regreso en el puerto de Asunción están CECILIO BÁEZ, MANUEL DOMÍNGUEZ y MANUEL GONDRA. Pone a disposición del Estado su biblioteca americana y su colección de cuadros y esculturas.

En 1903 el presidente Escurra lo designa director general del Archivo Biblioteca y Museo Histórico, cargo que retenía al fallecer. Toda su obra está saturada de acentos románticos: MONOGRAFÍAS HISTÓRICAS (1893), EL CONCEPTO DE PATRIA (1898), DOCUMENTOS HISTÓRICOS (1916), entre muchos.

 

3. ETAPA POSROMÁNTICA - (1870-1900/1915)

 

Entre 1870 y 1871 buena parte de la población acampada en Villa Occidental –por entonces territorio argentino- frente a Asunción, pasa a la capital, donde sólo quedan desolación y ruinas. En ese grupo aparecen dos españoles: uno gallego, coruñés, VICTORINO ABENTE, nacido en Mugía en 1846 y fallecido en tierra paraguaya, en Areguá, en 1935; el otro burgalés, el Dr. RAMÓN ZUBIZARRETA, nacido en 1842 y fallecido en Asunción en 1902. A ellos deben el posromanticismo y el inicial contingente novecentista sabias lecciones de cultura, de poesía, de derecho. Abente, que era poeta, ejerce influencia no sólo sobre los escritores de esa época (Chamorro) sino entre los de la inmediata (Pane, O’Leary). Escribe LA SIBILA PARAGUAYA, SALTO DEL GUAIRÁ, EL ORATORIO, poemas impregnados de fuerte sentimiento hacia su patria adoptiva. Edita en 1877 SATÍRICAS Y JOCOSAS, hace periodismo de carácter humorístico, veta que explotó con singular fortuna. Serio y reconcentrado es, en cambio, el Dr. ZUBIZARRETA, entregado a una infatigable actividad de cátedra. Fue -como dijera Martí de su maestro Mendive- el padre amoroso del alma paraguaya y durante 32 años insustituible guía de los jóvenes.

Krausista en su militancia filosófica, forma parte del cuerpo de profesores de dos importantes instituciones: el COLEGIO NACIONAL y la segunda ESCUELA DE DERECHO (1882). Actúa como director de aquel establecimiento y como rector de la Universidad. Abogado activo y jurista informado es autor de unos valiosos ELEMENTOS DE DERECHO NATURAL (1893). Debe afirmarse que el Dr. ZUBIZARRETA ha sido no sólo el primer profesor de filosofía que hubo en el Paraguay de posguerra -el de la etapa anterior fue don CARLOS ANTONIO LÓPEZ- sino quien trazó las normas para su estudio. Tuvo entre varios, dos discípulos eminentes: CECILIO BÁEZ (1862-1941) y Emeterio González (1863-1941), este último considerado como su continuador.

La línea del posromanticismo debe iniciarse con ATANASIO DE LA CRUZ RIERA (1854-1942), que reinicia la tradición educacional junto con las hermanas ADELA y CELSA SPERATTI. Vive en Buenos Aires y en Corrientes desde 1872; se gradúa en la Escuela Normal de esa provincia en 1881, vuelve al Paraguay en 1888 y desempeña diversos cargos hasta su jubilación en 1908.

Siendo Superintendente de Escuelas presenta la Primera memoria sobre EDUCACIÓN COMÚN (1890). Pertenece -con SIMEÓN CARÍSIMO, NICOLÁS E. SARDI, DELFÍN CHAMORRO y RAMÓN INDALECIOCARDOZO- a la llamada Escuela de educadores de Guairá, célebre en la historia de laenseñanza paraguaya.

Corresponde a Riera contratar en aquel 1890 a las maestras ADELA y CELSA SPERATTI, ya citadas. La mayor de ellas, ADELA DOLORES (1865-1902) que había nacido en Barrero Grande, - de acuerdo a las comprobaciones del historiador y profesor don ANDRÉS AGUIRRE-, falleció en Asunción. Discípula de las hermanas King -profesoras norteamericanas llevadas a la Argentina

bajo los auspicios de Sarmiento- ejerció en Goya y en Corrientes; luego pasó a residir en su país donde fundó la primera Escuela Graduada para Niñas, desarrollando con CELSA (1867-1938) intensa labor pedagógica.

Uno de los poetas calificados de esta etapa es Enrique Parodi (1857-1917), quién cumplió en Buenos Aires, donde falleciera, una vasta obra de divulgación cultural y periodística. Editó POEMAS, en 1877, acogido entusiastamente por MARTÍN GARCÍA MEROU, y con posteridad dirigió la REVISTA DEL PARAGUAY. El tema nostálgico y emotivo (El medallón) caracteriza su filiación estética y lo define. Poeta muy tenido en cuenta, a pesar de la brevedad de su producción ha sido DELFÍN CHAMORRO (1863-1931), quien ha pasado a las antologías por sólo dos composiciones: una confesional y apasionada (Todo está perdido) y otra descriptiva aunque con acentos sentimentales y que en algunos aspectos contiene ciertos rasgos posrománticos, cercanos ya al segundo modernismo imperante en la época en que fue escrita: ADIÓS A YBYTY (1911). Era, además, gramático, filólogo y profesor de no extinguido predicamento en sus alumnos. En su juventud dio a conocer diversos poemas festivos muchos de los cuales no trascendieron al público.

ENRIQUE SOLANO LÓPEZ (1858-1917), el segundo de los hijos del Mariscal, ostentaba también estampa romántica: saco oscuro, pantalón de fantasía, corbata de color claro, chaleco blanco y la infaltable flor en el ojal. Emprendió proyectos y concibió empresas más espirituales que materiales, carentes del necesario sentido práctico. Tuvo a su cargo la contratación del grupo inicial de maestros argentinos destinado a modificar los planes para las escuelas primarias (1893), después fue orientador de la enseñanza agrícola, dueño de periódicos de combate, senador nacional, y especialmente, propietario de una colección bibliográfica sin precedentes, cuyo catálogo editara en 1906 y que contiene documentos importantes sobre la guerra y sobre la actuación del Mariscal. Asistió al drama de Cerro Corá con su madre. Elisa Alicia Lynch, y sus pequeños hermanos.

Aunque médico, DIÓGENES DECOUD (1857-1920) no dedicó mayores afanes a la investigación científica. Por el contrario inclinó sus entusiasmos hacia la historia, según puede comprobarse en su libro LA ATLÁNTIDA, que ha contado con tres ediciones (1885, 1901 y 1910).

Sus apreciaciones son de contenido romántico, en particular aquellas en las que traza la semblanza crítica del Dr. Francia.

Esa actitud, que lo acerca a la idea que Godoi tenía de concebir la historia, fue severamente censurada por el Dr. MANUEL DOMÍNGUEZ (1868-1935), incipiente lector, por entonces, de Renán y de Taine. El restante par de los científicos lo integra el Dr. OVIDIO REBAUDI (1860-1931), quien asimismo residió, actuó y falleció en Buenos Aires. Dedicado a los estudios espiritualistas produjo, no obstante, aportes de calidad e investigaciones relacionadas con la magnetología.

Estudioso del derecho fue el Dr. CÉSAR GONDRA, nacido en Barrero Grande en 1860 y fallecido en Buenos Aires en 1919. Se desempeñó como diplomático en la Santa Sede y en Chile y como ministro de Estado.

Profesor de la especialidad escribe obras de consulta y también un opúsculo en que hace un recuento de la presidencia del Gral. Patricio Escobar, de quien fue colaborador. Igualmente pertenece al núcleo de los juristas el Dr. Emeterio González, que formó con Cecilio Báez y Gaspar Villamayor la primera promoción de graduados en derecho, apadrinada en melancólica ceremonia de despedida por el antiguo maestro Zubizarreta, a quien reemplaza en la cátedra de filosofía, renovando los programas en vigencia.

Asciende a la magistratura, publica un volumen de sentencias del Superior Tribunal y después de permanecer tullido por más de treinta años muere pobre, como casi siempre había vivido.

El posromanticismo empieza en 1870, sufre los embates del novecentismo desde principios del siglo y prolonga por inercia su acción hasta 1915. Los resabios finales de un romanticismo literario no resignado a desaparecer del todo, explican su presencia en una época que en otros aspectos lo había superado.

Si el romanticismo no halla mención sino en un remoto FLORILEGIO del poeta argentino CARLOS ROMAGOSA (1897), este posromanticismo, más afortunado, presidirá las primeras páginas de la Antología que en 1904 publicara IGNACIO A. PANE, un novecentista de inspiración posromántica. No desdeñables manifestaciones contribuirían a facilitar ese cambio que se insinúa a partir de 1910: la fundación del INSTITUTO PARAGUAYO y de su revista, sede del posromanticismo (1896), creación del GRUPO LA COLMENA (1907); tímidos fulgores premodernistas -muy condicionados- del citado DELFÍN CHAMORRO, ALEJANDRO GUANES (1872-1925) y Ricardo Marrero Marengo (1879-1919), con algo más de modernismo en Eloy Fariña Núñez (1885-1929) y GUILLERMO MOLINAS ROLÓN (1892-1945).

Reunirá enseguida a románticos, posrománticos y modernistas la ANTOLOJÍA PARAGUAYA DE JOSÉ RODRÍGUEZ ALCALÁ (1911), anunciadora de la cercana presencia del tercer modernismo (1913).

 

4. RESUMEN FINAL

¿Pudo ser el romanticismo paraguayo -en sus dos etapas- una generación, una escuela literaria, un factor de cultura, un estilo de vida, todo junto o por separado, o por último ninguna de esas cosas? Cierta inevitable diferenciación temporal con los procesos argentino y uruguayo ¿debe llevar necesariamente a los extremos de ignorarlo o soslayarlo, sin que previamente sean explicadas las causas de esa posición? Las preguntas no han de quedar sin respuesta.

 

VAYAMOS A ELLAS:

1) NO PUDO CONSTITUIR UNA GENERACIÓN:

a) En su etapa precursora porque eran escasos los hombres que pudieran coincidir luego de veinte años de silencio y enclaustramiento;

b) En su etapa romántica porque su formación alcanzó a absorber sólo los modelos extraños de orientación clásica, que habían faltado en el período anterior;

c) En su etapa posromántica porque sintió y asimiló el ejemplo de los maestros, profesores y escritores españoles que contribuyeron a formarla intelectualmente y cuyo prestigio se extiende hasta la llegada del Novecentismo.

Igualmente actuaron entre los posrománticos otros europeos, no debiendo olvidarse que fueron extranjeros algunos de los docentes fundadores del Colegio Nacional de Asunción. En otro aspecto ha de pensarse que apenas a meses del famoso Certamen Literario realizado en Montevideo, es inaugurada en la capital paraguaya la Academia Literaria, inicial ensayo de cultura. Algunos leves paralelos podrían concederse sin que esto importe inventar afinidades de fondo. (Natalicio Talavera nace, significativamente, el mismo año de la muerte de la muerte de Florencio Balcarce, poeta argentino de vida romántica). Y más próximo aún encontraríamos parecido en algunos gestos y enternecimientos amatorios -aunque de no parejo destino- entre el ex presidente oriental Julio Herrera y Obes y el caudillo militar paraguayo Cnel. Albino Jara (1877-1911), cuyo diario oficioso El Monitor estaba redactado, paradójicamente, por anarquistas. Hubo algún suicidio, pero faltó el pistoletazo de Larra. Se lo pegó, sí, a causa de empresas fallidas un personaje nada romántico: el Dr. Eberhard Förster, cuñado de Federico Nietzsche y muerto en 1889, precisamente cuando éste entraba en la locura. Está enterrado, con romántica dedicatoria, en el cementerio alemán de San Bernardino.

 

2) TAMPOCO UNA ESCUELA LITERARIA AUNQUE LOS MODELOS QUE ADOPTÓ PARA SÍ SUPO TRASMITIRLOS, A LA GENERACIÓN NOVECENTISTA, no sólo por vía de lecturas sino de sus propios maestros actuantes en Asunción. Pues una escuela literaria no alcanzaría a quedar justificada como tal mediante cierta narración (no “novela”, como se ha dicho) del deán Eugenio Bogado, en el período posterior a 1840, u otro intento algo más concreto: Zaida (1872) del argentino Francisco F. Fernández (1842-1922). Sabido es, por otra parte, que el dominio de una escuela literaria no se improvisa y que ella debe mostrar una nivelación temporal que en ese caso no podía producirse.

Elementos románticos son observables en la obra de escritores de no declarada filiación romántica. Ha de recordarse que en nombre de una inconfesa actitud posromántica -venida de la influencia de sus maestros españoles- es que Manuel Gondra (1871-1927), un novecentista nato, formula objeciones sobre la teorización del modernismo, pero no alcanza a detener, con el influjo de la poesía de Rubén Darío su penetración. Esas objeciones, publicadas en el diario La Democracia de Asunción, desde el 14 al 25 de enero de 1898, hicieron impacto en el ambiente.

 

3) SÍ, UN FACTOR DE CULTURA PORQUE AYUDÓ A DAR FISONOMÍA A LOS DISPERSOS INTENTOS DE CULTURA NACIONAL y porque procuró que esos veinte años de desnivel -ya advertidos por José Segundo Decoud en 1887- con respecto a otros procesos, no se caracterizaran por la demostración de un atraso aparentemente irremediable. Además dio a la educación, en todos los órdenes, al periodismo y al ejercicio profesional, la importancia que merecían, a la vez que supo contribuir a que el nombre del Paraguay estuviera representado en asambleas internacionales por sus más prestigiosas figuras. Tal el caso de la Primera Conferencia Interamericana de 1889, donde la relación del delegado paraguayo con José Martí condujo a la designación del patriota cubano como cónsul en Nueva York, en 1890.

Ha de insistirse en que la enseñanza fue la gran preocupación de la etapa romántica y que para ello no se reparó en sacrificios. A ella se le debe nada menos que la fundación del Colegio Nacional y de la Universidad.

 

 

4) POR ÚLTIMO: UN ESTILO DE VIDA, QUE ESTÁ EN LAS COSTUMBRES, EN LA MÚSICA, EN LOS REGISTROS MÁS PROFUNDOS DEL IDIOMA NATIVO, QUE ES EL GUARANÍ; EN LAS CANCIONES, EN LOS HIMNOS, EN LAS INVOCACIONES A LA PATRIA Y EN LA EXHIBICIÓN DE LOS SÍMBOLOS NACIONALES. Un estilo que viene de lejos y que han sabido interpretar sus ejecutores y sus destinatarios. Un modo de ser que está unido a la propia concepción que la existencia, de la función de su país en el mundo, de su defensiva mediterraneidad, han tenido los paraguayos desde sus orígenes.

Si el estilo de vida de un pueblo tiene algo que ver con su expresión escrita y con los factores de cultura correlativos, y todos ellos: estilo, expresión y factores pueden mostrarlo en una de sus etapas ni más arriba ni más abajo que otros sino en su propio nivel, no a impropicios niveles ajenos, entonces habría que convenir que ese romanticismo existió de verdad, porque un pueblo no puede inventar nada que de alguna manera no esté latente en sus entrañas.

Y si aún subsiste no ha de vérselo como página anacrónica sino como resultado perdurable de una efusión distinta.

El romanticismo paraguayo es producto decisivo de su circunstancia histórica; tiene matices particulares que son, por lo demás, los que se derivan del querer y quehacer de su misma tierra.

Una confrontación con otros procesos de cultura sólo puede tener interés documental y bibliográfico, para una ubicación más certera de lo que ese romanticismo significara para su época y dentro de su territorio, y lo que de él ha de tomarse para su incorporación a la historia cultural del Río de la Plata.

(1966)

 

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DON CARLOS ANTONIO LÓPEZ Y LA CULTURA NACIONAL

Don Carlos Antonio López fue un mandatario eminentemente práctico. No estaba en su plan de gobierno, ni en su sicología, favorecer determinadas corrientes donde campeara en forma absoluta la imaginación pura. Además de abogado era profesor de filosofía, predilección ésta que pudo llevar a ciertos planos de la educación pública como resultado de una segura vocación.

En su mensaje de 1842 dice: “En último resultado, será tomada la medida de creer en obras y no en conceptos fastuosos”. Ahí está la base de su practicismo; obras fueron las que dejó, pero como no podía abstraerse de la palabra escrita, puesto que debía dar cuenta de sus actos y de su pensamiento al pueblo, también ha quedado el ejemplo de su conducta y de su ideario.

El primer elemento de cultura fue la Academia Literaria, que ya estaba en proyecto desde noviembre de 1841, como base de la existencia futura de un Colegio Nacional y cuyas cátedras oficiales eran de latinidad, castellano y bellas letras. Allí se explica que en breve estará en funcionamiento la de filosofía y que gradualmente se irán consignando las demás.

“La moral civil y religiosa de los educandos -expresa el mensaje- se mejora progresivamente y los catedráticos rinden servicio importante a la República con su asidua contracción y tarea”.

Don Carlos no se hizo ilusiones para renovar los intentos -largamente frustrados- de creación de una universidad y es así que resolvió atacar el problema por el lado más sencillo y más simple: desde la instrucción media, anexando luego un Instituto preuniversitario, como lo fue la primera Escuela de Derecho (1850) (46).

En otros párrafos del mismo documento indica que se destinó para escuela central de primeras letras un local inmediato a la parroquia de la Encarnación. En ese establecimiento se educan gratuitamente 233 jóvenes, siendo que los de menores recursos son socorridos para su por la hacienda nacional. El material didáctico es allí entregado por el Estado, hecho que ocurría tanto en la ciudad capital como en la campaña. Se educaban en 435 escuelas primarias 25.000 alumnos.

Pero no todo debía reducirse a aprender a leer y escribir. En el mensaje de 1857 Don Carlos manifiesta que en las villas se proporciona a los estudiantes pobres, casa, manutención y vestuario y que se les enseña los oficios de zapatería, tejeduría, sastrería y arte de fabricar sombreros.

Tres años antes, el 19 de marzo de 1854, había expresado que necesitando el país de aprendices de artes y de fábricas de todo género, los maestros de estas profesiones serían generosamente protegidos por el gobierno. Igualmente dispone que una comisión quede encargada de impartir nociones de agricultura entre los indios y de procurar el mejoramiento de las escuelas de primeras letras y de oficios mecánicos.

Uno de los temas conocidos pero poco difundidos de su obra ha sido el referente a la libertad de cultos. Tenía él interés en el afincamiento de una corriente de inmigración sajona, particularidad que pertenecía, desde luego, a un estado de ánimo general en el Río de la Plata.

Por eso dice que no basta hospedar a los extranjeros -que en este caso eran los ingleses- en nuestro suelo, ni acordarles la protección de las leyes, preciso es, entonces, favorecer el libre ejercicio de sus cultos religiosos, y agrega que para ello, aunque se esté en principio, hay que buscar la oportunidad de su aplicación (47). Se ha hecho referencia a la Academia Literaria. Corresponde detenerse en las consecuencias de la actuación de este instituto, recordando que el 30 de noviembre de 1841 los cónsules Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso expiden un decreto en el cual expresan que “la ilustración pública reclama imperiosamente los conatos de la autoridad suprema para llevar a aquélla a su debido efecto en cuanto sea posible”. También se advierte la exigencia de impartir educación y enseñanza a quienes quieran dedicarse al culto, ya que es evidente la escasez de aspirantes a ejercer la clerecía.

Afirma dicho documento, en sus considerandos, que además impulsan a ello la falta de capacidades civiles para elevar a la República al rango a que la llaman su posición y el destino, motivo poderoso para restablecer los elementos de ilustración, enteramente extinguidos. Se refiere a las consecuencias de la Dictadura precedente.

La Academia Literaria funciona para alumnos externos, con los que se integrará el plantel del futuro Colegio; se designa un director interino y a su vez otro de cátedra. Estas serán, además de las mencionadas, de filosofía nacional, método didáctico, teología dogmática, historia eclesiástica y oratoria sagrada, de acuerdo a la tónica de los tiempos. Se establece, asimismo, que el catedrático de latinidad dará una conferencia semanal de elementos de religión cristiana; el de bellas letras e idioma castellano, sobre derechos y deberes del hombre social. Por su lado, las clases de latinidad, sostenidas específicamente por particulares, serán reunidas bajo la inmediata orden de un director interino.

Acierta plenamente Pérez Acosta al comentar dicho documento como creación notoriamente inspirada por el antiguo catedrático de Filosofía y Vísperas de Teología, que era don Carlos, cuya versación y aficiones literarias se transparentan en ella.

El Presidente López no descuida los problemas emergentes de la enseñanza secundaria. En su mensaje de 1844 hace saber que está pendiente la construcción del Colegio Nacional, cuya fundación fuera ordenada por el Congreso de 1841, y es así que como solución previa el gobierno ha establecido la citada Academia Literaria.

El 10 de febrero de 1842, a un año de haber sido asumida por don Carlos y don Mariano Roque Alonso la Comandancia General de Armas -paso previo al segundo consulado- inicia sus cursos la Academia bajo la dirección del Padre Marco Antonio Maíz, tío del después ilustre sacerdote don Fidel Maíz.

Debe recordarse que don Carlos era muy minucioso en sus funciones de gobernante y un infatigable “papelista” que lo documentaba todo. Durante el acto inaugural de dicho instituto, fue repartido un prospecto en el que a la vez que se daban a conocer las normas de enseñanza, se reglamentaba sobre la conducta de los alumnos. Para éstos estaban prohibidos los castigos corporales.

Atención especial, como hemos significado, mereció la cátedra de filosofía, que era de la predilección de don Carlos; aparte de la filosofía racional se enseñaba lógica, ética, metafísica, ética general y particular. En los mismos términos física, y en cuanto a teología se impartía en dos ramas: dogmática, con inclusión de historia sagrada y cronología, y moral, de la que formaban parte la historia eclesiástica y la oratoria sagrada. Estas últimas asignaturas no contradecían el notorio laicismo del Presidente, sino que tendían a permitir la formación de alumnos destinados a estudios religiosos y al ejercicio del clero.

En el manual que con respecto a los deberes y derechos del hombre social fuera distribuido, al efecto había esta exhortación por demás elocuente: “Jóvenes: el tiempo es nuestro, no tenemos tiranos que nos aflijan ni privilegios con que luchar, ni clases que destruir, puede entonces la ilustración conducirnos con gloria a los brazos de la prosperidad”.

Ante Don Carlos, vestido solemnemente de riguroso uniforme de capitán general, los estudiantes entonaron un himno que contiene los elementos propios del neoclasicismo:

De Minerva el glorioso santuario

juventud apreciable velad

y la Patria sus firmes columnas

en vosotros por siempre hallará.

Tras esta bella invocación, poniendo en manos juveniles el porvenir del Paraguay, el

canto expresa:

Ya los días terribles pasaron

en que alzando su cetro el terror

a la tierra del cielo querida

en oscura ignorancia sumió.

Y Minerva termina derramando su luz “cual antorcha sagrada del sol” (dice el verso feliz), abriendo las puertas de las ciencias a los nacionales, experimento éste muy propio de Don Carlos, al unir poesía y practicismo al mismo tiempo. El Padre director, sin hipérbole, expresó en su discurso inaugural que en ese día se habían fijado los fundamentos de la felicidad paraguaya (3) (48).

Por ese entonces don Domingo Faustino Sarmiento -designado, no se sabe por qué artilugios, padre y madre de la educación en nuestra América, según dictamen de la posteridad- no estaba dedicado a la pedagogía sino a centrar sus fuegos contra el tirano porteño don Juan Manuel de Rosas. Su nombre es paradigma educacional en este Continente; sin embargo el de Don Carlos Antonio López continúa en la oscuridad o en la “leyenda negra”, a pesar de haber sido uno de los fervorosos educadores de su tiempo.

Por ser los sacerdotes, en aquella época, los más inmediatos elementos de comunicación con la comunidad, preocupó a Don Carlos la enseñanza de la religión. En 1858 se destinan 12.000 pesos, con alhajas, provenientes de los fondos dejados por el Dr. Francia (cuyo férreo laicismo tampoco han tenido en cuenta sus contradictores rioplatenses) para facilitar la reapertura del Seminario eclesiástico.

En su mensaje de 1849 el Presidente López manifiesta que varios sacerdotes habían sido ordenados por el obispo y habilitados para curatos vacantes. El plan de estudios había sido trazado por el referido Padre Fidel Maíz -quién por aquel 1858 contaba 30 años de edadque desempeñaba las cátedras de teología moral y vísperas de cánones, oratoria sagrada y liturgia eclesiástica.

Entre 1861 y 1862 estudiaban en el Seminario entre 500 y 600 alumnos

(indudablemente que atraídos por las facilidades de la inscripción), habiéndose puesto en práctica, también allí, el sistema “lancasteriano” -indicado por la Junta Gubernativa de 1811 para los maestros de escuela- o sea que los alumnos de los cursos superiores pasaban a ser preceptores de quienes les sucedían.

El Seminario funcionó hasta 1867 -sufriendo, como es lógico, las consecuencias de la guerra y de la posterior invasión extranjera-, reabriendo sus puertas después de la posguerra de 1870. Con anterioridad, profesores de latinidad y de gramática castellana fueron, entre otros, los presbíteros José del Carmen Moreno, muerto en Ytororó; Bonifacio Moreno, asesinado en Avay, por las fuerzas de la Triple Alianza (que según propias declaraciones simbolizaban la “civilización”) y, entre otros, Francisco Solano Espinosa, mártir de Cerro Corá.

Ya en 1854 había dejado dicho Don Carlos su inquietud en cuanto a los servicios religiosos, la propia religión y el culto público. En ese mensaje confiesa que los sacerdotes “ejercen una gran influencia en la moral y creencia del pueblo”. Esta influencia estaba reducida a la mínima expresión al hacerse cargo del gobierno; el obispado se hallaba vacante, la catedral sin su Cabildo, muy pocas iglesias de la campaña tenían el párroco correspondiente, y por otra parte la misma jurisdicción del vicario general resultaba problemática.

Esta circunstancia no le había impedido de expedir el enérgico decreto del 2 de agosto de 1851, destinado a su propio hermano, el obispo diocesano don Basilio Antonio López, prohibiéndole terminantemente la ridícula ceremonia de los fingidos entierros “en vida”, que se acostumbraba, con aprobación y complacencia del futuro difunto, quien ganaba así, sano y salvo, su alma al cielo antes de tiempo.

Entre 1851 y 1853 funcionó un curso preparatorio de aritmética elemental en Zeballoscué, a cargo del vecino Miguel Rojas. Debemos tener en cuenta lo que habría de significar eso en aquella época y con tales distancias, ya que hoy mismo resulta problemático que en el mismo lugar, más accesible por los modernos sistemas de transporte, pueda actuar un instituto de la citada especialización.

En 1853 el profesor francés Pierre Dupuy es autorizado por el gobierno para instalar una escuela de matemáticas. Las clases comienzan el 2 de enero del año siguiente (en época de Don Carlos no se concebían las “vacaciones”) con 51 alumnos, habiendo sido firmado por el Presidente el reglamento de dicha escuela. Se enseñaba el sistema métrico decimal, álgebra y geometría, y los exámenes eran públicos. Duró hasta dos años más tarde.

Consciente Don Carlos de la importancia de la enseñanza secundaria autoriza la fundación de una Escuela Normal, inmediatamente después de la clausura de la citada escuela de matemáticas, o sea en julio de 1855. El nuevo establecimiento -dirigido por el recién llegado polígrafo español Ildefonso Antonio Bermejo-49 se formó sobre la base de los mejores alumnos de la escuela de Dupuy y la del maestro Juan Pedro Escalada, de reconocido prestigio. Luego de ocho meses de funcionamiento se dio por terminado el ensayo.

En su mensaje de 1857, Don Carlos fue muy claro al reseñar la actividad de esa escuela y las causas de su desaparición. Dijo allí: “Se ha hecho la prueba de una Escuela Normal con crecido número de jóvenes y entre ellos se contaban muchos adelantados que voluntariamente entraron a ella con deseo de aprender y ser útiles. Pero desgraciadamente se han retirado viendo que se les destinaba a la par de los que comenzaban los estudios. No tardó de cerrarse la escuela por la inconveniencia de las horas y falta de policía (o sea de celadores) para contener a los jóvenes reunidos a esperar las horas de clase”. Más adelante dice: “El gobierno no ha sido feliz en esta prueba, a pesar de todos sus esfuerzos. Muchos de esos jóvenes han pasado a las escuelas primarias, otros a las de latinidad, y otros a estudiar elementos de geografía y de filosofía”. No era un establecimiento destinado al magisterio sino de cultura integral. También en el colegio que dirigía el sacerdote argentino José Joaquín Palacios, ex profesor de la Academia Literaria y de quien fueran alumnos Francisco Solano López y Fidel Maíz, se enseñaba filosofía y bellas letras.

En otros términos, Don Carlos reconoce que mucho se nota la falta de una imprenta y que el gobierno la ha costeado con un impresor que ha servido en ella por tres años. Añade que en esos momentos los impresores son todos patricios, es decir, nativos. También indica que en ese establecimiento se edita “EL PARAGUAYO INDEPENDIENTE”, destinado a combatir las pretensiones del tirano porteño don Juan Manuel de Rosas contra la nacionalidad paraguaya y fundado el 26 de abril de 1845. Esa publicación continuó hasta el 15 de setiembre de 1852, en que fue reconocida, por la Confederación Argentina, nuestra independencia. En 1858 se hizo por la imprenta del Estado una reedición en dos volúmenes.

Anteriormente había aparecido, editado en Corrientes, pero como órgano oficial del gobierno paraguayo el “REPERTORIO NACIONAL”, que contenía decretos, mensajes, ordenanzas y disposiciones oficiales. Sucedió a “EL PARAGUAYO INDEPENDIENTE” el “SEMANARIO DE AVISOS Y CONOCIMIENTOS ÚTILES”, con expresivo subtítulo, muy característico del pensamiento de Don Carlos: “PERIÓDICO SEMANAL DESTINADO A LOS NEGOCIANTES, LABRADORES E INDUSTRIALES”. El primer número aparece el 1º de mayo de 1853, bajo la dirección del Dr. Juan Andrés Gelly, y suspende su aparición el 2 de febrero de 1856 al alcanzar los 129 números, por enfermedad del mencionado. Luego reaparece con la dirección de Ildefonso Antonio Bermejo desde noviembre de 1857. Su director siguiente fue Gumersindo Benítez. Continúa apareciendo en Luque y más tarde en Piribebuy (1868) al ser designadas, ambas ciudades, capitales durante la guerra de la Triple Alianza. “EL ECO DEL PARAGUAY” es un periódico que comenzó a editar Bermejo el 19 de mayo de 1855 -a poco de su llegada al país- y que desapreció a mediados de 1857.

La imprenta del Estado además tenía, o cumplió, sin proponérselo, un plan editorial que para su época, para la cultura mediterránea que el Paraguay sobrellevaba desde dos siglos atrás, significaba un extraordinario esfuerzo. En 1845 se publicó la primera edición del libro de Ruy Díaz de Guzmán (50); cuatro años más tarde se imprime la primera edición paraguaya -

segunda general- de “EL PARAGUAY, LO QUE FUE, LO QUE ES Y LO QUE SERÁ” del Dr. Juan Andrés Gelly. Es de 1855 el “CATECISMO POLÍTICO Y SOCIAL PARA LOS ALUMNOS DE LA ESCUELA NORMAL”, y en 1858 se imprime el vocabulario, en varios idiomas, de algunas plantas medicinales, compuesto por el Dr. Juan Vicente Estigarribia. Un año después aparece un “ALMANAQUE POPULAR” de 60 p. y “UN PARAGUAYO LEAL”, obra teatral de Bermejo. En 1862 el mismo publicará: LA IGLESIA CATÓLICA EN AMÉRICA, año en que se edita en Bruselas la edición príncipe, en francés, de LA REPUBLIQUE DU PARAGUAY, del Barón Alfred du Graty, mandada a escribir por Don Carlos para su distribución en Europa.

Ya hemos hecho referencia a la primera institución de tipo pre-universitario: la Escuela de Derecho, que comenzara a funcionar en marzo de 1850 bajo la dirección del Dr. Gelly y con elementos bibliográficos extraídos de su propia biblioteca, que posteriormente donara al Estado. Cuando el mencionado prócer viaja a Europa, en 1853 acompañando al entonces brigadier Francisco Solano López, ya la escuela no funcionaba. En 1862, aún en tiempos de Don Carlos, existía una Academia de Práctica Forense a cargo del juez del crimen don Zenón Ramírez.

Otra de las obras fundamentales fue, sin duda, el Aula de Filosofía, cuyo proyecto inicial data de 1857. Comenzó con los alumnos de la Escuela Normal, la de Latinidad y del Seminario.

Su director fue el referido Bermejo. La cantidad y calidad de las cátedras dicen de por sí de la importancia que se le adjudicaba a ese instituto: Gramática castellana, lógica, historia sagrada y profana, geografía, cosmografía, literatura española, moral y teodicea, catecismo político, derecho civil y filosofía, francés, inglés y composición literaria. El primer examen fue presidido por el propio Don Carlos, y los subsiguientes por el obispo Urbieta, como demostración de la trascendencia que el Estado daba a su funcionamiento.

Sus alumnos más aventajados fueron Natalicio Talavera y Juan Crisóstomo Centurión.

Tres años después, o sea en 1860, comenzó a nuclearse el grupo romántico, que iniciaría el primero de los nombrados con sus composiciones literarias en 1858, a los 19 años de edad.

Indudablemente la presencia de Bermejo, como con anterioridad la del Dr. Gelly, contribuyó en mucho a crear un ambiente de cultura que fuera más allá de lo mediterráneo y aun de los círculos de la sociedad asuncena en su condición representativa de la ciudad-puerto.

La última tentativa de esta época fue “LA AURORA”, pequeña revista de los alumnos del Aula de Filosofía, cuyo primer número consta de un folleto de 40 páginas, aparecido el 1º de octubre de 1860 como “enciclopedia popular y mensual”. El último se publicó en abril de 1861.

Fueron sus colaboradores principales: Juan José Brizuela, que había publicado en Buenos Aires, Ojeada histórica sobre el Paraguay (1857) seguida de Vapuleo de un traidor, en respuesta a unas cartas que contra el Presidente López diera a conocer, en la capital argentina, Luciano Recalde; el guaireño Gumersindo Benítez, con “ESTUDIOS SOCIALES” y “ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA IMPRENTA”; Mauricio Benítez, “ESTUDIOS MORALES Y CIENTÍFICOS” y “LA PRIMERA MUSA EN AMÉRICA”; el sacerdote Mariano del Rosario Aguiar, “ESTUDIOS RELIGIOSOS”; después José del Rosario Medina, capellán del ejército muerto en Cerro Corá, que publicó “ESTUDIOS FILOSÓFICOS”; José Mateo Collar, que había nacido en Mbuyapey, colaboró con “MORAL PRIVADA” y “NECESIDAD DE LA CIENCIA PARA LA EXISTENCIA Y ORGANIZACIÓN DE UNA SOCIEDAD”; a Juan Bautista González, que era barrareño, se le deben estudios religiosos, recreativos e históricos y de bellas artes literarias; Américo Varela firmó trabajos sobre temas morales, sociales, máximas y pensamientos. Allí colaboró también Marcelina Almeida, en prosa y verso, constituyéndose en una precursora. Todos estos autores habían nacido entre 1830 y 1835.

En resumen: ¿Qué se le debe a Don Carlos en el plano de la cultura nacional? ¿Qué es lo que debemos mirar, como resultado de su esfuerzo, a esta altura del tiempo y con proyección continental? El Paraguay le debe, ante todo, la formación del Estado moderno, la intransigente defensa de su soberanía, la afirmación de su independencia -reflejada en todos los órdenes-, su reincorporación a nivel internacional y su ingreso a la cultura americana.

Don Carlos, a diferencia de Rivadavia en la Argentina, no quiso practicar una especie de “despotismo ilustrado”, imponiendo al país instituciones y leyes ajenas a la índole de su pueblo.

Correspondía usar con mucha prudencia tanto los atributos del poder como del andamiaje jurídico recién inaugurado. Se trataba de organismos novísimos, con escasa o nula tradición, de los que pausadamente tendría que ser beneficiaria la Nación hasta encontrar el cauce normal.

La mayoría de sus medidas de gobierno, aun aquellas que rozan el quehacer de la cultura, tienen carácter transitorio, lo señaló él mismo en sus mensajes y supo afirmarlo, en el prólogo de su libro, el Dr. Gelly. Había que adecuarlas a la época sin violentar el ritmo histórico y la misma realidad social. Era ese “Paraguay-niño”, al que alguna vez se refirió el Dr. Ramón Zubizarreta51, el que Don Carlos habría de conducir de la mano para ascender las gradas de una nueva historia.

Vista en lo inmediato, se trata de una tarea modesta, sencillamente evolutiva, sin el estrépito producido en otros países. pero situándonos en una perspectiva geo-política (y también geo-cultural), debemos comprender que lo hizo en la medida de su escenario y de su época, y que se condujo, eso sí, con una dignidad ejemplar.

En el capítulo de la cultura, nacen bajo su mandato la enseñanza pública, el periodismo, la actividad social y teatral, anuncios prometedores del romanticismo paraguayo, puesto en acción y crecido por impulso de las corrientes de ideas que él representaba. Queda dicho, en este orden, que su nombre, como el del Dr. Gelly y el de Mariano Antonio Molas, es el de un precursor que facilitó, en grado mayor que los mencionados, el advenimiento de la efusión romántica nativa en función literaria.

Para Don Carlos la cultura no era desvelo o actividad particular, sino también obligación de gobierno. Y como todo quedara centrado en esa órbita tendríamos que pensar en la existencia -bien que paradógica- de un “romanticismo de Estado”, que se insinuara en los tramos iniciales del mandato del después Mariscal Francisco Solano López -un romántico nato-

-Oficiales eran los elementos e instrumentos de formación de sus integrantes, por lo menos entre el primer grupo y Natalicio Talavera (los nacidos entre 1826 y 1839), “romanticismo de Estado” no concebido a sabiendas por su precursor, pero sí alentado en sus posibilidades que aunque parecían nebulosa difusa entre 1842 y 1862, hallaron forma y expresión mucho más tarde.

La guerra cortó ese “despegue” del Paraguay hacia el ámbito rioplatense del que era raíz fundacional. Desde entonces -hasta bien entrado el siglo XX- su proceso cultural queda enquistado y con él el incipiente romanticismo, más de intención y de espíritu que de obra efectiva. Este romanticismo, al no concretarse totalmente en el plano literario, estalló como fuerza humana temperamental durante la guerra de la Triple Alianza, donde quedaron al desnudo y al descubierto sus hondas raíces, que de haber hallado adecuado nivel en la paz, otra hubiera sido esa página condicionada y trunca de su historia, en que hoy debemos fijarnos.

Esa labor cultural de Don Carlos estaba centrada en la idea de un destino con grandeza, o sea la retoma étnico-cultural del Paraguay americano (los añejos límites geográficos de la Provincia Gigante de las Indias), reducido, en su porvenir, a un aglutinamiento panlingüístico, con el que no contaron, por cierto, los incipientes románticos ni aún el retrasado aunque evidente posromanticismo, en lo que va de 1870 a 1900.

(1972)

 

NOTAS:

46 - CARDOZO, EFRAÍM. BREVE HISTORIA DEL PARAGUAY. Buenos Aires, 1965

47 - Esta idea, anterior a la muy conocida de Alberdi, movió al historiador porteño Dr. Juan Pablo Oliver a calificar al régimen de ambos López de prohijador de los interesas del imperialismo británico, (v. Juan Pablo Oliver: “ROSISMO, COMUNISMO Y LOPIZMO”, en: BOLETÍN DEL INSTITUTO JUAN MANUEL DE ROSAS DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS, Buenos Aires, Año II, (2ª época), abril de 1969, p. 23/30; del mismo autor: “Fin de una polémica”, ibíd., Nº 6, setiembre de 1969, p. 24/43. Estas pretensiones fueron contestadas, sin mucha convicción, fuerza ni conocimientos por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Lubalde y también por Fermín Chavez y Faustino Tejedor (v. Boletín del “Instituto Juan Manuel de Rosas” de Investigaciones Históricas. Buenos Aires. Año II 2ª época, Nº 5, mayo de 1969, p. 22/27, 29/31. Una opinión hacia el Paraguay, no coincidente con aquellos desafueros puede verse en: “UNA ENTREVISTA CON SANTIAGO DÍAZ VIEYRA”, v. “Azul y Blanco”, Buenos Aires, Año II, 2ª época, Nº 59, 30 de octubre de 1967, p. 20/22.

48 - Ignacio Amado Berino: “LA ACADEMIA LITERARIA COMO EL PRIMER ESFUERZO DE NUESTRA LITERATURA” En: “BOLETÍN DE EDUCACIÓN PARAGUAYA”. Revista mensual de orientación e información pedagógica. Asunción, Año III, Nº 32, abril de 1959, p. 10/19.

49 - Juan E. O’Leary: ILDEFONSO ANTONIO BERMEJO, FALSARIO, IMPOSTOR Y PLAGIARIO, Asunción, Biblioteca de las Fuerzas Armadas de la Nación, 1953.

50 - Este libro es conocido comúnmente con el título de LA ARGENTINApero el original es: ANALES DEL DESCUBRIMIENTO, POBLACIÓN Y CONQUISTA DE LAS PROVINCIAS DEL RÍO DE LA PLATA(v. Ángel Rosenblat, El Nombre De La Argentina, Buenos Aires, Eudeba 1964, p. 33).

51 - RAÚL AMARAL, RAMÓN ZUBIZARRETA, PRECURSOR Y MAESTRO, Asunción, 1972.

 

 

A) BIBLIOGRAFÍA SOBRE DON CARLOS

JUSTO PASTOR BENÍTEZ, CARLOS ANTONIO LÓPEZ, Buenos Aires, Ayacucho, 1949.

ARTURO BRAY, “DON CARLOS ANTONIO” (En: Hombres y épocas del Paraguay, 2ª. ed., Buenos Aires,

1959, p. 45/66).

JULIO CÉSAR CHÁVES. EL PRESIDENTE LÓPEZ. VIDA Y GOBIERNO DE DON CARLOS. Buenos Aires, 1ª. ed., Ayacucho 1955; 2ª. ed. Buenos Aires, Depalma, 1968.

JUAN SILVANO GODOI: “EL BLASÓN DE LOS LÓPEZ”. Carta a Arturo Rebaudi (En: “Paraguay”, Asunción, 31 de marzo de 1923, p. 1/3).

Natalicio González: “DON CARLOS ANTONIO LÓPEZ”: (En: CARLOS ANTONIO LÓPEZ, La emancipación paraguaya, Asunción-Buenos Aires, Guarania, 1942, p. 7/29).

JUAN E. O’LEARY: “LA FORMACIÓN INTELECTUAL DEL PATRIARCA” (En: “La Unión”, Asunción, 27 de setiembre de 1931).

JUAN FRANCISCO PÉREZ ACOSTA: CARLOS ANTONIO LÓPEZ “OBRERO MÁXIMO”, Buenos Aires, Guarania,

1948.

JUSTO PRIETO, DOS VIDAS EJEMPLARES, Buenos Aires, 1939.

LUCIANO RECALDE: “CARTA PRIMERA DEL PRESIDENTE CARLOS ANTONIO LÓPEZ DEL PARAGUAY”, 2ª. ed., Buenos Aires, 1957.

 

B) BIBLIOGRAFÍA DE DON CARLOS

CARLOS ANTONIO LÓPEZ, CATECISMO POLÍTICO Y SOCIAL PARA LOS ALUMNOS DE LA ESCUELA NORMAL, 1ª. ed., Asunción, 1855; 2ª. ed., Asunción, 1955.

MENSAJES. Asunción, Imprenta Nacional, 1931.

LA EMANCIPACIÓN PARAGUAYA. Prólogo de Natalicio González, Asunción, Guarania, 1943.

 

EL PENSAMIENTO DE DON CARLOS

El quehacer cultural de Don Carlos Antonio López si no supera por lo menos empareja al que se impuso como función política. No por conocidos deben dejar de invocarse aquellos emprendimientos que hicieron posible -junto a conquistas de otra índole- la cimentación del Estado paraguayo, entre los que figuran en grado de mayor importancia los siguientes:

a) Fundación de la Academia Literaria y de la Cátedra de Latinidad;

b) Creación del periodismo nacional a través de “El Paraguayo Independiente”;

c) Envío de becarios a Europa;

d) Organización de la Escuela de Derecho Social y Político;

e) Estabilidad de los estudios intermedios mediante el “Aula de Filosofía”. Dos décadas abarcó el cumplimiento de esa tarea.

Aspiraba el prócer a una apertura en otros órdenes que los puramente materiales, pero no abriendo las puertas en forma tan exagerada que permitiera, mediante un cosmopolitismo irracional, la esfumación de las líneas maestras de la identidad nativa, abonada ésta por una larga y probada experiencia histórica.

La solución le vino, en todo sentido, con el regreso del Dr. Juan Andrés Gelly al país, en 1845. Suele mencionarse la acción de gobierno de Don Carlos como si hubiera sido la de un realizador solitario y sus conocimientos y práctica de la función pública hubieran surgido espontáneamente. Por fortuna la verdad no es esa, pues contó con dos colaboradores valiosos -aparte de algunos jóvenes que recién iniciaban su carrera-, el uno, con una visión rioplatense y de conjunto: el citado Dr. Gelly, y el otro, cuyas ideas de renovación se acentuarían después de su viaje a Europa: Francisco Solano López, su hijo.

El Dr. Gelly vuelve luego de treinta y dos años de ausencia con intensa actuación cumplida en la Argentina, el Uruguay y en la “Corte del Janeiro”, según se decía en aquellos tiempos clásicos. Modesto era su ajuar, pero importante su biblioteca. Casi de inmediato se convierte en consejero del Presidente que hace poco ha comenzado su mandato. Su influencia más patente podrá detectarse en los “MENSAJES” -entre 1846 y 1856, fecha de su muerte- en los fundamentos que posibilitaron la marcha de la Escuela de Derecho (1850), destinada a la formación de la carrera universitaria, y por último en la exposición doctrinaria del “CATECISMO POLÍTICO Y SOCIAL PARA USO DE LOS ALUMNOS DE LA ESCUELA NORMAL DEL PARAGUAY” (1855).

Por su parte Francisco Solano López -que a su vocación de militar unía inocultables inquietudes humanísticas- promueve, además de la movilización de la sociabilidad paraguaya (el Club Nacional, fundado el 14 de mayo de 1862, es una prueba de ello), un incipiente nucleamiento generacional con los jóvenes alumnos del “AULA DE FILOSOFÍA” (1860) y su revista “LA AURORA”.

En el afán de progreso de ese adalid romántico se reflejarán el desvelo y el espíritu formativo de sus coetáneos, mucho más que en la fantaseada y hasta exagerada proyección del “caraí” Bermejo.

Al haber de la época de Don Carlos será necesario agregar el funcionamiento de la Imprenta de la República y la aparición -no rememorada en nuestros días de euforia “editorial”- del Estado editor que contara, entre 1845 y 1862, con tres títulos de trascendencia: la “HISTORIA (ANALES) DEL DESCUBRIMIENTO, CONQUISTA Y POBLACIÓN DEL RÍO DE LA PLATA” de Ruy Díaz de Guzmán, “EL PARAGUAY, LO QUE FUE, LO QUE ES Y LO QUE SERÁ”de Juan Andrés Gelly, y del aludido Bermejo: “LA IGLESIA CATÓLICA EN AMÉRICA”

En toda esa etapa está presente el pensamiento de Don Carlos, intérprete del carácter autónomo, independentista, del pueblo paraguayo. Esa prolongada meditación y sus consecuentes concreciones, tiene bases culturales, sedimentadas en su propia obra escrita.

Desgraciadamente sus “MENSAJES” no han sido reeditados desde 1931; trunca quedó la reproducción no facsimilar de “EL PARAGUAYO INDEPENDIENTE”; esporádicas han sido las reimpresiones del “CATECISMO”, y poco o nada es lo que se sabe de “EL SEMANARIO”, salvo reiteradas versiones de investigadores. “LA EMANCIPACIÓN PARAGUAYA”, que reuniera Natalicio González está en condiciones de joya bibliográfica, lo mismo que el imprescindible volumen de don Juan Francisco Pérez Acosta. Los libros que le consagraran Julio César Chaves y Justo Pastor Benítez se hallan agotados. En suma: orfandad bibliográfica (52). Para conocer a fondo a Don Carlos hay que volver a editarlo.

(1983)

52 - La Fundación Cultural Republicana produjo en 1987 una nueva edición (N. del E.).

 

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EL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LÓPEZ DE PIE

FRANCISCO SOLANO LÓPEZ se hace cargo del gobierno, mediante el voto del Congreso, el 16 de octubre de 1862, o sea a un mes y seis días de la muerte de su padre. El ambiente en que se había iniciado el romanticismo tendrá en adelante, pocos momentos de paz para desarrollarse. Salvo en 1863, todo el resto del tiempo se le ve al joven mandatario de 36 años en la guerra declarada al Imperio del Brasil y luego en los preparativos contra la Triple Alianza.

En ambas circunstancias participaron los integrantes del primer grupo romántico -que él mismo encabezaba- muchos de los cuales se vieron envueltos en esos acontecimientos.

Por su temperamento, su sicología, ciertas indudables características de su actuación, y hasta la no muy abundante prosa personal que se le conoce, fue un romántico hasta el final de su martirologio. Pero más que en un plano histórico (esa tarea ya está cumplida) debe estudiárselo a la luz de ese romanticismo rioplatense, que era el de su época, y más que nada desde un punto de vista literario para excluirlo un poco de ese limbo donde moran los héroes y los dioses y devolverle la condición humana que le fuera consustancial.

Pero previamente convendrá recordar que nuestro romanticismo no guarda -excepto en lo temporal- vinculación alguna con los restantes de la Argentina y el Uruguay. Y si bien aquí no se creó el ambiente público necesario, ni se formalizó la imprescindible polémica –como en los casos inmediatos de Montevideo, 1841, y Santiago de Chile, 1842- puede afirmarse que su existencia ha sido cierta, a pesar de que algunos historiadores de la cultura han creído oportuno llenar ese proceso con nombres, fechas y episodios que no coinciden con el mismo o que lo desvinculan de su tiempo.

Ese romanticismo, que podría denominarse “primario”, se inicia en 1860 y termina una década después. Desde Cerro Corá en adelante se impone un evidente posromanticismo, que aunque contiene los propios elementos del anterior lleva en sí, también, su contradicción, todo lo cual quedará superado al comenzar el nuevo siglo. Este ciclo romántico, a la vez que temperamental y sicológico, no alcanzará su meta; simplemente habrá de diluirse con la lenta aparición de otras corrientes literarias (53).

Volviendo a Solano López, será menester resistirse a aceptar la teoría de incluirlo en la nómina de los simples caudillos americanos, algunos de los cuales sólo han sido vulgares señores feudales lugareños. El Mariscal era hombre realmente culto -había sido alumno nada menos que del maestro argentino Juan Pedro Escalada-, poseía, cuatro idiomas y de su interés por los libros da referencias Gregorio Benites (1834-1909).

Relata éste que en 1856 López lo manda llamar para continuar la carrera militar -en la que se había iniciado- o bien incorporado a la Secretaría de Guerra y Marina, que por ese entonces él desempeñaba. Benites dispone elegir este último destino y queda designado como secretario oficial y particular del futuro Mariscal, quien a la vez que ordenaba los papeles públicos llevaba un archivo privado y poseía, además, una nutrida biblioteca.

Respecto a esto recuerda que el Mariscal le recomendó “con un encarecimiento paternal que jamás olvidaré, que aprovechara para leer los libros de su biblioteca y así estudiar y adquirir los conocimientos necesarios al hombre en sociedad”.

Agrega Benites que estudiaba el francés con el teniente Paulino Alem, que ya lo sabía, y que también enseñaba ese idioma don Carlos Saguier. Señala, asimismo, que López tenía corresponsales en Europa y que entre los de Buenos Aires, Montevideo y Entre Ríos figuraban Nicolás Calvo, Juan José Soto, el Dr. Lorenzo Torres, Héctor Varela (conocido por el seudónimo periodístico de “Orión” y que después trazara la primera biografía de Madame Lynch), el Dr. Valentín Alsina -que llegara a ser gobernador de la Provincia de Buenos Aires-, el Dr. Benjamín Victorica -yerno del Gral. Urquiza-, a la vez que mantenía relaciones epistolares con éste, y con los generales Tomás Guido, Lucio Norberto Mansilla y Bartolomé Mitre (54).

Recuerda Ramón J. Cárcano -y ese detalle es recogido por uno de los biógrafos de Mitre- (55) que durante la entrevista de Yataity Corá (12 de setiembre de 1866) el general argentino evocó el encuentro que habían tenido en 1859, cuando Solano López se trasladara a Buenos Aires como mediador del Paraguay y signatario del Pacto de San José de Flores. “Pero en aquella oportunidad Su Excelencia -le contestó el Mariscal- sólo me habló de libros guaraníes”.

En los anaqueles de su biblioteca podían verse, como lo más conocido posteriormente, las Obras Completas de Lamartine, en edición encuadernada en cuero y con inscripciones marcadas a fuego. Es de creer que de allí proviene la traducción que de Graziella hizo Natalicio Talavera para el “SEMANARIO”. Claro que se trata de un Lamartine literario, o sea novelístico, y no el de los Estudios críticos, ni el desafortunado participe del “romanticismo social”, que incluye Picard en su libro56.

La mayoría de quienes se han ocupado de la vida del Mariscal parecen haberlo situado en un “callejón histórico” sin salida, ya que en esas aportaciones surge como plegado totalmente a los quehaceres de la guerra. Sin embargo, ha sido un personaje romántico de la literatura, tanto por su imagen (según hemos dicho) como por su obra. Por lo demás, pocos son los aportes que incluyen al Mariscal o lo enmarcan dentro de lo estrictamente literario.

Merecerían citarse algunas obras de teatro y ciertos ensayos que corresponden más bien a la época modernista -que es la que va de 1910 a 1943-, lo demás esta reducido al escenario bélico.

En consecuencia no sólo hizo romanticismo sino que ha sido personaje de obras de esa tendencia (57). En tal condición su presencia se advierte en aquellos libros que tratan de Elisa Alicia Lynch o que trazan su biografía, desde la ya mencionada de Héctor Varela (1870) hasta el trabajo inédito de la escritora Ercilia López de Blomberg (1865-1963), sobrina del Mariscal, puesto que era hija de Venancio López y Manuela Otazú Machaín (58).

Dentro de esos lineamientos románticos no podría pensarse en un paralelo entre el Mariscal López y el General Mitre, que era su contemporáneo (1821-1906), sino en un estudio de sus respectivas sicologías, pertenecientes a personajes paradójicamente distintos y distantes.

El Mariscal -como hemos señalado- era hombre temperamental y de ciertas propensiones sentimentales, con todas las características de apasionamiento, y también de romanticismo, que singularizan a este aspecto del romanticismo.

La carta a su hijo Emiliano (1850-1875), firmada en Ascurra el 28 de junio de 1869, es además de un documento literario, lo suficientemente demostrativa de su manera de ser, de su pensamiento, de su sensibilidad59.

Mitre, en cambio, tenía otra formación cultural; había sido lector y traductor de Horacio, como lo fuera del Dante. No obstante sus iniciales aprestos románticos, era inocultable su inclinación hacia el mundo clásico latino. Igualmente era opuesto su temperamento, nada expansivo y más bien inclinado a la reflexión. Atisbos románticos -nada más que eso- se hallarán en su novela Soledad, en sus Rimas y aún en sus Arengas, pero ninguno en sus conocidas biografías de Belgrano y San Martín.

Por último, se hace necesario -esto de ahora no es más que un esquema- dibujar el ambiente creado por Don Carlos y en el cual se movía, como figura céntrica, su hijo mayor.

Ante todo debe tenerse en cuenta la intensidad de las actividades sociales, que a partir de 1860 se concentraron en los suntuosos salones del Club Nacional y que consistían generalmente en la realización de bailes.

“Por ese mismo tiempo se vio, por primera vez en el Paraguay -dice el Cnel. Centurión causando una gran novedad, un espléndido baile de trajes”. Como veremos, se trataba de un baile de caracterización. La vista debía ser magnífica y por demás interesante. Se veían allí danzando y paseándose los personajes históricos más célebres, de diferentes siglos, con sus brillantes y brillosos uniformes. Cada personaje que bailaba estaba caracterizado ya como el Cardenal Richelieu, ya como Napoleón III.

Y agrega Centurión: “López asistía siempre a esos bailes y su presencia contribuía a dar más animación a los concurrentes, por más predispuesto que estuviere uno contra aquel personaje por sus hechos de guerra, no se puede negar, porque sería faltar a la verdad, que en sociedad su comportamiento era de un perfecto caballero. De maneras cultas y modales finos, llenaba las formas sociales con la mayor naturalidad y elegancia”60.

Sin duda la presencia de Madame Lynch contribuyó en mucho a la renovación de ese ambiente, regido aún por una antigua sociedad de tipo hispánico, de costumbres rutinarias y severas, que fuera injustamente ridiculizada por Bermejo61. Música, revistas, decorados, recepciones, todo se movía en torno al perfil bien que bello de la joven irlandesa. “Orión”, o sea el citado Héctor Varela, la vio así en sus sueños de esplendor: “Al entrar en su salón de recibo - dice- experimenté una completa sorpresa; todo era de buen gusto; los muebles dorados, los “pouls”, los cortinados, los cuadros, los objetos de bronce y porcelana que adornaban las mesas, los libros regiamente encuadernados, los tapices, en fin, todo cuanto completaba aquel verdadero museo”.

A través de ese romanticismo, que es más bien un estado de alma y hasta un estilo de vida, podrá observarse con mayor imparcialidad la imagen de Francisco Solano López, el del pulcro vestir y la pulcra prosa, que vivió románticamente, aún más allá de los prejuicios sociales de su época, y que así supo morir a orillas de un lejano arroyo, cara a la muerte, batiéndose como también lo habían hecho, aunque en otro sentido, los padres de la efusión romántica europea y americana (62).

 

NOTAS:

53 - Raúl Amaral, EL ROMANTICISMO PARAGUAYO, Buenos Aires, 1966.

54 - Gregorio Benites, ANALES DIPLOMÁTICO Y MILITAR DE LA GUERRA DEL PARAGUAY, Asunción, Imprenta Muñoz, 1906, t.I., p. 16/17.

55 - René Pereyra Oyarzábal, MITRE. VOCACIÓN Y DESTINO, Buenos Aires. Kraft, 1955, p. 215; cfr.: BARTOLOMÉ MITRE, CATÁLOGO RAZONADO DE LA SECCIÓN LENGUAS AMERICANAS, Buenos Aires, Museo Mitre 1910, t. II, p. 5-97.

56 - Roger Picard, EL ROMANTICISMO SOCIAL, México, FCE, 1947; cfr.: V. L. Saulnier, LA LITERATURA FRANCESA DEL SIGLO ROMÁNTICO, 2ª ed., Buenos Aires, Eudeba, 1968; Paul Van Tieghem. EL ROMANTICISMO EN LA LITERATURA EUROPEA, México, UTHEA 1958.

57 - Robert B. Cunninghame Graham,RETRATO DE UN DICTADOR, FRANCISCO SOLANO LÓPEZ (PARAGUAY 1865-1870), Buenos Aires, 1943.

58 - Elisa Alicia Lynch, EXPOSICIÓN Y PROTESTA, Buenos Aires, 1875. Bibliografía: William E. Barrett, UNA AMAZONA.BIOGRAFÍA NOVELADA SOBRE FRANCISCO SOLANO LÓPEZ Y ELISA ALICIA LYNCH, Buenos Aires, 1ª ed., 1940; 9ª ed., 1967; Héctor PedroBlomberg, LA DAMA DEL PARAGUAY, Buenos Aires, A. L A. 1942; Arturo Bray. “ELISA LYNCH” (EN HOMBRES Y ÉPOCAS DEL PARAGUAY. Libro segundo. Buenos Aires, 1957, p. 101-123); María Concepción Leyes de Chaves. MADAME LYNCH, Buenos Aires, Peuser, 1957; Héctor F. Decoud, ELISA LYNCH DE QUATREFAGES, Buenos Aires, 1939; Henri Pitaud. MADAME LYNCH. Prólogo de Juan E. O’Leary, Asunción, 1958; Héctor Varela (“Orión”). ELISA LYNCH, Buenos Aires, 1870.

59 - Francisco Solano López: PROCLAMAS Y CARTAS DEL MARISCAL LÓPEZ, Asunción, 1957, p. 192-199 (Compilación realizada por el historiador Dr. Julio César Chaves, debe computarse como la primera en su género. En cambio la titulada: MARISCAL FRANCISCO SOLANO LÓPEZ, PENSAMIENTO POLÍTICO, Buenos Aires, 1969, que es una copia disminuida de la anterior y que contiene un prólogo de los historiadores porteños Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, debe ser considerada como fraudulenta.

Todo lo referente a su política frente a Rosas ha quedado excluido.

60 - Juan Crisóstomo Centurión, MEMORIAS DEL CNEL... O SEA REMINISCENCIAS HISTÓRICAS SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY, Buenos Aires, 1894-1901, ts, I-III, 4 vs.; MEMORIAS, Prólogo de Natalicio González y notas del TCnel. (S.R.) Antonio E. González, Buenos Aires, Guarania 1944, 4 ts.

61 - Ildefonso Antonio Bermejo, REPÚBLICAS AMERICANAS. EPISODIOS DE LA VIDA PRIVADA, POLÍTICA Y SOCIAL EN LA REPÚBLICA DEL PARAGUAY. 1ª ed., Madrid, 1873.

62 - Emilio Carrilla, EL ROMANTICISMO EN LA AMÉRICA HISPÁNICA, Madrid 1ª. ed., 1958; 2ª. ed., 1967, 2 ts. En esta copiosa y documentada obra es soslayado de plano el romanticismo paraguayo.

 

 

EL MARISCAL ROMÁNTICO

Alguna vez fue negada, por algún “informado” historiador rioplatense, la existencia del romanticismo paraguayo, muerto que, como el modernismo, goza afortunadamente de buena salud. Ocurre al respecto que la desidia interna y el desinterés externo suelen matrimoniarse para ofrecer del país una imagen que no es la que corresponde a su evolución cultural y literaria.

No está demás recordar que cuando el joven Francisco Solano López (1827) viaja a Europa -más mirando a París que a otras capitales- se halla en plena efervescencia (1853) el movimiento romántico que se iniciara con el estreno de “Hernani” de Víctor Hugo, en 1830, trasplantado casi enseguida al Plata por Esteban Echeverría.

El Paraguay no podía escapar -como no escapó nadie en nuestra América- a aquel influjo, que entrañaba también un estilo para las letras y un modo de ser y de actuar para la vida. Sus comienzos formales han sido fijados en 1860, con la fundación de la revista “LA AURORA” y el agrupamiento de sus integrantes en el Aula de Filosofía. Quedaban nucleados los allí nacidos (para usar números redondos) entre 1820 y 1860. Y si se pudiera identificar

primariamente “romanticismo” con “poesía” no estaría demás recordar que se inaugura aquí con los versos de Natalicio Talavera: “REFLEXIONES DE UN CENTINELA EN LA VÍSPERA DEL COMBATE” y se cierra, dentro de un largo segmento, con el “ADIÓS A YBYTY” de Delfín Chamorro (1911).

¿Qué papel ha jugado Francisco Solano López en ese capítulo casi ignorado de nuestras letras? Pues nada menos que el de un iniciador. Entre su encuentro con el Viejo Mundo y la aparición de “LA AURORA” median apenas siete años. En ese espacio habrá que ubicar a sus compañeros de promoción -unos sus coetáneos, como el Padre Fidel Maíz, José del Rosario Miranda o Gregorio Benítes; otros sus contemporáneos: Juan Crisóstomo Centurión, por ejemplo- en su formación local y en la foránea, caso éste de los becarios.

El Mariscal López es, por derecho propio, el iniciador de ese romanticismo nativo que se bifurca con el largo despegue del posromanticismo americano, pero que tiene en su proceso muchas de las características relacionadas con su ámbito y sus gentes. O sea que su rueda no ha girado a destiempo -según creen muchos- sino que ha respondido a necesidades de su propia índole.

Para certificar esa inserción del Mariscal habrá que hacer el estudio de sus escritos, anteriores y posteriores al citado viaje, y detenerse, a la vez, en las particularidades de su sicología y de su conducta, no siempre ajustadas -todas ellas- al estricto campo de su actuación militar. Y ese estilo, que si bien no es el hombre -contrariando la socorrida frase de Buffon- señala el progreso habido entre la redacción de ordenanzas castrenses y reglamentos profesionales y las páginas ciertamente memorables e imperecederas de la carta a su hijo Emiliano (1869).

Romanticismo social significa, como él lo hizo, acercar las ideas de progreso -no hay que olvidar esto- al medio geográfico en que se procura instalar, sin proposición previa, desde luego, el de raíz cultural y literaria. Y en eso empleó sus energías en un lapso no mayor de veinte años. Porque no se contentó sólo con lo expresado, sino que quiso ahondar en los hechos.

La guerra contra la Triple Alianza -desde el instante mismo de solidarizarse con el Uruguay invadido- es una acción romántica en la que caben el amor, el dolor y la muerte; la sangre, las lágrimas y asimismo, la gloria. Y Cerro Corá es un trágico estremecimiento romántico: equivale al pistoletazo que acaba con la vida de Larra; al fusilamiento del Gral. Salaverry en el Perú; al pulmón derrotado de Gustavo Adolfo Bécquer, relámpagos de romanticismo.

(1983)

 

LA POSTERIDAD DEL MARISCAL

De vez en cuando y según los países suele verse en el sepulcro de alguno que otro prócer esta significativa frase: “La posteridad agradecida”. Y esto da la idea de que siempre le han sido loados su sacrificio, su heroísmo o los servicios prestados a su patria. Sin embargo no siempre es, ni ha sido así. Ante esto cabría preguntarse qué o cuál fragmento de posteridad es el que expresa el reconocimiento público o por lo menos de un sector importante de la ciudadanía.

Porque la historia de nuestra América marca la existencia de una justicia que no siempre se apresura en llegar. En ocasiones son los contemporáneos o los inmediatos sucesores los que la mezquinan u olvidan, correspondiéndoles a generaciones lejanas revisar los juicios y prejuicios de sus antepasados. Al ocurrir esto se produce como un deslumbramiento y entonces aquel prócer maltratado y peor interpretado, pasa a ocupar el sitial que le negaran las gentes de su época.

Tal el caso del Mariscal Francisco Solano López, puesto nuevamente de pie por el arte literario, el “apostolado patriótico”, la conciencia histórica y la pluma de fuego de un joven estudiante universitario llamado Juan Emiliano O’Leary que hace 83 años comenzó a descorrer el velo de la “leyenda negra” y a producir la luz.

Aunque no era posible engañar a los veteranos que habían concurrido, con el general en jefe de los ejércitos al frente, a la defensa de la soberanía y a la posterior supervivencia de la nacionalidad, sectores minoritarios y de influencia no desdeñable en la vida del país pugnaban por mantener a raya la gloria del “tirano”, desvirtuando los hechos y hasta falseando la documentación propia y la extraña que nadie podía ignorar.

Una monstruosa teoría de origen rioplatense y de acoplamiento imperial subsistente aún en mentes extranjeras que persisten en mirar al Paraguay con cristales cambiados ha hecho de esta tierra, madre de la Real Provisión del 12 de setiembre de 1537 (elección del gobierno propio) y de la Revolución de los Comuneros (anterior a las de Francia y los Estados Unidos), el sitio obligado de los tiranuelos de oficio, de los apacentadores de pueblos. Y si en esa distorsión entraron tanto el Dr. Francia como don Carlos Antonio López, con mayor razón podía suponerse que el Mariscal no habría de estar ausente. Y por largos años una especie de barbarie civilizada se empeñó en adulterar su imagen.

Ha transcurrido mucho tiempo. El Mariscal puede recorrer las amplias latitudes de la gloria sin que sea posible olvidar su tarea de conductor y de gobernante y su temple guerrero, apagado con la vida y ante el último asedio. Interpretó él que moría no solo “por” su patria, sino y de auténtico modo también “con” ella, porque era difícil presentir que en aquel vasto cementerio que significaba el Paraguay en las vísperas de Cerro Corá pudiera florecer la esperanza.

Y en verdad que se iba con los latidos finales de su corazón hecho del urundey, de nuestras selvas el Paraguay soberano y espléndido que habían construido sus antecesores.

Supo ser el suyo un reducto de independencia que todavía osaba resistir en el continente la agresión bélica descubierta y la ocupación económica solapada, que al fin de cuentas fue la que recogió los lauros de una victoria maltrecha y estéril.

Encarnó la resistencia de un Artigas, de un Güemes: el amor terrígeno de Hipólito Yrigoven o Aparicio Saravia. Pues, además de la luminosa firmeza de su espada, quedaron sus obras de constructor, truncas pero evidentes.

Resta para nuestros días algo que complementa el agradecido símbolo de la piedra y el bronce y que hay que difundir para que ya no se dude que a costa de su inmolación el Paraguay ha contribuido a la autonomía de nuestra América: su pensamiento, ideario y doctrina, que merecen estar a la altura de los libertadores.

(1985)

 

Fuente (Enlace): ESCRITOS PARAGUAYOS – 1- INTRODUCCIÓN A LA CULTURA NACIONAL. Ensayos de RAÚL AMARAL. Esta es una edición digital corregida y aumentada por la BVP, basada en las ediciones Mediterráneo (1984), la edición de Distribuidora Quevedo (2003), así como de fuentes del autor.

 

 

 

 

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